Relato: Ariadna y sus amigos (3) ARIADNA Y SUS AMIGOS.
Pocas cosas me gustan tanto como escuchar a las chicas que he
tenido (y a las que no he tenido), relatarme sus historias sexuales (por eso soy
lector de esta p�gina, donde busco a las autoras). Esta fue una de las primeras
historias que me cont� Ariadna. Tal como me la cont� (salvo nombres y otras
circunstancias) os la cuento. Creedla si quer�is, aunque he de decir que luego
conoc� a Luis y Marisela, y supe que algo hab�a de cierto. Bueno, ah� va:
En las vacaciones de primero a segundo de secundaria me hice
amante de mi t�o Lencho, como ya te cont�. Era su lolita, su putita, y me
gustaba, pero empezaba a querer otra cosa. Quer�a para m� el mando y la
experiencia , el control de la situaci�n... y empec� a pensar que bastaba con
escoger a cualquiera de mis compa�eritos para que as� fuera.
Yo hab�a pasado todo el primer a�o sentada en un rinc�n del
sal�n, sin hablar con nadie. No me interesaban ni la escuelita ni los
compa�eritos. Para m� la vida empezaba cuando sal�a de clases y pod�a abrir un
buen libro sin temor a que cualquier imb�cil profesor me lo decomisara; la vida
para m� era leer y, antes de avanzarme a mi ti�to, masturtbarme y fantasear, y
luego, y sobre todo, coger. La escuela era basura, era un tributo que hab�a que
pagarle a la vida.
Pero siempre he sido buena observadora, y no solo de caras y
nalgas y paquetes, tambi�n de caracteres, de manera que de entre la veintena de
compa�eros varones de mi sal�n, eleg�, como candidatos, a Juan y Luis, dos de
los "Halcoholes" (con hache inicial e intermedia, simbolizando a la vez a la
noble ave rapaz y al noble licor). Los Halcoholes eran media docena de ga�anes,
lo m�s granado de la aristocracia del barrio, una manga de in�tiles seg�n los
criterios de las autoridades escolares, y usufructuarios de cierta fama morbosa
entre la "comunidad estudiantil", si es que en ese pinche reclusorio pod�a
hablarse de tal.
Tres de los seis basaban su poder en la mera fuerza f�sica y
su mayor edad (los 16 o 17 a�os que ostentaban) y eran, en efecto, mero desecho.
Eran ellos quienes daban visos de verdad a la leyenda negra que sobre el grupo
circulaba, que los hac�a aparecer como imb�ciles, borrachos y peligrosos. De los
tres restantes, Juan, el l�der de la banda, era un chaval llegado de la capital
(y obviamente llamado "el chilango"), simp�tico y ocurrente, pero explosivo, del
que se dec�a que no hab�a en toda la escuela quien pudiese par�rsele enfrente,
ni siquiera los m�s altos y voluminosos subalternos suyos; Xavier era un
muchacho burro e ingenuote y, finalmente, el peque�o Luis era el cerebro de la
pandilla, al que los otros cinco le deb�an las mediocres calificaciones y la
prudencia general con que se mov�an sobre la sutil l�nea entre lo permitido y lo
ilegal, que era, a fin de cuentas, lo que los manten�a a flote.
La elecci�n natural de los posibles objetivos y las fantas�as
que ten�a con cada uno por separado o con ambos a la vez (�por qu� no?, me
preguntaba), se llevaron casi todo septiembre, lo mismo que la decisi�n de pasar
al ataque. Era obvio que pod�a invitar a mi palomar a cualquiera de los dos y
cog�rmelo sin m�s ni m�s, as� son las cosas, pero finalmente hab�a decidido que
el t�mido Luis ten�a que ped�rmelo o, al menos avanzar un tanto. Con eso, Juan
quedaba para despu�s: quer�a al m�s peque�o y manejable, seg�n mis fantas�as, al
que m�s se acercara a ellas; al pensante, al que le�a... al que me miraba a
hurtadillas con ojos de hambre, �nico que hab�a descubierto lo que yo escond�a
bajo el uniforme vestido con ese objeto.
Claro est� que para obligar al enemigo a avanzar yo ten�a que
realizar una sutil maniobra de cerco y envolvimiento. Entre otras cosas Lencho,
mi ti�to, me hab�a ense�ado a jugar ajedrez, cuando ped�a paz entre dos asaltos
o cuando la presencia de terceros le obligaba a adoptar el papel de T�o cari�oso
y formal, de modo que un d�a de fines de septiembre sal� de mi rinc�n habitual y
me puse a seguir una partida entre Luisito y el Gordo Mart�nez, dos de los
mejores (con un tal Rodr�guez, de la tarde) ajedrecistas de la escuela. Cuando
me pareci� evidente que el audaz juego de Luis estaba ultimando las esperanzas
de las piezas negras, solicit� retar.
Ced� las blancas y Luis, rojo como la grana, abri� con Ruy
L�pez (cosa que, me enter�, hac�a el 80% de las veces, alternando esa apertura
cl�sica con gambito de rey. Durante cerca de un a�o nunca lo vi iniciar con otra
cosa, y no por ignorancia: jugando con negras, era capaz de responder seg�n los
c�nones a las aperturas m�s comunes... a las aprendidas en el libro de P�nov), y
su displiscencia ces� cuando se dio cuenta de que lo hab�a metido en una
posici�n m�s que embarazosa. Me mir� asombrado, y se bati� en retirada,
defendiendo cada pieza y cada palmo del terreno con u�as y dientes, esperando
alg�n descuido m�o para retomar el control del juego. No le d� el gusto, pero
esa fue una de las pocas partidas que le gan�: era realmente bueno, al menos
para nuestro nivel de aficionados escolares.
El turr�n estaba roto, y me fui acercando a ellos y a las
chicas que los escoltaban, es decir, Fabiola, que era novia de Nolasco, uno de
los tres ga�anes de la banda, que ten�a fama de putita sin serlo; la gorda Nora,
eterna enamorada de Juan; Elsa, la guapa novia de este; y Marisela, t�mida y
peque�a, que siempre iba a remolque de Elsa.
Empezaba a ser evidente que yo le interesaba cada vez m�s a
Luisito, pero tambi�n que no ser�a f�cil hacerlo dar el paso que a mis fantas�as
conven�a, cuando las circunstancias externas, en la figura del Perro, nuestro
profesor de geograf�a, intervinieron para cambiar mis planes, al exigir la
formaci�n de 8 equipos de 6 personas y dejarles de tarea sendos mapa de Europa
hecho en plastilina, creo. Nuestro equipo qued� conformado por Juan, Xavier,
Luis, Elsa, Marisela y yo, y quedamos de vernos el s�bado (un s�bado de
principios de noviembre) en casa de Luis, cuyos padres no estar�an.
El viernes me qued� a dormir en lo de la abuela, es decir,
que calculada la hora en que la viejita entraba en su cuarto o quinto sue�o, me
introduje entre las s�banas de mi t�o Lencho, a quien me foll� hasta el
cansancio, de modo que el s�bado llegu� relajad y ah�ta. Era la primera vez que
me ver�an sin el camuflaje del uniforme, y a punto estuve de ponerme una mini y
un top, pero opt� por mis bluyines y un body negro, que hac�an resaltar los
77-55-69 que, con mis 144 cent�metros de estatura, hac�an que un mont�n de
viejos verdes mi desnudaran con la vista por la calle. Era yo a mis trece a�os,
ni duda cabe, una adolescente apetitosa, de esas que despiertan instintos
nabokovianos.
Aposta, llegu� un poco tarde a lo de Luis, y ya estaban ah�
todos y, como yo, se ve�an mucho mejor en sus ropas de francos, de civil, que
con el espantoso uniforme a cuadros caf�-cucaracha. Juan, Xavier y Luis casi
uniformados, de negro, botas, jeans, de estaturas escalonadas (Juan medir�a algo
menos de 1.70, Xavier por ah� del 1.60 y Luisito algo m�s de 1.50); Elsa, que
era casi tan alta como Juan, delgada y guapa, vest�a una mini �no demasiado; y
Marisela era una adolescente un poco m�s baja que Luis, menudita, cuyas formas
empezaban a mostrarse, sugerentes, que viv�a acomplejada por sus barros.
Era obvio que ninguno de nosotros ten�a muchas ganas de
ponerse a dibujar maqueta alguna ni de moldear trozos de plastilina de colores
para cubrir con ellos los pa�ses de Europa, as� que estuvimos tonteando un rato,
hasta que Marisela dijo "bueno, pero hay que hacer el mapa �no?" La miramos con
disgusto, y entonces a Xavier, s�, al lerdo y obtuso Xavier, se le ocurri� la
idea que habr�a de detonar todo: "No, juguemos a algo serio, algo bueno de
verdad, y los dos que pierdan que hagan el mapita ese ma�ana �vale?" La moci�n
fue acogida por unanimidad y empezamos a jugar botella de prendas, poniendo
cinco castigos progresivos para aquellos que no quisieran o pudieran seguir
quit�ndose una prenda, haciendo del quinto castigo algo "incumplible" que
marcar�a a los perdedores. Los castigos estipulados para las se�oritas fueron
los siguientes: 1) beso de un minuto (cronometrado) dado al var�n de su
izquierda, 2) faje de un minuto con el var�n de su izquierda, 3) faje de un
minuto con la chica de su derecha, 4) faje de dos minutos, simult�neo, con los
chavos situados a izquierda y derecha y 5) masturbar al t�o colocado frente a
ella. Para los varones, los castigos fueron: 1) 50 sentadillas sin para, 2) 100
sentadillas sin parar, 3) beso de leng�ita, bien dado, al chavo de su izquierda,
4) beso de un minuto al chavo de su derecha y 5) mastubar al chavo que m�s
castigos tuviera despu�s de �l. Los chavos no quer�an aceptar esos castigos,
pero nostras nos plantamos: qu� chiste si no, dec�amos, �d�nde su castigo? Una
�ltima regla fue que cada seis giros de la botella, los chicos rotar�an un lugar
su posici�n, y nos sentar�amos alternados; y s�lo se contar�an como prendas lo
que llev�semos puestas, no en los bolsillos, y sin contar taampoco aretes. De
m�s estaba decir que todos guardar�amos herm�tico secreto, as� como que Juan y
Elsa olvidar�an que eran novios (y, por cierto, luego me enter� por Elsa que
ellos dos nunca hab�an llegado a tanto).
A m� el s�lo proceso de discusi�n de las reglas me puso bien
cachonda, y lo que durante los preliminares fui fantaseando, mientras la botella
giraba y nos despoj�bamos de prendas superfluas, me manten�a en ese estado. No
era la �nica: era evidente que los tres chavos ten�an sendas erecciones, y
Marisela estaba roja y agitada, y se re�a muy fuerte en cada tirada. Elsa, al
contrario, se ve�a m�s bien asustada.
Luego de varias vueltas, la situaci�n era la siguiente: yo
conservaba uno de mis calcetines como �ltima prenda inocua, tras haber perdidos
dos zapatos, un calcet�n, cintur�n y liga para el pelo; a mi izquierda, Juan
estaba en pantalones y camiseta; segu�a Marisela, que solo ten�a su blusa y sus
pantalones; Xavier hab�a perdido la camisa y s�lo llevaba los pantalones; Elsa
se manten�a con mini, medias, blusa y liga para el pelo, lo que hab�a hecho
volver el color a su rostro; y, finalmente, Luis conservaba uno de sus
calcetines y su camiseta.
Marisela hizo girar la botella, que apunt� hacia Elsa, quien
se quit� su liga, y envi� el trasto hasta Xavier, quien volte� a vernos y a la
voz de "es m�s c�modo en calzoncillos", y ya sin pudor de ninguna especie, se
sac� los pantalones. El pito, orgullosamente enhiesto, los abultaba de fea
forma, y yo creo que la fuerza de mis pensamientos atrajo la botella hacia m�, y
me hizo perder el �ltimo calcet�n. Puse a girar la botella, que regres� a Elsa,
quien me mir� con malos ojos y se despoj�, ante la creciente expectativa, de sus
pantimedias. Elsa se la mand� a Juan, que se quit� su camiseta y r�pidamente la
gir�, haci�ndola regresar a su posici�n. Sin decir nada, imit� a Xavier. Ahora
hab�a dos pitos mostr�ndose bajo sendas truzas rimbros, y creo que el del Xavi
abultaba m�s.
Mudamos posiciones, quedando a la izquierda del Xavi una
servidora, luego Luis, al que segu�an Marisela, Juan y Elsa. Xavier reinici� el
juego, y el gir�scopo lleg� hasta Elsa (�tres casi al hilo!), quien volte� a ver
a Juan como disculp�ndose, y agarrando a Xavier por la nuca, orden� con voz
ronca (que, para mi, delat� su excitaci�n) "cuenten". Luego del beso, Juan fue
el castigado, y emprendi� las 50 sentadillas. Empec� a considerar, en mis
fantas�as, que era bueno y divertido que me llevaran tanta ventaja. Toc� el
turno a Marisela, quien enrojeci� a�n m�s, si cabe, y siguiendo a Elsa, en vez
de sacarse la blusa o el pantal�n, bes� a Juan, y luego pareci� que lo hubiese
hecho aposta, porque volvi� a tocarle, y as� vestida, la muy tramposa (hubo
intentos de queja de Xavier, que no contaron), asumi� el faje con Juanito, cuyo
pito parec�a que iba a explotar. Yo, debajo de la mesa, empec� a acariciarme el
cl�toris pantal�n por arriba del pantal�n, y eso pareci� atraer, otra vez, la
botella. Dud� si besaba o no a Luisito, pero decid� quitarme los pantalones,
considerando que el body cubr�a lo indispensable y que as� estar�a menos
acalorada. Luis parec�a decepcionado, pero entonces, antes de girar la botella,
toqu� su rodilla con la m�a. La ronda fue cerrada por el propio Luis, quien
quitose su calcet�n.
En la nueva ronda quedamos en el siguiente orden: Luis, Elsa,
Xavier, Yo, Juan y Marisela. Luis puso la bolita a girar hasta donde yo estaba,
y le di a Juan un beso t�cnicamente perfecto. El pobre, luego de lo de Marisela,
estaba a punto de estallar. Le regres� la bolita a Luis, que se quit� su
camiseta y envi� el pico de la botella hasta Juan, quien no sin trabajos, sobre
todo al final, hizo su reglamentario centenar de sentadillas que por m�s jadeos
con que termin�, no le restaron volumen al pito. Y la botellita fue a dar hasta
Marisela, que obviamente, estaba de suerte. Pareci� dudar, como la vez anterior,
pero la chica de su izquierda era su amada Elsita, as� que empez� a besarla y,
ante las exigencias del respetable, a abrazarla y acariciar sus �reas m�s
apetecibles y voluminosas. Termin� jadeando, peor, casi, que con el castigo
anterior. Y girando, girando, Luis tuvo que sacarse el pantal�n. Su pito, tan
parado como lo otros dos, era de menor tama�o, aunque no menos deseable...
carajo, parec�a que cada vez que a una se le antojaba algo, la botella llegaba
infalible. Decid� no fajarme a Juan, porque, seguro, se vendr�a, y con una
r�pida maniobra me saqu� las bragas, sin mostrar nada, s�lo desabroch�ndome
r�pida y fugazmente el body (ante aplausos y silbidos de la concurrencia), que
ahora, era lo �nico que me cubr�a. Malo, porque no quer�a llegar a las partes
m�s comprometedoras antes que los dem�s.
Nuevo cambio de posiciones. Me correspond�a empezar, y
segu�an Juan, Marisela, Xavier, Elsa y Luis. Di vuelta al trasto, que cay� del
lado de la bella Elsa, quien para evidente aunque a�n temerosa alegr�a de Luis,
lo empez� a besar, llevando las manos de mi peque�o objetivo hacia sus firmes y
bien hechas nalgas. Juro que el minuto se me hizo largo. De Elsa sigui� Luis,
quien baj� el calor con medio centenar de sentadillas, a las que tuvo que
agregar inmediatamente otro centenar, que cumpli� ya con trabajo. La pausa me
permiti� recuperar cierta cordura, tal que cuando toc� otra vez a Marisela, no
me extra�� que optara por sacarse el estrecho pantal�n, quedando con las
delgadas y bonitas piernas al aire. Luego, pareci� que Marisela quer�a disputar
firmemente la derrota, porque Elsa fue la v�ctima siguiente. Volte� a verme. Le
soport� la mirada, y a�n lamento que estuviera tan vestida, porque no fue nada
desagradable, no, sentirla tan cerca. Y aunque volv� a ponerme a cien, con
enormes ganas de estar sola o con mi t�o, esta vez la botelluca apunt� al Xavis,
que no sufri� sus sentadillas. Para cerrar la ronda, Marisela se despoj� de su
blusa, luciendo una camisetita que hac�a las veces de brassiere, ocultando sus
peque�os senos.
Era obvio que lleg�bamos al final. Prohib�mos a Juan ir "al
ba�o", y nos sentamos en el orden que correspond�a: Marisela, Juan, Elsa, Xavis,
Yomera y Luisito. Con prisa, Marisela puso la botella a girar hasta Elsa, quien
hizo en silencio una r�pida maniobra, sac�ndose las bragas por debajo de la
mini, y luego hizo el favor de enviarme el frasco, permiti�ndome poner mis
conocimientos en juego, tocando con suavidad a Luisito, que se desahac�a entre
mis brazos, hasta que gritaron "�tiempo!", los malditos. Si hubiese podido guiar
la botella, no lo hubiera hecho de otro modo: Mariselita volte� a uno y otro
lado, y dijo "soy suya". Juan se abalanz�, adue��ndoce de la parte inferior del
cuerpo de mi amiga, que estrujaba con ansias, mientras Luisito �lo que me
convenci� definitivamente de que era mi hombre- la besaba suavemente. Juan
termin� pidiendo paz, pero cuando le preguntamos "�te rindes?" decidi�
mantenerse, lo que no era peque�o esfuerzo. As� como yo, Marisela pareci�
dirigir aposta el frasco hacia Elsa, quien se quit� la blusa. El sost�n pon�a en
su sitio unas tetas como melocotones, como las que yo quer�a para m�. Y aquello
pareci� un asunto entre viejas (siempre somos nuestras peores enemigas), porque
Elsita me envi� el trasto, la cabrona. Toqu� a Marisela, que no pod�a m�s, donde
correspond�a, y un largo suspiro me indic� que la hab�a hecho llegar al postre.
Para poner punto final a la ronda, Xavis tuvo que hacer cien sentadillas.
Y va de nuez: Xavier, Marisela, Luis, Elsa, Juan y Yo.
Marisela, casi sin pensarlo, se sac� la camiseta, mostrando sus aptecibles
pechitos, quiz� menores que los m�os pero no menos sabrosos. La justicia divina,
pens� yo, hizo que a la siguiente Elsa tuviera que sacar al aire los suyos.
Elsa, claro est�, estaba casi tan caliente como los dem�s, y ya le val�a madres,
pero cuando volvi� a tocarle no pareci� tan satisfecha. Juan la acariciaba bajo
la falda, mientras Luis le sobaba las tetas, poni�ndose rojo hasta m�s no poder.
Luego, Juan le dijo al Xavis "una de cal, carnal", y lo bes�: tambi�n para ellos
empezaban los castigos reales, pero cuando volvi� a tocarle, vi� otra vez al
Xavis, y decidi� quedarse en pelotas. Curiosamente, o quiz� no, su pito, negro,
grueso, inclinado hacia la izquierda, empez� a ceder terreno a ojos vistas,
ahora que estaba claramente expuesto a nuestras miradas. Con todo, fue Elsa la
primera en decir "no voy m�s: hago el pinche mapa", pero los chavos le
impidieron vestirse: "as� te quedas �le dijeron- hasta el final". Y el final fue
la siguiente tirada: Marisela, quien al ver frente a s� la boca de la botella,
meti� la mano dentro del calz�n de Luisito, pero tan pronto toc� el pito de
nuestro amigo, retir� las manos y se rindi� a su vez. Elsa empez� a vestirse de
inmediato y Marisela y yo, seguimos su ejemplo. Luis y Xavier, al ver nuestra
actitud, empezaron a vestirse tambi�n mientras Juan se reclu�a en el ba�o, de
donde sali� al cabo de cinco minutos, vestido y oloroso. Se despidi�
apresuradamente y se fue, mientras Elsa y Marisela recog�an los trebejos para el
mapa. "V�monos", dijeron, y yo, obviamente, las segu�.
Salimos a la calle, donde el sol, en todo lo alto, pareci�
saludarnos. Caminamos media cuadra sin hablar, mientras yo calculaba que, si
pudiera desafanarme, ser�a posible regresar a lo de Luis con alg�n pretexto...
�todav�a estar�a Xavier, o solo Luis?, �qu� ser�a mejor, qu� me gustar�a m�s?
Estaba d�ndole vueltas a eso, cuando Elsa subi� al pesero y se despidi�.
Marisela par� un taxi y yo pens� "qu� bien, ahora regreso", pero ella dijo:
"Oye, �no vienes a mi casa? Tengo que pedirte unas cosas". Estuve a punto de
negarme, pero no quer�a salir al balc�n, as� que me dije "bueno, ya habr�
oportunidad" y sub� al taxi detr�s de ella.
Recorrimos en silencio el no muy largo trayecto. En su casa,
su madre se afanaba en la cocina. La saludamos y le dijo "m�, tenemos mucha
tarea, vamos a mi cuarto". Subimos al segundo piso, y entramos en su habitaci�n,
peque�a y ordenada, y entonces, por donde no me lo esperaba (aunque deb�
preverlo, pero segu�a pensando en pitos) salt� la liebre: cerr� con seguro y
volte� a verme, declarando "quiero que me ense�es lo que me hiciste hace rato".
No se que cara puse, porque dijo "por favor, no pasar� nada y no se lo diremos a
nadie, s�lo ens��ame... una vez", y me miraba implorante.
Francamente, no se de donde sac� coraje para hacerme tal
propuesta. Siempre he pensado, y ah� lo confirm�, que la educaci�n sexual es una
vacilada. Lo que debieran ense�arle a uno es, por ejemplo, a masturbarse
correctamenta. Sobre todo a nosotras, que los t�os aprenden solos, entre
ellos... aunque muy mal, en general, porque los pobres compiten a ver qui�n se
viene m�s r�pido, cuando deb�an entrenarse para lo contrario. Record� la
historia de "arr�ncame la vida", donde una gitana del mercado tiene que ense�ar
a Caty aquello del "timbre", porque el torpe del general Asencio era incapaz de
hacerlo.
Es verdad que, a pesar de todo, estaba destanteada, y no
encontr� otro expediente que preguntarle a mi vez "�Segura?", y ante su obvia
afirmaci�n, "�por qu�?" Estaba ganando tiempo para poner mis pensamientos en
orden. Me vi� con reconvenci�n, y no la dej� decir nada: hab�a tomado mi
decisi�n. No era precisamente eso lo que hab�a yo fantaseado pero ser�a tambi�n
una novedad, podr�a no estar mal, y le dije, "bueno, pero �ahorita? �Y si viene
tu mam�?" "R�pido �dijo-. Dejamos la puerta con llave". "No, as� no est� bien
�le dije, mientras abr�a la puerta-. Hay que hacerlo despacio, con calma,
podemos esperar".
Lo que pas� despu�s, te lo contar� otro d�a.
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Relato: Ariadna y sus amigos (3)
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