Relato: Margarita



Relato: Margarita

Antes de iniciar es necesario aclarar
que lo que en adelante se diga es totalmente real, ya que me fue confiado
por la misma persona que lo vivió.



Margarita es, sin duda alguna, la
más puta de las mujeres que he conocido. Esto es cierto a tal grado
que afirmar que hay otra que le supere constituye a una blasfemia. ¿Una
mujer más prostituta que Margarita?. ¡Hasta no ver, no creer!.



No es para menos lo que escribo.



Cuando la conocí, me pareció
una chica común y corriente, una estudiante de medicina de 3er año
cualquiera. Su cuerpo, de complexión mediana, aunque poquito pasado
en libras está exageradamente proporcionado: la grasa corporal acumulada
por tantos años esta muy bien distribuida en toda ella: más
en las caderas y en los muslos, poco menos en sus pechos y mucho menos
en su cintura. Se ve algo "rellenita" si, pero siempre conserva
su atracción, aunque sus carnes no parezcan tan sólidas como
antes. Todo ello le daba esa capacidad e incluso quizás para un
poco más.



Es que la Margarita es una de esas
mujeres que dan ganas de cogértela por donde quieras con sólo
verla, con acercártele, con hablarle.



Margarita es una mujer completa
en todo el sentido de la palabra. No hay experiencia sexual que no haya
probado: sexo vaginal, oral, anal (que tanto le encanta); hacer el amor
con dos hombres, con tres, con cuatro e incluso una vez con cinco a la
vez; lesbianismo, con un hombre y una mujer a la vez, fetichismo, en fin...



Todo, todo lo había probado,
excepto una cosa.



* * * Sigilosamente Margarita cruzó
el pasillo de la casa, con el temor que su tía la descubriera. Se
detuvo un instante en el marco de una puerta y espió a orillas del
dintel, No vio a nadie.



Avanzó unos cuantos pasos
hasta la siguiente puerta, e hizo lo mismo. El camino se hallaba despejado.
Siguió un poco más hasta la puerta de su cuarto, metió
la llave, giró y empujó. Entró con rapidez, halando
con la mano la brida y el acompañante que llevaba.



Su acompañante era alto,
negro, peludo, fornido y nervioso.



Desde que cruzaron la puerta principal
de la casa, se había resistido a avanzar, sin embargo, la ansiosa
mano de Margarita lo había halado con fuerza hasta el interior y
conducido hasta su cuarto. En realidad para él estar dentro de una
casa no era costumbre. Se había criado en un rancho cercano, libre
de cierta forma de todo contacto con la gente. Cuando llegaron al cuarto
de Margarita a él no le sorprendió en lo más mínimo
la comodidad del lugar, aunque nunca había visto algo igual.



Además era la primera vez
que una mujer lo llevaba a su alcoba.



Es que en realidad el acompañante
de Margarita Trejos no se trataba de un chico, sino de un caballo, joven
y cimarrón.



Parecería que Margarita había
llegado al colmo de las degeneraciones con aquello, pero en realidad eso
había sido siempre la fantasía sexual más ansiada
de su vida, el clímax de la locura febril que constreñía
sus entrañas, su sueño varonil convertido en animal.



Iba rumbo a su casa después
de salir de la jornada del hospital en la que fungía como medico
interno. El cansancio y el hambre parecían doblegar su cuerpo esplendoroso,
cuando lo vio. Andaba suelto, pastando libre pero aún con las bridas,
por las calles aledañas a la casa donde alquilaba un cuartito. No
lo pensó dos veces. Atisbó a lo largo de la calle y no vio
a nadie, era su oportunidad de oro. Lo tomó por las bridas y lo
haló, primero con suavidad y a medida que el macho se acostumbraba
a la tensión, ella comenzó a caminar más deprisa.
Consiguió llegar a la casa sin que nadie la viera.



Entró con premura a su cuarto
y cerró tras de sí rápido. Sin pocos preámbulos,
se fue directamente al miembro viril del animal, flácido como una
serpiente asténica y lo peló de un tirón. El animal
tuvo la sensación y nerviosamente retrocedió un poco.



-Calma, mi amor -dijo Margarita-
esto te va a gustar tanto como a mí.



Y embutió el pene en su boca.
El caballo, como macho, era lógico que iba a reaccionar como lo
hace un hombre. Su miembro comenzó a erguirse endurecerse con cada
movimiento de los labios de Margarita, con cada lamida, con cada chupada.
Llegó un momento en que el grosor que alcanzó fue tanto que
era dificultoso para la chica continuar con aquellas maniobras.



Entonces se desnudó por completo.
El animal no mostró el mismo gesto de deseo que hubiera mostrado
un hombre al ver el cuerpo macizo y hermoso de nuestra chica, un animal
no se excita por lo que ve, sus mecanismos funcionan de otra manera. Margarita
como que se desilusionó un poco por ello.



De inmediato se dio cuenta que el
vigor del miembro del animal iba en merma pues se iba languideciendo poco
a poco.



Entonces comprendió que si
quería mantenérselo erguido debía usar la excitación
manual, por contacto. Con sus manitas volvió a tomar la verga de
la bestia y a manipularla como la primera vez.



El arcabuz de la bestia volvió
a erguirse en toda su extensión y Margarita Trejos sonrió
complacida, ahora sabía que tenía que mantenerse frente a
la bestia, piel con piel, estimulándole el miembro para lograr mantenerlo
erguido y enorme. Ahora su preocupación sería mantener en
silencio al caballo para que su tía no se enterara de lo que estaba
sucediendo.



Como se encontraba ya totalmente
desnuda, cada una de sus fibras se estremecía al contacto con el
pelo del animal.



Tuvo que detenerse, porque en ese
momento su tía le interrumpió:



-Margarita, hija, voy a ir al centro.
Si alguien me llama decile que voy a regresar dentro de unas tres horas.



-Está bien tía, yo
les doy tu mensaje.



-Adiós, hija.



-Adiós tía, tómate
tu tiempo.



La tía tardó poco
más de dos minutos en salir. Margarita escuchó la puerta
al cerrarse y una felicidad sin límites desbordó su corazón.
Ahora se encontraba solita, con su macho y podía hacer cuánto
se le antojara. Volvió a tomar al animal por las bridas, abrió
la puerta y se dirigió a la sala. allí lo ató a una
pequeña columna, cerca del sofá preferido de su tío.



Se sentó en él como
quien se sienta a ordeñar a una vaca, pero no, ella iba a ordeñar
al macho que había conseguido.



Tomó de nuevo en sus manos
el instrumento del caballo y empezó a masajearlo hasta llevarlo
a una erección increíble.



En este punto, lo acercó
a su rostro y trató de hundirlo completamente en su boca. Pero hasta
Margarita Trejos tiene sus limitaciones: su cavidad oral acostumbrada a
la succión y a dar placer jamás se había enfrentado
a algo tan grande como aquello y por mucho que se esforzó, apenas
poco menos de la mitad de la verga pudo alojar en su boca. En fin, la succión,
los chupeteos y lamidas comenzaron a sucederse una a otras.



Esta vez el caballo relinchó
y se paró en dos patas. Margarita lo tranquilizó:



-Quieto, quieto, bonito. Ya verás
que lo que te espera te va a gustar más.



Y continuó con la deliciosa
succión ejercida sobre el falo bestial. El animal se tensaba, se
ponía intranquilo, daba pasitos hacia atrás y adelante y
Margarita por puro instinto de hembra que es capaz de reconocer la excitación
en un macho de cualquier especie, supo que la bestia quería ya alcanzar
una cavidad para penetrarla.



Así, Margarita volvió
a tomar en sus manos la rígida animala de la bestia y de nuevo comenzó
a acariciarla y a mamarla; no tardo mucho en ponerla férrea y enhiesta
como cañón, y eso le volvió a excitar. Una fuerte
emoción, algo así como un torbellino sacudió su cuerpo
pletórico desde su cerebro hasta sus pies al palpar entre sus manos
aquel enorme palo de carne. Toda ella se cimbró: su cabeza, sus
pechos redondos y amacizados por el continuo "uso", su vientre
ansioso de invasión constante y sus muslos gruesos y rellenos. El
frenesí que se apodero de Margarita le hizo restregar el falo del
animal sobre sus pechos y su rostro.



Aquello le estaba resultando muy
difícil a Margarita. Tendría que ingeniárselas para
sacar el máximo placer aprovechando la oportunidad. No solamente
le bastaba acariciar el peludo bruto y sentir sus cerdas lijando su piel
trigueña y suave, sino también quería que el caballo
le lamiera el cuerpo, sentir el vaho ardiente de su resuello y la saliva
espesa que le mojara todo. ¿Cómo haría para que el
animal hiciera todo esto? El negro bruto no sentía la atracción
que un macho de la especie de Margarita sentiría al verla desnuda,
ni tampoco sentiría placer lamiendo aquel abundante conjunto de
carne. Pero a la chica comenzó a valerle un pepino lo que sintiera
o no su "macho", solo le importaba obtener el máximo placer
de aquella aventura loca y bestial.



Recordó que en alguna parte
había elido que a los equinos les gusta lo dulce, lo azucarado,
Y así, desnuda como estaba, abrió la puerta del cuarto, se
deslizo con prisa por el pasillo hasta la cocina y tomo la garrafa de miel
de la alacena.



Con el mismo sigilo, volvió
a su cuarto donde el animal esperaba sin esperar. Con prisa, Margarita
destapó la garrafa y lenta y sistemáticamente derramo un
poco de miel sobre sus pechos; el animal percibió el olor, alzo
las orejas y volvió la mirada, brillante, hacia el lugar de donde
provenía. Margarita supo entonces que había encontrado la
formula mágica porque el caballo se le acerco a pasos pausados pero
decididos.



La chica colocó la garrafa
a un lado, sobre la mesita de noche y abrió los brazos esperando
el contacto. El animal acercó el hocico a pocos centímetros
del plexo de Margarita y olfateo todo el contorno por escasos segundos,
y luego vino lo que ella había estado deseando tanto. La lengua
enorme y áspera protruyó del hocico del alazán y lamió,
lamió y lamió la miel que bañaba el tórax anterior
de la chica.



Sus pechos se tensaron y sus pezones
se irguieron y endurecieron al sentir el órgano elástico
y rasposo deslizarse sobre ellos; Margarita no soportaba por mementos la
suma excitación y se aferraba de las crines del animal rodeando
por el cuello. La miel se termino pronto y el corcel cesó las lamidas
al dejar de sentir lo dulce.



Margarita lo halo por las crines,
enojada tratando de que el animal siguiera la faena que, para una mujer
como ella, apenas comenzaba a "calentarla".



Aquello le enojó muchísimo
e iba a hacer un berrinche pero le satisfizo más el desquitarse
físicamente soltando un manotazo en plena cara del noble bruto,
al que quizás, ni siquiera le dolió.



-¡Animal culero! -vociferó.



Tomo la garrafa y la vació
por casi por completo sobre su cuerpo. El viscoso líquido se desparramó
cubriendo totalmente su pletórica anatomía y mojando el piso
a su alrededor. El animal volvió a sentir el olor y se acercó
a la hembra que ahora sí supo con certeza que alcanzaría
lo que quería. El alazán continuó el lengüeteo
que había dejado pendiente... Margarita retrocedía lentamente,
gozando el carnoso órgano a medida la bestia avanzaba hacia ella
en busca del delicioso manjar.



La chica tropezó en el retroceso
y cayó aparatosamente, e iba a incorporarse, pero no lo hizo al
ver que el animal continuó la tarea en el mismo lugar donde yacía
y prefirió disfrutar aquello tendida en el suelo.



De esta forma era más cómodo
para ella y menos dificultoso que el animal le lamiera todo el cuerpo,
gastaba menos energía y podía tensarse cuanto quisiera, dar
vueltas para que el caballo le lamiera por delante y por detrás.



La chica se puso a gatas, pecho
al piso, mostrando su amplio trasero al animal, y a poquitos descargaba
chorlitos de miel entre sus nalgas, la cual se deslizaba entre ellas mojando
su ano hasta escurrirse entre la ranura carnosa y velluda de su vulva.
Como es de suponerse el animal comenzó a lamer la miel sin más
placer que el de saborear el néctar; Margarita en cambio, comenzó
a sentir un placer indescriptible cada vez que el órgano elástico
y áspero se deslizaba desde su sexo caliente hasta su ano, perforado
un sin fin de veces.



Ya Margarita no soportó más
aquello. Tenia una imperiosa necesidad de sentir aquel instrumento de 25
cm. de largo hurgándole las entrañas, ensanchándole
la pelvis, destrozándole la matriz. Pero, ¿Cómo se
colocaría para ello?



No le funcionaria colocarse a gatas,
mostrándole su descomunal trasero, así como le había
funcionado con todos los hombres que se la han cogido. Ya la primera vez,
cuando se puso desnuda frente al animal lo comprobó.



Desde hacía unos momentos,
entre los segundos de lucidez en medio de aquella borrasca de placer, había
estado maquinando la forma adecuada de colocarse para que el animal tuviera
acceso a su ardiente interior. Como se sabe, la posición anatómica
y la forma del cuerpo de los equinos haría imposible el cruce de
estos y de una fémina humana. Pero Margarita, muy ingeniosa, vació
una caja de madera como de 75 cm. de alto que contenía ropa suya,
la colocó bajo el animal siguiendo el eje longitudinal de éste.



Luego se metió boca arriba
entre el estrecho espacio que quedaba entre el mueble y el corcel y rápida
y dificultosamente fue bajando su aparato inguinal hacia el enorme sexo
del caballo hasta que la cabeza abultada y dura quedó a la entrada
de la hendidura mayor de Margarita. Alzó las piernas prensando con
ellas las ancas musculosas y lentamente bajó un poco más
y con ello el falo gigante, hinchado al máximo, se fue introduciendo
en su vagina, y con ello distendió las paredes húmedas y
musculosas, tensando las fibras nerviosas y produciéndole un dolor
intenso, un dolor que jamás la chica había sentido. Pero
Margarita Trejos era una chica que no se dejaba vencer por algo que siempre
había considerado "poca cosa"; es más ella piensa
que el dolor, cualquiera sea su causa, es parte esencial e ineludible de
toda relación sexual placentera y satisfactoria. De modo que retuvo
el grito que su garganta estaba a punto de desatar y soportó el
primer impacto de la bestia en sus entrañas y siguió; siguió
bajando y dejando que éste invadiera su pelvis. Una vez el falo
había perforado a margarita en toda su capacidad, la chica comenzó
a moverse frenéticamente y con golpes de cadera hacía que
el grueso instrumento entrara y saliera de su grieta sexual tensionada
al máximo. A todo esto, las piernas rollizas y hermosas de Margarita
se aferraban férreamente a las ancas del animal.



Margarita, avezada en las cosas
del sexo, se dio cuenta por su instinto de hembra fogosa y experta que
aquel macho iba a eyacular. Se liberó del obelisco incrustado en
sus tripas, apartó la caja de debajo del animal, se arrodilló
de nuevo bajo el miembro erguido y lo embutió en su boca, casi desencajando
sus mandíbulas. En el mismo momento la bestia descargó toda
su vitalidad en un río líquido y grumoso. Pero esta vez Margarita
calculó mal; su boca no tenía la suficiente capacidad para
contener semejante volumen de esperma y ésta rebalsó por
entre sus labios aferrados al palo, escurriéndose sobre sus senos
redondos y endurecidos, su abdomen y sus muslos.



Margarita se sintió muy contenta,
porque jamás había obtenido tal cantidad de semen. Lo que
había logrado recoger en su boca muy pronto pasó a su estómago
y luego, con ambas manos iba recogiendo el resto desparramado sobre su
piel, llevándolo hasta su boca donde corrió la misma suerte.



El caballo, rendido o satisfecho
tal vez, cayó al suelo de lado y margarita se recostó de
pecho sobre el peludo costado, acariciándolo por completo con una
gran sonrisa de satisfacción.




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