Relato: comunicaciones extra
Hac�a dos meses que su tel�fono andaba con intermitencias, ya qued�ndose sin tono, estando ligado con otro n�mero o lo que era peor, respondiendo a un n�mero que no le correspond�a. Tampoco era f�cil comunicarse con persona alguna de la Compa��a, ya que sus insistentes llamados eran contestados por una m�quina que s�lo le anunciaba que su queja ya fuera debidamente registrada.
Quiso la casualidad, que una tarde en que saliera de compras, viera una camioneta de esa compa��a reemplazando algunos cables a�reos y que cuando le contara a uno de los operarios sus vicisitudes para conseguir reparaci�n, este, tras consultarlo con el compa�ero que estaba en la escalera, le dijo que oficialmente ellos no estaban autorizados pero que si exist�a una buena propina podr�an encargarse de su l�nea.
Encantada por esa predisposici�n de los hombres, tras darles el n�mero y la direcci�n, les dijo que fueran cuando decidieran que ella sabr�a ser todo lo generosa que ellos quisieran; al cruzarse una mirada p�cara entre los hombres, se dio cuenta de lo desacertado y confuso de su respuesta, pero dici�ndose que no aclarara porque oscurecer�a, acept� la propuesta de que al otro d�a a las seis ir�an a reparar su tel�fono, cuando les pregunt� extra�ada por qu� a esa hora tan temprana, el hombre le contest� que deb�an hacerlo antes de su horario oficial que era a partir de las ocho.
Inmersa en el traj�n de la oficina, hacer las compras, cocinar y realizar las cosas de la casa, olvid� totalmente la promesa de los operarios y reci�n cuando a la ma�ana siguiente son� el timbre y vio el reloj, cay� en la cuenta de su distracci�n; envolvi�ndose en una ligera bata, ya que por el calor dorm�a s�lo con una trusa, se incorpor� y sali� de la cama con cuidado para no despertar a su marido, ya que este se levantaba reci�n las diez y cuando ella le llevaba el desayuno antes de salir para su trabajo.
Dando gracias a que su recortado cabello la exim�a de peinarse, le dio forma con dos o tres manotazos y, recomponi�ndose, recibi� a los hombres con una espl�ndida sonrisa como si en realidad los hubiera estado esperando; recomend�ndoles que no levantaran la voz ya que su esposo aun dorm�a, los condujo a la cocina comedor por donde entraban los cables y en tanto uno desaparec�a rumbo al techo por la escalera marinera, el otro qued� en el patio abriendo una caja de herramientas.
Bostezando aparatosamente como era su costumbre matinal, le anunci� al hombre que dijo llamarse Baz�n que enseguida pondr�a a hacer caf�. Desentendi�ndose de �l, puso la pava al fuego y en tanto buscaba el tarro de caf� y un filtro de papel en la alacena, le pareci� distinguir una sombra movi�ndose en la incierta claridad que entraba por la ventana.
Sac�ndose las laga�as con un dedo, atribuy� esa imprecisa visi�n a que no hab�a podido lavarse los ojos pero la presi�n de una fuerte mano en su nalga y otra tap�ndole la boca, ten�an una contundencia lejana a una ilusi�n; por la voz, distingui� que era Baz�n quien la sujetaba e intent� una vana resistencia porque a la fortaleza de los brazos, se agreg� el medio tono de la voz del hombre, dici�ndole con sorna que no levantara la voz para no despertar a su marido.
La mano que palpara su trasero, r�pidamente desat� el nudo de la bata que tir� hacia atr�s, despeg�ndose de ella para que cayera al suelo; la expresi�n de sorpresa del hombre ante su cuerpo pr�cticamente desnudo con excepci�n de la peque�a trusa, la hizo comprender su inconsciencia al recibirlos de esa manera pero tambi�n le sirvi� para aceptar lo vulnerable que era ante la prepotencia de Baz�n.
Susurr�ndole al o�do que seguramente a su esposo no le gustar�a saber como �homenajeaba� a los obreros que iban a su casa, meti� los dedos por la puntilla de la rosada trusa y siguiendo la canaleta de la ingle, arrib� a la alfombrita velluda que cubr�a al sexo.
Blanca sab�a que si se resist�a lo suficiente para provocar un esc�ndalo, seguramente despertar�a a su marido y temiendo que con eso se produjera una situaci�n violenta cuyo final le resultaba incierto, dada la corpulencia de los operarios y la delgadez de su esposo, decidi� permanecer a la expectativa de conocer qu� deseaban los hombres de ella; por supuesto que era algo sexual, pero eso no la asustaba ya que, teniendo con Alberto un acuerdo de que un �touch and go� ocasional no constitu�a infidelidad y s� una revalorizaci�n de la propia estima, no desperdiciaba ocasi�n de satisfacerse con una r�pida mamadita en alg�n rinc�n escondido de la oficina.
Ciertamente, el hombre no estaba sorprendido s�lo por su desnudez sino porque la mujer que viera la tarde anterior, enfundada en una holgada t�nica veraniega, no aparentaba poseer tales dones; justamente por eso era que Blanca s�lo usaba ropa informal fuera del trabajo, ya que a sus cuarenta y un a�os, el sobrepeso que angustia a las mujeres, parec�a haberse concentrado en sus pechos y nalgas.
Sin ser desproporcionados, sus senos eran realmente imponentes pero mantenidos a raya por medio de masajes con cremas reductoras y revitalizantes, luc�an turgentes y erectos como cuando tuviera veinte a�os y con su cola pasaba otro tanto, pero la prominencia de las nalgas era m�s notable ya que no pod�a evitar el uso de trajecitos cuyas faldas ajustadas era casi exigidas en el Estudio; por lo dem�s, las tres horas semanales de gimnasio, conservaban al resto de su anatom�a con la constituci�n justa para no ser considera fornida ni pose�a rollos o colgajos que la afearan.
En suma, que el hombre ten�a razones para mirar fascinado ese cuerpo generoso al que un rostro de facciones regulares pero sin llegar a la hermosura, daba una apariencia agradable cuyo atractivo era el ahora cort�simo cabello intensamente rubio que destacaba el incipiente bronceado de la piel; sin embargo, el hombre no s�lo no hab�a perdido su objetivo sino que esa belleza inesperada pon�a en su mente un revoltijo de fantas�as pensando en el banquete que se dar�an �l y su compa�ero en esas dos horas por lo menos en que poseer�an para ellos a la mujer.
La mano exploradora sigui� recorriendo todo el bajo vientre, ponderando la elevaci�n del Monte de Venus desde el que nac�a el sedoso rect�ngulo de pelo que se perd�a a los lados de la vagina; los dedos curiosos tantearon el bultito que se escond�a en la rendija de la vulva y un dedo mayor lo alz� apremiante para despu�s frotarlo con en�rgicos roces.
Con los dedos estreg�ndole el cl�toris y la boca del hombre besuqueando suavemente el nacimiento del corto cabello, su respuesta f�sica avasall� la racional negativa de la moral y, aun tapada por la fuerte mano, su boca dej� escapar gemidos que no eran precisamente apenados mientras la pelvis respond�a con un primitivo menear copulatorio.
Sabi�ndola caliente, el hombre la dio vuelta y tras bajar juntos a pantalones y calzoncillo, orden�ndole que se la chupara, empuj� sin exigencias, casi con ternura, su cabeza hacia abajo; ella fue acuclill�ndose asida a los muslos y se entretuvo un momento en el peludo vientre para abalanzarse, por fin, a la b�squeda del endurecido falo. Tom�ndolo entre las manos, fue acariciando los suaves pliegues mientras su boca se alojaba en la parte inferior, donde nacen los test�culos. La lengua se desliz� por la rugosa superficie en tanto que los labios chupaban urgidos el acre humor de los genitales, estirando la piel con vehementes tironeos.
Luego y como con renuencia, labios y lengua subieron de costado por el tronco terso e inflamado, lamiendo y chup�ndolo, ascendiendo y bajando en una enardecida contradanza. Cuando finalmente llegaron a la altura del glande, los dedos corrieron la delicada piel del prepucio y la lengua excav� vibr�til en el sensitivo surco para limpiarlo de esa acre cremosidad que se deposita en �l. Sus labios besaron la enrojecida cabeza cubri�ndola de saliva para luego, con sumo cuidado, envolver la punta y con impaciente avidez ir introduci�ndola en la boca. Cuando sinti� gran parte del miembro en su interior, apret� los labios contorne�ndolo y succionando fuertemente, lo fue retirando. El hombre rug�a de placer y Blanca, contagiada por ese deseo, embriagada, aceler� el vaiv�n de la cabeza abrazando con su mano a la h�meda verga para efectuar a la vez un movimiento giratorio que aument� la rigidez del miembro. El hombre hab�a comenzado a hamacarse y Blanca se aferr� a los muslos masculinos, acompas�ndose e incrementando la penetraci�n de la boca como si fuera una vagina.
Un acuciante fervor los hac�a incrementar el ritmo hasta que el hombre tom� con su mano al mojado pene, masturb�ndose velozmente mientras as�a a Blanca por la nuca. Totalmente en llamas, la gentil ama de casa sosten�a entre sus labios gimientes la ardiente cabeza, esperando con febril angustia la embestida final, que se concret� en un portentoso chorro de fluido seminal. Blanca sinti� que por la lengua extendida, la lechosa y almendrada esperma llenaba su boca y al instante de tragarla, cuando la melosa crema corri� por su garganta fue como si un algo desconocido se cortara en su interior y liberara las tensiones, los miedos, los ignorados deseos insatisfechos y su intensa pasi�n nunca expresada cabalmente.
Desfallecida por el esfuerzo, permaneci� sentada en sus talones durante unos momentos en los que Baz�n termin� de desprenderse de la ropa y haci�ndola levantar para conducirla hacia la mesa de la cocina, le orden� sentarse en el borde del tablero y alz�ndole las piernas, despu�s de quitarle la mojada trusa, se las encogi� al tiempo que le dec�a las sostuviera as� con sus manos.
Tras esa mamada muy similar a las que efectuaba en los m�s extra�os lugares, estaba lo suficientemente caliente como hacer no s�lo lo que los hombres quisieran como les dijera despreocupadamente la tarde anterior, sino que ella misma ard�a en deseos de ser penetrada por esos falos desconocidos; acuclill�ndose a su frente, Baz�n baj� su cabeza al abdomen, chup� con vehemencia el tierno hoyo del ombligo y se adentr� en las ondulaciones musculosas del vientre que conduc�an al protuberante Monte de Venus, delicioso portal del sexo. Con extrema delicadeza, introdujo la afilada punta de la lengua en el nacimiento de la vulva, que se abri� en todo su h�medo esplendor.
Dos dedos rascaron la rubia alfombrita de vello p�bico y la lengua picote� obsequiosa en los pliegues rosados e inflamados del musculito sensible, erecto y vibr�til. Ese peque�o tubo carneo se convert�a, lenta e inexorablemente, en un diminuto pene y su contacto con la lengua provocaba sensaciones in�ditas en la mujer. Los labios y la lengua del hombre conformaban una especie de mecanismo del placer puro. Esta �ltima abr�a el camino a las anfractuosidades de los pliegues y repliegues de la vulva, hinchada y con tonalidades que iban desde el rosado del interior hasta el gris�ceo casi negro en el exterior. Los labios y dientes sobaban y ro�an esa tierna carne y la lengua la socavaba, inund�ndola con la saliva. Tremolante, explor� toda la ardiente superficie hasta la misma entrada a la vagina para luego, como un pene vibratorio, hundirse envarada y con la punta engarfiada en la cavidad umbr�a, buscando penetrar las espesas mucosas que rezumaban desde el �tero mientras los gruesos labios succionaban como una ventosa maleable.
Blanca ten�a la certeza de haber perdido todo control sobre su cuerpo y las nuevas sensaciones la llevaban a exigir desvergonzadamente en urgidos susurros m�s de aquello. Mesaba con desesperaci�n los cortos cabellos mojados de transpiraci�n, sus dientes se clavaban en los labios que humedec�a con la lengua y l�grimas de placer rodaban por sus mejillas. Las manos del hombre empujaron sus nalgas, alz�ndolas y su lengua jug� con el ros�ceo agujero del ano durante unos momentos, hasta que la misma Blanca, tir�ndole exigente de los cabellos, llev� nuevamente sus labios a la vulva y sosteni�ndolos apretadamente contra el sexo con ambas manos, comenz� a agitar la pelvis, acompas�ndola al ritmo de la boca.
Mientras �l sorb�a con voracidad el l�quido formado por su propia saliva y el flujo vaginal en furiosas embestidas de la boca al sexo, dos dedos intrusos se sumaron al banquete de la sensibilidad, abri�ndose camino entre los apretados m�sculos de la vagina, acariciando y rascando el interior del encendido cr�ter. Como �giles penes, entraban y sal�an veloces, buscando un algo misterioso en la cara superior hasta que se alojaron sobre una prominente hinchaz�n y friccion�ndola fuertemente, la hizo vibrar con alucinante ansiedad.
Manteniendo sin ayuda las piernas abiertas encogidas, Blanca hizo que sus manos colaboraban en esa vor�gine del deseo, tanto restregando su propio sexo, como estrujando con exaltado ardor los senos, hasta que sinti� el l�quido peso de su orgasmo desliz�ndose con pujanza a empapar el sexo y fluir hasta el ano. Con un salvaje bramido sofocado, aprision� la cabeza del hombre entre sus tensos muslos, al tiempo que se retorc�a con desesperaci�n.
Encogi�ndose como un feto y rodeando las piernas encogidas con los dos brazos, permaneci� jadeante de costado unos momentos sobre la mesa, hasta que el hombre que subiera primero a la terraza se desnud� ante sus ojos nublados por las l�grimas y present�ndose como Armando, se aproxim� a la mesa para hacerle recuperar la posici�n y una vez que ella estuvo a su merced, se inclin� sobre su pecho para hacer que la lengua tremolante se deslizara por lo alto del pecho como verificando la frondosidad del sarpullido que lo enrojec�a y con los labios fue recorri�ndolo muy lentamente hasta alcanzar las colinas de los pechos.
Blanca ya no ten�a miedo y deseaba fervientemente que su esposo continuara durmiendo hasta la hora acostumbrada para permitirle gozar como nunca lo hiciera con estos dos hombres a quienes no conoc�a y con los cuales podr�a dar expansi�n a sus m�s oscuras fantas�as sexuales sin remordimiento ni el reconocimiento social que la reprim�a.
Acariciando la cabeza de Armando, propici� el contacto de la boca con la imponencia de sus senos y alent�ndolo con el susurro de apasionados reclamos, sinti� como la lengua comenzaba recorrer la muelle prominencia en morosos c�rculos en espiral que, como un morboso caracol, dejaba una estela de saliva que los labios iban enjugando en menudos besos en tanto una mano realizaba semejante tarea sobre el otro seno, pero sobando y estruj�ndolo con infinita ternura.
Precisamente era esa actitud del hombre lo que m�s la excitaba y acezando en hondos suspiros, esperaba el contacto de labios y dedos con las mamas; crispada, sinti� a la lengua recorrer sus rosadas aureolas relevando la abundancia de los quistes seb�ceos que las poblaban y muy lentamente tom� contacto con la firmeza del grueso pez�n.
La punta de la lengua mojada rozaba la mama, lo circundaba y lam�a con morosidad, apart�ndose solamente para visitar suavemente la ahora casi viol�cea superficie que la circundaba. Finalmente, los labios fueron sum�ndose a la tarea y comenzaron a sorber, rozando apenas al seno todo, recorri�ndolo con intensos chupones que dejaban rastros c�rdenos en la delicada blancura que contrastaba con el resto de la piel bronceada.
Presionando contra la mesa con todo el cuerpo, Blanca se aferraba al borde de madera mientras sent�a brotar desde el sexo la ardiente sensaci�n de cosquilleo que le hac�a abrir las piernas en espasm�dicos movimientos. Y el hombre no demor� m�s su hist�rica angustia; enderez�ndose, tom� entre sus dedos al falo y apoy�ndolo sobre la boca dilatada de la vagina, empuj� con morosidad; aunque hac�a tiempo que una verga que no fuera la de su marido no la penetraba, por su baqueteada vagina hab�an desfilado falos realmente importantes, pero ese que Armando iba introduciendo no se comparaba con ning�n otro.
Levantando la cabeza para observar su entrepierna, divis� con aprensi�n que el tama�o de la verga superaba sus mejores fantas�as, ya que la parte saliente que el hombre todav�a guiaba con dos dedos, era verdaderamente impresionante; de m�s de cinco cent�metros de grosor, el tronco oscuro estaba cubierto de gruesas venas y anfractuosidades que, sumado a lo que desaparec�a en su sexo, medir�a f�cilmente m�s de veinticinco cent�metros Con el cuello r�gido y la mirada absorta en �l, Blanca sacaba la lengua para refrescar los ardores de los labios resecos y en la medida que el falo separaba sus carnes, apret� los dientes para dejar escapar en sordo suspiro sibilante su entusiasmado asentimiento.
Presintiendo que ese sufrimiento inicial terminar�a por conducirla al goce, lo exhort� roncamente a penetrarla de una vez y cuando el inmenso falo termin� su recorrido despu�s de superar la estrechez del cuello uterino para restregar con el glande las mucosas del endometrio, ella misma, d�ndose envi�n con las manos en el borde, puj� violentamente para ir al encuentro de la fabulosa verga; viendo su predisposici�n, Armando le levant� las piernas para colocarlas sobre sus hombros y aferr�ndose a sus muslos, inici� un vaiv�n copulatorio que a ella le pareci� tan exquisito, que tuvo que soltar la mesa para sofocar con las manos los gritos desaforados que hubieran despertado a su marido.
Con ojos desorbitados por esa mezcla de dolor-goce que la embargador por entero, fue sintiendo al falo deslizarse deliciosamente por el canal vaginal y entonces, con la boca abierta en un grito mudo, clav� la cabeza en la madera y apoy�ndose en los brazos encogidos, proyect� la pelvis en un coito de endemoniada violencia; perfectamente ensamblados y en tanto ella murmuraba las bondades de esa verga portentosa que la enajenaba de placer, se mecieron por unos momentos en el m�s bello coito de su vida hasta que el hombre le dijo quedamente que aun quedaba mucho camino por recorrer.
Sacando el falo de su vagina, la hizo pararse para conducirla un paso m�s all� donde Baz�n la esperaba con su verga en ristre sentado en una de las sillas Windsor; mientras �l se masturbaba para mantener la erecci�n de una verga que no le iba en zaga a la de su compa�ero, este la gui� para que se pusiera de espaldas a Baz�n y acomod�ndole las piernas a cada lado de las de �l, le indic� que flexionara la rodillas para agacharse y penetrarse con el falo.
Esa era una posici�n que ella sol�a adoptar a�os atr�s en sus tantos �rapiditos� en despachos de jefes o colegas sin siquiera bajarse la bombacha para no perder tiempo, pero que con los kilos dem�s y la p�rdida de elasticidad aunque se matara en le gimnasio, la hab�a dejado de lado pero segu�a gust�ndole tanto como en a�os mozos; inclin�ndose y separando ella misma los cachetes de sus prominentes nalgas, fue descendiendo el cuerpo hasta sentir como la punta de la verga rozaba la vulva y entonces, mientras el hombre manten�a erguido al falo, fue haci�ndolo penetrar hasta separar la rendija y en esa posici�n, inici� un meneo adelante y atr�s que lo hac�a restregar contra el glande la frondosidad de sus labios menores.
Remedando a Sabina y en tanto la sujetaba por las caderas, Baz�n la calific� como �la mas se�ora de las putas y la m�s puta de las se�oras� que nunca hubieran violado con su amigo y ese dudoso halago la hizo sonre�r; sinti�ndose como desafiada a demostrar cuanto lo era, baj� decididamente el cuerpo para que la hermosa verga lacerara la piel ya sensibilizada por Armando.
Aun no se acostumbraba al tama�o y en tanto sent�a palpitar conmovidos los m�sculos vaginales, vio complacida como �l llevaba las recias manos a los senos que segu�an oscilantes sus movimientos y en tanto los sobaba y estrujaba sin lastimarla pero vigorosamente, comenz� a flexionar las rodillas para emprender un lerdo galope sobre el falo; una fina capa de sudor iba cubri�ndola como para destacara aun m�s el dorado de su piel y los blancos parches del bikini en sus pechos y entrepierna, que lejos de desagradar a los hombres, incrementaba su gula por ese f�sico abundantemente macizo.
Apoyada con las manos en las rodillas de Baz�n y los ojos cerrados por semejante placer, dejaba escapar entre los labios entreabiertos un leve acezar contenido por esa zozobra que el no hacer ruido para que su marido no despertara le imped�a explayarse en la expresi�n sincera de su placer; despu�s de unos minutos ejecutando la jineteada y esta vez de mottu propio, sali� del hombre para volver a ahorcajarse sobre �l pero esta vez de frente, por lo que Baz�n comenz� a darse un verdadero fest�n con los abundantes senos a los que aferraba con las manos en rudos estrujones mientras la boca se solazaba chupando y mordisqueando los gruesos pezones.
Eso era lo que pretend�a la cuarentona y en tanto flexionaba las piernas como si ese ejercicio le hubiera hecho recuperar la elasticidad, se as�a fuertemente al respaldo curvado de la silla; el trabajo de manos y boca en los pechos era ejecutado por el hombre con una apasionada concentraci�n que la sacaba de quicio pero haci�ndole acelerar el cadencioso galope con el que se penetraba; as� se dej� estar en esa exquisita c�pula hasta que, descubriendo en la hendidura unos dedos que no pod�an ser sino de Armando, los sinti� buscar al ano para que luego de estimularlo reciamente, uno fuera penetrando al recto sin lastimarla.
Blanca conoc�a por ciertos amantes que se lo pidieran con frecuencia, que un dedo estimulando a la pr�stata que actuaba c�mo un cl�toris masculino, exacerbaba su excitaci�n hasta hacerlos eyacular y a ella no s�lo no la disgustaba que se lo hicieran sino que la pon�a fren�tica como anticipaci�n de una verdadera sodom�a; evidentemente esa era la intenci�n del hombre, ya que ante su afirmaci�n alborozada, fue agregando otros dedos hasta que tres juntos la sodomizaban mientras el falo socavaba al sexo.
Obedeciendo a su clamor apagado de que la culearan, los hombres la hicieron pararse frente a Armando y con su recuperada flexibilidad, conducida por �l, consigui� colocar el tal�n de la pierna izquierda contra su hombro y as� fue penetr�ndola por el sexo a la vez que, cuando todo el falo estuvo en su interior, Baz�n fue introduciendo cuidadosamente el suyo en el ano; nunca hab�a sostenido sexo de parada y menos con la pierna estirada de tal modo que sus gemelos rozaran el pecho del hombre, pero lo que realmente la enardec�a de dolorido placer, era la intrusi�n al ano de la otra verga.
Por un momento permaneci� como paralizada por la sorpresa de estar viviendo aquello de lo que siempre oyera hablar pero que era sino una referencia lejana para quien nunca tuviera la oportunidad de tener sexo con dos hombres a la vez; a la sodom�a la conoc�a aun antes del sexo vaginal, ya que por aquello de la mentada virginidad, hab�a preferido entregar el ano antes que una vagina por la cual pudiera quedar embarazada.
Lo que jam�s se hab�a atrevido ni siquiera pensar era que alojar�a en sus dos agujeros ven�reos falos tan portentosos como aquellos y a la vez; buscando mayor comodidad, abri� las piernas para flexionarlas y de esa manera el volumen no se le hizo tan inc�modo y los hombres, a la vez que descend�an los cuerpos para poder ejecutar el sube y baja del coito, iniciaron ese movimiento en forma alternativa, con lo cual las vergas se rozaban duramente tan s�lo separadas por las delgadas paredes de la vagina y la tripa.
Asida fuertemente al cuello de Armando, tambi�n se daba impulso para hacer de aquello tan terrible en apariencia una cosa tan maravillosa que ella se atrevi� a elevar la voz para pedirles que siguieran con la doble penetraci�n pero en posiciones que les resultaran menos dificultosas a los tres.
En tanto ella secaba con la bombacha que recogiera de sobre la mesa, parte del pastiche de salivas y jugos vaginales que empapaban la entrepierna, Baz�n se acost� boca arriba en el piso para pedirle que lo montara; chocha porque present�a lo que se avecinaba, decidi� no arrodillarse en el duro piso de mosaicos para evitar denunciarse con los seguros moretones y acaball�ndose, flexion� las piernas hasta quedar acuclillada.
Buscando a tientas la verga erguido del hombre, baj� el cuerpo hasta que la emboc� y luego, lentamente, como regode�ndose en sentirla, fue descendiendo hasta que la peluda mata enrulada frot� su sexo; cuidadosamente se inclin� para apoyar las manos a cada lado de la cabeza de Baz�n y abriendo cuanto pod�a las piernas, baj� el torso hasta que sus senos acariciaron el musculoso pecho.
Respondiendo a esa posici�n, el operario comenz� a menear hacia arriba su pelvis y entonces ella imprimi� a la suya un movimiento de vaiv�n ascendente y descendente; la c�pula iba concret�ndose poco a poco y hamacando el cuerpo adelante y atr�s, sinti� como la portentosa verga recorr�a placenteramente el canal vaginal; en su rostro que parec�a rejuvenecido por la dicha, se dibujaba una lasciva sonrisa de satisfacci�n y al tiempo que quebraba m�s la cintura para elevar la grupa oferente, inst� a Armando a completar el tr�o.
Adoptando una posici�n similar, el hombre se acuclill� detr�s de ella y dejando caer una abundante cantidad de saliva en la hendidura entre las nalgas, dirigi� la cabeza de la verga a presionar los esf�nteres que, aun sensibilizados por la penetraci�n anterior, cedieron complacientes para que el falo se introdujera limpiamente y cuando ella comenz� a bramar sordamente su benepl�cito por esa sodom�a, los tres pusieron todo de s� para una doble penetraci�n tan poderosa que, olvidando la prudencia del silencio, se entregaron por unos momentos a brindarse sin l�mites.
Enardecida ella misma por esa maravilloso delicia que le proporcionaban los hombres y expulsando su en�sima eyaculaci�n, percibi� por el tono de sus bramidos sofocados que estaban a punto de acabar y entonces, suplic�ndoles que lo hicieran en su boca, premi�ndola con su leche, sinti� como Armando sal�a de encima suyo y mientras ella se acomodaba esta vez s�, arrodillada frente a �l, Baz�n se le uni� y en tanto ellos manten�an erguida las vergas en r�pidas masturbaciones con la punta de los dedos, ella comenz� a chuparlas alternativamente.
Exaltada por la proximidad del almendrado n�ctar que era para ella el semen, desplaz� a los dedos masculinos �giles manos y en tanto se aplicaba en movimientos masturbatorios a los que daba la rotaci�n inversa de cada mu�eca, hund�a la verga en su boca, degustando los jugos combinados de su sexo y ano; fren�tica por recibir su esperma, gem�a y lloriqueaba mimosa de ansiedad hasta que los chorros blanquecinos saltaron espasm�dicamente de las vergas para introducirse tanto en su boca desesperadamente abierta como salpicando la cara, desliz�ndose por el ment�n para gotear sobre los estremecidos senos.
Agotada y jadeante, se sent� sobre sus talones y al tiempo que llevaba con los dedos a su boca la cremosa simiente, vio como los hombres volv�an a vestirse para luego de decirle ir�nicamente que �su aparato� funcionaba perfectamente, desaparecer tan silenciosamente como hab�an entrado, sin siquiera agradecerle por �los servicios� prestados; recost�ndose contra las puertas de la mesada y en tanto estiraba las piernas, se sinti� realmente satisfecha de s� misma, consiguiendo a los cuarenta y un a�os aquello con lo que so�ara y mantuviera oculto en su inconsciente y que muchas mujeres m�s j�venes y bonitas no obtendr�an seguramente nunca.
Recuperado el aliento y viendo en el microondas que aun ten�a tiempo, se levant� para buscar en el lavadero entre la ropa para planchar esa larga camiseta que usaba como camis�n y dirigi�ndose al ba�o de servicio, se dej� estar bajo la ducha fr�a no s�lo para lavar las inmundicias de la piel sino para refrescar los �rganos inflamados.
Lo que ella ignoraba era que s�, Alberto escuchara el timbre y extra�ado por esa ins�lita visita a horas tan tempranas, se hab�a levantado y justo cuando estaba por irrumpir a la cocina comedor, la vio siendo manoseada por un hombre vestido de obrero; oyendo sin escuchar lo que en voz baja el hombre le dec�a a Blanca mientras la desnudaba y hund�a una mano en la bombacha, se dio cuenta que no era una cita concertada y que su mujer seguramente ser�a violada por el fornido operario.
Un mal�fico duende le hizo refrenar sus impulsos de entrar a la cocina y observando que Blanca parec�a no estar ni siquiera disgustada por la actitud del hombre, se dijo por qu� no sacar ventaja de aquello y s�bitamente inspirado, corri� hasta el dormitorio y tomando su celular y el de su mujer, amparado en la oscuridad del living, comenz� a registrar en im�genes fotogr�ficas y video, todo el sometimiento a que fuera forzada y, encantado por el protagonismo que ella asumiera, tom� una determinaci�n que modificar�a sus vidas.
Portando la mesa de cama con el desayuno y sinti�ndose culpable por ese pulsar en ano y vagina que le recordaba los exquisitos acoples con los hombres, coloc� en su rostro una de sus espectaculares sonrisas pero junto con su alegre buenos d�as al entrar al dormitorio, vio asombrada que su marido estaba sentado en la cama y recostado en las almohadas, sosten�a la laptop sobre sus piernas.
Perturbada por esa situaci�n inusual, le pregunt� si se trataba de alg�n trabajo especial y �l le respondi� que no sab�a cu�nto, tras lo cual hizo girar la pantalla de la computadora para verse siendo sometida por los hombres con tanta satisfacci�n pintada en el rostro, que no pudo menos que quedar paralizada, estupefacta; sac�ndole la bandeja de las manos y deposit�ndola sobre la c�moda, la hizo sentar a su lado en la cama al tiempo que pasaba en r�pido resumen las humillantes im�genes de ella comport�ndose como una h�bil prostituta.
Sac�ndola de ese ensimismado aturdimiento, Alberto le dijo que esas im�genes tal como las ve�a, ya hab�an sido subidas a Internet como muestra de los �servicios� que brindar�a a quienes lo solicitaran a los celulares de ambos y ante su indignada reacci�n, �l le comunic� que, de ahora en m�s, ella ser�a quien trabajara por los dos, proveyendo a domicilio o en ese mismo departamento lo que los clientes le exigieran, sin distinci�n de n�mero o g�nero; pidiendo a Dios de que nadie de su familia o conocidos accediera al sitio y sabiendo ya que todo protesta ser�a vana, arrepinti�ndose de no haber resistido a los hombres por su misma incontinencia sexual, se dispuso a esperar el primer llamado telef�nico.
Por favor vota el relato. Su autor estara encantado de recibir tu voto .
Número de votos: 1
Media de votos: 9.00
Si te gusta la web pulsa +1 y me gusta
Relato: comunicaciones extra
Leida: 667veces
Tiempo de lectura: 10minuto/s
|