Relato: Ninf�mana (05: Luc�a)





Relato: Ninf�mana (05: Luc�a)


NINF�MANA



Por Wesker




Quinta Parte


LUC�A





FICHAS DE LOS PERSONAJES (1):



SUSANA VALLE:


16 a�os / Medidas: 92-58-90 / Altura: 1�68 cm./


Cumplea�os: 9 de junio (G�minis) / Peso: 57 kg./


Cabello rubio oscuro; ojos casta�o rojizos.


DIANA ABREU:


16 a�os / Medidas: 93-61-94 / Altura: 1�69 cm./


Cumplea�os: 29 de octubre (Escorpi�n) / Peso: 60 kg./


Cabello negro, con mechas rubias; ojos verdes.


NOEL VALLE:


43 a�os (fallecido) / Tama�o miembro: 12-18 cm. / Altura:
1�76 cm. /


Cumplea�os: 5 de julio (C�ncer) / Fecha de defunci�n: 23 de
marzo./ Peso: 75 kg./


Cabello rubio oscuro; ojos azules.




1



Madrugada del lunes. En la penumbra del dormitorio de H�ctor,
�ste, situado a horcajadas sobre el cuerpo desnudo de su hermana, estruja,
chupa, lame, muerde los hermosos senos. Susana jadea por lo bajo mientras
acaricia el cabello de su hermano, que tambi�n est� desnudo, y frota el pubis
contra su miembro erecto.



��Puedo ponerla entre tus tetas? �pregunta
H�ctor, entre jadeos.



�S�, f�llame las tetas, pero luego me comes el co�o,
�eh? Necesito correrme.



�Con gusto.


H�ctor acerc� el pene a los senos de su hermana, colocando
las rodillas contra sus axilas, hasta situarlo en medio de �stos. Susana se
apret� los pechos con las manos, aprisionando el miembro de H�ctor, que comenz�
a moverlo hacia delante y hacia atr�s; gracias a su propia saliva, el pene se
deslizaba que daba gusto. Alcanz� el orgasmo y lanz� varios chorros de semen
sobre la cara y el cabello de Susana, que recogi� parte con los dedos y se lo
meti� en la boca. H�ctor, cumpliendo su palabra, descendi� para colocar la cara
entre los muslos de su hermana, y all� devor� el empapado co�o de Susana, que
tuvo que morder la almohada para ahogar los gemidos que brotaban de su garganta.
La lengua de H�ctor se hab�a vuelto casi tan h�bil como la de Diana. �Qu� manera
de chupar el cl�toris, Jes�s! Pero lo mejor fue cuando H�ctor comenz� a
introducir un dedo en el ano de su hermana, ayud�ndose con su saliva, sin dejar
de estimular el cl�toris. Para cuando Susana alcanz� el cl�max, H�ctor ya ten�a
cuatro dedos dentro del ano de Susana y volv�a a estar excitado, de modo que,
sin decir nada, sent�ndose sobre sus talones, penetr� el culo de su hermana con
facilidad y comenz� a moverse al tiempo que sus manos estrujaba sus senos.
Susana, agradecida por el placer a�adido, dej� escapar algunos gemidos y tuvo
que morder la almohada de nuevo. De este modo, ambos lograron un segundo orgasmo
que los dej� exhaustos. H�ctor se dej� caer a su lado, jadeando, y pos� una mano
sobre el vientre de su hermana. Susana estaba agotada, ten�a los muslos
separados y pod�a sentir como el semen se deslizaba desde su ano por las nalgas.
Desde la tarde en que hab�a descubierto a su padre ahorcado, �sta era la primera
vez que ten�a sexo. Ni siquiera hab�a visitado a Diana, y cuando �sta la llam�,
al enterarse de lo sucedido, al d�a siguiente, Susana le dijo que necesitaba
estar sola un tiempo. El entierro le librar�a, a ella y a su hermano, de unos
cuantos d�as de clase. Susana sent�a una gran opresi�n en el pecho y su mente no
cesaba de girar en torno a ideas absurdas que siempre conclu�an en lo mismo:
ella
era la �nica responsable de la muerte de su padre. Pero no era as�, no
era as�, ella lo sab�a, s�lo se sent�a culpable, pero aquello no era cierto...



�Es incre�ble lo que hizo pap�, �verdad?
�dijo H�ctor, que por primera vez, sacaba el tema�.
A mam� le ha afectado mucho.


Era cierto. Luc�a parec�a estar abatida cada hora del d�a, a
punto de llorar en cualquier momento. Susana hab�a tenido que ayudarla con el
papeleo del entierro y tambi�n con las preguntas de la polic�a. Lo cierto es que
a Susana le entristec�a mucho ver a su madre as�; de hecho, eso la entristec�a
m�s que la muerte de su padre, con el cual nunca hab�a tenido mucha confianza,
excepto en los �ltimos d�as.



��Por qu� crees que se habr� suicidado?
�pregunt� H�ctor, por preguntar, sin esperar
respuesta.


Pero la obtuvo. De pronto, Susana le cont� todo lo que hab�a
sucedido: c�mo hab�an seducido, ella y Diana, a Noel, con pelos y se�ales, y lo
que hab�an hecho en el piso de su amiga el viernes por la ma�ana. H�ctor se
qued� patidifuso, con la boca abierta de par en par. Susana no dijo nada, ni le
mir�. Transcurri� un minuto entero, hasta que H�ctor dijo:



�Todo eso... �es verdad?


El silencio de Susana y la gravedad en su expresi�n fue
respuesta suficiente para H�ctor. La verdad es que no debiera sorprenderle
tanto, teniendo en cuenta las veces que �l mismo hab�a tenido sexo con ella.
Pero de todas formas, la noticia le hab�a cogido por sorpresa y le estaba
costando asimilarlo. Entonces empez� a recordar la actitud de su hermana hacia
su padre �ltimamente, c�mo le recib�a siempre con un beso y un abrazo y el
extra�o comportamiento de Noel.



�Entonces �dijo, absorto en
sus pensamientos�, por eso pap� se...



�Calla �le cort� Susana.



��Eh?



�Que te calles.


Susana se levant� bruscamente, cogi� sus bragas del suelo y
la camiseta y sali� del dormitorio sin decir nada m�s.



�Pero yo... �balbuci�
H�ctor, pero su hermana ya estaba en el pasillo y hab�a cerrado la puerta tras
de s�.


Susana se puso ambas prendas en el cuarto de ba�o, all� donde
dej� que su padre la viese desnuda, con el tanga en los tobillos. S�, por eso �l
se hab�a suicidado. Por haberlo tentado y acosado sin cesar hasta que ella y
Diana hab�an conseguido su prop�sito. Pero, en realidad, �por qu� lo hab�a
hecho? �Por venganza? �Por no haber podido salir un fin de semana? Bueno, al
menos esto hab�a sido el detonante que la hab�a empujado a hacer lo que hab�a
hecho con su hermano y con su padre. Pero en realidad, la �nica raz�n que
verdaderamente la motivaba era el morbo, la experiencia de hacer algo diferente
y prohibido. Quer�a experimentar, sin pensar en las consecuencias. Mierda, �y
qu� culpa ten�a ella de que su padre fuese gilipollas? A saber cu�ntos padres
hubiesen dado lo que fuese por tener una hija como ella, pero su padre, el muy
imb�cil, va, y se suicida.



�Est�pido �mascull�, d�ndose
cuenta de que sent�a ganas de llorar y odi�ndose por ello. Porque no lloraba por
la muerte de su padre, sino porque se sent�a responsable de �sta, y de las
l�grimas de su madre.


Despu�s de ver lo mal que lo estaba pasando su madre, no s�lo
por perder a su marido, sino porque ahora tendr�a que replantear toda su vida;
se hab�a terminado el ocuparse tan s�lo del piso. Tendr�a que buscar un trabajo
para mantener una econom�a estable. Pero lo que se cuestionaba ahora Susana era
si podr�a seguir adelante con su fantas�a de poseer a su madre, porque ni los
remordimientos ni el drama que se hab�a cernido sobre ellos lograron apagar la
excitaci�n que sent�a cada vez que abrazaba a su madre para consolarla,
sintiendo como sus exuberantes senos se apretaban contra los suyos, y no era
s�lo por amor de hija que besaba su cara, limpi�ndole las l�grimas con los
labios. Ten�a que hacer verdaderos esfuerzos para reprimir el impulso de besarla
en los labios. No obstante, s� hab�a una idea que, si bien no extingu�a su
lujuria (esto, al parecer, era imposible), s� la manten�a a raya: que su madre
acabase muriendo a causa de los remordimientos. Tal vez deber�a dejar de lado
ese prop�sito. Despu�s de todo, hab�a conseguido que su padre la poseyese de un
modo salvaje, y todav�a ten�a a su hermano, que, en todo caso, se suicidar�a
s�lo si ella le rechazaba, y a Diana, que era una viciosa de cuidado, am�n de un
mont�n de chicos y chicas, hombres y mujeres, que ir�a conociendo a lo largo de
su vida.



Aaaaah, pero sentir el co�ito caliente de su madre contra el
suyo estar�a tan bien...



�Basta! Si hab�a estado hasta hac�a bien poco sin ver a su
madre con deseo, bien podr�a olvidarse de ese tema, o, en cualquier caso,
conformarse con fantasear con ella.


Volv�a a estar excitada. La masturbaci�n no evitar�a que
siguiese d�ndole vueltas a todo aquello, as� que entr� de nuevo en el cuarto de
su hermano y se quit� la ropa mientras se acercaba a la cama. H�ctor estaba
despierto, pero no dijo nada. Tampoco hac�a falta. Susana se tumb� a su lado,
separ� las piernas y le susurr�:



�C�meme el co�o.


Y mientras su hermano obedec�a sin rechistar, Susana cerr�
los ojos e imagin� que era la lengua de su madre la que estaba hurgando en su
vagina y su ano.




2



�Est�s muy rara �le dijo
Diana a Susana.


Aquel d�a, Susana tampoco hab�a ido a clases, aunque H�ctor
s�; en cambio, por la tarde, hab�a decidido ir a visitar a su amiga. Se
encontraban en el dormitorio de Diana; del radiocassette que hab�a sobre la
mesita de noche sonaba una canci�n de Shania Twain. Susana llevaba un vestido
negro ligero, de tirantes, algo escotado y que le llegaba a medio muslo, de
manera que distase un cent�metro de las medias negras que llevaba, las mismas
que hab�a llevado la ma�ana que hab�an estado all� con su padre. Diana, como
estaba en su casa, llevaba tan s�lo una blusa blanca y unas bragas del mismo
color. Estaba sobre la cama, con las piernas cruzadas al estilo indio, de modo
que se le ve�a perfectamente la entrepierna; por si eso fuera poco, tambi�n
llevaba la blusa casi desabrochada del todo, de modo que se le viesen buena
parte de los pechos. Susana, que no hab�a ido con intenciones lascivas, se
estaba excitando con la exhibici�n de su amiga, pero de momento, no lo dio a
notar. Lo que quer�a era hablar con Diana, y que �sta le aconsejase... a pesar
de que sab�a cu�les ser�an los consejos que le dar�a. Tal vez por eso hab�a ido
all�.



�Entiendo que te duela la muerte de tu padre
�le dec�a Diana�, pero no
hay motivo para que te sientas culpable. �Por qu�? No le obligamos a nada, tan
s�lo le hicimos saber que est�bamos disponibles para �l, y debo decir que me he
ligado a t�os que han opuesto m�s resistencia que tu padre. Ya me dir�s de que
te sirve comerte el coco con eso ahora.



�Bueno, no es s�lo eso �dijo
Susana, cuyos remordimientos hab�an empezado a menguar desde el mismo momento en
que hab�a entrado en el piso de Diana�. Tambi�n me
preocupa mi madre. Parece que le est� costando aceptar la muerte de mi padre, y
eso que desde hace meses el trato entre ellos era m�s bien fr�o, por lo menos
por parte de mi padre.



�Tu madre es demasiado sensible. �Diana
se pas� la lengua por los labios�. La verdad es que
tiene un aspecto tan tierno que me encanta. �No te encantar�a consolarla como es
debido en estos momentos dif�ciles para ella, y comprobar lo cari�osa que puede
llegar a ser?


Imaginar aquellas palabras convertidas en realidad hizo que
la vagina de Susana comenzase a palpitar, pero lo que contest� fue:



�No. A eso es a lo que voy. Quiero dejar lo de mi
madre en punto muerto. No creo que �ste sea el momento de ocasionarle otro
trauma. No quiero que... que pase lo mismo...


Diana qued� realmente sorprendida al ver las l�grimas
resbalando por las mejillas de su amiga. Despu�s de todo, era cierto que todo
aquello la hab�a afectado. Estaba convencida de que era algo temporal, pero de
todas formas, pens� que ser�a mejor medir las palabras con su amiga.


Diana se incorpor�, poni�ndose de rodillas, para rodear el
cuello de Susana con los brazos, apretando, en el proceso, los pechos contra su
brazo.



�No te preocupes, cari�o �le
dijo, bes�ndola en la frente, en la sien...�. Sabes
que puedes contar conmigo para lo que sea. Te ayudar� en lo que pueda, y adem�s,
te consolar� todo lo que sea necesario.


Suana no pudo resistir la tentaci�n de posar una mano en el
muslo de su amiga; la mir� con cari�o y lascivia a la vez.



�Gracias, Diana �dijo,
sonrojada, con una leve sonrisa�. Eres una verdadera
amiga.



�Eso es porque me gustas mucho.


Comenzaron a besarse en los labios, m�s que con pasi�n, con
apetito, con deliciosa glotoner�a, chup�ndose los labios, frotando sus lenguas
como si quisiesen fundirlas; entretanto, sus manos buscaron la entrepierna de la
otra y comenzaron a masturbarse mutuamente por encima de las bragas, conscientes
de que los abuelos de Diana estaban en el piso y nada les impedir�a abrir la
puerta y descubrirlas intimando m�s de lo considerado normal. No obstante, la
excitaci�n las ceg� lo suficiente como para que osaran quitarse las bragas y
realizar un sesenta y nueve, sin quitarse el resto de la ropa
�aunque Diana estaba casi desnuda, s�lo con la blusa pr�cticamente
desabrochada�. Fue breve, pero intenso; en el momento
del orgasmo, ahogaron los gemidos en la vagina de la otra. Luego, se lamieron la
boca y las mejillas, empapadas de fluidos vaginales. Se besaron de nuevo y se
quedaron tumbadas sobre la cama, una al lado de la otra, cansadas y satisfechas,
mientras en la radio se o�a una balada de los a�os ochenta.




3



M�s tarde, cuando el sol ya se estaba poniendo, salieron a
dar un paseo. Diana llevaba la misma blusa, abotonada hasta la mitad, de modo
que se pudiese adivinar que no llevaba sujetador, y unos pantalones cortos de
deporte, negros. Ni que decir tiene, atra�an m�ltiples miradas masculinas, y
algunas femeninas.



�No deber�as preocuparte tanto, cari�o
�dec�a Diana�. Todav�a
ten�is bastante dinero de vuestro padre, �no? Y seguro que tu madre acabar� por
superarlo, y no creo que le cueste encontrar un trabajo; u otro marido, qui�n
sabe.



�Pero de todos modos, me gustar�a ayudar en algo...
Aunque no s� qu� podr�a hacer.


Diana bes� a Susana en la mejilla con cari�o.



�Qui�n me dir�a cuando te conoc� que en el fondo, a
pesar de ser una pervertida, ten�as tan buen coraz�n. Acabar� enamor�ndome de
ti.


Susana le sonri�.



�Ser�amos la pareja perfecta, �verdad?
�dijo.


Se dieron un breve beso, que enriqueci� la visi�n de unos
cuantos. Continuaron paseando, sin rumbo. Decidieron que esa noche Diana cenar�a
en el piso de Susana, y se encaminaron hacia all�. Caminaban por una calle
solitaria, a menos de diez minutos del edificio donde viv�a Susana, cuando un
coche, un Alfa Romeo reluciente, blanco, se detuvo a su lado.



��Eh, guapas! �Susana y
Diana vieron a trav�s de la ventanilla abierta del copiloto a un hombre de unos
veinticinco a�os, trajeado, aunque con la corbata algo floja, como si acabase de
tener una larga jornada de trabajo y quisiera relajarse�.
�Os apetece venir conmigo a un hotel?


Divertidas, las dos chicas se dieron cuenta de que el joven
las hab�a tomado por prostitutas.



�No... �empez� a decir
Susana.



��Tienes lo que hay que tener? �la
interrumpi� Diana.



�Por supuesto �respondi� el
desconocido, con una sonrisa radiante�. �Cu�nto me va
a costar disfrutar de vuestra compa��a?



�Trescientos �respondi�
Diana sin dudar�. Sin contar la habitaci�n del hotel y
lo que tomemos.



�No hay problema �respondi�
el chico, abriendo el seguro de la puerta de atr�s.


Susana estaba patidifusa ante el desparpajo de que hac�a gala
Diana ante aquella situaci�n, como si la hubiese vivido mil veces antes. Pero no
se resisti� cuando Diana abri� la puerta y la invit� a entrar; lo cierto es que
aquella situaci�n m�s que ponerla nerviosa, la excitada sobremanera. Adem�s, no
ser�a la primera vez que lo hac�a con uno o varios desconocidos, y gratis.



��C�mo os llam�is? �pregunt�
el chico.



�Olvidemos los nombres �dijo
Diana, con buen humor.



�De acuerdo. Estoy hospedado en el Hotel Andrea,
espero que os guste.


El Hotel Andrea era un hotel de cuatro estrellas. La prueba
definitiva de que aquel tipo ten�a dinero en abundancia. A ellas les parec�a de
maravilla.




4



La sesi�n de sexo empez� en la ba�era, donde Susana y Diana
se lavaban sensualmente entre ellas, acarici�ndose, bes�ndose, lami�ndose,
introduci�ndose dedos, todo ello ante la atenta mirada del joven, cuyo nombre
era �lvaro; �ste estaba desnudo, exhibiendo un cuerpo atl�tico, de m�sculos bien
definidos, y un miembro erecto que se manoseaba con suavidad. Susana estaba a
cuatro patas, con la espalda arqueada y el culo alzado rodeado de agua, de modo
que parec�a un voluptuoso islote. Diana separaba las nalgas de su amiga con las
manos e introduc�a la lengua en su ano, provocando continuos gemidos por parte
de Susana. Diana no tard� mucho en comenzar a penetrar el ano con sus dedos; el
jab�n, su saliva y la excitaci�n de Susana hicieron que el pu�o de Diana acabase
en el culo de su amiga a los pocos minutos.



��Sois geniales, joder! �exclam�
�lvaro, masturb�ndose con m�s energ�a�. Me encant�is.



��Qu� tal si vienes aqu� y te follas este culito tan
rico? �le sugiri� Diana con una sonrisa lasciva, al
tiempo que sacaba la mano del ano de Susana y mostraba lo dilatado que estaba.


No hizo falta insistir. �lvaro se meti� en la ba�era y con
suma facilidad, introdujo el pene en el ano de Susana; las contundentes
embestidas remov�an el agua hasta desbordarla. Mientras, Diana se limitaba a
observar el espect�culo al tiempo que se frotaba el cl�toris, sentada en el
borde de la ba�era. �lvaro lleg� al orgasmo, eyaculando en el lujurioso culito;
sac� el pene, ech�ndose hacia atr�s, agotado, situando la cabeza entre los
muslos de Diana. Se pod�a ver el rastro de semen en el agua, una l�nea blancuzna
que sal�a del ano de Susana, que ten�a la mejilla apoyada en el extremo de la
ba�era y jadeaba, satisfecha. Diana se puso en pie dentro de la ba�era y
flexion� las rodillas hasta que su vagina encontr� la lengua de �lvaro, que no
tard� en moverse por dentro y por fuera de aquella gruta de placer; entre
gemidos, Diana se inclin� hacia delante y meti� la boca entre las nalgas de su
amiga para beberse el semen dejado por el joven, y de paso, proporcionarle m�s
placer anal a Susana. �lvaro alarg� el brazo para coger uno de los cuatro
preservativos que hab�a llevado para la ocasi�n, se lo puso y penetr� el co�o de
Diana, mientras �sta restregaba los pechos contra las nalgas de Susana y la
hac�a llegar a un orgasmo estrujando su cl�toris entre los dedos. �lvaro se
corri� y se qued� sentado, con los brazos apoyados en los bordes de la ba�era y
la cabeza echada hacia atr�s; dos orgasmos casi seguidos le hab�an dejado
agotado, lo cual era comprensible. Diana se encarg� de quitarle el cond�n, cuyo
contenido se mezcl� con el agua, para tirarlo al suelo, que estaba cubierto de
agua por los alrededores de la ba�era. En vista de que �lvaro tardar�a un rato
en recuperarse, Diana y Susana se pusieron frente a frente, arrodilladas en el
agua, se cogieron sus propios senos y frotaron los pezones de una con los de la
otra; al poco, comenzaron a besarse lascivamente mientras se sobaban de arriba
abajo. Susana era ahora la que se dedicaba a introducir dedos en el ano de
Diana, ensanch�ndolo. Vio que �lvaro se recreaba la vista con este espect�culo
mientras se masajeaba la polla. Susana estir� con los dedos el contorno del ano
como si de la boca de un globo se tratase.



�C�meselo �le dijo al chico.


�lvaro no necesit� mayor insistencia. Enseguida se inclin�
para explorar con la lengua los misterios de aquel oscuro agujero. Tras un buen
rato arranc�ndole gemido a Diana, �lvaro, recuperado, introdujo su miembro en el
ano que acababa de lamer hasta la saciedad e inici� una fogosa penetraci�n.
Mientras, Susana se dedicaba a chupar y morder los senos de su amiga al tiempo
que, con su mano, frotaba su co�o y estimulaba su cl�toris. Gracias a la
cooperaci�n de ambos amantes, Diana obtuvo un orgasmo brutal que la llev� al
borde del desmayo. De los tres, s�lo Susana hubiera estado en condiciones de
seguir con la sesi�n de sexo, pero �lvaro ya no daba m�s de s�, y Diana estaba
plenamente satisfecha. Los trescientos euros estaban ganados.




5



Ya fuera del hotel, Diana le entreg� todo el dinero a su
amiga.



��Ves? �le dijo a Susana�.
Este es el mejor modo para ganar dinero r�pido, y adem�s nos lo pasamos bien.



��Seguro que no quieres una parte?



�No, no te preocupes. Si en alg�n momento necesito
comprarme alguna cosa, ya repartiremos nuestra pr�xima ganancia. Mientras, vete
ahorrando lo que consigas, y ya le dir�s alguna mentira a tu madre sobre c�mo lo
has conseguido, porque claro, no le vas a decir que lo ganaste a base de polvos
�dijo Diana, sonriendo.


Susana rode� cari�osamente el cuello de su amiga con los
brazos y le dio un prolongado y tierno beso en los labios.



�Caray, �se no fue un beso como los dem�s
�murmur� Diana, algo sonrojada.



�Eres una verdadera amiga. Estoy empezando a quererte
de un modo peligroso �le contest� Susana, con una
hermosa sonrisa que expresaba los sentimientos que la abrumaban en esos
momentos.



�Entonces, �soy la hermana que nunca tuviste?



�Eso mismo eres para m�: mi hermana.


Esta vez se dieron un morreo, cuyo ardor las protegi� del
fr�o nocturno.



�Perdona si esto te suena un poco insensible
�dijo Diana�, pero siempre
le estar� agradecida a tu padre por hacer que t� y yo nos conoci�ramos.



�Yo tambi�n �fue la
respuesta de Susana.


Continuaron bes�ndose un rato m�s, ignorando las miradas
morbosas de los curiosos que pasaban cerca de ellas y sus comentarios obscenos.



��Ma�ana vendr�s a clase? �le
pregunt� Diana cuando separaron las bocas.



�S�, creo que s�.



�Pues nos veremos ma�ana, porque, la verdad, estoy
echa polvo.



�Y nunca mejor dicho.



�Desde luego, fue un polvazo impresionante, y
productivo.



�Bueno, pues nos vemos ma�ana.



�S�. Ojal� vivi�ramos juntas, como aut�nticas
hermanas.



�Puedes quedarte a dormir en mi piso cuando quieras,
ya lo sabes.



�S�, ya escoger� un d�a. Tal vez este fin de semana.


Dado que la direcci�n de sus respectivos pisos quedaba en
direcci�n opuesta uno del otro, se ten�an que separar en aquel punto. Diana
comenz� a alejarse, pero a los cuatro pasos, mir� a Susana por encima del
hombro, y le dijo, sonriendo:



�Ya que somos hermanas, a ver cu�ndo me permites
intimar con tu hermanito, tal como haces t�.


Susana solt� una risita.



�Cuando quieras, cari�o. Es todo tuyo.



�Te tomo la palabra.


Esta vez s�, las dos se fueron cada una por su lado, ambas
satisfechas por el giro que hab�a dado aquella noche sus vidas.




6



Eran casi las doce de la noche cuando Susana lleg� a su piso.
H�ctor ya se hab�a acostado (seguramente esperaba una visita de su hermana, pero
esa noche no tendr�a esa suerte); en cambio, Luc�a estaba en la sala, sentada en
el sof� y mirando el televisor sin demasiado inter�s.



�Hola, mam� �le salud�
Susana alegremente, sent�ndose a su lado.



�Hola, Susana �contest� su
madre, forzando una sonrisa. Incluso en aquellos momentos, a Susana le pareci�
hermosa. Luc�a llevaba uno de sus vestidos de estar por casa, sin escote, pero
que no consegu�an disimular el volumen de sus senos. Susana no resisti� el
impulso de abrazarla para poder sentir aquellos exuberantes pechos apretados
contra los suyos; casi al instante, su co�o empez� a latir de excitaci�n. El
resultado de haberse quedado a medias con �lvaro.



�Mam�, tienes que dejar de estar triste
�le dec�a, sin dejar de abrazarla�.
Ya s� que estamos en una situaci�n delicada, pero juntos encontraremos la
soluci�n.



�Gracias, cari�o, eres una buena hija.
�Luc�a acariciaba suavemente el cabello de Susana;
�sta tambi�n empez� a hacer lo mismo con su madre, al tiempo que cubr�a su
rostro de besos peque�os y cari�osos, a veces atrevi�ndose a rozar con sus
labios los de ella.


Susana estaba cada vez m�s caliente. De nada le serv�an sus
dudas y temores, si la temperatura de su co�o segu�a subiendo de aquella manera
acabar�a por violar a su propia madre. Hizo adem�n de apartarse, pero Luc�a la
abraz�, apoyando la cara contra sus pechos y le dijo:



�Espera, cari�o. D�jame estar un poco m�s as�. Me
siento tan a gusto en este momento.


Susana no sab�a qu� hacer. Acariciaba toda la espalda de su
madre, y de cuando en cuando sus manos se paseaban por las firmes y rotundas
nalgas de Luc�a.



�Puedes dormir esta noche conmigo, si quieres
�le dijo, dej�ndose llevar por el deseo.



�Si no te importa... �Luc�a
la mir� con una sonrisa cari�osa que hizo latir en Susana una especie de amor
lujurioso�. Es que, desde lo de tu padre, me siento
bastante sola.



�Claro que no me importa. Podemos ir ya, si quieres.
Tengo algo de sue�o.



�Est� bien, pero, �ya has cenado?



�S�, con Diana.


Lo �nico que hab�a cenado con Diana era la polla del chico
aquel, pero lo �nico que le apetec�a comer en aquel momento era el cuerpo de su
madre, desde la cabeza a los pies. Luc�a fue a su dormitorio para ponerse su
pijama, mientras Susana, tras orinar, se quit� el vestido, guard� el dinero que
hab�a ganado junto a Diana en la mesita de noche, y se quit� el vestido. Pens�
en quedarse en bragas, pero deb�a mentalizarse de que no ocurrir�a nada con su
madre. Considerar esa idea como algo posible ser�a demencial. No obstante, se
encontraba demasiado excitada para pensar con claridad. Habr�a sido mejor no
haberle dicho nada a su madre y echarle un polvo a su hermano. Eso la habr�a
satisfecho. Bueno, ya era demasiado tarde. No se le ocurr�a ninguna excusa que
decirle a su madre para retractarse, y adem�s, no quer�a hacerlo. La idea de
estar acostada con su madre, las dos a oscuras, en un ambiente de intimidad
sensual, era demasiado tentadora como para resistirse. Se puso una camiseta de
tirantes rosa vieja, que debido a que ten�a el el�stico del escote flojo por el
uso, mostraban los senos hasta la aureola de los pezones, y si se tiraba un poco
hacia abajo, estos quedaban al descubierto. A H�ctor le excitaba bastante verla
con aquella camiseta. Susana se meti� en la cama, nerviosa y ansiosa como...
como la vez que su padre hab�a ido a casa de Diana donde ambas le esperaban. La
asociaci�n mental enfri� parte de su calentura. Le sobrevino de nuevo el
sentimiento de culpa, aunque mucho menos intenso que otras veces, y se repiti�
varias veces que no deb�a cometer ninguna tonter�a; adem�s, su madre no era su
padre, no hab�a ninguna posibilidad de seducirla.


Sin embargo, cuando Luc�a apareci� en el dormitorio ataviada
con su pijama azul de dos piezas, con los ojales de los botones de la
chaquetilla estirados debido al volumen de sus pechos, se le nubl� de nuevo el
sentido. Su vagina parec�a tener vida propia; lat�a con fuerza y emanaba
abundantes l�quido calientes que empapaban la fina tela de las bragas.



�Jo, mam�, tienes unas tetas inmensas
�dijo Susana, sin poder evitarlo, mientras imaginaba
que le abr�a por la fuerza la chaqueta del pijama, arrancando todos los botones,
liberando aquellos senos deliciosos.



�Hay, calla, calla �respondi�
Luc�a con una sonrisa avergonzada.


Susana no pod�a dejar de sorprenderse de la absoluta candidez
de su madre, una mujer de treinta y ocho a�os con un rostro juvenil, expresi�n
de adolescente ingenua, ojos de ni�a de doce a�os, sonrisa dulce en unos labios
voluptuosos y cuerpo que parec�a creado para el placer. Susana nunca hab�a
percibido tan claramente aquella sucesi�n de matices en la fisonom�a de su
madre. La deseaba y la amaba m�s que nunca. Hab�a sido muy ingenuo por su parte
pensar que podr�a olvidarse de la idea de poseer a Luc�a. Ahora la idea hab�a
cobrado fuerzas; se hab�a convertido en una necesidad.


Luc�a se acost� y apag� la luz. Estaban las dos de lado, cara
a cara, aunque no se ve�an.



��Sabes que la �ltima vez que dormimos juntas deb�as
de tener seis a�itos? �dijo Luc�a, en tono evocador�.
Eras una ni�a muy independiente. No te gustaba que tratasen como a una ni�a.
Creo que eso lo heredaste de tu padre.



��Ah, s�? �Susana se acerc�
un poco a su madre, hasta sentir que sus pezones rozaban los brazos de su madre,
que ten�a doblados delante de los pechos. Luego pos� una mano en su cintura.



�S�. Yo siempre he sido m�s bien tranquilita y muy
mimosa. Me parece que dorm�a con mi madre incluso a los quince a�os. Siempre fui
un poco infantil, incluso ahora, con casi cuarenta a�os a mis espaldas.


Los abuelos maternos de Susana hab�an muerto siendo �sta muy
peque�a, pero se imagin� a su madre mont�ndoselo con su abuela (se la imagin�
m�s o menos igual que Luc�a), y estuvo a punto de preguntarle si su madre le
daba muchos mimos, pero se detuvo a tiempo. En vez de eso, dijo, adoptando un
tono de chica t�mida que se le daba bastante bien:



�Bueno, muchas veces me apetece darte achuchones y
besos, y demostrarte lo mucho que te quiero, pero... no s�, me da verg�enza, y
tambi�n tengo algo de miedo de que te moleste.


Aquellas tiernas palabras fraternales hubieran quedado un
tanto anacr�nicas en contraste con la mirada l�vida de lujuria de Susana, pero
Luc�a no pod�a ver eso y se sinti� conmovida. Acarici� el rostro de su hija y su
cabello.



�Cari�o �le dijo�.
�C�mo me va a molestar que me des abrazos y besos? En todo caso me alegrar�a.
Eres mi hija y te quiero much�simo. Y ahora m�s que nunca necesito que me des tu
afecto, �sabes? Estos son momentos dif�ciles para m�.


Susana s�lo escuchaba las partes que le interesaban. En ese
momento, lo que menos le importaba eran los sentimientos de su madre; lo �nico
que quer�a de ella era su co�o, su boca, sus pechos, su culo...


Susana se peg� al cuerpo de su madre con fuerza, abraz�ndola,
pegando su vientre, su entrepierna y sus muslos a los de ella.



�Entonces, mam�, a partir de ahora ser� tan cari�osa
contigo que te vas a volver adicta �dijo, entusiasmada
por la excitaci�n�. Voy a convertirte en una ni�ita
mimada. Ver�s lo mucho, much�simo que te quiero.



�Caray, hija, me sorprendes �replic�
Luc�a, con sorpresa, pero tambi�n con agrado�. Nunca
habr�a pensado que fueses tan efusiva.



�Es que, bueno, no s�, es as� como me siento ahora
�lo cual, en cierto modo, era cierto�.
Ahora que pap� no est�, s�lo te quedo yo, bueno, y tambi�n H�ctor, pero ya
sabes... los chicos no sueles ser muy cari�osos con sus madres. No s�, espero
que no te moleste esto.



�Claro que no, bobita �le
dijo Luc�a d�ndole un beso en la frente�. Esa nueva
actitud tuya me gusta mucho. �C�mo van a molestarme los mimos de mi ni�ita!



��Gracias, mami! �exclam�
Susana, y comenz� a cubrir de besos el rostro de su madre�.
Gracias, gracias, gracias... �Y cada "gracias" era un
beso, en la frente, en las mejillas, y tambi�n en la boca. Podr�an confundirse
con besos inocentes, pero por supuesto, de inocentes ten�an bien poco.


Luc�a recib�a los besos de su hija sin reparo, aunque no
pod�a evitar sonre�r ante la efusividad. Aparentemente, no dio ninguna
importancia a las manos de su hija, que manoseaban sus nalgas y sus muslos con
ansiedad, ni al modo en que Susana restregaba sus pechos contra los de ella o al
pubis que se restregaba contra su pierna. Tampoco hubo ning�n tipo de disuasi�n
por parte de Luc�a cuando su hija empez� a besarla por el cuello. La �nica
reacci�n por parte de su madre eran unas leves risitas medio contenidas debido a
las cosquillas. Susana, envalentonada �y un tanto
sorprendida� por la sumisi�n de su madre, dej� de dar
simples y breves besos, para pasar a chupetear la suave y blanca piel del cuello
de Luc�a, cuya �nica reacci�n fue echar la cabeza hacia atr�s para facilitar la
tarea de su hija. Una parte de la mente de Susana no pod�a evitar preguntarse si
su madre sospechaba sus verdaderas intenciones, o si simplemente consideraba
"normal" los "mimos" que su hija le otorgaba. �Era posible que su madre fuese
tan ingenua? Bueno, lo que era cierto es que su madre jam�s hab�a demostrado la
m�s m�nima malicia, por leve que fuese. En cualquier caso, mientras las puertas
se mostrasen abiertas, Susana seguir�a avanzando.




FICHAS DE LOS PERSONAJES (2):



LUC�A SOUSA:


38 a�os / Medidas: 100-68-96 / Altura: 1�71 cm./


Cumplea�os: 17 de mayo (Tauro) / Peso: 65 kg./


Ojos casta�os; cabello negro.


H�CTOR VALLE:


14 a�os / Tama�o miembro: 8-14 cm. / Altura: 1�67 cm./


Cumplea�os: 30 de junio (C�ncer) / Peso: 68 kg./


Ojos azules; cabello negro.




7



H�ctor no se hab�a dormido en ning�n momento desde que se
hab�a acostado. Primero hab�a estado leyendo un c�mic de los X-Men que le
hab�an prestado. Luego, cuando oy� que llegaba su hermana, decidi� ponerse el
discman, convencido de que su hermana no tardar�a m�s de media hora en meterse
en su cuarto para regalarle otra sesi�n de sexo. Con la luz apagada y la m�sica
de Queen tronando por los auriculares, no cesaba de evocar el hermoso cuerpo de
Susana, el contacto con su piel, con sus labios, la c�lida humedad que sent�a al
penetrarla... A�n no hab�a terminado la segunda canci�n, y ya ten�a una erecci�n
tremenda. Sent�a la necesidad de masturbarse, pero no quer�a hacerlo. Prefer�a
mantenerse en forma para su hermana. H�ctor no sab�a si deb�a agradecerle a Dios
o al Diablo la suerte de tener una hermana como la suya �supon�a
que m�s bien a �ste �ltimo�, pero ten�a muy claro que
deseaba que aquello durase para siempre. No entend�a la decisi�n de suicidarse
de su padre, pero por otro lado, por terrible que le sonase, en cierto modo se
alegraba de que su padre ya no estuviese; no le hac�a ninguna gracia compartir a
Susana con su padre. La idea le daba un poco de asco. Descubrir aquella faceta
tan carente de escr�pulos en su interior le inquiet� un poco, as� que dej� de
pensar en ello y sigui� imaginando el cuerpo de su hermana cabalgando sobre su
miembro. Parec�a que cada d�a la deseaba m�s. Era incapaz de estar m�s de media
hora sin pensar en ella a lo largo del d�a. Empezaba a creer que se estaba
obsesionando con ella, pero no pod�a evitarlo. Era tan hermosa, tan viciosa, tan
sensual... La deseaba, la adoraba, dar�a su vida por ella. Ojal� pudieran estar
todo el d�a solos en el piso, follando sin parar, parando s�lo para comer y
reponer fuerzas. En los �ltimos d�as, �sa era la idea que ten�a H�ctor del
para�so.


Cuando s�lo faltaban un par de canciones para que se
terminase el CD, H�ctor, incapaz de esperar m�s, apag� el discman y se levant�
de la cama. No oy� nada, as� que supuso que las dos mujeres de la casa estar�an
acostadas. Vestido tan s�lo con los calzoncillos azules, abultados por el pene,
se dirigi� hacia la puerta. A medio camino, decidi� ponerse la camiseta que
ten�a colgada de la silla del escritorio, por si se encontraba con su madre. No
era cuesti�n de exhibirse de aquella manera. Abri� la puerta de su dormitorio
con cuidado y sali� al pasillo. Estaba todo a oscuras, pero enseguida oy�
susurros y risitas apagadas. H�ctor se sorprendi� un poco. Lo primero que pens�
fue que Diana hab�a venido con Susana y estaban acostadas las dos juntas. No se
le hab�a escapado la "intimidad" que hab�a entre ambas amigas, as� que eso le
pareci� lo m�s l�gico. Tambi�n le pareci� de lo m�s excitante. Ver a su hermana
mont�ndoselo con otra chica �sobre todo, con otra
chica como Diana, que estaba buen�sima� seguro que era
digno de ver. Entonces vio que la puerta del dormitorio de su madre estaba
abierta de par en par, cuando normalmente la cerraba, o la entrecerraba, y
gracias a la claridad que ven�a de las farolas de fuera, pudo distinguir, con
dificultad, que la cama de su madre estaba vac�a; adem�s, si Diana hubiese
venido acompa�ando a Susana, seguro que la habr�a o�do hablar. Todo ello le
llevaba a una terrible conclusi�n... que las risitas que estaba escuchando, y
que de pronto reconoci� como las de la mujer que le hab�a tra�do al mundo,
confirmaron. Su hermana y su madre estaban acostadas juntas. Y, en su estado de
excitaci�n, lo primero que se le ocurri� fue que se lo estaban montando juntas.
Pero no, no pod�a ser. A pesar de que Susana follaba con �l y hab�a confesado
haberlo hecho tambi�n con su padre, H�ctor no pod�a concebir aquello. La imagen
que ten�a de su madre, cari�osa, benevolente, siempre bienintencionada, no
encajaba para nada con la lujuria de Susana. No, qu� va, era imposible.
Sencillamente, se estar�an contando algo gracioso.


De todos modos, movido por la curiosidad, H�ctor avanz� con
sigilo hacia el dormitorio de su hermana. Se detuvo un momento bajo el umbral de
la puerta, indeciso. Desde all� se o�an mejor los sonidos de beso, en los que
parec�a haber mucha saliva de por medio. Lo primero que se le ocurri� fue que su
hermana y su madre se estaban dando un morreo, pero, aparte de que tal imagen le
pareci� muy fuerte, no le terminaba de encajar, m�s que nada porque tambi�n se
o�an las risitas ahogadas de Luc�a. Caminando con mucho cuidado, avanz� unos
pasos m�s. Tambi�n se escuchaba el sonido de tela contra tela. Se detuvo a pocos
cent�metros de la cabecera de la cama. Su visi�n se hab�a acostumbrado a la
oscuridad, y pudo ver, en medio de la penumbra, las siluetas de Susana y Luc�a
bajo el edred�n; hab�a all� m�s movimiento del que se podr�a considerar normal.


Para evitar ser visto, H�ctor se sent� con sumo cuidado en el
suelo.



�Qu� pu�etas est� pasando aqu�?, se pregunt�.


Aguz� el o�do.



�Cari�o, cari�o �oy� que
dec�a su madre, con la respiraci�n algo agitada�. Esto
ya no son besos. Me est�s babando toda.



�Lo... Lo siento, mami. �La
respiraci�n de Susana estaba bastante m�s agitada. Para H�ctor era evidente que
su hermana estaba muy excitada�. Me estoy dejando
llevar por la emoci�n. Por favor, no te enfades.



�No me enfado, cari�o. Es s�lo que nunca te hab�a
visto as�, y menos conmigo.



�Y me arrepiento, me arrepiento mucho de no haber sido
m�s cari�osa contigo, que siempre te portas tan bien. No me merezco una madre
como t�.


H�ctor estaba cada vez m�s desconcertado. �A qu� ven�a todo
aquel rollo? �Desde cu�ndo Susana era tan cari�osa? Y entonces comprendi�. Era
algo tan evidente que resultaba est�pido haber dudado siquiera. Su hermana se lo
quer�a montar con su madre, as� de sencillo. Record� entonces lo cari�osa que
estaba Susana con su madre en los �ltimos d�as, antes incluso de que Noel se
suicidara. As� de cari�osa hab�a estado tambi�n con su padre, y la �nica raz�n
hab�a sido que quer�a follar con �l. Igual que ocurr�a ahora.



�Claro que te mereces de sobras una madre como yo
�dec�a Luc�a, consolando a su hija.



�Tengo tantas cosas que agradecerte
�divagaba Susana�. Que me cuidaras, que
estuvieras siempre a mi lado... Adem�s, es de ti de quien hered� este cuerpo que
tanto gusta a los chicos.



Qu� modesta, pens� H�ctor, con sorna. Pero, en realidad,
le estaba costando asimilar todo aquello. No era capaz de imaginar a su madre
metida en un ambiente de lujuria, ni que Susana la viese de tal modo. No era
como con su padre, por el que apenas sent�a apego. En el caso de su madre era
distinto, siempre la hab�a visto como una figura llena de pureza y ternura.
Lleg� a la conclusi�n de que era imposible que Susana avanzase gran cosa con
aquel juego. Todo esto lo pens� en dos o tres segundos, y a�n tuvo tiempo de
recordar las �ltimas palabras de Susana: "Es de ti de quien hered� este cuerpo
que tanto gusta a los chicos." Por extra�o que pudiese parecer, aquella
afirmaci�n le sorprendi�. Incluso se pregunt�: �Por qu� dice eso? Ni que mam�
tuviese un cuerpazo.
Porque, despu�s de todo, H�ctor jam�s se hab�a fijado
en los encantos f�sicos de Luc�a.



��Qu� cosas me dices, cari�o! �le
contest� Luc�a y su hija, evidentemente halagada�.
Vaya una noche de sorpresas que me reservas esta noche.



��Crees que alg�n d�a ser� tan guapa como t�?
�pregunt� Susana en un tono de voz que hac�a
cosquillas en los o�dos. En H�ctor, adem�s, tuvo el efecto de reavivar su
erecci�n.



�Pero si ya lo eres, mi amor, ya lo eres.



��Qu� dices? Ya me gustar�a a m� tener esta carita tan
bonita. �Se oyeron varios besos peque�os�.
Y, aunque me da algo de verg�enza confesarlo, tengo celos de estos pechos que
tienes, �sabes?


Y H�ctor adivin� �con acierto�,
m�s por instinto que otra cosa, que su hermana acababa de posar las manos en los
pechos de su madre. E, inevitablemente, imagin� la escena. Las manos de Susana
sobre ambos senos de Luc�a, cubiertos por la tela del pijama, aplicando algo de
presi�n en ellos. Para lo cual su memoria subconsciente hizo una reproducci�n
exacta de los pechos de su madre. Por supuesto, dud� que aquellos melones
c�rnicos que ve�a en su imaginaci�n correspondiesen a la realidad; pero al mismo
tiempo se pregunt�: �Mam� tiene esas tetas?; pero al mismo tiempo no le
cab�a la menor duda de que as� era; y al mismo tiempo, no pudo evitar recrearse
en la contemplaci�n imaginaria de aquellos senos voluptuosos, que era incapaz de
asociar con su madre, pero sin embargo, una parte de su mente los denominaba
"las tetas de mam�".



�Ay, cari�o, �qu� haces? �dijo
Luc�a con aquella voz que siempre le sal�a cuando quer�a quejarse de algo; una
voz carente de convicci�n, con un poco de queja y un mucho de aceptaci�n, propia
de aquellos que tienen una personalidad sumisa. Dicho de otro modo, el t�pico
tono que, m�s que echar atr�s al atacante, lo azuzaba.



�Lo siento, mam�, pero no lo puedo evitar. Es que son
tan fascinantes, ojal� las m�as fueran as�.


Por el sonido siseante y con la ayuda de su imaginaci�n,
H�ctor supo que Susana estaba sobando de lo lindo los pechos de su madre. No
supo c�mo deb�a sentirse en aquella situaci�n. Por un lado, la idea de que era
su propia madre la que estaba all�, siendo manoseada por su hermana, le dejaba
bastante confuso, pero por otro, la escena que reproduc�a su imaginaci�n, las
manos de Susana estrujando unos pechos exuberantes y francamente apetecibles,
que no estaba nada seguro de que fuesen como los de su madre, pero que, en
cualquier caso, eran preciosos, le estaba derritiendo los sesos.


H�ctor dese� tener visi�n nocturna. Desde luego, habr�a
alucinado con el espect�culo que se desarrollaba sobre la cama. Susana hab�a
perdido el poco autocontrol que le quedaba. Con una mano, manoseaba con absoluto
descaro las nalgas de su madre, y con la otra, los pechos. Curiosamente, la
�nica reacci�n de Luc�a era emitir unos leves jadeos. Susana no tard� en ponerse
a desabrochar la chaquetilla de su madre, liberando los senos de su encierro.



�Susana, �qu� haces ahora? �El
tono de voz de Luc�a, tan carente de autoridad como el de una ni�a de cinco a�os
perdida en una multitud de gente desconocida, vino acompa�ado de un suspiro que
son� igualmente excitante para Susana como para su hermano, que ya no pod�a
dejar de manosearse el pene.



�Te adoro �fue la �nica
respuesta de Susana, crecida ante la falta de resistencia de su madre, y sin
pens�rselo, abri� del todo la chaquetilla del pijama de Luc�a y comenz� a pasar
la lengua por todo el contorno de uno de los senos, cubri�ndolo �ntegramente de
saliva, lo cual llevaba su tiempo, hasta llegar al pez�n, que chupete�, primero
con delicadeza, y luego con mayor �nfasis.



�Cari�o, para, para... �gem�a
Luc�a, con su habitual carencia de car�cter.


Ni que decir tiene, Susana no se detuvo, es m�s, llev� la
mano que manoseaba las nalgas de su madre a la entrepierna de �sta y se puso a
frotar toda la zona de la vagina por encima del pantal�n. Luc�a apret� las
piernas y las flexion� en un vano �y algo pat�tico�
intento por frenar las intenciones de Susana; agarrar la mu�eca de su hija con
una fuerza similar a la de un beb� tampoco solucion� gran cosa.



�Para, Susana, para ya... �ped�a
(dar �rdenes o exigir algo jam�s hab�a estado en la naturaleza de Luc�a), en voz
muy baja, casi inaudible.



��No quieres que te demuestre mi cari�o?
�le pregunt� Susana, entre jadeos, sin dejar de mover
la mano entre los muslos de su madre, ni de sobar sus pechos�.
�Vas a rechazar mi amor por ti?



�No... No es eso... Yo... �Luc�a
estaba confusa, aturdida; su mente iba en dos direcciones diferentes: por un
lado, sab�a que aquello sobrepasaba los l�mites de la relaci�n madre-hija, y que
Susana hab�a perdido la cabeza; por otro, era incapaz de llevarle la contraria a
su hija, y adem�s, nunca hab�a sido capaz de imponer su voluntad ante nadie. Y
todav�a hab�a una tercera direcci�n, quiz� la que m�s la confund�a: aquella
situaci�n no la escandalizaba tanto como supon�a que deber�a.



�Necesito hacer esto, mam� �insist�a
Susana, exprimiendo esa falta de voluntad que caracterizaba a su madre�.
Lo hago porque te quiero, porque adoro cada mil�metro de tu cuerpo.
�La bes� en los labios�.
D�jame seguir, por favor. �Otro beso, m�s sensual,
tanteando con la punta de la lengua los labios de Luc�a�.
D�jame... seguir �susurr�, buscando con la lengua el
consentimiento para entrar dentro de aquella c�lida boca; lo que encontr� fue
una d�bil resistencia que no impidi� nada. Susana explor� todos los rincones de
la boca de su madre, luego se ensa�� con su pasiva lengua, que no reaccionaba,
pero tampoco la rechazaba, sencillamente, se dejaba hacer; una actitud que se
pod�a aplicar al resto de su cuerpo.



��Dios, me vuelves loca! �exclam�
Susana en voz baja. Se puso a horcajadas sobre Luc�a y apretuj� con ambas manos
los senos de su madre, manose�ndolos a conciencia, frot�ndolos uno contra otro
en todas direcciones.



Por fin, por fin, por fin estas preciosas tetas son m�as, s�,
m�as, m�as
, pensaba, o mejor dicho, sent�a, pues en el infierno de lujuria
en que se hab�a convertido su cerebro era imposible la formaci�n de un
pensamiento coherente. Con voracidad hasta ese momento reprimida, se lanz� a
chupar, lamer, mordisquear los pechos de su madre, al tiempo que pellizcaba los
erectos pezones o los apretaba entre los dientes, haciendo caso omiso de las
d�biles quejas de Luc�a, que por otra parte, segu�a sin mostrar mayor
resistencia.


Tal vez un minuto antes, Susana, de alg�n modo, hubiese sido
capaz de detenerse. Pero ya no. Hab�a cogido la velocidad m�xima. La lujuria de
su cerebro era un hurac�n que lo arrasaba todo, y s�lo quer�a m�s, m�s, m�s...




8



La mayor�a de los adolescentes, y, en definitiva, la mayor
parte del g�nero masculino, cuando ven a la t�pica chica guapa, poco
comunicativa y discreta, suelen decir cosas como "es una mosquita muerta", y a
continuaci�n, como si acabasen de descubrir alguna especie de soluci�n a una
duda existencial: "Este tipo de chicas que parecen atontadas, seguro que se
dejan hacer de todo." Lo cual, por lo general, suele ser una conclusi�n
equivocada que conduce a malos entendidos, y en el peor de los casos, a actos
despreciables, y de todas maneras, semejante hilo de pensamientos s�lo pone de
manifiesto la peor faceta del hombre.


Ahora bien, esto no significa que ninguna chica se ajuste a
tal descripci�n. Prueba de ello es Luc�a, una mujer que, desde su m�s tierna
infancia, se ha caracterizado por su personalidad influenciable, carente de
voluntad propia. Luc�a era, sin lugar a dudas, la ni�a m�s obediente de su clase
y de su casa, que compart�a con dos hermanos y una hermana. Jam�s, en ninguna
fase de su vida, tuvo una �poca de manifiesta rebeld�a contra nada. Es m�s, si
investig�ramos cada hora de su vida, desde, pongamos, los cinco a�os, hasta la
actualidad, no encontrar�amos m�s de dos ocasiones en las que demostrase un
m�nimo enfado, de escasa duraci�n y s�lo entre los cinco y los diez a�os. Con su
timidez y su sonrisa bienintencionada e ingenua, Luc�a fue una ni�a que, en el
colegio, despertaba m�s la burla de sus compa�eros y compa�eras que otra cosa,
lo cual nunca la marc� realmente, ya que, si bien es una mujer sin convicci�n ni
voluntad, tambi�n es cierto que su capacidad de asimilaci�n y adaptaci�n es
sorprendente. Dicho de otro modo, psicol�gicamente, Luc�a ser�a capaz de
soportar sin sufrir m�s que alg�n que otro leve cambio de perspectiva, una
condena de diez a�os en la c�rcel, con todo lo que ello conlleva, o de
sobrellevar una crisis econ�mica �nicamente haciendo algunos cambios en su
rutina diaria. Hay una posibilidad entre mil de que Luc�a sufra una crisis
nerviosa o se vea asediada por un trauma del pasado, si bien es capaz de mostrar
tristeza durante un corto per�odo de tiempo, como ocurri� con la muerte de Noel.


De todas formas, lo �nico que tuvo que sobrellevar Luc�a a lo
largo de vida, y en concreto, durante su adolescencia, fue poseer un cuerpo que
era un reclamo para la l�vido masculina. Ya desde los once a�os, su desarrollo
f�sico fue precoz; aunque ni ella ni los compa�eros de su clase eran conscientes
de ello, s� lo era su profesor de gimnasia, que aprovechaba cualquier
oportunidad para frotarse contra su cuerpo. Este profesor, adem�s de educaci�n
f�sica, ense�aba ciencias naturales. En una ocasi�n, durante una proyecci�n en
la que todos los alumnos estaban a oscuras y con la atenci�n
�unos m�s, otros menos� fija en el documental
sobre insectos, don Enrique, el profesor de gimnasia y naturales, que
previamente hab�a distra�do a Luc�a para que cuando �sta fuese a la sala de
proyecciones se sentase en las �ltimas filas (ya sab�a que no ten�a amigas, de
modo que nadie le guardar�a el sitio), se sent� a su lado, en la �ltima fila, y
aprovech� la oscuridad para coger la mano de su alumna y frotarla contra su
miembro erecto. Luc�a, que no entend�a exactamente de qu� iba todo aquello, pero
que lo intu�a, no se resisti�, ni siquiera cuando don Enrique desliz� su peque�a
mano bajo los pantalones; �sa fue la primera vez que Luc�a toc� un pene. Le
pareci� duro como una roca, enorme y muy caliente. Su contacto no la desagrad�
del todo. El profesor restregaba la mano de su alumna por todo su miembro y por
los test�culos, hasta llegar a un orgasmo disimulado que empap� de semen la mano
de Luc�a, que se sorprendi� al notar aquel l�quido espeso y caliente. El
profesor le dio un kleenex para que se limpiara y le dijo que no dijese nada de
aquello. Don Enrique no volvi� a intentar nada con su alumna, tal vez temiendo
cometer alguna imprudencia. Seguramente, s� lo habr�a hecho si hubiese conocido
las sensaciones que aquella experiencia hab�a despertado en Luc�a. La jovencita
hab�a sentido un calor por todo su cuerpo nada desagradable; un calor cuyo
epicentro deb�a ser su vagina, a juzgar por los latidos que all� notaba. Esa
misma noche, en su cama, cuando record� los acontecimientos del d�a, volvi� a
sentir aquel mismo extra�o latido que, instintivamente, la llev� a tocarse con
sus dedos; encontr� un punto que le proporcionaba unos agradables cosquilleos,
centr� sus atenciones en esa zona, y pronto se vio inundada por oleadas de
placer. Aquella noche Luc�a experiment� el primer orgasmo de su vida.


Su existencia sigui� como siempre. A los trece a�os, se puso
de moda entre los chicos tocarles el culo a las chicas, y no pocos recibieron un
buen bofet�n por ello. Por supuesto, de Luc�a s�lo recib�an una cara seria que
quer�a demostrar un enfado que no sent�a, y pronto se convirti� en el trasero
m�s sobado de la clase; luego, cuando descubrieron que aquella "mosquita
muerta", no s�lo ten�a unos pechos propios de una chica de diecis�is a�os, sino
que resultaba igual de f�cil sobarlos que el culo, pas� a ser la chica m�s
manoseada de la clase. Estaban encantados con Luc�a, que lo �nico que hac�a para
tratar de rechazarlos era soltar alguna que otra queja apenas audible. Lo cierto
es que a ella no le disgustaban aquellas invasiones de su intimidad, ni le
preocupaban las chicas que empezaban a tenerle una franca antipat�a y que la
llamaban zorra y buscona. Hubo momentos en que dos o tres chicos la sobaban al
mismo tiempo, por encima y por debajo de la ropa, sin dejar ninguna parte de su
cuerpo por explorar. Finalmente, el mat�n de la clase, que ten�a dos a�os m�s
que el resto, termin� follando con ella el �ltimo d�a de curso. As� fue como
Luc�a perdi� la virginidad, fue r�pido y algo doloroso, pero no exento de cierto
placer.


Sin embargo, fue en el instituto donde conoci� todos los
entresijos del sexo, de mano, una vez m�s, de un profesor, esta vez de
literatura, y tambi�n de otra alumna que nada le tendr�a que envidiar a Susana o
Diana en cuanto a comportamiento promiscuo. Sucedi� a los pocos meses de empezar
1� de B.U.P. Luc�a ten�a que estudiar para un examen y, al igual que otros
estudiantes responsables, aprovechaba el recreo para repasar sus apuntes. En esa
ocasi�n, diez minutos despu�s de que sonase el timbre del recreo, se dio cuenta
de que se le hab�a olvidado una parte de sus apuntes en la carpeta, de modo que,
aunque no estaba permitido, volvi� a su aula, teniendo cuidado de que el bedel,
un viejo gru��n, no la viera. No oy� nada extra�o que la hiciera sospechar lo
que ver�a al abrir la puerta de su clase. All� estaba, su profesor de
literatura, don Andr�s, un hombre de unos cuarenta a�os, aunque atractivo, que
se manten�a en forma a base de footing, con los pantalones bajados hasta las
rodillas y penetrando desde detr�s a una chica de pelo largo y rubio que estaba
inclinada hacia delante, con las manos apoyadas en la mesa del profesor, la
minifalda subida y las bragas en los tobillos. Luc�a no conoc�a de nada a
aquella chica, de momento, pero se trataba de una alumna de diecis�is a�os, dos
m�s que ella, llamada Clara. Durante varios segundos eternos, los tres se
quedaron petrificados, la pareja mirando a Luc�a y viceversa. Don Andr�s fue el
primero en recuperar la compostura. Al parecer, ten�a mentalmente fichada a
Luc�a, porque lo primero que dijo fue:



�Ah, hola, Luc�a �con una
sorprendente naturalidad, dadas las circunstancias�.
Pasa, pasa, no te quedes ah�. �Como vio que su alumna
no reaccionaba, a�adi�: Venga, vamos, entra. No te
preocupes, est�s entre amigos.


Y Luc�a, que desde que hab�a perdido la virginidad hasta ese
momento, hab�a llevado una existencia de lo m�s discreta, sin destacar por nada,
sin amigas y sin moscones que la sobasen por todos lados, entr� y cerr� la
puerta tras de s�. Esa simple acci�n signific� su t�cito consentimiento para que
el hombre y la chica que hab�a frente a ella la incorporasen a sus juegos
sexuales. Luc�a, que se dio cuenta de que se sent�a atra�da por todo aquello, se
dej� llevar, tal como era su costumbre. Andr�s present� a Clara y �sta, para
demostrar que la presencia de Luc�a no la contrariaba en absoluto, le dio un
profundo morreo. A partir de ese momento, todo se precipit�. En esa misma
ocasi�n, se dej� convencer por Clara con sorprendente facilidad para que la
ayudara a hacerle una felaci�n al profesor, de modo que por primera vez Luc�a se
meti� una polla en la boca, y de paso, recibi� en ella un torrente de semen, que
comparti� con Clara en un prolongado beso. En los d�as, y meses, posteriores, la
experiencia sexual de Luc�a no hizo m�s que aumentar, y nunca tuvo un papel
activo en sus relaciones. Clara y don Andr�s hac�an lo que quer�an con ella, y
Luc�a se sent�a en la gloria siendo un mero objeto sexual. Quedaban casi todas
las tardes en casa del profesor, o bien en casa de Clara cuando estaba sola, y
de ese modo Luc�a prob� el sexo l�sbico en todas sus formas, el sexo anal, ya
fuera con la polla de don Andr�s o con la mano de Clara, el sexo oral, el
sesenta y nueve, las cubanas... en fin, todo. Durante los a�os que pas� en el
instituto, su vida fue un r�o continuo de vicio.


Luego vino la universidad, donde comenz� la carrera de
medicina. Pero s�lo lleg� a cursar un a�o, porque ah� fue donde conoci� a Noel,
ir�nicamente, un hombre que muy pronto, de hecho, unos meses m�s tarde, ser�a
profesor. Tal vez fuese eso lo que m�s le gust� a Luc�a; el caso es que se qued�
embarazada del joven Noel y �ste no puso el m�s m�nimo reparo en casarse y traer
al mundo al beb� que ser�a Susana. Luc�a dej� los estudios e inici� una vida
rutinaria y sin sorpresas �al menos, hasta la fecha�
a la que no tard� en adaptarse, y que termin� por gustarle. Ser madre y ama de
casa tambi�n le parec�a una bonita experiencia y pronto olvid� sus experiencias
en el terreno del sexo desenfrenado.


Hasta ahora.




9



Pero todo volvi� a su mente: la experiencia con don Enrique,
los m�ltiples sobeteos de que fue objeto en el colegio, la p�rdida de su
virginidad con aquel chico mayor que ella, y de cuyo nombre no se acordaba, y
sobre todo, la lujuria descontrolada que la invadi� en compa��a de Clara y don
Andr�s. Todo volv�a a reproducirse en su mente en r�pidas im�genes consecutivas,
mientras su hija, que ya se hab�a desnudado, le quitaba el pantal�n del pijama y
las bragas, dej�ndole la chaqueta, que no estorbaba para nada. La calentura de
aquellos a�os del pasado regres� con fuerzas multiplicadas, los latidos de su
vagina, que estaba completamente mojada, eran como descargas el�ctricas que
estremec�an todo su cuerpo. De nuevo era un objeto sexual en manos de alguien, y
le encantaba esa sensaci�n; se dio cuenta de que echaba de menos estar en
aquella situaci�n. Ansiaba ser usada, convertirse en una marioneta del vicio. Y
Susana era la persona perfecta para ello. Separ� las piernas de su madre, sin
encontrar ya ni rastro de resistencia, por el contrario, lo que Luc�a ofrec�a
era una completa entrega.



�Y ahora, mam�, como te quiero tanto, voy a mimar el
lugar por el que vine al mundo.


Susana enterr� la cara entre los muslos de Luc�a y lami� y
chup� y mordi� aquella cueva carnosa, h�meda y caliente, hasta empaparse de su
esencia, hasta sentirse parte de ella, mientras con las manos sobaba los tersos
gl�teos. Susana succionaba el cl�toris de su madre, dispuesta a lograr que �sta
disfrutase de la experiencia, y lo logr�. Luc�a, que hab�a conseguido no emitir
nada m�s audible que unos jadeos, comenz� a gemir de placer, en un tono bajo y
suave que resultaba muy sensual. Desde luego, lo era para H�ctor, que, incapaz
de creerse que lo que estaba sucediendo tan cerca de �l fuese real, se
masturbaba furiosamente, deseoso de entrar en el juego que se ha

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Relato: Ninf�mana (05: Luc�a)
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