Relato: Desvirgadas en Barcelona 5 y 6





Relato: Desvirgadas en Barcelona 5 y 6

DESVIRGADAS EN BARCELONA � 5 -



DESTINO MARCADO





Pr�logo:





En un camping de la Costa Brava, al Norte de Barcelona, al
inicio del verano




Gloria intent� soltarse y salir de la litera. Agit� los
brazos, movi� los muslos intentando evitar lo que estaba intentando hacer don
Irving. Pero �l la sujet� a�n con m�s fuerza y consigui� inmovilizarla.


Grit�, pero nadie la escuchaba, No hab�a nadie m�s en aquella
zona del camping. Todos los otros bungalows de la zona alta estaban todav�a sin
ocupar. Su madre trabajaba toda la noche en una discoteca lejos de all�, en
Blanes, no volver�a hasta la ma�ana siguiente, si es que volv�a�.


El hombre le estaba mordiendo el cuello, y despu�s introdujo
la lengua en su boca. Ol�a a tabaco, vino y comida picante. Como tem�a, not� que
algo se mov�a ahora en su sexo, algo empezaba a entrar en su cuerpo.


Y grit� cuando sinti� el dolor, aquella especie de desgarro
que romp�a algo en su vientre. Intent� escapar de nuevo, moverse, pero �l se
dej� caer sobre ella, con todo su peso sobre su pecho, su est�mago, al tiempo
que notaba que aquella cosa grande y dura se met�a profundamente en su vagina�


Gloria dej� de resistirse� �l se hab�a transformado en un ser
desconocido que se mov�a como una bestia encima de ella�


Dej� que don Irving continuase� Le abraz� Apret� el cuerpo
del hombre con sus piernas� Ahora ocupaba el puesto de su madre en la cama de
don Irving, el viejo inca amante de su madre�


A lo lejos, se o�a algo de la m�sica del Festival de
Habaneras en la playa, concierto tradicional que siempre estrena el verano de la
buena sociedad de Barcelona en Calella de Palafrugell�





BADALONA, (Barcelona). Un mes despu�s





Cap�tulo 1.




Una vez en el piso se quitaron las ropas mojadas y las
colgaron en el lavadero para que se secaran. Alba vio que Gloria, Sandra y don
Irving Altachua estaban conversando animadamente preparando algo para cenar. Les
dijo que aprovechar�a para ba�arse y ellas le dijeron que ya ir�an despu�s.



Se meti� en el cuarto de ba�o y llen� la ba�era con agua
tibia. Se quit� la ropa y se meti� en ella. El calor del agua era una bendici�n
despu�s de la tormenta que les hab�a ca�do encima mientras volv�an de la playa
por la calle Prim.



Cerr� los ojos y se relaj�. Aquello era agradable. Estar en
casa y sentirse al abrigo mientras la lluvia golpeaba con impotencia las paredes
en el exterior del edificio y el tejado transparente del patio interior al que
daba el cuarto de ba�o.



Record� la tarde en la playa, tomando el sol con Sandra y
Gloria, mientras don Irving cumpl�a el encargo de las madres de Gloria y Alba de
encargarse de ellas durante la semana que iban a estar ellas de vacaciones en
Ibiza.



Era m�s divertido estar en Badalona sin las madres que
aguant�ndolas todo el d�a en Ibiza, ya que el amigo de la madre de Gloria, don
Irving, parec�a un hombre divertido que no les dar�a mucho la lata y les dejar�a
hacer lo que quisieran.



Aquella ma�ana hab�an ido en el enorme todo terreno de don
Irving al aeropuerto de Barcelona, a despedir a su madre y a la de Gloria, en el
vuelo a Ibiza, y despu�s hab�an vuelto a Badalona sobre la una del mediod�a.
Hab�an llamado a Sandra que bajase, porque la madre de Sandra la dejaba que
fuese a pasar con ellas la semana, hab�an tra�do la comida del restaurante de la
esquina, y despu�s, sobre las cuatro de la tarde hab�an bajado a la playa.



Fueron a la parte nueva de la playa, la que queda entre Prim
y el paseo de Montgat. Alba y Sandra llevaban un bikini diminuto, mientras
Gloria uno de una pieza, pero muy ajustado, que marcaba todos los contornos del
cuerpo como una segunda piel.



Don Irving llevaba una camiseta y un slip, y en los momentos
en que se quitaba la camiseta para irse a remojar al mar, su traje de ba�o era
pr�cticamente un tanga, y Alba no hab�a podido evitar que sus ojos siguieran la
figura del amigo peruano de la madre de Gloria, ruboriz�ndose internamente
cuando se dio cuenta que estaba observando el bulto enorme que se ve�a en el
bajo vientre del hombre.



De todas maneras, Alba not� que tambi�n don Irving no dejaba
de mirarlas a ellas, y que, en cierto momento, estando a su lado, el hombre
miraba directamente su cuerpo pr�cticamente desnudo, y que al cruzar las
miradas, �l la sostuvo y continu� mir�ndola descaramente, consciente de que ella
se hab�a dado cuenta, e, incluso, apareciendo una ir�nica sonrisa en los labios
de �l al tiempo que encend�a un cigarrillo sin apartar sus ojos de su cuerpo.



Tambi�n le hab�a chocado la sorprendente familiaridad con la
que don Irving acced�a al cuerpo de Gloria, extendiendo la crema protectora de
solar en la espalda de �sta, cuando lo l�gico habr�a sido que lo hubieran hecho
ella o Sandra. Era extra�o, porque don Irving no era su padre, sino s�lo un
amigo de su madre que sal�a con ella o las visitaba habitualmente...



La primera noticia de la tormenta hab�a sido un trueno
lejano, pero se acerc� tan r�pidamente, por la monta�a de La Conreria, que no
les dio tiempo a llegar a casa, y desde el cruce de la Rambla con Prim, hasta
llegar a la calle Francesc Layret, se les desplomaron encima las cortinas de
agua, de forma que llegaron al piso de Gloria completamente remojados.



Alba sali� de la ba�era y empez� a secarse tranquilamente. Se
mir� en el espejo y se sinti� satisfecha de las formas que hab�a ido adquiriendo
su cuerpo. Sonri� y se qued� como embobada mirando en el espejo su mojada y
rubia melenita, la blanca piel enrojecida por el efecto de los rayos solares,
los peque�os pechos, que crec�an puntiagudos, la estrecha cintura, el vientre...



Hasta que, de pronto, se dio cuenta de que detr�s suyo, en la
penumbra, la puerta del cuarto de ba�o estaba abierta, y en ella se recortaba,
oscura, una silueta humana. Se gir�, sorprendida, suponiendo que eran Gloria o
Sandra.





Cap�tulo 2




Don Irving estaba apoyado en el vano de la puerta
observ�ndola divertido. Alba, en una primera reacci�n instintiva, se tap� el
sexo, y se qued� como paralizada. No se sent�a atemorizada en absoluto al sentir
la mirada del peruano. No hab�a en ella amenaza ni agresividad, sino un evidente
deseo lascivo que se regodeaba lujurioso en la contemplaci�n divertida de la
adolescente desnuda.



Alba se sent�a sorprendida, pero ni alarmada ni confundida,
a�n cuando los ojos de �l le recorr�an los senos, el pubis, los muslos y la
cabeza al tiempo que saboreaba el humo del cigarrillo que colgaba de sus labios.
Alba se pregunt�, en alg�n recodo de su mente, por qu� no gritaba, no se cubr�a
con la toalla, no iba a cerrar la puerta con un portazo.



En un instante fugaz, por el pensamiento de Alba cruz� la
imagen del hombre entrando y cerrando la puerta, dirigi�ndose hacia ella y
desnud�ndose...



Entonces Alba retrocedi� algo hacia la ba�era, mientras las
im�genes prohibidas se le agolpaban en el cerebro y empezaba a balbucear una
especie de palabras incoherentes en tono muy bajo.



Y la situaci�n se quebr� por fin. Los ojos de �l adquirieron
un brillo sard�nico y una sonrisa ir�nica apareci� en sus labios. Sin decir
palabra, don Irving Altachua se volvi� al pasillo y cerr� la puerta tras �l.



Un momento despu�s oy� la voz de �l conversando con Gloria y
Sandra en la cocina dici�ndoles que Alba ya estaba a punto de dejar libre el
cuarto de ba�o.



Y, sin que hubiera una raz�n determinada para ello, Alba se
sinti� terriblemente culpable por todos los pensamientos que le hab�an cruzado
el cerebro cuando el hombre la estaba mirando desnuda.



Se puso unos estrechos pantalones tejanos y una camiseta
corta que le dejaba la cintura al aire. Fue a la cocina, donde Gloria y Sandra
estaban preparando algo de cenar, y, hablando con ellas, sent�a como don Irving
la continuaba mirando con aquella sonrisa divertida y aquellos ojos brillantes
que le recorr�an el cuerpo como si estuviesen palpando su piel.



Y lo peor era que Alba no consegu�a sentirse molesta, sino
que continuaba notando una sensaci�n especial, mezcla de inquietud y
satisfacci�n, al comprobar como aquel hombre se sent�a tan interesado en su
cuerpo, sensaci�n que ya hab�a experimentado por la tarde, en la playa, cuando
el la miraba de forma descarada.





Cap�tulo 3




Sandra, Gloria y Alba dorm�an en la misma habitaci�n. Despu�s
de cenar, don Irving las hab�a llevado a la fiesta mayor de Montgat, que ten�a
una verbena en la playa, y sobre la una de la ma�ana hab�an vuelto al piso. Don
Irving las hab�a invitado a unos tacos mexicanos, y como picaban mucho, hab�an
bebido champ�n.



De modo que, al volver, se hab�an ido a dormir enseguida,
porque estaban un poco mareadas. Y, sin embargo, Alba no consegu�a dormirse del
todo, ten�a una extra�a ansiedad. Vio levantarse de la cama a Gloria y salir de
la habitaci�n. Supuso que iba al lavabo. Sandra s� que dorm�a como un tronco.



Diez minutos despu�s se sorprendi� de que Gloria no volviese
del lavabo. Pens� que se encontrar�a mal, al haber bebido, y se levant� para
ayudarla si era necesario.



En el lavabo no hab�a nadie. Alba se alarm�, porque no ve�a
ninguna luz encendida, pero se dirigi� hacia el comedor por si se hab�a estirado
en el sof�.



Al pasar delante de la habitaci�n de la madre de Gloria.
donde ahora dorm�a don Irving, vio una luz tenue en el quicio de la puerta, y
algunos sonidos apagados c�mo de voces, pero extra�os. La puerta no estaba
cerrada, y Alba, intrigada la entreabri� muy lentamente.



Cuando pudo ver el interior, sus ojos se desorbitaron de
sorpresa y su pulso se aceler� hasta faltarle la respiraci�n.





Cap�tulo 4




Hab�a una luz encendida en la mesita de noche. Don Irving
estaba delante de ella, ya que la puerta daba al pie de la cama, desnudo,
estirado boca arriba.



Sentada encima de su pubis estaba desnuda Gloria, con la
morena cabellera oscilando al viento, y movi�ndose encima del hombre como si
estuviese montando a caballo.



Alba not� como una ola de calor sofocante la invad�a cuando
se dio cuenta de lo que realmente estaba viendo: Gloria estaba follando con el
inca, que deb�a tener su pene metido en el cuerpo de la chica.



El cuerpo de Gloria se mov�a tan r�tmicamente que parec�a una
bailarina, dado que Gloria tenia un cuerpo proporcionado pero algo rellenito,
sin llegar a la adiposidad, y su piel blanca y su melena negra hac�an pareja
perfecta con el cuerpo del peruano, que en aquellos momentos apretaba los pechos
turgentes de la ni�a con sus dos manazas, como si intentase extraer el jugo de
dos naranjas maduras. Don Irving dejaba ir tambi�n suspiros y musitaba palabras
en algo que deb�a de ser un idioma diferente, algo personal suyo.



De pronto, Alba sinti� terror y p�nico. Don Irving la hab�a
visto, y ten�a los ojos fijos en ella. Gloria no pod�a hacerlo, porque quedaba
pr�cticamente de espaldas, pero don Irving la miraba con unos ojos duros y
peligrosos. Alba no supo que hacer, tal vez habr�a tenido que salir corriendo,
pero se sinti� paralizada por los ojos del peruano, y fue incapaz de mover un
s�lo m�sculo del cuerpo.



Despu�s de unos segundos que parecieron horas, Alba vio como
el inca sonre�a hacia ella, le enviaba un beso con la boca mientras Gloria
continuaba jadeando y cabalgando imperturbable sin darse cuenta de nada y le
hac�a un gesto obsceno con el dedo se�alando despu�s a Gloria, como para
confirmarle que ten�a clavada toda su espada en el sexo de la adolescente.



Y, entonces, don Irving continu� de forma espectacular, como
si representase una obra de teatro que ten�a como �nica destinataria a Alba.



Agarr� a Gloria por la cintura y la espalda, la atrajo hacia
su pecho uniendo completamente sus cuerpos y haciendo que la ni�a lo abrazase,
besase y envolviese con su melena, mientras la agarraba por el culo e iniciaba
unos movimientos salvajes, de forma que cada vez que el peruano elevaba su culo
del lecho, el cuerpo de la chica saltaba hacia arriba, para despu�s volver a
caer sobre el cuerpo del hombre, y as� Alba pudo ver como el pene del hombre
sal�a y volv�a a entrar profundamente en el sexo de Gloria.



Y lleg� un momento en que tanto don Irving como Gloria
jadearon y gritaron al mismo tiempo, y unas convulsiones tremendas agitaron el
cuerpo del peruano arrastrando al de la chica. Alba entendi� que por lo que le
hab�an explicado, el inca estaba soltando su semen en el cuerpo de su amiga.



Despu�s, se fueron calmando, quedando Gloria completamente
extenuada y extendida sobre el cuerpo del hombre, que le hizo un gesto a Alba de
que se fuese, como indic�ndole que ahora Gloria, si se giraba, podr�a verla.



Y Alba, sin aliento y sin pulso por lo que acababa de ver,
pero completamente sofocada y enrojecida, entorn� la puerta y volvi� hacia su
habitaci�n. Cuando se introdujo en el lecho, no acab� de creerse lo que acababa
de ver, pens� que pod�a haber sido un extra�o sue�o o una imaginaci�n.



Pero, al cabo de un rato, vio en la penumbra que Gloria
volv�a a la habitaci�n con ellas y se acostaba.



Un cuarto de hora despu�s, Alba not� como Gloria dorm�a
profundamente, como si nada hubiese pasado. Y Alba empez� a darse cuenta de que
aquella no deb�a ser la primera vez, ni mucho menos, que su amiga se entregaba a
aquel hombre.






Cap�tulo 5




Don Irving estaba despierto. Posiblemente su cuerpo
necesitaba dormir, despu�s de haberse pasado el d�a paseando a las tres
jovencitas y despu�s de acabar de follarse a Gloria hac�a unos minutos, pero su
mente estaba hiperactiva, barajando posibilidades abiertas en sus negocios y que
deb�a atender en los pr�ximos d�as, recordando tambi�n las sensaciones de
disfrutar del cuerpo de Gloria, pensar en las delicias que promet�a, si pod�a
conseguir, y se jur� a s� mismo que lo har�a, el cuerpo de la putita rubia�



Los pensamientos se le hac�an cada vez m�s agradables



Y el pensamiento del cl�max le trajo el reciente recuerdo de
Gloria una vez m�s; su cara encima de la de �l, sus pechos como frutas maduras,
los ojos apretadamente cerrados por el placer para abrirse luego y mirarle con
deleite, la boca en permanente jadeo... y la putita rubia -�c�mo le hab�a
gustado que la mirase, tanto en la playa como en el cuarto de ba�o!-, observando
estupefacta desde la puerta como se follaba a su amiga...



Dos mil euros de comisi�n mensuales le daba a la madre de
Gloria, que trabajaba para �l, y esta hab�a sobreentendido enseguida que ello
inclu�a entregarle a la ni�a, que le gustaba por tener un cuerpo muy bien
proporcionado... No hab�a tardado excesivo tiempo en apropiarse de su compra,
con la complicidad de la madre y la t�a de la jovencita...



Nunca se hab�a permitido sumergirse en lo sentimental. Estaba
tan inmerso en su �xito personal que se sent�a a�n m�s libre para satisfacer sus
instintos. Incluso se permit�a fantasear jugando y divirti�ndose con aquellas
putitas que ped�an a gritos un hombre que las sacrificara en el altar del gran
falo.



La jovencita rubia penetraba en sus pensamientos con v�vidos
colores e im�genes que no pod�a controlar. Vio sus ojos azules que se clavaban
en �l mientras la miraba en la playa, su silueta saliendo del mar casi desnuda,
con un peque�o bikini de escasa tela que mostraba la perfecci�n de sus formas
adolescentes, sus peque�os senos puntiagudos observados cuando ella estaba
desnuda en el ba�o y se tapaba el sexo con las manos mientras �l devoraba su
piel con los ojos.



Las im�genes se convert�an ya en fantas�as, se vio a s� mismo
en el cuarto de ba�o entrando, cerrando la puerta, separando los brazos de la
chica, levant�ndola por los sobacos y dej�ndola caer sobre su pene que la
penetraba y el la gozaba aplast�ndola contra la pared mientras ella gritaba...



Trataba de recordar cuantas chicas hab�a desvirgado en su
vida. Era imposible, Tal vez m�s de cien. Era m�s f�cil recordar las m�s
jovencitas, su debilidad. Aqu� s� que pudo sumar mentalmente unas veinte. Y
ahora lo obsesionaba una de ellas, aquella putita rubia amiga de Gloria.



Solt� un suspiro. Estaba permitiendo que aquella ni�a le
excitara especialmente. Se sinti� fastidiado. Despreciaba aquellas putitas que
ten�an el poder de hacerle perder la tranquilidad hasta poder satisfacer sus
instintos posey�ndolas. Imagin� con deleite a la putita rubia amiga de Gloria,
-no consegu�a recordar su nombre y tampoco le importaba saberlo- penetrada por
su miembro.



El hecho de pensar en la jovencita rubia y las otras dos
ni�as bailando desnudas la ancestral danza de las v�rgenes en el Altar del
C�ndor del Sacrificio del legendario Machu Pichu, antes de ser desvirgadas por
el Gran Inca de la Monta�a Sagrada, lo excit� y not� como se le endurec�a el
pene. Hac�a a�os, �l era joven, hab�a desvirgado una deliciosa muchachita lime�a
en aquel lugar, mientras la niebla bajaba por la quebrada� Oh� Como no
consiguiese dormir, tendr�a que ir a la habitaci�n de las chicas a llevarse a
Gloria nuevamente con �l.



Sonri� al pensar que no estar�a bien la imagen que ahora le
ofrec�a su cerebro: entrando en la habitaci�n de las ni�as, ech�ndose encima de
la putita rubia y viol�ndola delante de Gloria y su otra amiga.





Cap�tulo 6




Alba tambi�n estaba despierta. Y escuchaba. Hab�a poco que
escuchar. Alg�n ruido de la escalera, alg�n coche que pasaba por la calle.
Dentro de la habitaci�n hab�a m�s sonidos: la respiraci�n regular y lenta de
Gloria, que a veces llegaba a insinuar un ronquido y la respiraci�n m�s
acelerada y menos profunda de Sandra, que musitaba de vez en cuando alguna
palabra incoherente, se�al de que estaba so�ando.



"Estos ruidos no me dejan dormir -pens� Alba; pero, luego,
inmediatamente-: No es verdad, no hay ruidos". Su vigilia estaba causada por el
recuerdo de lo que hab�a visto, mezclado con el de don Irving mirando su cuerpo
desnudo en el cuarto de ba�o y en la playa.



Y el hombre estaba ahora en la cama de la habitaci�n de la
madre de Gloria, posiblemente durmiendo profundamente, y seguramente desnudo.



Por un momento se vio a s� misma entrando en el cuarto de don
Irving a verlo dormir desnudo. "No, �qu� locura! Qu� cosas estoy pensando" Pero
el pensamiento se negaba a desaparecer e incluso se le apareci� como algo
factible, nada peligroso y agradable. "Todo el mundo est� durmiendo, ser�a chulo
ir a espiarlo y ver si la tiene tan grande como me ha parecido cuando se la
met�a a Gloria".



Aquella idea le provocaba una ansiedad excitada que la
impel�a a la aventura de hacerlo. Igualmente se daba cuenta de que en la cama no
se iba a dormir.



Se dio cuenta de que no sab�a mucho acerca de don Irving. Lo
�nico, en realidad, era que era un amigo de la madre de Gloria. Su propia madre
tambi�n se hab�a hecho amiga de don Irving, y dec�a que era un t�o muy cachondo
y muy divertido. Alba sab�a que las vacaciones de la madre de Gloria y la suya
en Ibiza eran una salida de trabajo, antes lo imaginaba, ahora lo sab�a� aunque
no ten�a muy claro el porqu� de ser �l tan generoso.



Bueno, algo pod�a intuir. En una ocasi�n, hac�a unos meses,
que sus madres hab�an pasado la noche del s�bado en Barcelona, divirti�ndose en
las discotecas y ellas dos se hab�an quedado solas en el piso, quisieron probar
las bebidas, y se tomaron un vaso de whisky.



Se hab�an puesto muy alegres, posiblemente algo borrachas, y
aunque hab�a querido borrar aquel recuerdo, Gloria, que hab�a bebido m�s que
ella, le hab�a dicho algo as� como " S�, mi madre hace de puta, lo sabe todo el
mundo, pero la tuya tambi�n, no te creas, y por eso se van juntas tantas veces a
Barcelona... Nuestras madres son putas, y nosotras lo seremos tambi�n�"



Nunca hab�an hablado de aquellas palabras de Gloria, ni tan
siquiera sab�a si Gloria recordaba haberlas pronunciado, pero desde aquel d�a
Alba entend�a una serie de cosas que le parec�an extra�as del trabajo de su
madre, aunque no le gustaba explicitarlas en sus pensamientos, Eran algo que
flotaba en el subconsciente, pero real. Su madre y la de Gloria eran
prostitutas.



Sab�a tambi�n que don Irving era de Per�.



Alba segu�a pensando en el hombre. �Qu� ropas usaba cuando
estaba en Per�? �Se vest�a all� de inca, con plumas y todo aquello? Por un
momento se lo imagin� vestido de rey inca y le entr� la risa. �Vivir�a solo?
�Con una mujer? �Tendr�a hijos? Entonces record� que los indios poderosos ten�an
varias concubinas, y le vino a la cabeza la imagen de ella vestida de indiecita
entrando en el palacio de �l, que la cog�a de la mano y, vestido de rey, le
quitaba los vestidos y se la llevaba hac�a un lecho como salido de una pel�cula
de fantas�as de los Andes. Y entonces...



Alba volvi� a sentir que aquel calor extra�o le invad�a el
cuerpo, No sab�a qu� le pasaba. Siempre, pensase lo que pensase, acababa en
im�genes del peruano viol�ndola. Y la imagen se transform�, sin ning�n paso
previo, en la otra fantas�a que la persegu�a aquella noche: imaginar que �l
hab�a entrado en el cuarto de ba�o y, aprovech�ndose que ella estaba desnuda, la
violaba.



Sigui� viendo en su imaginaci�n a don Irving desnudo
persigui�ndola, y se dio cuenta -lo acept�, al fin- de la verdad: no dejaba de
pensar en la escena del inca follando con la Gloria, pero deseando, s�,
deseando, ocupar ella el lugar de la Gloria.



Despu�s de tantos a�os de hablar y pensar en "aquello", ahora
resultaba que la tonta de la Gloria ya lo hac�a y parec�a pas�rselo muy bien, y
ella no pod�a dormir por ganas de saber tambi�n como era hacerlo de verdad con
un hombre. Y Alba pens�: "�Tengo pensamientos de puta? �Soy tambi�n yo una puta,
como Gloria y nuestras madres?"



Y aquella idea de ser una puta la excit� a�n m�s, en lugar de
hacer el efecto contrario.



Intent� convencerse a s� misma de que aquello era absurdo.
Que deb�a de pasar de Gloria y esperarse unos a�os a hacer el amor con un buen
chico que fuera como ella, como el Eric, el Alberto o alg�n otro que conociera y
no entregarse al primer hombre que se cruzara en su camino. Y se dijo que ella
no pod�a ser de esa clase de chicas que se dejan desvirgar a las primeras de
cambio, como la Gloria.



Esas cosas no se hacen en la realidad, lo de Gloria era un
caso aparte, era una putarra como su madre, y si ella, Alba, lo hiciera, nunca
tendr�a que ser con un t�o como el inca, El no ser�a amable, bueno ni
considerado, y la violar�a por ofrec�rsele como una puta barata.



Se revolvi� en la cama, disconforme con sus propios
pensamientos. �C�mo era posible saber de antemano que �l la despreciar�a y la
maltratar�a? Hac�a poco que se conoc�a, y �l se hab�a pasado todo el d�a
anterior observ�ndola con deseo pero trat�ndola con toda amabilidad y
correcci�n, incluso dir�a que mim�ndola.



Pens� que le gustar�a que �l volviera a mirarla con aquella
expresi�n de deseo te�ida de diversi�n e iron�a que le hab�a dedicado desde la
puerta del cuarto de ba�o, cuando ella, desnuda, se tapaba el sexo con los
brazos. Y volvieron las im�genes perturbadoras.



Ser�a divertido sentir las manos del hombre recorrer su
cuerpo, apretarse contra aquel cuerpo desnudo, sentir como sus pechitos se
aplastaban en el torso del peruano mientras �l la agarraba por el culo, y notar
como aquello entraba en su vientre...



Advirti� que su cuerpo estaba respondiendo de forma acelerada
a las im�genes de su mente. Estaba pasando sus manos por sus pechos debajo de la
camiseta, la cintura, los muslos, y sinti� el impulso de tocarse "all�" y no lo
resisti�, metiendo la mano dentro de la braguita e introduciendo poco a poco uno
de sus dedos en el sexo, y pensando que era "aquello" tan grande que ten�a el
inca. "Estoy muy caliente-pens�- esto es demasi�...". El dedo se mov�a en el
sexo�



Cambi� sus piernas de posici�n, cruz�ndolas como si abarcasen
las de �l. Suspir� mientras una sensaci�n de sofoco y deseo se esparc�a por su
cuerpo. Aquello se estaba volviendo una locura. Gloria se lo hab�a pasado muy
bien con el hombre. Algo muy fuerte impulsaba a Alba a ser atrevida, muy
atrevida.



Sinti� que necesitaba seguir toc�ndose pero haciendo aquello
que hab�a pensado hac�a un rato, mirando el cuerpo desnudo del inca. S�, era una
locura, pero ten�a que atreverse a hacerlo. O se demostraba que era valiente, o
no podr�a dormir en toda la noche. Se volvi� a tocar y gimi�.



Entonces, completamente excitada, acab� de decidirse. Sin
acabar de creerse lo que estaba haciendo, se puso de pie sigilosamente para no
despertar a Gloria y Sandra, sali� al pasillo, seguida en la penumbra, sin
saberlo, por los ojos de Gloria que se hab�a despertado hac�a unos minutos a
causa del ruido de un cami�n que hab�a pasado por la calle, camin� unos pasos,
tropez� con algo en la oscuridad haciendo algo de ruido, se qued� quieta unos
segundos, y volvi� a caminar en direcci�n a la habitaci�n de don Irving.



No pensaba volverse atr�s, quer�a entrar y tocarse viendo al
inca dormir desnudo. Tal vez, despu�s de explotar, conseguir�a dormir al volver
a la habitaci�n.



Al verla salir de su cuarto, Gloria, oculta en las sombras,
se decidi� a seguir a Alba. Seguro que iba al lavabo, y ella tambi�n tenia
ganas. Si Alba no pod�a dormir, igual se pon�an la tele muy bajita, porque era
la hora que daban aquellas pel�culas guarras que a veces hab�an visto.




Cap�tulo 7




Don Irving, que segu�a sin dormir y pr�cticamente ya decidido
a ir a traerse nuevamente a Gloria a la cama, oy� un ruido en el pasillo. Se
puso alerta. Despu�s, acostumbrado como estaba a detectar cualquier sonido
inhabitual en las soledades de los Andes, not� claramente que unos pasos lentos
y precavidos se acercaban al dormitorio. Entonces reaccion� autom�ticamente.




Alba se par� delante de la puerta de la habitaci�n de don
Irving. Escuch� atentamente. No se o�a nada.




En la mente de Irving se incrementaron los pensamientos
lascivos con que se hab�a estado entreteniendo. Baj� sus pies al suelo sin hacer
el m�s m�nimo ruido, con un solo movimiento se desliz� de la cama, se puso el
tanga negro que utilizaba para dormir, - m�s bien para excitar a sus amantes- y,
luego, silenciosamente, dio unos pasos y permaneci� junto a la puerta,
resguardado al amparo del armario. Seguro que Gloria hab�a decidido volver, y
pens� en darle emoci�n a la cosa propin�ndole un peque�o susto.




"Ahora,-pens� Alba sinti�ndose muy valiente- no tengo m�s que
continuar, la puerta no est� cerrada, s�lo entornada, no se oye ning�n ruido,
est� durmiendo, es como si estuviese haciendo una pel�cula, tengo que entrar
poco a poco..."




Irving oy� que se abr�a la puerta, oy� que alguien penetraba
en su cuarto, y que la puerta volv�a a entornarse, not� una presencia humana
justo a su lado, un poco por delante de �l. Quien hab�a entrado intentaba
acostumbrar sus ojos a la oscuridad total de la habitaci�n, antes de orientarse
y caminar.




"Mierda, -pens� Alba- est� ahora muy oscuro, antes hab�a la
luz de la mesa de noche, tendr� que esperarme a ver si me acostumbro y puedo ver
algo." Y Alba sinti� de pronto irritaci�n al pensar que estar�a tan oscuro que
su atrevimiento no le servir�a de nada




La figura humana que hab�a entrado dio un peque�o paso
vacilante. Don Irving escuch� la respiraci�n de la sombra que ten�a delante de
�l, un leve jadeo situado ahora entre �l y la cama, a menos de dos palmos de su
cuerpo. Don Irving pens� que hab�a llegado el momento de pasar a la acci�n.




Alba not� que su pierna hab�a tocado la orilla de la cama de
don Irving. Ya no pod�a acercarse m�s. No ve�a nada. Y, de pronto, se dio cuenta
de que en realidad no hab�a nada que ver. Horrorizada se dio cuenta de que s�lo
ve�a las s�banas de la cama. No ve�a a don Irving porque no estaba. Y el lavabo
ten�a la luz apagada. �D�nde estaba el hombre? El terror hizo que le temblaran
las piernas, al apercibirse claramente de una respiraci�n detr�s de ella.






Cap�tulo 8




La agarr� por detr�s, dispuesto a darle el susto a la chica.
Le cerr� la boca con una mano para evitar que gritase y despertase a las otras
dos jovencitas, y la levant� por la cintura con la otra, lanz�ndose con ella
hacia la cama. La chica qued� boca abajo, con �l encima.



La aferr� por detr�s, tap�ndole la boca y sujet�ndola con su
brazo entre el ombligo de la chica y la s�bana.


El peso de su cuerpo impidi� que ella se moviese cuando don
Irving detect� un cierto intento de resistencia.



En una mil�sima de segundo, sorprendido, reconoci� su
identidad. Su pelo, mas corto que la melena negra de Gloria, y, sobretodo, su
olor, le revel� que no era quien se pensaba, sino la putita rubia. Precisamente
la deseada putita rubia. El Gran C�ndor era misericordioso con los buenos incas,
pens�, sintiendo una exuberante sensaci�n de triunfo al tiempo que todo su
cuerpo se erizaba de excitaci�n.



Afloj� la presi�n sobre el cuerpo de la jovencita, estir� la
mano y encendi� la luz de la mesilla de noche.


-No grites, soy yo, tranquila -dijo don Irving con voz muy
baja.



Ella asinti� con la cabeza, y �l, poco a poco para asegurarse
de que no gritar�a, retir� su mano de la boca de Alba,



La gir� boca arriba, y ella le mir� con cara de sorpresa y
miedo, mientras �l se le sentaba a horcajadas sobre la pelvis y la miraba con
aquella expresi�n divertida, ansiosa e ir�nica que Alba recordaba del cuarto de
ba�o.



De pronto, la mirada de �l hizo que Alba sintiese como
desaparec�a de golpe la sensaci�n de horror, miedo y p�nico de cuando se sinti�
sorprendida, y not� como el s�bito ataque del hombre la estaba
incomprensiblemente excitando a�n m�s que cuando todo eran fantas�as en su
habitaci�n, y, entonces, al verlo all�, sentado encima de ella, efectivamente
desnudo como ella hab�a imaginado, aunque con una especie de tanga o taparrabos
en el sexo, de pronto, se lo imagin� como un gorila, don Irving se le transform�
mentalmente en King Kong e imprudentemente le vino una especie de ataque de risa
y empez� a re�rse entrecortadamente.



-�Qu� te hace re�r, nena?- dijo don Irving curioso ante la
reacci�n de la chica.



Y Alba, continu� sinti�ndose libre de cualquier sensaci�n de
miedo o respeto. Quiso demostrarle que ella ya no era una ni�a y no le ten�a
miedo.



-Eres muy raro, pareces un gorila, t�o.- le espet� Alba
mir�ndolo fijamente a los ojos en muestra de seguridad. No quer�a que �l se
pensase que la impresionaba.



Don Irving se sorprendi� ante el desparpajo de la putita
rubia. Ninguna chica se hab�a atrevido a decirle cosas como aquella. Pero, bien
mirado, era igual. As� ser�a m�s divertido ense�arle a la putita rubia como
deb�a tratarlo y respetarlo. Cada vez pensaba que aquello iba a ser m�s
divertido. La iba a desvirgar de una manera gloriosa.



-As� que te parezco un gorila, eh!- le contest� el peruano,
en un tono ya sard�nico y con una cierta agresividad que Alba no detect�



-S�, t�o, a ver si te afeitas un poco, �no? - continu� Alba
sonriendo, segura ya de su control de la situaci�n.



-Oye, a�n no me has explicado qu� haces aqu�. Por cierto,
supongo que ven�as a lo mismo que antes, cuando me estaba follando a tu amiga,
ven�as a estar conmigo en mi cama, �verdad?



-�No!-dijo Alba insegura por saber que no ten�a explicaci�n-
�La buscaba a ella!- protest�



-�Ah, s�? �La buscabas en mi habitaci�n? - dijo �l sonriendo.



-Hab�a salido del cuarto, yo pens� que no se encontraba bien,
no estaba en el lavabo, y o� ruidos aqu�, la puerta estaba abierta... -musit�
Alba



-Y te gust� lo que viste, �no?, tanto que has vuelto a hacer
lo mismo que ella, eh? -dijo el peruano, con una voz insinuante y atraves�ndola
con la mirada.



La sangre afluy� r�pidamente a las mejillas de la chica,
ruboriz�ndola. Don Irving se dio cuenta de que captaba lo que pasaba por la
cabeza de la jovencita.



La putita rubia llevaba una camiseta corta y estrecha, que
resaltaba sus pechos peque�os y puntiagudos, la cintura y el ombligo al aire, y
unas peque�as braguitas negras que contrastaban con su blanca piel sonrosada por
los efectos del sol.



Al notar que ella se mov�a el hombre volvi� a sujetar el
cuerpo de la ni�a con sus brazos y su peso.



-Est�s muy buena, putita. -dijo don Irving lentamente
clavando sus ojos en los de ella.



Ahora Alba se sinti� ofendida y lo mir� desafiante. Hab�a
recuperado la seguridad.



-�No soy una putita! Me llamo Alba, y no soy ninguna puta.
�Qu� te has cre�do, t�o!



-Entonces, quieres decir que eres virgen todav�a, eh, nena ?
-coment� �l, con tono inocente pero sinti�ndose cada vez m�s excitado, empezaba
a molestarle el slip, ya que su pene pugnaba por exhibirse enhiesto y potente.



-Pues claro, qu� te hab�as cre�do, t�o? - dijo ella mir�ndolo
fijamente.



-Pues mira, -continu� el peruano- la primera parte sigue
siendo verdad, est�s muy buena, y la segunda, lo de virgen, va a ser por poco
tiempo... Est� claro que para eso has venido, �no?



Alba volvi� a sonrojarse y apart� su mirada de la de �l. No
sab�a que contestar. Tendr�a que gritar y salir corriendo ya mismo, le dec�a una
parte de ella misma, pero la otra, la que la hab�a llevado al final a aquella
situaci�n, la Alba atrevida, imprudente y aventurera, le exig�a que se quedase,
que era verdad lo que �l dec�a, que quer�a conocer lo que Gloria ya conoc�a y
que ten�a que ser decidida y no hacerse la estrecha, hacerlo tambi�n con ganas y
pas�rselo lo mejor posible.



Don Irving se dio cuenta de la lucha interna que se
desarrollaba en el interior de la chica. Su cabeza le ped�a salir corriendo, y
su cuerpo le exig�a entregarse a �l. Decidi� empezar a abreviar la espera.



-Va, nena, que lo vas a pasar muy bien, tranquila, ya ver�s
como te va a gustar!



-No, t�o, que he le�do que hace da�o, deja que me vaya a mi
cuarto, va!



-Conmigo nunca hace da�o, no te preocupes, nunca te lo habr�s
pasado tan bien cuando te tocas que haci�ndolo de verdad. Porque t� te tocas,
�no? -dijo �l, sabiendo que le estaba deshaciendo las �ltimas defensas.



Alba sinti� que cada vez que �l le dec�a algo, adivinaba sus
pensamientos. Todo lo que �l dec�a eran cosas que ella ya hab�a pensado.
Precisamente estaba all�, en aquella situaci�n por la audacia de aproximarse de
la fantas�a a la realidad, y se dio cuenta de que el hecho de estar a punto de
ser violada por aquel hombre le continuaba provocando una angustiosa sensaci�n
doble y contrapuesta, terror y excitaci�n al imaginarse aquello entrando en su
cuerpo.



Y �l se daba cuenta de que ella no se iba a resistir. Alba
estaba segura que �l estaba jugando con ella como el gato con un ratoncito que
no va a intentar escapar.



-Pareces un gorila, t�o, seguro que me har�s da�o. D�jame ir
�no?



�l volvi� a sonre�r sarc�stico:


-Pues mira, no. No te voy a dejar ir. Si crees que te voy a
hacer da�o, vamos y le preguntamos a Gloria si le hice da�o la primera vez, eh!
-don Irving continuaba divirti�ndose con los proleg�menos del momento de
follarse a la putita rubia, proleg�menos que se complac�a en hacer durar lo
m�ximo posible.



Era muy divertido porque realmente, cuando hab�a desvirgado a
Gloria le hab�a hecho da�o, bastante da�o, porque la putita result� un poco
estrecha para su enorme miembro. Las otras veces, ya se le hab�a ensanchado y la
ni�a se lo pasaba muy bien. Habr�a que ver si tambi�n la putita rubia era de las
estrechitas que hab�a que ahormar.



-No! Qu� dices t�o! Como vamos a ir a preguntarle a Gloria!
Est� loco! -dijo Alba mir�ndolo alarmada.



. Era evidente que ya era el momento m�s oportuno para
iniciar el trabajo final. Mientras hablaban, hab�a ido a poco a poco
inclin�ndose sobre ella, de forma que ahora la cog�a por los hombros.


Al ver que �l se le acercaba, Alba cerr� los ojos.




Gloria hab�a llegado a la puerta de la habitaci�n de don
Irving. Solo abri�ndola un poquito, vio a don Irving sentado encima de Alba. No
estaban haciendo nada, pero era evidente lo que estaba a punto de pasar. Desde
all� lo pod�a ver todo. Se qued� expectante en la puerta. Iba a ser chulo ver
como don Irving desvirgaba a la presumida de Alba, como hac�a algunas semanas lo
hab�a hecho con ella, Y Gloria introdujo su mano en la braguita, lleg� al sexo y
empez� a tocarse...






Cap�tulo 9




Don Irving se inclin� y la bes� en los labios. Alba cerr� los
ojos y le dej� hacer. Con las manos, la tom� de los hombros, le acarici� el
cuello y las orejas.



Recorri� los labios de la chica con la punta de los dedos,
medio introduci�ndolos en su boca. Alba sinti� una especie de v�rtigo, al tiempo
que se deslizaba debajo de �l. don Irving volvi� a unir su cara a la de ella,
uni� los labios y la volvi� a besar durante largo tiempo, explor� su boca con la
lengua y empez� a saborear su intimidad.



Alba sinti� dentro de su boca el gusto a tabaco y alcohol que
exhalaba la de �l, y por primera vez en su vida una sensaci�n inicial de asco no
le result� repulsiva y no rechaz� la lengua del hombre. don Irving se dio cuenta
que podr�a tomarse tiempo para hacer que la putita rubia experimentase todos los
detalles de los placeres del sexo, y con ello sab�a que lograr�a crear una
fijaci�n de la chica en �l que no se consegu�a con una violaci�n pura y simple.



Iba a ser mucho mejor de lo que pensaba desvirgar a la putita
rubia. El peruano not� los brazos de la chica desliz�ndose en su espalda, al
tiempo que jadeaba suavemente y se le aceleraba la respiraci�n.




"Ha llegado el momento, -pens� Alba abraz�ndose al cuerpo del
hombre- he de seguir adelante, no puedo ser cobarde, que vea que no le tengo
miedo, que no soy una ni�a boba..."




A�n bes�ndola, don Irving se apart� levemente de ella y se
quit� el slip. Su enorme miembro salt� enhiesto, dispuesto a una nueva batalla
apenas un par de horas despu�s de haber salido del cuerpo de Gloria.



El peruano pens� que era una suerte haberse cogido antes a la
otra putita, porque ahora no ten�a urgencia en eyacular y se pod�a tomar el
cuerpo de la putita rubia con toda calma y tranquilidad para desvirgarla de la
manera que le produjese a �l todo el placer posible durante el m�ximo de tiempo.



R�pidamente, de modo que ella no tuviera tiempo de pensar en
qu� estaba haciendo �l, le sac� la camiseta y la dej� solo con la braguita.



Empez� a jugar con sus pechos, todav�a peque�os, pero
erguidos y puntiagudos. Pellizc� los pezones y la jovencita se estremeci�. �l se
dio cuenta que el cuerpo de la ni�a estaba brillante por el sudor, aunque la
noche no era especialmente calurosa, despu�s de las tormentas de la tarde.



Reclinado de costado a su lado, sigui� acariciando el cuerpo
de la chica, que continuaba incrementando su ritmo de respiraci�n al sentir como
el peruano exploraba su cuerpo.



Y as�, con toda suavidad, encar� el momento que
tradicionalmente resultaba m�s dif�cil cuando estaba con chicas v�rgenes, el
momento en el que siempre se produc�an las resistencias.



Con una mano la cogi� debajo de los hombros, besando sus
labios, cara y d�ndole peque�os mordiscos en el cuello, al tiempo que con la
otra mano recorr�a el pubis de la chica y, muy lentamente le fue bajando las
braguitas hasta dejarle el cuerpo completamente desnudo.



Era una sensaci�n inigualable tocar el sexo de la putita
rubia y acariciar la parte interna de sus muslos, pero para ella tambi�n lo era,
porque al hacerlo, Alba dej� ir unos leves gemidos de excitaci�n. El peruano
pens� que no se hab�a equivocado con la chica, era una putita, pero ahora iba a
encontrar lo que buscaba...



Ahora, lentamente, como una caricia m�s, fue pasando las
braguitas por la cara de la jovencita.



-�Sabes lo que es esto? -dijo �l en un susurro



Alba entreabri� los ojos y vio las braguitas recorriendo
ahora sus pechos, que sorprendentemente aparec�an como m�s grandes y puntiagudos
que lo que ella recordaba. Sonri� y dej� escapar un sonido que era una mezcla de
risa vergonzosa y gemido de placer.



-Te lo estas pasando bien, �no? - le musit� el hombre al o�do
al tiempo que le mord�a suavemente la oreja



Ella apenas logr� articular unas palabras:


-S�, es tope guay...


-Ya te lo dije, -dijo �l- y �que te parece, sigo?



Y Alba no pudo evitar contestar en plan chulo, al tiempo que
se le escapaba la risa, ya que la excitaci�n y el deseo de aventuras no le
permit�a acabar de ser consciente de lo que estaba a punto de sucederle:


-S�, no pare, siga, ya puede seguir!



Don Irving casi se desconcert� al notar la risa de la ni�a.
No se acordaba de ning�n momento como aquel, con una ni�a a punto de que la
desvirgase riendo y haciendo bromas. Parec�a que la putita rubia no se lo tomaba
en serio.


"R�e, r�e, -pens� el peruano-, pero dentro de nada te la voy
a meter toda dentro..."




Sandra, que se hab�a despertado, lleg� junto a Gloria en la
puerta de la habitaci�n de don Irving. Gloria le hizo un gesto con los dedos en
la boca para que no dijese nada. Sandra mir� dentro de la habitaci�n y se dio
cuenta, muy sorprendida de lo que estaba pasando. Imit� a Gloria y empez� a
tocarse.




Don Irving llev� su cuerpo hacia el de Alba.





Cap�tulo 10




El peruano se coloc� al lado de Alba, la bes� de nuevo
profundamente en los labios y sigui� mordi�ndole y lami�ndole el cuello y los
pezones.



Luego la movi� suavemente hasta que qued� bien colocada en la
cama, a su gusto para lo iba a hacer. Le mordi� algo m�s fuerte el cuello, al
tiempo que le musitaba que era un vampiro, y le acarici� las caderas y los
muslos. Ella su puso a temblar de excitaci�n.



Entonces, el inca con su mano h�bil y sus dedos expertos
lleg� al bajo vientre de Alba, jugueteando con los pelitos rubios del vello que
le estaba naciendo en la entrada del sexo. Ella, al sentirlo, se arque� hacia
arriba, como si su cuerpo pidiese que �l presionara con m�s fuerza.



El llev� su cara a la de ella, uni� los labios bes�ndola con
su boca abierta y mojada de con gusto a tabaco y cerveza y volvi� a introducir
su lengua en la boca de ella, explor�ndola y absorbiendo su h�meda saliva.



Alba se complac�a en ello, y la excitaci�n que los manejos
del hombre le produc�an hab�a anulado por completamente cualquier sensaci�n de
asco que el gusto de la boca del hombre le pudiese ocasionar.



Las manos del peruano tantearon las entradas del sexo de
Alba, empezando a juguetear con sus dedos entrando en la vagina. Ella not� que
algo entraba en su cuerpo y sinti� un primer indicio inesperado de p�nico, pero
enseguida se apercibi� que eran los dedos del hombre jurado dentro de ella.



Y la sensaci�n era cada vez mejor, aquello era mucho m�s
excitante que lo que nunca hab�a imaginado en sus fantas�as cuando se tocaba
pensando que Eric o Alberto se la met�an dentro.



De todas maneras, sin darse cuenta, de forma mec�nica, ella
se revolvi� levemente y musit� un "No..."



El la mir�, y sonriendo divertido le dijo, en voz muy baja.


-Pues, mira, s�, ahora s�. Si al fin y al acabo te lo est�s
pasando mejor que yo, �o no, nena?



Alba sonri�, como asintiendo, y volvi� a atreverse a mirarlo
fijamente, como desafi�ndolo para demostrarle que no le ten�a miedo y estaba
all� porque quer�a. Y se atrevi� a musitar, sonriendo con una forzada
suficiencia para demostrarle seguridad:


-Ps�, ps�, t�o, no est� mal, es bastante guay hasta ahora, es
verdad...


-Pues, ahora vendr� lo mejor, ya ver�s, -le susurr� el
peruano al o�do.




"Te crees muy macho y que te tengo miedo porque sabes que he
visto como se la met�as a Gloria, -pens� Alba- pero estoy aqu� porque he querido
venir y quiero quedarme, quiero hacerlo contigo para saber como es eso de una
vez. No soy ninguna ni�a tonta de las que debes estar acostumbrado a seducir. No
te pienses que te est�s aprovechando de m�. Yo te estoy utilizando porque
quiero, y por eso te dejo que me toques, porque me lo estoy pasando muy guay.
Esto es mucho m�s chulo que lo que me imaginaba..."




Don Irving la mir� tambi�n a los ojos, adivinando lo que
estaba pensando la jovencita, y se dijo a s� mismo notando como se iba sintiendo
cada vez m�s agresivo: " Eso es lo que tu te crees, putita, pronto te dar�s
cuenta que no estamos jugando. Pronto ser� tu due�o, y t� no olvidar�s nunca lo
que te est� a punto de suceder. Vas a conocer lo que es el Grito del C�ndor,
putita"





Cap�tulo 11




Alba vio con sorpresa que el peruano se apartaba de ella y se
deslizaba hacia los pies de la cama. Se coloc�, arrodillado, entre sus muslos,
abri�ndolos con suavidad, y le bes� y lami� el vientre. Su lengua entraba y
sal�a, rodeando el ombligo de la jovencita. Era una deliciosa sensaci�n, pens�
ella. Cada vez la sorprend�a con las nuevas cosas que le iba haciendo.



La cabeza del hombre sigui� bajando, sin abandonar sus
manejos con la boca. Alba se dio cuenta del lugar a donde se dirig�an los labios
del inca.



"No pensar� besarme ahora ah�... -se dijo ella, sabiendo
perfectamente que eso era lo que estaba a punto de hacer �l..."




Lo hizo. Sus labios besaron el sexo de la chica, y no s�lo
fueron sus labios, sino que tambi�n su lengua fue tanteando los suaves pliegues
de su piel. Ella qued� paralizada por la sorpresa, al sentir que la lengua del
peruano empez� a tantear en las hendiduras de su sexo y, luego, mientras con les
dedos le iba separando poco a poco los labios de la vulva, introduc�a su boca
m�s profundamente en el sexo de ella...



Ella not� que se excitaba hasta casi no poder resistirlo,
pero continuaba paralizada por la sorpresa.



Al fin, la lengua de don Irving culmin� su b�squeda
incansable y hall� el objetivo, un diminuto lugar sensible, el peque�o cl�toris
de la putita rubia, tan sensible que al tocarlo la lengua del hombre, al
principio la sensaci�n fue casi dolorosa.


Pero, enseguida, la lengua del hombre, empe�ada en lamer
aquel lugar cada vez con m�s presi�n, fue provocando en Alba la m�s aguda de las
sensaciones que jam�s hab�a experimentado, desterrando la par�lisis que la
sorpresa del contacto inicial le hab�a provocado.



Ya incapaz de refrenarse, perdiendo todo control, Alba empez�
a mover sus caderas arriba y abajo, cada vez con un ritmo m�s acelerado, -"Bien,
putita, ya empiezas la danza del c�ndor, te gusta, eh, -pens� don Irving
recordando la sabidur�a de sus monta�as andinas� "
- refregando la piel
resbaladiza de su sexo por la boca, la barbilla y frente del hombre, sintiendo
incluso como el le met�a la nariz en el sexo, totalmente absorta en el placer
que estaba sintiendo, que fue acumul�ndose y acumul�ndose hasta que se entreg�
completamente a �l, que se hab�a ido colocando encima de ella, abraz�ndolo con
los brazos, bes�ndolo y, ahora ella, meti�ndole la lengua en la boca como �l le
acababa de ense�ar a hacer, rodeando con sus muslos las caderas y las piernas de
�l y empezando a transformar sus gemidos en casi gritos, al punto que el peruano
le tuvo que tapar suavemente la boca poni�ndole la mano en la cara.



Don Irving vio que la putita rubia ya estaba perdiendo el
control, acerc�ndose a la explosi�n final, y que ya no la podr�a retardar mucho
m�s tiempo.



Se coloc� bien encima de ella, aplastando sus pechitos con su
t�rax y aprisionando sus labios con los suyos, se dispuso a penetrarla.



Baj� una de sus manos, busc� el sexo de la jovencita para
situarlo, agarr� su miembro y en un r�pido gesto lo coloc� en la entrada del
sexo de Alba.



Y, suavemente, empez� a introducirlo en el cuerpo de la
putita rubia. "Aqu� lo tienes, te lo vas a comer todo entero, te lo has
ganado... -pens� don Irving llegando tambi�n a su momento de m�xima excitaci�n"




Alba continuaba abrazando y tocando el cuerpo del peruano.
Sent�a su olor a sudor a tabaco invadirla, y su cuerpo peludo de gorila aplastar
el suyo, con su t�rax encima de sus pechitos. El contacto de �l con sus pezones
hac�a que estos casi le doliesen de la excitaci�n que le produc�a, al tiempo que
�l continuaba lamiendo su cara y mordiendo su cuello, mientras la besaba de
aquella manera tan sucia y ella le correspond�a de la misma manera, metiendo su
leng�ecita dentro de la boca de �l, cosa que parec�a gustarle y excitarlo mucho.
Ahora se deb�a de estar dando cuenta de que ella ya era una aut�ntica mujer, no
una ni�a boba como �l se hab�a pensado. No estaba quieta, sino que participaba
en ello igual que �l. Absorta y entregada a aquellos manejos, frotando los
muslos de �l con la cara interna de los suyos al tiempo que los rodeaba, se dio
cuenta de pronto que algo enorme, duro y ardiente estaba empezando a penetrar en
su cuerpo. Como un rel�mpago de luz, vio l�cidamente que el peruano le estaba
intentado meter la polla en el sexo. Ahora s�, jadeante, se volvi� a quedar
quieta, como paralizada, mir�ndolo fijamente a unos ojos muy cercanos que
tambi�n estaban clavados en los suyos.




Ya se ha dado cuenta, pens� don Irving, de que se han acabado
los jueguecitos. Ahora es cuando intentar� soltarse o gritar, pero ya est�
perdida porque s�lo tengo que dar un empuj�n para desvirgarla.



Aquellos dos o tres segundos de observaci�n mutua parecieron
durar una eternidad.




Alba se dijo que el deb�a estar pensando que ella ahora se
volver�a atr�s. Seguro que �l disfrutaba m�s haci�ndolo a la fuerza, pero estaba
listo, porque, para chula ella. Lo estaba pasando muy bien, y quer�a llegar
hasta el final. Nunca se perdonar�a hacerse la tonta ahora.




Don Irving se sorprendi� al sentir de nuevo la boca de la
putita rubia en sus labios, meti�ndole la lengua en su boca, al tiempo que lo
abrazaba m�s fuerte y colocaba sus manos en sus nalgas apret�ndolas. Aquello era
mucho m�s f�cil y sorprendente de lo que hab�a imaginado.




Alba not� como aquella cosa enorme continuaba intentando
entrar, aunque parec�a ser muy grande para aquel lugar peque�o. Por primera vez
le entr� una leve duda, pero dur� un instante fugaz, porque entonces el peruano
hizo un movimiento r�pido, con todo el cuerpo hacia delante, al tiempo que
dejaba ir una especie de grito ritual, y Alba not� que el pene de �l penetraba
en su cuerpo m�s r�pidamente y sinti� de golpe un dolor agudo en su vientre,
como un pinchazo o un desgarro s�bito que la hizo dar un grito de dolor, al
tiempo que notaba como algo enorme se abr�a paso dentro ella, haci�ndose espacio
donde no parec�a haberlo, el dolor que le produc�a hizo que perdiese por unos
momentos la noci�n de lo que le rodeaba, mientras la zarpa de su violador tapaba
su boca para evitar sus gritos de dolor al ir meti�ndole todo su enorme miembro
en el cuerpo.




Ya no es un juego, eh putita, -pens� don Irving, en la cumbre
de la victoria mientras acababa de clavar su espada en el vientre de la
jovencita- ahora ya la tienes dentro.



Ahora ya sabes lo que es ir con jueguecitos de ni�a boba con
un macho aut�ntico como yo. Ahora ya puedes saborearla todo lo que quieras y
jugar todo lo que quieras, porque ya te la he clavado y cortado tu flor para el
Nido del C�ndor. Ya sabes lo que es la espada de un hombre, y sabes que todas
las espadas duelen, pero la m�a m�s, porque las de las monta�as son las m�s
grandes. Y ahora d�jame acabar, porque ya no aguanto m�s, putita...




Alba recuper� el sentido de la realidad, sintiendo que
aquello enorme se mov�a dentro de ella, entrando y saliendo, al ritmo que
marcaba el peruano, que ahora s� que la asustaba, se hab�a convertido en el
animal que parec�a ser, en una bestia, en un perro furioso, en una especie de
caballo que cabalgaba violentamente encima de ella, aplast�ndola, no dej�ndola
respirar, sac�ndosela y meti�ndosela con un ritmo fren�tico, provoc�ndole a�n
algo de dolor cada vez que se la met�a, haci�ndole da�o cuando alguna vez le
pegaba un mordisco en el cuello, el cuerpo o los brazos. Pero, al mismo tiempo,
notaba sorprendida como iba recuperando, con los violentos movimientos de �l
encima y dentro de su cuerpo, aquella incre�ble sensaci�n de excitaci�n y placer
que ten�a hasta el momento que apareci� el dolor cuando el inca le rompi� el
himen, desvirg�ndola al penetrarla.




Don Irving hab�a perdido cualquier sensaci�n humana. Ya no
pensaba, ya era s�lo una bestia obscena y lujuriosa que copulaba violentamente
cabalgando sobre el cuerpo de la jovencita que acababa de penetrar y desvirgar,
acerc�ndose al paroxismo que le llevar�a a la explosi�n final que inundar�a el
cuerpo de la chica.



Los dos sudaban intensamente, y don Irving, fuera de s� como
un loco rabioso, ni cuenta se dio que la putita rubia volv�a a participar
activamente en lo que �l le estaba haciendo.



Don Irving no era ya un ser humano sino la personificaci�n de
los m�s terribles demonios. As� lo ve�a ahora con terror Alba, pero era otra vez
aquel terror excitante que la induc�a a entregarse al monstruo y colaborar en lo
que aquel ser bestial le estaba haciendo.




Alba jadeaba entrecortadamente, casi sin respiraci�n, con la
respiraci�n y el coraz�n acelerados de forma incre�ble, con �l movi�ndose encima
de ella como las olas de una gigantesca tormenta o como si la atropellasen cien
caballos salvajes. Not� como �l le pon�a las manos en el culo, debajo de las
nalgas, agarr�ndole con fuerza cada mitad del trasero, y mir�ndole a la cara,
vio que hab�a perdido por completo cualquier control, y que tambi�n estaba a
punto de no poder respirar o de un ataque al coraz�n. Era el momento anterior a
la inminente explosi�n, cuando �l se iba a derramar en la jovencita. Verle la
cara, la acab� de excitar a�n m�s, incomprensiblemente, porque se hab�a
convertido en una m�scara horrorosa, pero, al mismo tiempo, ella sab�a que su
cuerpo, -s�, se dijo, el suyo-, ten�a el poder de transformar de tal manera a un
hombre.


Finalmente �l arque� su espalda, con el rostro cada vez m�s
distorsionado, y empez� a gritar al tiempo que se la met�a y se la sacaba con
movimientos violent�simos, y Alba sinti� como borbotones de una especie de
l�quido denso y muy caliente inundaban el interior de su sexo. Alba, como si
fuese una experta, guiada por la intuici�n, acompa�� los movimientos de �l, y le
puso la mano suavemente en la boca porque los gritos de pl

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Relato: Desvirgadas en Barcelona 5 y 6
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