Relato: Montados





Relato: Montados

Los tres muchachos se miraron nerviosos frente a la puerta
del director. S�lo Manuel, Many para sus amigos, manten�a una aparente calma que
estaba muy lejos de sentir en realidad.



- Pero que vamos a decir? - pregunto nervioso y por en�sima
vez Ricardo.


- Lo que acordamos, guey, - le espet� Many con evidente
fastidio - cu�ntas veces voy a tener que repet�rtelo?



Jorge se mantuvo callado. Sab�a que estaba metido en un buen
l�o, y el miedo lo ten�a paralizado.



Finalmente la puerta se abri�, y la vieja y enjuta secretaria
que parec�a llevar mil a�os en el colegio les indic� que pasaran, porque el
director los estaba esperando.



La cara del hombre no presagiaba nada bueno. Los tres se
sentaron frente a su escritorio, vi�ndolo juguetear con una de las finas
esculturas que adornaban su escritorio. Era un peque�o caballo negro.



- Y bien, - pregunt� despu�s de algunos minutos que a los
muchachos les parecieron horas - qu� fue lo que sucedi�?



Los tres mantuvieron el silencio. Finalmente Many contest�
por todos.



- A qu� se refiere?, se�or director.



Marco Lombardi golpe� la mesa con el pu�o cerrado, y los tres
estudiantes brincaron casi al un�sono.



- Ustedes me creen est�pido? - grit� col�rico, y hasta Many
se repleg� en su asiento.


- No se�or, - balbucearon bastante intimidados.


- Hablo del incendio en el laboratorio - les inform� con una
dura mirada.



Poco falt� para que Ricardo soltara el llanto, como si en vez
de 21 a�os fuera un mocoso de 7. Many como siempre, estaba mas controlado y
contest� nuevamente por los tres.



- Nosotros no sabemos nada de ese incendio. Apenas acabamos
de enterarnos, igual que el resto de nuestros compa�eros.



El director Lombardi los mir� y esboz� una extra�a sonrisa.



� Que extra�o que me digas eso, Many, sobre todo despu�s de
haber recuperado esto.



Ten�a en su mano un peque�o videocasette, y esta vez Ricardo
no pudo evitar que se le escapara un sollozo. Con absoluta calma el director
coloc� la cinta en el reproductor y Ricardo cerr� los ojos al momento en que
tanto �l, como Many y Jorge aparecieron en la cinta, completamente borrachos y
drogados irrumpiendo el s�bado por la noche en el laboratorio. La c�mara los
capt� desde el momento mismo en que forzaron la


entrada, y los sigui� grabando mientras los 3 se divert�an
rompiendo los frascos de qu�micos y riendo como enajenados al destruir todo lo
que encontraron a su paso. Cuando la combinaci�n de sustancias regadas en el
piso provoc� la primera llamarada, la c�mara grab� sus risas est�pidas mientras
alborotados por el fuego comenzaron a danzar alrededor, hasta que el humo los
oblig� a salir tosiendo y la imagen de video se puso completamente obscura, casi
tanto como el humor del director en este momento.



- Muchachos - les dijo mir�ndolos con el ce�o fruncido -
ahora si se los va a cargar la chingada.



Ricardo rompi� a llorar y esta vez ni Many pudo evitar que lo
hiciera. Jorge se puso tan p�lido que parec�a a punto de desmayarse, y Many ech�
mano a todo el autocontrol posible para no hacer ni lo uno ni lo otro. El
director continu� implacable.



- Adem�s de que obviamente ser�n expulsados de este colegio,
se les cobrar� a sus padres todas las p�rdidas materiales ocasionadas por el
siniestro, que sin entrar en detalles superar� los 150,000 d�lares, y por si
fuera poco, van a enfrentar cargos penales, pues lo que hicieron, muchachos, es
allanamiento de morada, da�o en propiedad ajena y vandalismo. Les esperan unos
buenos a�os a la sombra.



Ahora ni el mismo Many logr� contenerse. Comenz� a balbucear,
tratando de explicar lo injustificable, y se call� s�lo cuando el director le
dio una bofetada.



- Son ustedes unos est�pidos - les dijo, y ninguno se atrevi�
a contradecirlo.



Los dejo sufrir todav�a un poco mas y cuando la desesperaci�n
se hab�a apoderado de ellos, continu�.



- Es posible que exista una soluci�n a todo esto - dijo
suavemente.



Ricardo dej� de lloriquear y Jorge volvi� a respirar. Many lo
mir� atentamente.



� Miren muchachos - dijo de pronto conciliatorio -. Lo �nico
que los incrimina es este video. Si no fuera por �l, podr�amos hacer creer a las
autoridades que lo sucedido en el laboratorio es un simple accidente, por dem�s
l�gico en un sitio con tantas sustancias explosivas. - Dej� que la idea madurase
en sus atribulados cerebros.



- Usted podr�a hacer eso por nosotros? - pregunt� incr�dulo
Many.


- Tal vez - hizo una pausa. - Siempre que ustedes tambi�n
hicieran algo por m�.


- Lo que sea, - contestaron los tres al un�sono.



Una nueva pausa, lenta, larga y los tres muchachos, al borde
de sus sillas, conten�an el aliento.



- De acuerdo - contest� Lombardi finalmente- tenemos un
trato.



El caballito a�n estaba en sus manos, y lo coloc� sobre el
escritorio para tomar una pluma y un papel. Garabate� algo en la hoja y se la
entreg� a Many.



- Quiero que se presenten en esta direcci�n el pr�ximo
viernes - los muchachos asintieron. - Si comentan algo de esto, si me entero de
la menor indiscreci�n, el trato se rompe y el video aparece para ser entregado a
las autoridades. � Los muchachos juraron al un�sono no decir nada a nadie, y
agradecidos salieron de la oficina del director.



Marco sonri� con evidente placer en cuanto se marcharon. Como
un gato, se estir� en su c�modo sill�n de cuero negro. El caballito estaba de
nuevo entre sus manos, y jugando con �l hizo como si corriera sobre el secante
de su escritorio y al llegar a la orilla salt� hacia su regazo. El caballito
cayo blandamente sobre su bragueta. Sus peque�as pezu�as presionaron el notorio
bulto que hab�a debajo. El miembro del director estaba hinchado, gordo y duro,
excitado con la sola idea de tener a esos 3 muchachos bajo su poder. El
caballito cabalg� sobre su miembro por unos segundos, y fue devuelto a su lugar
en el escritorio. Marco


levant� el tel�fono.



� Me comunica por favor con el profesor Estuardo - le pidi� a
su secretaria.



Mientras esperaba, estir� las piernas, tensando los
pantalones sobre su r�gida verga, que se destac� de forma obscena en la suave
tela de sus pantalones.



� Miguel, - dijo en cuanto escuch� la voz del otro lado de la
l�nea - prepara el equipo. Este fin de semana nos vamos a montar.



Colg� la bocina, y con el pito irremediablemente duro se
pregunt� c�mo iba a hacer para soportar los cuatro largos d�as que faltaban para
que llegara el fin de semana.



La finca estaba a una hora de viaje. Los chicos llegaron
incluso antes de lo previsto. Se hab�an devanado los sesos tratando de imaginar
qu� era lo que se esperaba de ellos. Hab�an pensado en miles de posibilidades,
descabelladas todas ellas, pero estaban lejos de llegar a una conclusi�n. Lo
�nico seguro era que fuera lo que fuera, ellos lo har�an. Ya hab�an tenido el
tiempo suficiente para sopesar todo lo que sus vidas cambiar�an en caso de ser
expulsados, o encarcelados, y lo peor de todo, lo que les har�an sus respectivos
padres cuando se enteraran que tendr�an que pagar aquella enorme suma. Los tres
eran hijos de familias adineradas, pero no tanto como para absorber
tranquilamente esa p�rdida.



La verja, alta y electrificada les cerr� el paso. Many detuvo
el convertible rojo y antes incluso de tener que tocar el claxon, la verja se
abri�, permiti�ndoles el paso. La vereda corr�a sinuosa entre el oscuro y denso


follaje, y los condujo hasta un claro, desde donde pudieron
divisar la silueta de una vieja y enorme casa, con un enorme porche de altas y
elegantes columnas blancas. Un poco mas lejos, destacaba un establo y varias
caballerizas. De no estar en aquella angustiosa situaci�n, los chicos se
hubieran sentido felices de estar en semejante lugar.



A lo lejos, un potente relincho llam� su atenci�n. Un hermoso
caballo blanco se destac� en el camino y en cuesti�n de segundos lleg� hasta el
coche. El jinete se ape�. El hombre tendr�a unos 40 a�os, y bajo el sombrero, un
rostro curtido por el sol les sonri�.



- Bienvenidos a mi casa - les dijo amistosamente. - Los
est�bamos esperando.



Apareci� un sirviente que tom� las riendas del caballo, y
mientras se lo llevaban los 3 muchachos sacaron sus maletas del coche y
siguieron al due�o de la finca. Dentro, en la sombra del sal�n y tras sendas
bebidas, estaban el director Lombardi y el profesor Estuardo.



� Adelante, muchachos - salud� el director - ya est�bamos
ansiosos de que llegaran.



Ninguno habl�. Se sent�an intimidados ante la evidente
jerarqu�a del director de la escuela y del profesor de qu�mica, por no hablar
del due�o de la finca. De alg�n modo, aquel tr�o de hombres hab�an logrado
ponerlos nerviosos, y saludaron torpemente al tiempo que dejaban las maletas en
el piso.



� Me imagino que vienen sedientos - dijo el director
acerc�ndoles un vaso de limonada a cada uno.



Los muchachos bebieron agradecidos, empezando a sentirse m�s
c�modos.



� Beban de sus vasos, - dijo Lombardi - porque es la �ltima
vez, durante este largo fin de semana, en que podr�n hacerlo de esa forma.



Los tres hombres estallaron en carcajadas, mientras los
muchachos se quedaron de pie, sin entender la broma, pero nerviosos por el
extra�o significado de sus palabras. Jorge termin� primero la bebida, y por
hacer algo, intent� sentarse en un taburete que estaba en el sal�n.



� Alto all�, - grit� el director -, haciendo que el muchacho
pegara un brinco; nadie te invit� a sentarte.



Los muchachos se quedaron petrificados y Jorge se uni�
inmediatamente a sus compa�eros.



� Entiendan esto, porque lo dir� s�lo una vez. Ustedes est�n
aqu� porque no valen nada. Son un hatajo de brutos, bestias, animales, como
quieran entenderlo, y mis amigos y yo nos hemos dado a la tarea de educarlos. No
toleraremos errores. Aprender�n por la buena o por la mala, y los trataremos
como las bestias que son. Ustedes son nuestro ganado, y como tal ser�n tratados.
Alguna duda?



Nadie dijo nada. Tal vez no porque estuvieran de acuerdo, si
no mas bien porque el efecto de sus palabras no lograba aun abrirse camino en su
atribulada mente.



� Para empezar - continu� el director - se desnudan
inmediatamente. Ning�n animal utiliza ropa.



Jorge y Ricardo miraron a Many instintivamente. Era el l�der,
y ante una situaci�n tan confusa esperaron alguna se�a de �l. Esta vez Many les
fall�. Tampoco ten�a la menor idea de lo que deb�a hacer. De dos zancadas el
due�o de la finca estuvo frente a ellos. Aun llevaba en sus manos la fusta de
montar, y le atiz� un latigazo que fue a parar sobre los muslos de Many. El
repentino dolor lo hizo doblarse en dos.



� Regla n�mero uno - continu� Lombardi implacable - deben
obedecer y deben hacerlo r�pido.



Un segundo latigazo, esta vez en el trasero de Jorge hizo que
los tres muchachos comenzaran a desabotonar sus camisas. Como no lo hicieron lo
suficientemente r�pido, el pecho de Ricardo recibi� el tercer golpe. Sus ojos se
llenaron de l�grimas, pero sus pantalones cayeron m�s r�pidos que el rayo. Los
tres muchachos quedaron de pie en medio del sal�n, con los calzoncillos como
�nica vestimenta.



� Miguel - dijo el director dirigi�ndose al profesor Estuardo
- porqu� no les ayudas un poco?.



El profesor se puso de pie y se acerc� a ellos. Estaba
evidentemente excitado, pues el bulto de su entrepierna era perfectamente
visible para todos ellos. Lejos de avergonzarse, se acarici� el bulto mientras
los rodeaba. Comenz� por Ricardo. Se acuclill� a sus espaldas y con lentos
movimientos le baj� los calzones. Su cuerpo delgado y blanco qued�
completamente desnudo. Avergonzado, se tap� el sexo con las manos, mientras ya
Jorge corr�a la misma suerte. Su cuerpo era m�s moreno, con piernas velludas y
unas nalgas que le hac�an juego, cubiertas de un suave vell�n oscuro. Por �ltimo
Many, el mas desarrollado de los tres. No s�lo era el m�s alto, sino el que
evidentemente m�s hab�a trabajado su cuerpo. No por ende era el capit�n del
equipo de f�tbol, y sus gruesas y potentes piernas lo demostraban. Al bajarle
los calzones, un hermoso par de nalgas qued� a la vista de los tres excitados
adultos. S�lo a los 22 a�os se pod�a tener semejante trasero, firme, fuerte y
suave a la vez, y Miguel no pudo evitar acariciar aquel monumento a la
perfecci�n. Many soport� el toqueteo, pero no por mucho tiempo. Con evidente
desagrado empuj� a Miguel, que cay� al piso, tomado por sorpresa. La fusta cay�
sobre el rostro, revent�ndole el labio inferior, que comenz� a sangrar.



� Que sea la �ltima vez que haces algo tan est�pido - le
advirti� el director - no lo tolerar� una segunda vez. Si no estas de acuerdo
con lo que aqu� suceda puedes marcharte inmediatamente. Y ll�vate a tus amigos.
Eso s�, te atendr�s a las consecuencias.



Los tres se miraron, y la decisi�n fue sencilla. Se quedaron
exactamente donde estaban. Desnudos y humillados en medio del soleado sal�n.



� Bueno, creo que eso lo aclara todo - continu� el director,
ajust�ndose el pantal�n haciendo evidente que �l tambi�n ten�a un buen trozo de
dura carne bajo la prenda -. Pasemos a lo siguiente.



Se acerc� a ellos y los tres parecieron encogerse ante su
cercan�a. Marco Lombardi era un hombre alto, con una barba cerrada y unas cejas
pobladas que parec�an ser una sola en vez de dos. Sus negros y oscuros ojos
parec�an taladrarlos, y sus manos grandes y velludas acariciaron los pechos
juveniles, los vientres planos y firmes y la curvatura de sus espaldas y nalgas.



� Creo que conseguimos un buen ganado, no creen? - coment� a
sus amigos, y ellos le contestaron con una evidente y c�mplice sonrisa, y Marco
continu� su inspecci�n.



Como si de verdad fueran caballos, les examin� los dientes,
mir� tras sus orejas, les tir� del pelo, el de sus cabezas y el de sus
genitales, les calibr� el peso de los test�culos y hurg� entre sus nalgas como
si no fueran seres humanos, sino simples bestias. El examen dej� en los
muchachos un novedoso sentimiento de que en medio de aquel sal�n, ellos
efectivamente no val�an nada, que eran poco menos que animales, y cuando Miguel
le acerc� los bozales, ninguno se atrevi� a impedir que les fueran colocados. El
bozal les cubr�a la boca, impidi�ndoles hablar, y se cerraba tras sus cabezas.
En sus cuellos, un collar de cuero negro les hizo sentir peor, y al recibir la
orden de ponerse en cuatro patas, los tres obedecieron, cada vez m�s convencidos
de que hab�an dejado de ser personas y se hab�an verdaderamente convertido en
bestias humanas.



Una vez que los tres j�venes estuvieron a gatas, Lombardi les
orden� que caminaran, y junto con sus compa�eros se sent� a admirar su reba�o.
La situaci�n era por dem�s extra�a. Los muchachos, desnudos, humillados y
confundidos comenzaron a gatear alrededor del sal�n. El director les correg�a el
paso, dictando ordenes sobre como erguir la cabeza con orgullo, levantar la
grupa o arquear la espalda en un armonioso conjunto. Conforme iban pasando junto
al sill�n donde los tres hombres tomaban una copa y los admiraban, una mano
acariciaba sus cabellos, sobaba sus espaldas o palmeaba sus traseros desnudos.



La marcha la encabezaba Many, y tras �l, Jorge segu�a a pocos
pasos, lo que le permit�a admirar el bello espect�culo de sus muslos fuertes y
firmes al caminar, y con cada paso, los hermosos gl�teos de Many se rozaban uno
contra otro, en un vaiv�n sinuoso que muy a su pesar comenz� a excitar a Jorge,
especialmente cuando entre un paso y otro sus piernas se separaban y entre ellas
asomaban los colgantes test�culos de Many, bambole�ndose como dos frutas
maduras. Detr�s de Jorge ven�a Ricardo, admirando el culo velludo de su
compa�ero, y el calor de la caminata se mezcl� con una rara sensaci�n de placer
al admirar las peludas nalgas y el agujero moreno de Jorge mostr�ndose de forma
tan descarada cu�ndo a �ste le ordenaban alzar la grupa y caminar con mayor
majestuosidad.



Los hombres hab�an terminado sus copas, y era evidente que
estaban ya bastante excitados. Angel, el due�o de la finca se hab�a abierto ya
la bragueta, y con paciencia jugaba con un pene de considerable tama�o. Al
verlo, Lombardi decidi� que era hora de alimentar a los caballos, y les orden�
que se acercaran. Los muchachos obedecieron, y dada su posici�n, sus cabezas
quedaron frente a las piernas abiertas de los tres adultos. Miguel y Marco se
abrieron los pantalones, dejando escapar sus abultadas erecciones.



� Hora de comer � dijo apuntando con su grueso miembro a la
boca de Many � ac�rcate - orden�.



Los tres muchachos permanecieron fijos como estatuas, y como
siempre, Many tom� la iniciativa acerc�ndose al pene del director, que
desabrochando el bozal dej� su boca libre para recibir la gruesa punta de su
verga. Como si hubiera sido una se�al, Ricardo y Jorge se acercaron a los otros
dos, y aceptaron en sus bocas sus pitos ansiosos por entrar.



La comida dur� varios minutos. Los muchachos jam�s hab�an
mamado una verga, pero las manos en sus cabezas supieron guiarlos de modo que
pronto tomaron el ritmo y la presi�n adecuada. Ya a punto de venirse, Miguel y
Angel retiraron sus miembros y terminaron masturb�ndose para recolectar su semen
en peque�os platitos de porcelana. Poco despu�s, Marco hizo lo mismo, y los
chorros de leche fueron a parar a un plato similar. Colocaron los platos en el
piso, y Miguel sac� una c�mara de video.



� Hora de dar de beber a los caballos - anunci� Lombardi.



Los muchachos recibieron instrucciones para acercarse,
gateando por supuesto, y beber directamente del plato. La pel�cula comenz� a
correr, captando sus gestos de desagrado, sus ojos apretados en una mueca de
asco, pero tambi�n sus vergas hinchadas entre sus piernas, presos de un deseo
m�s all� de todo entendimiento.



� Ord��alos - indic� Lombardi a Angel, que con un gesto de
evidente felicidad meti� la mano entre las piernas de Many y comenz� a
estrujarle el pene, estir�ndolo, jal�ndolo igual a como lo hacen quienes orde�an
vacas, y poco le cost� conseguir que se viniera. El semen fue recogido en una
copa de cristal, y poco despu�s, tanto Jorge como Ricardo recibieron el mismo
tratamiento, aumentando con sus descargas el contenido de la copa. Finalmente
repartieron la leche reci�n orde�ada entre los tres platitos, y los caballos
debieron beber aquel l�quido extra como parte de su cena.



Despu�s de aquello, les colocaron los bozales y las correas y
los llevaron, exhaustos y aturdidos aun, a descansar. La habitaci�n no contaba
con ning�n mueble, s�lo el pulido piso de madera y unas argollas en la pared, en
donde las correas fueron enganchadas y all� los dejaron pasar la noche,
desnudos, sumidos en completa oscuridad y a merced de sus propios pensamientos.



Por la ma�ana, Miguel los despert� temprano, - vamos, -les
urgi� -, el d�a est� precioso, los amos tienen ganas de tomar un paseo a
caballo, hay que prepararse.



Los sac� al porche, desnudos y con sue�o todav�a. En medio
del patio los ba�� con una manguera de agua fr�a que les hizo despertar
totalmente. Lombardi y Angel miraban desde el porche, mientras desayunaban.
Miguel los hizo ponerse en cuatro patas nuevamente y los enjabon� a conciencia.
El proceso de tallar sus lomos y ancas le hizo excitarse, y tal vez se
extralimit� con el aseado de sus culos, porque Jorge resping� al sentir un dedo
entr�ndole de forma abrupta en el ano y repar� de repente.



� Creo que el caballito despert� muy brioso esta ma�ana - se
burl� Angel al darse cuenta.


� No te preocupes, amigo, yo puedo controlarlo - contest�
Miguel, introduciendo dos dedos esta vez.



Jorge tuvo que aguantar la humillaci�n de ser dedeado delante
de todos, y al tocarle el turno a Ricardo, �ste prefiri� aguantar en silencio
para evitar que le metieran dos dedos en vez de s�lo uno. A Many no le hizo
nada, pues sab�a que Marco era muy celoso con sus caballos, y no le gustaba que
nadie se los manejara. Se content� con dejarle el trasero limpio para que su
amigo lo disfrutara m�s tarde.



Al finalizar, h�medos y limpios, los dejaron secarse al sol,
mientras los amos terminaban el desayuno. Cuando finalmente terminaron, entraron
en la casa y salieron poco despu�s. Los tres ven�an con el torso desnudo,
calzados con botas y chaparreras velludas de piel de ternera. No llevaban
pantalones, por lo que sus sexos colgaban indolentes y escandalosos entre sus
piernas. No estaban erectos, pero si medianamente excitados, pues se ve�an
gruesos y pesados. Many no pudo evitar mirar sobre todo el pene de Lombardi,
pues se hab�a pasado la noche recordando su sabor y su textura. Jam�s lo
confesar�a, pero la prueba de la noche anterior le hab�a terminado gustando, y
s�lo para s� mismo, deb�a confesar que ansiaba volver a tener ese armatoste en
su boca.



En medio del patio, los caballos esperaron hasta que sus
due�os se aproximaron. Lombardi llevaba en las manos unos extra�os artefactos.
Parec�an plumeros o algo asi. Eran unos mangos de pl�stico negro de los cuales
sobresal�an unas tiras que parec�an pelo de caballo, o algo muy semejante. Sin
mayor explicaci�n, tom� un poco de grasa que Miguel le acerc� y aceit� los
mangos uno por uno, acto seguido Miguel le abri� las nalgas a Jorge y le meti�
el grueso mango en el culo, a pesar del quejido dolorido de Jorge. Cuando el
mango desapareci� dentro de su cuerpo, afuera s�lo quedaban visibles las crines,
lo que le daba el aspecto de


tener una cola, igual a la de un caballo. Ricardo recibi� el
mismo tratamiento de parte de Angel, y Many se prepar� mentalmente para ser el
siguiente.



Lombardi se aproxim� a �l. Caso con ternura le separ� las
nalgas, firmes y blancas, y el ojo de su culo qued� expuesto, casi pulsando bajo
su mirada. Rosado y cerrado como una flor, sinti� que se lo abr�an por la fuerza
con la punta del mango aceitoso y resbaladizo. No se quej�, el roce del aparato
reverber� en sus entra�as, llenando de electricidad sus extremidades. Lo sinti�
resbalar muy adentro, con el aliento contenido y el deseo de brincar como la
har�a un caballo de verdad. Recibi� una palmada de su amo cuando finalmente
termin� de encasquetarle el artilugio, y la marca de su mano en la nalga,
pareci� ser una se�al para que cada uno montara sobre su respectivo caballo, no
sin antes colocarles una rodilleras para proteger las rodillas y guantes para
cubrir sus manos..



Many sinti� el peso de Marco sobre sus espaldas. Fue
consciente del modo en que los huevos de Lombardi se aplastaban contra sus
hom�platos, y sus nalgas buscaban el mejor acomodo sobre su espalda. Debi�
tensar el abdomen para resistir el peso contundente del hombre, y como si eso no
fuera suficiente, recibi� un jal�n en la brida para que se pusiera en
movimiento. Jorge cargaba a Miguel, y Angel mont� a Ricardo, que comenz� a
sufrir para soportar su peso.



Con evidente esfuerzo comenzaron a andar, mientras los amos
comentaban el paisaje y el esplendoroso d�a iluminaba su marcha por el sendero
bordeado de girasoles. Los caballos comenzaron a sudar, a pesar de s�lo haber
recorrido escasos metros. De vez en cuando recib�an un tir�n, una palmada en sus
traseros, urgi�ndolos a apresurar el paso, a continuar con el demandante
esfuerzo de llevar a cuestas a sus due�os.



Many segu�a adelante, tratando de no pensar, de olvidar que
encima de sus espaldas, el director y sus huevos hinchados se restregaban contra
su piel sudorosa. Casi pod�a oler su sexo, y lo sent�a rozar la curva que dado
su peso se combaba en su espalda. Respiraba afanoso, conquistaba cada paso con
esfuerzo, y a juzgar por los resoplidos de los que ven�an detr�s de �l, sus
compa�eros tampoco la ten�an f�cil. Por si todo aquello no fuera suficiente, el
roce del mango clavado en su culo se hac�a cada vez m�s evidente con cada nuevo
paso.



Despu�s de un cuarto de hora, los tres caballos estaban
agotados. Los amos hab�an bordeado el camino de girasoles y el camino
serpenteaba cuesta abajo. Se apearon, permitiendo que las doloridas espaldas se
recuperasen un poco, y los �ltimos metros los recorrieron con las bridas en la
mano, arrastrando tras de s� los cansinos pasos de sus bestias. Abajo, el
rumoroso canto de un r�o parec�a llamarles, y como magia, el sonido del agua
pareci� infundir nueva energ�a a los caballos, que apresuraron el trote.



No era un r�o muy grande, pero si estaba lo suficientemente
profundo para que las bestias se refrescaran, y los bozales, correas y colas les
fueron retiradas para dejarlos libres por unos minutos. Los muchachos olvidaron
la dura prueba y se lanzaron al agua, salpicando y zambull�ndose en el agua fr�a
y clara. Los amos los miraban desde la orilla, a la sombra de un enorme �rbol y
luego de alg�n tiempo los llamaron. Obedientes, regresaron, asumiendo
inmediatamente la posici�n de cuatro patas que ya sab�an se esperaba de ellos.



La imagen de sus cuerpos j�venes y frescos, sumisos y
obedientes, con las grupas alzadas y los culos distendidos, fueron una
invitaci�n dif�cil de rechazar. Ya Miguel mostraba una erecci�n considerable, y
Angel apuntaba con su glande rojo al di�fano cielo azul. Many no necesit� que su
amo lo ordenara, se acerc� a su gruesa verga, recostada contra un muslo, y le
lami� la punta mansamente. El miembro se levant� al instante, llen�ndose de
vida, vigoroso y excitado.



Cuando despu�s de mamarlo por un rato, Marco se lo sac� de la
boca y rode� a su caballo, Many pens� que volver�a a montarlo, pero en vez de
eso lo sinti� por detr�s, abriendo sus nalgas con las manos, buscando su
agujero, y supo que su amo pensaba poseerlo. Baj� la cabeza, m�s convencido que
nunca de que s�lo era un animal y nada pod�a hacer m�s que dejar que su due�o
hiciera de �l lo que quisiera. El glande toc� su ano, y se prepar� para
recibirlo, con un goce anticipado que no dejaba de sorprenderlo. El mango que
hasta hac�a pocos minutos hab�a llevado dentro lo hab�a preparado un poco, pero
no lo suficiente como para no sentir que el grueso miembro, al ir penetr�ndolo,
parec�a rasgarlo en dos. Con sufrimiento y placer lo recibi� dentro, cent�metro
a cent�metro, consciente de su poder y de su fuerza, abrazando con sus nalgas
sus vaivenes, entradas y salidas que parec�an clavarlo en la tierra en la que
apoyaba sus manos.



Abri� los ojos, incapaz de mantenerlos cerrados, porque la
sensaci�n de fundirse en el placer lo estaba volviendo loco. Vio a Jorge
traspasado por la verga de Miguel, y el conocido profesor de qu�mica le result�
irreconocible. Ahora era un fauno, un ser mitad humano mitad animal, que
violentamente montaba a su compa�ero con una fuerza y una determinaci�n
desconocidas. Su miembro, hinchado y grueso, se abr�a paso entre las velludas
nalgas de Jorge, dilatando su agujero peludo de forma feroz, y Jorge, con los
muslos abiertos y la cola en alto, permit�a que aquel ser lo dominara.



Ricardo, un poco m�s all�, gimoteaba. Siempre hab�a sido m�s
d�bil, y con la verga de Angel profundamente enterrada en su culo, ahora ten�a
motivos de sobra para hacerlo. El bronceado due�o de la finca parec�a querer no
s�lo cog�rselo, sino tambi�n volverlo loco. No se contentaba con introducirle su
largo y erecto vergajo, tambi�n le pellizcaba los pezones, le mord�a la nuca, le
ara�aba la espalda, o le golpeaba las nalgas, y Ricardo, delgado y blanco,
parec�a ser s�lo un recept�culo para todas aquellas cosas que el excitado hombre
quisiera hacerle.



Many cerr� los ojos de nuevo. No quer�a ya ver nada. La verga
dentro de su culo era ya un torbellino que parec�a querer llev�rselo lejos y la
sinti� demandante y violenta, expandi�ndose dentro de su cuerpo, rellen�ndolo de
una forma jam�s imaginada, y sin saber siquiera que era capaz de ello, un
explosivo y repentino orgasmo lo sorprendi�. No hab�a sido necesario tocarse el
pene, y tampoco Lombardi lo hab�a hecho, y sin embargo comenz� a eyacular,
incapaz de detenerse. Las contracciones de su culo hicieron que Marco tambi�n
alcanzara el cl�max y la vertiginosa verga termin� arrojando su lava humana
dentro de su cogido agujero.



Ya no vio terminar a los dem�s. Sus ojos continuaron
cerrados, y s�lo la colocaci�n del bozal y la correa logr� hacerlo salir de
aquel sopor. El regreso fue similar a la venida, o m�s penoso a�n si es que eso
es posible. La actividad sexual parec�a haberlos dejado d�biles, pero eso no fue
pretexto para que sus amos no los montaran poco antes de llegar a la casa.



Recibieron una frugal comida y otro ba�o, y la habitaci�n
oscura y sin muebles ya no les import�, pues cayeron en un sue�o pesado que s�lo
el cansancio f�sico puede dar.



El d�a siguiente recibieron sus ropas, y se sintieron tan
extra�os al pon�rselas que fueron necesarios varios minutos para que
comprendieran que volv�an a ser los j�venes que hab�an sido antes de llegar a
aquella finca.



Cuando Lombardi se acerc� para darle las llaves del auto,
Many tuvo el deseo de no recibirlas. Quer�a quedarse all�, no deseaba volver a
la escuela, los amigos y la familia, pero comprendi� que era imposible. No se
despidi�, se sinti� incapaz de hacerlo, y en cuanto Ricardo y Jorge subieron al
auto, aceler�, oblig�ndose a no voltear la vista atr�s.



Ninguno habl� en el trayecto de regreso. La finca, los
caballos, el incendio, todo formaba parte de algo que era mejor no volver a
hablar. Sus padres no estaban en casa, y Many se pas� el domingo con la extra�a
sensaci�n de haber vivido un sue�o.



El lunes todo parec�a estar mejor. La escuela, las clases, y
la vida de siempre pareci� sanar la persistente sensaci�n de pesadilla, y no
haber recibido la notificaci�n de que se presentara en la direcci�n, tal vez
Many lo hubiera logrado.



Ten�a las manos sudorosas y fr�as cuando abri� la puerta de
la oficina del director. Lombardo, tras su escritorio parec�a ser otra persona,
y Many se oblig� a pensar as�. El no era el de la finca, era el director de su
escuela y as� deb�a de verlo. El caballito entre sus manos no ayud� a Many en su
determinaci�n. Finalmente, Marco Lombardi habl�.



� Olvidaste algo en la finca - dijo con los ojos fijos en
Many.



Sac� un objeto de un caj�n de su escritorio. Many sinti� que
algo revoloteaba en su est�mago al ver el mango negro con las crines de caballo.



� Pon el seguro a la puerta - dijo el se�or director.



Y Many obedeci�, porque sent�a el deseo de relinchar en su
cuerpo, porque el mango ya estaba siendo engrasado, porque sus propios dedos ya
desabrochaban la inc�moda ropa, y porque al ponerse en cuatro patas y alzar las
nalgas desnudas, consegu�a dar rienda suelta a ese animal que todos llevamos
dentro.



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