Relato: Las Intocables (8: La Sirvienta)





Relato: Las Intocables (8: La Sirvienta)


LAS INTOCABLES



(y Parte 8)



La Sirvienta


Por C�sar du Saint-Simon




I



En �ste mundo hay varios millones de mujeres con las que un
hombre puede fornicar placenteramente sin problemas de ninguna especie y hay
apenas solo un pu�ado de ellas las cuales he dado en llamar "Las Intocables", ya
que un polvo, aunque sea solo un sencillo y r�pido polvito con una de ellas,
tendr� consecuencias que cambiar�n nuestras vidas para siempre y, con la certeza
de un disparo al suelo, nos va a ir muy mal. Pero... la carne es d�bil.




II




Esa sirvienta, la que siempre se nos mete en el estudio
vistiendo un uniforme trasparente pidi�ndonos que le digamos "cochinaditas"
mientras ella se dedica a "limpiar". La que se pone delante de nosotros
caminando "en cuatro patas" para recoger basuritas que est�n hasta por debajo de
nuestro asiento. La que cuando viene y nos informa que "la se�ora acaba de salir
y tardar� un poco", se arrodilla entre nuestras piernas, se libera de su
apretada bata dos apasionados y bamboleantes pechos con pezones negros como el
carb�n, para luego ensalivar nuestro exaltado pene con lentas y puntiagudas
lamidas y, restreg�ndoselo en esas tropical�simas mamas, nos masturba
friccion�ndolo ansiosa y anhelante contra su pecho pidi�ndonos con delirio "un
chorro de leche en �sta cara-de-puta". Esa sirvienta que est� siempre disponible
para todas las veces que queramos usarla; que siempre deja la puerta de su
habitaci�n sin tranca y duerme desnuda esper�ndonos cualquier noche, todas las
noches; la que mientras se retira, luego de habernos servido la comida, bate
provocativamente su trasero a espaldas de nuestra esposa; que mientras lava los
trastos se sube a un ladrillito que da la altura necesaria para acceder a su
ano. Esa sirvienta se encuentra s�lo en los relatos escritos por las mentes m�s
er�ticas de la comunidad. Pero en la vida real las cosas son un poco diferentes.



La negra Dorotea trabaja para los Saint-Simon limpiando,
cocinando y planchando desde hace muchos a�os. Desde que yo era un chiquillo
curioso que se fabric� un periscopio casero para poder verla por la ventana del
ba�o mientras se duchaba y se frotaba con delirio los enroscados pelitos de las
entrepiernas, relami�ndose con el agua que le ba�aba, al tiempo que se exprim�a
sus peque�os, c�nicos y quincea�eros pechos.



Segu�a en mi familia para cuando yo ya era un adolescente y a
ella se le hab�an ensanchado las caderas con el respectivo aumento de las
sugestivas acumulaciones de grasa en su inquieto vientre, alrededor de su
cintura y en sus alzadas nalgas que se manten�an firmes y redonditas. Sus pechos
perdieron la forma c�nica y se abultaron como dos cocos felices en su palmera
que no ced�an a la fuerza de gravedad y estaban coronados por enormes ar�olas en
varias gamas de casta�os y azulinos que rodeaban los negr�simos, erguidos y
r�gidos pezones, y se bamboleaban exuberantes junto con los movimientos siempre
sensuales y r�tmicos de su consistente tronco. De su cara redonda con grandes
mejillas y nariz ancha y chata le resaltaba una preciosa sonrisa de blancos y
bien alineados dientes detr�s de unos labios casta�os, carnosos y suculentos,
que contrastaban con su rojiza y anchurosa lengua, inspiradores de las m�s
fant�sticas mamadas de m�ntula en los torbellinos de la lasciva imaginaci�n de
cuanto hombre se le encarase.



Junto con mis compinches del liceo, quienes frecuentemente
sub�amos por uno de los riachuelos que nac�a en el Guaraina-Repano -la
majestuosa monta�a que domina el valle de Caracas- para hacer la competencia de
"las pajas" frente a muchas fotos de revistas porno robadas a nuestros padres,
una vez apostamos al que acabase de �ltimo viendo unas fotos que le tom� durante
un paseo que hicimos con toda la familia a las c�lidas playas de Machurucuto, no
muy lejos de Curiepe en los ardientes valles cacaoteros de Venezuela de donde
ella era oriunda. En ellas posaba para mi c�mara vistiendo un convencional
bikini blanco imitando inocentes posiciones de las modelos que aparec�an en las
revistas de far�ndula que ella compraba, y tambi�n se pon�a en otras figuras
-m�s de puta- como yo le indicaba, aunque no logr� que cambiase su mirada de
medio vac�a y boba como la ten�a para atrevida e insinuante, pero, a�n as�,
fantaseamos acerca de lo que le har�amos al magn�fico trasero de "La cahifa",
que, sobresaliente, redondito y compacto, estaba llegando a los veinte, y con lo
cual mi amigo el "Puki-Puki" casi logr� eyacular, pero esa vez tampoco acab�.




Nos mudamos a vivir a una mansi�n que mi padre hizo remodelar
conservando su estilo colonial pero incorporando todas las comodidades del siglo
XX, y mi madre la redecor� entremezclando, gracias a su refinado buen gusto,
todo lo mejor de cinco siglos. Dorotea estaba cumpliendo en ese d�a veinticinco
a�os. La tecnolog�a de las microc�maras estaba en su apogeo y yo ya me hab�a
adelantado durante las obras e instal� una en su ba�o para observarla, tal como
antes lo hab�a hecho en forma rudimentaria, pero ahora con m�s nitidez y
comodidad, cuando se enjabonaba con lenta sensualidad debajo de la regadera e,
invariablemente, se masturbaba con la pasta de jab�n; cuando se tomaba la
pastilla anticonceptiva y luego se persignaba ante un improvisado altar ubicado
debajo y fuera del lente de la c�mara que �nicamente captaba en ese �ngulo su
rostro en trance de oraci�n; mientras se hac�a las lavativas anales y vaginales
con los cuales se sacaba todos los rastros de esperma con que llegaba a la casa
los domingos despu�s de su salida; o cuando, despu�s de soltar una cagada, se
levantaba para ver lo que hab�a hecho del cuerpo y escup�a la mierda.



Tambi�n puse otra c�mara en su dormitorio para escudri�arle
en todos sus movimientos y masturbarme todas las veces que ella se masturbaba
ensa��ndose con un descomunal cilindro negro que se restregaba y se met�a por
todas partes con cara de placentero sufrimiento; o cuando ten�a un plan lascivo
de s�bado por la tarde, en su salida de fin de semana, lo primero que hac�a era
introducirse, con la ayuda de una c�nula, una generosa cantidad de vaselina en
la vagina y en el recto para luego continuar visti�ndose con ropas que, entre lo
imp�dico y el mal gusto, modelaba prolongadamente, con obscena coqueter�a ante
el espejo, cada pieza que se pon�a como si la estuviesen fotografiando, y s� no,
s� se pon�a un say�n hasta media pantorrilla de tela sint�tica estampada, blusa
negra holgada, mocasines y una liga negra que sosten�a por el lado interior del
muslo derecho una navaja de hoja curvada del tipo "pico e� loro", es que iba a
visitar a sus familiares en los peligrosos barrios de Caracas porque hab�a
cobrado el sueldo; o al regresar a casa los domingos por la nochecita, desnudaba
su excelente cuerpo de aquellas incitantes ropas, acarici�ndose con pasi�n el
bajo vientre y le dec�a algo, como un reproche, al retrato del novio que ella
ten�a all� en su pueblito natal, acerc�ndose indecentemente la foto al pubis y
hac�a un sensual bailoteo alrededor de la cara del negro quien, con enorme y
albina sonrisa, parec�a que le miraba sus h�medas intimidades recientemente
gozadas por el soldado de artiller�a con el que por aquel entonces ella se
consolaba.



Gan� mucho dinero editando un video de una hora con los
mejores momentos de todo lo anterior. Adem�s, inclu�a un salvaje coito con un
alba�il andaluz que estaba haciendo remates en La Casona y que ella dej� entrar
un domingo cuando todos est�bamos fuera, quien la puso "en cuatro patas" y al
mismo tiempo que le clavaba su enorme columna, le met�a cuatro dedos por el ano,
y luego que le desencajaba la sobredimensionada verga, le templaba su frondosa y
enroscada cabellera para que se incorporase, y la acribillaba con varios chorros
org�smicos mientras ella permanec�a arrodillada frente a �l esparci�ndose por
todo el cuerpo, con una sonrisa de satisfacci�n en su rostro, la esperma que la
golpeaba, y que en cuyo contraste del blanco semen sobre su negra piel es que
estuvo la clave de tanto �xito en la difusi�n de la cinta.



Esto me abri� las posibilidades de un negocio con el cual
hice un peque�o capital, el cual devolv� con creces a la negra compr�ndole
l�pices labiales y esmaltes de u�as en varias tonalidades de rojo, desde el
carmes� hasta el p�rpura ya que combinaban con las gradaciones de su vulva
cuando �sta estaba desde c�rdena por su sexualidad insatisfecha hasta amoratada
durante una ardiente masturbaci�n, y vistosas joyas de lujosa fantas�a que
contrastaban con el color de su piel que, colgando de sus orejas, brazos,
tobillos y cuello le conced�an aquella ancestral elegancia de princesa africana,
todo lo cual ella aceptaba con gran emoci�n ya que �seg�n ella misma me dec�a-
nunca le hab�an regalado nada.



Fui otro d�a a comprarle ropa interior a un establecimiento
especializado en pantaletas y luego de pagar por varias prendas min�sculas con
dise�os atrevidos y algunas hasta con accesorios, entonces la cajera y due�a del
negocio -una despampanante argentina dos palmos m�s alta que yo, de pelo negro
hasta la cintura y todos los atributos de una "bomba" sexual- al extenderme la
factura me dio, con experta soltura y er�tica distinci�n, su tarjeta empresarial
en donde "La Colo" ofrec�a su servicio de compa��a "para caballeros con clase"
prometi�ndome, sin reservas ante las empleadas que nos observaban, �al mismo
tiempo que me acercaba su abundante busto- que: "para un ssshico como vos,
tenemos masaje especial a cuatro manos".


Cuando llegu� a la casa con los dos enormes paquetes de
mercanc�a adquirida, Dorotea daba brinquitos de alegr�a y se tapaba la cara con
cada prenda que descubr�a ocultando as�, ampliamente risue�a, su desvergonzada
verg�enza. Pero no quiso seguir revisando lo que escog� para ella alegando, con
una traviesa sonrisa de mil dientes, que as� nuevas, sin estrenar como estaban
no ten�an nada que apreciarse y que �nicamente me las dejar�a ver despu�s de
ella llevarlas puestas todo un d�a y antes de que las metiese en la lavadora.


Al d�a siguiente por la ma�ana me alcanz� cuando yo ya iba de
salida para la universidad, luego de dar una carrerita, y me extendi�
nerviosamente una cajita envuelta en un modesto papel de regalo, dici�ndome con
la respiraci�n y sus cocos agitados y mirando al suelo: "Aqu� est� la
pantaleta que yo me ten�a puesta ayel, est� tar como me la quit�. Le tlael�
mucha suelte, yo que se lo plometo"
. Dio un peque�o suspiro, luego tom� aire
profundamente como prepar�ndose para iniciar una actividad f�sica esforzada, y
se devolvi� caminando animadamente hacia sus quehaceres, batiendo su trasero
provocativamente al ritmo de una musical sincron�a con sus pasos que le sal�a
del alma, alej�ndose con un insinuante y tropical "tumba�o". (�Az�car! Pens� yo
parafraseando a la inmortal Celia Cruz).



Para comprarle ropas m�s incendiarias opt� por llevarla
conmigo a las tiendas del ramo y, en medio de su ingenuo regocijo, pude
f�cilmente inducirla a que se metiese en una talla menor a las que acostumbraba
usar, y as� fue como empez� a lucir unas imp�dicas mini-mini faldas que dejaban
ver sus atrayentes y robustos muslos hasta el pliegue con las nalgas, y las
ce�idas y profundamente escotadas blusas que, adem�s de los orondos pechos,
resaltaba los "rollitos" que le sobresal�an por los lados de la liga del
apretado brassier y por debajo de la cintura que provocaban el incontinente
deseo de hundirle los dedos en sus carnosidades y estrujar indecentemente todo
su ampuloso cuerpo.



Al salir del local con varios kilos de apretadas vestimentas
en las bolsas y mientras camin�bamos hac�a el veh�culo, Dorotea, rebosante
alegr�a, me pregunt� por qu� le hac�a tantos regalos y agreg� con insinuante
desembarazo que "s� todo esto (levant� un poco el paquete que llevaba)
es polque ust� quiele
�argo de eso� de m�", entonces a ella le
complacer�a darme todo lo que yo le pidiese. Y Yo le contest� con franqueza: "Es
que quiero que todos los hombres vean lo muy bonita que est�s y no es que quiera
que me des �eso� ". Con su corto intelecto, que no alcanzaba a los
niveles de la ret�rica ni de conjetura dial�ctica, dedujo err�neamente que como
siempre todos le dec�an que lo que ella estaba era "muy buena" y le ped�an
directamente sexo, al yo decirle que estaba "muy bonita" y no le ped�a sexo,
entonces lo que yo quer�a de ella era "otra cosa muy bonita". Sus ojos se
iluminaron con la c�ndida ternura del enamoramiento fiel, meti� su brazo en mi
brazo derecho y con un suspiro recost� su cabeza en mi hombro. Por primera vez
nuestros cuerpos estaban en contacto. "�Nunca lo boy a deflaudal, yo que se
lo plometo!"
murmur� mirando al cielo rojizo de un c�lido ocaso caraque�o.



As�, mi inesperada respuesta, dirigida a zanjar dudas, fue
mal interpretada y, evidentemente, se ilusion� y las metas que ella ten�a para
su vida cambiaron dr�sticamente. Ahora yo era "la meta".




III




Todos mis clientes estaban encantados con el nuevo "look"
de la sirvienta que se entreten�a todas las tardes sabatinas haci�ndose
cambios y recambios de ropas y se maquillaba y adornaba profusamente, para luego
salir de su habitaci�n solo en cuanto estaba del todo convencida ante el espejo
que sus tetas estaban bien acomodadas y destacaban correctamente la aguda
protuberancia de los pezones despu�s de pellizc�rselos cuidadosamente, que su
trasero era atractivo al menearse y dar calculados pasos que ensayaba mir�ndose
sobre su hombro y que sus gruesos pero firmes muslos eran m�s sugerentes
sent�ndose con las piernas juntas y de medio lado que cruzando grotescamente una
piernaza sobre otra.



Pero ya no iba a sus citas. Se quedaba en la casa haciendo
alg�n oficio menor o deambulando por los jardines hasta que yo paraba de
estudiar y me retiraba a dormir o hasta que regresaba de una farra. En aquel
momento ella se volv�a a meter en su alcoba, se desnudaba con rabia, amontonaba
la ropa en el suelo y la golpeaba fuertemente con un manojo de ramas y extra�as
hierbas para luego arrojarle unas conchas de caracol encima. Despu�s, se tiraba
en la cama para hacerse el Harakiri vagino-anal introduci�ndose un descomunal
instrumento con aspecto de verga minotaurica doblado en "U" y, acabada �sta
acci�n, pon�a con parsimonia ritual aquel doble falo sobre el montoncito de ropa
para entonces agacharse sobre todo aquello y orinar profusamente, qued�ndose
largo rato en esa posici�n, encharcada entre sus propios orines, mientras
balbuceaba algo con los ojos cerrados y mov�a su cabeza en forma pendular.



Lo que yo percib�a, desde mi perspectiva empresarial, es que
le faltaba algo a su atuendo. Algo que soliviantase el fetichismo del p�blico
que la admiraba, sobre todo despu�s de la generosa oferta que me hizo un cliente
quien, al enterarse que yo pose�a una pantaleta sin lavar de Dorotea, quiso
adquirir la prenda por un precio que �luego de una puja- no pude rehusar, el
cual inclu�a, adem�s de dinero, los favores sexuales de su hermana y de la amiga
de su hermana, otras admiradoras de mi sirvienta, quienes eran un par de
jovencitas curiosas, siempre �vidas de nuevas experiencias, cuyos ovarios
estaban en proceso de acelerada maduraci�n y en consecuencia ten�an un furor
vaginal tambi�n acelerado. Y cuando termin� de cobrar pens� con humor que en los
negocios tambi�n hay "mucha suelte", como me lo hab�a vaticinado la
negra.



Entonces me decid� por comprarle unas botas vaqueras de cuero
repujado, te�idas de blanco, con las puntas y los tacones forrados en acero
inoxidable y muchas m�s pantaletas en la tienda de "La Colo" quien, debido a mi
condici�n de "buen cliente", tambi�n me hizo una extraordinaria oferta de masaje
"tailand�s extra a seis manos" por el precio del "continental sencillo a dos
manos" que tampoco pude declinar.



Esperar�a hasta el siguiente s�bado para desempaquetar
delante de ella estas nuevas prendas y, mientras llegaba el d�a, yo le incitaba
la curiosidad anunci�ndole que ten�a para ella "algo muy bonito" y, a su vez
Dorotea, con la simpleza de su car�cter y con toda la sinceridad de sus
hormonas, me regalaba pantaletas con fuerte olor a hembra cachonda y me dec�a
que me iba a preparar una "especiar, pa� que la tenga siemple con ust�",
pero que necesitaba de mi colaboraci�n.



Estaba risue�a, alegre y entusiasmada con mi presencia dentro
de su habitaci�n aqu�l s�bado a media tarde y me dec�a que se hab�a vestido para
la ocasi�n ya que no ten�a "naita debajo der unifolme". Primero le fui
mostrando, una a una, las bellas y excitantes ropas �ntimas que le tra�a pero,
antes de sacarlas de la bolsa y entreg�rselas, le hac�a adivinanzas acerca de
c�mo ser�a o conjeturas acerca de c�mo "la ver�n m�s bonita" con la pantaleta
puesta. Al mirarlas, entonces las tomaba con sorpresa y admiraci�n en su rostro,
las manipulaba como para pon�rselas y se las colocaba sobre su zona p�lvica, por
encima de la bata de azul trabajo, mir�ndose al espejo y luego de hacer una
sensual cadencia con sus caderas y, debido a su escaso vocabulario, toda clase
de sonidos onomatop�yicos de gusto y regodeo, las iba colocando con cuidado
sobre la cama a modo de exposici�n.



Se le estaba estimulando la imaginaci�n er�tica de forma tal
que empez� a sudar excitadamente y, tambale�ndose un poco porque sus piernas ya
no la pod�an sostener, se sent� en una esquina de su cama con los jamones bien
abiertos a los lados del colch�n para poder as� seguir con el juego que
ten�amos. Y le gust� mucho una de estilo "hilo dental" de color amarillo pollito
en tela satinada, de cuyos bordes y del propio hilo en color negro que se
sumir�a entre los balones de su espl�ndido de culo, dijo ella, completamente
acalorada, "se ban a disimul� muy bien con mi pier, y ust� me ba a bel muy
gonita, de beld� beldaita, yo que se lo plometo"
y la meti� en lo m�s
profundo de entre sus muslos, apret�ndola contra su pubis para "il
calent�ndola pa� plob�lmela aholitica... despu�s de que ust� me diga que baina
es lo hay en esa caja m�s glande".



Tom� la caja que conten�a las botas, me puse frente a ella y
de repente descubr� su contenido. Boquiabierta, contemplaba el calzado y luego
me observaba a m� de arriba abajo y entonces, con las manos temblorosas y los
movimientos inciertos se calz� las botas y de un salto se me plant� enfrente. Su
mirada estaba en celo. R�pidamente, resoplando y sin ninguna clase de
sensualidad, con la premura del deseo incontinente, se desaboton� la bata y
qued� expuesta ante mi vista "en vivo y directo".



De verdad que no es lo mismo ver el partido por televisi�n
que estar en la cancha. Mi erecci�n me dol�a. Se puso con arrebatadora premura
la pantaleta amarilla all� mismo, de pie, como pudo, y, efectivamente, s�lo se
le ve�a un contrastante brillo amarillo sobre el pubis. Dio una vuelta sobre s�
misma, con un bailadito negroide que hac�a chocar el metal de sus tacones y
reverberar su carne, con sus manos sosteniendo y apretando las tetas, cuyos
c�rculos areolares brotaban entumecidos. Lanz� una mano agarrando mis partes
ven�reas y me masaje� por encima del pantal�n, acerc�ndome su cuerpo hasta que
sus agudos pezones rozaron con mi pecho, rascando exquisitamente mis tetillas
mientras que con la punta de su lengua trataba de abrir mis labios, dej�ndome
sentir el c�lido vaho de su acelerada exasperaci�n en mi rostro.



La rode� con mis brazos y le apret� el culo, amas�ndole las
nalgas en correspondencia al fuerte y ansioso apret�n de palo que me estaba
dando. Me dobl� un poco, sacando el trasero, para lamerle y chuparle con
suavidad sus pechos que, saladitos por la pasi�n que exudaba, estaban duros y
calientes como roca volc�nica. Dorotea no aguant� m�s. Dio media vuelta y se
dej� caer con todo su cuerpo de cara sobre el colch�n y sobre las pantaletas en
exposici�n, contorsion�ndose como una anaconda hambrienta. Levant� vigorosamente
las caderas y abri� las piernas hasta el l�mite de lo humanamente posible y su
vulva emergi�, rezumante, con un color rojo profundo dividido por un hilillo
negro. Con su brazo metido por debajo de ella, los dedos de su mano derecha
separaron los labios de la cuca, tan gruesos como los de su boca, mostr�ndome el
palpitante introito del cual manaba una baba burbujeante que se escurr�a hacia
su cl�toris. Cuando mene� las grupas rog�ndome que "la matase", deb� haberlo
pensado bien antes de "matarla", y salir corriendo del lugar para ir a
descargarme con mi novia o con "la Colo", pero... la carne es d�bil.



Me acost� a su lado y comenc� a manosearla y a restregarme
con todas sus carnazas, para exasperarla m�s y m�s hasta que llegase el momento
de "la ejecuci�n", pero ella poco acept� el galanteo. Destrab� con impulsivo
anhelo mi palo, el cual, completamente insuflado de sangre, estaba enhiesto como
un ca��n antia�reo. Le puse una mano en la cabeza haci�ndole presi�n para que la
bajase en direcci�n mi periscopio pero tampoco quer�a ya que, agarr�ndome con
seguridad el le�o, lami� brevemente (como por no dejar) su roja cabeza y me
asegur� en forma categ�rica, como para que no me quedase la menor duda:
"plimero me lo boy a cog� i despue� le jecho una gueeennna mama�, yo que
se lo plometo",
y ansiosa, m�s bien desesperada, con la mirada brillante de
lo libidinosa, se me mont� y, sin desasirse de mi falo, ella misma se apunt�...
y "se mat�".




IV



A lo largo del siguiente a�o la negra cumpli� su categ�rica
promesa de "echarme una buena mamada" ya que, toda las veces que nos
dispon�amos a copular, Dorotea se desviv�a por hacerme un felatio m�s
deleitable, minucioso y superior al anterior, solamente superado por el que
vendr�a la pr�xima vez �muy pronto- cuando nos entreg�semos desaforadamente a la
siguiente sesi�n de pr�cticas sical�pticas con las cuales nos est�bamos
engolosinando cada vez m�s. Ten�a todo un arsenal de recursos para enardecerme
antes de que la penetrase y poco ten�a que hacer yo para excitarla, mejor dicho:
nada. Siempre estaba con la sexualidad caliente. Siempre estaba con el erotismo
en la mente, lastima que no sab�a escribir.



Pero su impudicia se fue tornando desordenada y atrevida. A
medida que pasaban los d�as, las semanas y los meses, mi vida, dentro de mi
propia casa, era cada vez m�s asfixiante debido a que me sent�a acosado por las
permanentes y superabundantes atenciones que la sirvienta me dispensaba, a los
contactos y caricias furtivas que me daba, a las frases lascivas que me
secreteaba y al lujurioso lenguaje gestual que me exhib�a, hasta un punto tal
que me encerraba con tranca para poder estudiar, o para dormir o en cualquier
lugar que estuviese solo. Dej� de utilizar la piscina, de jugar con mis perras,
de lavar mi propio veh�culo e incluso abandon� a su suerte el jard�n
hidrop�nico, ya que donde quiera que yo estuviese, all� iba ella a dar
procurando soliviantarme con la misma excusa de regalarme una pantaleta usada y
entonces... �zuasss!... se me encimaba, me met�a mano y trataba de violarme en
el sitio y siempre ten�a �xito.



Un d�a mi madre tuvo que llamarle la atenci�n y exigirle que
no trabajase m�s con las botas blancas puestas, que se quitase esas ropas
"indecentes" y se vistiese el uniforme, como lo ven�a haciendo desde hace muchos
a�os. Entonces ella, sin argumentos, hizo una pataleta �que a mi vieja no le
gust�- y fue a cambiarse caminando a las zancadas y dando fuerte zapatazos, con
lo cual perdi� la opci�n de llegar a ser alg�n d�a asistente de la Ama de
Llaves.


Esa misma noche grab� un video en donde la sirvienta encendi�
tres velas, una amarilla, otra azul y la otra roja. Tom� un envase de talco y,
totalmente desnuda, se lo espolvore� por todo el cuerpo, quedando irreconocible,
fantasmag�rica. Chupaba con fuerza el humo de un tabaco que encendi� y soltaba
la bocanada emanando una densa nube espectral. Luego tomaba un buche de
aguardiente y lo expel�a con un violento roc�o contra una peque�a fotograf�a de
mi madre puesta con la cabeza para abajo y debajo de las velas, cuya cera
derretida se escurr�a sobre su cara. Y as� sucesivamente, bamboleando su torso
con la inercia de la ebriedad hasta que la flama de la vela roja se extingui� y
amaneci�.



Cuando culmin� mis estudios y est�bamos con los preparativos
para la celebraci�n de mi graduaci�n, de alguna manera ella logr� meterse en mi
alcoba y me estaba esperando, sentada en la cama, abrazada a una revista de
modas para novias. Antes que le dijese nada, me se�al� un vestido en donde la
modelo, una esbelta y elegante negra, vest�a un ajuar de futura esposa bastante
sobrio de color azul muy claro, pregunt�ndome si era ese o bien otro el que yo
quer�a que ella luciese en "nuestra boda" �Santa Escatulepia! �C�mo dec�rselo?



Le expliqu� lentamente, de la forma m�s simple posible, con
dulzura y mientras la abrazaba tiernamente, que ella era muy especial para m�,
pero que yo me casar�a el pr�ximo a�o con mi novia, el amor toda de mi vida. Sin
inmutarse, me dijo que le pedir�a a mi madre vacaciones por un mes y se fue para
su pueblo.





Aprovech� su ausencia para reacondicionarle su habitaci�n con
m�s c�maras y ahora puse micr�fonos ocultos por todas partes. Le compr� un
televisor nuevo y m�s ropa y pantaletas.



Cuando regres� de sus vacaciones ven�a transformada. Vest�a
una batola color mostaza bordada con complejos arabescos y un collar de peon�as
alternadas con dientes de cocodrilo del R�o Orinoco. Ten�a la cabeza
completamente rapada, y unos grandes aros de plata colgando de sus orejas. Mi
madre puso el grito en el cielo y quer�a despedirla, pero luego, gracias a mi
mediaci�n, pactaron que se dejar�a crecer el pelo y se quitar�a los aros, pero
que el collar no lo dejar�a por nada de nada, y as� se reincorpor� a sus labores
como siempre. Al reanudar nuestra actividad sexual ella me agradeci� los regalos
y mi arbitraje con una "gueeennna mama�" y seguimos follando como
antes pero con algunas reglas nuevas para evitar su acoso, las cuales ella
acept� sin remilgos.



Las primeras tomas con los nuevos equipos fueron escenas
repetidas y cotidianas: el diario acicalamiento antes de incorporarse a las
faenas, su pastilla anticonceptiva y las subsiguientes oraciones, la cagada y el
escupitajo, la masturbaci�n debajo de la regadera y, al acostarse, despu�s de
ver la novela de las diez, la h�bil manipulaci�n de un portentoso facs�mil de
falo rotatorio con aspecto mal�fico, negro, grueso y con protuberancias, rugoso,
varicoso, cabez�n y lustroso, eran ya asuntos cansosamente repetidos.



La novedad estaba en los nuevos �ngulos y en el sonido que se
captaba con su nueva apariencia que inclu�a el tatuaje en dorado de un T�tem
sagrado entre sus pechos. Ahora sus excitantes gemidos y resoplidos org�smicos,
con lujuriosas frases entrecortadas, pidiendo "m�s... m�s, as�... Ayyy" a
nombres de hombres de su memoria, pronunciados con viciosa pasi�n sobre su
machucado cl�toris, se pod�an ver en el momento con todo detalle tambi�n desde
el techo. Tambi�n se escuchaba claramente el carraspeo asqueroso y el
consecuente arrojo del pesado gargajo, el cual se pod�a observar cuando ca�a
directamente sobre su excremento. Las alegres canciones de moda que canturreaba,
al mismo tiempo que se meneaba y se emperifollaba para salir, se suced�an como
si nos estuviese viendo a trav�s del espejo. La tonada rom�ntica que vocalizaba
al afeitarse las piernas, los sobacos y el vello p�bico eran tomados desde seis
sitios diferentes. La misma canci�n infantil que siempre le sal�a despu�s de la
autosatisfacci�n, mientras se relajaba y se quedaba dormida era captada por los
equipos escondidos en el copete de la cama. Y el llanto que le produc�a las
desventuras de la protagonista de la novela de las diez, era tomado de frente
por una c�mara disimulada sobre el televisor.



Crispaban los pelos escuchar, al alba cuando se levantaba,
sus devotos murmullos de los rezos ante su altar y las letan�as en su sumisa
adoraci�n a varias deidades: a la mitol�gica y poderosa Reina Maria Lionza
"dale juelza y lalga vida a mi amo"
, al vengativo y cruel esp�ritu del Negro
Felipe "destluye y saca para siemple de su vida a la mujel blanca que se
acelque a mi amo"
, al protector y resplandeciente Arc�ngel Gabriel
"plotege a mi amo de todo marr �nger Bendito"
, a la milagrosa y siempre
bella Virgen de Atocha "dale er cielo a mi Santa ma�", al maestro y ley
Shand� "te pido pol mi suflida lasa", al Siervo de Dios y sanador Dr.
Jos� Gregorio Hern�ndez "dame sal� i ilum�name con tu ejemplo". Todo ello
ofrendado con una tacita de ron, una escudilla con arroz y lentejas, y velas de
todos los colores. Y hab�a tambi�n una fotograf�a familiar tomada en la fiesta
de mi graduaci�n en donde las mujeres ten�an un c�rculo rojo a su alrededor de
su cabeza y los hombres -menos yo- estaban con la cara tachada en negro. Y el
dinero segu�a entrando y nosotros follando y follando.



Como un a�o despu�s, el d�a de mi boda, las c�maras le
captaron tirada en la cama, llorando y sec�ndose las lagrimas con una de mis
camisas preferidas mientras que, con un bestial falo giratorio clavado en sus
entra�as, se retorc�a con espasmos de agon�a. Escena �sta que agrad� mucho a mis
clientes junto con la de minutos m�s tarde, despu�s de haberse desenterrado el
desnaturalizado dispositivo hundido en su vientre, en el que fue grabada
haciendo un ritual Vud� a una mu�eca parecida a mi esposa, a la que le ataba,
con fuertes nudos, cordeles negros y rojos en el cuello y las extremidades, que
luego le prend�a fuego a sus puntas usando para ello una vela negra (eso de los
alfileres est� solo en los cuentos y relatos), y alrededor de la cual hac�a una
danza cargada de en�rgica sexualidad en donde el movimiento vigoroso y er�tico
de su pelvis, acompasado por el jadeo febril en la fumada del tabaco y el
r�tmico bamboleo de sus abundantes y robustas tetas, produc�a una furibunda y
�pica erecci�n en cualquiera y atormentantes deseos l�bricos de revolcarse
vulgarmente con aquella negra cuya piel, ba�ada por el sudor de su agotador
trabajo de hechicer�a, brillaba con la quim�rica luz de las velas.




V



En un tr�gico accidente de aviaci�n en el a�o del Se�or
cuando las torres gemelas de Nueva York fueron destruidas, murieron durante el
vuelo del helic�ptero en que viajaban para disfrutar de las vacaciones de
invierno en nuestro castillo Civitas Orbis, mi padre (piloto), mi madre
(copiloto), mi hermano menor Ren�, mi hermanita Geraldine, mi amada esposa
Silvia Sophie Le Moul� du Saint-Simon y nuestras magn�ficas perras de la raza
Mucuch�es llamadas Niebla y Bernarda (la casta preferida del Libertador Sim�n
Bol�var quien de �sta especie tuvo un perro llamado Nevado el cual muri� en
combate durante la batalla de Carabobo el 24 de Junio de 1821), sobreviviendo
Cascote, un viejo morrocoy que fue la mascota de mi padre desde su ni�ez.



Mis hermanos Yves, Jacques y yo decidimos entonces cerrar,
para luego vender "La Casona". En la repartici�n de los bienes no tuvimos ning�n
problema hasta que llegamos a Dorotea. Todos nos quer�amos quedar con ella y
todos ten�amos muy buenos argumentos para ello, sobretodo en lo referente a la
saz�n de sus comidas y a la calidad del planchado de nuestras camisas de seda.
Pero mi argumento principal y mi proposici�n final les gan�.



Les mostr� la cinta en donde nuestro malogrado padre, con el
culo al aire, se bat�a fren�ticamente sobre ella asest�ndole una metralla de
much�simos m�s vergajazos de los que nuestra difunta madre, menuda y delicada,
nunca hubiese podido aguantarle. Y otra en la que Yves estaba fajado encima de
Dorotea con cara ella de aburrida y luego Dorotea con cara de can�bal encima de
�l. Y la grabaci�n que mostraba a Jacques con la sirvienta en una larga, muy
larga refriega sexual que empez� sobre la cama, continu� por todo el suelo y
termin� bajo la regadera en lo que m�s bien parec�a un combate cuerpo a cuerpo,
en donde mi hermano fue vapuleado a tetazo limpio y luego estrangulado por sus
piernazas y engullido y regurgitado por aquella fornida negra fuera de control.
Y otro video m�s en el cual el pichichito de mi finado hermanito era
preliminarmente lamido, chupado y tragado por su boca de fuego, el d�a que �ste
inaugur� su truncada vida sexual con Dorotea quien le gui� sus inexpertos
�mpetus y pacientemente se dej� zarandear la cuca por el novato hasta que Ren�
demostr�, con los seis orgasmos que le sac� a la negra, porqu� era un aut�ntico
y prometedor Saint-Simon. Y en el que aparec�amos ella y yo aquel s�bado en el
momento culminante de "la ejecuci�n". Y vieron una selecci�n de sus actividades
dentro de su habitaci�n y de los rituales de maleficio y ensalmo que ella hac�a.
Y les habl� del negocio. Y les ofrec� compartir las ganancias y entonces ellos,
espantados, me tomaron por un loco depravado, coincidiendo ambos en que la negra
me hab�a embrujado desde quien sabe cuando. "Te tiene montado �un trabajo� ",
sentenci� Yves. "Qu�date tu s�lo con ella" dijo Jaques. �Guillo! �Zape! �Va de
retro!, dec�an ambos y, haciendo la se�a de una contra con la mano,
desaparecieron apresuradamente.



Mi Dorotea me esperaba afuera, en un ahora triste, sombr�o y
solitario corredor de "La Casona", con sus maletas hechas, vestida con su t�nica
color mostaza sobre la cual resaltaba el ex�tico y atractivo collar, los enormes
aros en sus orejas y la cabeza rapada. Y en ese d�a estaba cumpliendo treinta y
cinco a�os, con lo cual su cuerpo hab�a alcanzado el pin�culo de hembra
experimentada y deseable, consistente y fuerte, cuya s�lida constituci�n �sea y
firme musculatura, eran capaces de sobrellevar largas jornadas de trabajo pesado
o prolongadas sesiones de sexo candente, feroz y constante, cargado de un
milenario y tribal erotismo m�gico, delirante, apasionado y delicado a la vez
durante la ejecuci�n de extra�as pr�cticas aqu� incontables.


Al verme salir de la reuni�n con mis hermanos el rostro se le
ilumin� en anhelante expectativa.





�Ya est�! Le dije. �Ya eres m�a! Le anunci�.





Salt� sobre m� y me abraz� apasionadamente, rebosante de
alegr�a. Me bes� por toda la cara y, aprision�ndola entre sus manos, me miraba
directamente a los ojos y hasta lo m�s profundo de mi voluntad. As� estuvo por
largo rato hasta que, pasando su collar tambi�n por mi cuello, quedamos ambos
rodeados de peon�as y dientes de caim�n, y empez� a decirme con una voz ronca
que no era la de ella:




"Soy la negla Soltle Dolotea,


yo que te lo plometo



que te doy d�ste amuleto



potencia i plotesi�n,


pa� la tlanca y la contla


ya naiden te ba a embluj�,


pa� la juelza y la inbisibilid�


ya naiden te ba a encontl�".





"Nos bamos a dil pa� mi pueblo


pa� pulo zing�,


nos bamos a dil pa� siemple


pa� no bolb� jam�".






FIN






[1]
Vocablo despectivo con el cual en Venezuela se designa a la sirvienta. Tambi�n
se usa en g�nero masculino (El cachifo) para denominar al hombre que se ve
obligado a limpiar, cocinar y planchar porque la esposa gana m�s dinero que �l,
o est� desempleado, o cometi� un error muy grave en su matrimonio.


[2] Esa
mansi�n era la antigua residencia de �los locos� De La Vega, cuyo esbelto hijo
mayor (Don Diego) era reputado por sus actividades noct�mbulas no precisamente
como �salvador de los d�biles�, pero dio paso a la famosa leyenda de �El Zorro�,
que luego fue tomada y adaptada para una serie de televisi�n. En realidad el tal
�Zorro� era un gay vengador que, odi�ndose a s� mismo, odiaba a todos y, en
especial a las mujeres atra�das por su hermosura, lo que hoy en d�a llamar�amos
�Psic�pata�. �El Zorro�, pues, proven�a de una familia de neur�ticos: su abuelo
paterno se hab�a suicidado durante un ataque de locura; su padre era un hombre
d�bil y extra�o con los animales; ten�a un hermano que se masturbaba como un
mico desde los dos a�os; un primo suyo, que era un perverso sexual, de joven
hab�a practicado actos de canibalismo, hab�a sido declarado d�bil mental y
habr�a muerto de una enfermedad espinal; un t�o abuelo por parte de su padre era
hermafrodita; su t�a materna estaba loca-violenta de atar y, aunque su madre, al
parecer, gozaba de buena salud, ten�a como sirvientes a un negro Mandinga y un a
indio Padrote que no se separaban de ella; el otro hermano de �El Zorro� era una
persona nerviosa e irascible, con los genitales desarrollados anormalmente; y su
sirviente (Bernardo), que ni era sordo ni era mudo, practicaba el sexo nefando.
Pero esa es otra historia.


[3] Ese
fue el nuevo nombre que los Saint-Simon le dimos a �La Estancia� de los locos De
La Vega.


[4]
Aqu� est� la pantaleta que yo ten�a puesta ayer, est� tal como me la quit�. Le
traer� mucha suerte, se lo prometo.


[5] S�
todo esto (levant� un poco el paquete que llevaba) es porque usted quiere �algo
de eso� de m�...


[6]
�Nunca lo voy a defraudar, se lo prometo!


[7]
Especial, para que la tenga siempre con usted.


[8]
Absolutamente nada debajo del uniforme.


[9] Se
van a camuflar muy bien con mi piel, y usted va a verme muy bonita,
absolutamente verdad, se lo prometo.


[10] Ir
calent�ndola para prob�rmela dentro de poco... despu�s que usted me diga que
cosa es lo hay en esa caja m�s grande.


[11]
Primero voy a poseerlo y despu�s le hago una satisfactoria felaci�n, yo se lo
prometo.


[12]
Lleg� por el pasadizo secreto que hab�a entre mi habitaci�n y la suya, ya que yo
ocupaba la que hab�a sido de Don Diego y ella la de Bernardo. Fue el alba�il
andaluz quien lo descubri� y se lo dio a conocer a Dorotea.


[13]
Dale fuerza y larga vida a mi amo.


[14]
Destruye y saca para siempre de su vida a la mujer blanca que se acerque a mi
amo.


[15]
Protege a mi amo de todo mal �ngel Bendito.


[16]
Dale el cielo a mi santa madre.


[17] Te
pido por mi sufrida raza.


[18]
Dame salud e ilum�name con tu ejemplo.



[19]


�Soy la negra hechicera Dorotea,


la que te lo promete


que de �ste amuleto te doy


potencia y protecci�n,


para escudo y rechazo


ya nadie te va a embrujar,


para la fuerza y la invisibilidad


ya nadie te va a encontrar�.



�Nos vamos a ir para mi pueblo


exclusivamente a fornicar,


nos vamos a ir para siempre


para no volver jam�s�.


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Relato: Las Intocables (8: La Sirvienta)
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