Relato: El mejor amigo de mi familia El mejor amigo de mi familia.
El abuelo descubre como se divierte el perro de su hijo con
su viciosa familia.
Yo no me he llevado bien con mi nuera desde que la conoc�,
pues me parec�a demasiado descocada para mi hijo. Es por eso que, aunque viudo,
siempre he vivido solo.
Pero aquel verano se dio la circunstancia de que me hab�a
roto una pierna, en un est�pido accidente domestico, y mi hijo termino por
convencerme de que pasara la convalecencia en su casa, ya que al tener espacio
de sobra le parec�a una tonter�a que no estuviera con ellos, y con sus hijas,
las cuales casi ni me conoc�an. Despu�s de mucho pensarlo acced� a vivir en su
casa, con la condici�n de ocupar la habitaci�n de la planta baja. Aquella que
deb�a ser, en teor�a, para la criada, y que utilizaban para guardar la ropa;
pues el resto de los dormitorios estaban en la planta superior y no me parec�a
aconsejable pasarme todo el d�a subiendo y bajando escaleras. El cuarto, situado
junto a la cocina, era bastante peque�o y mal iluminado, pues solo dispon�a de
un estrecho ventanuco, que sol�an tener cerrado, y que daba a la parte mas
revuelta del jard�n, aquella en donde estaba situada la caseta del perro, y
donde los frondosos setos, siempre a medio arreglar, solo dejaban ver un trozo
de la piscina.
El recibimiento fue bastante g�lido, como ya me esperaba,
pero aun as� no pude dejar de admirar lo bien que se conservaba mi nuera, a
pesar de su edad; a diferencia de mi hijo, cuya barriga, y calvicie, le
envejec�an mas de la cuenta. Mis dos nietas eran, como su madre, realmente
preciosas. Sobre todo la peque�a Julia que, con su docena escasa de a�os, adem�s
de una cara bell�sima ya lucia un lindo tipito, en el que destacaban,
deliciosamente, unos tiernos meloncitos, llenitos y puntiagudos, que promet�an
bastante.
Solo con que fueran la mitad de pujantes que los de su
hermana Carmen ya seria suficiente. Pues esta, con sus dieciocho a�os reci�n
cumplidos, adem�s de un rostro agraciado, lucia mucho su espectacular f�sico,
exhibiendo de una forma algo descarada, sus firmes senos, siempre cubiertos por
breves tops y camisetillas, que apenas pod�an contener sus turgencias
pectorales. Pero era Francis, como le gustaba que la llamaran, aunque yo siempre
la hab�a conocido como Paca, la que mas pod�a presumir de delantera, pues ahora
que se acercaba a los cuarenta segu�a teniendo un tipazo que ya quisieran para
si muchas de las amigas de su hija mayor, con unos globos dignos de la mejor
revista de desnudos. El que mejor me acogi� al llegar fue Otelo, el enorme
pastor alem�n que yo conoc� cuando apenas era un cachorro destetado. Este casi
me hizo caer al suelo con sus cari�osos lameteos, mientras ladraba alborotado,
trotando por todo el sal�n. Fue Julia la encargada de devolverlo a su caseta,
mientras mi hijo me dec�a que el simp�tico animal entraba siempre que le
apetec�a en la casa, por la puerta de la cocina, ya que lo consideraban uno mas
de la familia. Y, poco despu�s, estoy en condiciones de asegurarles que forma
parte de ella, pero de un modo un tanto peculiar.
Mi hijo pasa todo el d�a en la ciudad, regresando casi de
noche de su trabajo, siendo esta la �nica forma que tiene de poder mantener el
tren de vida que todos llevan. Su mujer, cuando no esta de compras, en el sal�n
de belleza, o en el gimnasio, se dedica al cuidado de la casa; pero, salvo
preparar la comida, no hace mucho mas, pues tiene a una chica, bastante
simp�tica, que le viene a limpiar la casa dos veces por semana. La hija mayor
apenas si para en casa lo indispensable para cambiarse de ropa, o descansar; a
diferencia de la peque�a, que suele pasarse el d�a jugando en el jard�n, o en su
cuarto, con la alegre vecinita de al lado. Esta, un a�o mayor que ella, es un
peque�o diablillo pelirrojo con faldas; es guapa y delgadita, y muy poquita
cosa, pero su pecosa cara delata lo traviesa y picara que puede llegar a ser.
Pues creo que fue ella la que empez�, de un modo bastante inocente, la escalada
de perversiones que a continuaci�n les relatare.
Aquella ma�ana me despert� el rayo de luz que entraba por la
ventana entreabierta, pues la noche anterior hab�a preferido no cerrarla del
todo, para que entrara un poco mas de aire. Cuando me levante para abrirla del
todo vi, a trav�s de la estrecha rendija, a la peque�a Julia, que jugaba con su
amiguita pelirroja, medio escondidas entre la caseta del perro y un gran seto de
arbustos. La curiosidad me impulso a callar el saludo que les iba a mandar, pues
quer�a ver como se divert�an las dos preciosas peque�as cuando estaban solas,
sin testigos. Ambas vest�an de una forma parecida, con unas reducidas falditas
que apenas si les llegaban a medio muslo, y unas ligeras camisetas de manga
corta, que les permit�an soportar mejor el intenso calor que hacia ese d�a.
Ten�an montada una especie de tienda de comestibles, de esas de juguete, e
imitaban a las se�oras mayores cuando iban de compras con sus ni�os peque�os; en
este caso, mu�ecas de platico.
Pero la diversi�n se les estropeo cuando regreso Otelo, quien
sabe de donde, y arrollo los puestecitos, mientras intentaba lamer las caritas
de las peque�as, como muestra de afecto. Estas, algo enfadadas por su osad�a,
empezaron a empujarlo, para apartarlo de su tienda, pero solo consiguieron que
el perro redoblara sus esfuerzos para echarse sobre ellas, creyendo que era un
juego. Las ni�as enseguida vieron que era mas divertido enfrentarse al animal
que lo que estaban haciendo, y pronto estuvieron compitiendo por ver cual de las
dos lo inmovilizaba primero. Yo, he de confesarlo, tambi�n me divert�a de lo
lindo, viendo el amasijo de pies y brazos que formaban en su desigual batalla.
Y, por que no he de admitirlo, fij�ndome tambi�n en sus lindas braguitas
infantiles, totalmente a la vista la mayor parte del tiempo. Al final a la linda
vecinita se le ocurri� introducir toda la cabeza de Otelo dentro de su camiseta,
confiando, quiz�s, en que la oscuridad lo calmar�a; y, en parte, acert�, pues el
animal se sereno r�pidamente. Pero pude o�r, como se quejaba a mi nieta,
dici�ndole que el muy marrano le estaba lamiendo las tetas.
A pesar de sus palabras vi que su cara reflejaba una mezcla
de asombro, y placer, que tampoco paso desapercibida a Julia. Esta solt� al
perro, que parec�a estar muy concentrado en su labor, y se acerco para ver mejor
lo que pasaba. Ya no pod�a o�r lo que cuchicheaban entre ellas; pero ve�a,
perfectamente, como las dos se asomaban por el escote de la pelirroja, para
observar como el perro lam�a sin parar sus j�venes pechitos.
Al poco rato me sorprend� al ver con que habilidad lograron
pasar a Otelo, de debajo de una camisa a debajo de la otra, sin darle opci�n de
escapar. Ahora era la carita de Julia la que era todo un poema; y, como el
escote de su camisa era bastante mas cerrado, tuve la suerte de presenciar como
su amiga se la levantaba, poco a poco, para que todos fu�ramos testigos de lo
bien que usaba su larga lengua el animal.
Aunque las tenia relativamente cerca, aproveche que tenia mi
c�mara de fotos sobre una estanter�a cercana para no perderme ning�n detalle de
lo que all� estaba sucediendo, con la ayuda del teleobjetivo. Pero la tentaci�n
fue excesiva y pronto gaste todo lo que me quedaba en el carrete, sacando
primeros planos de todo el p�caro evento. Por suerte espacie bastante el tiempo
entre una foto y otra, para que no las alertara el tenue ruido de la c�mara al
hacerlas, y pude obtener un fiel documento de todo lo que hicieron las dos
pilluelas. La pelirroja no se conformo solo con desnudar los blancos mont�culos
de mi adorable nietecita, y pronto empez� a jugar con ellos, en vista de la
pasividad de Julia, y de que el perro no se cansaba de lamer los dos peque�os
fresones puntiagudos. Ahora era ella la que decid�a que pecho quer�a que Otelo
lamiera; pues, sentada detr�s de mi nieta, se apodero de un prometedor mont�culo
con cada manita. As� orientaba el pit�n elegido hacia el hocico del animal,
mientras ocultaba el otro entre sus peque�os dedos; jugueteando, al mismo tiempo
con el pez�n escondido, disfrutando con su ins�lita rigidez casi tanto como el
animal.
La llegada de mi nuera a casa fue la que marco el fin de la
diversi�n, por ese d�a. En mi siguiente visita a la ciudad me hice con un mont�n
de carretes en color, pues estaba convencido de que tendr�a numerosas ocasiones
para utilizarlos. Aproveche tambi�n la oportunidad para revelar las fotos, en
casa de un antiguo amigo m�o, mucho mas p�caro que yo, que tenia instalado en su
�tico todo un taller de revelado; no en vano lo usaba para revelar todas las
fotos que obten�a de sus vecinos, con sus c�maras de largo alcance.
Solo cuando mi amigo tuvo la suficiente confianza conmigo me
ense�o la abultada colecci�n que hab�a ido obteniendo a lo largo de los a�os que
llevaba dedic�ndose a ello, y que ocupaba numerosos albumes de fotograf�as;
todos ellos meticulosamente ordenados. No me costo nada llegar a un acuerdo con
�l; y, a cambio de quedarse con algunas copias, accedi� a revelarme todas las
fotos que hiciera a las pilluelas.
Pronto empece a acumular carretes gastados, pues era raro el
d�a que la peque�a Julia no se dejaban lamer los pechitos por el simp�tico
animal. Dado que era la responsable de darle de comer por las ma�anas, me
acostumbre a madrugar; y as�, en cuanto la o�a preparar las cosas en la cocina,
me apresuraba a situarme junto al ventanuco, donde ya tenia situado un peque�o
tr�pode, para que la c�mara no se moviera.
Rara vez fallaba, pues mi nietecita esperaba, pacientemente,
a que Otelo terminara de comer, para despu�s obligarle a beber. En cuanto ella
consideraba que ya se hab�a enjuagado la boca lo suficiente, dejaba a la vista
sus preciosas tetas, sac�ndolas de debajo de la camiseta, o de dentro del
vestido veraniego, para que la humedad de su lengua no delatara al resto de la
familia su pervertida diversi�n. A mi esto me venia de perillas, pues as� pod�a
sacar infinidad de fotos de sus lindos pechos, totalmente desnudos y al natural.
Tambi�n saque bastantes fotograf�as del torso de la picara
vecinita pelirroja, pues cuando se cre�an solas sol�an desnudar sus senos para
deleite de Otelo, y m�o. Pero pronto me di cuenta de que la peque�a nos hab�a
salido un poco lesbiana. Pues, habida cuenta de que el perro casi no le prestaba
atenci�n cuando pod�a escoger entre ambas, ella se dedicaba a jugar tambi�n con
los preciosos pechos de mi nietecita; ya que estos eran mucho mas bonitos que
los suyos. A Julia se le notaba un poco incomoda, sobre todo al principio, pero
cuando la lengua de Otelo derrumbaba sus complejos, acced�a, gustosa, a
cualquier caricia que le hiciera su amiga. En algunas ocasiones hasta se las
devolv�a t�midamente, jugando con los peque�os pezones de su amiga mientras
esta, y el cari�oso animalito, disfrutaban al mismo tiempo de los suyos.
La verdad es que si no hubiera sido por las deliciosas
ma�anas que pase detr�s de la c�mara, hubiera sido un verano realmente odioso.
Pues las tardes eran para mi un autentico infierno, debido a que las pasaba en
una c�ntrica cl�nica, haciendo rehabilitaci�n; y las noches, con la pamplinosa
de mi nuera, no arreglaban la situaci�n.
Hasta aquel d�a memorable en que tuve que regresar antes de
hora porque el doctor estaba malo. No quise molestar a nadie y volv� yo solo en
un taxi; pues, al tener una copia de la llave de la entrada, no necesitaba pedir
ayuda a ninguno de mis familiares. Estaba todo tan silencioso all� dentro que
pense que no hab�a nadie mas en la casa, por lo que me fui directo hasta mi
habitaci�n, con la idea de reposar la pierna.
Nada mas entrar me asome al ventanuco, como tenia por
costumbre, con la esperanza de que la peque�a Julia estuviera all�, jugando con
su viciosa amiga. No era as�, pero me alegre de haberme asomado porque vi a
Carmen tumbada, boca arriba, en la hamaca del jard�n, haciendo top-les.
Enseguida centre el zoom de la c�mara en ella y saque una decena de fotos de su
cuerpo escultural. Tenia puestos unos walkman en los o�dos, y parec�a dormir,
dejando que sus dos firmes globos se pusieran mas morenos de lo que ya estaban.
Tenia que tomar el sol casi a diario, pues sus magn�ficos
senos estaban casi tan oscuros como el resto de la piel. Estos, como ya he
dicho, estaban pr�cticamente desarrollados en su totalidad; y su enorme volumen
permit�an augurar que la soberbia pujanza, y rigidez, que ten�an en la
actualidad, no hab�an de durarle eternamente. Pero, por ahora, eran una
maravilla, que no pod�a dejar de plasmar en mi c�mara fotogr�fica.
Las fotos, aunque dignas de la mejor revista de desnudos, no
dejaban de ser bastante est�ticas, as� que decid� hacer una prueba. Con mas
sigilo del que se puedan imaginar me dedique a tirarle bolitas de papel a Otelo,
que dorm�a apaciblemente delante de su caseta; hasta que, despu�s de varios
intentos, consegu� que se despertara. Ni siquiera yo pod�a imaginar entonces
todo lo que conseguir�a con tan peque�o esfuerzo.
Pues Otelo, como ya supon�a, despu�s de desperezarse, vago un
poco por el jard�n; y, nada mas acercarse a la piscina, cari�oso como es, se
acerco a saludar a su ama. Las divertidas ma�anas que hab�a pasado con mi nieta
y su amiguita ten�an que servir para algo, y as� fue. El simp�tico perro apenas
dudo un instante antes de abalanzarse, loco de contento, a lamer los oscuros
fresones que tan ricamente pon�an a su alcance.
Yo me apresure a sacar algunas fotos, pues supon�a que mi
nieta, con lo arisca que es, pronto apartar�a al perro de si. Pero deb�a de
tener un sue�o bastante profundo, pues dejo que el animal la lamiera, bien a
gusto, durante un buen rato. Estaba totalmente equivocado, pues pronto vi como
la picaruela separaba totalmente sus bonitas piernas, para poder introducir, mas
c�modamente, una de sus lindas manitas dentro del reducido ba�ador. No me hacia
falta la c�mara para suponer lo que hac�an esos dedos metidos en un sitio tan
intimo, pero las fotos me ayudaban a plasmar los expresivos gestos de placer que
pon�a mientras alcanzaba el orgasmo. Cuando, acto seguido, se dio la vuelta en
la tumbona, cre� que ya hab�a acabado el reportaje fotogr�fico por ese d�a; pero
me volv� a equivocar, pues todav�a faltaba lo mejor. Carmen, nada mas privar al
perro de sus golosinas, se dio unos cuantos palmetazos en el desnudo trasero;
pues la fina tira del ba�ador desaparec�a, por completo, en el m�rbido canal que
separaba sus dos prietas nalgas, para atraer su atenci�n. En cuanto logro que
Otelo acercara su hocico a la zona deseada aparto el ba�ador a un lado,
separando sus piernas todo lo posible, para que el animal no tuviera ninguna
duda sobre cual era la h�meda gruta que deb�a saborear. Y vaya si lo hizo, por
dos veces logro que mi nieta alcanzara fuertes orgasmos, y que yo gastara tres
carretes plasmando su ardiente encuentro, con unos magn�ficos primeros planos de
su h�meda gruta, y de c�mo este la saboreo. Cuando ella, al final, se rindi�, y
se fue a la ducha, con las piernas algo temblorosas, nos dejo, a ambos, muy
satisfechos, y ansiando volver a verla desnuda.
Pero, para nuestra desgracia, nuestra querida Carmen se
marcho al d�a siguiente, para pasar un par de semanas de acampada en la monta�a,
con un grupo de amigos, y amigas, de su misma edad. Y nos dejo, a ambos, muy
tristes; esperando, ansiosos, su regreso, para as� repetir la dulce experiencia.
No crean que hablo en plural por placer, pues solo un par de d�as despu�s Otelo
me demostr�, de una forma muy clara, que tambi�n �l hab�a encontrado dulce y
delicioso el tesoro que se esconde entre las piernas de las mujeres.
Esa ma�ana, Julia y su amiga esperaron, ba��ndose en la
piscina, algo impacientes, como yo, a que la chica de la limpieza se marchara,
pues as� podr�an jugar con el animal, crey�ndose solas, un par de horas, hasta
que volviera mi nuera. En cuanto se marcho vinieron las dos picaronas hacia la
caseta del perro, ansiosas por sentir su lengua. La pelirroja, como de
costumbre, fue la primera que desnudo sus tiernos pechitos, deslizando su lindo
ba�ador hasta mas abajo del ombligo, para que Otelo fuera anim�ndose.
Pero el perro estaba mas animado ese d�a de lo que pod�an
suponer; pues, sin hacer ning�n caso a sus escasos adornos, meti� su cabezota
dentro del ba�ador, haciendo que este se le bajara, a la primera, casi hasta las
rodillas, sin ning�n problema. Estaba tan concentrado haci�ndole mis primeras
fotos al peque�o felpudo de color naranja que apenas repare en el asombro que
reflejaban las caritas de las dos ni�as.
Fue esta pasividad la que permiti� que el osado animalito
diera sus primeros leng�etazos en su cueva sin ninguna oposici�n; y, como estos
eran la mar de efectivos, fue la propia pelirroja la que separo sus piernas, en
la medida de lo posible, para que Otelo prosiguiera con su gratificante labor.
Julia, animada por los gemidos de placer de su amiga, la ayudo a despojarse del
ba�ador. Y, una vez tumbada sobre la hierba, con las piernas totalmente
separadas, se acomodo a su lado, para poder ver, casi tan bien como yo, la
pasi�n con que se entregaba el animalito a su sabrosa labor, deslizando su larga
y �spera lija por toda su intimidad.
El fuerte orgasmo que alcanzo la chiquilla, quiz�s el primero
de su vida, la obligo a proferir tales gritos que Julia le tuvo que tapar la
boca con sus manos. A la distancia que me encontraba, no pod�a o�r sus
cuchicheos, pero no tuve ninguna duda acerca de lo que le ped�a la pelirroja
cuando vi que mi nieta dejaba en libertad sus bonitos pechos, para que su golosa
amiga pudiera apoderarse de ellos, y mamar de sus lindos pezones, como si fuera
un bebe, mientras continuaba, feliz, a la b�squeda del siguiente orgasmo.
Este le vino bien pronto, y tuvo que ser igual de intenso que
el anterior, sino mayor, pues ni siquiera el adorable tap�n de carne que hab�a
dentro de su boca logro ahogar del todo los agudos alaridos que pego. La chica
demostr� ser insaciable, y aguanto, siempre chupando, y hasta mordiendo, los
pechos de mi nieta, otros tres orgasmos mas, antes de que se rindiera, por fin,
y aconsejara a su amiga que ocupara su lugar.
Julia no parec�a demasiado convencida, pero dejo que la
pelirroja le terminara de despojar del ba�ador; permiti�ndome, as�, fotografiar,
encantado, la preciosa pelusilla rubia que cubr�a su peque�o nido, y que apenas
empezaba a ocultar el divino bostezo rosado donde comenzaba su intimidad. F�cil
lo tuvo, pues, Otelo, para lamer su dulce cueva, logrando, en solo unos
instantes, que mi nieta jadeara de placer. Su amiga, en cuanto se hubo
recuperado lo suficiente, se tumbo junto al solicito animal; porque, como de
costumbre, no se quer�a conformar solo con mirar. As� que fueron sus h�biles
deditos los que, despu�s de explorar a conciencia todo lo que escond�a Julia
entre las piernas, se encargaron de separar sus p�talos de rosa, para que la
�spera lija de Otelo profundizara aun mas a fondo en su cueva virginal. El
resultado fue inmediato, y mi c�ndida nieta pronto rugi� de gozo, en mitad de un
fuerte orgasmo. La pelirroja, sabiendo que sus peque�os senos no servir�an de
gran cosa para acallar sus gemidos, sepulto con sus labios los de su amiga,
logrando as� amortiguar sus suspiros. Debi� de gustarle el beso, pues no separo
sus labios de los de ella hasta un buen rato despu�s de que Julia acabara de
gozar. Y tampoco debi� de desagradarle a mi nieta, pues acepto, complacida, la
boca de su amiga, cuando ya iba camino de otro orgasmo. Esta vez la pelirroja
tambi�n se apodero de uno de sus pechos, el cual acaricio, cari�osa, mientras
duro el beso. El segundo orgasmo de mi nieta fue tan violento y salvaje que esta
enlazo con sus piernas la cabeza del animal para que este profundizara todav�a
mas con su lengua. Esto ultimo no debi� de hacerle mucha gracia al perro, pues
seg�n alcanzo mi nieta el orgasmo, y separo las piernas, el se aparto de ellas,
no muy convencido con lo que estaba pasando. Julia, por su parte, estaba ya tan
cansada que no le importo demasiado que Otelo se marchara, y sigui�, tumbada
sobre la fresca hierba, abrazada a su amiga, hasta que recupero el resuello.
Ni que decir tiene que aproveche esos instantes para gastar
los pocos carretes de fotos que me quedaban mientras las dos peque�as
permanec�an, totalmente desnudas, reposando boca arriba sobre el c�sped, con las
piernas totalmente separadas, rezumando fluidos por sus virginales orificios,
mientras se acariciaban.
Mi amigo se volvi� loco de contento con las fotograf�as que
le lleve, asegur�ndome que har�a estupendas ampliaciones con varias de ellas. Y
no era el solo el que estaba feliz, yo estaba tan asombrado de mi buena fortuna
que casi me daba pena que mi pierna se estuviera curando. Y eso que aun faltaba
lo mejor.
Para evitar que me sorprendieran mientras hacia las fotos
sol�a cerrar mi habitaci�n con llave. Cada vez que hacia esto asomaba un
pestillo por el exterior, informando a mis familiares que el incordio permanec�a
en su cubil. Pero, al mismo tiempo, me permit�a espiar sus andanzas por la
cocina con solo apartar la llave de la cerradura. La vista no era nada del otro
mundo, pues solo alcanzaba a ver el fregadero de platos y parte de los fogones;
pero, al final, fue mas que suficiente. He de reconocer que fue por mera
casualidad que descubr� que la amplia ventana que hab�a delante del fregadero
daba luz mas que suficiente para clarear cualquier vestido veraniego que se
pusieran. Y, por ello, cada vez que o�a fregar los platos me asomaba, para ver,
al trasluz, la estupenda silueta de mi nuera, cuya espl�ndida figura me atra�a
sobremanera.
Por eso, cuando aquella ma�ana en concreto la vi bajar
vestida tan solo con un cortisimo batin de raso, blanco, que apenas bastaba para
velar el bonito camis�n de dos piezas que ocultaba debajo, me apresure a
encerrarme en mi cuarto, con la esperanza de que se pusiera a fregar la gran
cantidad de cacharros que se acumulaban en el fregadero antes de que subiera a
cambiarse de ropa; dado que al irse la peque�a Julia a jugar a casa de su picara
amiga pelirroja, nos hab�amos quedado los dos completamente solos en la casa.
Tuve aun mas suerte de la que me esperaba, pues no solo se
puso a fregar los cacharros en cuanto termino de desayunar sino que, adem�s, se
quito el batin para no mojarlo. Era una delicia ver la sombra de sus voluminosos
senos movi�ndose, en completa libertad, bajo el liviano camis�n de dos piezas
cada vez que se giraba un poco. La duda de si tampoco llevaba bragas no la pude
despejar hasta que intervino Otelo.
Este, quiz�s a�orando la presencia de sus dos peque�as
amigas, y de sus suculentos regalos, entro en la cocina, por la puerta abierta;
y, enseguida, se acerco a saludar a su ama del modo que hab�a aprendido. Fue una
verdadera pena no haber podido ver la cara que tuvo que poner mi nuera cuando el
inteligente animalito introdujo todo su hocico dentro de la amplia pernera del
corto pantaloncito de su camis�n.
Lo cierto es que no me esperaba una reacci�n como la que
tuvo; aunque, conociendo a las hijas, deb� suponer que la madre seria aun peor.
Ella, en vez de apartarlo, separo todav�a mas las piernas, para sentir mejor la
h�meda lengua que yo ve�a salir de las fauces entreabiertas del animal, a una
velocidad endiablada.
Francisca, temerosa de que yo pudiera salir de improviso, se
dio lentamente la vuelta, hasta quedar frente a mi puerta. Dejo as�, grabada a
fuego en mi mente, la sensual imagen de verla, apoyada con las dos manos en el
fregadero, y las piernas bien abiertas, para acoger la �spera lengua de Otelo.
Su cara, arrebolada de deseo, era todo un poema; con sus mejillas, coloradas y
sudorosas, mientras se mord�a los labios para que no se oyeran sus apagados
gemidos de placer. Su agitada respiraci�n hacia que sus rotundos globos se
marcaran, descarados, en el fino camis�n; donde los pezones, totalmente
endurecidos por el deseo, se dibujaban perfectamente, amenazando con rasgar la
tela. La h�meda lengua de nuestro simp�tico amigo estaba logrando que, poco a
poco, se fuera transparentando un negro bosque, muy espeso y frondoso, en la
entrepierna de mi nuera.
Los espasmos que acompa�aron al violento, y silencioso,
orgasmo fueron tan fuertes que hicieron asomar uno de sus grandes pechos, casi
por completo, a trav�s de su amplio escote.
Francisca, bastante agotada, se dejo caer de rodillas al
suelo, abraz�ndose a Otelo, no se si por cansancio o para agradecerle los
servicios prestados. El caso es que el perro parec�a no tener bastante, pues
pronto sepulto sus fauces en el generoso escote del camis�n, alcanzando
f�cilmente los gruesos pezones que all� se cobijaban. Por suerte ella decidi�
bajarse los tirantes para facilitarle la labor, por lo que pude ver en directo
como sus enormes pezones recib�an los �speros lameteos del animal mientras su
due�a suspiraba gozosa.
Aun no me hab�a repuesto de la impresi�n que me hab�a
supuesto el ver tan excitante escena cuando me di cuenta de que mi fogosa nuera
animaba, con gestos, al amoroso perro a que la siguiera mientras sub�a a su
dormitorio. Decid� que val�a la pena arriesgarse y, armado con mi c�mara de
fotos, ascend� en pos de ella.
Entre la rigidez de mi pierna, y lo despacio que sub� para
que el ruido no me delatara, cuando llegue arriba ya estaban dentro de su
habitaci�n. Pero Francisca, con las prisas, no se hab�a asegurado de cerrar con
llave la puerta; y, con paciencia y sigilo, logre abrir una peque�a rendija, por
la cual pude ver, y fotografiar, lo que all� estaba pasando. Pues mi nuera, por
fortuna, hab�a escogido arrodillarse sobre la alfombra, en vez de usar la cama;
y como esta estaba situada a un lado de la misma, frente al armario, me era
posible usar los espejos de sus puertas para fotografiar todo el acto. En las
primeras fotos solo captaba los fren�ticos empujes del animal mientras la pose�a
gozoso, enlazando sus patas delanteras en la cintura de mi nuera. Pero, en
cuanto me acostumbre a enfocar en los amplios espejos, pude sacar unos planos,
casi perfectos, del cuerpo desnudo de mi nuera. En algunas fotos logre captar,
con total nitidez, como sus enormes pechos golpeaban violentamente contra la
alfombra, llevados por el continuo vaiv�n; y, en otras, logre reflejar su cara
sudorosa, con los ojos entrecerrados, y la boca totalmente abierta en un
continuo jadeo silencioso, cuya expresi�n de lujuria, y placer, merece mejores
palabras de las que se pronunciar.
Solo comet� un grave error, y fue el de no llevar la cuenta
de las fotos que saque. As�, cuando el carrete termino, y se inicio el
rebobinado autom�tico, el ruido que produjo hizo que mi nuera abriera los ojos
como platos, y me viera reflejado en el espejo. No espere a que acabara el coito
y me marche, lo mas aprisa que me permiti� mi pierna fastidiada, a la casa de mi
amigo, donde permanec� hasta que este me dio una copia del carrete, guard�ndose
los negativos, ya bien entrada la noche. La cena, a mi regreso, fue de lo mas
incomoda, con un sinf�n de miradas de reojo por las dos partes, aunque ambos
permanecimos, como de costumbre, sin dirigirnos apenas la palabra. Finalmente me
pregunto, por lo bajo, si le iba a decir algo a mi hijo; y respiro, bastante
aliviada, cuando le asegure que no. Despu�s me pidi� las fotograf�as, y yo le
dije que solo se las dar�a si se portaba bien conmigo. Las enormes ojeras que
lucia a la ma�ana siguiente me permitieron comprender que se hab�a pasado
bastantes horas pensando en lo que deb�a hacer; y su forzada sonrisa, la primera
que le ve�a en muchos a�os, me declaraba vencedor absoluto del primer asalto.
Los primeros d�as me conformaba solo con peque�as victorias,
como que preparara las comidas que mas me gustaban o que se trajera mis
pel�culas de v�deo favoritas; pero pronto decid� que no era suficiente pago por
los negativos. En realidad fueron las perversiones de la peque�a Julia las que
me estimularon lo bastante como para atreverme a mas con su madre.
Desde que el perro la hab�a hecho alcanzar el orgasmo la
chiquilla ya no se conformaba con sentir su lengua solo en los pechos; y, a la
que pod�a, se quitaba las bragas, para repetir la incre�ble experiencia. Ahora
sol�a bajar a darle el desayuno vestida solo con un corto batin, bajo el que no
llevaba nada mas. En cuanto Otelo acababa de comer, lo obligaba a entrar en la
caseta y, arrodillada frente a la entrada, se lo habr�a de par en par. As� este
no dejaba ninguna prueba mientras saboreaba c�modamente las zonas mas sabrosas
de su cuerpecito; y ella se pod�a aferrar al tejadito, para que las convulsiones
que tenia cada vez que alcanzaba uno de sus violentos orgasmos no la tiraran al
suelo.
Yo, aunque disfrutaba horrores viendo lo bien que se lo
pasaba la chiquilla, apenas pod�a sacar una o dos fotos en condiciones, dada su
postura, por lo que decid� ver hasta donde llegaba la sumisi�n de mi nuera,
mientras aguardaba, impaciente, el regreso de mi otra nieta. As� que, esa
ma�ana, cuando la o� bajar las escaleras, dispuesta a marcharse de compras, la
intercepte en el sal�n. Llevaba puesto un precioso vestido blanco y rosa al que
solo ve�a un inconveniente, que se le marcaba demasiado el sujetador. Consegu�
que se pusiera bastante colorada cuando se lo dije; pero, afortunadamente, se
limito a quedarse r�gida cuando comenc� a soltarle los botones, con animo de
despojarla de lo que consideraba un estorbo. Por supuesto que acaricie sus
grandes globos, durante algunos minutos, con mucha delicadeza, mientras los
liberaba de su encierro. Admirando, ahora al natural, su espectacular firmeza y
volumen; as� como la extraordinaria sensibilidad de sus gruesos pezones de color
canela, que enseguida se endurecieron bajo mis �giles dedos.
Cuando, pesaroso, termine de abrochar su vestido veraniego
fui el primero, de los muchos, que ese d�a pudo admirar lo deliciosamente que se
transparentaban sus amplias aureolas oscuras en el fino tejido. Cuando mi
ardiente nuera regreso, algunas horas despu�s, aun estaba mas colorada que
cuando se fue, y la espectacular forma en que se le marcaban ahora sus dos
endurecidos pitones en la tela no me dejaban otra opci�n que pensar que ella
hab�a disfrutado con la experiencia mucho mas de lo que yo pod�a imaginar.
La mejor prueba de lo que digo esta en que no solo comi� con
nosotros vestida as�, sino en que apenas termino se marcho otra vez a la calle a
continuar con sus compras, sin que tuviera que ped�rselo esta vez.
Cuando por fin regreso, casi a la hora de la cena, yo la
estaba esperando, desde hacia bastante rato, en la puerta de su cuarto, deseoso
de volver a ver su espectacular cuerpo desnudo. Por ello se que soy el �nico de
la familia que sabe que aquella noche ella regreso con dos botones rotos en el
vestido, y sin las bragas; pues se desvisti� por completo, y en silencio, frente
a mi. No me moleste siquiera en preguntarle quien, o quienes, eran los
responsables de los espectaculares chupetones y mordiscos que empezaban a
aflorar por toda la superficie de sus p�lidos senos, ya que sabia que antes o
despu�s me lo terminar�a por contar.
Francisca, que sabia tan bien como yo que mi viejo ca��n,
vencedor de innumerables batallas, llevaba ya bastantes a�os fuera de servicio,
permiti� que mis arrugadas manos exploraran a fondo todos los rincones de su
cuerpo, sin hacerme ninguna objeci�n. As� fue como averig�e que los cuernos de
mi hijo eran ya un hecho indiscutible; pues no solo la humedad de su oscura
gruta evidenciaba que hab�a sido una tarde de lo mas divertida, sino que los
abundantes restos de semen que apelmazaban su vello pubico, y que asomaban hasta
por su entrada trasera, evidenciaban que el acto sexual hab�a sido de lo mas
completo, y reiterado.
No quise correr el riesgo de que alg�n familiar me
sorprendiera en una situaci�n tan comprometedora; as� que me marche de su
habitaci�n, lo mas sigilosamente que pude, dejando que ella se duchara a
conciencia, r�pidamente, para eliminar la mayor parte de las pruebas de lo
sucedido. Pero antes de irme aun tuve la desfachatez de ordenarle que se
vistiera con un m�nimo de ropa al d�a siguiente, cuando bajara a desayunar.
El desayuno del d�a siguiente fue memorable, pues el corto
kimono de ducha que lucia aquella ma�ana era tan reducido que en cuanto
realizaba cualquier gesto nos ense�aba, a su hija peque�a y a mi, como unos
espectadores inocentes, alguna parte del cuerpo desnudo que hab�a debajo. En
cuanto mi nietecita se fue al jard�n a dar de comer al perro su comida, y su
cuerpo, hice que Francisca se pusiera de pie a mi lado, para saborear su fresca
almeja como postre. Ella, totalmente colorada, permiti� que le demostrara que
sabe mas el diablo por viejo que por diablo, pues mi habilidosa lengua la llevo
al borde del orgasmo con relativa facilidad. Con toda intenci�n prefer�
detenerme antes de que alcanzara el cl�max. Pues, aunque sabia que la viciosa de
mi nieta tardar�a todav�a alg�n tiempo en volver a entrar decid� dejar a mi
nuera as�, insatisfecha, con la esperanza de que sus andanzas de esa ma�ana
fueran todav�a mas libidinosas que las del d�a anterior.
El motivo no era otro que el tener esperando cerca de la
puerta de la casa, desde hacia ya un rato, a mi amigo el fot�grafo, con quien
hab�a estado hablando la noche anterior por tel�fono, largamente, de lo bien que
se lo pasar�a si la espiaba durante el d�a de hoy, compartiendo conmigo despu�s
sus descubrimientos.
Francisca, en cuanto le ordene que se pusiera un vestido
sumamente fresquito, para dar un paseo, subi�, todav�a azorada, a su dormitorio;
del que bajo, un rato despu�s, lista para la acci�n. Digo esto porque la camisa
blanca de botones que llevaba no dejaba lugar a la imaginaci�n, ya que se ve�an,
con total claridad, sus magn�ficos pechos desnudos bajo la tela, con sus
deliciosos pezones bien visibles. Su minifalda, que apenas si le cubr�a medio
muslo, era de esas de mil pliegues, lo que hacia augurar que en un d�a de ligero
airecillo como el que ten�amos, serian muchos los afortunados en constatar el
rid�culo tanga transparente que llevaba por toda ropa interior. Mientras le
alzaba la minifalda para constatar estos hechos supe, por la humedad delatora
que empapaba sus braguitas, que su deseo segu�a estando insatisfecho, como yo
quer�a.
La expresi�n de felicidad que se le escapo a mi nietecita al
saber que se iba a quedar sola toda la ma�ana me hizo suponer que, por fin,
podr�a hacer unas fotos de calidad. Por eso, en cuanto nos quedamos solos, le
dije a Julia que no me encontraba del todo bien, y que me iba a volver a
acostar, hasta el mediod�a; y que procurara, por tanto, jugar con su amiga en el
jard�n, para no alborotar dentro de la casa. A la media hora ya estaban las dos
junto a la caseta de Otelo, dispuestas a disfrutar como locas de su pasatiempo
favorito.
Yo empece a sacar fotos en cuanto vi a la pelirroja
desnudarse, presurosa, para poder ayudar despu�s a mi picara nieta, mientras
empezaba ya a acariciar, sin ning�n pudor su delicioso cuerpecito; gastando,
casi de seguida, el primero de la docena larga de carretes que utilice aquella
ma�ana. Fue la peque�a pelirroja la primera en tumbarse boca arriba sobre la
hierba, abriendo sus piernas pr�cticamente del todo para mayor gloria de mi
c�mara, y provecho del animal; quien, sin dudarlo, empez� a disfrutar de su
virginal ofrenda.
Otelo deb�a de haber mejorado mucho su t�cnica ling��stica,
pues la chica mas que saborear mordisqueaba los suculentos senos que mi amable
nietecita introduc�a, alternativamente, dentro de la ansiosa boca de su amiga.
Tanto se quejo Julia de los dolorosos mordisquitos que le propinaba la pelirroja
que esta le suplico algo en voz baja.
Mi nieta, avergonzada, se neg� una y otra vez a los
requerimientos de su amiguita, hasta que los gemidos de esta alcanzaron tal
intensidad que no tuvo mas remedio que acceder a sus caprichos.
La pelirroja quer�a, ni mas ni menos, que descubrir a que
sabia aquello que tanto le gustaba a Otelo; y, en cuanto mi nieta se acomodo,
arrodill�ndose sobre su cara, introdujo su lengua, ansiosa, en la intimidad de
Julia. Deb�a de hacerlo realmente bien, pues mi nietecita se tuvo que morder su
propia mano para que no llegaran hasta mi habitaci�n los fuertes suspiros que
emit�a cada vez que la otra lam�a su inmaculada gruta.
No abandonaron esta posici�n hasta haber alcanzado un par de
orgasmos cada una, momento en el cual, derrotadas sobre el c�sped, vieron,
quiz�s por primera vez, el rosado dardo que asomaba, belicoso, en la entrepierna
del perro. Fue la picara pelirroja la que animo a mi nieta a que jugaran con tan
curioso aparato, emitiendo jocosos cuchicheos mientras lo toqueteaban. Otelo,
r�gido como una estatua, permit�a que sus manitas exploraran su afilado
estilete. No pude ver bien cual de las dos libidinosas fue la primera que se lo
llevo a los labios, pero pronto pude fotografiar como ambas se disputaban el
dudoso placer de introducirse aquel largo miembro dentro de sus boquitas. Fue a
Julia a la que le correspondi� el dudoso honor de ser la primera de mi familia
en saborear el espeso esperma de Otelo, cuando este eyaculo, abundantemente, en
el interior de su boca; pues cuando la peque�a viciosa, asombrada, se aparto, ya
la tenia llena de esencia.
Curiosamente debi� de gustarle mucho su raro sabor; ya que,
aparte de trag�rselo todo, se relami� los labios en busca de lo que hab�a
desbordado por la comisura de sus labios, mientras aconsejaba a su amiga que no
desaprovechase los �ltimos restos que aun manaban. La pelirroja, atrevida como
era, hizo caso de mi nieta, y lami�, ansiosa, su aparato, hasta convencerse de
que estaba completamente limpio. El resto de la ma�ana transcurri� de igual
forma, dejando que Otelo lamiera de una y de otra hasta que sus flujos
provocaban la erecci�n del miembro, momento en el cual las dos picaronas se
abalanzaban sobre el animal, devolvi�ndole el favor, gustosamente, hasta que
este eyaculaba de nuevo, dentro de la boquita de una de las dos; que absorb�a,
golosa, todo lo que manaba de su manguera. A media ma�ana ten�an a Otelo tan
agotado que opto por retirarse, abandonando el campo de batalla, y el jard�n,
mas satisfecho que nunca.
Las peque�as, bastante agotadas por el momento, reposaron
sobre el c�sped, totalmente desnudas, para mi c�mara, hasta recuperar sus
fuerzas. La pelirroja, viciosa como era, en cuanto se repuso lo suficiente se
dedico a acariciar, y besar, el cuerpo de mi nieta. Esta permaneci� pasiva hasta
que la boca de su amiga se adue�o, de nuevo, de su cueva; entonces, y para no
ser menos, ella hizo lo propio con la suya, realizando ambas un sesenta y nueve
de antolog�a. Fue casi al mediod�a cuando las dos fieras, ya completamente
satisfechas, decidieron darse un ba�o en la piscina, para limpiar el sudor que
perlaba sus cuerpecitos.
Mi nuera, que regreso, bastante acalorada, casi a la hora de
comer, estaba tan agotada que apenas picoteo de su plato, march�ndose a la cama
apenas termino el frugal almuerzo. Yo, que hab�a alzado su minifalda, en un
peque�o momento de intimidad, ya sabia que su p�caro tanga tambi�n hab�a
desaparecido en alg�n fogoso combate amoroso del que aun le quedaban bastantes
restos de semen, rezumando por sus orificios.
As� que aproveche que aquella tarde no le quedar�an fuerzas
para ir a ninguna parte y me fui a ver a mi amigo el fot�grafo, para entregarle
todo el material nuevo, y para saber que hab�a hecho ella esa ma�ana.
Mi amigo se mostr� tan entusiasmado con los nuevos carretes
que le llevaba como de costumbre, y me cont� que su seguimiento hab�a sido en
verdad muy breve. Pues mi nuera solo cogi� el autob�s, despu�s de usar una
cabina publica para hablar con alg�n desconocido, march�ndose casi a las afueras
de la ciudad.
All�, junto a un edificio abandonado, le esperaban tres
j�venes con bastante mala pinta. Uno de los cuales se acerco a ella y, con toda
confianza, sello sus dulces labios con los suyos, estruj�ndole los senos
mientras duraba el largo beso apasionado. Despu�s, abarc�ndola por la cintura,
la llevo hacia el interior, donde pasaron el resto de la ma�ana. Lo ultimo que
vio fue como los chicos le alzaban la minifalda al entrar, para ver su ropa
interior. No quise esperar a que me revelara las fotos y, con la informaci�n
obtenida, y algunos de los negativos de su org�a con el perro, consegu� que
Francisca me narrara lo sucedido estos dos d�as.
Por lo visto la ma�ana del d�a anterior, despu�s de haber ido
despertando el inter�s de los hombres con su escasa vestimenta, hab�a terminado
por encontrarse, en uno de los puestos del mercado, donde trabajaba con su
padre, con un joven que hab�a salido, durante una corta temporada, con su hija
Carmen; que le hab�a dejado, poco despu�s, al darse cuenta de lo golfo que era.
Pues bien, el canalla hab�a aprovechado la oportunidad para ayudar a Francisca a
llevar su compra a casa, mientras la devoraba con la mirada, como hac�an el
resto de los hombres que se cruzaban con ella. Mi nuera, a pesar de saber el
sucio inter�s que sent�a el joven por ella, desde los tiempos en que este pillo
sal�a con su hija, accedi� a que la acompa�ara.
El muy p�caro, sabedor de que no tendr�a jamas una
oportunidad mejor que la presente, aprovecho la masificaci�n del autob�s para
incrustar, y restregar, su endurecido aparato en el amplio trasero resping�n de
mi nuera. Despu�s, al percatarse de la pasividad de esta, decidi� arriesgarse
del todo. As� que hab�a estado amas�ndole los pechos por encima del vestido, con
muy poco disimulo, jugando con sus pezones hasta que ella se bajo del autob�s.
El chico, que deb�a seguir el recorrido, bastante a su pesar, le dijo que si
quer�a mas de lo mismo que volviera por el mercado, que ya se encargar�a �l de
darle lo que le hacia falta.
Como ya supondr�n Francisca, excitada, regreso esa misma
tarde, y el chico, que ni quiera la esperaba, vio el cielo abierto. Cerro el
puesto al instante e hizo que mi nuera le acompa�ara a la vieja casa abandonada
que vio mi amigo. Dentro de la casa se encontraban dos de los amigachos del
joven tomando cerveza, a los que este, generoso, invito a la org�a. Francisca,
que no hab�a pensado siquiera en tal posibilidad, se neg�, tratando de huir. Fue
en el forcejeo que se produjo mientras los tres j�venes la violaban donde perdi�
los dos botones del vestido, y le rompieron las bragas. No me quiso dar mas
detalles, pero es l�gico suponer que no se lo debi� de pasar tan mal con los
muchachos cuando volvi� a repetir la escena al d�a siguiente.
Yo me pase el resto de la tarde, y algunas horas de la noche,
pensando en como pod�a sacar provecho a esta informaci�n, ya que ve�a en estos
sucesos la oportunidad de hacerle a la soberbia de mi nieta Carmen, que estaba a
punto de regresar, las fotos comprometedoras que tanto ansiaba tener. La
soluci�n me vino a la cabeza, de pronto, al acordarme de la peque�a c�mara de
v�deo subacu�tica que tenia mi amigo en su casa, cedida por un conocido suyo,
que era buzo, para que le reparara una pieza rota. No se molesto lo mas m�nimo
cuando le despert� de madrugada para exponerle mis planes, y me aseguro que a la
ma�ana siguiente vendr�a con ella lista, para ayudarme a instalarla en la
piscina.
Al d�a siguiente solo tuve que desprenderme de uno de los
negativos comprometedores para que mi nuera accediera a ir al mercado, para
invitar a sus nuevos amigos a que pasaran la tarde con ella en la piscina; a lo
que accedieron de mil amores.
Nos costo mas de dos horas lograr meter la c�mara a trav�s de
una de las salidas de agua, para que no se viera, pues el dispositivo de
encendido por movimiento apenas si entraba. No hacia ni media hora que se hab�a
marchado mi amigo cuando o� llorar a alguien, desconsoladamente, en el jard�n.
Sal�, lo mas r�pido que pude, a ver que era lo que le pasaba a las peque�as; y
una vez junto a la caseta comprend� que era algo que tenia que pasar antes o
despu�s. La peque�a Julia, a cuatro patas sobre el c�sped, segu�a abrazada a su
amiga pelirroja, completamente desnudas las dos, mientras Otelo la penetraba
fogosamente por detr�s, aferrado a su cintura para que no se le escapara la
inocente presa, despu�s de haber roto su virginidad.
Con palabras sosegadas fui calmando poco a poco su lloro, al
tiempo que aconsejaba a su amiga que le siguiera acarici�ndole los pechos, como
hacia yo, de mil amores, para que el placer superara al dolor. La joven
pelirroja se aplico con un entusiasmo similar al m�o, y nuestras caricias
combinadas pronto lograron su objetivo; as�, cuando Otelo, por fin eyaculo, y se
sali� de su interior, mi nieta hab�a alcanzado un par de fuertes orgasmos, que
la compensaban, en parte, de la perdida de su pubertad. Despu�s de comprobar que
apenas hab�an salido unas gotas de sangre del himen perforado, y que la peque�a
se encontraba totalmente bien, ordene que se vistieran, con la satisfacci�n de
saber que ya las tenia, por completo, en mi poder. No quise desaprovechar la
oportunidad y les asegure mi silencio, a cambio de algunos favores personales.
El primero de los cuales seria entretener, aquella tarde, a
los nuevos y j�venes amigos de su madre, dentro de la piscina, entreteni�ndolos
todo lo que hiciera falta para que no salieran fuera. Francisca, al informarle
yo de la novedad, no se mostr� muy conforme, pero cambio de opini�n cuando vio
que el p�caro exnovio de su hija se presentaba con cuatro amigotes suyos, dos de
los cuales le eran completamente desconocidos.
Mi nuera, sabedora de lo que se le venia encima, los llevo,
presurosa, al jard�n, con la esperanza de que la presencia de las chiquillas
mitigara el ansia que ve�a reflejada en los ojos de todos ellos. Ella era
consciente de que el provocativo atav�o que le hab�a obligado a ponerse para
recibirlos, una simple camisa de botones atada a la cintura sobre el bikini,
solo servia para acentuar sus ganas. Por eso procuro darse prisa en salir,
porque las manos que empezaban a explorar su cuerpo mientras andaba le dec�an
bien a las claras el futuro que le esperaba como no se diera prisa. Por suerte
para Francisca fuera la esperaban ya mis dos peque�as aliadas tomando el sol,
pues ambas ten�an orden expresa de no meterse en el agua hasta que estuvieran
con sus amigos, no fuera que conectaran la c�mara antes de tiempo. Estos, debido
a la presencia de las ni�as, decidieron quedarse tambi�n en ba�ador, como mi
nuera. El diminuto bikini que llevaba les excito aun mas, convenci�ndola,
enseguida, para meterse en el agua, donde sus sucios manejos quedar�an bastante
ocultos.
Ocultos para los ojos de las dos peque�as que, acaloradas, ya
compart�an la piscina con ellos; accediendo, de mil amores, a jugar con unos
chicos tan mayores, tan simp�ticos, y que parec�an pas�rselo tan bien en su
compa��a. Pero yo tenia la esperanza de que la c�mara grabara, durante algo mas
de dos horas, todo lo que sucediera bajo las aguas; y que, a juzgar por el
barullo que ve�a desde la cocina, deb�a de ser espectacular.
Me lleve una peque�a desilusion cuando, apenas pasada una
media hora, mi nuera se sali� de la piscina y, en compa��a del exnovio de
Carmen, y de dos amigos mas, subi� a su cuarto, despu�s de secar su cuerpo, y su
escueto bikini, con una toalla.
Yo, escondido de nuevo en mi habitaci�n, solo pude ver, a
trav�s del hueco de la cerradura, como pasaban, alegres y presurosos, por la
cocina, camino del dormitorio. Eso si, Francisca llevaba ya los dos pechos al
aire, para que pudieran saborearlos a placer. Alrededor de una hora despu�s
bajaron dos de los j�venes, que enseguida estuvieron en el agua, acompa�ando a
sus dos amigos en los juegos que estos ten�an con las peque�as. Deb�an de estar
pas�ndoselo bien con ellas, pues aun tardaron un rato en hacer el relevo. Luego,
mientras pasaban por la cocina, o� como uno le comentaba al otro, entre risas,
que si las hijas eran as� de golfas estaba deseando tener a la madre. Despu�s de
pasar mas de una hora arriba con mi nuera bajaron todos, para darse un ligero
chapuz�n, y recoger a sus dos amigos.
En vista de que mi nuera no les acompa�aba sub� hasta su
alcoba, para ver que tal se encontraba. Estaba desnuda, rezumando esperma por
todos sus orificios, y totalmente agotada, despatarrada sobre una cama que
reflejaba bien a las claras la dureza del combate que all� hab�a tenido lugar.
Su trasero y sus pechos ten�an tantos hematomas que no sabia que excusa podr�a
darle a mi hijo. Apiad�ndome de ella le entregue todos los negativos que me
quedaban, menos el mas comprometedor, que lo guardaba para la jugada final.
Al bajar me asombre de que los j�venes continuaran en la
piscina con las ni�as; pero, en cuanto me vieron, se apresuraron a recoger sus
cosas, e irse. Las peque�as pilluelas, bastante coloradas, me aseguraron que se
lo hab�an pasado realmente bien, y se fueron tambi�n, a casa de la pelirroja, en
cuanto les di permiso.
Me costo bastante esfuerzo sacar la c�mara de su escondite,
pero pense que pasar�a una tarde agradable en casa de mi amigo viendo lo que
all� se hab�a grabado. Y vaya si me lo pase bien. Al principio, con tanta gente
en el agua, uno no sabia adonde mirar, hasta que apareci� mi nuera, y su
reducido bikini azul se lleno de manos. No se conformaron con amasar toda la
carne que escapaba de la prenda, y pronto vimos unos preciosos planos de sus
bellas ubres flotando en total libertad. La verdad es que apenas ve�amos su
cuerpo, pues las manos de los chicos no dejaban de ocultarnos las grandes
colinas que amasaban y estrujaban. La mejor imagen fue la que vimos cuando un
avispado le aparto la parte inferior del bikini; pues as� pudimos ver,
claramente, el oscuro bosque que albergaba la cueva donde el chico tenia metidos
los dedos. El af�n con que este tipo exploraba sus grutas debi� ser lo que
motivo que Francisca abandonara la piscina, junto con sus tres primeros amantes,
para continuar el combate en su dormitorio. Por lo que o� comentar luego a los
otros dos chicos supuse que aun faltaba algo interesante por ver, y la verdad es
que no me equivoque.
Ahora que solo quedaban cuatro personas jugando en la piscina
el agua se ve�a mas n�tida, apreci�ndose mucho mejor el enorme contraste que
hab�a entre el bikini de lacitos de la pelirroja, que apenas si tenia carne que
tapar, y el ba�ador de mi nieta, que se las ve�a y deseaba para sujetar los
globitos de Julia en su interior. Tambi�n los j�venes se hab�an percatado de los
suculentos manjares que ten�an a su alcance, y pronto se vio como algunas manos,
cautas al principio, se aferraban a ellos, mientras jugaban a las peleillas.
Al ver que ni mi osada nieta, ni su amiga, se rebelaban ante
sus manoseos, estos fueron en aumento. El bikini de la pelirroja pronto estuvo
mas tiempo quitado que puesto, pues descubrieron que se las dejaba tocar, y
besar, de mil amores. Julia tardo algo mas, pero tambi�n se encontr� con el
ba�ador enrollado en el estomago, mientras sus nuevos amigos tocaban sus
meloncitos, con total comodidad. Cuando, un buen rato despu�s, creyeron que las
ten�an a punto, empezaron a hurgar en sus entrepiernas.
Mi pobre nieta, que aun tenia fresco lo sucedido por la
ma�ana, solo les dejo ver su rosada cueva, neg�ndose en redondo a que metieran
sus dedos en ella. Al contrario que su fr�vola amiguita, que pronto se encontr�
con el bikini infantil enredado en sus rodillas, mientras las manos de su joven
gal�n exploraban todo su interior. Apenas si tuvo tiempo de lograr su prop�sito;
pues, por las prisas con que ambas se volvieron a colocar bien sus ba�adores,
supuse que acababan de ver a los chicos que ven�an a hacer el relevo. No me
equivocaba y pronto fueron cuatro los cuerpos que se enredaban con el de las dos
peque�as viciosas. Los que se iban, deseosos de que sus colegas se percataran
del chollo que ten�an, aun permanecieron unos minutos en el agua, logrando, sin
grandes esfuerzos, que ambas peque�as volvieran a quedarse con sus torsos
desnudos.
Cuando estos se marcharon los que quedaban en el agua ya no
permitieron que las peque�as se volvieran a tapar; y, aunque estaban ya bastante
desfogados, se las fueron pasando jovialmente de uno a otro, mientras las
toqueteaban a placer, hasta decidir con cual se quedaba cada uno. El mas osado
saco a la pelirroja fuera de la piscina, dejando solo sus pies, bien separados,
bajo el agua, con el bikini enroscado en uno de sus tobillos, mientras �l, bien
acomodado entre sus piernas, supongo que degustaba su dulce conejo. El otro, mas
sosegado, se dedico a disfrutar de los tiernos meloncitos de mi nieta,
acarici�ndolos, y sabore�ndolos, sin descanso. Cuando ambos hubieron recuperado
sus fuerzas decidieron que ya era hora de que las peque�as descubrieran lo que
diferencia a los hombres de las mujeres y, tras despojarse de sus ba�adores,
pusieron en sus manitas sus r�gidos r�gidos y gruesos aparatos. La pelirroja
demostr� ser bastante h�bil en los trabajos manuales, a diferencia de mi nieta,
pero las dos se dieron bastante ma�a en aprender a manejar los r�gidos bastones
que ten�an entre sus manos. Fue la pelirroja la primera en conseguir que
surgieran largos chorros de esperma de la manguera de su maestro, que flotaron
majestuosos. Mi nieta tardo algo mas, pero tambi�n obtuvo su recompensa. No
hacia mucho que hab�an terminado sus clases de anatom�a cuando bajaron todos los
chicos del dormitorio de mi nuera, deseosos de refrescarse, y de ver algo nuevo.
Esto ultimo quedo bien patente, a pesar del foll�n que liaron
al entrar todos en el agua, cuando las dos peque�as, despojadas por completo de
sus ba�adores, fueron pasando de mano en mano. Pronto hicieron una especie de
circulo, por donde iban rotando las dos chiquillas, recibiendo besos y magreos
de cada uno de ellos. Luego dejaron que mi nieta hiciera el muerto, para que un
par de ellos pudieran disfrutar a fondo de su pechuguita y de su rostro
encantador. Los otros tres, por su parte, se divert�an de lo lindo con su
amiguita; pues, mientras uno la sujetaba por el torso, deleit�ndose con todo lo
que quedaba a su alcance, al tiempo que sus colegas separaban todo cuanto pod�an
sus piernas, para masturbarla con comodidad. Dado el mont�n de manos que
actuaban a la vez, suponemos que ambos agujeritos alojaron invitados. La mejor
prueba de lo que decimos es que la ultima imagen que quedo registrada, antes de
agotarse la bater�a, fue la de la pelirroja, con el culito en pompa, mene�ndose
mientras alguien met�a un dedo, reiteradamente, en su acogedor orificio
posterior. La pena es que no se vieran los sucesos de la superficie, pues estoy
seguro de que las dos peque�as entregaron sus bocas a los desconocidos con igual
pasi�n que el resto de su cuerpo.
Carmen, conforme a lo previsto, regreso de su excursi�n
campestre al d�a siguiente, luciendo un precioso moreno, aun mas intenso del que
tenia antes. Ella segu�a exhibiendo su exuberante anatom�a de una forma
descarada, como de costumbre, usando un tipo de ropa que apenas si merece ese
nombre.
La peque�a Julia desde que fue pose�da por Otelo le hab�a
cogido un cierto respeto; y ahora, por primera vez, sol�a ponerse pantalones
cortos cuando sal�a al jard�n a darle de comer. Segu�a dejando que saboreara sus
pechos cada vez que se quedaban a solas, pero ahora era su h�bil manita la que
se introduc�a por la cremallera del pantal�n para hurgar en su h�meda almejita,
hasta alcanzar el orgasmo. Adem�s mi nuera, como castigo por haberla metido en
todo este foll�n, tampoco dejaba que el animal entrara en casa, por lo que el
pobre chucho andaba algo desesperado, loco por volver a satisfacer sus deseos
con alguna hembra de mi familia.
Por eso la llegada de Carmen le vino tan bien al simp�tico
chucho, porque volv�a a tener la posibilidad de lamer las dulces cuevas que
tanto le gustaban. La misma tarde de su llegada, despu�s de hacerle creer que me
marchaba al medico, pude ver desde mi habitaci�n como mi apetitosa nietecita
jugaba, gozosa, con el animalito, en el escondido trozo de jard�n que hab�a
frente a su caseta, justo delante de mi ventanuco.
Tambi�n Carmen deb�a de traer ganas atrasadas de la monta�a,
pues cuando el inteligente Otelo empez� a lamerle la abundante carne que se
desbordaba por su generoso escote, ella se quedo totalmente r�gida, de rodillas,
para que mi c�mara captara, con total nitidez, la facilidad con que el
inteligente perrazo alcanzo sus dos gruesos fresones, liber�ndolos en un
santiam�n del rid�culo encierro de su camisetita de tirantes.
Mi nieta, dej�ndose llevar por el placer, se tumbo sobre la
hierba, para introducir mas c�modamente una de sus manos bajo las fr�volas
braguitas que se ve�an asomar bajo la corta minifalda, y as� poder masajearse la
intimidad a conciencia. Saque unas fotos maravillosas de la fr�vola escena,
sacando unos primeros planos realmente incre�bles de los leng�etazos que el
bicho prodigaba a los morenos senos de Carmen; deslizando su �spera lengua una y
otra vez por sus gruesos pezones, hasta lograr que se endurecieran como peque�as
piedras ante su roce enervante. Pero, cuando llego hasta el fino olfato de Otelo
el perfume embriagador de los efluvios �ntimos de mi acalorada nieta, abandono
las enormes golosinas que saboreaba para dirigirse, ansioso, hacia su jugosa
entrepierna.
Por desgracia Carmen estaba bastante mas caliente de lo que
yo pod�a suponer, y cuando sinti� la �spera lengua del perro pugnando por
invadir sus zonas privadas decidi� llevar el juego hasta el final, llev�ndose a
Otelo a su habitaci�n para rematar la faena.
Esta vez no me acompa�o la suerte, ya que la espabilada joven
hab�a cerrado su cuarto con llave, por lo que me tuve que contentar con oir a
trav�s de la puerta los apasionados jadeos y gemidos que emit�a la zorrita
durante el acoplamiento. La muy cachonda no sali� de all� hasta que oy� regresar
a su madre de la compra, casi tres horas despu�s, bajando con una cara de
agotamiento, y felicidad, que solo ya sabia a que era debida.
Pero le duro poco su nuevo amante, porque mi hijo, ignorante
de lo necesario que era el animal para la felicidad de su hogar, decidi�
llevarse a Otelo a casa de un amigo, durante unos d�as, para que se apareara con
la perra que este tenia. Lo que �l no sabia es que el animal, pese a estar en la
�poca de celo, hab�a trabajado ya un mont�n de horas extras como semental, sin
tener que salir de casa, y no era probable que le quedaran muchas fuerzas para
aparearse. A mi su ausencia me vino bien, pues pensaba que hab�a llegado el
momento de sacarle a mis nietas las viciosas fotos que faltaban en mi colecci�n.
La pelirroja volvi� a convertirse en mi aliada, sin ella
saberlo. Digo esto porque al d�a siguiente, mientras aprovechaban la ausencia
del perro para limpiar a fondo su caseta, enredo a mi nieta en uno de sus
juegos. La chiquilla, haci�ndose pasar por un perrito, se adue�o de la caseta;
y, ladrando de alegr�a, se puso a lamer a su amiga como hacia Otelo. Julia,
siguiendole el juego, dejo que lamiera sus manos y sus brazos, mientras le
acariciaba la cabeza; consintiendo, incluso recibir alg�n que otro lamet�n en la
cara.
En cuanto la pelirroja meti� la cabeza bajo la camisa de mi
nieta empece a sacar fotos, pues me di cuenta de cuales eran sus intenciones.
Como ya supon�a despu�s de lamer sus pechos a conciencia se empleo a fondo con
su intimidad hasta lograr arrancarle un fuerte orgasmo. Julia no quiso ser menos
y, por primera vez pude fotografiar como mi nieta masturbaba a su amiga;
introduciendo, h�bilmente, los deditos de una mano en su almejita, mientras
hurgaba con la otra en su lindo culito, arranc�ndole fuertes gritos de placer.
Bastaron solo un par de jornadas para asegurarme de que
Carmen segu�a tomando el sol en top-les apenas se enteraba de que yo no iba a
estar en casa; pues no me hacia falta regresar de improviso, como la primera
vez, ya que tenia en Julia a una peque�a esp�a que me informaba detalladamente
acerca de los movimientos de su hermana mayor, consider�ndolo solo un juego
inocente, en el que no le importaba participar.
Francisca accedi� a invitar de nuevo a sus apasionados amigos
a la piscina, sin apenas rebelarse, a pesar de que no los hab�a vuelto a ver
desde la org�a anterior. No solo me preocupe de que la c�mara volviera a estar
instalada en su escondite, sino que consegu�, con muy poco esfuerzo, que Julia y
su amiga vigilaran que su hermana no se ba�ara antes de lo previsto, para no
poner en marcha el rodaje. Cuando se enteraron de que iban a volver por la casa
los j�venes de la otra vez se pusieron bastante nerviosas, pero las viciosas
miradas de complicidad que se dedicaron me permit�an augurar un resultado
realmente espectacular.
Como muestra les dir� que ambas aceptaron enseguida cuando
les puse como condici�n, para participar el la fiesta, que deb�an permanecer en
top-les, como su hermana mayor. Julia fue la �nica que puso pegas, pues dec�a
que hacia ya un par de a�os que solo usaba ba�adores, y que sus bikinis le
vendr�an peque�os; pero me basto recordarle lo mucho que me deb�a para que,
colorada, aceptara todas mis exigencias.
Aquella tarde memorable me marche, junto con mi nuera,
conforme lo acordado, nada mas acabar de comer, en busca de mi amigo; que
esperaba, ansioso, junto a la esquina. Solo regresamos cuando Julia nos abri� la
puerta del sal�n, asegur�ndome que su hermana mayor ya estaba en la piscina,
tomando el sol. Ella, que solo se hab�a puesto un batin para salir a abrirme, me
acompa�o hasta la cocina, desde donde comprob� que mi inocente v�ctima escuchaba
m�sica, como de costumbre, ajena a lo que le esperaba. A sus pies estaba la
peque�a pelirroja, poni�ndose crema en sus p�lidos sen
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Relato: El mejor amigo de mi familia
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