Relato: Ama y esclavo



Relato: Ama y esclavo

Cuando regres� de Francia, tras casi tres a�os en un colegio
para se�oritas, aprendiendo modales y saber estar en sociedad, volv�a
ilusionad�sima. Cierto que lo hab�a pasado bien esos tres a�os, con muchachas de
mi edad, en un ambiente distinto al que conoc�a, muy refinado, pero echaba de
menos mi hogar, ard�a en deseos de regresar a casa, a la enorme plantaci�n, a
mis padres, a mis esclavos. Cuando abandon� la isla para mi periplo educacional
cre� morir al tener que verme privada de mis dos mascotas, Nico y Nica, dos
hermanos que mis padres me regalaron cuando cumpl� diez a�os. En la plantaci�n
costaba mucho de ver a gente de mi edad y condici�n si no era por una visita o
por una fiesta, por lo que mi infancia y parte de mi adolescencia la hab�a
compartido plenamente con mis dos esclavos.


En la traves�a de regreso, cruzando el inmenso oc�ano, los
d�as se me hab�an hecho largos esperando el reencuentro con mis ra�ces. Amaba mi
tierra, quer�a a mi padre, pero adoraba a mi madre, siempre hab�a querido
parecerme a ella y en el momento de mi regreso, con 18 a�os, ya era toda una
mujer.


S� que no est� bien que lo diga yo, pero la imagen que me
devolv�a el espejo me gustaba: estaba alta, bien formada, bien proporcionada,
las redondeces voluptuosas, los pechos firmes, el culo alto, el cabello cobrizo
largo y sedoso y adem�s llevaba en uno de los ba�les, am�n de vestidos y
zapatos, infinidad de productos que causaban sensaci�n en Par�s y que serv�an
para embellecer a las muchachas bonitas.


Realmente ten�a muchas ganas de ver y de que me vieran. Me
acordaba con intensidad de Nico, mi esclavo. Durante el �ltimo a�o antes de
partir hab�a tenido mis primeros escarceos sexuales con su incre�ble miembro.
Era un aut�ntico m�stil.


Nico era t�mido y apocado, era en esencia un ser bueno, al
que creo que llegu� a provocar que me odiara por mi actitud desp�tica y posesiva
y por el trato que di a su hermana Nica, a quien �l tanto quer�a.


La relaci�n que hab�a mantenido con mis esclavos en mi
reciente pasado hab�a sido muy extra�a, una relaci�n intensa, contradictoria,
llena de amor y desamor.


Por Nico sent� una poderosa atracci�n sexual. Era un negro
bello y adem�s era m�o. Por el simple motivo de que era de mi propiedad pod�a
poseer su cuerpo, yo era su ama y me bastaba con orden�rselo, pero yo quer�a que
me deseara, quer�a seducirlo. S� del cierto que Nico estaba enamorado de m�, era
f�cil porque adem�s yo le provocaba puesto que me gustaba el jueguecito �ama
seduce esclavo� y me excitaba jugar con sus sentimientos.


El �ltimo a�o de mi relaci�n con Nico y por ende tambi�n con
su hermana, hab�a sido de lo m�s tempestuoso. Tras mi estancia europea yo hab�a
cambiado y hab�a de reconocer que no hab�a sido muy justa en el trato que les
di. Ahora tendr�a ocasi�n de ver si realmente hab�a cambiado y sent�a verdadera
inquietud por ver c�mo se iba a desarrollar de nuevo la relaci�n.



Cuando desembarqu�, un mediod�a, caluroso como siempre en la
isla, vi que Jon�s me esperaba con la calesa. Al viejo negro pareci� que el
rostro se le part�a en dos cuando me vio llegar. Su enorme boca se alarg� para
que emergiera su franca sonrisa y dejara al descubierto una hilera desigual de
escasos dientes.



"Se�orita Patricia, se�orita Patricia, qu� felicidad tenerla
de nuevo aqu�. Y qu� guapa est� se�orita Patricia, si parece una aut�ntica
se�orita, se�orita Patricia" me dijo el viejo esclavo visiblemente alborozado.


Yo le dediqu� una de mis mejores sonrisas y le acarici� la
cabeza que manten�a inclinada en se�al de respeto. Luego le indiqu� d�nde deb�a
ir a recoger mi equipaje y me instal� en la calesa.



El camino hacia la plantaci�n fue un c�mulo de sensaciones,
del recuerdo de paisajes, de los olores, de los ruidos de los p�jaros. Aquella
tierra era tan inmensamente rica, no solo por los recursos que el trabajo de los
esclavos convert�a en riqueza para sus amos sino por la exhuberancia de su
paisaje, de su fauna, por el color de su luz, por el mar siempre presente hasta
en las zonas de interior, por el calor... era tan diferente de la vieja y fr�a
Francia. En la isla todo era vital, todo invitaba a gozar. Hice el camino
ensimismada, llenandome los sentidos de las sensaciones que me proporcionaban
mis recuerdos reencontrados. Ni el traquetreo de la calesa ni el permanente
soniquete de la inacabable e ininteligible ch�chara de Jon�s pod�an sacarme de
mi reconfortante sensaci�n de volver a mi mundo, a mi tierra, a mis gentes.



Cuando entramos en el camino que atravesaba los primeros
campos de trabajo de la plantaci�n vi docenas de cuerpos negros como el �bano,
sudorosos y encorvados sobre la tierra que se ergu�an un momento para saludar mi
llegada con el sombrero de paja en la mano y protegi�ndose del sol con la otra
para poder ver la elegante calesa que tra�a de nuevo a casa a la hija de los
amos.


A la mayor�a no los conoc�a, primero porque con quien ten�a
yo relaci�n era con los esclavos dom�sticos y segundo porque, de conocer a
alguno, en tres a�os de trabajo esclavo, que era el tiempo de mi ausencia,
envejec�an lo que una vida de ocio y complacencia tardaba veinte en dejar su
huella. Adem�s seguro que mi padre habr�a tenido que comprar nuevas recuas de
bozales tra�dos del otro lado del Atl�ntico para suplir las seguras bajas que el
trabajo de sol a sol, la escasa alimentaci�n y el furor del l�tigo causaba entre
la poblaci�n esclava destinada a arrancar la riqueza de la tierra para
entreg�rsela a sus amos. Pero as� y todo, ellos, los pobres esclavos, sab�an que
en aquella lujosa calesa, c�modamente instalada, protegida del t�rrido sol del
mediod�a, viajaba la hija del amo, y me saludaban con alegr�a, como si
asistieran a un acontecimiento que los privilegiaba. Aunque sab�a que apenas
podr�an distinguir mi rostro bajo la sombrilla protectora les dediqu� una
sonrisa, m�s llena de conmiseraci�n que de afecto.



Distingu� la imponente edificaci�n que conformaba el n�cleo
principal de la vivienda. Una lujosa casa de tres plantas, con una entrada
principal bajo columnata y cinco escalones de acceso, con un incre�ble porche
que casi rodeaba la edificaci�n, destacaba sobre la serie de barracones,
chamizos, cobertizos, casitas de barro y dem�s construcciones que la rodeaban y
que estaban dedicadas a albergar a los cientos de esclavos que eran propiedad de
mi familia.


Mis ojos se llenaron de l�grimas cuando todas esas im�genes
se fueron acercando y reavivaron el recuerdo que siempre hab�a permanecido vivo
durante los tres a�os de lejana ausencia que ahora se me antojaban m�s duros de
lo que hab�an sido.


La calesa entr� con estr�pito en el inmenso atrio que formaba
como una plaza delante de la casa grande, as� llam�bamos a la mansi�n que
habit�bamos mis padres y yo junto con una serie de esclavos, mayoritariamente
hembras y cr�as, que conformaban el servicio dom�stico m�nimo destinado a hacer
que nuestra vida fuese todo lo c�moda y placentera que pod�a ser gozando de los
privilegios de ser blancos y ser due�os de vidas y hacienda.


Distingu� en el porche la elegante figura de mi madre
recostada en su hamaca preferida, una especie de tumbona de mimbre en la que
pasaba horas y horas de lento, agradable e indolente transcurrir sin hacer otra
cosa que deleitarse viendo la perezosa actividad de las esclavas faenando en los
aleda�os de la casa. A su lado una figura que siempre estaba al lado de la
hamaca cuando descansaba en ella mi madre, la aventadora, una esclava que la
abanicaba constantemente para ahuyentar el terco calor tropical. Una segunda
figura, institucionalizada en el recuerdo que ten�a de mam�, y que a diferencia
de la primera que permanec�a erguida �sta se hallaba postrada, era la de la
esclava que hac�a de perro de compa��a, una esclava que estaba siempre tendida
en el suelo a sus pies. En la isla no hab�a perros, era una curiosidad para los
que ven�an del viejo mundo la inexistencia de canes, pero para los ricos
propietarios plantadores ello no supon�a ning�n problema. Que una se�ora, o una
se�orita, ten�a el capricho de tener una mascota, un animal de compa��a, pues se
cog�a a una de las innumerables cr�as de esclava que correteaban por la heredad,
se le pon�a un collar, se le ataba una correa y se le hac�a ir permentemente a
cuatro patas. El que corr�a esta suerte sab�a que tendr�a que trabajar bien
poco, que siempre caer�a alguna sobra al suelo, entre los pies del ama o el amo,
y que, salvo que tuviera en esos momentos que utilizar su lengua para
refrescarle los pies, podr�a gozar de un goloso bocado extra que cumplimentar�a
su precaria alimentaci�n. No pude distinguir el rostro del negro o la negra que
dormitaba en el suelo a los pies de mam� pues como si de un aut�ntico perro se
tratara descansaba su negra cabecita entre los brazos cruzados.


Pap� no estaba, seguro que deb�a estar haciendo cuentas,
sobre a cuanto ascend�a a esa hora canicular la fortuna de la familia,
contabilizando tantas o cuantas cabezas de negro nuevas, aquellas que la
reproducci�n natural de la especie nos proporcionaba para que nuevos esclavos
pasaran a engrosar nuestro patrimonio.


La calesa se detuvo y una oleada de peque�os mamones corri� a
mi encuentro. Tuve dificil avanzar sin pisar a alguno de ellos, apart�ndolos con
la sombrilla que ya hab�a cerrado y con la inestimable ayuda de Jon�s que iba
pateando culos para hacerme paso entre los gritos de alegr�a y alguno de dolor
de los ni�os que me rodeaban. Mam� debi� despertar de su letargo por la
algarab�a del recibimiento que me estaban dispensando los m�s peque�os. Cuando
consegu� subir los cinco pelda�os y entrar en el porche el rostro de mam� se
ilumin� de repente. Se levant� con agilidad a pesar de que en esos tres a�os
hab�a acumulado algunos kilos que antes no estaban. El grito de su esclava
cuando le pis� los dedos de la mano al levantarse apenas se oy� ante las
exclamaciones de alegr�a tanto m�as como de mam� por el ansiado reencuentro.
Mam� se ech� un poco para atr�s sin soltarme las manos para verme mejor. Ella
estaba guap�sima, su figura algo m�s voluminosa, segu�a destilando una clase y
una categor�a que ni en todo Par�s hab�a conseguido ver. Su cabello rubio le
ca�a con voluptuosidad sobre la espalda y los hombros y su sedosidad y brillo
daban a entender que su doncella se deb�a haber pasado horas y horas a diario
cepill�ndolo y cuid�ndolo. Sus manos blancas segu�an teniendo movimientos
armoniosos y suaves y sus u�as estaban tan exquisitamente cuidadas que verlas
simplemente ya provocaba gozo. Nos besamos y nos estrechamos, como s�lo una
madre y una hija pueden hacerlo despu�s de tres a�os de separaci�n. Unas
emotivas l�grimas rodaron por sus mejillas. Yo me sum� a la emoci�n y por un
instante parec�a que el tiempo se hubiera detenido en el momento de mi marcha
con la diferencia que las l�grimas de aquel d�a eran amargas y las de ahora
ten�an el sabor dulce de la felicidad y la dicha, del reencuentro largo tiempo
esperado.


Mam� me hizo sentar de lado en su hamaca, junto a ella. La
peque�a mascota que yac�a en el suelo se escondi� bajo la estructura de mimbre
huyendo escarmentada de una posible nueva pisada pues ahora eran cuatro los pies
que la pod�an amenazar y los m�os iban calzados con unos elegantes escarpines
que ten�an un tac�n capaz de atravesar carne, hueso, cart�lagos y tejido
muscular si la pobre muchachita ten�a la desgracia de dejar su mano en mi
camino.


Pasamos mucho rato dici�ndonos tonter�as, no sab�amos qu�
preguntarnos, la emoci�n del momento no nos permit�a que los pensamientos
discurriesen con fluidez.



"Y pap�? � pregunt� � por d�nde anda?" Mam� hizo un gesto
medio de fastidio medio de condescendencia. "A que est� consultando los libros
de cuentas � dije."


"No creo, m�s bien debe estar persiguiendo a alguna de las
negras, ya sabes c�mo son los hombres y tu padre cuanto m�s mayor se hace m�s
necesidad tiene de aliviarse... lo �nico bueno es que me incrementa el
patrimonio � se ri� mam� de su mercantil punto de vista de la situaci�n."



Era normal que en una plantaci�n llena de apetecibles
hembras, los hombres salieran a buscar en los chamizos lo que las respetables
esposas no les daban en su lecho. No era algo que pap� le contara, del estilo,
�perdona querida, ahora vuelvo, voy a ver si agarro unas buenas tetas y me
alivio en la boca de alguna de las esclavas�, desde luego no iba as� el asunto,
pero todos sab�an que cuando desaparec�a era porque iba a vaciar su dep�sito en
el culo, en el co�o o en la boca de alguna de las j�venes esclavas.


A mam� ya le estaba bien. Las aventuras de pap� se lo dejaban
sosegado y de �sta manera luego no era necesario mantener el ritual de
apareamiento que cada vez la repugnaba m�s. Mam� ya ten�a a su domesticada
esclava, la misma que la aventaba, a la que con paciencia y con alg�n que otro
castigo hab�a ense�ado a extraerle placer con la lengua de su co�o y de su ano.


Pero esto no s�lo ocurr�a en nuestra casa, que va... ocurr�a
en la mayor�a de matrimonios de ricos hacendados. Para la esposa era en cierto
modo un alivio saber que el marido ten�a los instintos satisfechos y as� evitaba
tener que ser ella la que calmara sus pasiones. Y para el esposo era perfecto,
se limitaba a cumplir con la blanca esposa para la reproducci�n de la casta y
luego a cambiar de gallina cada noche, o cada d�a, o cada tarde. Mientras la
pura esposa iba envejeciendo o engordando y encima era siempre la misma, las
negras iban cambiando y era cuesti�n de buscar entre las m�s j�venes,
exhuberantes, lascivas y provocativas. Adem�s para las esclavas tener, ni que
fuese por un tiempo, el favor del amo significaba que conseguir�an, mientras
durase el idilio sexual, tener una serie de privilegios que de otro modo no
tendr�an, como mejor y m�s comida y lo que m�s buscaban, menos l�tigo. El
problema de esas negras ven�a cuando el amo ya no las buscaba. El temor no
proven�a del amo, no, en absoluto, el miedo lo provocaba el ama, que si bien
aceptaba de grado que el marido fuese a hacer sus guarradas con las negras por
otro lado, por aquello del esp�ritu de contradicci�n de las mujeres, no dejaba
de molestarla que un ser inferior, como el caso de las esclavas, la sustituyeran
y menos a�n que las esclavas fueran pavone�ndose por ah� de satisfacer al amo en
algo que el ama no quer�a hacer.


Las esposas de los propietarios de esclavos pueden ser muy
crueles. Recuerdo una vez que una ma�ana me despert�, de eso hace unos cuatros
a�os, por los gritos que llegaban a mi habitaci�n. Me asom� a la ventana y vi a
una joven y bonita negra colgada de las mu�ecas en una estructura instalada en
el centro del atrio. Teodora, la esclava que se encarga de las disciplinas,
estaba saj�ndole los pezones con un cuchillo. C�mo chillaba la pobre esclava
mientras Teodora le hac�a las anatom�as lentamente. M�s adelante supe que esa
negra era la favorita de pap�, de hecho le dio una camada de dos mulatos a los
que no pudo amamantar porque le faltaban los pezones, y que la muy est�pida se
hab�a llegado a creer que era alguien o algo por calentarle la cama al amo y
cometi� la insensatez de mostrarse irrespetuosa con mam�, y eso mam� no lo
toler�. Pap� no dijo ni una palabra cuando vio el cuerpo obscenamente expuesto
de la negra, colgada en mitad del patio, inconsciente y sin pezones. A esa negra
no volvi� a utilizarla nunca m�s y adem�s le hab�a dejado un regalo en el �tero.



Mam� estaba que no cab�a de gozo por tenerme otra vez a su
lado, no hac�a m�s que preguntarme cosas, acariciarme el cabello, mirarme con
fijeza, besarme en las mejillas y sonreirse constantemente.



"Pero, Jes�s, si debes tener unas ganas horribles de
ba�arte... �R�pido � se puso en pie y volvi� a enganchar bajo la suela de su
sandalia los dedos de su esclava mascota que viendo que nos est�bamos quietas se
hab�a relajado y confiado � que suban agua a los aposentos de la se�orita
Patricia para llenar su ba�era � orden� a una de las ociosas esclavas que miraba
con curiosidad y medio escondida tras la cortina de la puerta del sal�n que
ten�a salida al porche."



Yo tambi�n me puse de pie, la verdad es que necesitaba un
ba�o. En ese momento o� pasos atropellados que ven�an del interior del sal�n.
Eran Nico y Nica, mis esclavos personales, que ven�an a mi encuentro.


Los vi avanzar hacia m� y me cost� reconocerlos. Eran ellos
desde luego, pero hab�an crecido y se hab�an desarrollado, ahora deb�an tener
los diecisiete a�os cumplidos Nico y diecis�is su hermana. Nico era tan alto
como yo y ten�a un cuerpo divino, m�s estilizado y fuerte de c�mo lo recordaba.
S�lo vest�a un faldell�n de tela blanca que contrastaba con la inmensa negritud
de su piel. Ten�a un rostro m�s bonito del que recordaba y sus ojos tambi�n
parec�an m�s grandes. Nica era un poco m�s bajita pero hab�a puesto pecho, y
mucho, coquetamente recogido con una vistosa tela que le enrollaba el busto y le
dejaba el vientre al descubierto. Tambi�n ten�a un rostro bello aunque no tanto
como el de Nico y su expresi�n era dulce, muy dulce. A pesar de estar ambos poco
alimentados mostraban un cuerpo bonito, delgado pero lindo.


Al verlos sent� una alegr�a inmensa y a punto estuve de abrir
los brazos para abrazarlos pero me contuve cuando vi que llegando a dos pasos de
distancia se arrodillaron y se postraron a mis pies.


El tiempo parec�a haberse detenido. Record� el d�a de mi
partida. En ese mismo lugar, antes de montar a la calesa, Nico y Nica se
despidieron del mismo modo que ahora me recib�an, postrados a mis pies.


Pobrecillos � pens� � a�n deben recordarme tal y como era
antes de marchar, es como si el tiempo no hubiese pasado para ellos. No saben
que he cambiado, que he madurado, que ya no soy aquella altiva y desp�tica
joven. �No lo era? �Estaba segura de que hab�a cambiado? En ese momento s� lo
estaba, pero cuando has probado el sabor del poder est�s envenenada para
siempre.


Me agach� y acarici� sus cabezas, sus bucles rizados,
brillante azabache.



"�Nico... m�rame, soy yo... Patricia... t� ama...! �Nica...,
m�radme los dos � les dije agarr�ndolos con ambas manos por la barbilla."



Me encontr� con sus miradas. Qu� ilusi�n me hizo, volver a
tenerlos, mis esclavos, mis fieles esclavos, mis juguetes. En los ojos de Nico
vi brillar unas lagrimillas que estaban a punto de brotar. Me emocion�. Nica
segu�a tan dulce como siempre, intent� besarme la mano con que le sosten�a el
ment�n. Pobrecilla, con lo mal que se lo hab�a hecho pasar, y segu�a si�ndome
fiel.


Me levant�, ellos continuaron postrados. Mir� a mam�, que
hab�a adoptado una expresi�n entre de sorpresa y de reprobaci�n por la
efusividad que hab�a mostrado con mis esclavos. Me sent�, ahora en la tumbona
que una esclava hab�a dispuesto junto a la de mam�.



"Venid aqu� � les dije sin rastro de autoritarismo en la
voz." Nica fue la primera en obedecer. Nico la sigui�. Se quedaron de rodillas.
Ten�a sus rostros frente a mi regazo. Ahora s� me miraban, bueno, a hurtadillas,
furtivamente, pero me miraban.


Yo me sent�a cambiada, mi estancia en la civilizada Europa
por fuerza ten�a que haber influido en mi forma de ver las cosas, o eso cre�a
yo. Ellos me deb�an recordar como era antes e imagino que qued� en su memoria el
recuerdo de aquella muchacha caprichosa con la que no sab�an a qu� atenerse.


Por unos momentos no dije nada. Record�, record� c�mo era
nuestra relaci�n antes de mi partida.




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Siempre hab�a tenido un car�cter muy variable, mi humor
cambiaba de manera imprevisible y si bien para m� eran como mis colegas de
juegos era impensable que me sustrajese de mi posici�n respecto a ellos, de mi
condici�n de due�a de sus destinos, de sus vidas. Igual pod�amos estar los tres
corriendo por cualquier rinc�n de la enorme hacienda, escondi�ndonos,
busc�ndonos, trepando, saltando, nadando... cualquier cosa, cualquier juego...
como inseparables amigos, pero luego regres�bamos a la casa grande y ellos eran
de nuevo mis esclavos. Al principio les costaba mucho aceptar esa dualidad en mi
manera de actuar, en ese comportamiento esquizofr�nico que a m� incluso me
satisfac�a. Y no ten�a que esforzarme nada en adoptar el rol de ama tras haber
pasado horas en el rol de amiga, nada, es m�s, me divert�a. Jugaba con ellos de
igual a igual, sin tapujos, sin protocolos, de hecho yo era buena en muchas
artes y disciplinas y no necesitaba de mi autoridad para ganarles. Adem�s
hubiera sido muy aburrido jugar a perseguir lagartos teniendo ellos que dejarse
ganar por respeto a su ama, les ganaba porque era mejor. Pero cuando terminaba
el juego yo volv�a a ser el ama, sin dudas, sin titubeos. Si ten�a que castigar
a cualquiera de ellos no ten�a empacho en hacerlo, sin embargo ellos no acababan
de entender que la misma persona con la que hab�an estado jugando a saltar o a
correr en franca camarader�a fuese la misma que ordenase que les dieran cinco
latigazos por vete t� a saber qu� tonter�a. Y hab�a de reconocer que era muy
quisquillosa, muy mirada, consentida y caprichosa. Cuando les ordenaba algo lo
quer�a al instante y bien hecho.


A medida que me iba haciendo mayor los ratos de jugar se
fueron reduciendo hasta que con trece a�os yo ya me sent�a una se�orita y no
estaba bien que estuviera correteando por los bosques con un par de negros m�s
peque�os que yo. Adem�s, fruto de mi sana alimentaci�n y de que era uno y dos
a�os mayor que Nico y Nica respectivamente, mi cuerpo se desarroll� m�s que los
suyos y esa circunstancia influy� para que me viese a�n m�s mayor.


A partir de ese momento mi relaci�n con Nico y Nica fue
permanentemente la propia de cualquier ama con sus esclavos, uno que manda y los
otros que obedecen.


Eso quer�a decir que mis pobres esclavos ya no ten�an el
problema de la dualidad de roles, pero apareci� otro: mi car�cter. A medida que
iba entrando en la adolescencia me iba volviendo m�s inestable, m�s
imprevisible, m�s err�tica en mi comportamiento, en mis decisiones. Lo que hoy
me parec�a bien dos horas despu�s me parec�a mal, lo que ayer me disgustaba al
d�a siguiente me entusiasmaba, quiz�s no fuese tan exagerado como ahora lo
planteo pero ciertamente por ah� iban los tiros. Mi humor era caprichoso e
inconstante. Pod�a estar charlando con Nica una hora mientras me peinaba como si
se tratase de mi amiga y confidente y por la tarde cruzarle la cara con mi
l�tigo de montar por haberse dirigido a m� sin pedir permiso.


Desde que comenz� mi despertar sexual, ten�a casi quince
a�os, fui m�s tolerante con Nico que con su hermana. Nico me gustaba, mejor
dicho, me relam�a pensando en su elegante miembro. A �l le turbaba cuando hac�a
referencias a su pene o a su probable destreza con �l, se sent�a inc�modo y a m�
me gustaba ponerlo en apuros, me divert�a verlo azorado ante una insinuaci�n
m�a. En cambio mi trato hacia Nica era, c�mo dir�a, m�s malicioso y le toleraba
menos los errores y las faltas. Sab�a del cierto que aquella discriminaci�n
incomodaba a Nico y humillaba a Nica. Era m�s que probable que me comportara as�
por celos o por despecho, puesto que Nico, que era muy prudente, no se dejaba
tentar por mis insinuaciones y no tomaba nunca la iniciativa, s�lo obedec�a y a
m� me molestaba que no intentara �l seducirme a m� y como sab�a que el quer�a y
proteg�a a su hermana me vengaba trat�ndola a ella con desd�n, con arrogancia,
humill�ndola y castig�ndola por nimiedades.


En esa �poca yo era as�. Una misma falta seg�n la cometiera
�l o la cometiera ella ten�a por mi parte una respuesta diferente. Lo cierto es
que con mi actitud fr�vola y cambiante hab�a logrado desestabilizar
emocionalmente a mis dos esclavos, no sab�an bien a qu� atenerse y he de
reconocer que aquella situaci�n los manten�a permanentemente en tensi�n. A Nica,
como ya he dicho antes, le cambiaba cada dos por tres las reglas de relaci�n,
igual le permit�a un trato familiar, que yo misma alentaba, que al rato la re��a
o incluso la castigaba por ello y la hac�a comportarse seg�n estrictas normas
protocolarias que yo misma le impon�a y que olvidaba al poco tiempo. A lo mejor
pasaba varios d�as de buen humor en que hablaba, charlaba y me re�a con ella,
llegando a dejar que se sentara a mi lado para que me ense�ara a coser o dejando
que se probara mis vestidos, cosa que la ilusionaba una barbaridad. Cuando le
dejaba que se probase alg�n vestido que yo consideraba viejo a Nica se le
llenaban los ojos de una indescriptible emoci�n, la ve�a temblar excitada, se le
iluminaba el rostro de una manera que me divert�a. A veces incluso, si me sent�a
generosa, le regalaba alguno de esos vestidos viejos para que se lo pusiera si
la llevaba de acompa�ante a la ciudad o en los d�as de feriado en los que
permit�amos a los esclavos que lucieran sus mejores galas. Pero fruto de mi
inconstante car�cter pasados esos d�as de bonanza y condescendencia con mi
esclava se apoderaban de m� agrios humores y todo lo que hab�a sido cordialidad,
ternura y afecto se convert�a en desd�n, altivez y antipat�a. No es que no la
dejara sentarse a mi lado, es que la quer�a ver postrada a mis pies.



Con Nico mi relaci�n era m�s amable que con Nica. Le permit�a
que me tratara con mayor cercan�a. Si Nica me hac�a de doncella, de esclava para
todo, Nico se ocupaba de mi yegua, de tener en orden y a punto todos los enseres
que utilizaba normalmente y a diario, la silla de montar limpia, los arreos y
los estribos ajustados, la fusta bien engrasada, las botas relucientes y las
espuelas niqueladas. Tambi�n se encargaba de mantener a punto mi escopeta de
caza y perfectamente engrasado el l�tigo de cola de buey que me regalaron por mi
catorce aniversario, l�tigo que guardaba colgado en una de las paredes de mi
habitaci�n, colgado, omnipresente, amenazador.


Cuando alg�n miembro de la familia consideraba que un esclavo
o esclava merec�a unos latigazos no nos molest�bamos en aplic�rselos nosotros
mismos, para eso ten�amos a Teodora, una mulata, seguro que era hija natural de
pap�, que se hab�a ganado la confianza de mam� y que ejerc�a de disciplinadora,
pero yo quer�a tener un l�tigo para m� sola, para m� era como un s�mbolo, como
lo eran las botas, que demostraba mi poder.


Nico tambi�n se ocupaba de cualquier trabajo pesado
relacionado con mi confort y mi comodidad, como abastecer de maderos el fuego
del hogar de mi habitaci�n, o de subir montones de baldes con agua caliente con
que llenar la ba�era cuando me apetec�a darme un ba�o.


Cuidaba a su hermana, la proteg�a con mimo y ternura y yo,
que comenzaba a sentir deseos de hacer m�o su pene y sobre todo su alma pues su
cuerpo ya me pertenec�a, miraba con desagrado esa protecci�n continua que le
dispensaba. Por ese motivo, en ocasiones, creo que me sent�a impelida a
comportarme cruelmente con Nica.


Un d�a que hab�a castigado a Nica por cualquier nimiedad a
permanecer de rodillas durante varias horas con los brazos en cruz y sosteniendo
mis botas en sus manos, una bota en cada una de las manos, castigo que la hab�a
dejado exhausta, observ� que Nico me miraba con odio por haber castigado tan
cruelmente a su hermana por una futilidad. Entonces decid� darme un ba�o. El
agua de la ba�era hab�a que transportarla en pesadas jofainas desde la cocina
donde la calentaban hasta el primer piso donde estaban mis aposentos, y esa era
tarea que Nico llevaba a cabo. Cuando vi a Nico partir veloz a cumplir mis
deseos le mand� detenerse.



"No quiero que vayas t� a por el agua, que vaya tu hermana �
casi le grit� desde el sof� del sal�n desde el que hab�a presenciado el tormento
de Nica � a ti quiero tenerte a mi lado." Era una manera de vengarme de su
insolencia. Era como una advertencia, como queriendo decirle que si se somet�a,
que si estaba por m� como yo quer�a podr�a ser m�s ben�vola con su hermana.


Pude ver la ira y la impotencia en sus ojos. Regres� y se
arrodill� a mi vera, como dici�ndome que lo ten�a a su lado porque no le quedaba
m�s remedio que obedecer, pero que no lo hac�a de buen grado. Me enfurec� con
�l. Despechada le mand� que me trajera las botas que su hermana hab�a estado
aguantando en el aire las dos �ltimas horas y que hab�a dejado en el suelo
cuando le mand� ir a llenar la ba�era. Nico las cogi� y vino otra vez. Esta vez
no se arrodill�, se qued� de pie con mis botas en las manos. Semejante
insolencia a cualquier otro esclavo le habr�a costado que mandara que le
cortaran al menos una oreja, pero a Nico quer�a domarlo a mi manera. "Qu� haces
de pie de delante de tu ama. Arrod�llate y c�lzame las botas � le orden�." No me
di cuenta pero me rechinaban los dientes. Nico se arrodill� y me calz�. Yo no
hice nada por colaborar pero �l se las arregl� para calzarme y volvi� a mirarme
con su desafiante mirada. Levant� el rostro mientras me acomodaba las botas y me
mir� con esa insolencia que ya hab�a detectado antes. "No tienes el privilegio
de mirar a tu ama a los ojos, as� que humilla la mirada... dirige tu mirada a
mis botas, esclavo" le dije experimentando un gran placer en humillarlo. Parec�a
que Nico iba a persistir en su insolencia y yo estaba a punto de abofetearlo
pero en ese momento se escucharon los pesados pasos de Nica cargando con la
primera y pesada jofaina llena de agua caliente. Mir� un momento hacia la
esclava y al regresar la vista a Nico vi que estaba con la cabeza gacha, su
mirada puesta en mis botas. Entonces decid� poner la puntilla y doblegar a Nico
mediante la humillaci�n. Esper� a que los pasos de Nica se alejaran y con voz
melosa le dije: "No te parece que hoy has descuidado una de tus obligaciones
diarias?" dej� la pregunta en el aire. Nico estaba devan�ndose los sesos para
intentar dilucidar cual de sus obligaciones hab�a desatendido. "Parece que mis
botas no brillan como sabes que a m� me gusta... � hice otra pausa para
regodearme en su tribulaci�n, pues mis botas brillaban como siempre, es decir,
parec�an talmente metal bru�ido � ...a qu� esperas para abrillant�rmelas." Nico
parec�a desconcertado. Me las hab�a limpiado nada m�s levantarse como hac�a a
diario y despu�s, tras mi diario paseo a caballo las hab�a vuelto a lustrar, por
lo que estaban relucientes. Adem�s no ten�a consigo los �tiles de limpiabotas
que estaban en mis habitaciones, as� que lo vi removerse inquieto. Cuando me
pareci� que iba a pedirme permiso para ir a buscar el bet�n y los cepillos
intervine: "Venga, no tengo todo el d�a, comienza a limpi�rmelas... usa tu
lengua de esclavo pero empieza ya, me estoy impacientando... ese car�cter
orgulloso e insolente no es el que debe mostrar un esclavo con su ama... venga,
saca la lengua y a limpiar."


Nico se inclin� y lo tuve lami�ndome las botas mientras la
pobre Nica estuvo haciendo al menos cinco viajes cargando agua para mi ba�era.



Estuve un par de d�as mostr�ndome dura con Nico al tiempo que
suavic� un poco mi persecuci�n de Nica; el arte de saber compensar.


Dos d�as despu�s Nico segu�a mostr�ndose esquivo aunque muy
sumiso y extremadamente respetuoso, intentando evitar por todos los medios las
familiaridades que comenc� a prodigarle de nuevo. Por la tarde del segundo d�a y
mientras ten�a a Nica acarici�ndome los pies y sopl�ndome las plantas para
refresc�rmelos, mand� a Nico que se acercara. Nico se hab�a quedado en un rinc�n
de la habitaci�n, sentado, cepill�ndome el par de escarpines que su hermana me
hab�a descalzado para refrescarme los pies. Yo estaba medio desnuda. Hac�a mucho
calor y ta solo llevaba las enaguas y una blusa desabrochada que dejaba
pr�cticamente mis pechos al descubierto. A mis catorce a�os ten�a un cuerpo
perfecto y sab�a que por fuerza hab�a de desearme. Yo al menos deseaba a Nico,
pero a�n era muy joven. Evidentemente, de haber tenido unos a�os m�s le hubiera
ordenado que me penetrara y punto, pero yo no ten�a muy claro qu� quer�a y qu�
deb�a hacer. Nico dej� mis zapatos bien alineados en el suelo, de hecho hac�a ya
rato que los estaba cepillando y nada m�s iba a conseguir aunque se estuviera
todo el d�a d�ndole al cepillo. Se acerc� con temor y se qued� a mi lado. Ya
segu�a medio recostada en mi sill�n, las piernas estiradas y los pies que Nica
me refrescaba apoyados sobre un escabel. Me abr� un poco m�s la blusa para que
mis pechos se ofrecieran claramente a su vista. Su faldell�n de algod�n rojo
qued� practicamente a la altura de mi cara. Quise adivinar un ligero bulto en su
entrepierna. Le mir� a la cara para ver su reacci�n, pero su rostro no mostraba
emoci�n alguna y eso que estaba segura de que se mor�a de ganas por abrazarme,
por besarme, por tocarme las tetas, por tomarme. "Qu�tate el sayo, hace mucho
calor � le orden�." "Estoy bien, ama, no tengo calor y no es necesario que me
quede desnudo." "Es necesario, soy tu ama y te ordeno que te desnudes � le dije
con tono autoritario." Nico, con manos temblorosas y sin mirarme se desanud� el
faldell�n y dej� que la tela cayera al suelo. Me gir� unos pocos grados m�s para
contemplar el espect�culo, porque era todo un espect�culo. A mi vista apareci�
su enorme salchica negra, no muy gruesa pero s� larga, con las venas marcadas a
su alrededor, el glande al descubierto consecuencia de la circuncisi�n que se
hac�a a todos los esclavos para evitar suciedades. Levant� mi blanca mano hacia
su polla. Iba a hacer lo que hac�a ya semanas o meses que en mi mente planeaba
pero no me atrev�a a hacer. Rode� su tallo de carne y not� tal calidez y textura
que a trav�s de mi mano me llegaron al cerebro una sucesi�n r�pida de impulsos
placenteros. Qu� contraste el blanco lechoso de mi mano con la oscuridad de su
piel. Not� con suma claridad su estremecimiento y eso me dio placer. Not� c�mo
reaccionaba con peque�os impulsos, peque�os espasmos a la calidez de mi mano. No
tard� mucho en crecer, en poco tiempo no me cab�a. Mov� los dedos lentamente,
frotando su piel suavemente. Nica, que segu�a arrodillada, dej� de soplarme en
las plantas de los pies. Sin mirarla le di un golpecito con los dedos de uno de
los pies en los labios, para que no se distrajera de su obligaci�n. Al momento
volv� a sentir en mis plantas el aire insuflado por sus pulmones. Sujet� con
firmeza la polla de Nico y lo atraje hacia m�, me lo acerqu�. Nico estaba
temblando pero se dej� guiar. Acerqu� mi cara lade�ndola un poco m�s y me llev�
el negro y brillante capullo a los labios. "Nico... Nico... qu� cosita tan buena
y tan dulce tienes para tu amita... no tengas miedo, no tengas miedo, la amita
no va a hacerte da�o, d�jate llevar..." Acab� la frase a duras penas porque me
hab�a metido toda la cabeza de su pene en la boca. La sorb� y le pas� la lengua
y mis labios corrieron dulcemente por encima y por debajo. Yo estaba en la
gloria. Not� que Nico gem�a y se agitaba. "Aguanta Nico, no quiero que dejes ir
tu semilla, si lo haces me enfadar�... � le amenac� apartando ligeramente los
labios de su tranca, titl�ndolo con la lengua. Nico se crisp�, estaba
aguant�ndose. Mi amenaza la tom� muy en serio porque a�ad� que si me desobedec�a
lo pagar�a su hermana. Fue determinante. Nico hizo un esfuerzo enorme y aguant�
mis embestidas.


"Venga... vuelve al rinc�n y sigue limpiandome los zapatos �
le dije empuj�ndolo cuando consider� suficiente mi atrevimiento y lo vi al borde
del desquicio."


Nico, estoy convencida, esa tarde se la machac� por alg�n
rinc�n. Lo hab�a llevado al borde del orgasmo y no le hab�a dejado disfrutar de
su explosi�n. Y yo hab�a experimentado un gozo divino.



Durante los dos siguientes d�as la escena se repiti�. Yo en
el sill�n, medio desnuda, las piernas extendidas y los pies sobre el escabel,
Nica arrodillada soplando para refrescarme las plantas y Nico de pie a mi lado
con su miembro entre mis manos y mis labios, aguantando sin correrse.


Al tercer d�a me decid� a dejarle acabar. La escena era la
misma salvo que esta vez cuando not� que su excitaci�n sub�a no me detuve, me
saqu� su esbelto pene de la boca y sosteni�ndolo con las manos segu�
acarici�ndolo, suavemente. El rostro de Nico comenz� a transfigurarse. Yo no
conoc�a muy bien qu� ocurr�a en estos casos pero ten�a cierta idea. Le mir� a la
cara sin dejar de amasarle el miembro que lo notaba caliente, palpitante y terso
en mis manos hasta que un chorro de esperma sali� disparado. Por suerte no lo
ten�a apuntando en mi direcci�n y la espesa lechada, tras describir una figura
parecida a un tirabuz�n en el aire fue a caer al suelo, cerca de donde estaba
Nica.


Nico ten�a los ojos cerrados, como avergonzado, pero la
distensi�n de su rostro daba clara medida del placer que hab�a obtenido. Yo me
sent�a dichosa.



"Te ha gustado, Nico?" le pregunt� al tiempo que dejaba su
pene que iba perdiendo turgencia por momentos. "S�, ama... mucho." Su voz son�
d�bil.


Con la mano manchada por el semen que me hab�a salpicado
apart� a Nico para que se hiciera a un lado. "Nica, deja mis pies y ac�rcate" le
orden�. La esclava se desplaz� sobre sus rodillas sorteando la espesa mancha del
suelo.


"Abre la boca" le dije al tiempo que le acercaba los dedos de
mi mano manchados. La cara de asco que puso Nica me hizo lanzar una carcajada.


"Chupa, tonta, no pasa nada, son fluidos de tu hermano, todo
queda en familia" le dije sin poder evitar una carcajada viendo su reticencia.


Mientras Nica me limpiaba los dedos me abr� de piernas. "Ven
aqu�, Nico... ahora te toca a ti. S�came las enaguas y ponte de rodillas entre
mis piernas."


Con movimientos torpes consigui� finalmente cumplir mis
�rdenes y se arrodill� nervioso.


"D�me placer... no me mires con esa cara de tonto, ya debes
saber qu� tienes que hacer... con la lengua, bobo... y t�, Nica... mientras
tanto limpia la mancha que ha dejado tu hermano en el suelo."



Fue la primera vez que llegaba al orgasmo sin ayuda de mis
manos. He de reconocer, como supe despu�s, que Nico era m�s habil con la polla
que con la lengua y que Nica se revel� una perfecta lamedora. M�s adelante la
inclu� en nuestras relaciones sexuales y Nica era capaz de arrancarme con su
lengua tantos orgasmos como Nico con su perfecto pene. Esa primera vez no estuvo
mal, acab� con las manos crispadas en su ensortijado pelo aplast�ndole la cara
contra mi pubis mientras gritaba de placer y encadenaba varios org�smos seguidos
que me dejaron extenuada. Nico termin� con el rostro brillante, ba�ado por la
incesante producci�n de flujos de mi conchita desbocada.



As� comenz� una relaci�n que durar�a hasta el d�a de mi
partida hacia Europa. Ese d�a fue el principio, pero yo quer�a m�s. Entre otras
cosas, por el desconocimiento que ten�a sobre el tema, me sent�a un poco
insegura. No pod�a ir a ver a mi madre para que me explicara c�mo funcionaba eso
del sexo, pero tuve una idea. Sab�a que pap� dedicaba muchas horas al d�a a
satisfacer sus necesidades sexuales con las j�venes negras de la plantaci�n. Ni
corta ni perezosa me dispuse a espiarle.


Lo primero que ten�a que hacer era conocer la rutina sexual
de pap�. Para ello mand� que me trajeran a Lucas, el esclavo personal de pap�
que conoc�a todo lo que yo quer�a saber.


A�n recuerdo el rostro desencajado de Lucas cuando me dijo
"con todos los respetos, amita, no puedo revelarle lo que me pide, el amo me
har�a despellejar vivo si se enteraba que he estado contado sus vicios" me dijo
implor�ndome que le dejara irse, de rodillas a mis pies. "Tu mismo, Lucas, si no
me dices lo que quiero saber le dir� esta noche a pap� que has intentado
propasarte conmigo, que me espiabas mientras me ba�aba y que incluso te has
abalanzado sobre mi cuerpo desnudo." El negro pareci� dudar, pero hizo un �ltimo
intento de resistir.


"Perdone se�orita Patricia, pero el amo me conoce y estoy
seguro de que no la creera..." Esboc� una sonrisa maligna "Crees que creer�
antes a un esclavo que a su adorada hijita? Est� bien, esta noche lo sabremos,
puedes irte..."


Lucas hab�a demudado el rostro, a pesar del color oscuro de
su piel parec�a haber palidecido. "He dicho que ya puedes marcharte, esta noche
adem�s tendr� que a�adir que no obedeces mi �rdenes..." Me estaba divirtiendo de
lo lindo. Lucas segu�a de rodillas, carraspeaba nerviosamente, como dudando en
retirarse o soltarme todo lo que yo quer�a saber. Evidentemente cedi� y habl�.
Me cont� cuanto quer�a saber. Esa misma noche me tom� una peque�a venganza. En
el fondo Lucas hab�a cometido dos faltas, en primera instancia me hab�a
desobedecido y desafiado y finalmente hab�a traicionado la lealtad hacia su
due�o, as� que pens� que merec�a ser castigado. Durante la cena le cont� a mi
padre que su esclavo personal del que se sent�a tan orgulloso me hab�a faltado
al respeto y a la obediencia que cualquier esclavo deb�a a sus amos cuando esa
misma tarde le hab�a ordenado un mandado y hab�a alegado que no era su esclavo
para negarse. La reacci�n de pap� fue fulminante. Lucas se qued� pasmado al o�r
mis acusaciones, pero a�n se turb� m�s cuando vio la expresi�n de ira de su amo.
"Vete al cobertizo ahora mismo, le dices a Teodora que venga y t� te quedas all�
a esperarla que regrese." Lucas comenz� a balbucear palabras ininteligibles pero
pap� no le dej� seguir, dio un potente pu�etazo sobre la mesa y le grit�
"���Fuera de mi vista, ya has o�do lo que quiero que hagas!!!" Lucas dej� el
plato que iba a servirle a su amo y se march� con las l�grimas arrasadas por las
l�grimas de ira e impotencia que seguramente le embargaban en aquel momento.
Deb�a sentirse ultrajado, pero lo peor hab�a sido que su amo no hab�a dudado ni
un momento que era culpable, d�ndome a m� todo el cr�dito, algo de lo que yo
estaba segura que as� ser�a.


Lleg� Teodora al cabo de un rato y entonces decid� interceder
por el pobre Lucas. "Papi, no seas muy duro con �l, quiz�s me he pasado a la
hora de describir su falta y no haya sido tan desconsiderado e insolente como
puede parecer, lo que pasa es que estaba rabiosa..." Pap� me mir� como objeto de
adoraci�n como hac�a siempre que dibujaba un moh�n en mis labios para captar su
ternura hacia m�. "Est� bien... como t� sabes c�mo ha sido su falta pon t� el
castigo, ser� lo m�s justo." Tuve que meditar poco, no se trataba m�s que de
darle una lecci�n al esclavo de mi padre de que conmigo no se pod�a jugar. "Est�
bien, cinco latigazos, y dile que el castigo lo he decidido yo, que pap� ten�a
pensado arrancarle la piel de la espalda a tiras" le dije a Teodora.


Desde ese d�a Lucas me miraba con aut�ntico miedo, sab�a que
conmigo no se jugaba.


Con la informaci�n que el bueno de Lucas me hab�a dado
consegu� mi objetivo. Una tarde me las arregl� para ir con Nico de espionaje. Me
hice calzar mis botas altas y mand� a Nico que preparase mi yegua. Fui al paso
para que Nico pudiese seguirme hasta las cercan�as de la caba�a que ya sab�a
estar�a mi padre solaz�ndose con Florita, ese era el nombre de la esclava, una
Mina escultural. Desmont� utilizando la espalda de Nico para apoyarme y luego �l
se encarg� de esconder el jamelgo. Nos acercamos en silencio hasta la choza y
nos apostamos para mirar sin ser vistos a trav�s de la abertura de una de las
contraventanas. No perd� detalle y acab� con la entrepierna mojada. Vi c�mo pap�
penetraba a Florita y c�mo lo hac�a por todos los agujeros posibles. Nico miraba
asombrado. Deslic� mi mano por su entrepierna y not� el enorme bulto que hab�a
crecido. Nico se estremeci�. Le mir� con una sonrisa enorme en los labios y �l
baj� la vista. Le amas� un rato la polla y luego retir� la mano para volver a
concentrarme en el marvilloso espect�culo que estaba presenciando. Nico estaba
pegado a m�, silenciosos ambos, y me gustaba sentir el contacto de su piel
desnuda a trav�s de mi blusa. Le limpi� con la mano la espalda, donde le hab�a
dejado marcadas las huellas de las suelas y tacones de mis botas despu�s de
utilizarlo de escabel para montar y desmontar del caballo. Fue un gesto
instintivo que sorprendi� tanto a Nico como a m� misma. Me encant� la cara de
sorpresa del muchacho por mi gesto. Le frot� la rizada cabellera negra y
acerc�ndome a su oreja para hablar bajito le dije: "Qu� pasa? Acaso tu ama no
puede querer que su esclavo vaya limpito?" y le di un beso en el l�bulo de la
oreja. Me retir� un poco y le mir� con una de mis m�s encantadoras sonrisas. El
pobre Nico parec�a estar alelado, una cosa era que lo usara sexualmente y otra
muy distinta ese gesto de ternura por mi parte.


Una hora despu�s me reitraba sigilosamente seguida por Nico.
Ya hab�a cumplido la primera parte de mi plan, ya sab�a el qu� y el c�mo, pero
no pod�a entrar en el chamizo y decirle a mi padre que no se preocupara, que
siguiera con lo que hac�a que s�lo iba a tomar nota, evidentemente no pod�a
hacer eso, as� que se me ocurri� ver de cerca una c�pula, no espiando entre las
fisuras de una ventana, si no sentada c�modamente, como si de un espect�culo
teatral se tratara. "Venga Nico, vamos a visitar una de las caba�as de los
esclavos."


Regresamos donde estaba mi yegua escondida. Nico se arrodill�
de nuevo junto al flanco del caballo y le puse el pie en la espalda para montar.
Me di impulso y qued� de pie sobre la espalda de Nico. Aguard� un momento,
pensando en la fuerza que deb�a estar soportando al tener todo mi peso sobre la
espalda. Me resultaba agradable verme encima de �l. Una vez instalada en mi
silla pude ver que le hab�a vuelto a manchar la piel de la espalda, un cerco de
barro y peque�a hojarasca dibujaba el contorno de la huella de mis botas.
Volvimos de nuevo al paso para que Nico no tuviera que correr detr�s de mi
montura. Hab�a un buen trecho hasta otra zona de caba�as antes de llegar a los
barracones donde viv�a la mayor�a de esclavos. En esa zona de caba�as viv�an
aquellas esclavas y esclavos que hab�an cosechado m�ritos suficientes para
ganarse el favor de mi madre que les permit�a que pudieran construirse una
humilde vivienda en la que poder vivir con sus hijos, lejos de los barracones
donde se hacinaba la mayor�a, lejos del l�tigo implacable de Teodora.


"Te has fijado bien c�mo lo hac�a el amo?" le pregunt� desde
lo alto de mi montura. "S� ama, me he fijado" me contest� bajando la vista como
avergonzado.


Llegamos a la zona de caba�as, hab�a como una docena y media
de ellas diseminadas, sin excesivo concierto, ni en la disposici�n ni en el
orden, se notaba que hab�an sido construidas sin muchos medios y con el �nico
fin de tener un techo en el que vivir, sin importar demasiado la armon�a del
conjunto. Pens� que cuando todo aquello llegara a ser m�o mandar�a derruir todas
esas chozas y las har�a construir con un sentido m�s armonioso con el medio.


Me detuve delante de la primera de las chozas y le hice un
gesto a Nico que volvi� a arrodillarse para que pudiera desmontar c�modamente
sobre su espalda. At� el caballo a un poste junto a la choza y cuando me gir� y
vi que ten�a ya a Nico a mi lado me le acerqu� y con la mano volv� a limpiarle
la espalda de la suciedad que yo misma le hab�a causado. Esta vez Nico se
sonri�. Lo cog� despu�s del ment�n y me lo atraje. Le di un beso muy delicado en
la comisura de los labios y le dije "el esclavo ya vuelve a estar limpito".
Volv� a esbozar una de mis m�gicas sonrisas y creo que Nico tuvo problemas para
no perder el conocimiento de lo emocionado que estaba por mis delicadezas para
con �l.



Entramos en la choza, la hab�a seleccionado al azar y tuve
suerte. Hab�a una negra cocinando, doblada sobre un puchero puesto al fuego
donde herv�an unos nabos y unas hierbas. Acostumbrada como estaba al agradable y
apetitoso olor que sal�a de la cocina de la casa grande, el pobre aroma de aqu�l
puchero casi me ofendi�, �eso comen los esclavos? pens� para mis adentros. La
esclava se gir� al o�r pasos en el interior de su caba�a y al verme all� se
sorprendi� tanto que por poco derriba el infame puchero.



"���Santo cielo, pero si es la se�orita Patricia... se�or,
qu� ocurre, qu�... qu�...!!!" balbuce� la esclava que tras un momento de
confusi�n reaccion� y se dej� caer de rodillas. Avanc� un par de pasos, vest�a
mi traje blanco de amazona con el que resaltaba especialmente el negro brillo de
mis altas botas. Cuando sal�a a montar o iba por los campos o por los barracones
siempre me hac�a calzar las botas, a los esclavos les impresionaba mucho ver a
sus amos bien vestidos y sobretodo bien calzados, era como un s�mbolo de poder
al que tem�an y veneraban, del mismo modo que les infund�a temor el l�tigo o la
fusta. Le alargu� la mano para que me la besara. "No tengas miedo Perpetua �
mam� les pon�a a las esclavas unos nombres rar�simos � no pasa nada. Estoy aqu�
porque t� me vas a ayudar." Retir� la mano de sus labios y me di una vuelta para
examinar la pobre choza. Entonces vi brillar, en la oscuridad del fondo del
chamizo, unos ojos asustados. Perpetua intervino. "Es mi hijo, se�orita
Patricia, perd�nelo, es muy temeroso y creo que nunca la ha visto a usted tan de
cerca... �Jos�... sal de ah� y saluda a la amita Patricia... venga!"


Un mocet�n algo m�s mayor que mi Nico emergi� de las sombras.
Estaba temblando como una hoja de papel. Se desplom� sobre sus rodillas delante
de m�. Lo examin� con cuidado mientras le tend�a la mano para que me la besara.


"Qu� edad tiene tu hijo, Perpetua?" pregunt� "catorce,
se�orita Patricia" contest� y reconoc� el miedo en la voz de la esclava, "bien,
levanta Jos�, y ac�rcate � le orden� procurando que mi voz no sonara
excesivamente autoritaria."



Nico se hab�a quedado justo en la entrada de la caba�a, le
mir� y lo vi, entre asustado y avergonzado, como si ya supiera lo que iba a
ocurrir. Acerqu� mi mano a la entrepierna de Jos� y tras bajarle ligeramente el
caz�n le agarr� con suavidad el pene. Por poco no se le caen los ojos al suelo
de tanto que los abri�. Sonre� y el sonri�, parec�a un poco bobo. Ten�a un buen
paquete. "Desn�date, Perpetua � orden� sin mirarla y sin soltar el potente rabo
que colgaba en la entrepierna de Jos� y que iba aumentando de tama�o."


"Pero... pero se�orita, yo..." la esclava deb�a estar
desconcertada. "Ya me has o�do, qu�tate la saya � ahora mi voz s� sonaba
autoritaria."


O� como la esclava se retiraba las ropas mientras balbuceaba
temerosas e ininteligibles frases. Solt� el miembro viril de Jos� que ya estaba
totalmente erecto y me volv� hacia su madre. Se acababa de quitar la saya y
estaba de pie, desnuda totalmente. Era una negra de buen ver. Nos hab�a dado un
mont�n de cr�as y a pesar de eso segu�a teniendo un gran encanto. "Cuantas cr�as
nos has dado?" le pregunt� "trece, de las que diez a�n viven, amita." Ese era el
m�rito cosechado por Perp�tua, el n�mero de cr�as que hab�a proporcionado a sus
amos, mam� hac�a ya un par de a�os que la hab�a premiado con la caba�a que ella
misma y su macho hab�an tenido que construir. "Y donde est�n ahora tu prole y tu
macho?" Perpetua estaba desnuda y quieta y su mirada denotaba cierta inquietud,
cierta angustia por lo que imagino que barruntaba. Baj� la vista cuando la mir�
y me contest�: "Mi negro est� en los campos trabajando y los ni�os est�n todos
haciendo tareas en el dominio o en la casa, dos de las ni�as est�n de saloneras
� dijo distinguiendo por un momento cierto orgullo en su voz � en casa s�lo est�
Jos�, al que la se�ora, el ama, permite que me ayude dos horas al d�a y coma
conmigo y el beb� que duerme en la cuna."


No hab�a visto ning�n beb�. Me gir� y examin� la casa con una
mirada m�s atenta. Era un solo espacio as� que deb�a estar all� si no ment�a la
negra. Entonces vi, en la penumbra, lo que parec�a ser una rudimentaria cuna
tallada a mano. Me acerqu� y levant� la cortinilla de la ventana que hab�a justo
al lado. La luz que penetr� me permiti� ver con claridad el interior de la cuna.
Un lind�simo beb� de unos pocos meses que dorm�a pl�cidamente. Me agach� y lo
mir�. Era precioso. Pronto crecer�a y pasar�a a engrosar la inmensa tropa de
servidores que ten�amos y cuando fuese m�s mayor ir�a a producir riqueza
deslom�ndose en los campos de sol a sol. "Qu� monada de ni�o � dije acariciando
su carita oscura y dormida � se parece a ti, Perpe."


Pasado ese momento de ternura me incorpor� y mir� a la madre
quieta y desnuda, no s� si estaba resignada aunque esa esclava parec�a
desprender un cierto halo de dignidad que me molestaba un poco. Luego mir� al
bruto de Jos� que segu�a teniendo la polla erecta desde que se la hab�a tocado.


"Est�rate en el suelo Perpetua..., y t�, idiota... � dije
mirando a Jos� � m�ntala."


Ya estaba bien de pre�mbulos, hab�a venido a ver c�mo se
follaban a una esclava y eso es lo que iba a suceder ya que eso era lo que
quer�a.


"No se�orita, no haga eso, es mi hijo, se�orita, se lo
ruego..." me suplic� la esclava con la voz rota por la angustia. Esboc� un
fastidio y me gir� de nuevo para encarar a la aturdida esclava. "Me importa un
bledo si es tu hijo o es tu hermana, he dicho que te estires, quiero ver c�mo te
monta."


La esclava comenz� a lloriquear. Comenc� a andar entre las
cuatro desnudas paredes del chamizo, estaba pensando. "Se�orita, no me haga
hacer eso, es mi hijo, y si me pre�a? Si me pre�a saldr� un monstruo... �
lloriqueaba Perp�tua" "C�llate la boca, si te pre�a mi madre se pondr� contenta,
otro mam�n para nosotros. Escucha una cosa. Puedes callarte y obedecer mis
�rdenes y despu�s har� para que tengas tocino, jud�as y harina para dos meses, o
puedes seguir contrari�ndome, en ese caso en diez minutos vendr� Teodora y entre
tanto me pensar� si mandarle que te corte los dedos de los pies, o que te
arranque los dientes, o... d�jame pensar..., s�..., mejor a�n..., que te corte
los dedos de los pies y que te arranque los dientes... a ti y al penco ese que
tienes por hijo... as� que t� veras."


A�n no hab�a terminado la frase que la pobre desgraciada
estaba estirada en el suelo y abierta de piernas.


Me sonre� satisfecha y me sent� en la �nica silla que hab�a
en la choza. "Ven aqu�, Nico, arrod�llate a mi lado, y f�jate bien, aprende."
Nico se arrodill� mansamente a mis pies y me asegur� de tener a mano su paquete.
En contra de lo que yo pensaba no manifestaba ninguna excitaci�n. "Venga
machito... m�ntala" le dije a Jos�.


El mozo no parec�a tener los mismos prejuicios que su madre.
Cuando se quit� del todo el calz�n vi colgar unos buenos test�culos y su ariete
babeante en ristre. Se arrodill� entre las piernas de su madre y sin ning�n
miramiento la embisti�. Aquello dur� no m�s de cinco minutos. El fogoso muchacho
se vaci� entre gemidos y estertores propios de un animal. Perpetua ten�a la
mirada perdida en el vac�o mientras se dejaba poseer por su propio hijo. Mi mano
estuvo metida bajo el faldell�n de Nico y de tanto sobarlo acab� crecido como a
mi me gustaba.


Me gir� para ver el rostro de mi esclavo y vi que su mirada
era de reprobaci�n. No sonre�a y si bien su pene parec�a indicar que disfrutaba
s�lo pod�a achacarlo a mi constante manoseo, pero a Nico le disgustaba lo que
estaba viendo. Le mir� duramente pero en sus ojos segu� viendo tristeza,
reproche y censura por lo que estaba obligando hacer a la pobre Perpetua.
Aquello me provoc� mucha rabia, un miserable esclavo pretend�a avergonzarme,
afear mi conducta... qui�n era �l para decirle a su due�a lo que estaba bien y
lo que no lo estaba. �Es que no sab�a que all�, en la plantaci�n, yo era la ley
y yo era la moral? Liber� su pene del contacto de mi mano y volv� a la escena
que yo hab�a dise�ado.


Jos� se acababa de derrumbar sobre el cuerpo de su madre,
ambos parec�an agotados pero por distintos y evidentes motivos. Me levant� y
antes de irme, como para justificarme ante Perpetua y ante Nico le espet� a la
pobre esclava que yac�a llorosa en el suelo: "Esta tarde tendr�s los alimentos
que te he prometido, te los has ganado. Venga Nico, v�monos, me apetece cabalgar
� le dije sin mirarle."


Nico me sigui� a fuera. Yo ya estaba parada junto al caballo
al que hab�a desatado la cuerda. Estaba indignada con Nico. "A qu� esperas?
Arrod�llate, negro est�pido, que no ves que tengo que montar � le grit� con
acritud." Esta vez le pis� la espalda con fuerza y me entretuve con ambos pies
sobre �l antes de montar. Estaba furiosa. Una vez arriba sequ� la cuerda que
llevaba siempre enrollada en la silla, hice un nudo corredero en un extremo y le
arroj� a Nico el cabo que ten�a la lazada mientras yo consevaba sujeto el otro
extremo. "Mete las manos dentro del lazo." Estir� la cuerda hasta que el lazo se
cerr� sobre sus mu�ecas. Le estaba haciendo da�o pero no me import� en absoluto.
Volv� a tirar a�n con m�s fuerza para asegurarme de que estaba bien atado. Mi
mirada era nerviosa, como el movimiento de mis manos. Ten�a la melena agitada y
notaba que Nico me miraba con miedo. At� el extremo de la cuerda que hab�a
conservado en mi poder al saliente delantero de la silla de montar.


"Ahora vamos a hacer un poco de ejercicio, va bien para bajar
los humos � le dije con la mirada encendida al tiempo que clavaba las espuelas
en los flancos de mi yegua. El caballo sali� disparado y Nico solo pudo aguantar
cinco pasos, al sexto la cuerda ya estaba tensa y su cuerpo era arrastrado
violentamente por encima del camino. Recorr� la milla que nos separaba de la
casa grande al galope, gir�ndome de vez en cuando para ver el cuerpo de Nico
rebotar casi inherte sobre piedras, palos, maleza y las rodaduras de las ruedas
de las calesas que marcaban el camino de tierra. Cuando detuve el caballo salt�
�gilmente al suelo, demostrando que no necesitaba para nada la espalda de mi
esclavo para montar o desmontar y que si lo hac�a era s�lo porque me gustaba
usar a mi esclavo de escabel.


Teodora vino hacia m� corriendo. Me hab�a visto llegar al
galope y arrastrando a Nico, algo que no hab�a hecho nunca, as� que vino para
saber si me necesitaba.


"A pasado algo se�orita Patricia?" pregunt� Teodora asustada.
Una vez los pies en el suelo not� que la ira a la que hab�a sucumbido se
retiraba lentamente. Hab�a satisfecho mi vanidad de ni�a mimada y comenzaba a
estar m�s calmada. Me acerqu� a Nico y por un momento recib� un susto de muerte.
Estaba inm�vil en el suelo, ensangrentado el rostro, las piernas y el torso
desnudo, arrancado el faldell�n y su culo y el pene estaban cubiertos tambi�n de
sangre. Lanc� una exclamaci�n de horror al ver lo que hab�a hecho. Teodora se
dio cuenta y me calm�. "Tranquil�cese se�orita, su negro es joven y fuerte, su
estado es m�s aparatoso de lo que parece." Se agach� y espabil� el rostro de
Nico zarande�ndolo por la barbilla. Nico abri� los ojos y yo respir� aliviada.
Mi orgullo me imped�a arrojarme sobre sus heridas y lamerlas para curarle. Yo
hab�a decidido castigar su insolencia y ahora hab�a de ser consecuente con lo
que se espera del comportamiento de un ama. As� y todo no pude contenerme y
solloc�. "Crees que se pondr� bien?" le pregunt� a Teodora que conoc�a
perfectamente la respuesta del cuerpo humano ya que ella se encargaba de
hacerlos sufrir y sab�a cuando un cuerpo pod�a aguantar m�s o estaba al limite
de su resistencia. Lo estuvo palpando en busca de roturas evidentes y lo examin�
para determinar si la gran cantidad de sangre obedec�a a la rotura de alg�n vaso
sanguineo escandaloso o se trataba de algo m�s serio. Cinco minutos despu�s se
levant� Teodora y con una sonrisa en los labios me tranquiliz�. "V�yase a
descansar se�orita, d�jemelo a m�. Ma�ana se lo devolver� como nuevo. No va a
morir de �sta, no son m�s que golpes y alg�n corte, nada irreparable."


Respir� aliviada, me sequ� las l�grimas y me fui hacia la
casa. Nica, con el rostro desencajado me esperaba en el porche. Me mir� con los
ojos reflejando angustia y desesperaci�n. Hab�a presenciado mi entrada a caballo
arrastrando a Nico y lo hab�a visto inm�vil y ensangrentado. Yo estaba bastante
afectada, me sent�a mal por aquella venganza que hab�a tomado sobre el pobre
muchacho.


"Ama, qu� ha pasado, qu� le ha hecho a Nico, porqu� lo ha
arrastrado con el caballo..." Nica estaba como desquiciada, fuera de s�. Nunca
me hab�a hablado as�. Aunque me sent�a culpable reaccion� con orgullo, Nica no
era m�s que una esclava, mi esclava y por su insolencia pod�a mandar que la
azotaran all� mismo. Ella estaba de pie. Me par� frente a ella y la mir�
fijamente. No baj� los ojos. Yo me estaba exaltando por momentos y a punto
estuve de levantar la fusta y cruzarle la cara pero en su lugar segu� andando
pasando junto a su lado. Nica se volvi� y me sigui�. Subi� las escaleras detr�s

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Relato: Ama y esclavo
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