Relato: Mensajes subliminales (III)





Relato: Mensajes subliminales (III)

Sonia y sus amigas, todas de su
misma edad, tenían la costumbre de reunirse los sábados por
la tarde en casa de una de ellas para tomar un café y hablar de
sus cosas. David nunca se encontraba con ellas, porque durante esas horas
también solía trabajar. Pero desde que finalizó con
éxito su experimento, ya no necesitaba pasar tantas horas en el
laboratorio. Aquel sábado por la tarde se reunieron en su casa.
David las dejó en el salón mientras pasaba el rato leyendo
en el dormitorio. A media tarde sintió un poco de hambre, y se dirigió
a la cocina para comer algo. Desde allí podía ver perfectamente
a su mujer y a sus amigas. Se entretuvo un rato observándolas a
todas.



La que más gritaba al hablar
era Marta, una impresionante morena de pelo rizado y cuerpo de pecado.
Alta y esbelta, tenía los pechos grandes, más incluso que
Sonia. Llevaba puesta una cortísima minifalda que se deslizaba hacia
arriba cada vez que se movía. Y no dejaba de moverse todo el tiempo.
Solía vestirse de forma espectacular, para gustar a los hombres.
Era soltera, muy simpática, y le gustaba presumir de su independencia.



Incluso más espectacular
y hermosa que Marta era Eva. Rubia, pelo largo, ojos verdes, pechos no
demasiado pequeños, pero increíblemente bien proporcionados,
y unas piernas que nunca se acababan. Era una auténtica zorra. David
la odiaba, y el sentimiento era mutuo. Había sido modelo, e incluso
algunas veces seguían llamándola para algunos trabajos, puesto
que sus apenas cumplidos 30 años tan solo habían mejorado
su figura y su belleza. Hacía un par de años que había
conseguido engatusar a un joven millonario y se había casado con
él. Joven, hermosa y rica, la convertían en una insoportable
y presuntuosa presumida. Disfrutaba humillando a David y avivando la cizaña
en Sonia. Una de las mayores fantasías de David era humillarla públicamente.



Junto a Eva estaba Yolanda, una
pequeña y vivaracha morena. Trabajaba en un gimnasio, como monitora
de aerobic. A pesar de que todo su cuerpo era pequeño, el ejercicio
diario mantenía sus pechos firmes y puntiagudos, y su trasero, pequeño
pero muy agradable a la vista. Le gustaba vestir mallas y todo tipo de
ropa flexible y ajustada, y presumía de no llevar nunca sujetador
porque no lo necesitaba, cosa que por otro lado, era cierta. Nunca había
encontrado a su hombre ideal.



Por último estaba María,
la hermana de su mujer y por tanto, su cuñada. Se parecía
mucho a su hermana, excepto en el pelo. Era una pelirroja fastuosa. Su
largo pelo rojo era precioso y envidiable. Todas sus amigas lo deseaban
para ellas, pero solo María podía lucirlo. Además
era natural. David siempre se había preguntado de qué color
sería el pelo de su sexo. También estaba casada.



Mirando aquella colección
de hermosas mujeres, algunas ideas acudieron a su mente, pero después
de sopesarlas, las abandonó enseguida. De momento era feliz con
lo que tenía. Volvió al dormitorio y siguió leyendo.



Fue la propia Sonia la que sacó
el tema a la conversación aquella noche, después de hacer
ardientemente el amor.



- Esta tarde te he visto en la cocina
- comentó distraídamente mientras jugaba con sus pezones
- Estabas muy interesado en mis amigas. ¿Te parecen atractivas?



- Mucho. Pero no más que
tú.



No mentía. Ahora que sabía
que sus palabras tenían algo más que un mero significado
para ella, solía decirle piropos, aunque sabía que no era
necesario para que ella le adorara.



- Me he fijado en como mirabas a
Marta. La estabas desnudando con los ojos. Cada vez que se movía
y su minifalda subía más y más arriba, tus ojos la
devoraban.



- Tiene unas piernas preciosas.
Solo intentaba verlas un poco mejor - respondió al tiempo que alargaba
su mano para acariciarle sus piernas, siempre forradas con la seda negra
de sus medias



- ¿La deseas?



La pregunta le sorprendió.
¿Un sutil amago de celos?



- ¿Te molestaría que
así fuera?



- En absoluto. Me preocupa que haya
dejado de gustarte, pero si pensar en Marta puede hacer que te excites
de nuevo, entonces me vestiré como ella



David sonrió. Los celos habían
desaparecido de su esposa. El único motivo por el que había
iniciado la conversación era para buscar nuevas formas de excitarle.



- No has dejado de gustarme en absoluto
- la reconfortó - No tiene porqué gustarme una sola mujer.
A ti te quiero - los ojos de Sonia se iluminaron - pero a ella la deseo.
Es cierto. Y también a María y a Yolanda. Son mujeres jóvenes
y excitantes.



- ¿Y a Eva? Es la más
hermosa de todas



La respuesta de David estaba llena
de veneno.



- Es una zorra. La odio. Odio como
me mira por encima del hombro, como intenta envenenar tu amor por mi y
como se cree superior a todo el mundo



- ¡¡Nadie podría
envenenar mi amor por ti!! - se defendió Sonia con rapidez



Molesto por su propia falta de delicadeza,
David se apresuró a responder conciliatoriamente



- Lo sé, no te preocupes.
Solo era un comentario



Tranquilizada y con una perversa
sonrisa de niña traviesa, Sonia siguió con la conversación.



- ¿Quieres que te las describa?



- ¿Describírmelas?
¿Que quieres decir?



- Sé que a los hombres os
gusta imaginar desnudas a las mujeres que conocéis. Las he visto
desnudas docenas de veces. Puedo describirte cada parte de sus cuerpos
a la perfección, si eso te excita. Y además puedo hacer que
vuelvan el próximo sábado, para que puedas volverlas a ver.



Aquello era demencial. Su propia
esposa, que pocos días antes era una rematada celosa, le estaba
incitando a excitarse con sus amigas e incluso con su propia hermana.



- Sonia, cariño, si yo tuviera
la ocasión de acostarme con Marta, o con Yolanda, o incluso con
María, tu propia hermana, ¿te molestaría que lo hiciera?



Ella se tomó unos momentos
para contestar. Mientras pensaba, le miraba fijamente a los ojos, sin dejar
de jugar con sus pezones. No había dejado de hacerlo durante toda
la conversación.



- No puedo imaginar nada que tu
puedas hacer que me molestara. Tampoco creo que puedas hacer nada para
acosarte con ellas, como no sea emborracharlas o drogarlas, pero si eso
es lo que deseas, y deseas acostarte con ellas, te ayudaré a hacerlo.



David sonrió. No necesitaba
emborracharlas. Tampoco drogarlas. Y desde luego, estaba claro que sí
que podía hacer algo para acostarse con ellas.



Pensativo, comentó



- Me gustaría que el próximo
sábado también tomarais el café aquí.



Con una mirada de complicidad, imaginando
nuevas experiencias a la vista, Sonia inició un fuerte masaje en
sus pechos con una mano, mientras que la otra seguía, insistentemente,
con el pezón.



- ¿Que es lo que quieres
que haga?



- ¿Puedes convencerlas de
que se vistan muy sexys y sensuales? - Con Marta y Eva no será necesario.
Siempre se visten provocativamente. Yolanda será más difícil.
No sé que excusa les puedo dar para que se vistan sexys para tomar
un café. En cuanto a María, no habrá problema. Me
ha pedido varias veces que le preste uno de mis vestidos más excitantes.
Ese que me compre para ti hace un par de semanas. Le diré que venga
un antes y se lo prestaré, con la condición de que se lo
ponga esa misma tarde.



- ¿Conoces la talla de ropa
interior de todas ellas?



- Sí. Es uno de los temas
preferidos de Eva. Siempre está presumiendo de que cualquier ropa
le sienta de maravilla por sus maravillosas medidas.



- Muy bien, pues esta semana vas
a ir de compras. Quiero que consigas la lencería más sexy
que puedas encontrar, y en diversas tallas, para cada una de tus amigas,
y también para ti.



- ¿Y como vamos a conseguir
que se pongan toda esa lencería sin hacerlas sospechar?



- No te preocupes por eso. Tu limítate
a comprar la ropa y a hacerme feliz. ¿De acuerdo, cariño?



- ¡¡Claro que sí!!



Una enorme sonrisa iluminó
el rostro de Sonia. Hacer feliz a su marido era lo máximo a lo que
podía aspirar en su vida. Cumpliría todos sus deseos sin
dudar un segundo y sin preguntarse porqué lo hacía.



Simplemente, le amaba.


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Relato: Mensajes subliminales (III)
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