Las Tetas peligrosas
De c�mo tras el encuentro casual con un autentico compa�ero
el gran detective Alberto Zumarras se ve envuelto en el caso mas er�tico y
sangriento de su vida.
Me di de narices con �l.
- �Alberto, pero si es el gran Alberto Zumarras!
- No me lo puedo creer, �de verdad eres t�? - dije sin
recordar la cara de aquel individuo que hab�a tropezado conmigo.
- El mismo Abelardo que viste y calza - y al decirlo me
ense�� unos pinreles del cincuenta y algo por lo menos, lo que unido a su baja
estatura, le daba un aspecto cuanto menos singular, aunque lo cierto es que yo
no recordaba a ning�n Abelardo a menos que...
- Desde la facultad que no nos ve�amos y eso que te he
enviado m�s de una carta, que tu no te has dignado contestar.
- Seguro que no las recib� Abelardo, ya sabes que soy muy
despistado, y Correos va muy mal.
- �Desde cuando?
- Hombre Abelardo, eso es algo que sabe todo el mundo.
- Pues mira chico yo no me hab�a enterado, y eso me molesta,
por que todos los d�as me leo tres peri�dicos.
- Ah� tienes la causa.
- Bueno el caso es que ahora me he tropezado contigo.
- Y nunca mejor dicho lo de tropezar - le dije frot�ndome la
nariz que a�n notaba el impacto de la de Abelardo, que por cierto era
descomunal, por eso en la facultad le llamaban el Bergerac. Hab�a recordado a mi
interlocutor de repente y toda aquella �poca que cre�a olvidada volvi� a m� con
todo su esplendor.
- �Nos tomamos una copa?
- Despu�s de tantos a�os aunque sean dos.
Encontramos un bar a menos de cien metros y es que en nuestra
querida Barcelona, los bares segu�an floreciendo como margaritas sin deshojar.
- �Qu� desean los se�ores? - nos pregunt� un camarero mas
bien desali�ado, pero eso si, muy puesto en su puesto.
- �Qu� quieres Abelardo?
- Lo mismo que t�.
- Pues que sean dos martinis bien secos.
- Un poco h�medos si que tendr�n que ser - lanz� el camarero
como chiste aunque a mi no me hizo pu�etera la gracia.
- Lo suficiente para que podamos beberlos mi amigo y yo.
- Alberto me alegra tanto que me consideres amigo tuyo, eres
tan famoso.
Aquello debi� alarmarme, pero no lo hizo y luego lo pagar�a,
adem�s de las copas y doscientos euros que me pidi� Abelardo para no se bien que
cosa, claro que para entonces ya �bamos por el quinto martini y todo hab�a
dejado de tener importancia.
Al poco rato apareci� una esplendorosa rubia que quitaba el
hipo. Despu�s de mirarnos de arriba abajo se nos acerc�
- �Qu� tal est�is guapos?
- No tambi�n como tu pero vamos tirando- dijo Abelardo que se
hab�a puesto graciosillo ante las tetas desbordantes de la rubia
- �Os apetece un tr�o? � pregunto la rubia. Debo reconocer
que a m� las tetas de la rubia me apetec�an prueba de ello, es que ante su
visi�n, mi pantal�n comenzaba a abultarse por la parte delantera pese a la
cantidad de alcohol ingerido, pero de eso a compartirla con Abelardo.
- A mi si � dijo mi amigo.
- Pues no se hable mas, mi casa est� aqu� mismo.
Salimos, pero eso es cosa del siguiente capitulo
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