Relato: El capataz



Relato: El capataz

El auto atraves� el guarda-ganado y en pocos segundos
terminaba su recorrido bajo los para�sos, en el parque del casco de la estancia.
El viaje desde Buenos Aires hab�a durado unas tres horas.


Del auto bajaron dos hombres: el patr�n de la estancia y su
amigo arquitecto.


Los perros se acercaban ladrando, y uno de los peones, el
marido de la casera y cocinera, los vino a recibir.


-�Buenos d�as don Tom�s!.


-Hola, Miguel, llevame el auto al galp�n y despu�s me lo
lav�s. Ven�...Te presento al se�or Federico.


El r�stico hombre alarg� respetuosamente la mano.


-Buenas, Don.


-El se�or Federico es el arquitecto que viene a ver la casa
de hu�spedes para arreglar los techos y ampliar las habitaciones, �te acord�s
que te hab�a avisado?.


El pe�n asinti� con la cabeza, siempre hosco y parco en sus
modales. El patr�n, mirando para el campo, le volvi� a dirigir la palabra


-Decime... �est� Luis?


-Si, se�or. Est� en el campo de la ca�ada, con la hacienda.


Luis era el capataz. Hac�a un a�o que estaba a cargo de todas
los asuntos de la estancia. Todos los peones, sab�an que Luis era el preferido
del patr�n, por su juventud y por su inteligencia, as� que a nadie le hab�a
sorprendido que luego de que el viejo capataz se jubilara, Luis pasara
inmediatamente a ocupar su lugar.


-Bueno, �Y c�mo est� tu mujer?


-Bien, patr�n.


-Decile que comemos a eso de la una.


-Est� bien


Los dos hombres entraron a la casa. Era la primera vez que
Federico visitaba el lugar. Era conocido del patr�n desde hac�a unos a�os. El
patr�n ven�a, como de costumbre, para liquidar los sueldos y controlar la
hacienda con el veterinario, pero hab�a aprovechado la ocasi�n para llevar al
arquitecto por ese fin de semana.


La casa era a�osa, de fines del siglo XIX. Modesta y
confortable, una t�pica casona de campo. Por todos los ventanales se ve�a el
campo, como un inmenso mar verde.


Federico se sinti� muy a gusto en la casa. El patr�n, amable
y hospitalario le mostr� su habitaci�n. Ese d�a pas� tranquilo. Los dos hombres
se abocaron a sus propias ocupaciones despu�s del sencillo almuerzo. El patr�n
le mostr� algunos lugares de la estancia, los caballos, el antiguo palomar, el
huerto de los frutales y el monte antiguo que estaba detr�s de la casa formado
por viejos nogales. Cerca estaba la casa de hu�spedes. El patr�n dej� a Federico
all�, partiendo a sus obligaciones.


Enseguida Federico se puso a observar la vieja estructura
para luego proyectar los arreglos. En eso estaba cuando sinti� que alguien
entraba a la casita.


-�Ah!, disculpe, Don. Usted debe ser el arquitecto.


-Si...


-Buenas. Yo soy Luis.


-Ah, si, �usted es el capataz?


-Si se�or. Disc�lpeme, pero como vi que la puerta estaba
abierta, pens� que se la hab�an dejado olvidada y...


-Mucho gusto, yo soy Federico, el arquitecto. No se preocupe,
cuando yo me vaya, dejar� todo cerrado.


-Gracias, Don. Con permiso...


-Vaya nom�s.



Federico se asom� a la ventana y sigui� con la mirada a Luis,
que se alejaba en direcci�n a la oficina, donde estaba el patr�n pagando los
sueldos. Observ� su andar despreocupado, su corpulencia y sus brazos fuertes.
Luis era un chaque�o de unos 35 a�os, aunque nadie pod�a saber con certeza su
edad. Ten�a un rostro de ni�o que no coincid�a en ese cuerpo trabajado por las
rudas tareas del campo.


A pesar de ser muy t�mido y parco, hab�a en sus ojos casta�os
muy claros, una expresividad tierna y sensible. Ten�a el cabello ensortijado y
rebelde y varias canas prematuras cubr�an sus sienes.


A Federico le hab�a impresionado esa personalidad.


Por la tarde se dedic� a dibujar algunos bocetos en el
escritorio, y pronto fue la hora del t�. Fue el reecuentro con el patr�n Tom�s,
con el cual estuvieron charlando bastante sobre el proyecto que ten�a en mente
el arquitecto. De todos modos hab�a tiempo para discutir los detalles, y la
charla se desvi� hacia otros temas. Pero se hac�a tarde, a�n Tom�s ten�a que
pasar por el pueblo para traer unos repuestos para la cortadora de c�sped.


-Federico: yo voy a tener que ir hasta Chacabuco, �quiere
usted acompa�arme?..aunque le prevengo que no hay mucho para ver por esos
lados...


-Le agradezco, Tom�s, pero prefiero dar una vuelta por la
estancia, o tal vez salir a dar un paseo a caballo. �la laguna est� muy lejos?


-No. Tiene que atravesar tres tranqueras, para el norte. Si
sigue la direcci�n de aquel alambrado no se va a perder, despu�s de la tercera
tranquera ver� el monte de cedros y enseguida dar� con la laguna. �Necesita algo
del pueblo?


-No, gracias.


-Bueno, suerte. Ya me voy � dijo, levant�ndose y tomando una
chaqueta. Tom�s sali� y salud� de lejos a Federico que se qued� por un momento
sentado en el sill�n frente al ventanal. Despu�s, con decisi�n, sali� de la
casa, fue hasta las caballerizas y le pidi� a Miguel que le ensillara un caballo
no demasiado bravo. Federico sali� cabalgando y se intern� en los campos.


El sol estaba cayendo ya. Y era una hora exquisita para
cabalgar.


La planicie se interrump�a de a ratos por alg�n que otro
monte de eucaliptus y otros viejos �rboles. Hac�a a�os que Federico no cabalgaba
y esto le dio una renovada sensaci�n de libertad.


Por fin, despu�s de pasar la tercera tranquera, divis� a lo
lejos el espejo de agua. No era muy extenso, pero el paisaje se enriquec�a con
la vegetaci�n que emerg�a a su vera.


Se dirigi� al monte de cedros, que era un peque�o bosque.
Cuando entr� con el caballo, enseguida escuch� voces. Entonces se ape� y sigui�
caminando riendas en mano. Con una rara curiosidad decidi� avanzar en direcci�n
hacia el margen de la laguna que era el mismo lugar de donde proven�an las
voces. Era evidente que alguien se estaba ba�ando en las aguas de la laguna por
el ruido que llegaba a sus o�dos. Dej� el caballo atado a un �rbol y camin� unos
metros m�s. Cuando por fin sali� de la espesura de los cedros, estuvo a metros
del agua y vio a tres hombres que se estaban ba�ando. Uno era Luis, el capataz.
Estaba acompa�ado de dos peones. M�s all� pudo ver a los caballos atados y
pastando en un claro verde. Los hombres estaban silenciosos, de vez en cuando
hablaban alguna palabra o hac�an alguna broma, pero estaban casi exclusivamente
abocados a asearse, seguramente despu�s de un duro d�a de trabajo. Estaban de
pi� y el agua los cubr�a hasta los muslos. Llevaban puestos sus calzoncillos,
que estaban totalmente mojados. Luis con un jab�n, se frotaba la cabeza, llena
de espuma y extendi� enseguida la tarea a su pecho y sus brazos. Federico ve�a
toda la escena entre curioso y raramente excitado, escondido entre unas ramas,
algo culpable de invadir ese terreno de los trabajadores.


Pero enseguida puso su atenci�n en Luis. Ese hombre lo atrajo
instant�neamente. Mir� su pecho ancho y bien formado. Ten�a algunos pelos en el
centro, los m�s tupidos eran algo blancos. Sus pezones, sin vello alguno, eran
oscuros, contrastando con su tez blanca. Los brazos, m�s oscuros y curtidos por
el sol, eran incre�blemente velludos, y sus pelos ah� eran bien negros. Pod�a
ver que esa textura vellosa se repet�a en las piernas, que adivinaba apenas por
esa porci�n visible de muslos que el agua dejaba ver. El calzoncillo era blanco,
com�n y anticuado. Pero a Federico le pareci� la prenda m�s sensual que hab�a
visto puesta sobre un hombre jam�s. Se marcaba un bulto considerable, y la tela
mojada transparentaba sectores oscuros. Cuando el cuerpo de Luis giraba sobre si
mismo, Federico pod�a ver el culo perfecto y redondo del capataz. El agua ba�aba
todas sus formas, como acariciando ese cuerpo magn�fico.


Los dos peones que estaban con �l fueron los primeros en
darse cuenta de la presencia de Federico. Uno de ellos, t�midamente le hizo una
se�a a Luis, que gir� la cabeza y con una tenue sonrisa levant� una mano
saludando al visitante.


-�Don Federico!, �Qu� anda haciendo por aqu�?


Federico, algo inc�modo por haber sido descubierto, se
adelant� unos pasos.


Los otros dos hombres, salieron del agua y saludaron muy
cabizbajos. Fueron directamente al pie del �rbol donde hab�an dejado sus ropas y
empezaron a secarse con unas toallas, siempre en silencio.


Federico mir� a Luis, que a�n se estaba enjuagando.


-Hola Luis. Perd�n si los importun�, pero sal� a dar una
vuelta a caballo y quer�a conocer la laguna.


-Hizo bien, hizo bien.- dijo saliendo del agua.- por aqu� es
una de las cosas lindas que tenemos. Y bueno, usted vio que tambi�n la usamos de
ba�adera en verano.


Federico ri� y sigui� mirando fijamente cada uno de los
movimientos del capataz, que ahora se estaba secando.


-� No quiere darse un ba�ito?


Los dos peones, que ya casi estaban vestidos, observaban toda
la escena sin mover casi las cabezas, s�lo los ojos.


-No, gracias, Luis. No traje ropa adecuada.


Los hombres sonrieron.


-Bueno, si es por eso, m�renos a nosotros... nunca venimos
con traje de ba�o. Ac� en pleno campo, nadie se va a fijar si uno est� a la moda
o no, �vio?


Nuevas sonrisas. Los peones ya listos, saludaron muy
respetuosamente y se dirigieron hacia sus caballos. Federico y Luis les
devolvieron el saludo y cuando los caballos se alejaron quedaron solos en el
borde de la laguna. El sol comenzaba a ponerse.


-Es incre�ble como se ve la ca�da del sol en este lugar.


-�Vio que hermosura?


-�Vienen siempre a este lugar?


-Bueno, en verano, despu�s del trabajo en el campo, si
estamos ac� cerca, preferimos darnos un ba�o ac� y ya llegamos limpios a las
casas, �sabe?.


-Y las mujeres no tienen que limpiar ba�os despu�s...


-Las de ellos, lo que es a mi, nunca me vino bien ninguna
mujer para vivir con ella, vea.


-�Y vive en el pueblo?.


Luis lo mir� socarronamente, como entendiendo que el mozo de
la cuidad no entend�a de las cosas del campo.


-No, don, vivo en el puesto de estancia que est� ac� nom�s,
pasando esta laguna, al ladito del arroyo.


-�Solo?


-El buey solo bien se lame, �no?


Mientras, Luis, que evidentemente no era tan parco como los
otros, se hab�a terminado de secar. Ahora, ese cuerpazo tan viril quedaba a la
vista de Federico. Efectivamente, las piernas eran oscuras y muy peludas. El
vello se acentuaba en las entrepiernas, casi se pod�a adivinar la continuaci�n
de esos pelos hacia las zonas m�s �ntimas. La suave brisa del atardecer hab�a
refrescado el aire y el pecho de Luis mostraba la piel erizada. Federico miraba
esos enormes pezones casi negros que se pon�an duros al contacto con el aire m�s
fr�o.



Luis, tambi�n hab�a observado a ese hombre con el que le
gustaba hablar. Tendr�a su edad, tal vez un poco m�s. De sonrisa generosa, nunca
oculta por esa barba bien cuidada. Era alto tambi�n, y de hombros anchos. Luis
se atrevi� a seguir mirando mientras charlaba. �Porqu� mir� hacia esa bragueta
mal cerrada? En efecto, algunos botones de la bragueta de Federico estaban
desprendidos. Pod�a ver una forma abultada, redonda y la tela celeste de su ropa
interior.


Cuando Federico se sent� en un tronco, de frente al ocaso,
las piernas se abrieron y el bulto pareci� estar m�s provocativo, m�s atractivo
a�n. Luis se sonroj�, temeroso de que alguna de sus miradas hubieran sido
percibidas por Federico y disimul� su incomodidad dirigi�ndose hacia el caballo.
Entonces Federico lo sigui� con la mirada. Luis, asaltado nuevamente por su
timidez campera, se escondi� detr�s del caballo para quitarse el calzoncillo
mojado. Federico quiso voltearse y no invadir ese acto de intimidad, pero no
pudo. Tem�a la cabeza girada hacia el sol, pero sus ojos, miraban de soslayo a
Luis. Entonces vio como la blanca prenda �ntima de Luis ca�a a sus pies. Solo
pod�a ver algo del torso y la piernas, lo m�s atractivo de su desnudez quedaba
oculta por el caballo.


Pronto el sol qued� oculto tras el horizonte entre los
resplandores rojizos de las nubes.


Volviendo, Luis murmur�:


-Es hora de ir volviendo, �no?


Federico, algo perplejo y a�n pensativo en la escena que
acababa de presenciar, tard� en responder.


-Si...si, claro.


Volvieron juntos al trote. Luis se separ� para tomar el
camino a su casa y Federico sigui� cabalgando hasta la estancia.


Al d�a siguiente Federico escuch� a�n en su cama los gritos
de la peonada trabajando con la hacienda en la "manga" cerca de la casa. Estaban
trabajando con el patr�n y el veterinario, revisando a cada uno de los toros
nuevos. Federico escuch� entonces la voz de Luis. Tambi�n al mismo momento
sinti� la fuerte erecci�n que lanzaba su miembro afuera del slip, �nica prenda
con la que hab�a dormido. Se toc� la verga dura y empez� a acariciarla por
encima del slip. No pudo evitar pensar en Luis y en la escena del caballo. Si
solo hubiera caminado unos pasos, hubiera alcanzado a verlo totalmente desnudo.


Sus manos, frente a esa imagen en su mente, se deslizaron por
debajo de la tela y tomando el miembro en plena erecci�n empezaron a acelerar
los movimientos. Fue cuando escuch� golpear a su puerta y una voz femenina
detr�s de ella.


-�Se�or Federico, son las ocho!


Federico, sobresaltado contest� con un "gracias" y
abandonando ya la idea de la masturbaci�n se levant� y se dio una r�pida ducha,
lo cual no pudo hacer bajar esa erecci�n inmediatamente.


Ese s�bado, durante la hora del te en la galer�a, Federico y
Tom�s vieron pasar pasar a Luis, que salud� a los dos hombres con una breve se�a
de su mano, lanz�ndoles un "hasta ma�ana". Estaba sucio y sudado por el trabajo.
Federico lo vi� pasar y dirigirse hacia la caballeriza. Hab�a advertido una
mirada muy fija sobre �l, como si quisiera decirle algo desde all�. Federico
casi no escuchaba que Tom�s le estaba contando sobre un campo que deb�a arrendar
y sus pormenores, s�lo pensaba que quer�a irse con su caballo hasta la laguna y
verlo desnudo esta vez. Fue reci�n despu�s del te, que el patr�n dej� libre a
Federico y �ste aprovech� para salir al galope hacia la puesta del sol.


Cuando lleg� a la laguna no vio a nadie. Ya empezaba a
maldecir, pensando que hab�a salido un poco tarde y que los peones ya se hab�an
marchado, pero yendo al paso un poco m�s all�, vio un caballo atado un tronco
ca�do, era el de Luis.


Dej� all� tambi�n al oscuro, y camin� despacio hacia la
laguna. No tard� en divisar al capataz. Estaba solo.


La tarde estaba m�s calurosa que la del d�a anterior y Luis
estaba nadando, un poco m�s lejos de la orilla. Estar�a a unos diez metros.
Federico se qued� mir�ndolo un rato. Enseguida Luis lo vio.


-�Ehi! �Se�or Federico!


Federico mir� para los alrededores.


-�Est� solo?


-Si. Hoy los peones trabajaron en otro campo. Me vine solo.


Y cuando dijo esto, como para asegurarse de que su voz
llegar�a hasta el arquitecto se incorpor� un poco. Al hacerlo su cuerpo
sobresali� del agua que qued� a nivel de su pelvis. Federico abri� bien sus
ojos. �No lo pod�a creer!. F�cilmente pudo darse cuenta de que Luis se estaba
ba�ando desnudo.


-�Porqu� no viene? �El agua est� fenomenal!


-�Eh?...


-�D�le!, �An�mese!


-�Si... tengo ganas, pero...!


Federico pensaba lo excitante de toda la situaci�n. Ten�a
verg�enza, pero a la vez unos incontenibles deseos de lanzarse al agua junto a
Luis. �Y si alguien los descubr�a?, �si acaso Tom�s...? �Qu� estaba pensando?
Era absurdo. En medio del campo, nadie iba a observar nada de lo que pasaba
all�. Y como sab�a que Luis tambi�n ten�a era perfectamente consciente de eso,
la excitaci�n fue mayor.


-�Est� bien, all� voy!


R�pidamente, Federico se quit� la ropa y entr� al agua
desnudo.


Estaba algo tostado por el sol y la blancura de su pelvis
como la de su culo, quedaba contrastante a�n m�s con la negrura de los pelos
pubianos y el vello de sus nalgas. Luis sinti� verg�enza y mir� hacia otro lado,
cuando el arquitecto qued� desnudo. Pronto �ste lleg� nadando al lugar donde
estaba Luis. No hab�a mucha profundad all�. Hac�a calor y el agua llegaba como
un b�lsamo refrescante a los cuerpos de esos hombres. Era todo quietud, calma y
mucha paz, quebrada solamente por el gorjeo de las aves del campo. El agua les
daba por la cintura, as� que sus sexos estaban cubiertos.


De vez en cuando se miraban. Federico entraba as� al interior
de ese hombre simple y atractivo por esos ojos claros rodeados de largas
pesta�as y pobladas cejas. El sol los ba�aba con su luz ya d�bil.


Federico entonces se adentr� un poco m�s en la laguna. Estaba
a unos metros de Luis. �l lo vio y quiso advertirle:


-Se�or, no vaya por ah�. El lecho es muy traicionero y hay
muchos desniveles.


Federico sonri�. El agua le llegaba al cuello.


Y en efecto, Federico dio un paso en falso y ya no pudo hacer
pie. A pesar de saber nadar, el lecho de la laguna, lleno de ramas y lodo, le
dio un poco de miedo y Luis comprendi� que deb�a ayudarlo a salir de all�. Se
acerc� nadando.


-Ag�rrese de mi mano.


-No llego, Luis.


Entonces Luis se acerc� y lo tom� firmemente por debajo de
los hombros. Ambos sintieron como sus cuerpos desnudos tomaban contacto. Las
piernas se entrelazaron brevemente y la uni�n de esos brazos fuertes, hizo que
Federico empezara a experimentar una suave y creciente erecci�n.


Salieron del lodazal y del pozo. Cuando estuvieron sobre
terreno m�s seguro, Federico no sab�a como hacer para que se le bajase la
erecci�n. Luis pregunt�:


-�Est� bien, don Federico?


-Si, si, claro.


Luis prefer�a quedarse quieto en el lugar, en cambio Federico
daba unas brazadas alrededor.


En un momento, Federico se hab�a sumergido y cuando se dio
cuenta, en uno de sus movimientos, choc� contra las piernas de Luis. Al salir a
la superficie, se encontr� frente a frente con la cara sorprendida del capataz,
que entre risas nerviosas ped�a disculpas.


-No ten�s porqu� disculparte y otra cosa... no me llames
"se�or".


Entonces los dos dejaron de sonreir. Estaban tan cerca que
ambos pod�an ver cada detalle de sus rostros y de la parte superior de sus
torsos, que asomaban del agua.


Luis baj� un poco la vista. Vio como los pelos del pecho de
Federico hab�an sido alisados hacia abajo por el agua. Su barba goteaba doradas
perlas iluminadas por el sol. Luis abri� sus brazos velludos y acarici� la
superficie del agua. Era una postura expectante... y ala vez, insinuante,
invitadora...


Federico lo mir� con su c�lida sonrisa. El capataz mir� a la
orilla, como comprobando que nadie podr�a verlos.


Ya ambos sab�an lo que deseaban.


Los cuerpos se acercaron.


Y algo sucedi�.


Al estar tan cerca, la sumergida verga de Federico, en toda
su largura, apuntando hacia Luis, roz� apenas su peludo pubis. �ste, sintiendo
el contacto, fij� la mirada en los ojos de Federico y se acerc� m�s. Entonces
Federico ahuec� sus manos y tomando un poco de agua entre ellas las vaci� en el
pecho de Luis. �l se mir� su propio pecho, viendo como ese hombre repet�a una y
otra vez la acci�n. Tambi�n volcaba agua sobre su pelo y hombros. Las manos de
Federico lavaban bien cada pectoral despu�s de deslizar el agua sobre ellos. El
capataz ten�a la vista siempre atenta a las manos de Federico.


Debajo del agua, el potro de Luis se despertaba. Su pija
creci� tanto, se puso tan dura, que pronto Federico sinti� que aquel m�stil
rozaba con tenues caricias su propio miembro erecto. Luis permanec�a con los
brazos abiertos, entregado a aquel ritual entre hombres. Federico segu�a mojando
y lavando ese ancho pecho excit�ndose cada vez m�s con los roces de la verga del
capataz. Jug� una y otra vez con ese mech�n de pelo casi blanco. Acarici� sus
peludas axilas. Roz� las erectas tetillas. Avanz� un paso y entonces sus torsos
se tocaron levemente. Bajo el agua, sus pijas estaban enfrentadas y se frotaban
entre si.


Los musculosos brazos de Luis se fueron cerrando,
avanzando... y rodearon a Federico. Las manos se posaron en su espalda y lo
abrazaron. Federico sinti� el contacto tan excitante de esas manos �speras y
callosas en su espalda y un escalofr�o recorri� toda su espina dorsal. Entonces
baj� sus manos y fueron al encuentro del tronco de Luis.


�Cielos! �Era un miembro descomunal!. Sus dos manos, apenas
pod�an asirlo Crey� desmayar al comprobar semejante tama�o entre sus dedos.
Ten�a que ver esa maravilla. Lentamente, lo tom� de la mano y lo llev� hacia la
orilla.


Cuando salieron del agua, los dos hombres desnudos cayeron de
rodillas frente a frente en la hierba fina que crec�a all�. Cuando Federico mir�
el aparato que Luis ten�a entre las piernas, lanz� una exclamaci�n de asombro.
Era un carajo largo y grueso que pendulaba pesadamente sobre las colgantes
bolas. El miembro, totalmente descapullado, estaba duro como un garrote y ten�a
una forma recta bien definida. En plena erecci�n apuntaba hacia delante, como
una verdadera lanza, no hacia arriba. Los pelos negros cubr�an todo el pubis,
sigui�ndole armoniosamente por debajo de las bolas.


Se miraron ambos miembros detenidamente, como observ�ndose y
comparando los diferentes tama�os y formas. Luis mir� atentamente la pija de
Federico. No era tan grande, claro, pero era una verga larga, muy larga. Lo que
m�s llamaba la atenci�n a Luis era que el glande, de un color rojo subido, era
enorme, casi desproporcionado con el ancho de su tronco. Casi no ten�a movilidad
alguna, de tan duro y enhiesto que estaba. La vellosidad de Federico era tambi�n
muy espesa pero a diferencia de Luis, los pelos eran largos y lacios, como su
cabello.


Luis acerc� m�s su cuerpo al de Federico y las bocas se
abrieron para recibirse mutuamente. Respiraron intensa y agitadamente ante ese
muevo sabor que ambos reconoc�an. La lengua de Federico respondi� primero
t�midamente, luego apasionada, no dejando sitio del interior de la boca de Luis
por recorrer.


Las lanzas, duras y enfrentadas, chocaban entre si.


Federico cay� sobre Luis, que qued� acostado sobre el verde.
Enseguida sus labios fueron directamente a sus oscuros y redondos pezones
lampi�os. La lengua de Federico primero rode� la perfecta aureola. A este
contacto, las tetillas se irguieron duras como penes peque�os. Despu�s sigui�
lami�ndolas y por �ltimo las devor� casi entre sus dientes.


Luis abrazaba tiernamente a Federico, Parec�a incre�ble que
ese tosco y rudo hombret�n, en el momento del amor fuera tan cuidadoso y suave
con su amante. Mientras Federico mordisqueaba sus tetas, Luis, se encargaba de
besar y lamer su cuello, yendo y viniendo por sus hombros, orejas y boca. Luego,
Federico que se resist�a a abandonar esos duros pezones, baj� hacia el encuentro
con esa verga inmensa. Nunca hab�a visto cosa igual. Hasta record� en ese
momento las conocidas bromas sobre porque eran famosos los chaque�os. �Ser�a
este ejemplo la comprobaci�n de tales teor�as?


Esa pija era descomunal. Abri� bien la boca. Se atragant� un
poco, pero al fin pudo met�rsela hasta la mitad en su boca. Federico casi no
pod�a respirar, pero estaba saboreando un manjar �nico. Recorri� varias veces
toda la longitud y el grosor de ese aparato. Era de una dureza firme, pero
flexible y movible para todas las direcciones, cosa que lo hac�a muy manejable y
accesible a cada uno de sus pliegues. Chup� largo rato ese carajo, met�a la
lengua en el peque�o agujero, sub�a y bajaba el prepucio, lam�a, besaba... era
un juguete sabroso y lo volv�a loco... no lo pod�a dejar de bombear y lamer,
produciendo en el capataz un placer impresionante.


Entonces Luis se dio vuelta, quedando boca abajo. Federico
abri�ndole bien las gruesas piernas, empez� a lamer y besar intensamente el
culo. La lengua penetr� hasta donde le fue posible ese hoyo oscuro y peludo,
provocando contorsiones y gemidos en el capataz.


-�Si!, �Si!, Soy suyo... ese culo es para usted.


A Federico lo maravill� que Luis en ese �ntimo momento no se
animara tampoco a tutearlo.


-�Te gusta, Luis?


-Si...por favor, no se detenga... siga....siga...


Y Federico sigui�. Sigui� lami�ndole los test�culos. Eran
enormes. Colgaban por debajo de ese tronco duro y la mara�a de sus pelos
dificultaban un poco la tarea de Federico. De todos modos, los grandes
test�culos quedaron completamente mojados por la saliva del arquitecto en muy
poco tiempo.


Entonces Luis se abri� m�s a�n los gl�teos dejando bien a la
vista el agujero h�medo y dilatado y dijo entre gemidos entrecortados:


-Adelante, se�or. Por favor...c�jame, c�jame, quiero sentirlo
adentro.


Federico, sin poder contenerse m�s, apoy� la punta de su pija
en el peludo agujero del capataz y lo penetr� poco a poco.


-�Ah!...�Despacio, despacio...!


Federico se contuvo un poco, frenando sus �mpetus para no
lastimar la vulnerable zona. Cuando retom� el movimiento suavemente la verga se
introdujo hasta la mitad. El capataz gritaba casi:


-Si, as�, as�. �Lo siento!. No se detenga, por favor. M�tala
toda. �Bien adentro!


Federico sigui� las �rdenes del capataz. Enterr� hasta el
final la larga pija y sinti� enseguida que tocaba el suave y caliente fondo en
las entra�as de Luis. Entonces se empezaron a mover con r�tmicos y fuertes
movimientos. Sin sacar el miembro dur�simo del culo de Luis, �ste gir� sobre si
mismo y qued� frente a frente con Federico, que comenz� a besarlo en la boca
casi con desesperaci�n. Los gemidos del capataz quedaban silenciados entre los
labios de Federico, que tom� esa gran verga y comenz� a masturbarla.


Los ojos casi en blanco de Luis, le anunciaron a Federico que
estaba por eyacular. Los movimientos se hicieron m�s acelerados y de esa pija
salt� un primer gran chorro de esperma blanco y espeso que lleg� hasta el ment�n
del capataz. Federico lami� esas gotas entre las nuevas y violentas descargas de
su compa�ero. Por fin, aullando de placer, Federico se desbord� dentro del culo
del capataz.


Mir�ndose a los ojos, en ese ambiente buc�lico, claro y puro
del campo, los dos hombres se besaron profundamente una vez saciados sus
apetitos voraces.


En ese momento el sol ocultaba su �ltimo rayo en la l�nea del
horizonte. Los dos, contemplando ese deslumbrante espect�culo callaron
emocionados.


-Es hora de irse, don Federico.


-Si... as� es.


-�Porqu� no se arrima ma�ana por las casas?


-Ma�ana vuelvo a Buenos Aires.


Luis oscureci� su mirada levemente.


-�Y cuando va a volver?


-Dentro de dos semanas, cuando se inicien las obras de la
casa de hu�spedes.


-Entonces... en dos semanas. Y v�ngase por la laguna �eh?


Federico sonri� y lo abraz� dulcemente.





Franco.




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Relato: El capataz
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