De mi matrimonio que duró
tres años tuvimos dos hijos, primero nació un niño,
Osyra y luego una preciosa niña que se llama Kyotto... las cosas
no fueron bien y hace más de quince años que nos separamos.
Yo me quedé con el niño y ellas se fueron a su país.
Estos dos últimos años Kyotto no pudo venir, pero mi hija
solía pasar las vacaciones con nosotros y éste verano cuando
fuimos a buscarla al aeropuerto, nos llevamos una agradable sorpresa...
al principio ni la reconocíamos, en ese tiempo su cuerpo había
cambiado completamente. Ahora es más bien alta, pelo moreno, ojos
grandes y oscuros, unos pechos que se bambolean suavemente cuando camina,
culo generoso y respingón, total... estaba hecha toda una mujer.
(Nunca hubiéramos imaginado, que pronto íbamos a tenerla
completamente desnuda entre nuestras manos). Iba vestida con una chaqueta
azul marino, una falda plisada y corta a cuadros de color gris, la camisa
blanca de manga corta con un pañuelo rojo de seda anudado al cuello
y unos calcetines que estaban de moda por allí, largos hasta medio
muslo que le sentaban de maravilla.
Como los tres estábamos de
vacaciones por la mañana íbamos a la playa, lo orgulloso
que iba yo con el tipazo de mi hija al lado. Comíamos tarde, luego
hacíamos la siesta y cuando no molestaba el sol íbamos a
tomar algo en un sitio que también se podía bailar. ¡Cómo
bailaba! ¡Cómo se movía mi niña! Yo disfrutaba
viéndola bailar con su hermano.
No había pasado ni una semana
que estaba con nosotros y un día al pasar por delante de la puerta
de su habitación, oí que se quejaba, entré y me dijo
que le dolía mucho el estomago, llamamos al medico y resultó
que la tuvieron que operar de apendicitis. La operación fue muy
bien y cuando llegó a casa la cuidamos mucho, cada tarde después
de comer nos sentábamos en su cama para hacerle compañía,
yo les contaba algunos chistes y de vez en cuando les colaba alguno verdosillo...
que les hacia reír mucho. Una de las tardes noté que con
disimulo se rascaba mucho por la entrepierna... ella se dio cuenta que
la estábamos mirando y dijo apurada...
- Al operarme me rasuraron... (señalándose
el coño) y ahora me pica mucho.
- Tengo una pomada que te iría
muy bien. ¿Quieres que te la pongamos? - le dije completamente en
broma, pero... hubo un largo silencio, nos fuimos mirando el uno al otro
sin atrevernos a decir nada y al final ella rompió el silencio diciendo...
- Sois muy buenos conmigo... ya
sé que os gustaría mucho ponerme pomada ahí... pillines...
pero me da mucha vergüenza... no sé si debería...
Muy avergonzada no pudo decir nada
más... acaricié su cara, le di un beso en la frente y le
puse la mano encima de su boca, como señal de que permaneciera en
silencio, miré a Osyra que sin decirle nada fue corriendo a buscar
la pomada y al volver como iba sólo con el bañador se le
marcaba todo el pene completamente erecto... creo que ella también
lo vio. Yo empezaba a ponerme caliente, me di cuenta realmente que en aquel
momento iba a ver y tocar el coñito de mi hija. Osyra se sentó
a mi lado escondiendo un poco el bultazo que se le marcaba en el bañador.
Ella respiraba hondo, estaba asustada, pero yo diría que aquella
situación le apetecía tanto o más que a nosotros.
Estaba tumbada boca arriba con las
piernas juntas y la cabeza encima de la mullida almohada, la habitación
daba a poniente y a esa hora los rayos de sol entraban por el ventanal
tiñendo las paredes blancas con un bonito color rojizo. Me incorporé
un poco, tenía el tubo de la crema en una mano y con la otra le
acaricié el estomago por encima de la sabana... mi mano subió
y la bajamos con la ayuda de mi hijo. Llevaba una camiseta con tirantes
bastante ajustada, que le marcaba sus abultados pezones, típico
en las adolescentes y un pantalón muy corto. Para romper un poco
el hielo y como aquel que está poniendo crema en los coñitos
de las niñas todos los días, le dije...
- Primero miraremos cómo
tienes la herida... llevas braguita... ¿verdad?
- Claro... que llevo ropa interior
y... muy bonita...
- Pues ahora la veremos... ahora
levanta un poco el culito que te sacaré estos pantalones.
Primero quise sacarle sólo
los pantalones, verla en bragas me atraía tanto o más, que
mirarla completamente desnuda. Mi hijo solo hacía que pasarse la
mano por el paquete. Los pantalones quedaron encima de la cama. ¡Estaba
preciosa! Tenía que hacer esfuerzos para mirarle la cicatriz, en
lugar de las curvas de los labios de su coño que se marcaba perfectamente
en sus finas braguitas. Es mi hija pero en aquel mismo momento y delante
de mi hijo se lo hubiera comido a besos, pero le dije...
- La herida la tienes muy bien,
dentro de unos días estará perfectamente... eres muy bonita
hija... estas hecha toda una mujer. - Le dije mientras la miraba de arriba
a bajo y pensando... ¡Qué rajita! ¡Y encima rasurada!
- Continué diciéndole. - Voy a bajarte un poco las braguitas...
cariño... no te preocupes... jamás contaremos nada de esto
a nadie, será nuestro secreto... y... creo... que... aprovechando
la ocasión... tendrías que ser generosa... y... dejar que
te las saquemos... mira como se ha puesto tu hermano - señalando
el pene tieso que se le marcaba en el bañador.
- Papaaa, me da mucha vergüenza...
creo que no deberíamos hacerlo... Es lo que fue diciendo mientras
le bajaba las braguitas...
- Solo será un momento...
eres tan bonita Kyotto... - Le iba contestando con mucha ternura.
Cuando le saqué las braguitas
se tapó el coñito con una mano, pero no opuso resistencia
cuando la aparté, ni dijo nada... cuando le abrimos las piernas
para verle bien el coño. Al principio no me atrevía ni a
ponerle las manos encima, pero los rasurados labios de su coño fueron
lo primero que toqué y con ayuda de mi hijo le fuimos esparciendo
la pomada. Le fui pasando el dedo cada vez más cerca del clítoris
hasta que le abrí bien la rajita... estaba muy mojada... tenia el
clítoris tieso y duro... parecía la punta de un pene diminuto.
Aceleró la respiración cuando vio que se lo tocaba con yema
de un dedo y que su hermano me decía mientras le tocaba el pezón
de un pecho.
- Mira papá... se le ha puesto
el pezón de punta y duro como un garbanzo.
Ella no pudo más y dijo...
- ¡Qué gusto me dais!
Ahora hace tiempo que no me masturbo... me da miedo tener un orgasmo...
con las sacudidas.... la herida de la operación está tan
tierna... podría...
- No pasará nada, tu relájate...
- Le contesté tranquilizándola y disfrutando al ver que estaba
completamente entregada a los placeres que le daban nuestras manos. No
me atrevía a pedirle que nos enseñara el culo... pero...
dije...
- Nos gustaría... que te
giraras...
- ¡Papaaa...! Por favor...
que vergüenza... ¡El culo también lo queréis ver!
- Dijo protestando pero... la ayudamos a girarse.
Su culo fue contemplado con detenimiento,
las nalgas besadas, incluso se las abrí para mirarle la estrella
plisada... que acaricié con el dedo untado de crema.
- Qué placer papaaa ¡Ohooo!
Qué delicia... no deberíamos hacer esto papá... pero
me gusta. ¡Qué manera de gozar! ¡Estoy muy excitada
papá! - Le sacamos la camiseta y completamente desnuda fue colocándose
en diferentes posturas para enseñarnos todos sus encantos y cuando
se abrió el coño para que viéramos su virginidad,
no pudo más y dijo mientras le acariciaba el clítoris...
- ¡Ohooo! ¡Papá
me corro! No puedo más... voy a correrme. ¡Ohooo!
Le puse la palma de mi mano encima
de la pequeña herida, para sujetar las contracciones que empezaban
en aquel instante y...
- ¡Ahaaa! ¡Ahaaa! ¡Me
corro, papá! ¡Ahaaa!
Se agarró a mi cuello y tensando
mucho las piernas se corrió bien corrida retorciéndose de
gusto, con una fuertes convulsiones orgásmicas, que al verlas su
hermano no pudo evitar imitarla y dándose una buenas sacudidas al
pene, no tardó nada en manchar las sabanas.
- ¡Ahaaa! ¡Ahaaa!
Ese fue el primer orgasmo que hicimos
tener a mi hija, pero no el ultimo, durante toda su convalecencia hicimos
realidad muchas de nuestras fantasías eróticas. Una tarde...
¡Fue muy excitante! Le compramos un montón de braguitas de
diferentes tipos y colores y se las fuimos probando delante del espejo
de su armario, otra vez que tenía pipí... ¡Ella no
quería! Pero... le trajimos un recipiente a la habitación
y con mucho pudor dejó que le abriera los labios del coño
e hizo una larga y cálida meada delante de nosotros. Tampoco quería
que le enjabonásemos el coño, ni otras partes intimas, pero
fue con lo que se corrió más veces y si no se corría
en aquel momento, lo hacía cuando utilizábamos el secador
eléctrico para secarle el coñito. Lo que nos ponía
más caliente era cuando jugábamos a médicos, le hacíamos
unos reconocimientos... ¡completísimos! Y cuando hacíamos
ver le que le poníamos un enema, nos lubrificábamos un dedo
y se lo metíamos dentro del culo... disfrutábamos mucho cuando
tenía los orgasmos pataleando encima de la cama, con las piernas
bien abiertas.
Una de las veces que disfruté
más con ella, fue un día que Osyra había salido y
yo esta sentado en una silla leyendo el periódico. Como el medico
le había dado el alta, Kyotto quiso salir con sus amigos, se puso
la misma ropa que llevaba el día que llegó al aeropuerto
y acercándose a mí se levantó un poco la falda por
detrás y se sentó en mi rodilla para pedirme dinero y le
pregunté.
- ¿Por qué te has
levantado la falda?
- Es la costumbre papá...
¿No te gusta?
- Claro que sí... a mí
me gusta todo lo que haces y... todo lo que tienes...
- ¿Y qué es lo que
más te gusta... pillín?
- Pues mira... lo que has puesto
encima de mi rodilla... tienes un culo... como te diría... muy acogedor...
sin desmerecer esto que tienes por aquí... - Lo dije metiendo la
mano por debajo de su corta falda, buscando la hendidura de su coño.
Mientras hablábamos iba acariciando su rajita y ella no apartaba
la vista de entremedio de mis piernas... miraba cómo me iba creciendo
el pene dentro de mis pantalones cortos, mientras me confesaba lo mucho
que le atraían los culos de los hombres...
- ¡Es en lo que me fijo primero!
- Decía alegremente.
También se interesó
por las zonas más sensibles del pene y me lo saqué para que
lo verificara personalmente, se divirtió mucho viendo cómo
me estremecía de gusto con los tocamientos que me hacía en
la mismísima punta. No se movía de mi rodilla... hablábamos
de sexo mientras nuestras manos no paraban de buscar y encontrar placer,
la tenía medio desnuda... con toda su ropa desabrochada, los pechos
fuera del sujetador, la falda subida mostrando su generoso coño...
con las negras braguitas enrolladas en la ingle.
Dándome un beso en la mejilla
también me preguntó apurada...
- ¿Es malo traaagarse el
semen?
- Nooo, soolo te puede aportar alguuuna
caloría extra. - Casi no podíamos hablar del gusto que nos
daban las caricias que nos hacíamos y muy excitado la desnudé
haciéndola poner de pie entremedio de mis piernas. No quedó
ni un solo poro por acariciar... le bajé las braguitas con la boca...
toda su ropa quedó a sus pies, menos los largos calcetines que siguieron
puestos y llenos de besos al igual que todo su cuerpo. Luego... fui yo
el que se levantó y girándome me quité los pantalones...
¡Menudo regalo le hice! Se puso calentísima frotando los pechos
por las nalgas de mi culo.
- ¿A ti también te
da gusto que te metan un dedo en el culo, papi?
Se hartó de hacerme travesuras
y tocamientos, luego... me giró... con una mano me agarró
el tieso pene y con la otra los testículos diciendo...
- ¿Seguro que no es malo
tragarse el semen?
Volví a sentarme, ella se
arrodilló encima de su ropa y me apresuré a contestar.
- Claro que no...
No dije nada más, me hizo
separar mucho las rodillas, primero besó y chupó los testículos,
luego pasaba la punta de la lengua por todo el pene, (no se atrevía
a metérselo en la boca para succionarlo) pero no tardé en
notar la calentura de sus labios, chupó... chupó con deleite...
le incliné un poco la cabeza para que pudiera meterse un buen trozo
dentro... chupó acariciándome los testículos... y
no tardé en soltar unos buenos chorros de semen, que fueron saliendo
disparados con fuertes sacudidas orgásmicas, mientras besaba su
largo pelo negro.
- ¡Ahaaa! ¡Ahaaa! ¡Ahaaa!
Tragó... los tragó
todos sin dejar ni una sola gota, le limpié los labios con su pañuelo
rojo y le pregunté...
- ¿Vendrás el próximo
año?
- No podré.
- ¿Por qué? - Dije
preocupado.
- Porque no voy a irme... papá.
Autor: Lorenz Marantha
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