Relato: Las aventuras de Chiquitin - La nueva tienda





Relato: Las aventuras de Chiquitin - La nueva tienda


LAS AVENTURAS DE CHIQUIT�N: LA NUEVA TIENDA (Primera parte)



Como tantas otras veces, los pantalones y los calzoncillos de
Chiquit�n se encontraban tirados por el suelo del sal�n; Papi estaba sentado en
el sof� ocupado en azotar con fuerza el trasero desnudo del muchacho, que
pataleaba y gem�a. Una escena de disciplina muy habitual en casa; el culete del
peque�o se pon�a cada vez m�s rojo y temblaba ante cada golpe de la vigorosa
mano de Papi. No obstante, todav�a quedaba trabajo por hacer antes de que Papi
se diera por satisfecho; y para hacer ese trabajo ten�a a su lado una de sus
herramientas preferidas para educar a Chiquit�n: un cepillo de madera de forma
ovalada y de grandes dimensiones. El muchacho le hab�a desobedecido y a Papi no
le gustaba pasarlo por alto.




Las �rdenes de Papi hab�an sido claras: Chiquit�n deb�a lavar
los platos y recoger la cocina mientras �l hac�a las compras y los recados de la
casa por la tarde.



"Ya sabes, antes de nada deja todo limpio y recogido; luego
podr�s ver la tele o leer, pero no jugar con el ordenador".



"Papiiiii, por favor, quiero jugar".



"He dicho que no, no me repliques. Que no me entere de que
has jugado porque te pego con el cepillo; tienes totalmente prohibido tocar el
ordenador cuando yo no estoy en casa."



"�Pero por qu�?"



"�Que no me repliques te he dicho! �D�nde has o�do que le
puedes contestar a tu pap�?"



Chiquit�n no tuvo m�s remedio que bajar la cabeza y tragarse
las protestas. Papi sonri� y se levant� dispuesto a salir por la puerta.



"Venga, ven hasta aqu� y dame un beso".



Chiquit�n se acerc� y se inclin� para rodear el cuello de
Papi y darle un beso en la mejilla. Papi le acarici� el culete con una mano y le
dio unas palmaditas.



"As� me gusta. Ya sabes, a ser bueno. Porque, �qu� hace Papi
con los ni�os malos?"



"Les pega. En el culito".



"Exacto, Chiquit�n. Ya sabes lo que te conviene". Y se
dirigi� a la puerta principal de casa y se march�.



Chiquit�n recogi� los platos y se acerc� al fregadero con la
intenci�n de lavarlos. Pero su mente se distrajo y enseguida empez� a pensar en
los juegos. Papi, para poder controlar lo que hac�a con el ordenador y que no
viera cochinadas, s�lo le dejaba utilizarlo cuando �l estaba en casa. Pero
pensar que el ordenador estaba all� tan cerca, en el despacho de Papi, era
demasiado tentador para Chiquit�n. Papi tardar�a al menos una hora en volver,
ten�a que comprar muchas cosas; podr�a jugar una partida del juego y a�n le
dar�a tiempo a lavar los platos antes de que volviese ..... No, si Papi se
enterara de alguna manera de que hab�a estado jugando, le dar�a una gran paliza,
como ya hab�a ocurrido muchas veces; al recordar la �ltima zurra por jugar a
juegos, Chiquit�n se llev� involuntariamente la mano al culete: Papi le hab�a
pegado con el cepillo, y hoy tambi�n le hab�a amenazado con lo mismo. Lo mejor
era fregar los platos y olvidarse del ordenador ....... Claro que �c�mo iba a
enterarse Papi? ........



As� que Chiquit�n estaba entretenido con su juego favorito,
pensando en jugar una sola vez. Pero, como suele ocurrir, el muchacho no pudo
evitar jugar una segunda vez y una tercera, hasta que perdi� completamente la
noci�n del tiempo. Cuando la recuper�, vio que Papi llevaba casi una hora fuera.
Pero pens� que a�n tardar�a un rato m�s en volver y le dar�a tiempo para jugar
otra partida ......



Mientras, Papi se esforz� por llegar a casa lo antes posible;
ten�a ganas de pasar toda la tarde con Chiquit�n, jugar con �l y tal vez
llevarlo a dar un paseo y a cenar. Le compr� pastelitos porque sab�a que era un
ni�o goloso. Aparc� el coche en el garaje contento por haber tardado menos de
una hora en hacer sus recados.



Al entrar en la casa, cual ser�a la sorpresa de Papi al ver
que la cocina estaba igual de desordenada que cuando se hab�a marchado, y los
platos segu�an sin fregar. Absorto en el juego, Chiquit�n tuvo de repente un
escalofr�o al sentir un ruido. Y no digamos cuando vio a Papi con expresi�n de
gran enfado justo detr�s de �l.



Lo siguiente que sinti� fue la mano de Papi agarr�ndole con
fuerza la oreja, levant�ndolo de la silla y arrastr�ndolo hacia el sal�n. Apenas
pudo musitar "perd�n, Papi, perd�n" mientras Papi desviaba su camino hacia el
sof� par�ndose un momento en el armarito donde guardaba los instrumentos de
castigo de Chiquit�n; el jovencito dio un respingo al ver a Papi coger, con la
mano que no agarraba su oreja, el cepillo grande de madera; sin mediar palabra,
Papi llev� a su hijo de la oreja hasta el sof�; se sent� y le desabroch� los
pantalones. Chiquit�n no se atrevi� a intentar detener la mano que le baj� los
pantalones hasta los tobillos, ni siquiera cuando, despu�s de los pantalones,
los calzoncillos corrieron la misma suerte.



"No, Papi, por favor. Con el cepillo no".



Papi se limit� a mirarle con la cara muy seria; cogi� al
muchacho y lo coloc� desnudo de cintura para abajo encima de sus rodillas, en la
posici�n de castigo habitual. Le quit� de los pies los pantaloncitos y los
calzoncillos para que no le estorbaran; no los iba a necesitar durante un buen
rato.




Tras quince minutos de zurra con la mano, Chiquit�n empezaba
a creer que por esa vez se librar�a del cepillo. Cuando Papi interrumpi� los
azotes para acariciarle las nalgas, muy coloradas y muy calientes, pens�
ingenuamente que el castigo ya hab�a terminado. Lo que pretend�a Papi era que el
culete no se entumeciera para que el joven sintiera los azotes del cepillo en
toda su intensidad. Una vez que consider� que las nalgas hab�an recuperado la
sensibilidad, cogi� el cepillo y, ante el horror de Chiquit�n, golpe� con
intensidad el trasero ofrecido ante �l.



El calvario de Chiquit�n dur� todav�a otros quince minutos
largos durante los cuales Papi alternaba los golpes fuertes con el cepillo con
caricias, para que el culito pudiera recuperarse de cada azote y volviera a
encontrarse tierno y a sentir en toda su intensidad el golpe siguiente. Aunque
Papi le hab�a ense�ado a mantener la compostura durante sus azotainas, a
Chiquit�n le era cada vez m�s dif�cil no patalear m�s de la cuenta y no intentar
protegerse las nalgas con la mano. Por fin Papi pens� que los efectos del
cepillo mantendr�an el culete escocido durante al menos el resto del d�a; puso a
un lado el cepillo, muy satisfecho con los resultados obtenidos sobre las
posaderas de Chiquit�n. El peque�o lloriqueaba y Papi, que ya no estaba
enfadado, sonri� complacido.



"Bueno, Chiquit�n, �has aprendido que debes obedecer a Papi?



"S����, Papi, nunca m�s jugar� al ordenador sin permiso"



"�Y volver�s a dejar la cocina sucia cuando yo te mande
recogerla?"



"Noooo, nunca m�s, Papi. Nunca m�s, de verdad".



Papi levant� al muchacho y lo sent� en sus rodillas;
Chiquit�n dio un bufido cuando su muy dolorido culete toc� el muslo de Papi. Se
volvi� a levantar inmediatamente y se llev� la mano a las nalgas con cara de
dolor. Tocarse el culito sin permiso le vali� dos azotes extra de Papi con la
mano; el peque�o empez� a lloriquear de nuevo, pero no volvi� a tocarse las
nalgas y se sent� sin mayor queja sobre el muslo de Papi. Se acurruc�
t�midamente en su pecho mientras Papi le daba besitos y le acariciaba el pelo.



"Aunque seas travieso, sigues siendo mi Chiquit�n".




Como sol�a ocurrir despu�s de una gran azotaina, esa noche
Chiquit�n se abraz� con fuerza a Papi antes de dormirse, mientras �ste le
acariciaba el culito todav�a caliente. A la ma�ana temprano, Papi sinti� ruidos
y not� que Chiquit�n se hab�a levantado; pero era s�bado y no ten�a que
madrugar, as� que se volvi� a quedar dormido sin problema. M�s tarde, cuando por
fin se despert�, Chiquit�n estaba a su lado. El peque�o dorm�a siempre desnudo
cuando se quedaba en la cama de Papi, as� que su progenitor estir� la mano y
acarici� las nalgas del peque�o, que ronrone� y acab� despert�ndose.



"Buenos d�as, Papi".




Papi notaba algo raro. Chiquit�n se hab�a levantado y se
hab�a dejado ba�ar sin ninguna queja; eso era algo muy extra�o: incluso el d�a
despu�s de una zurra intensa con el cepillo como la de la tarde anterior, el
muchacho siempre se comportaba mal durante el ba�o; Papi ya daba por
irremediable una nueva azotaina que, sorprendentemente, no tuvo lugar porque
Chiquit�n se comport� de forma irreprochable, incluso mientras Papi le lavaba la
colita y el culo, todav�a ligeramente dolorido. Papi sab�a bien que los ni�os
como Chiquit�n s�lo ten�an un comportamiento tan bueno cuando saben que han
hecho algo malo.



Despu�s de desayunar, Papi se dio cuenta de lo que hab�a
pasado cuando record� que tras la azotaina no hab�a guardado el cepillo en el
armario de los castigos. Fue a buscarlo y no se lo encontr� en el sof� donde lo
hab�a dejado. Al ver a Chiquit�n, supo que el peque�o ya sab�a que Papi sab�a.
Sin m�s explicaciones, lo cogi� de la oreja.



"AAAAyyyyy"



"�D�nde est� el cepillo?"



"Aayyyy. No lo s�, papi. AAAAAAAyyyy"



"No mientas o te dejo sin orejas. �D�nde lo has puesto?"



"Que te digo que no lo s�".



Que mal ment�a. Papi abri� el armario de los castigos y sac�
de �l una regla de 40 cm y una pala de ping-pong, ambas de madera y ambas muy
dolorosas cuando se aplican al culito de un ni�o malo.



"Papi, que te digo que no s�. AAAAAyyyy"



Papi volvi� a sentarse en el sof� igual que la tarde
anterior. Cogi� con aire muy serio la pala y empez� a darse golpes de prueba en
una mano. Chiquit�n, desayunado y vestido con su jersey y su pantaloncito corto,
le miraba a punto de echarse a llorar, con evidente cara de culpabilidad.



"Chiquit�n, ser� mejor que me digas lo antes posible donde
est� el cepillo. Si no, tendr� que someterte a un interrogatorio; ser� m�s largo
y m�s doloroso que el castigo".



"Noooo, Papi"



"Entonces dime d�nde has escondido el cepillo"



Chiquit�n no se atrev�a a responder. Miraba la regla con cara
de duda y de dolor anticipado.



"CHIQUITIN, �D�NDE HAS ESCONDIDO EL CEPILLO?"



La cara del muchacho se contrajo en un moh�n. Dud�, empez� a
balbucear algo pero al final no dijo nada.



Que no se atreviera a confesar su travesura enfad� mucho a
Papi. Cogi� al muchacho, lo coloc� sobre sus rodillas, y empez� a darle azotes
con la mano sobre el pantaloncito. Chiquit�n empez� inmediatamente a protestar y
gimotear.



Estaba claro que su ni�ito merec�a una zurra mucho mayor que
unos cuantos azotes con la mano sobre la ropa. As� que Papi busc� el bot�n de
los pantalones de Chiquit�n para baj�rselos. El muchacho, consciente de lo justo
y merecido del castigo que iba a recibir, s�lo se atrevi� a gemir d�bilmente
mientras Papi le bajaba los cort�simos pantalones. Los slips corrieron a
continuaci�n la misma suerte. Papi los baj� hasta medio muslo descubriendo
completamente las nalgas de Chiquit�n, todav�a levemente coloradas de la
azotaina del d�a anterior.



Asiendo fuertemente el costado del joven con su mano
izquierda, Papi cogi� la regla con la derecha y comenz� a golpear su culito con
fuerza. Marcas rojas empezaron a cruzar por arriba y por debajo ambas nalgas; el
resultado fue el que Papi esperaba.



"AAAAAYYYYY, Papi, por favor" "Fui yo, fui yoooooo"



Papi dio todav�a dos azotes fuertes con la pesada regla de
madera antes de detenerse. Puso la regla a un lado con intenci�n de seguir
us�ndola a continuaci�n. Levant� al dolorido muchacho y lo sent� sobre sus
rodillas. Lo mir� con cara severa; Chiquit�n no fue capaz de aguantarle la
mirada.



"Haber tardado tanto en confesarlo te va a costar muchos
azotes extra. �D�nde has escondido el cepillo?"



"No lo escond�, Papi"



"Chiquitiiiiiin, �c�mo que no lo escondiste?"



"No lo escond�, lo tir�" � respondi� Chiquit�n en una voz
apenas audible.



La cara de Papi se crisp�.



"�C�MO QUE LO TIRASTE? �D�NDE LO TIRASTE?"



"A la basura, Papi. Lo siento. Me dol�a mucho el culito y
...."



Papi estaba estupefacto. Chiquit�n hab�a tirado a la basura
un cepillo muy caro. Y muy dif�cil de conseguir; apenas se fabricaban ya
cepillos grandes de madera adecuados para zurrar. �D�nde iba a encontrar una
herramienta tan buena para la disciplina del peque�o? ��Y lo hab�a tirado a la
basura!!



Chiquit�n temblaba al ver lo excitado que se estaba poniendo
Papi. El momento que el peque�o tem�a no tard� mucho en llegar; en menos de lo
que se tarda en decirlo, volv�a a estar en la posici�n anterior sobre las
rodillas de Papi. Su desnudo y ofrecido culete no tard� en volver a sentir toda
la fuerza de la pesada regla de madera.



"AAAAAyyy"



"UUUUUyy, perd�n Papi"



"AAAAAAAh"



Los azotes ca�an de forma r�pida y fren�tica. Papi estaba
fuera de s� y pegaba con todas sus fuerzas, no en el estilo met�dico en el que
sol�a darle a Chiquit�n sus azotes. La sucesi�n de golpes r�pidos y fuertes
llev� no s�lo a los previsibles gritos de dolor del joven: inesperadamente, la
regla se parti� en el culete de forma estrepitosa; Papi se qued� con un peque�o
trozo en la mano mientras el resto sal�a disparado.



Vaya d�a; despu�s del cepillo, Papi volv�a a perder otro
valioso instrumento de castigo. Sin embargo el incidente sirvi� para
tranquilizarle; decidi� tom�rselo con filosof�a. Mientras, Chiquit�n, con el
culito tenso, dolorido y muy colorado, no se atrev�a a abrir la boca.



Sin alterarse, Papi tom� la pala de ping-pong y reanud� el
merecido castigo del peque�o a un ritmo normal. Los azotes y los
correspondientes lamentos de Chiquit�n se prolongaron durante mucho, mucho rato.





Chiquit�n lloriqueaba desde la esquina de la habitaci�n,
donde Papi lo ten�a castigado de cara a la pared desde hac�a media hora. Su
culito, que el muchacho no se atrev�a a acariciarse por temor a una nueva
paliza, segu�a de un intenso rojo escarlata. Los pantalones y los calzoncillos
estaban en el suelo, m�s o menos en el mismo lugar donde hab�an permanecido
durante la tarde anterior. Papi contemplaba al muchacho con tranquilidad, la
preocupaci�n por la p�rdida de dos valiosos instrumentos para azotar hab�a dado
paso a una esperanza. Record� que en la oficina su jefe le hab�a comentado que
hab�an abierto una nueva tienda cerca de su barrio, una tienda de instrumentos
de disciplina para jovencitos.



"Ya era hora de que en esta ciudad los padres amantes de la
educaci�n tradicional empez�ramos a tener puntos de encuentro. Conozco al due�o
de la tienda y le ayud� a poner el negocio. Debe usted ir a verla; ya ver� que
poco tarda en volver a visitarla. All� encontrar� todo lo que necesita para
educar a Chiquit�n. A un precio razonable; adem�s la tienda cuenta con un �rea
de castigo para los j�venes, de manera que si el muchacho no se comporta se
puede llevar sus azotes all� mismo".



Papi llevar�a a Chiquit�n a dar un paseo esa misma tarde. E
ir�an de compras.





Papi tiraba con fuerza de la mano de Chiquit�n mientras iban
de paseo. El peque�o sab�a que Papi caminaba deprisa siempre que ten�a la
determinaci�n firme de hacer una cosa. No le hab�a dicho a donde iban;
simplemente le hab�a levantado el castigo de estar encerrado en su habitaci�n. A
continuaci�n, le orden� recoger sus pantalones y sus calzoncillos, ya que
Chiquit�n siempre deb�a permanecer desnudo de cintura para abajo despu�s de
portarse mal, y pon�rselos para dar un paseo. Salir con el pantal�n corto al
fr�o de la calle no le apetec�a mucho a Chiquitin, pero Papi no estaba de humor
y el muchacho no iba a arriesgarse a protestar, bastantes azotes se hab�a
llevado ya. Poco pod�a imaginarse el desdichado que Papi lo llevaba a un sitio
donde su culito iba a cobrar todav�a mucho m�s.



El fr�o en las piernas no era agradable, y adem�s produc�a un
extra�o contraste con el calor y el escozor que el joven notaba todav�a en sus
nalgas. Reprimi� las ganas de acariciarse las posaderas para aliviar el dolor,
porque eso le valdr�a un tir�n de orejas o un azote fuerte por parte de Papi.
Adem�s la expresi�n tan seria de su progenitor le inquietaba mucho; era
sospechoso que le hubiera levantado el castigo y le hubiera dejado ir con �l.
�D�nde ir�an?



Al doblar una esquina, apareci� la respuesta. Un escaparate
nuevo llen� los ojos de Papi, que brillaron con satisfacci�n, y al mismo tiempo
le provoc� un nudo en el est�mago a Chiquit�n. La tienda proclamaba orgullosa en
su r�tulo "El ni�o travieso. Material para padres amantes de la educaci�n
tradicional"; un simp�tico dibujo de un jovencito lloroso que se frotaba su
dolorido trasero ce�ido por unos pantalones cortos aclaraba m�s el tipo de
establecimiento del que se trataba. Pero por si quedaba alguna duda, el
escaparate exhib�a un gran cat�logo de varas, palas y cepillos de madera de
oferta, adem�s de libros y videos relativos al castigo corporal. Aquella tienda
parec�a la materializaci�n de los mejores sue�os de Papi y de las peores
pesadillas de Chiquit�n.



Papi se sinti� de lo m�s complacido y, todav�a sin decir
palabra al aterrorizado muchacho, tir� de su mano y lo meti� en el interior de
la tienda pr�cticamente a rastras.



La atm�sfera en el interior era agradable; Chiquit�n
agradeci� notar la calefacci�n en sus piernas desnudas, y el tono tenue de la
iluminaci�n y de la m�sica daba al local una atm�sfera �ntima y acogedora. En
cuanto a la naturaleza del establecimiento, al muchacho ya no le pareci� tan
acogedora. Lo primero en lo que se fijaron tanto �l como Papi fue en una vitrina
semitransparente que hab�a justo al lado de la puerta de entrada; en su
interior, un jovencito de la edad de Chiquit�n recib�a una severa azotaina de la
mano de un hombre maduro sentado en una silla y vestido con pantal�n de
uniforme, camisa blanca y corbata. El muchacho se encontraba totalmente desnudo
y tumbado sobre las rodillas del hombre que lo azotaba, en la cl�sica posici�n
de castigo que Chiquit�n conoc�a tan bien. Los azotes parec�an fuertes a juzgar
por lo que pataleaba el joven, y sobre todo por el color rojo brillante que
presentaba su trasero. La habitaci�n transparente deb�a estar insonorizada,
porque no se o�an ni los golpes ni los quejidos que con toda seguridad estaba
dando el peque�o. A su lado, tambi�n dentro de la vitrina, otro jovencito se
encontraba de pie, puesto cara a la pared con las manos en la nuca y la cabeza
inclinada hacia abajo. Estaba igualmente desnudo y el color de sus nalgas
revelaba que hab�a sido sometido al mismo castigo que su compa�ero. En la
vitrina hab�a tambi�n una peque�a mesa con revistas y l�pices de colores para
dibujar.



Absortos en el espect�culo de los azotes dentro de la
vitrina, ni Chiquit�n ni Papi notaron que un dependiente se acercaba a ellos.
Era un hombre ligeramente mayor que Papi, vestido con un elegante traje y con
expresi�n sonriente.



"Buenas tardes, se�or. �Es la primera vez que nos visita?"



"As� es. Y su local parece muy interesante" � contest� Papi
con expresi�n tan cordial como la de su interlocutor.



"Como puede ver, tenemos normas estrictas respecto al
comportamiento de los m�s j�venes" � dijo mientras miraba de reojo la paliza que
ten�a lugar dentro de la vitrina. "En se�al de respeto y sumisi�n, les exigimos
que est�n desnudos dentro de la tienda".



La sonrisa del dependiente se volvi� ir�nica mientras
desviaba su mirada de Papi y la dirig�a hacia Chiquit�n, que estaba estupefacto
ante la noticia de que deb�a desnudarse. El peque�o mir� a su pap�, que a�n lo
llevaba cogido de la mano. Papi sonri� complacido mientras asent�a.



"Me parece una excelente norma" � solt� la mano de Chiquit�n
y su cara se volvi� m�s dura al dirigirse hacia el- "Chiquit�n, ya has oido.
Qu�tate la ropa".



"�De ...?" "�Del todo, Papi?" � pregunt� con timidez.



Papi busc� la confirmaci�n del dependiente, al que Chiquit�n
tambi�n mir� esperanzado.



"Me temo que s�. Es obligatoria la desnudez total para los
muchachos, al menos de cintura para abajo. Estar con el culete al aire te har�
ser un buen chico, y adem�s es una vista muy agradable para nuestros clientes.
Qu�tate la ropa y d�mela, por favor. La guardar� y te la devolveremos al salir".



Chiquit�n miraba alternativamente al dependiente y a su Papi,
con cara de duda. Papi se puso firme; no le gustaba que su ni�o no se mostrara
obediente a la primera, sobre todo delante de terceros.



"Ya has o�do al se�or. �A que esperas?"



El peque�o obedeci�; la humillaci�n era evidente en su cara.
Sobre todo al ver que no solo el empleado que les atend�a no le quitaba ojo,
sino tambi�n otros dependientes y clientes, que miraban la escena con deleite.
Intentando no pensar en quienes le miraban, Chiquit�n se quit� de forma
paulatina la cazadora, el jersey y la camisa y se las entreg� al empleado. Ya
desnudo de cintura para arriba, les toc� el turno a continuaci�n a los zapatos y
calcetines. Tras un momento de duda, el pantal�n fue a parar al suelo junto con
el calzado. Ya solo quedaba el slip; Chiquit�n dud�. El moh�n de disgusto en la
expresi�n del peque�o no suaviz� en absoluto a Papi, que lo miraba con expresi�n
muy seria, ni por supuesto al dependiente, en cuyo rostro se mostraba claramente
la impaciencia.



El muchacho tuvo que hacer caso omiso de las miradas cada vez
m�s descaradas que percib�a por el rabillo del ojo por parte de los dependientes
y los clientes; le ayud� un poco que en aquel momento entrara otro ni�o de la
mano de su pap�. Sin duda ya conoc�a el local, porque inmediatamente empez� a
desvestirse con la expresi�n de quien hace una tarea pesada pero rutinaria. M�s
aliviado ante la compa��a, Chiquit�n se baj� los calzoncillos y, mirando al
suelo, se los tendi� al dependiente, el cual le prest� unas zapatillas, que eran
toda la ropa que le estaba permitido llevar, y fue a guardar su ropa. El impulso
de Chiquit�n fue taparse los genitales con la mano, pero Papi le indic� con un
manotazo en las manos que no lo hiciera; as� que esper� desnudo con los brazos
cruzados hasta que el empleado le dej� a Papi el n�mero de la taquilla donde la
hab�a guardado mientras le preguntaba.



"�Quiere que el peque�o nos acompa�e en su visita a la
tienda, o prefiere que se quede en el �rea para ni�os insonorizada que tenemos
en la entrada? Como ve, all� recibir� la atenci�n que necesite, incluyendo
naturalmente unos buenos azotes si fuera necesario".



Mientras hablaba, el hombre se�alaba hacia la vitrina donde
la azotaina al pobre muchacho continuaba. El peque�o pataleaba intensamente,
pero su cuidador segu�a descargando la mano sobre las nalgas, ya de un rojo
oscuro, sin el menor s�ntoma de piedad ni de cansancio. Papi contemplaba el
castigo con un aire divertido, que expresaba tanto su aprobaci�n como la duda de
si dejar a Chiquit�n en manos de aquel se�or tan estricto. Finalmente respondi�.



"No, Chiquit�n vendr� con nosotros. Creo que encontrar� muy
instructiva la visita".



El dependiente inclin� la cabeza en se�al de conformidad e
indic� a Papi que le acompa�ara, por lo que el progenitor anim� a Chiquit�n a
ponerse en marcha con una palmada en el culete, y luego lo tom� de la mano,
mientras el ni�o que acababa de llegar acababa de desnudarse quit�ndose su slip.
Chiquit�n sinti� el alivio de que nadie hiciera ninguna observaci�n sobre lo
rojo de sus nalgas y la evidencia de que se hab�a llevado una azotaina hac�a
poco tiempo. Se ve que aquello era algo muy normal entre los hijos de los
clientes de la tienda; de hecho, cuando el chiquillo que acababa de llegar se
dio la vuelta, su trasero mostraba un tono enrojecido y unas marcas tenues que
Chiquit�n sab�a por experiencia que eran resultado de una zurra con un cintur�n.



De la mano de Papi, Chiquit�n se traslad� al interior de la
tienda, encontr�ndose frente a una galer�a de instrumentos de castigo que vio
con aut�ntico horror. Un sinf�n de palas, cepillos, reglas y varas de distintos
tama�os, colores y materiales aparec�an ante �l y ante el muy complacido Papi,
que ve�a por fin el esperado final de todos los problemas que hab�a tenido
siempre para buscar herramientas de disciplina para su ni�o. Papi devoraba todo
con la vista; el dependiente, para el cual era f�cil ver que estaba ante un
estupendo cliente, se apresur� a guiarle en sus compras.



"�Desea algo en concreto el se�or?"



"S�, necesito una regla y un cepillo. Claro que aqu� estoy
viendo otras cosas que tambi�n son muy interesantes".



"Tenemos reglas y cepillos de diferentes tipos de madera, de
pl�stico y de cuero. Ahora mismo tenemos esta regla de 40 cm de madera de roble
de oferta. Es una buena oportunidad" � dijo mientras la cog�a y se la pasaba a
Papi, que, tras soltar la mano de Chiquit�n, observ� el instrumento con inter�s
mientras lo probaba en la palma de su mano.- "Sin duda es eficaz, aunque si
quiere darle una aut�ntica buena lecci�n a un muchacho travieso, lo mejor es la
madera de fresno. Y, naturalmente, cuanto m�s larga sea la regla, m�s doloroso
es el golpe. Aqu� tenemos un hermoso ejemplar de 50 cm. Ideal cuando los ni�os
se ponen muy revoltosos. Aunque cada culito es diferente".



Chiquit�n no pudo evitar llevarse las manos al culete al ver
y oir todo aquello. Afortunadamente a Papi le pas� desapercibido este detalle
porque estaba absorto en la contemplaci�n y calibraci�n de las distintas reglas.
Pero no al dependiente, que mir� al peque�o con expresi�n entre divertida y de
censura.



"�La regla y el cepillo son para este jovencito?" Pregunt�.



"Efectivamente, para �l" Respondi� Papi.



El dependiente se acerc� hacia Chiquit�n, que retrocedi� un
paso asustado.



"�Me permite?" Pregunt� el empleado mirando a Papi mientras
tomaba a Chiquit�n del brazo y le hac�a dar media vuelta.



"Naturalmente" Contest� Papi algo extra�ado.



El dependiente rode� la barriga de Chiquit�n con un brazo
mientras con el otro empez� a palpar sus nalgas desnudas. Al principio con
suavidad, luego haciendo m�s presi�n. A continuaci�n, empuj� suavemente la
espalda de Chiquit�n para inclinarlo sobre una mesa. Una vez inclinado, sigui�
sobando el trasero, acompa�ando los tocamientos de un par de azotes flojos en
cada nalga. A continuaci�n le pidi� al peque�o que separara las piernas. Aunque
humillado, Chiquit�n supuso que m�s le val�a obedecer y las separ�. Los
genitales del muchacho asomaron a la vista entre sus nalgas. El dependiente los
agarr� desde atr�s para estupefacci�n del peque�o, que se qued� sin habla, y de
Papi, al que le estaba excitando mucho la escena. Con esto el empleado dio por
terminado su examen, dio las gracias a Chiquit�n y le mand� levantarse con una
�ltima palmada cari�osa en la nalga.



"Un culito precioso si no le molesta que se lo diga, se�or"
Dijo, dirigi�ndose a Papi. "Y perfectamente afeitado. Si quiere luego podemos
ver cuchillas y geles especiales para afeitar zonas delicadas. En cuanto a la
piel, la tiene bastante fina, por lo que no necesita ser azotado muy
severamente. Creo que la regla de roble ser�a suficiente. Aunque, como es
natural, usted es el padre. La decisi�n es suya".



Papi miraba unas cosas y otras; se ve�a desbordado por todo
lo que quer�a comprar.



"No lo s�, hay tantas cosas que me gustan ....."



La atenci�n de Papi y del dependiente se desvi� en ese
momento hacia Chiquit�n, que hab�a descubierto un estante con comics y se hab�a
dirigido hacia �l. Papi iba ya a rega�arle, pero cambio de opini�n al ver el
contenido de los tebeos. En las portadas, guapos jovencitos aparec�an con el
culito desnudo en pompa, o bien con las nalgas ofrecidas sobre las rodillas de
pap�s, tios o abuelos que los azotaban con expresi�n severa, mientras los
pantalones y los calzoncillos colgaban de sus tobillos o aparec�an directamente
tirados en el suelo. El dependiente, que cada vez ve�a en Papi mayor potencial
como cliente, se apresur� a dar explicaciones.



"Son las nuevas historietas que hacen furor entre los m�s
peque�os. A ellos les divierten, y adem�s hacen que vean los azotes como algo
normal, puesto que sus �dolos tambi�n los reciben con frecuencia. Adem�s, me
consta que muchos padres tambi�n las leen" Al decir esto �ltimo, le gui�� el ojo
a Papi, que no ve�a mal las nuevas lecturas de Chiquit�n. De hecho, al ver lo
guapos que eran los ni�os de los tebeos, Papi le consinti� al peque�o, para gran
alegr�a de este, que comprara los dos que m�s le gustaran.



Mientras el ni�o eleg�a sus comics, el dependiente le propuso
a Papi ver la colecci�n de varas, correas e instrumentos de sujeci�n durante el
castigo. Los dos adultos se dirigieron a la otra esquina de la tienda.



Ni siquiera en ese ambiente tan poco propicio, la mente de
Chiquit�n dejaba de planear travesuras. Tener tebeos nuevos no le hac�a olvidar
que Papi ten�a la intenci�n de comprar un nuevo cepillo (�o varios!). �l se
hab�a llevado una inmensa zurra por la ma�ana por haberse librado del cepillo, y
ahora tanto sufrimiento no iba a servir para nada, puesto que all� hab�a
cepillos y reglas de madera igual de dura o m�s que el que hab�a en casa. Y
adem�s muchos y a buen precio. Con esta nueva tienda, se avecinaban tiempos muy
dif�ciles para su culito.



Al pensar en lo del precio y ver el mont�n de cepillos
amenazadoramente exhibidos en el estante, fue cuando la idea traviesa cruz� como
un rel�mpago por la cabeza de Chiquit�n. Los cepillos no ten�an una etiqueta de
precio, sino que �ste aparec�a indicado por una banderita que hab�a en el
estante. �Y si la cambiaba por otra de precio mucho mayor? Al lado de los
cepillos, hab�a una gigantesca "paddle" americana con agujeros, que costaba diez
veces m�s.



Chiquit�n mir� hacia Papi y el dependiente, que estaban
discutiendo sobre los diferentes tipos de correas. Ninguno de los dos miraba
hacia �l en ese momento. Con disimulo, se acerc� al estante y cambi� las dos
banderitas de precios.



Le dio tiempo a volver junto a los tebeos que hab�a
seleccionado justo cuando Papi ven�a ya de vuelta hacia �l, mientras el
dependiente pon�a las correas en su sitio.



"Bien, esas correas son bastante caras; entonces supongo que
me llevar� uno de estos cepi ......"



Al ver el precio Papi enmudeci�. Hubiera jurado que antes
hab�a un cero menos en la banderita. Era demasiado bonito pensar que un buen
cepillo de madera pudiera ser tan barato. En cambio la pala gigante americana
era muy barata; Papi dud� un momento, pero aquello era demasiado para pegarle a
Chiquit�n, por muy travieso que fuera. Parece que habr�a que seguir zurrando al
ni�o con la paleta vieja de casa. �Que l�stima!



Un ruido muy familiar distrajo los pensamientos de Papi. Era
el caracter�stico AAAAyyy de Chiquit�n cuando le cog�an de la oreja. Se le hac�a
raro porque no era �l mismo quien rega�aba a su hijo. Al volverse vio que el
dependiente se dirig�a hacia �l arrastrando a Chiquit�n de la oreja.



"Disculpe se�or, me temo que el peque�o ha hecho una
travesura. Ha jugado con los precios cambi�ndolos de sitio".



El dependiente solt� la oreja de Chiquit�n y se apresur� a
cambiar de nuevo las banderitas con los precios. Papi puso una sonrisa de oreja
a oreja al ver que los cepillos s� eran tan baratos como hab�a previsto. Pero a
continuaci�n su cara se ensombreci� al comprender que Chiquit�n no s�lo hab�a
hecho una travesura, sino que adem�s era una travesura interesada con intenci�n
de enga�arle.



El peque�o ten�a el coraz�n en un pu�o tras haber sido
descubierto, justo en medio de todos aquellos cepillos, palas y correas. Su
desdichada oreja, todav�a caliente de la mano del empleado, sufri� un nuevo
retortij�n por parte de Papi. Un nuevo AAAAyyy son� en la tienda.



"Ya hablaremos cuando volvamos a casa. Te voy a calentar el
culo a base de bien"



El dependiente intervino:



"No quiero entrometerme, pero si quiere no tiene por qu�
esperar a volver a casa. En esa esquina �dijo se�alando una puerta con el dedo-
tenemos una zona de castigo en la que puede azotar al peque�o con toda la
intimidad y la comodidad del mundo"



Papi record� que su jefe le hab�a comentado lo de la zona de
castigo. La posibilidad de darle su merecido a Chiquit�n all� mismo era muy
tentadora. Mientras pensaba en esto, segu�a agarrando la oreja del peque�o con
firmeza.



"La utilizaci�n de la zona de castigo es totalmente gratuita"
dijo el dependiente anticip�ndose a las dudas de Papi, "y tambi�n lo es el uso
de los instrumentos de castigo que hay all�. Si quiere puede echarle un vistazo
y decidir"



"Si es tan amable ....."



Sin m�s palabras, el dependiente cruz� la tienda guiando a
padre e hijo hacia la zona de disciplina. Arrastrado por la dolorida oreja,
Chiquit�n se sent�a lleno de terror e incapaz de asumir que iba a recibir una
paliza, merecida adem�s, all� mismo.



El empleado abri� la puerta y la sostuvo para que sus
clientes entraran en la zona reservada. Consist�a en un pasillo donde otras
puertas daban a estancias privadas. La primera de ellas estaba ocupada, a juzgar
por los ruidos de golpes y quejidos que, aunque atenuados, llegaban claramente
al oido de los tres visitantes. Pero la segunda estancia ten�a la puerta
abierta. El dependiente indic� a Papi y a Chiquit�n que entraran e hizo una
breve, y un tanto innecesaria, explicaci�n de las partes de la sala.



"Ah� tiene un peque�o sof� donde tender al muchacho sobre sus
rodillas. Si prefiere las sillas, ah� tiene una plegada en la esquina. Aunque
peque�a, es confortable y resiste los pataleos de los ni�os durante la azotaina.
Si desea utilizar algo m�s que su mano, en las estanter�as de la pared tiene una
amplia colecci�n de palas, cepillos, reglas y correas. Tambi�n puede encontrar
muy �til este peque�o potro de sujeci�n en el que puede atar al muchacho y
colocar su trasero en la posici�n m�s c�moda para los azotes"



Papi miraba con evidente atenci�n el potro. Chiquit�n llevaba
todo el d�a siendo travieso y necesitaba una buena lecci�n; sujet�ndolo se le
podr�a azotar c�modamente sin pataleos ni aspavientos. Adem�s ya le hab�a
zurrado sobre sus rodillas aquella ma�ana y ahora le apetec�a castigarle con el
culito en pompa.



"El potro me parece muy interesante"



"Buena elecci�n, se�or. Si quiere le ayudo a colocar al
muchacho. �Desea atarle las mu�ecas y los tobillos para que no patalee?"



"Estupenda idea"



Chiquit�n sab�a que no deb�a de protestar ni armar esc�ndalo
delante de desconocidos, pero Papi nunca le hab�a atado ni utilizado un potro
para castigarle, y la idea le llenaba de terror.



"Noooo, por favor, Papi, por favooooooor"



El dependiente, probablemente acostumbrado ya a las escenas
que montaban los ni�os, hizo caso omiso de las quejas e inclin� a Chiquit�n
sobre el potro. El instrumento era similar a un plinto de gimnasia, con un hueco
interior para que los genitales del muchacho castigado no quedaran aplastados.
Ten�a unas argollas con las que el empleado asegur� en un instante las mu�ecas
de un Chiquit�n, que ahora protestaba en voz m�s baja, seguramente porque ve�a
que el castigo era inevitable y que le conven�a mostrarse sumiso. La altura era
regulable mediante una peque�a palanca. El dependiente la subi� un poco y el
culito del peque�o se puso m�s ofrecido y m�s en pompa, para satisfacci�n de
Papi.



"�As� le parece bien?"



"Un poquito m�s levantado, por favor"



Papi dijo "perfecto" cuando el culete estuvo colocado en
pompa de la forma m�s apetecible para unos azotes. A continuaci�n su mirada se
dirigi� a todos los instrumentos que colgaban de la pared, pensando cual ser�a
el m�s adecuado para que Chiquit�n recibiera una lecci�n muy dolorosa pero
tampoco cruel.



El dependiente vio su trabajo finalizado por el momento.



"Si me necesita estar� fuera, aunque ahora creo que
preferir�n estar los dos solos durante un buen rato"



"Muchas gracias"



Al cerrar la puerta, el dependiente vio a Papi coger un
pesado cepillo de madera muy semejante al que iba a comprar. Una vez estuvieron
los dos solos, Chiquit�n hizo un �ltimo intento de conmover a su pap� rogando
que no le castigara. Pero Papi estaba ya m�s que acostumbrado a los lamentos de
�ltima hora. La travesura del muchacho tampoco hab�a sido muy grave, pero le
hab�a puesto en rid�culo delante del dependiente de la tienda; a Papi no le
gustaba nada que su autoridad paterna se viera cuestionada ante gente de fuera.
Ten�a que demostrarle a Chiquit�n que aquella no era forma de comportarse en
p�blico, y adem�s tambi�n mostrarle al dependiente que era un padre serio que no
se dejaba tomar el pelo. Para ello, su ni�o deb�a salir de aquella sala con el
culito muy rojo.



Papi observ� el bello espect�culo que ten�a delante,
Chiquit�n doblado sobre el potro con el culete en pompa esperando por su zurra.
Sin dignarse a responder a las peticiones del joven, que quer�a "hablar" con �l,
se coloc� detr�s de �l y comenz� a hacer uso del cepillo.





Quince minutos despu�s, un sudoroso pero relajado Papi
contemplaba con bastante satisfacci�n los resultados de su trabajo sobre las
nalgas de Chiquit�n. Doblado sobre el potro sin posibilidad de moverse, el
peque�o no hab�a tenido posibilidad de evitar que Papi calentara hasta el �ltimo
rinc�n de su trasero y de la parte superior de los muslos, que ofrec�an un tono
rojo oscuro de una uniformidad imposible de lograr castigando en otra postura.
La satisfacci�n del pap� se redondeaba por las l�grimas de Chiquit�n; no eran
los t�picos sollozos falsos, sino que el peque�o estaba llorando por el dolor y
la verg�enza que sent�a. Saber que hab�a sido un ni�o malo y sentirse atado y
tan indefenso ante los azotes de Papi hab�a llevado a Chiquit�n al l�mite; al
ver que el llanto era aut�ntico, Papi se enterneci� y par� inmediatemente los
azotes. Le fue muy f�cil desatar al ni�o; cogi� el cuerpo un tanto entumecido de
su hijo y lo sent� sobre sus rodillas mientras se acomodaba en el peque�o sof�
de la estancia. All� estuvo abrazando, acariciando y dando besitos a Chiquit�n
hasta que el peque�o se calm� y dej� de llorar. En el momento en que le secaba
los ojos y la nariz con un kleenex, el dependiente llam� a la puerta del cuarto
y entr�.



"�Todo ha ido bien?" Pregunt� con una amplia sonrisa viendo
lo tierno de la escena.



"Estupendo. No creo que Chiquit�n vuelva a hacer ninguna
travesura en esta tienda. �A que no?"



El peque�o sacudi� la cabeza como respuesta. Papi y el
dependiente sonrieron. Papi permiti� al peque�o levantarse y acariciarse el
culete, cosa que este hizo encantado. En ese momento, el empleado se acerc� a
Papi y le cuchiche� al oido algo que Chiquitin no entendi�. Papi puso cara de
gran satisfacci�n y conformidad.



"De acuerdo. Vamos, Chiquit�n, acomp��anos"



El peque�o volvi� a sentir un nudo en el est�mago ante el
temor de m�s azotes, pero no se atrevi� a preguntar nada. Con la cabeza
agachada, sigui� a Papi, que lo llev� cogido de la mano, y al vendedor fuera de
la estancia. Apenas le import� sentir la mirada de clientes y encargados cuando
apareci� de nuevo en la tienda desnudo con el culito de un color rojo intenso.
El escozor en las nalgas, y la posibilidad de un nuevo castigo, le preocupaban
mucho m�s.



El paseo dur� hasta un rinc�n de la tienda en el cual hab�a
dispuestos varios potros similares al que hab�a tenido amarrado a Chiquit�n poco
tiempo antes. Sobre uno de ellos estaba inclinado un muchacho cuyo trasero
estaba tan rojo como el de Chiquit�n, con el agravante de que en su caso unas
marcas de vara eran perfectamente distinguibles. El peque�o entendi� enseguida
en qu� consist�a este nuevo castigo. Encima del otro muchacho, un cartel rezaba:
"mi pap� me ha dado una azotaina por travieso", y el dependiente ya estaba
colocando otro cartel id�ntico sobre un potro que estaba vac�o, pero que
seguramente no lo estar�a dentro de poco.



En efecto, Papi indic� a Chiquit�n que se inclinara sobre el
potro justo debajo del cartel. El dependiente le at� de forma diligente las
mu�ecas y los tobillos, y el culito ardiente y rojo del joven qued� en pompa,
expuesto ante el resto de clientes y empleados de la tienda, al lado del otro
muchacho. Chiquit�n sinti� la mano de Papi acariciando sus nalgas doloridas.



"Ahora te vas a quedar ah� castigado durante una hora
mientras yo hago unos recados. Si no te portas bien, el dependiente tiene mi
permiso para azotarte. Si eres bueno, al llegar te pondr� una cremita en el
culete que te aliviar� el dolor. Mientras tanto, todo el mundo podr� ver lo
travieso y desobediente que has sido"



Tras el aviso, Papi se retir�. El dependiente coloc� delante
de Chiquit�n un espejo que le permit�a ver, por el reflejo de otro espejo que
ten�a detr�s, su culete en pompa, tal como lo ve�a el resto de gente de la
tienda. El rojo intenso producto de los azotes con el cepillo era todav�a m�s
perceptible por lo muy expuestas y abiertas que estaban las nalgas. Adem�s, el
ano y los genitales de Chiquit�n tambi�n aparec�an completamente a la vista. La
incomodidad, el dolor en el culete y la humillaci�n de aparecer tan desnudo ante
desconocidos, provocaron de nuevo el llanto en Chiquit�n.



Al cabo de una hora que al peque�o se le hizo eterna,
apareci� Papi. Con cari�o y cuidado, desat� al peque�o, lo acarici� y bes�
durante un buen rato, y le alivi� el culito todav�a dolorido con una crema. A
continuaci�n, Papi pag� sus compras, el cepillo y la regla nuevos, Chiquit�n
recuper� su ropa y los dos partieron hacia casa, el peque�o de la mano de Papi.
El padre sab�a que Chiquit�n, despu�s de la gran paliza que se hab�a llevado,
ser�a bueno y cari�oso el resto del d�a, y seguramente tambi�n al d�a siguiente.
Pero los ni�os eran ni�os, y antes o despu�s Chiquit�n volver�a a ser
desobediente, por lo que Papi no tardar�a en estrenar los instrumentos que hab�a
comprado.


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Relato: Las aventuras de Chiquitin - La nueva tienda
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