Ella saldr�a de la consulta del dentista ya anochecido y
todav�a algo adormecida por los efectos del anest�sico. Para acortar camino
hasta el estacionamiento donde dejaba el coche y adem�s pasar por una tienda que
siempre visitaba cuando iba al centro, cruzar�a por un tramo de calle solitario
y mal iluminado. Un lugar de viejos edificios decr�pitos, completamente
abandonados la mayor�a, habitados por unos pocos viejos los otros.
Ella pasar�a por all� muy probablemente, porque otras veces
lo hab�a hecho. Yo conoc�a sus costumbres. Y all� hab�a un edificio cuyas obras
de rehabilitaci�n quedaron interrumpidas hace un tiempo. La parte de abajo
estaba cerrada por una valla de tablones en que una vieja puerta fue instalada
provisionalmente para cerrar el acceso y as� hab�a quedado desde hac�a dos o
tres a�os. En el interior, muy profundo, hab�a montones de arena, ladrillos,
escombros. Y al fondo, cerca del patio interior pero todav�a dentro del
edificio, un cuarto que fue utilizado por los alba�iles para cambiarse de ropa y
guardar herramientas. Por eso estaba en mejores condiciones que el resto de la
planta baja. Ten�a buenas paredes, una puerta s�lida, una ventana peque�a y bien
cerrada cuyo sucio cristal estaba cubierto por una contraventana de madera
descolorida y unos pocos muebles.
Hac�a ya tiempo que yo hab�a previsto la situaci�n y que
cuidadosamente lo hab�a preparado todo. Por eso al fondo de ese cuarto hab�a un
colch�n sobre el suelo y por eso hab�a all� una estufa y l�mparas de gas, una
alfombra y otras cosas. Tambi�n por eso hab�a sido instalado en el interior de
aquella habitaci�n un viejo armario grande en cuyos lados se hab�an hecho varios
agujeros adecuados para ver a su trav�s. Y tambi�n por eso cuando ella pas� por
la calle, la puerta de entrada a aquel edificio estaba s�lo entornada y a mi
mujer la estaban esperando.
Cuando pas� frente a la puerta, un individuo que no hab�a
visto, oculto tras una furgoneta aparcada, se lanz� bruscamente contra ella y de
un fuerte empell�n la introdujo en el oscuro interior de aquel edificio. All�
hab�a otro hombre que la sujet� y tap� la boca. Un tercero, que vigilaba desde
un portal enfrente y que, con gestos acordados, hab�a dado los avisos
necesarios, entr� detr�s r�pidamente.
Eran hombres j�venes y fuertes. Sin dificultades la
redujeron, amordazaron, vendaron los ojos y -tras cerrar con un candado la
puerta que daba a la calle- la llevaron al cuarto del fondo, ya preparado, en el
que hab�a estado encendida la estufa desde hac�a varias horas, pues el d�a hab�a
sido fr�o y la noche lo iba a ser m�s. Apenas emiti� algunos gemidos apagados.
Deb�a estar aterrorizada.
Tras ellos entr� yo, que hab�a esperado dentro de aquella
casa junto con aquellos hombres y les hab�a visto cumplir lo planeado. Me met�
inmediatamente dentro del armario. Desde all�, a trav�s de unos agujeros
realizados con tal prop�sito, pod�a verlo todo sin que ella me pudiera ver a m�.
Me hab�a costado encontrar tipos como aquellos, que estaban dispuestos a casi
todo para ganar alg�n dinero, ten�an muchas ganas de hembra y, adem�s, me hab�an
demostrado ser de confianza en algunos trabajos anteriores de otra �ndole. Eran
extranjeros, morenos y rudos. Uno, el m�s joven, era alto y lampi�o, con cabello
negro y liso. Los otros dos, rondando la treintena, eran de mediana estatura y
con barba de dos o tres d�as, uno con rizado pelo negro y otro casi rapado. De
los tres, el rapado era quien tomaba la iniciativa y se hac�a obedecer,
mostrando a veces alguna tendencia violenta. Casi sin hablar, con gestos,
dirigi� la acci�n.
Mi mujer estaba de pie sobre una alfombra de color rojizo,
amordazada y con los ojos tapados por bandas de tela negra y espesa. Los tres
hombres estaban a su alrededor. Dos la sujetaban por los brazos. El rapado la
tom� durante unos instantes con ambas manos por el cuello, apret�ndoselo un
poco; entonces hizo un gesto y r�pidamente le quitaron el abrigo, que tiraron
encima de una silla. Estaba vestida con unos pantalones de color marr�n oscuro y
un ajustado jersey rojo. Me pareci� muy atractiva con aquella ropa, mucho m�s
que otras veces.
El rapado, con una voz ronca que no ocultaba su acento
extranjero, le dijo: -�Puerca!, �vas a obedecer o prefieres que te follemos y
luego te matemos?, contesta-. Le dio un bofet�n y le volvi� a preguntar: �Vas a
obedecer?. Ella contest� que s� moviendo la cabeza. -�En todo?- Ella volvi� a
asentir con la cabeza. El individuo se coloc� tras ella, le puso las manos sobre
los pechos y le dijo: -Si intentas vernos la cara te mataremos. Ahora qu�tate
los zapatos-. La soltaron para que pudiera quit�rselos. Tras un momento de duda
se agach� y se los quit�. -Qu�tate esto-, le dijo el rapado toc�ndole el jersey
justo encima de un pez�n. Ella emiti� un sonido, inclin� un poco la cabeza y
cruz� los brazos sobre el pecho. Enseguida la tomaron otra vez por los brazos.
El rapado se ri� un poco y le dijo: -�Perra|, yo te voy a ense�ar-. Entonces
tom� una fusta de una repisa y la pas� por la cara y por el cuello de la mujer
cautiva, baj�ndola luego por su pecho para introducirla finalmente entre las
piernas de ella, juntas una con otra. -�Quieres que te pegue?- Ella no dijo
nada. Entonces los dos hombres que la sujetaban, rode�ndole uno el cuello con un
brazo, la obligaron a inclinarse y la cambiaron de posici�n para que su trasero
estuviera frente a m�. El rapado se puso a un lado y le dio tres fustazos en las
nalgas. Debi� hacerle da�o porque ella, incluso amordazada, emiti� tres gritos
apagados.
Volvieron a la posici�n anterior y, mientras uno de los que
la sujetaban la oblig� a levantar la cabeza tir�ndole del pelo, el rapado se
acerc� a ella, le recorri� con sus labios el cuello, bes� su oreja izquierda y
le dijo: -Ya qu�tatelo-. De nuevo la soltaron y ella se quit� el jersey, con
cuidado al sac�rselo por la cabeza para no arrastrar la venda que le cubr�a los
ojos. El rapado tom� el jersey y los zapatos, que puso sobre el abrigo. Llevaba
una blusa blanca de manga larga. El mismo jefe de los asaltantes comenz� a
sobarle los pechos con las dos manos, bajando a veces hasta las caderas. Al
mismo tiempo, los dos que la sujetaban le tocaban la espalda y el culo, bajando
tambi�n la mano de vez en cuando hasta met�rsela entre las piernas. Eso dur�
varios minutos.
Cuando pararon el rapado le pregunt�: -�Quieres que te
follemos o que te peguemos?- y le quit� el trapo con que estaba amordazada. Ella
contest�: -No me hagan nada, por favor, por favor-. Pero el rapado le agarr� la
cara apret�ndole las mejillas con su fuerte mano: -�Calla, ramera! Contestar�s
s�lo lo que te pregunte y no hablar�s nada m�s. �Entendido?-. Ella contest� que
s� mientras �l todav�a la ten�a sujeta por la cara. El rapado la solt� y repiti�
la pregunta hablando despacio, recre�ndose en las s�labas: -�Quieres que te
follemos o que te peguemos?-. Ella dijo: -No me pegu�is, por favor-. El rapado
le dio una bofetada y replic� con voz col�rica: -�Contesta bien, perra! D�
"quiero que me folleis" o "quiero que me pegu�is", �venga, contesta!-. Pas� un
instante. Observ� que ella temblaba. No contest�.
Los dos que la sujetaban le tomaron con m�s fuerza, metiendo
cada uno uno de sus brazos bajo el sobaco de ella y lev�ntandola un poco. El
rapado la amordaz� de nuevo y acerc�ndose por delante, en un momento, le
desaboton� el pantal�n, baj� la cremallera y tir�ndo por los lados se lo baj�
hasta los tobillos. Ella intent� patalear, pero todo hab�a sido r�pido y el
pantal�n bajado le dificultaba mover las piernas. Mi mujer intent� gritar, pero
la venda estaba atada con fuerza y su grito apenas se oy�. La levantaron en vilo
unos instantes y el rapado le sac� por completo el pantal�n y los calcetines,
ech�ndolo todo sobre la ropa que ya le hab�an quitado. Se apart� un poco para
mostr�rmela. Sus piernas desnudas eran blancas y largas. Llevaba unas bragas
negras.
Entonces, de nuevo uno de ellos pas� su brazo por encima del
cuello de ella y la oblig� a agacharse, gir�ndola hacia m�. Los tres hombres
comenzaron a reirse. El culo de mi honorable esposa se ofrec�a en una posici�n
muy tentadora. El rapado lo recorri� con el extremo de la fusta, que le
introdujo entre las piernas. Acerc� su cara a ella y le pas� la lengua por un
muslo hasta llegar a las bragas. Entonces la bes� sobre una de las nalgas y,
apart�ndose, le dio una fuerte palmada en el culo y le dijo: -�Ramera!, tienes
que decir "quiero que me foll�is" o decir "quiero que me pegu�is"-. Enseguida la
golpe� con la fusta en un muslo. Ella segu�a agachada a la fuerza. Le retir� la
tela de la boca y ella dijo en voz baja: -Quiero que me foll�is". La levantaron
y voltearon para que su cara estuviera frente a m� y el rapado le acarici� el
pubis por encima de las bragas y le dijo: -Dilo fuerte y dilo tres veces-.
Entonces mi mujer trag� saliva y dijo tres veces, alto y claro, que quer�a que
la follaran.
La soltaron sin alejarse de ella m�s que dos pasos. El rapado
le dijo: -Qu�tate la blusa y dinos que eres nuestra puta, dinos que eres nuestra
puta y que te jodamos por todas partes-. De nuevo ella dud� y recibi� un fuerte
azote con la fusta sobre los muslos, muy cerca del pubis. Enseguida obedeci� y
lo dijo: -Soy vuestra puta. Quiero que me jod�is por todas partes-. -�Rep�telo
fuerte, puta!- Ella grit�: -�Soy vuestra puta. Quiero que me jod�is por todas
partes!- Y con las manos temblorosas se desaboton� la blusa y se la quit�. Uno
de ellos la tom� y la puso donde la ropa.
Mi mujer estaba vestida s�lo con unas bragas y un sujetador
negros, rodeada de los tres individuos, que la miraban con lascivia, incluso
relami�ndose, y que se re�an de ella. Los tres le dec�an: "Eres una putita. Eres
nuestra perra. Te vamos a follar como nunca te han follado. Ramera" y algunas
otras cosas que no pude entender porque se las dec�an en voz baja. Durante dos o
tres minutos ella estuvo as�, de pie, quieta, mientras los tres hombres a su
alrededor la miraban, dici�ndole marranadas y excit�ndose cada vez m�s, pero sin
tocarla. Me d� cuenta de que los pantalones de los tres tipos estaban muy
hinchados en la bragueta.
Luego comenzaron a sobarla los tres a la vez, recorriendo su
cuerpo con ambas manos, por todas partes, desde los tobillos hasta la boca,
amas�ndole los pechos y las nalgas, acarici�ndole el pubis y los pezones,
meti�ndole los dedos en la boca, sob�ndola sin parar y cada vez m�s deprisa
durante cinco minutos o m�s. Finalmente se pusieron todos detr�s de ella y a los
lados, mordisque�ndole las nalgas, toc�ndola por debajo y por los costados,
dej�ndola frente a m� para que la viera completa. Ten�a los pezones erectos y
por su boca entreabierta emit�a leves gemidos. Estaba excitada.
El rapado, con voz terriblemente ronca por el deseo, pero sin
gritar, como acarici�ndola con las palabras, le dijo: -Qu�tate todo, putita
m�a-. Sin pensarlo ella se quit� primero el sujetador y luego las bragas, que
cayeron sobre la alfombra. El m�s joven se adelant� y le pas� la mano por la
entrepierna. La sac� h�meda y los tres hombres lo celebraron con gritos de
j�bilo, risas y palabras que no pude entender. Los dos m�s j�venes se lanzaron a
lamerle y morderle las tetas, sob�ndole fren�ticamente el culo y la entrepierna.
El mayor se quit� cuidadosamente los pantalones, que colg� de una percha en la
pared, y los zapatos, que apart� a un lado. Entonces se inclin� y la tom�
levant�ndola en vilo, sosteni�ndola con un brazo bajo los muslos y con el otro
por la espalda de modo que con esa mano le tocaba una teta. Dio unos pasos
acerc�ndose a m�, mostr�ndomela desnuda y excitada, y la bes� en la boca
largamente, sin que ella manifestara rechazo.
Entre tanto los otros hab�an acercado el colch�n y lo hab�an
puesto sobre la alfombra. La pusieron de nuevo en pie s�lo el tiempo de
ajustarle la venda, que algo se hab�a aflojado. El rapado le orden� con su voz
cavernosa: -De rodillas-. Ella se arrodill�. La movieron un poco para que
quedara algo de costado frente a m�. El rapado tom� las manos de ella y se las
puso sobre sus abultados calzoncillos, a la altura de la cara de mi asustada y
excitada esposa. -Qu�tamelos, perra-. Ella, obediente, le baj� los calzoncillos
tom�ndolos por los lados. Cuando lleg� abajo �l los tom� y los ech� sobre sus
zapatos. Ella volvi� a enderezarse, expectante. El rapado ten�a el pene
completamente tieso y se lo acerc� a mi querida esposa hasta rozarle la mejilla.
Ella dio un respingo y apart� hacia atr�s la cara. Los tres se rieron.
El rapado se apart� un poco y le pregunt�: -�Quieres joder
con todos?-. Ella neg� moviendo la cabeza. Entonces la pusieron en pie tom�ndola
por los brazos. El rapado la agarr� por las tetas y se las apret�. Ella grit�.
Entonces la sujet� por las mu�ecas y los otros dos hombres se arrodillaron y la
agarraron por las nalgas, mordi�ndole en ellas. De nuevo grit� y dijo: -No, no
me hag�is da�o-. No le contestaron. Otra vez la sujetaron fuertemente los dos
m�s j�venes y la volvieron de espaldas a m�. El rapado se acerc� a sus nalgas
con una aguja y le dio un pinchazo. Ella chill� y sali� una gota de sangre.
Volvi� a pincharla. Ella volvi� a chillar y sali� otra gota de sangre. El rapado
tom� la fusta y le dio dos golpes. Ella suplic�: -Por favor, no me hag�is da�o.
Har� lo que quer�is-. Le contest� el rapado: -�Todo?-. -S�, s�, todo-. La
soltaron y ella qued� de pie, frot�ndose el trasero y con la cabeza agachada.
-�Arrod�llate! �Quieres que todos te jodamos?-. La
contestaci�n fue r�pida: -S�, s�-. -D� lo que quieres-. Y ella: -Quiero que
todos me jod�is-. -�Eres nuestra putita?-. -S�, soy vuestra putita-. -�Te
gustar�a chuparnos el pene a todos?-. Aqu� tard� un instante en contestar: -S�-.
-�S� qu�?-. -S� que me gustar�a chuparos el pene a todos-. En ese momento los
tres prorrumpieron en exclamaciones de j�bilo y en aplausos.
A unos gestos del rapado sus compa�eros se quitaron los
zapatos. A mi mujer, que ya era suya y m�s que lo iba a ser, le dijo: -Qu�tales
los pantalones y los calzoncillos a estos-. Uno tras otro se pusieron frente a
ella que, obediente y tanteando, les desaboton� los pantalones, les baj� la
cremallera (esto con alguna dificultad porque a esas alturas la ten�an muy dura
y abultada) y luego les baj� y quit� los pantalones, para a continuaci�n
quitarles tambi�n los calzoncillos. Ellos se re�an y le acercaban los tiesos y
brillantes penes a la cara.
El rapado dijo: -�T�canos la polla, puta. A los tres!- Se
colocaron juntos frente a ella que, arrodillada, les iba tocando con las manos
los penes. El m�s joven lo ten�a muy largo y grueso. Un miembro como ese no
hab�a catado ella en su vida.
Lo que sucedi� a continuaci�n, queridos lectores, pod�is
imaginarlo. Permitidme aplicaros el t�tulo de queridos lectores, pues a estas
alturas de la historia es m�s apropiado que el inicial, aquel tan distante de
respetables lectores. No ten�is responsabilidad, ciertamente, en la violaci�n de
que fue v�ctima mi querida esposa, pero s� lo sois de la lectura -espero que
atenta- del relato de su violaci�n. Y si hab�is llegado hasta aqu� es por pura
curiosidad o acaso porque os hubiera apetecido estar all�, en el deleitoso papel
de los violadores o, qui�n sabe, en el tambi�n interesante del esposo que
observa c�mo tres machos fornican violentamente con su mujer, en virtud de su
consentimiento y ante su complacencia por la forzada posesi�n colectiva y brutal
humillaci�n de la propia esposa por mano ajena (o por penes ajenos, para ser m�s
preciso).
Voy a terminar la relaci�n, en atenci�n especialmente a
aquellos de vosotros que gustan de ver escrito lo que de todas formas ya se
imaginan, pero tambi�n para ofrecer algunas noticias que precisen con m�s
detalle aquel suceso.
Despu�s de que mi chica, obediente y de rodillas, tocase con
sus manos aquellos miembros duramente viriles y palpase tambi�n los tres pares
de cojones, aquellos tipos apagaron un par de l�mparas, dejando encendida
solamente una, sobre la que pusieron una especie de pantalla de chapa met�lica,
de forma que la luz iluminaba el suelo dejando bastante oscuro lo dem�s.
Entonces el rapado le dijo a mi desnuda y sometida mujer que mirase solamente
hacia abajo, que no mirase hacia arriba o le cortar�a los pezones. A
continuaci�n los tres empalmados mozos se cubrieron las cabezas con unas medias
que en la penumbra ocultaban totalmente sus rasgos y le quitaron la venda de los
ojos. Ella no se atrevi� a levantar la vista. Ante sus ojos estaban los
genitales de tres machos llenos de deseo.
En primer lugar, mi dulce esposa lami� y chup� aquellos tres
penes. Ni siquiera hicieron falta m�s amenazas. Bastaron unos gestos que ella
obedeci�. �Qu� bella y qu� sumisa mi dulce esposa sirviendo a los machos,
provocando y recibiendo con los labios, con la lengua, con toda la boca y con
toda su cara y pechos unas eyaculaciones largas y abundantes. No voy a decir que
hiciera su labor con completa profesionalidad de ramera pero s� cumpli� bastante
bien. El resultado fue, digamos, m�s que aceptable para su falta de experiencia.
Y en cierto sentido pude considerarlo una justa retribuci�n a su sentido de la
dignidad, pues a m� siempre me neg� por las buenas lo que a aquellos tres
hombres concedi� por las malas. El miedo fue m�s fuerte que el afecto conyugal.
Los dos m�s j�venes se corrieron en su boca mientras la
sujetaban por los pelos. La mandaron tragar y trag�. La mandaron limpiarlos y
con su lengua limpi� a lametones los lustrosos penes. En cambio el mayor, el
rapado, aguant�.
En ese punto la sometieron a una sesi�n de grabaci�n de su
cuerpo desnudo y entregado. El rapado le dijo que posara como le dijeran y que
sonriera a la c�mara. Ella ten�a la cara, los labios y los pechos sucios de
semen. Se apartaron, la enfocaron con la luz de la l�mpara y la grabaron con una
c�mara de v�deo durante un rato. No consigui� sonreir de modo convincente, pero
s� ofreci� ante la c�mara su sexo, su boca, sus buenas nalgas, su entero cuerpo
desnudo en muy variados perfiles y posturas. Tuvo que tumbarse y abrirse de
piernas cuanto pudo. Tuvo que abrirse con las manos el co�o, meterse dentro
varios dedos, acariciarse las tetas, sacar la lengua, chuparse los dedos y
simular que besaba. Finalmente le dieron un cubo con agua, jab�n, esponja y una
toalla grande. Tuvo que lavarse la boca, la cara, el cuello y todo el cuerpo
incluyendo la vagina y el culo. Entretanto la siguieron grabando hasta que
termin�, momento en que apagaron la c�mara y le pusieron dos anchas vendas sobre
los ojos, una encima de la otra.
Despu�s se fueron tumbando, por turnos y a ella la mandaron
colocarse encima. Y sobre uno detr�s de otro, encima se coloc� y cumpli� con el
trabajo que le hab�an encomendado. Arriba y abajo, arriba y abajo, agarrada por
las caderas y con un bailoteo de tetas que a todos encantaba (a m� tambi�n),
hasta que consigui� que los tres se le corrieran dentro. Bueno, el �ltimo fue el
m�s joven y parece justo se�alar que eyacul� muy, muy dentro de mi querida
mujercita.
Y entre unas cosas y otras, y al mismo tiempo que otras y que
unas, hubo sobadas magn�ficas, fregoteos intensos de tetas y de nalgas, manos
que la agarraban, lenguas y labios que la recorr�an, mordiscos en toda su
anatom�a, dedos que se le met�an en el ano, dedos que frotaban su cl�toris,
dedos que de a uno o de a varios se le introduc�an en el co�ete, en su
habitualmente �ntimo y reservado chocho, abierto aquel d�a de modo magn�fico a
un p�blico apasionado y entregado (�d�a de puertas abiertas, pasen adentro,
hasta el fondo por favor!). Si no me enga�� la vista -y creo que no porque la
ten�an espatarrada justo frente a m� para que no perdiera detalle- hasta una
mano casi entera lleg� a tener en la vagina varias veces, los cuatro dedos m�s
largos y la palma hasta donde comienza el pulgar entrando y saliendo de aquel
mojado co�o mientras ella lam�a una que otra verga.
Durante aquella fiesta en la que tres machos la chingaban
fren�ticamente mi querida mujercita no estuvo callada. Chill�, gimi�, suspir� y
de su boca salieron sonidos incesantes, variados y representativos de c�mo ruge
una hembra mientras la poseen bravamente. No creo enga�arme si digo que gran
parte de aquellos ruidos no fueron exactamente gritos de dolor, de miedo, ni de
lamento. Los tres tipos la calentaron mucho, la pusieron como una loca y tras
los primeros momentos de rabia, de dolor y de impotencia la hicieron disfrutar
un orgasmo detr�s de otro. Nunca en su vida hab�a sido m�s y mejor follada.
Antes del final hubo un momento en que la tumbaron boca
arriba y miembras los otros le trabajaban las tetas, el m�s joven, el del
miembro largo y grueso, se le puso encima y la cabalg� con todas sus ganas -que
eran muchas y que se hab�an renovado de modo ciertamente admirable- y les
aseguro, queridos lectores, que aquella mi indefensa esposa que al principio
estaba siendo indudablemente violentada, forzada, violada por tres fuertes
desaprensivos, se abri� de piernas de un modo apasionado y generoso que parec�a
bien voluntario, facilitando y favoreciendo el acople de aquel bien dotado macho
en la plenitud de su potencia sexual. Y bramaba, queridos lectores, mi mujer era
la hembra de aquellos t�os y bramaba de placer mientras la penetraba aquel
hombre joven y los otros dos le sobaban las tetas, le chupaban y mord�anlos
pezones, los brazos y el cuello, le palpaban los muslos y el culo. En cierto
modo, pens� yo, estaba ella recibiendo sin saberlo mi regalo para su ya pr�ximo
cuarenta cumplea�os. Un bonito modo de celebrar el fin de la treintena para una
mujer que todav�a estaba bastante guapa y, por lo que ve�a ante m�, muy
apetecible para los hombres.
De dolor, en cambio, grit� -y mucho- en la escena que
podr�amos considerar como el fin de fiesta. La pusieron a cuatro patas con el
culo levantado y mientras los dos m�s j�venes la sujetaban y le tocaban el co�o
y las tetas, el rapado, que se hab�a reservado corri�ndose tan s�lo una vez
-dentro de su vagina- le puso a mi chica una crema lubricante en el ano
meti�ndole primero el dedo coraz�n para, a continuaci�n, clavarle el rabo, poco
a poco, hasta que todo entero entr� en aquel hasta entonces virginal recinto. Y
all� dentro lo tuvo, empujando y empujando, hasta que ella dej� de gritar y �l
se corri�, agarrado a sus caderas y dici�ndole unas palabras en su idioma que no
entend�. As� fue como la trasera v�a de mi mujer qued�, por as� decir,
inaugurada.
Luego todo fue vestirla -aunque sin el sujetador y sin las
bragas, que no le devolvieron- amenazarla de muerte, recoger todo y llevarlo a
la furgoneta que hab�a en la puerta, sacarla de aquel cuarto y dejarla en un
rinc�n lejano del mismo edificio desde donde no nos pudiera ver y atada de modo
que se pudiera soltar sin dificultades, provocar un incendio en aquel cuarto
para borrar huellas y marchar de all� cautelosa y r�pidamente, dejando abierta
la puerta exterior para que ella pudiera salir.
A la tarde del d�a siguiente yo volv� a casa de un viaje
motivado por el trabajo -as� le hab�a dicho- y apenas advert� un m�nimo apartar
sus ojos y no abrir los labios mientras yo me acercaba a besarla. En la cara y
cuello apenas ten�a unas leves se�ales de la fiesta que con ella hab�an hecho,
disimuladas con maquillaje. Los ara�azos y moratones m�s notorios los ten�a por
casi todo el cuerpo, pero fue bastante cuidadosa durante muchos d�as para no
mostrarlos, cerrando por dentro la puerta del cuarto de ba�o y ayud�ndose de la
ropa de invierno. Nunca dijo nada.