Relato: San Pedro y la angelita Gabriela





Relato: San Pedro y la angelita Gabriela

San Pedro trabaja, desde que los tiempos consiguen recordar,
en la porter�a del cielo. En tantos a�os en un lugar tan transitado, ha visto
multitud de cosas cual quiz� �s el unico ser de la creaci�n que las conoci�.


Por ejemplo ha visto psicopatas asesinos arrepentidos, entrar
a la primera en el cielo. Y al mismo tiempo, ha vetado la entrada a santos
sacerdotes pederastas que hasta se atrever�an a continuar su delito, pasadas las
santas puertas del cielo.


La tarea en la porter�a �s el en fondo sencilla, cuando se
acostumbra uno. San Pedro �s el gerente pero no �s el �nico currante pues �s
ayudado por un buen pu�ado de �ngeles. Cada �ngel se encarga de vigilar durante
toda su vida, a uno, dos, e incluso tres mortales los m�s experimentados.


El �ngel en cuesti�n anota todos los pecados y buenas obras
del sujeto en cuesti�n. Y cuando llega su hora ante san Pedro, el �ngel acude
junto a �l para hacer cuentas. Y una vez echas las cuentas y aceptada o denegada
la entrada al cielo. San Pedro adjudica la vigilancia de otro mortal, al �ngel
libre. Son pocos los casos de purgatorio porque a san Pedro se le hace pesado
transitarlos, pues exigen casi el doble m�s de papeleo que un envio directo al
cielo o al infierno.


La angelita Gabriela �s una reci�n incorporada a la porter�a.
Tiene unos pocos 200 a�os y a�n le queda mucho que ver y aprender. Recientemente
ha acudido bastante a la porter�a porque todos sus protegidos, tienden a morir
temprano. El �ltimo ni tan solo lleg� a nacer, fue abortado. Aunque eso agiliz�
los tr�mites y fue entrado dir�ctamente en el cielo sin pecados ni virtudes que
calcular.


Son miles los �ngeles que transitan a diario por la porter�a.
Y san Pedro apenas se fija en ellos pues le acaban pareciendo todos iguales.
Pero hay algo en la angelita Gabriela que le hace a san Pedro torcir la mirada y
fijarse bien.


Como todos los �ngeles, Gabriela va practicamente desnuda,
con solo un ligero tanga que le tapa las partes sagradas. Y eso le deja ver a
san Pedro una bendita figura cual si se tratara de una de las mortales
bailarinas que en ocasi�n trafica por su puerta, que curiosamente acostumbran a
entrar todas.


San Pedro ha tratado en ocasiones, de hacerle notar su
atenci�n a Gabriela. Esta no ha sabido apreciar mucho en la insistente mirada de
su jefe. Y se limita a cumplir su tarea lo mejor que puede. Pero esto no
satisface a san Pedro. Alguna cosa le impulsa a lo que hace y que nadie le diga
que �s pecado ni infierno ni parecido porque eso no le har� cambiar su actitud.


La tarea de la porter�a tiene, como las santas escrituras
dictan, un d�a de descanso. El domingo permanece cerrada y todas las entradas
que se den ese d�a, tienen que postergarse hasta el lunes como m�nimo. Ese d�a
�s ocupado por cada cual como le parece. A los �ngeles les gusta mucho irse a
practicar deportes de riesgo como puenting y parecidos y san Pedro los suele
ocupar en tareas muy diferentes.


Un d�a se va a meditar al polo norte y otro d�a se va a
practicar submarismo a alguna que otra fosa abisal del oc�ano. Y a�n as�, no �s
raro el domingo que le surge alg�n trabajo de salvar alguna alma, que cumple con
gusto. Pero llega un d�a que son bastantes los domingos que acumula san Pedro,
pensando en Gabriela a cada instante. Este se decide a hacer algo al respecto,
no quiere pasarse el domingo aburrido pensando en Gabriela sino que quiere que
esos pensamientos se materialicen y pasar el d�a con ella.


Los dias transcurren con su acostumbrada faena, en especial
un jueves hubo mucha por casualidades de la vida, o m�s bien de la muerte. Pero
bueno, la vida continua por muchas desgracias que pasen y la tarea no puede ser
descuidada. Llega un s�bado en que san Pedro espera a cada momento la visita de
Gabriela. Tiene todo un plan preparado para proponerselo para ma�ana domingo y
ser�a otra semana perdida si hoy s�bado, gabriela no asiste a la porter�a.


�Albricias! Suena este grito en la mente de Pedro, cuando ve
a Gabriela acercarse con un mortal cogido de la mano. El mortal esta temblando
a�n. -Quiz� �s que ha tenido una muerte muy s�bita? Pregunta Pedro a Gabriela. Y
este le dice que -Un poco bastante. -Se trata de que le ha dado una sobredosis
de droga, no s� cual, y el t�pico infarto de miocardio. -Pero bueno, una ya no
se espanta de nada.


-Pedro: bien pues, mmm, dejame echar un ojo a ese bloc de
pecados y buenas obras.


San Pedro repasa cuidadosamente el bloc de notas y ve que en
el fondo no fue tan malo. Consumi� bastante veneno a lo largo de su vida pero no
trafic� nunca con �l. Pocas peleas, pocas gamberradas, ninguna hijoputada e
incluso alguna buena obra como una vez que ayud� a una ancianita a cruzar la
calle. -Muy t�pico- piensa san Pedro, pero eso no le saca virtud a lo que hizo.
Haziendolo merecedor de un descanso en paz.


-Pedro: bien Gabriela, lleva a este chaval un par de meses al
purgatorio y cuando est� recuperado me lo vuelves a traer y veremos que se puede
hacer por ello.


-Gabriela: vale don Pedro, as� se har�. Si me disculpa usted,
me despido hasta la semana que viene.


-Pedro: espera hija, una cosa que quer�a decirte. Digo yo,
ma�ana �s domingo como bien sabes y yo tra�a pensado de proponerte de pasarlo
juntos. �Qu� te parecer�a si nos fu�semos de p�cnic un lindo prado que conozco a
las laderas del Everest?


-Gabriela: uy pues, me ha cogido desprevenida. Yo ten�a
pensado hacer lo de siempre y salir con mis amigos. Ma�ana domingo ten�amos
pensado acudir a la catedral de Santiago de Compostela. Pero ahora que me dice
esto, creo que me gustar�a cambiar un poco las costumbres y pasar un domingo
diferente.


-Pedro: pues podr�amos pasarlo fenomenal. No preparamos de
buena ma�ana un par de bocadillos. Y con la mochila a cuestas, en un par de
horitas llegamos a ese sitio que te digo. Te aseguro que te gustar�, el prado �s
verde como la jungla y tiene a un lado, una bonita cascada.


-Gabriela: vale, pues quedamos acuerdo. A qu� hora nos
tendr�amos que encaminar?


-Pedro: pues �s recomendable salir temprano, porque a
mediod�a el sol aprieta. Quedamos as�: yo pasar� por aqu� la porter�a, a las 9
de la ma�ana. Y me gustar�a encontrarte ya preparada con la mochila y todo m�s o
menos preparado. �Te hace?


-Gabriela: s� claro, como usted diga. A las 9 estar� aqu� del
todo preparada.


-Pedro: pues venga. Vamos a acabar el d�a tan pronto podamos
y a dormir para un domingo diez veces m�s valioso.


-Gabriela: espero que as� sea don Pedro. Voy a llevar a este
chavo al purgatorio, antes de que le d� otro infarto.


As� se despidieron ambas personalidades divinas, para
terminar el d�a lo m�s pronto posible. Y preparar un verdadero "d�a del se�or"


Al d�a siguiente y a las 9 en punto de la ma�ana. Estaba
Gabriela, esperando en la cerrada porter�a donde hab�a quedado con san Pedro.
Llevava su fiel mochila colgada por delante pues claro. Los �ngeles llevan la
mochila al reves que los humanos, porque las alas hacen, sino inc�modo,
imposible llevarla por detr�s. Puntualmente apareci� san Pedro. Tambi�n llevava
una mochila quiz� un poco m�s cargada. Evidentemente le gustaba m�s comer que a
Gabriela.


-Pedro: qu� tal Gabriela? Est�s en forma para el vuelo?


-Gabriela: s�, me encuentro estupendamente. He desayunado
provechosamente pues s� que hoy me har� falta toda la fuerza de mis alas.


-Pedro: pues venga, vamos a ello. �chale un vistazo a este
mapa global que he tra�do, as� sabr�s por donde pasamos a cada momento.


En acabado de revisar el mapa, la ruta se inicia sin m�s
pausa. Duranta la ruta, la conversaci�n brilla por su ausencia, pues mantener
una conversaci�n en pleno vuelo �s tecnicamente dif�cil. Recorren el
mediterr�neo con su Espa�a, Italia, Grecia, y llegando a la India, se encaminan
hacia el norte. Hacia la sierra del Himalaya. Como premio a su esfuerzo,
terminan llegando a su destino. Un lindo prado asoma rodeado de monta�as y �s
entonces que Pedro indica a Gabriela con un dedo que �s aqu� y que �s cuesti�n
de bajar.


-Gabriela: mmm qu� bonito! Parece como un para�so escondido
en medio del �rtico desierto.


-Pedro: si ya te lo dije, que val�a la pena hacerse la
excursi�n. �Ves ese extremo? �Ves esa paradisiaca cascada? �s agua del mism�simo
cielo del mundo, el Everest.


-Gabriela: oh �s fenomenal, de verdad que vale �sto como diez
catedrales de Santiago. �Mmm que hambre tengo! Me comer�a un elefante, �vamos a
comer!


-Pedro: s� �s verdad, vamos a desmontar las mochilas.


Acto seguido tomaron sitio en el centro del prado y Pedro
desmont� su pesada mochila. Sacando un gran bocata, una jarra vac�a que llen� en
la cascada y una fiambrera llena de exquisita y fresca ensalada.


-Gabriela: jaja todo m�o.


-Pedro: tranquila hijita, que con la jornada que llevamos,
hay que tomarlo con calma.


Pedro extendi� una especie de mantel encima la hierba y
distribuy� sabiamente toda la comida. A�n lo estaba extendiendo que Gabriela no
se pudo esperar y cat� una lechuga de la ensalada.


-Pedro: estate quieta! Que lo vas a devolver si no andas con
tiento.


-Gabriela: no digas bobadas, tengo 200 a�os, mi est�mago
puede con todo.


En media horita, se lo comieron todo y se dispusieron a hacer
la digesti�n. Pedro propuso de ir a tumbarse ante la cascada y as� fue. Un agua
m�s transparente que el mism�simo aire, ca�a estrepitosamente y ten�a a Gabriela
embrujada. Pues se la miraba fijamente como aquel quien mira la televisi�n.


-Gabriela: �t� crees que puedo ba�arme en esta cascadita? �No
lo veo peligroso verdad?


-Pedro: peligroso no �s la verdad, pero piensa que esta agua
�s nieve reci�n derretida y ba�arse aqu�, casi equivale a pegarse un chapuz�n en
el polo norte.


-Gabriela: mmm soy joven, tengo el coraz�n en perfectas
condiciones y hace un sol de maravilla. Yo me veo capaz.


-Pedro: bueno Angelita, tienes raz�n de ser valiente. Pero
que te parece si te metes en la cascada pero dentro de una horita, cuando est�
echa la digesti�n.


-Gabriela: �s verdad, tienes raz�n, venga, vamos a echar la
siesta.


Se tumbaron los dos ante la cascada dispuestos a dormitar
pero eso no detuvo la conversaci�n de Gabriela.


-Gabriela: y t� Pedro �no te has ba�ado nunca en esta
cascada?


-Pedro: s� me ba��, pero hace mucho, quiz� 1000 a�os.


-Gabriela: mm 1000 a�os, qu� f�cil lo dices, yo ap�nas tengo
200. �Te atrever�as a volverte a meter debajo?


-Pedro: mmm jeje eso suena como si me preguntases si soy
cobarde, jeje. No soy cobarde, me meter� tambi�n debajo la cascada.


-Gabriela: fenomenal, esperaba que lo dijeras.


La ligera conversaci�n sigui� el rato hasta que la horita de
la digesti�n hubo pasado. Gabriela, con la iniciativa, se acerc� al borde de la
cascadita y llam� al temeroso Pedro.


-Gabriela: �Venga Pedro! Me has dicho que te atrever�as.


-Pedro: s� Gabriela, vamos a ello.


Pedro cogi� la angelita de la mano y le dijo.


-Pedro: el reto �s este: vamos a meternos justo en donde cae
el agua y vamos a contar los dos juntos hasta diez. Y cuando hayamos contado ya
podremos salir. �Est�s al loro?


-Gabriela: ok, venga, ���sin esperassss!!!


Aullando esto, Gabriela se adentr� a la cascada con Pedro
cogido de la mano. Y cuando estuvieron en medio, empezaron a contar los dos
juntos.


�UNO! �DOS! �TRES! �CUATRO! �CINCO! �SEIS! �SIETE! �OCHO!
�NUEVE! �YDIEZZZZZ!


A�n con el grito en la boca, ambos volvieron al cesped y se
tiraron al suelo entre gritos y risas.


-Gabriela: jajajajajaja �que frioooooo!


-Pedro: ven aqu� caramelo. Que se te pasar� el frio si te
abrazas a mi.


-Gabriela: oh, �s verdad, t� estas caliente. Mmm que calor me
viene si me pego a ti. Eres como un hierro candente, comparado con el agua.


Sin prestar mucha atenci�n a lo que Gabriela dec�a. Pedro
empieza a besar el frio cuello de esta. Sus manos tampoco paran quietas y
recorren suaves el largo cuerpo de Gabriela. Esta tiene una ligera sorpresa pues
aunque sabe que los mortales hacen esto. Tiene entendido que a los �ngeles les
est� prohibido. Pero no rechaza a Pedro pues tambi�n sabe que los �ngeles a
veces hacen cosas "prohibidas"


El comer de cuello que san Pedro le propinaba a Gabriela, se
ha convertido ahora en un profundo beso franc�s. Gabriela goza todo lo que puede
del primer beso y quiz� el �nico que tendr� en su divina vida.


El min�sculo tanga de Gabriela �s bajado con facilidad,
quedando ella completamente desnuda. Pedro no se est� por muchos juegos y se
baja tambi�n su taparrabos, mostrandole a Gabriela, ese pene que tan solo hab�a
visto en mortales en sus secretas vigilancias.


Pedro va muy deprisa para iniciar a la angelita. Pues sin
esperar muchos sexos orales ni juegos, apunta su pene en el bendito entrepierna
de ella.


-Gabriela: mmm �Pedro? �No vas muy deprisa? He visto esto
otras veces en mortales, y no se, parece que lo hacen con m�s cari�o.


-Pedro: tranquila hijita, veras lo bien que lo vamos a pasar.


Diciendo esto, Pedro impulsa su cintura, atacando el
entrepierna de Gabriela.


-Gabriela: ���ooooooooh se�or!!! �Don Pedro! Det�ngase un
poco por favor.


-Pedro: est� bien hijita. �Como lo sientes?


-Gabriela: ooh, est� dentro sin duda. Mmmm que rico se
siente. Continue pero, hagalo con medida por favor, me ha dolido al entrar.


Esta vez, san Pedro hizo caso a la recomendaci�n de la
angelita y moder� su coger. Su cintura se mueve adelante y atr�s pero con
delicadez. Esta cogiendo a una virgen y eso requiere un poco de suavidad para
comenzar. A medida que se cuentan las acometidas en 10 - 30 - 50 acometidas.
Estas van subiendo su potencia y no cesan en ning�n momento de arrancar suspiros
del alma de Gabriela.


-Gabriela: ooooh ooooh ooooh ooooh don Pedrooooo ooooh ooooh.


Gabriela tiene ojo para muchas cosas. Y calcula como si fuese
un cronometrador deportivo, el tiempo que est� don Pedro cogiendola. En resumen:
que pasa los 40 minutos m�s fant�sticos de su vida, siendo cogida por san Pedro.
Durante todo este rato, el coger del santo va variando su velocidad y
profundidad y �s en las �ltimas acometidas (las del orgasmo de don Pedro) que
efect�an estas su mayor potencia y profundidad.


Gabriela nota como el pene de Pedro expulsa su semen dentro
de ella. Le parece fenomenal esa sensaci�n de empuje junto a la de la descarga
de semen. Pero esa descarga significa tambi�n el fin del acto.


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