Jacinta es una de las tantas mujeres que en determinado
momento de su vida se tienen que hacer cargo de todo.
A los veinte a�os la abandon� el marido dej�ndole s�lo el
hijo de dos a�os.
Desolada, no sab�a que hacer. Era conciente que le esperaban
situaciones muy duras, pero quiz�s nada tanto como el soportar a un hombre de
muy baja cala�a, como era su, ahora ausente, marido.
M�s proclive a golpearla que a trabajar y al trago que al
afecto familiar, en un principio Jacinta lo vi� como una salida a su misera vida
pero enseguida entendi� que m�s que salida fue la entrada a una situaci�n peor
que la que viv�a.
Muy limitada no por capacidad, ya que era muy inteligente,
sino por posibilidades s�lo sab�a trabajar el campo o ocuparse de las cosas de
la casa.
Como en la ciudad no exist�a la posibilidad de trabajar la
tierra opt� por dedicarse a trabajos de dom�stica por horas.
Empez� mal, no duraba nada en los empleos que la aceptaban
con el chico, porque a poco de comenzar el due�o de casa o el hijo pretendian
que en los servicios que brindaba, se incluyeran los sexuales. Cosa entendible
porque Jacinta era una mujer muy atractiva.
Alta, morena, de belleza aindiada plena de magnetismo y con
un exhuberante cuerpo moldeado por las rudas tareas realizadas en su vida. Los
pechos hab�an tomado con la lactancia un impresionante porte que se manten�a
intacto a pesar de que el nene ya no mamaba, y sus anchas y bellas caderas no
hab�an sido alteradas por el parto.
En sus idas y venidas fue a parar a la casa de un se�or s�lo,
que necesitaba a alguien que se ocupara de mantener la casa en funcionamiento.
Jacinta estaba content�sima, el se�or era muy gentil,
tremendamente educado y adem�s le encantaba el nene al que colmaba de afecto y
regalos.
Por esas razones y tambi�n porque era tipo muy atractivo y
porque ella estaba realmente necesitada de un hombre, acept� cuando le hizo la
consabida invitaci�n a compartir su cama.
A Jacinta le gustaba naturalmente el sexo pero sus
experiencias hasta ese momento hab�an sido rayanas con la violaci�n.
Tipos necesitados de una mujer s�lo para descargar sus vergas
indiferentes a las necesidades de ella, adolescentes r�pidos como vuelo de
p�jaro y un marido agresivo que incrementaba esa agresividad cuando, totalmente
tomado, no consegu�a mantenerla dura, hab�an sido sus experiencias.
Con su patr�n, por llamarlo de alguna manera, todo era
diferente. Suave y sut�l la besaba totalmente, se deten�a en sus pechos que,
sabiamente estimulados consegu�an una brillantez especial, sobre todo los
pezones por los que a�n, sal�an chorritos de leche que �l beb�a como si fuera un
bebe inmenso.
La primera vez cuando su lengua lleg� a la vulva ella
instintivamente lo rechazo pero el firmemente insisti� hasta lograr que el
cl�toris fuera un caramelo en su boca. Jacinta, al descubrir que eso que ella
rechazaba era fuente de inmenso gozo, se entreg� totalmente retribuyendol� con
los abundantes jugos que manaban imparables de su vagina.
Jacinta tambi�n se maravill� al ver como la verga de �l, que
delicadamente le hab�a metido en la boca, aumentaba de tama�o y dureza y la beso
ardientemente, a pesar de su inexperiencia, imaginandola como instrumento de
placer clavada en su concha.
Eso fue sublime, sensaciones no sentidas hasta ese momento
hac�an que Jacinta perdiese el control una y otra vez al comp�s de un cadencioso
movimiento que la llevaba a sentir desde la puntita sola haciendo cosquillas en
su puerta hasta la integra introducci�n de esa dura barra dentro de ella.
Cuando el derram� con una interminable eyaculaci�n todo su
semen dentro de ella, Jacinta comprendi� porque eso que a ella le atra�a pero no
la satisfac�a, deb�a ser considerado un acto sumamente placentero.
En su lenguaje simple y llano exclam�:
-Se�or, ��eso si que es cogerse a una mujer!!
Continuar�
No se pierda en el pr�ximo cap�tulo el increible vuelco que
sufrira la vida de Jacinta como consecuencia de un polvo bien echado.