La historia transcurre efectivamente durante la celebraci�n
de dicho evento y concretamente, durante la prueba de triple salto, donde la
campeona de la antigua Alemania Democr�tica, se jugaba el oro, ante las
representantes como contrincantes de varios pa�ses de la orbita capitalista,
como la RFA o los EEUU.
Tras una mala jornada de saltos y ya en la final, la campeona
Catherina Kholer, de 22 a�os, est� pendiente de su �ltimo salto. Despu�s de los
anteriores, est� cuarta y por tanto sin medalla para su pa�s. La tensi�n se
marcaba en el ambiente y su respiraci�n se entrecortaba a medida que la llegaba
su turno para iniciar su �ltimo salto.
Si fracasa, todo su naci�n se sentir� decepcionada y m�s si
cabe, teme las repercusiones que en su propia persona puedan ocurrirla ante la
reacci�n de las autoridades comunistas de su pa�s. A�n as�, ten�a en mente la
bella saltadora alemana el pedir asilo pol�tico en una embajada occidental si se
ve�a en apuros.
Como era l�gico, su mente estaba m�s puesta en las
repercusiones de su posible fracaso que en el salto en s� y como era de esperar,
la espigada rubia saltadora inici� la carrera sin muchas convicciones de �xito y
a la hora llegar a la tabla antes del salto realiz� un nulo, que para la postre
era el �ltimo salto y se quedaba sin medalla. El mundo se le vino a bajo y no
pudo contener las lagrimas.
Una compa�era de equipo, as� como la integrante del equipo
sueco la fue a consolar. De reojo y entre l�grimas, mir� hacia su entrenadora en
busca de consuelo. Esta la devolvi� una mirada airada, pues no solo Chaterina se
la jugaba, sino tambi�n ella como entrenadora. Cogi� la bolsa de deporte, meti�
su chandal en �l y cabizbaja se dirigi� hacia el vestuario, seguida de su
compa�era y de la entrenadora.
Al atravesar la puerta del vestuario y ante la mirada at�nita
de otras atletas de diferentes pa�ses, su entrenadora, la arisca freulen Smich,
la propin� una sonora bofetada que la hizo volver la cara del impacto. La atleta
comenz� a sangrar del labio. Smich la empez� a reprochar su ineptitud ante la
hora de batir la tabla y sin mediar palabra comenz� a insultarla y humillarla de
palabra, ech�ndola la culpa de lo que a ella pudiera pasarla con los dirigentes
de la federaci�n alemana oriental de atletismo.
Catherina se intento disculpar entre hipos, pero no
articulaba palabra, aunque poco importaba.
Freulen Smich, una morenaza de metro ochenta y de tez no muy
agraciada, la dijo que iba a sentir lo que hab�a hecho y ni corta ni perezosa,
la asi� por el brazo, la llevo hasta uno de los bancos de madera del gimnasio,
donde se sent� y coloco de un tir�n a la atleta fracasada tumbada sobre sus
rodillas.
Catherina ya se imaginaba lo que iba a suceder, pues ya hab�a
probado la misma medicina en otras ocasiones, pero cuando era ni�a. La
entrenadora la bajo los peque�os shorts de color blanco y sudados, dej�ndola ver
una bragas del mismo color aun m�s sudadas. Se remango la camiseta y con todo el
alma le descargo el primer azote.
La gente miraba incr�dula, pero no se atrev�an a decirla
nada. La atleta emito un apagado gritito, el cual se fue convirtiendo en unos
chillidos m�s penetrantes a medida que la azotaina sub�a en intensidad. Aun
protegida por sus braguitas, la azotaina resulta terrible, pues su entrenadora
se ensa�aba con ella con toda su alma. A medida que ca�a cada azote, esta la
insultaba con mucha rabia. Catherina rompi� a llorar ya sin desconsuelo,
mientras que una y otra vez la mano de Freulen Smich ca�a sobre sus nalgas. Unas
nalgas bien firmes y redondeadas gracias al entrenamiento de varios a�os.
La mano no dejaba de caer sobre el pobre culo alem�n de la
bella saltadora y esta lloraba con m�s ganas. La parte del trasero que se dejaba
ver al tener la ropa interior aun puesta, se percib�a de un color rojo
brillante, gracias a la acci�n en toda regla de la contrariada y enfadada
entrenadora.
La azotaina se prolongo durante un buen rato. Una y otra vez
el trasero de Catherina se sobresalta ante cada impacto de la mano de la
freulen. Sin descanso y sobre cada nalga, una y otra vez.
Cuando acabo la misma, no fue por ganas de freulen de parar,
sino por que ya la dol�a la mano. Las lagrimas bajaban a raudales por la nariz
de la atleta, formando un peque�o charco justo debajo de ella.
Pero no acabo todo all�. Freulen Smich pidi� a la otra atleta
alemana que mojara una toalla con el agua de la ducha y que se la trajera
rapidito. A su vez, levanto en volandas a su victima y de un tir�n la bajo las
bragas hasta los tobillos y en esa posici�n incomoda para andar la obligo a
dirigiese hacia la ducha y poner las manos contra la pared, como un caco
sorprendido por la polic�a robando, para cachearle.
A medida que se dirig�a al lugar del futuro castigo, llor�
con m�s fuerza y la suplic� que lo dejar� por hoy, a lo cual est� la contesto en
un perfecto taco alem�n y la advirti� que como volviera a hablar la quitar� la
camisa de deporte y la desnudar�a en publico.
Dicho esto, Catherina call� y se preparo para recibir el
castigo. La tambi�n avergonzada atleta y compa�era de Catherina la dio la toalla
mojada a su entrenadora. Esta la cogi� por un extremo y comenz� a sacudirla unos
buenos trallazos sobre su culo indefenso, que ya de por si estaba
suficientemente castigado.
El trasero de Catherina saltaba a medida que la toalla mojada
la her�a. En su culo saltaron a flor de piel las primeras marcas rojas.
Catherina esta vez si que grito de verdad. Las lagrimas ca�an a raudales y se
confundan con el agua estancada de la ducha.
Ante el cariz que tomaban los acontecimientos, Freulen Smich
opto por parar el castigo, ya que el vestuario se estaba llenando de gente y no
deseaba que ning�n miembro del comit� organizador de los juegos presenciara lo
que all� ocurr�a.
As� pues la ordeno que se desnudara del todo y se pegara una
buena ducha y la recomend� que se frotar� bien el trasero, a lo cual esta
obedeci� de inmediato, entre lagrimas.
Lo cierto es que Freulen hubiera preferido infringir el
castigo en otra parte y no ante tanto curioso, pero su indignaci�n fue superior
al sentido com�n.
Sab�a que el castigo hab�a sido duro, pero pensar que esa
misma noche tendr�a que rendir cuentas ante la jefa de la delegaci�n de su pa�s,
la pon�a aun m�s furiosa, pero esa historia ser� narrada en un pr�ximo capitulo.