Relato: El Museo (6 y final)





Relato: El Museo (6 y final)

Moli despert� de su sue�o entumecida y confusa. Ten�a fr�o
pues estaba desnuda y le dol�an sobre todo las mu�ecas y los brazos. Todo su
cuerpo colgaba ahora de las mu�ecas, y �stas se las hab�an atado a unos
grilletes que pend�an del techo. La muchacha intent� aliviar ese dolor posando
los pies en el piso, pero s�lo llegaba al suelo de puntillas as� que
dif�cilmente pod�a hacer m�s c�moda o soportable su postura. Quejarse era
imposible pues le hab�an encajado un palo de madera entre los dientes y se lo
hab�an atado a la nuca con una cuerda.


En cuanto pudo ver con claridad lo que ten�a delante, Moli se
qued� de una pieza. Unos cuantos desconocidos se encontraban en su presencia,
vest�an extra�as ropas, de la Edad Media o algo parecido y hablaban entre ellos
de cosas que ella no entend�a. Busc� a Miguel con los ojos pero hab�a
desaparecido. �Qu� hab�a pasado?, �qui�n era aquella gente?. Repentinamente
repar� en Silvia, se encontraba a su lado, colgada a unos dos metros tambi�n
desnuda y estirada con los brazos en alto como ella. La joven Silvia lloraba
quedamente con la cara escondida en uno de sus brazos, todo su cuerpo temblaba
por los sollozos. Entonces Moli vio horrorizada los peque�os regueros de sangre
sobre la blanca piel de su amiga. Aqu� y all� se ve�an las heridas que alguien
le hab�a realizado con una aguja o un punz�n por todo el cuerpo. Nuevamente Moli
mir� alarmada hacia los hombres con �nimo de decirles algo, pero no lo hizo.


Moli tambi�n se dio cuenta de que hab�a algunos cambios en la
c�mara de tortura. Enfrente de las dos j�venes hab�an colocado una mesa larga
detr�s de la cual se encontraban tres tipos sentados. Por sus vestidura parec�an
cl�rigos o as�, y uno de ellos escrib�a con una pluma de ave sobre un papel
amarillento. A los lados hab�a como seis guardias vestidos como guerreros
medievales con sus armas en la mano e inm�viles, y otros tres tipos casi
desnudos a excepci�n de un taparrabos y con un capuch�n en la cabeza que les
ocultaba el rostro. Toda la habitaci�n estaba iluminada por antorchas cuyos
tr�mulos reflejos generaban fantasmag�ricas sombras en paredes y b�vedas.


No hemos encontrado la marca, se�or�a. Dijo uno de los
encapuchados que llevaba un punz�n ensangrentado en la mano Son los trucos del
Maligno, verdugo, contest� el hombre que se encontraba en el centro de la mesa.
No importa, actuaremos de otra manera. Traed hasta aqu� a la acusada, quiero
interrogarla. Repentinamente Moli not� que �lguien le cog�a del cabello y tiraba
brutalmente de �l oblig�ndole a torcer hacia atr�s su cabeza. La otra bruja ya
ha despertado, se�or�a, dijo alguien. Moli le mir�. �Era Miguel!, estaba
disfrazado tambi�n de cl�rigo y ten�a una peque�a c�mara digital en la mano.
Repentinamente Moli record� que Miguel les hab�a prometido que ambas iban a
protagonizar una pel�cula sado. S�lo que su amiga y ella lo estaban haciendo a
la fuerza, nadie les hab�a preguntado ni pedido permiso. Decididamente el tal
Miguel se estaba pasando, pens� Moli, me las pagar� cuando me suelte.


Que siga ah� por ahora dijo el hombre desde la mesa mirando a
Moli. Seguiremos con la rubia. Tienes suerte, por ahora te libras preciosa,
Miguel sonri� y gui�� un ojo a Moli mientras enfocaba su c�mara para captar c�mo
los verdugos descolgaban a Silvia de sus ataduras. �sta estuvo a punto de caer
al suelo desfallecida, pero los verdugos la cogieron en volandas y la
arrastraron hasta la mesa del tribunal. La joven llevaba grilletes en mu�ecas y
tobillos que resonaron t�tricamente en los fr�os muros de la c�mara de tortura.


Moli miraba ahora anonadada la escena. Silvia se encontraba
ante la mesa del tribunal. La joven temblaba de fr�o y de miedo, humillada, con
la cabeza baja y sollozando, tratando de taparse in�tilmente con sus manos
encadenadas y palp�ndose sus innumerables heridas. El verdugo le hab�a herido
con un punz�n por todo su cuerpo buscando infructuosamente la marca del diablo.


Cosas de inquisidores. Desgraciadamente para las acusadas de
brujer�a, alguien hab�a escrito en el Malleus Maleficarum, el manual de caza de
brujas, que Sat�n sol�a dejar su marca sobre el cuerpo de las mujeres con las
que manten�a relaciones sexuales. Esta era invisible, pero se pod�a reconocer
pues era el �nico punto en que la mujer no podr�a sentir ning�n tipo de dolor
por mucho que la hirieran. Ya nos podemos imaginar lo que buscaba el verdugo con
el punz�n en la piel de la joven Silvia. S�lo que no hab�a encontrado nada como
demostraron los gritos de �sta pidiendo piedad mientras el verdugo le pinchaba
por todo el cuerpo.


Te encuentras ante el tribunal del Santo Oficio para
responder de los cr�menes de que has sido acusada. El hombre que estaba sentado
en el centro de la mesa habl� mientras el que estaba a su lado se puso a
escribir. �C�mo te llamas?. Silvia, susurr� ella entre sollozos. M�s alto,
hechicera, aqu� no est�s hablando con tu se�or Sat�n. �Silvia!, volvi� a repetir
ella m�s fuerte a punto de llorar. Muy bien, �tienes algo que alegar antes de
que empiece el interrogatorio?. Soy inocente, se�or. Naturalmente, eres
inocente, contest� el inquisidor para s�, sin mirarla y revolviendo unos papeles
que ten�a delante. Por favor, se�or, ten�is que creerme, volvi� a insistir
Silvia insistiendo en taparse con las manos. Pero el inquisidor no levant� los
ojos.


Entretanto Miguel grababa toda la escena. Moli observaba a su
vez, no pod�a creer lo que o�a, no cab�a duda de que aquello parec�a un proceso
de la Inquisici�n, adem�s parec�a que Silvia hab�a aceptado representar su papel
sin mayor problema.�Cu�nto tiempo m�s la mantendr�an colgada?, le dol�a todo el
cuerpo y estaba aterida de fr�o. Y sin embargo, no pod�a negar que todo aquello
le estaba poniendo a mil. Eso de estar desnuda y maniatada en presencia de todos
esos desconocidos le produc�a una mezcla de miedo y humillaci�n pero tambi�n le
excitaba mucho. �Estar�an reproduciendo aquellos locos el juicio contra las
brujas que describ�an aquellos documentos medievales que les hab�a mostrado
Miguel?.


Dime hija m�a, sigui� el inquisidor, �sabes rezar?. S�, s�,
se�or, contest� Silvia. Y sin esperar ninguna orden se puso a recitar el Padre
Nuestro. Silvia rezaba a trompicones con los ojos llorosos, mientras los
verdugos se afanaban a su alrededor acercando a ella la pir�mide puntiaguda que
Moli ya hab�a visto antes. Inevitablemente Silvia se interrumpi� mirando
horrorizada el instrumento de tortura. Vamos, �por qu� te paras?, pregunt� el
inquisidor. �Acaso tu se�or Sat�n te ha prohibido rezar?. Aterrorizada, Silvia
volvi� a empezar la oraci�n, mientras los verdugos segu�an preparando el
suplicio.


Esta vez fue el inquisidor quien le interrumpi� bruscamente.
Dime bruja, �est�s ya dispuesta a confesar tus cr�menes?. No s� de que me
habl�is, por favor, ten�is que creerme. S� que sabes de qu� te hablo. Las
esclavas del demonio hab�is sido entrenadas para esto. S� que lo negar�s todo.
Satan�s habla por tu boca y te impide decir la verdad, pero no importa. Silvia
hizo adem�n de hablar, pero el cl�rigo le hizo un gesto de que se callara.
Silencio, yo estoy aqu� para liberar tu alma de la condenaci�n eterna aunque
para ello haya que recurrir a m�todos... �c�mo dir�a?... s� m�todos dolorosos.
Estas �ltimas palabras las dijo con un tono cruel, mientras su polla de s�dico
se endurec�a bajo la toga. Vamos, �vas a confesar?. Silvia contest� sollozando,
completamente desesperada. Es que no s� de qu� me habl�is, no s� qu� tengo que
decir. El inquisidor se empez� a impacientar. Mira muchacha, dijo �l se�alando
con el dedo la cama de Judas. Si no hablas ahora ser� mucho peor, los verdugos
se encargaran de sacarte la verdad con eso. �Acaso es lo que quieres?. Silvia no
contest�, mir� otra vez el instrumento de tortura y se puso a llorar pidiendo
piedad desesperada de rodillas en el suelo. Muy bien, bruja, t� lo has querido,
�verdugo!.


Los verdugos no necesitaron m�s indicaciones, se acercaron a
Silvia y le quitaron los grilletes, s�lo para ponerle un cepo de madera que
aprisionara a un tiempo el cuello y las mu�ecas. Silvia se ve�a as� obligada a
mantener las manos levantadas a ambos lados de su cara y aprisionadas por el
madero. Lo siguiente fue enganchar el cepo a unas cadenas que colgaban del
techo. Silvia era incapaz de reaccionar, muerta de terror mientras la ataban y
restring�an sus movimientos. Arriba, orden� un verdugo, y los otros dos tiraron
de las cadenas con toda su fuerza oblig�ndola a incorporarse y levantando a la
joven en vilo. Silvia empez� a gritar y patalear cuando levantaron su cuerpo del
suelo. Cuando la elevaron lo suficiente acercaron la cama de Judas, es decir, la
pir�mide, y la colocaron justo debajo de ella. Al ver el puntiagudo instrumento
bajo sus piernas Silvia se puso a gritar hist�rica y a retorcerse en el aire,
pero pronto le cogieron dos verdugos de las piernas, mientras el otro iba
bajando a la joven poco a poco. A pesar de la resistencia de ella y de sus
s�plicas de piedad, los verdugos actuaron con diligencia y acercaron su
entrepierna a la punta de la pir�mide. Justo a unos cent�metros de que el ano de
la muchacha se encajara en la pir�mide los verdugos pararon y miraron
expectantes hacia el tribunal.


Por �ltima vez, dijo el inquisidor, confiesa. Piedad, se�or,
os lo suplico, misericordia, gritaba Silvia. El inquisidor hizo entonces un
gesto al verdugo y el cuerpo de la acusada cay� de golpe incrust�ndose contra la
punta de la pir�mide. La pobre muchacha lanz� un espeluznante alarido largo e
intenso que termin� en un sollozo desesperado. Moli no pod�a creer lo que ve�a.
El coraz�n le lat�a a gran velocidad y empez� a sudar de miedo. No, aquello no
pod�a ser cierto, no era un simulacro, a Silvia la estaban torturando de verdad.
�T� lo has querido bruja!, dijo el inquisidor. Colocadle los pesos. Los verdugos
le colocaron entonces unos pesos de plomo en los tobillos de manera que ella
qued� encajada en el infernal instrumento de tortura gritando y llorando. Silvia
ten�a el rostro desencajado de dolor, completamente enrojecido y surcado de
l�grimas. Respiraba entrecortadamente en intensas bocanadas interrumpidas por
los lloros y toses. Todo su cuerpo brillaba de la transpiraci�n y un reguero de
sangre algo m�s generoso que los anteriores se empez� a deslizar entre sus
muslos.


�Confesar�s ahora bruja?, le grit� el inquisidor. Silvia
apenas ten�a fuerza para hablar pero hizo un esfuerzo. Bajadme, os lo suplico,
me duele mucho, por favor. Confiesa y aliviaremos tu sufrimiento, muchacha. Es
que no s� qu� tengo que confesar, dec�dmelo, os lo ruego. El inquisidor sonri�.
�Crees que no s� lo que intentas, Sat�n?. Hablas por la voz de esta pecadora
haci�ndola pasar por inocente, pero la Santa Iglesia tiene sus m�todos. Azotadla
hasta que hable, vamos. Uno de los verdugos cogi� entonces un largo l�tigo de
cuero enrollado y acerc�ndose a Silvia le amenaz� con �l, �sta pidi� piedad
mirando el l�tigo y negando con la cabeza.


Entonces el verdugo se alej� unos metros y desenrroll� el
l�tigo de un violento gesto chasque�ndolo contra el suelo. Encaramada en la cama
de Judas Silvia mir� el l�tigo muerta de terror y volvi� a redoblar sus gritos
de piedad, pero nada pudo impedir el castigo, el l�tigo silb� en el aire e
impact� sonoramente contra su espalda enroll�ndose sobre su cuerpo. Silvia grit�
y se agit� sobre s� misma volviendo a herirse el ano contra la punta del
ingenio. Un segundo latigazo le dio otra vez de lleno un poco m�s arriba que el
anterior y de rebote le ara�� los pechos arrancando nuevos gritos lastimeros
mezclados con peticiones de piedad. Sin embargo, el l�tigo no par� y continu�
hiriendo su cuerpo, dejando unas marcas rojizas que contrastaban con la blanca
piel de la muchacha. Al quinto latigazo Silvia hab�a perdido ya el control de s�
misma y agitaba su cuerpo indefenso hacia todos los lados hiri�ndose ella misma
la entrepierna una y otra vez mientras el incansable verdugo segu�a flagel�ndola
a placer.


Miguel continuaba grabando como si tal cosa. Moli, por su
parte pensaba que aquello no pod�a ser cierto, sin embargo lo era. Pens�
entonces en lo que hab�a o�do tantas veces pero que nunca hab�a cre�do posible:
esa leyenda urbana de las snuff movies, pel�culas en las que j�venes como ellas
eran secuestradas, violadas y torturadas hasta la muerte. La pobre Moli se orin�
encima s�lo de pensar en lo que le esperaba y se puso a gritar de terror tras su
mordaza, pero poco pod�a hacer para atraer la atenci�n de los que hab�a all�,
m�s interesados en el suplicio de Silvia.


El l�tigo siseaba siniestramente en la c�mara de tortura
estrell�ndose contra el cuerpo de la joven y obteniendo como respuesta los
gritos de ella y sus s�plicas de clemencia. Parad, hablar�, por favor, hablar�,
grit� Silvia entre sollozos. Inmediatamente el inquisidor hizo un gesto y el
verdugo dej� de azotarla. Silvia se puso a llorar desconsoladamente.
�Confesar�s?, dijo el Inquisidor. Silvia no contest� sino que sigui� llorando.
Vamos, confiesa, �acaso quieres que sigan azot�ndote?. Silvia neg� con la
cabeza. Se�or, dijo entre l�grimas, confieso que soy culpable. No juegues
conmigo, di exactamente de qu� eres culpable. Se�or, me acost� con ella. �Con
qui�n?. Con Moli. �Hiciste el amor con esa mujer?, dijo el inquisidor triunfante
se�alando a Moli. Silvia afirm� con la cabeza sin dejar de llorar. Apunta
escribano, por fin o�mos alguna verdad. Contin�a bruja, �hicisteis el amor con
el maligno tu amiga y t�?. S�, volvi� a decir Silvia dispuesta a confesar lo que
fuera con tal de librarse de la tortura. O sea que sois las putas de Satan�s. �Y
qu� m�s?. No s�, ya os he dicho lo que quer�ais, qu� m�s quer�is de m�?. Lo
sabes muy bien, quiero que me digas c�mo invocasteis al pr�ncipe de las
tinieblas. No, no lo s�, simplemente le llamamos. Mientes, dime la verdad o los
verdugos seguir�n aplic�ndote tormento. No, por favor, eso no, decidme qu� debo
confesar, os lo suplico. �Terca adoradora del diablo!. �Intentas confundirme?.
Verdugo, prepara los hierros, eso desatar� su lengua.


Uno de los verdugos cogi� varios instrumentos de hierro y los
introdujo en un brasero para que se fueran poniendo al rojo. Entre ellos se
encontraban las temidas garras de las brujas, las tenazas puntiagudas con las
que Miguel hab�a acariciado los pechos de Silvia.. Las pobres muchachas miraban
ahora el brasero hipnotizadas. Los hierros crepitaban entre el carb�n
incandescente e iban adquiriendo un color entre rojo y amarillento. No ser�n
capaces de algo tan horrible, pens� Moli a la que las gotas de sudor le ca�an
por el cuerpo. El cuerpo de Silvia, herido ahora por el l�tigo brillaba cubierto
de su propia transpiraci�n y el coraz�n le palpitaba en el pecho tan fuerte y
tan r�pido que a la joven le parec�a que le iba a estallar. Nuevamente volvi� a
rogar al inquisidor que le dijera lo que ten�a que confesar, pero �ste se limit�
a seguir escudri�ando sus papeles. �Est�s ya preparado, verdugo?. Uno de los
verdugos sac� las tenazas del brasero y las levant� en el aire comprobando que
las puntas estaban de color rojo. S� se�or�a, dijo el verdugo, y acerc� los
hierros candentes hasta la condenada manteni�ndolos a pocos cent�metros de su
piel. Silvia gritaba y lloraba hist�rica pues ya notaba el intenso calor de las
garras incandescentes sobre el cuerpo.


No, Dios, no, confesar� lo que sea, firmar� lo que quer�is,
pero esto no, os lo suplico.. Confiesa o si no mandar� al verdugo que te queme
la piel, vamos es tu �ltima oportunidad. S�, s� hablar�, hablar�. Silvia no tuvo
m�s remedio que inventar llorando hist�rica.... Cogimos un gato negro y un gallo
y los matamos....nos bebimos su sangre...entonces nos desnudamos frente a una
hoguera invocando a Sat�n y �ste apareci� en forma de macho cabr�o....y
follamos, follamos con �l una y otra vez..... �Mientes!, grit� el inquisidor. Os
lo juro, es la verdad, gritaba Silvia sin apartar los ojos de los temibles
hierros candentes. H�ncale las garras en el pecho, verdugo. Este obedeci�, abri�
las tenazas y finalmente le clav� las garras en uno de los pechos con un gesto
de indescriptible sadismo. Moli apart� el rostro y cerr� los ojos, pero no pudo
evitar o�r un horrible siseo del hierro caliente contra la piel y el
espeluznante alarido de su compa�era. Silvia grit� como una condenada con un
grito largo y desesperado que no parec�a de persona. Sin embargo, tras unos
segundos todo acab�.


Moli abri� los ojos y vio a Silvia desmayada con la cabeza
ca�da sobre el cepo. �Ha muerto?, pregunt� el inquisidor. El verdugo la examin�
y neg� con la cabeza. S�lo ha perdido el sentido se�or�a, pero no creo que
podamos seguir interrog�ndola por el momento. No importa, contest� el
inquisidor, tenemos a la otra y se�al� a Moli para desesperaci�n de �sta.


Los verdugos fueron esta vez a buscar a Moli y tambi�n la
desataron de sus cadenas. Moli luch� y pele� con todas sus fuerzas resisti�ndose
como pudo a los verdugos, pero igualmente fue arrastrada hasta la mesa del
tribunal a la fuerza. �Fuera la mordaza!, orden� el Inquisidor. Los verdugos lo
hicieron y soltaron a la joven. �sta se qued� quieta mirando fijamente al
inquisidor, jadeaba por la lucha y su cuerpo brillaba por la transpiraci�n a la
luz de las antorchas. �Es que est�is todos locos?, grit� Moli con l�grimas en
los ojos. Silencio, bruja y contesta s�lo cuando se te pregunte. No, no
participar� en esta farsa, sois unos sic�patas asesinos y t� Miguel el primero,
nos has traicionado hijoputa, os vais a arrepentir de esto. Moli protestaba,
indignada, pero tambi�n desesperada ante las salvajadas que le hab�an hecho a
Silvia, sin embargo, de repente enmudeci� cuando not� el cuchillo en su
garganta.


Era Miguel que le susurr� al o�do. A�n no sabes las "cosas"
que podemos hacerte. Coopera o ser� mucho peor. Eso atemoriz� a la joven que se
limit� a asentir con la cabeza. No temas, hija m�a, dijo hip�critamente el
inquisidor. Sabemos que tu alma est� pose�da y por eso hablas as�, sin embargo
el Santo Oficio conseguir� tu salvaci�n....el inquisidor sonri� cruelmente,....
por supuesto tras una dolorosa purificaci�n de tu cuerpo. Moli entendi�
perfectamente la cruel indirecta y volvi� a gritar y sublevarse. No, por favor,
tened piedad, no lo hag�is. Dime entonces c�mo invocabais al Diablo. Moli sab�a
que era in�til inventar nada. No lo s�, esto no tiene sentido. Entonces
retrocedi� unos pasos y dijo desafiante. Hay mucha gente que sabe que estamos
aqu� y si no aparecemos vivas el lunes vendr�n a buscarnos con la polic�a. Por
supuesto eso era mentira, nadie sab�a que las dos j�venes hab�an ido al castillo
de Miguel, y tras esa pasajera muestra de valor Moli se ech� a llorar, pues
sab�a que cualquier resistencia era in�til.


Veo que persistes en decir cosas sin sentido. �Acaso no has
visto lo que le hemos hecho a tu amiga?, no creas que vas a tener tanta suerte
como ella, a ti te vamos a torturar despacio y con m�s cuidado, no perder�s el
sentido tan f�cilmente. No, grit� Moli muerta de miedo, y entonces intent�
escapar corriendo hacia la puerta. Fue un intento in�til pues los verdugos se
abalanzaron sobre ella y la sujetaron con fuerza. Muy bien, dijo el inquisidor,
acostadla en el potro, vamos a estirar a esta perra hasta que diga toda la
verdad. Hizo falta que dos verdugos y otros dos guardias se emplearan a fondo
para arrastrar a la joven hasta el potro de tortura.


La pobre Moli se debat�a y pataleaba entre gritos e insultos
hacia sus captores, sin embargo, estos �ltimos consiguieron acostarla sobre la
tabla del potro y la ataron diligentemente con las piernas bien abiertas y los
brazos estirados tras su cabeza. Una vez maniatada dos verdugos cogieron los
mandos de las ruedas del potro y se dispusieron a tensarlo. Un siniestro crujido
y el ruido met�lico y r�tmico del engranaje del freno anunciaron que la rueda se
mov�a quejumbrosamente y poco a poco los brazos de Moli se fueron estirando y su
cuerpo se levant� de la tabla mientras ella no dejaba de suplicar piedad entre
sollozos y gritos desesperados. Pronto �stos se convirtieron en alaridos de
dolor cuando las articulaciones de la joven se empezaron a abrir y ahuecar entre
s� tensionadas por las cadenas del potro. Socorro, gritaba la joven, mis brazos,
me los vais a romper parad. Efectivamente los brazos de Moli se estiraron y los
hombros empezaron a deformarse.


Esperad, dijo el inquisidor con un gesto. Hemos dicho que
vamos a ir despacio. Los verdugos aflojaron las ruedas del potro y el cuerpo de
Moli volvi� a descansar sobre la tabla de �ste. El inquisidor se acerc� hasta
ella y la mir� con deseo mal disimulado. El delgado cuerpo de Moli parec�a ahora
m�s esbelto al estar estirada sobre el madero. Sus peque�os pechos apenas
sobresal�an del torso marcado por las costillas. Moli brillaba de transpiraci�n
y respiraba agitada y exhausta, hinchando y deshinchando su pecho como un
fuelle.


El inquisidor le mir� a los bellos ojos humedecidos por las
l�grimas. Piedad, dijo ella sollozando, no me tortur�is m�s, por favor, har� lo
que quer�is. El inquisidor sonri� cruelmente y por toda respuesta le cogi� uno
de los pezones y se puso a pellizcarlo y jugar con �l. Acto seguido le puso la
otra mano en la entrepierna y se puso a acariciarle los labios de la vulva,
disfrutando del tacto sedoso y suave de su co�o. Al cl�rigo se le puso la polla
como una estaca y sigui� masturbando a la joven. Siempre me he preguntado c�mo
ser�a hacer el amor con una sierva del diablo, dijo el inquisidor a sus
verdugos. Moli le miraba fijamente balbuceando que la dejara. Sin embargo,
pronto le traicionaron sus reacciones y echando la cabeza hacia atr�s se puso a
gemir con los ojos cerrados y la boca entreabierta. Estaba tan excitada que no
pod�a controlar las reacciones de su cuerpo y el inquisidor la acariciaba como
un experto as� que ella dejaba que le fuera llegando el orgasmo sin resistencia.


Dado que Moli tern�a las piernas muy abiertas, el inquisidor
pod�a mover sus dedos con toda libertad entre los pliegues y cavidades del sexo
de ella. Esta bruja est� muy mojada, dijo, �qu� mayor prueba podemos encontrar
del poder del demonio de que en medio del tormento esta puta experimente
placer?. Vamos verdugo trae tus instrumentos hasta aqu�. Esto hizo a Moli abrir
los ojos y levantar la cabeza. Dos verdugos acercaron el brasero hasta el
lateral del potro, mientras otro dejaba sobre la tabla a pocos cent�metros de la
piel de Moli algunos de sus "juguetes": un peine de puas afiladas, unas tenazas
y la pera vaginal.


No, tened piedad de m� se�or, dijo ella. El inquisidor dej�
de masturbar entonces a Moli y cogiendo la pera vaginal se la ense�� a la
acusada. Creo que ya sabes c�mo funciona esto, le dijo sonriendo mientras
accionaba el tornillo de la pera adelante y atr�s. Moli neg� con la cabeza
desesperada mientras el inquisidor acercaba la pera hacia su propio co�o.
Repentinamente la joven not� el tacto fr�o del metal contra su piel. Estaba tan
h�meda que al inquisidor no le cost� mucho introducirle lentamente esa especie
de falo met�lico casi hasta la empu�adura provocando un gemido en la joven. Moli
sent�a ese objeto en sus entra�as, era bastante grueso y largo as� que
pr�cticamente le llenaba toda la vagina. El inquisidor se puso a moverlo
gir�ndolo sobre s� mismo y movi�ndolo lentamente adentro y afuera.
Involuntariamente Moli empez� a gemir otra vez de placer, sobre todo porque la
lubricaci�n permit�a que el objeto se moviera libremente.


El inquisidor sonre�a observando c�mo se excitaba su v�ctima,
pues Moli ten�a su cl�toris completamente tieso y respiraba profunda y
acompasadamente. Confiesa tus cr�menes bruja de Sat�n , oy� Moli en la lejan�a.
La joven ya no ve�a a sus verdugos, sino que solamente notaba c�mo la pera
vaginal la penetraba una y otra vez. Moli cerr� los ojos, es como si ya no
estuviera all� en aquel s�rdido lugar. En un momento dado, la pera fue creciendo
y ensanch�ndose en el interior de su entrepierna. Moli o�a las �rdenes del
inquisidor de que continuaran tortur�ndola como si �ste hablara desde muy lejos.
Ella permanec�a con los ojos cerrados mientras sus brazos y hombros volv�an a
tensarse y garras de hierro y tenazas ara�aban su piel y pinzaban sus pechos.
Todo aquello deb�a ser muy doloroso, pero ella ya no sab�a si era dolor o placer
lo que sent�a. Habla, puerca de Satan�s, habla o calentaremos la pera, volvi� a
decir el inquisidor. Y efectivamente en pocos segundos la pera empez� a
calentarse dentro de la vagina, pues le hab�an aplicado tenazas candentes. Moli
se puso a gritar y bramar, el dolor de ese tormento deb�a ser espantoso, y, de
hecho, su entrepierna comenz� a calentarse lentamente, cada vez m�s caliente,
cada vez m�s intenso. Habla, habla, o�a cada vez m�s apagado mientras el co�o y
todas sus extra�as le quemaban. Y de pronto todo explot� y una inmensa hola de
placer inund� todo su ser, mientras ella se retorc�a sobre s� misma, una y otra
vez.


Moli, Moli, le dec�a una voz de mujer en la lejan�a, y al
abrir los ojos vio borrosamente el rostro de Silvia. �Qu�, qu� pasa?, dijo Moli
completamente desorientada. Silvia se ri�, nada, que parece que has tenido un
sue�o muy interesante. Moli volvi� a mirarla sin entender. Silvia parec�a haber
salido del cuarto de ba�o en ese instante, pues ten�a el pelo mojado y se estaba
secando con una toalla. Acto seguido se mir� a s� misma. Moli estaba desnuda, en
su cama, con las s�banas revueltas y cubierta de sudor, se hab�a ara�ado el
cuerpo en diferentes sitios y se deb�a haber retorcido los pezones pues le
dol�an un poco.


No, no entiendo dijo ella incorpor�ndose. Has debido tener
una pesadilla, aunque no parec�a que lo estuvieras pasando tan mal a juzgar por
tus gritos y convulsiones. Moli se sent�a ahora aliviada , todo hab�a sido un
sue�o, y sin embargo, el alivio dio paso inmediatamente a la decepci�n. De
pronto sinti� que le gustar�a no haber despertado. Ha sido algo muy raro, dijo
Moli, est�bamos t� y yo en una c�mara de tortura y unos t�os estaban haciendo
una snuff movie con nosotras. �Era horrible!, bueno....., en realidad no, y Moli
se cogi� las rodillas con los brazos un poco avergonzada de confesar su sue�o a
su amiga.


Eso te pasa por esas lecturas pervertidas a las que eres tan
aficionada , y dici�ndole esto, Silvia le tir� un libro a la cama. Moli ley� el
t�tulo: La caza de brujas. Las torturas de la Santa Inquisici�n. La joven cogi�
el libro y se medio sonri� al entender mejor su sue�o. Entretanto Silvia se
hab�a puesto uno de esos vestidos sexys que ten�a. Convendr�a que te dieras
prisa, dijo. �Por qu�?, �a d�nde vamos?. �Ya no te acuerdas?, me parece que ayer
bebiste un poco m�s de la cuenta en la disco. Hemos quedado con aquel t�o bueno
de ayer. Moli puso cara de no entender.


Ya sabes, �se que estaba forrado. Qued� en ense�arnos su
castillo. �Qu�?, pregunt� Moli alarmada. �Es que no te acuerdas de nada?. Se
llama Miguel y est� para com�rselo, yo pienso tir�rmelo si se deja, dijo Silvia.
Moli estuvo a punto de advertir a su amiga, pero, �advertirla de qu�?. �Quieres
darte prisa?, le volvi� a insistir Silvia, y Moli se levant� y fue al ba�o, se
duch� y tras vestirse con su mono de l�tex se fue con su amiga hacia el castillo
de Miguel. Moli no pudo evitar excitarse mientras el coche se acercaba al
castillo, pues en su interior abrigaba una secreta esperanza.


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Relato: El Museo (6 y final)
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