Relato: La Paz La paz
Picante. Y Con dos huevos fritos.
Result� miserable la carne, como todo en esta region
(miserable por lo escu�lido y desnutrido, aqui el paisaje, no el paisaje natural
que es solemne y majestuoso y monumental, sino el paisaje urbano, netamente
humano, logra que la vista solo capte eso, una miseria escu�lida y desnutrida,
pat�tica). Tira sobre la plancha junto a la min�scula carne, cebolla que ya
tiene cortada en finas rodajas como una hoja. Con esto me fabricar� un sandwich
boliviano callejero. R�pidamente la carne y la suciedad de la plancha ti�en en
un oscuro color la cebolla finamente rebanada. Luego de uno cinco segundos, (si
se demoraba un poquito m�s, la flaca porci�n de carne se hubiese quemado por
completo) junt� en un pan los ingredientes y luego le puso abundante salsa verde
que se ve�a inofensiva pero mierda que era picante hermano. El tipo comiendo
parado al lado m�o, parec�a que sonre�a todo el tiempo. Era un sereno
septuagenario de los altiplanos. Un verdadero ind�gena. Descendiente tal vez, de
alg�n lider. Me mira y cabazea en se�al de saludo. Hola viejo. Termino de comer
y me marcho.
Por las calles es incre�ble la infinidad de carros
ambulantes. Comidas de todo tipo, pescado, sopa, guisos, y lo que la
imagincaci�n se atreva, tragos frutales e incluso alcoh�licos, ropa nueva y
souvenirs, productos regionales e importados, la mayor�a de contrabando. Un
verdadero shopping surrealista esparcido por las entra�as de La Paz. Puedes
encontrar todo lo quieras, tanto, que incluso yo, un aventurero perdido en la
tierra, compr� un poco de pasto cann�bico para quemar.
Hecho curioso son los ni�os que lustran zapatos. Deambulan y
trabajan con pasamonta�as. Sienten que arrodillarse ante otro individuo y
lustrarle los zapatos es un trabajo indigno y rebajante. Entoces se tapan el
rostro y permanecen en el anonimato. Tal como los ladrones que usan pasamonta�os
para proteger su identidad. Tambi�n los que barren la acera de las calles, como
los recolectores de basura se tapan la cara. Tales trabajos se los realiza por
extrema necesidad. entonces utilizan pa�uelos, tanto los hombres como las
mujeres, para preservar su dignidad.
En cambio los mendigos, que abundan por doquier, generalmente
ancianas o ni�os, trabajan a cara descubierta. Nada tienen por perder, ni
siquiera su dignidad. Y ninguna variante de mejora, solo aguardar la muerte.
Est�n fuera de la sociedad, no pertenecen a ella. Parad�jicamente han quedado
aislados solitariamente dentro de una gran y populosa ciudad. A lo largo de dos
cuadras, se puede ver, sentados en la vereda de ambos lados de la calle, uno al
lado del otro, como los mendigos limosnean miguitas de dinero. Es un espect�culo
horrorizante de pobreza, de miseria social, de lamento y plena resignaci�n.
Entro en un bar. La atm�sfera es densa y pesada. Un tufo
fuerte y agrio de cerveza me invade. Percibo que es el trago de la mayor�a. Pido
una. Marca Pace�a. Rica como cualquier otra cerveza aunque obviamente sin la
elegancia de la mejor cerveza del mundo, que es Quilmes, cerveza bien argentina.
Mando al mozo, ya que es costumbre, a que me compre cigarrilos.
Al volver, le doy su propina, pago la cuenta y me marcho. Es
navidad y mis familiares y amigos est�n en la lejana y m�gica Buenos Aires.
Deambulo solitariamente por la ciudad tumultuosoa sin rumbo cierto, solo camino
y miro y descubro sensaciones y realidades desconocidas. Al llegar a la plaza
populosa, como queriendo perderme en ella, me siento en la media de la plaza. Ya
est� oscureciendo, dentro de unas horas ser� medianoche y estar� solo en mi
hotel. Decido ir a comer algo y luego marcharme. Justo en la esquina de la
plaza, parada, como esperando a alguien, hay una boliviana solitaria. Ya que
estamos en el baile, pens�, bailemos. Qu� hac�s linda? Qu� est�s haciendo? Estoy
esperando a unas amigas y luego iremos a tomar algo. Genial, te invito a beber
algo, ya que estoy solo, me acompa��s? Y mis amigas? Las encontramos m�s tarde,
qu� dices? Vamos.
Era menudita, sin gracia alguna, solo en su sexo se pod�a
adivinar belleza. Aunque su cara no ten�a los rasgos ind�genos caracter�sticos
en mucha gente aqui de los altiplanos, y si bien se notaba cierto mestizaje, al
igual que la mayor�a, era bastante fea.
Fuimos al mismo bar que hab�a estado m�s temprano. Otra vez
me invadi� el tufo agrio de la densa y calurosa atm�sfera. Sin dudas en este
lugar hab�a tipos rudos. Empezamos a tomar. Una. Dos. Tres. Cuatro. Creo que fue
en la quinta, se me acerca un joven, un poco m�s alto y robusto que yo, pero sin
mi belleza natural. Al escuchar mi acento me saca que soy argentino y empieza a
emular fren�ticamente dichos del che. Estaba algo tomado. Era un t�pico pobre
revolucionario de caf�. Fan�tico a las palabras discursivas de la izquierda. Se
lamentaba de proletario explotado, pero de luchador por la revoluci�n, en contra
del imperlismo yankee y de este capitalismo salvaje. Foucoual dijo, la palabra
es poder, y sin pedirme permiso agarr� mi vaso y se lo llev� a la boca. Luego me
palme� fuertemente la espalda, como si el alcohol le hubiese devuelto energ�a y
rio escandalosamente. Gente cercana se dio vuelta para mirar el motivo de tales
risotadas. La pr�xima vez que hagas eso, le digo, te voy a meter el comunismo en
el culo. Hacer qu�, me dice con una sonrisa en la cara, y vuelve a palmearme la
espalda. Ahi nom�s me par� y le met� semejante pi�a que lo tumb�. Le atin� bien
en la nariz y de ella emanaba litros de chocolate. Me qued� parado con
confianza, le dejaba notar que si se paraba para pelear lo tumbar�a otra vez. El
mozo se acerc� y grit�, ac� no hay peleas, si quieren pelear, van y lo hacen
afuera. Me volv� a sentar con serenidad, como si nada hubiera pasado. El
revolucionario se levant� del suelo nauseabundo, y con la sangre ya por todas
sus prendas me dijo esto no quedar� asi. Pues claro, respond�, se te hinchar�.
La boliviana por la acci�n hab�a entrado en cierto trance y
se la ve�a cachonda. Vamos a buscar a mis amigas. Ok. Para esto, ya hab�a pasado
medianoche. En una calle muy oscura de las tantas que hay en La Paz, la pongo a
la boliviana contra la pared y comienzo a besarla. No besaba bien y la salvaje
no lograba salir de su timidez. Cuando la toco, me doy cuenta que ten�a puesto
tohallitas femeninas. Est�s indispuesta? Si, me dice. Mierda. Bueno, me la pod�s
chupar entonces, le digo, y pelo mi fl�ccido glande. Est�s loco, c�mo me pides
tal cosa, ser�as capaz de pedirle a tu mujer que te haga algo asi? La ignor�, ya
que ten�a la chaucha afuera, aprovech� para mear, cuando termin�, le muestro
otra vez el pene, pero estaba de espaldas a mi y no me miraba. Oye amiga,
quieres este pedazo de carne o no? NO. Bueno, adi�s.
Di media vuelta, y donde supon�a que estaba el hotel, fui. Al
hacer unos pocos pasos escucho a la boliviana que me llama: Erasmo, Erasmo. And�
a cagar, pens� y continu� mi marcha sin darme vuelta.
En uno de los miles de puestos ambulantes que hay, compr� una
gaseosa para matar un poco la acidez, y unos caramelos para amortizar el gusto
picante que me rondaba la boca.
Bajo la l�gubre noche pace�a camin� sin prisa hacia el hotel,
que luego de errar varias cuadras lo hall� finalmente.
En mi habitaci�n, saqu� el pasto que hab�a comprado. Primero
lo apreci� y vener�, luego lo ol� y me sent� maravillado como aquel que retorna
a su bendita patria luego de un tiempo muy prolongado de ausencia, despues lo
li� ciudadosamente con amor, y finalmente, lo respir�.
Feliz navidad!
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Relato: La Paz
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