Relato: De la villa a la lascivia incestuosa total 1
Juzg�ndola superficialmente, muchas personas la consideraban una afortunada, no s�lo por la considerable riqueza que pose�a, sino por los mellizos y por la belleza que a sus treinta a�os la hac�a m�s espl�ndida que en su juventud.
Todo el mundo juzgaba lo aparente pero no conoc�a lo azarosa que hab�a sido su vida; nacida en lo que era poco menos que una villa de emergencia, desde muy chica hab�a tenido que soportar, no s�lo el hambre que ya era una habitualidad, sino la prepotencia de sus hermanos mayores que, al crecer, la hizo merecedora de golpes e insultos tolerados por su madre quien, consciente s�lo de su propio sostenimiento, se permit�a vivir en la permanente nebulosa de la embriaguez.
La escuela, a la que concurr�a gracias a la benefactora acci�n de varias vecinas, no s�lo era el lugar que le permit�a hacer por lo menos una comida diaria, sino tambi�n la que le abri� un mundo insospechado con el acceso al conocimiento.
Gracias a esa ausencia a la que nadie parec�a importarle, pas� los primeros a�os de su ni�ez sin otros inconvenientes que los exabruptos de sus hermanos y las golpizas que le propinaba su padre en esos momentos de beodez en los que no reconoc�a ni a sus propios hijos.
A su pesar y con la ayuda de sus mentoras oficiosas, pas� por una menarca temprana; a los doce a�os, vio con desasosiego como el cuerpo acompa�aba su crecimiento en altura y aunque trataba de esconder esas redondeces lo m�s posible, pronto se hizo evidente que promet�a convertirse en una mujer fuera de lo com�n, no s�lo por su estatura sino por la belleza de sus rasgos y el ins�lito color rojo caoba del cabello.
Termin� la primaria a los trompicones y como su madre, ausente durante el d�a trabajando como sirvienta para procurarse el dinero con el que sostener sus borracheras nocturnas, no le exig�a que saliera a trabajar, se refugi� en la soledad de la peque�a casilla.
De a poco fue acostumbr�ndose a esa rutina y se sent�a �til cuando tanto su padre como sus hermanos, de vuelta del trabajo, le ped�an que les hiciera de comer antes de salir en sus correr�as nocturnas. Eso la distra�a y s�lo sal�a lo indispensable para ir a hacer compras que tuvieran que ver con la comida, refugi�ndose luego en la precariedad de la casita por temor a los muchachones que pululaban en el barrio y que observaban con ojos fam�licos su paso por las calles.
Estaba resignada a esa vida que no era vida pero no pod�a especular demasiado con salir de aquel infierno; en definitiva, y con catorce a�os largos, era due�a de su tiempo, hac�a lo que quer�a y la �nica excepci�n traum�tica eran los s�bados en la noche, cuando sus padres se embriagaban para luego entregarse a unas desaforadas relaciones sexuales que no pod�a ignorar, ya que s�lo una delgada pared de madera la separaba de ellos.
Ciertamente, desde su primera ni�ez que era testigo auditivo de esos acoples, pero con el desarrollo y aun ignor�ndolo todo del sexo, no pod�a evitar que su cuerpo y mente respondieran at�vicamente y en su vientre sent�a crecer extra�as cosquillas que repiqueteaban en lo m�s profundo de las entra�as, provoc�ndole molestos calores que s�lo se calmaban con el cese de los gritos, ayes y maldiciones de la pareja.
Aquel s�bado y tras la salida de sus hermanos, su padres iniciaron uno de aquellos aquelarres sexuales y ella, ya acostumbrada a semejante zafarrancho, se acomod� en su camastro para despatarrarse c�modamente a causa del terrible calor de la casilla.
Como siempre y sin poderlo impedir, sent�a en su cuerpo crecer aquellos ratones endemoniados que rebuscaban en sus partes m�s �ntimas para encender hogueras que parec�an consumirla. Aun tratando de hundirse en el sue�o, se dio cuenta que algo hab�a cambiado en el cuarto vecino; los gemidos y bramidos de su madre hab�an sido suplantados por risitas y murmullos c�mplices que terminaron abruptamente.
Bruscamente, la cortina que oficiaba de puerta al mis�rrimo cuartito, fue apartada por el hombre desnudo quien, con una sonrisa bobalicona en su rostro y mientras se abalanzaba hacia su cama para levantarla rudamente por un brazo, le dec�a torpemente que hiciera felices a sus padres.
A pesar de su altura y nueva corpulencia, Mercedes aun era una ni�a, haci�ndosele imposible resistir la fuerza brutal de su padre, quien la arrastr� hasta el cuarto vecino para empujarla sobre la cama donde yac�a su madre. Desnuda y apoyada en un codo, tan pronto Mercedes cay� despatarrada, sujet� a la chiquilina contra sus pechos y pasando sus brazos por debajo de los suyos para inmovilizarla le dio tiempo a su marido a ocupar el otro lado de la cama.
A pesar de su virginidad y falta de contacto con otras mujeres, Mercedes no era tonta y sab�a lo que significaba aquella situaci�n, pero espantada por la espeluznante perspectiva, no pod�a hacer nada; estaba tan paralizada como si estuviera enyesada.
Con las pupilas dilatadas por el terror, sinti� como el vigoroso cuerpo desnudo de su padre se apretaba contra ella. Balbuciendo frases empalagosas sobre la abundancia de sus pechos que su mujer corroboraba con lascivos halagos, una ruda mano fue alzando la camiseta que utilizaba como precario camis�n y toda la magn�fica opulencia de sus senos qued� al descubierto.
Ella conoc�a sobradamente sus pechos, pero Marcial qued� fascinado por el movimiento oscilante que les dio la brusca subida de la prenda, temblorosos y con esa blandura particularmente gelatinosa que pon�a aun m�s en evidencia el extra�o aspecto de sus aureolas, pulidas y alzadas en forma c�nica como imitando a otros peque�os senos y en cuyos v�rtices se elevaban los ovalados y finos pezones.
La gran manaza de su padre rode� la base de las tetas para comenzar a sobarlas lentamente, mientras le comentaba a su mujer lo hermosas que eran. Contra lo esperado por la muchachita, la presi�n inaugural en su seno no s�lo no le disgust� sino que coloc� r�pidamente aquel escozor caliente en el fondo de sus entra�as pero, cuando sinti� a su madre abandonando uno de sus brazos para acariciar de la misma forma al otro seno, recuper� sus fuerzas y sacudi�ndose de ese abrazo, intent� una tan vana como ef�mera hu�da, ya que sus padres, apoyando las piernas sobre las suyas, la inmovilizaron sin que pudiera hacer el menor movimiento.
Junto con la movilidad, hab�a recuperado el habla y ahora, en medio de groseras maldiciones de las que no le faltaba repertorio, increpaba a sus padres por ser tan degenerados como para violar a su propia hija. Con voz enronquecida por el alcohol y la pasi�n, su madre le susurraba al o�do c�mo la viera florecer como mujer y hab�a esperado todos esos a�os para poder someterla y que ella pod�a estar segura de que nadie la har�a vivir esa primera vez como lo har�an ellos.
Mientras hablaba, la hab�a recostado en su brazo izquierdo como cuando era una beba para apresarla firmemente por el hombro, en tanto su mano ya no sobaba los senos sino que con los dedos estimulaba reciamente las aureolas y, poniendo �nfasis en retorcer levemente los pezones entre pulgar e �ndice, fue aproximando sus labios para intentar besarla en la boca.
Horrorizada por semejante actitud, volvi� a debatirse en tanto sacud�a la cabeza para evitar ese contacto que se le antojaba asqueroso. Sin embargo, ese adem�n evasivo tuvo que ser dejado de lado al sentir que Marcial y a pesar de sus meneos, le sacaba la bombacha por los pies para luego arrodillarse entre las piernas apretadas que separ� dolorosamente y asi�ndola por los muslos, le alzaba la grupa para poner la entrepierna a la altura de su cabeza.
Ella pataleaba, golpeando con los talones las espaldas de su padre mientras ve�a alucinada como este acercaba su boca a la peluda alfombrita que cubr�a su sexo. Observ�ndolo como desde debajo de un tobog�n, descuid� sus huidizos movimientos y fue cuando Mar�a, atrap�ndole la cara con una mano, aplast� la boca abierta contra sus labios.
La sensibilidad de la vulva le hac�a sentir como el hombre separaba con los labios el fino vello p�bico y una lengua, poderosa, h�meda y caliente, se agitaba vibrante a todo lo largo del sexo. Aun a su pesar, deb�a de reconocer que ese contacto la excitaba e, inconscientemente, trat� de abrir la boca sin tener certeza de para qu�, ocasi�n que aprovech� su madre para apresar entre los suyos los labios palpitantes y hundir en la boca la �gil serpiente de la lengua.
Algo muy profundo en el subconsciente le envi� un mandato supremo de que se dejara estar, de que, queri�ndolo o no, lo que deber�a de ocurrir ocurrir�a y que, por lo menos lo hiciera f�cil para sufrirlo lo menos posible mientras trataba de disfrutarlo.
Ante su s�bita calma, el hombre hizo a los labios colaborar con la lengua y en una combinaci�n de lamidas con chupeteos que iba torn�ndosele exquisitamente dulce, fue separando los labios mayores al tiempo que Mar�a acrecentaba la profundidad de los besos a los que, ins�litamente, se encontr� respondiendo y hasta su lengua se anim� a competir con la de su madre.
La hembra primigenia que habita en toda mujer la compel�a a entrar en esa lucha que le propon�an sus padres pero ese bichito especulativo propio de su g�nero, le hizo saber que, aun disfrut�ndolo como comenzaba a hacerlo, no deb�a hac�rselos conocer.
Comi�ndole la boca como una boa hambrienta con sus labios carnosos, Mar�a agred�a con la lengua tremolante la de su hija, dejando a las manos la tarea infinitamente grata de sobarle los pulposos senos para despu�s hacerla gemir por la rudeza con que retorc�a a los pezones entre sus dedos. Entretanto, Marcial hab�a apoyado sobre sus hombros las delgadas y torneadas piernas que ya no se agitaban y, separando con los �ndices de las dos manos los labios mayores de la vulva, dejaba expuesto el tesoro que le ofrec�a el perlado �valo, rodeado por una filigrana de fruncidos pliegues carnosos.
La sola vista de ese sexo que �l sab�a virgen lo fascinaba, y encerr�ndolos entre sus labios gruesos, sabore� los jugos hormonales que aun ten�an reminiscencias infantiles en tanto buscaba con la yema del pulgar la excrecencia crecida del cl�toris.
Mercedes experimentaba sensaciones desconocidas que iban llenando cada hueco de su bajo vientre con convulsivos pinchazos placenteros que la hac�an estremecer y expresaba su complacencia murmurando mimosamente cosas ininteligibles entre los labios de su madre. Esta consider� que la chiquilina ya estaba lista y dejando de besarla, baj� con la boca hacia los senos, chupeteando y lamiendo las carnes en una espiral ascendente que la condujo hacia los pezones que casi hab�an duplicado su tama�o.
La lengua vibrante como la de un �spid, fustig� la excrecencia de las mamas hasta que al volumen adquirido se sum� una rigidez casi p�trea y entonces la boca se abati� sobre las carnes, succion�ndolas apretadamente como si mamara y al escuchar los gemidos anhelantes de la chica, hinc� los dientes en una al tiempo que las u�as de su mano se clavaban inmisericordes sobre la otra.
Un torbellino de nuevas percepciones aturd�an a Mercedes y entre el sufrimiento por los rasgu�os y mordidas, rescat� exquisitos placeres que la ahogaban por su intensidad y cuando Marcial tom� al cl�toris entre sus labios para chuparlo y mordisquearlo con intensidad incruenta, dejando que pulgar e �ndice de una mano restregaran entre ellos las pliegues macerados por la boca mientras que un dedo se introduc�a lentamente en la vagina, crey� desmayar de goce.
Ya no pod�a disimular tanto placer y lanzando fuertes gemidos gozosos, comenz� a menear las caderas en instintivo coito. Entonces fue cuando se produjo una explosi�n de sensaciones que, ceg�ndola por los estallidos que rasgu�aban sus carnes y sintiendo como su madre se cebaba en aureolas y pezones con labios, dientes y lengua, la alegr�a hizo eclosi�n al sentir como su padre intensificaba el vaiv�n del dedo entrando y saliendo del sexo, hasta que un profundo ahogo la sumi� en una abismo oscuro y se relaj� falta de aliento mientras sent�a fluir r�os c�lidos desde el fondo de sus entra�as.
Perdida en la nebulosa rojiza en la que la hundiera aquel primer y precoz orgasmo, cre�a escuchar como Marcial y Mar�a comentaban lo linda que se hab�a puesto �la nena� al tiempo que, entre sonoros sorbos a alguna bebida alcoh�lica, se desafiaban por ver quien de ellos era capaz de hacerla gozar m�s y mejor.
Y fue su madre quien pareci� tener el privilegio de reiniciar las acciones porque, acomod�ndola de forma que quedara atravesada en diagonal, la despoj� de la camiseta que aun ten�a arrollada sobre el cuello. Coloc�ndose invertida sobre su cara, separ� los largos mechones rojizos que el sudor pegaba a su cara y, enjugando con suaves chupones las l�grimas que el placer colocara en el hueco de sus ojos, se desliz� luego para abrevar en el costado de las narinas por las que aun resollaba su agitaci�n.
Cumplido ese cometido, dej� a la lengua vibrante escarcear sobre la boca que ella manten�a abierta a la b�squeda de aire y, delicadamente, se intern� por debajo de los labios para escarbar sobre la enc�a y luego, decididamente atrevida, hundirse en el interior a la b�squeda de la suya.
A Mercedes, aquel beso le resultaba infinitamente delicioso e, involuntariamente, hizo que su lengua se trabara en trajinada lucha con la de su madre en tanto los labios imitaban a los m�rbidos de la mujer en intensas succiones y la mano derecha apresaba su nuca, hundi�ndose entre los cortos mechones del cabello renegrido.
D�ndose cuenta de que su hija estaba predispuesta a sostener ese sexo l�sbico, dirigi� sus manos a sobar la gelatinosa masa de los pechos al tiempo que le indicaba que la imitara en todo; complacida por las sensaciones que le produc�a aquel estrujamiento, estir� sus manos hasta alcanzar los pechos colgantes de su madre quese mostraban s�lidos y firmes. El tacto le permiti� reconocer las aureolas que, grandes, chatas y amarronadas, estaban profusamente pobladas por gruesos gr�nulos seb�ceos y en su v�rtice, permit�an que se irguieran dos gruesos y largos pezones.
Comprobando su complacencia, Mar�a dej� de besarla para dejar que la boca escurriera hacia la parte alta del pecho, cubierta ya por la sonrojada erupci�n propia de la excitaci�n y, refresc�ndolo con la parte interior de los labios y la lengua serpenteante, fue acerc�ndose a las globosas laderas de los senos, escal�ndolas en c�rculos conc�ntricos que dejaban un hilo de baba como demarcando el territorio.
Mercedes jam�s hab�a visto otros senos que los suyos y la sensaci�n de infinito placer que le otorgaba la lengua de su madre, la hizo mirar fascinada las tetas que oscilaban delante de sus ojos; acercando la boca, tom� entre sus labios temblorosos una de aquellas oscuras aureolas. El sabor salado de la transpiraci�n fue r�pidamente suplantado por ese olor caracter�stico a salvajina que despiden los cuerpos excitados de las mujeres y el roce con aquellos granulitos, le hicieron el efecto de una corriente el�ctrica; sus labios se separaron generosamente para luego cerrarse como una ventosa sobre la aureola, succion�ndola con avidez mientras la lengua, an�rquicamente desmandada, agred�a la excrecencia del pez�n.
Sumidas en ayes y gemidos y en medio de exclamaciones placenteras, se debatieron as� por un rato durante el cual ambas disfrutaron complementando la tarea de las bocas con incruentos roces de los dientes y profundos hundimientos de las u�as, haciendo del dolor un goce de indecibles sensaciones de felicidad, hasta que Mar�a se dijo que ya estaba bien y, abandonando los senos, comenz� a deslizarse por el vientre hasta arribar al huesudo Monte de Venus, apenas cubierto por una oscura y rala alfombrita velluda.
Imit�ndola, Mercedes fue desliz�ndose hasta encontrar ante sus ojos la entrepierna de su madre. A pesar de sus tres hijos, Mar�a s�lo ten�a treinta y nueve a�os y la pobreza no le hac�a dejar de lado la coqueter�a. Aficionada al alcohol y al sexo, ten�a como bien m�s preciado su cuerpo y se cuidaba que estuviera en condiciones de satisfacer a Marcial, causa y fundamento de sus vicios.
Sab�a que su sexo era deseable para cualquier hombre debido a sus caracter�sticas generosas y est�ticas, por eso, se preocupaba por mantenerlo aseado y prolijamente rasurado, dejando s�lo un tri�ngulito velludo que parec�a indicar al cl�toris, fuente de todo sexo satisfactorio. Ese aspecto pareci� maravillar a Mercedes y remedando lo que su madre comenzaba a hacer en su sexo, estir� la lengua para saborear por primera vez el sabor agridulce de un cl�toris. Conociendo qu� cosas pasan por un sexo femenino, no esperaba que aquello que ol�a a salobridad marina, supiera tan deliciosamente.
Mar�a tambi�n estaba emocionada; por fin, tras a�os de espera, iba a satisfacerse en aquella virgen a quien deseaba tanto desde su primera menstruaci�n. Aunque su marido abrevara minutos antes en aquella fuente de placer, la vulva, que apenas abultaba, dejaba ver sus labios mayores como una cicatriz prietamente sellada.
Levantando y encogi�ndole las piernas torneada pero aun delgadas, las coloc� bajo sus axilas para que as�, la dilatada zona er�gena se presentara ante sus ojos como en una bandeja horizontal. La vista le resultaba tan tentadora que, sin poder contenerse por m�s tiempo, llev� la lengua tremolante a recorrer la cerrada rendija desde donde ni siquiera asomaba la cabeza del cl�toris hasta donde se insinuaba la apertura vaginal. El insistente y suave vibrar actu� como un relajante y, poco a poco, los labios fueron cediendo hasta dejar aflorar un arrugado capuch�n y, apenas, los bordes fruncidos de los labios menores.
El cosquilleo que eso provocaba en su zona lumbar y en el fondo-fondo del vientre, sacaba de quicio a Mercedes quien, aspirando con fruici�n los aromas del sexo de Mar�a, la imit�, para encontrarse que los labios mayores se abr�an blandamente, ofreci�ndole el men� del interior.
La inexperiencia y la posici�n de su madre, la obligaban a alzar inc�modamente la cabeza para alcanzar su objetivo y, entonces, pasando los brazos por las ingles de Mar�a, aferr� las poderosas ancas para atraerlas hacia abajo y esta, al darse cuenta de las intenciones de la chica, separ� m�s las rodillas para hacer descender las caderas hasta sentir contra el sexo la boca de su hija.
Ahora s�, con aquel sexo fant�stico a cent�metros de la boca, dej� a la lengua agitarse vibrante para comprobar como, a su est�mulo, del interior surg�a una manojo de frunces coralineos que rodeaban un nacarado nicho oval en cuyo centro campeaba un dilatado agujero urinario. De manera similar, los frunces cobraban volumen y consistencia, tanto hacia abajo como hacia arriba; los unos como gruesas barbas de gallo que parec�an proteger la famosa �fourchette� que precede al agujero vaginal y los otros, para formar la suave cobertura del prepucio que encierra al pene femenino.
Su madre y en medio de quejumbrosos asentimientos, hab�a logrado lo mismo y tanto labios como lengua se complementaban en un ardoroso lamer y succionar a los tejidos que, lentamente, cobraban volumen por la afluencia sangu�nea. Procediendo en consecuencia, y ya desatada casi irracionalmente, Mercedes hund�a la boca en aquel sexo exuberante en voraces chupeteos que pr�cticamente la llevaban a la masticaci�n de los sabrosos tejidos.
Satisfaci�ndola satisfaci�ndose, Mar�a fue hundiendo dos dedos en la vagina y prontamente, encontr� en la cara anterior el bulto casi exagerado del Punto G. Entusiasmada por las dotes naturales de la chica, presion� y restreg� hasta arrancar en ella fervorosos grititos de satisfacci�n. Envalentonada, tom� entre los labios al erguido cl�toris y alternando profundas succiones con recios roces de los dientes, hizo que la muchacha, enloquecida por el placer, repitiera la maniobra en su cl�toris, hundiendo en el sexo tres dedos inexpertos que iniciaron un intenso vaiv�n copulatorio.
Verdaderamente, aquel sexo inaugural con su hija hac�a perder los estribos a la mujer mayor y en medio de bramidos en los que le ped�a que no cesara en eso hasta hacerla acabar, pas� una mano por debajo del cuerpo de la chica para buscar a tientas el ano y hundir el dedo mayor en �l, en singular sodom�a. A pesar de su ocasional desvar�o, Mar�a no hab�a perdido la noci�n de lo que hac�a y lo que se propon�an con Marcial. En medio de los bramidos, ronquidos y ayes de su hija, sin dejar de penetrarla por ambos agujeros, dio una �gil voltereta en la cama para que esta quedara encima de ella.
Alzando las piernas, las encogi� para rodear con ellas el cuello de Mercedes e impidi�ndole todo movimiento, hizo se�as a su marido para que se acercara. Las piernas de la chiquilina, atrapadas bajo la axilas de su madre, no pod�an adoptar otra posici�n y la grupa as� elevada era casi una provocaci�n para su padre.
Con la boca aplastada contra el sexo de Mar�a, se preguntaba por qu� su madre la inmovilizaba de esa manera, cuando sinti� las manazas de Marcial asi�ndola por la cintura y un objeto redondo y caliente apoyarse contra el agujero vaginal. Casi como una verdad revelada, tuvo la certeza de que se trataba del miembro de su padre y eso coloc� un temor en su mente y cuerpo que reaccionaron instintiva e involuntariamente, comprimiendo los m�sculos vaginales.
El hombre cobr� conciencia de lo que le suced�a a su hija y pidi�ndole a Mar�a que se encargara de calmarla, esper� pacientemente a que esta corrigiera su posici�n debajo de la chiquilina y acariciara tiernamente a la azorada muchacha al tiempo que cubr�a de besos al sexo, dici�ndole que ella sab�a que eso suceder�a inevitablemente y que aprovechara para disfrutarlo como hab�a hecho con todo lo anterior.
Claro que Mercedes estaba consciente de que aquello deber�a ocurrir e incluso, en su fuero interno, lo deseaba, pero tal vez el entusiasmo con que enfrentara la deliciosa tarea del sexo oral mutuo con Mar�a o la brusquedad con que su padre tratara de someterla, la hab�an bloqueado y su cuerpo se negaba a ser intrusado de esa manera.
Ciertamente, esas eran cosas que le dictaba su inconsciente y su cortedad intelectual le imped�a dec�rselo a su madre, ya que ella misma desconoc�a c�mo manifestarlo. Lentamente, los besos y caricias de la mujer le hac�an no s�lo recobrar la tranquilidad sino que volv�a a sentir reavivarse el fuego que nunca se hab�a apagado. Las h�biles manos de Mar�a se regodearon sobando suavemente las nalgas y cuando la chiquilla admiti� a rega�adientes lo caliente que estaba, una de sus manos hizo una nueva se�al para que el hombre volviera a la carga.
Esta vez, Marcial se comport� de manera muy distinta y, arrodill�ndose detr�s de ella, comenz� por acariciarle las nalgas en tanto dejaba que labios y lengua se deslizaran con sabia lentitud por la hendidura, pasaran sobre el ano, estimularan el sensibil�simo perineo y luego se enfrascaran el deliciosos chupeteos y lamidas a todo el sexo, escarbando con la punta tremolante sobre el agujero vaginal llen�ndolo de saliva para contribuir a su distensi�n,.
Verdaderamente, los besos y caricias de la mujer, sumados a la exquisita tarea que Marcial realizaba en su sexo, la hab�an llevado nuevamente a la cresta de la ola y cuando este volvi� a enderezarse para embocar al glande contra la vagina, sinti� como esta se dilataba y algo de un tama�o que no hubiera imaginado jam�s, fue separando dolorosamente sus carnes.
Sabiendo el tama�o de la verga de su marido, Mar�a sab�a por lo que la ni�a estaba pasando y desliz�ndose hacia arriba para volver a estrecharla entre sus brazos, fue murmur�ndole frases de consuelo para ayudarla a superar semejante trance. Envolvi�ndola cari�osamente con sus brazos, Mercedes sollozaba por el sufrimiento pero a la vez le contaba a su madre con palabra entrecortada por el sufrimiento, cuanto hab�a deseado ese momento de convertirse en mujer.
Alent�ndola, Mar�a le dec�a que, tras ese tormento inicial, el dolor era ampliamente superado por el placer y a veces, la combinaci�n de ambos simult�neamente la conducir�a a sus mejores orgasmos. La barra de carne pareci� llenar cada hueco cuando estuvo enteramente en su interior mientras ella sent�a como los delicados tejidos eran destrozados impiadosamente por la verga y entonces, al iniciar Marcial un suave movimiento de vaiv�n tras haber alcanzado a golpear contra la estrechez del cuello uterino, el prometido goce anunciado por su madre fue produci�ndose.
Una oleada c�lida subi� desde el mismo �tero para dispararse a cada rinc�n del cuerpo, en medio de estallidos y contracciones nerviosas que la llenaban de placer. Incapaz de contenerse, proclam� a los gritos esas nuevas sensaciones y sus padres comprendieron que la ni�a estaba en sus manos.
En tanto, Mar�a volv�a a deslizarse para que su boca encontrara la abundancia m�rbida de los senos colgantes y, encontrando una cadencia, Marcial proyectaba su cuerpo para estrellar la pelvis contra las s�lidas nalgas en tanto la verga se deslizaba cada vez m�s f�cilmente sobre la lubricaci�n de las abundantes mucosas que expel�a el �tero.
Mercedes encontraba deliciosa esa primera c�pula e incitando a su madre para que volviera a juguetear en su sexo, se las arregl� para volver a meter su cabeza entre las piernas encogidas de la mujer, buscando con gula aquel sexo plet�rico de texturas y sabores.
Mar�a comprend�a a la muchacha y decidida a contentarla, content�ndose ella misma, se instal� debajo de la entrepierna para estimular con los dedos al endurecido cl�toris en tanto introduc�a un dedo de la otra mano junto con el falo, desliz�ndolo de un lado para el otro en tanto doblaba el dedo para que el roce fuera aun mayor.
La que hasta una hora antes fuera virgen de toda virginidad, estallaba en frases irreproducibles de goce inenarrable y fue entonces que su padre consider� que hab�a llegado el momento culminante de la relaci�n; sacando la verga de la vagina y aun mojada por sus fluidos, dej� caer una abundante cantidad de saliva en la hendidura para luego y sin transici�n alguna, apoyar la punta sobre el apretado haz de frunces anales y empujar.
Esta vez no hubo preaviso alguno y la verga avasall� la t�mida resistencia de los esf�nteres para entrar abruptamente dentro del recto. Asida f�rreamente por su madre, la chiquilina no pudo contener el grito espantoso que surgi� desde lo m�s hondo de su pecho y cuando la saliva gorgoriteaba en la garganta, el fino cuchillo que se clavara en la columna vertebral para pinchar agudamente la nuca, se convirti� en la m�s dulce y esplendente sensaci�n que experimentara en su vida.
Al sentir el chas-chas de las carnes empapadas de fluidos y saliva golpe�ndose sonoramente, Marcial la aferr� por las caderas e inici� una lenta y acompasada sodom�a mientras su mujer volv�a lamer y chupetear al cl�toris en tanto hund�a tres dedos en la encharcada vagina.
Ahog�ndose con la abundante saliva que secretaba su boca y en tanto jadeaba para encontrar en aliento que semejante coito le retaceaba, todav�a Mercedes encontr� fuerzas para expresar de viva voz el placer que le estaban proporcionando, areng�ndolos para que la sometieran m�s y mejor hasta hacerle encontrar la satisfacci�n total, cosa que no tard� en llegar cuando su padre la hizo darse vuelta y, sosteniendo al falo con una mano, condujo su cabeza para que, mientras �l se masturbaba en�rgicamente, recibiera en su boca, rostro y pechos los espasm�dicos chorros cremosos del semen.
Al despertar y aun sin abrir los ojos, comprob� extra�ada que se encontraba en su cama pero entonces reconstruy� todo lo sucedido la noche anterior en una fulgurante sucesi�n de im�genes superpuestas y c�mo al final recibiera en su boca abierta la almendrada melosidad del esperma; vagamente y a causa de su desmayada modorra c�mo luego, record� que, recost�ndola en la cama, su madre se encargara de limpiar la pl�tora de sudor, salivas y semen que la cubr�an para despu�s de colocarle nuevamente la bombacha y la conducirla hacia su cama en la que se derrumb� rendida por el agotamiento.
Si bien no estaba de acuerdo en el c�mo, no le disgustaba lo sucedido y rememorando los momentos m�s �lgidos como fueran la penetraci�n vaginal y anal por el sordo latido que todav�a habitaba los esf�nteres de esos lugares, se dijo que lo hecho, hecho estaba y que si aquello le procurar�a alguna ventaja personal, deb�a aprovecharla al m�ximo.
Visti�ndose, camin� hasta la cocina en donde estaba Mar�a tomando unos mates y que, ante su presencia, la recibi� con una radiante sonrisa de felicidad. Ninguna hizo referencia alguna a lo sucedido y, mientras com�a un pedazo de pan con manteca, Mercedes observ� por primera vez a su madre como una mujer; deber�a de haber tenido pocos a�os m�s que ella al tener a su primer hijo y ahora, veinte a�os m�s tarde, su cuerpo luc�a esbelto, sus pechos se manten�an erguidos aun sin corpi�o - como en ese momento - y los s�lidos gl�teos conservaban una s�lida firmeza que sosten�an dos largas piernas, apenas m�s rotundas que las suyas. S�lo su rostro y, seguramente a causa de los excesos alcoh�licos, se mostraba avejentado, macilento y ajado, pero, seguramente, en su juventud deber�a haber sido una belleza.
Mar�a era consciente del examen furtivo de su hija y entonces, como para distender los �nimos en esa ma�ana que ya pintaba como calurosa, le pidi� que la ayudara a preparar la salsa para los fideos del mediod�a, porque los muchachos deb�an salir temprano para el partido que jugaban como visitantes.
Ninguna de las dos era muy conversadora y de esa forma trajinaron en esa cocina multiuso que serv�a tambi�n como comedor y living. Sin embargo y como de manera fortuita, al moverse lado a lado en esa r�stica mesada, la mujer provoc� algunos roces de los cuerpos hasta que, abiertamente y sin ning�n disimulo, comenz� a acariciar festivamente sus nalgas con suaves apretujones y chispeantes pellizcos que la hicieron reaccionar airadamente, ante lo cual su madre le dijo alegremente que s�lo estaba preparando el terreno para lo que vivir�an esa tarde en su cama, tras lo cual la abraz� para estampar en su boca un beso c�lido y h�medo.
Apenas pasado el mediod�a y tras el almuerzo, cuando los muchachos salieron para el partido, su madre la tom� de la mano para conducirla al dormitorio, donde ya yac�a la figura desnuda de Marcial. Haci�ndola sentar en el borde del desvencijado lecho inici� sin apuro una explicaci�n de que, si bien no era correcto que padres e hijos tuvieran sexo, tal como estaba el mundo, lleno de drogadictos, s�dicos, violadores y, especialmente, enfermos de Sida, con su marido pretend�an introducirla al mundo del sexo para que terminara de consolidar esa adultez que ya manifestaba su cuerpo, sin peligro de ser violentada o contagiada vaya Dios a saber de qu� enfermedades.
En tanto le hablaba con voz calma y suave, Mar�a la ayudaba a despojarse de las pocas prendas que vest�a hasta dejarla totalmente desnuda para luego, por el simple m�todo de sacarse el vestido por sobre la cabeza, quedar de la misma forma. Volviendo a sentarse, esta vez muy junto a ella y en tanto le pasaba una mano suavemente por la espalda, acerc� la boca a sus labios pero antes de que siquiera tomaran contacto, su lengua escarceo en busca de la suya que, involuntariamente para Mercedes, sali� a su encuentro para combatir a la agresora.
El silencio del cuarto s�lo era roto por los suspiros y ayes reprimidos de las mujeres y al cerrarse la otra mano de Mar�a sobre un seno para comenzar a estrujarlo concienzudamente, la jovencita se aferr� a la nuca de su madre al tiempo que, abriendo la boca, se enzarzaba en un sucesi�n de chupones y leng�etazos que adquirieron car�cter de enloquecida pasi�n cuando la mano abandon� los pechos para hundirse en la entrepierna y buscando al cl�toris, lo estimul� con el delicado estregar de los dedos.
Mercedes temblaba toda por la placentera excitaci�n que le procuraba su madre, cuando esta se separ� por un momento y le dijo que esa tarde ser�a para ella una verdadera lecci�n de sexo, en la cual aprender�a cosas que ni siquiera imaginaba.
Conduci�ndola hacia el respaldar de la cama, contra el cual se recostaba Marcial, le dijo que uno de los placeres elementales y tal como lo hiciera ella, era el sexo oral, al que los hombres adoraban y las mujeres convert�an en su favorito. Abri�ndole las piernas a su marido, dej� expuesto un miembro que no se parec�a en nada al que la socavara la noche anterior; el pl�cido colgajo pend�a como un deforme chorizo al que no terminaran de rellenar y entonces, tom�ndolo entre los dedos, Mar�a le explic� que una de las tareas b�sicas de la mujer era obtener una buena erecci�n del pene, para lo que ella deber�a desplegar todas las virtudes orales que su mente le dictara, tras lo cual, abri� la boca para introducir el ella al flojo pellejo y tras cerrar los labios, iniciar movimientos masticatorios y succionantes.
A la que aun era una chiquilina, aquello le produc�a un poco de asco, especialmente porque en definitiva, se trataba de su padre y aunque no profesaban religi�n alguna y aquello de la moralidad ni siquiera rozaba su mente, ten�a la dudas de que no todas la chicas a las que sus padres intentaban proteger sostuvieran relaciones sexuales con ellos, pero, dici�ndose que la noche anterior hab�a llegado demasiado lejos para retroceder y que, verdaderamente, esa experiencia podr�a servirle en el futuro - que ni imaginaba lo cercano que estaba - , despu�s que su madre le atara el largo cabello a la nuca para que no la molestara, tom� con dedos temblosos por la excitaci�n aquel proyecto de verga.
Bajando la cabeza, abri� a boca y meti� en ella aquel bocado carnoso. A s�lo cent�metros, Mar�a apoyaba la cabeza en el muslo de su marido mientras la instru�a de c�mo hacerlo y, obedeci�ndola, succion� y empuj� con la lengua a aquella especie de pellejo gigante, d�ndose cuenta que, como si fuera una golosina, hacerlo la provocaba un nuevo placer que se correspond�a con los cosquilleos que escoc�an en su sexo desde donde su madre la estimulaba con los dedos insuaves caricias.
Una innata sabidur�a le se�alaba como hacerlo sin lastimar a su padre y en un complicado ejercicio de lengua, labios, paladar y muelas, estruj�, sob� y casi mastic� al pene hasta que este fue cobrando forma de un verdadero chorizo y, ante esa nueva consistencia, Mar�a fue induci�ndola a restregarlo entre los dedos en una m�nima masturbaci�n mientras que la boca succionante sub�a y bajaba por el tronco al ritmo que la mujer le imprim�a empuj�ndole la cabeza.
Comprendiendo de qu� se trataba, que en definitiva era utilizar la boca como vagina sustituta, hundi� la verguita hasta que sus labios rozaron la olorosa mata de vello p�bico para luego retroceder, haciendo con los labios un anillo prensil que estregaba reciamente la piel. Alent�ndola contenta por la facilidad con que aprend�a y mientras con una mano jugueteaba en su vulva, Mar�a fue indic�ndole c�mo hacerlo y pronto, mientras los dedos masturbaban de arriba abajo al tronco que pronto alcanzar�a los tres cent�metros de grosor, la lengua tremolante se abati� sobre los test�culos, dejando a los labios la tarea de succionar la arrugada piel.
El �spero olor parec�a inducirla a ir m�s all� y sintiendo como bajo sus manos el falo iba convirti�ndose en tal, subi� con labios y lengua a la base del tronco para luego ir ascendiendo sobre ese m�sculo que en la parte inferior parec�a una nervadura. Combin�ndolo con el restregar de los dedos, trep� hasta encontrar el obst�culo de un surco profundo, al cual y siguiendo las instrucciones de su madre, lami� y chup� con golosa intensidad hasta que por propia iniciativa, escalo la curva de un ovalado glande que ya alcanzar�a f�cilmente los cuatro cent�metros.
Abriendo la boca pero evitando herirlo con los dientes, inici� un lerdo periplo succionante que la llevaba del mismo agujero de la uretra hasta la profundidad de aquel surco hu�rfano de prepucio. Por consejo de su mentora, fue dejando caer una abundante cantidad de saliva para que se deslizara hacia abajo, sirviendo de lubricante a las manos que ahora y gracias al tama�o del falo, lo ce��an juntas para moverse arriba y abajo mientras efectuaban movimientos circulares opuestos.
El hombre roncaba y bramaba de placer y entonces Mar�a le indic� que deb�a abrir la boca lo m�s posible para introducir la verga tan adentro como pudiera. Siempre se hab�a afanado de la generosidad de su boca carnosa; ahora casi disloc� sus mand�bulas para abrirlas y, envolviendo al falo como una bestia voraz, baj� la cabeza hasta sentir como rozaba all� en el fondo y ante un primer atisbo de arcada, comenz� a retirarlo pero, obediente, lo hizo lentamente en tanto lo ce��a apretadamente.
Ya totalmente encendida, no le hicieron falta los consejos de su madre para dedicarse con delicado af�n a chupar al miembro con un ritmo que a ella misma la excitaba, especialmente porque Mar�a se hab�a trasladado hac�a los pies y ubic�ndose detr�s, recorr�a con labios y lengua la hendidura entre las nalgas, poniendo el acento en estimular los frunces anales mientras los dedos recorr�an todo el sexo, deteni�ndose especialmente a restregar al ya erecto cl�toris.
Era tal su ardoroso esfuerzo, que a ella misma la superaba y deb�a dejar de chupar la verga para recuperar el aliento pero no significaba que la abandonara, sino que las manos la suplantaban para masturbarla fren�ticas, resbalando en la saliva que la ba�aba. Por otra parte y para terminar de enloquecerla, su madre hab�a hundido su dedo �ndice en la vagina y ante sus complacidas expresiones de goce, introdujo al pulgar en el ano para formar una tenaza que se rozaba a trav�s de la vagina y la tripa y con la que la somet�a deliciosamente.
Sintiendo la revoluci�n de sus entra�as que hab�a aprendido a relacionar con la explosi�n que ella consideraba era un orgasmo, atac� aun m�s denodadamente la verga, sintiendo como era sometida por la mujer hasta que, en medio de los bramidos de satisfacci�n de Marcial, recibi� en la boca el primer chorro espasm�dico del semen, pero cuando quiso retirarse para respirar, el hombre se lo impidi� con ambas manos en la cabeza y tuvo que tragar la inmensa cantidad de esperma que finalmente excedi� los labios para deslizarse hasta su ment�n.
Ahogada por la intensidad del fatigoso esfuerzo y la que ahora consideraba deliciosa crema, dej� descansar la cabeza contra el muslo masculino mientras saboreaba el almendrado jugo, deleit�ndose en recoger los goterones que cubr�an el ment�n con dedos que lam�a con fruici�n.
Subiendo a lo largo de su vientre, tras entretenerse un momento en los pechos, su madre lleg� hasta ella para, tras tildarla de ego�sta con fingida severidad, terminar de eliminar los �ltimos vestigios pegajosos y luego envolver su boca con besos succionantes en los que parec�a verdaderamente querer recuperar el semen de su marido.
Este se hab�a retirado de la cama y entonces, encendidas las dos, se revolcaron en el lecho como perras alzadas, estregaron sus cuerpos que resbalaban con audibles chasquidos por el sudor que las cubr�a mientras las manos parec�an multiplicarse en acariciar pechos, nalgas y hundirse imperiosas en cualquier hueco que les diera cobijo.
Finalmente y todav�a sofocada por la intensidad de los besos, su madre detuvo el trajinar para decirle que hab�a llegado la hora de comprobar su disposici�n para ejecutar las posturas b�sicas y necesarias en el sexo.
Haci�ndola levantar, estir� prolijamente las s�banas que en su rodar hab�an arrugado y desordenado, para despu�s indicarle que se acostara boca arriba en el medio. Acomod�ndose contra el respaldo, Mar�a abri� las piernas, arrastr�ndola por las axilas hasta que su cabeza descans� sobre el pubis como sobre una c�lida y olorosa almohada.
Volviendo a hacerse presente, Marcial se acerc� desde los pies y abri�ndole las piernas, las encogi� hasta que las rodillas casi rozaron los pechos, con lo que toda su zona er�gena, h�meda y fragante, se le ofrec�a generosamente. Inclin�ndose sobre ella y por primera vez, sus manos y boca se abatieron contra la gelatinosa morbidez de los pechos y para ella ese contacto fue como si los fren�ticos esfuerzos de su madre no hubieran existido; las manos, rudas y callosas, estrujaban las carnes con una violencia que la sacud�a de dolor y cuando la boca tom� posesi�n de las mamas, chup�ndolas casi con fiereza en tanto los dientes mordisqueaban sa�udamente los puntiagudos pezones, un ansia interna la oblig� a proclamar su goce y menear la pelvis al tiempo que le ped�a soezmente que la poseyera de una vez.
Complaci�ndola y en tanto su madre le sosten�a las piernas abiertas encogidas por detr�s de las rodillas, restreg� como un pincel la verga a lo largo de todo el sexo, separando despaciosamente los labios de la vulva para finalmente estregar el glande sobre el nacarado �valo.
Con los ojos dilatados por el ansia y la boca abierta en un jadeo angustiado, Mercedes esperaba anhelante el momento de la penetraci�n que, cuando se produjo, la condujo al m�s excelso mundo del placer; d�ndole firmeza con el pulgar al ya endurecido miembro, Marcial apoy� la cabeza contra el todav�a estrecho agujero vaginal y con suave lentitud, fue introduci�ndolo entre las carnes.
Instintivamente y aun en contra de los deseos de la muchacha, como si una repentina vaginitis hubiera contra�do sus m�sculos, estos ce��an al falo como impidi�ndole el paso. Antes que contrariado, el hombre parec�a contento con esa oposici�n que hac�a m�s satisfactorio el roce de la verga contra los afiebrados tejidos y, muy lentamente, fue empujando hasta sentir como la punta invad�a a parte del cuello uterino y entonces, con el mismo cuidado, fue retir�ndola hasta sacarla totalmente de la vagina.
Aun sin propon�rselo, porque la penetraci�n le gustaba, Mercedes exhalo un hondo suspiro de alivio que casi inmediatamente fue interrumpido cuando el falo portentoso volvi� a hundirse en el sexo y entonces, en murmurantes palabras que el jadeo interrump�a, manifest� su repetido asentimiento.
Y su padre la satisfizo, repitiendo el movimiento en insistente c�pula que acompa�ar con ayes el estremecimiento de cada rempuj�n al tiempo que Mar�a, indic�ndole que ella misma sostuviera sus piernas encogidas, se dedic� afanosamente a sobar y estrujar los senos. Cuando la jovencita expresaba contenta los m�s placenteros goces que le proporcionaba el hombre, ella fue retorci�ndole deliciosamente los pezones hasta que, en medio de los rugidos que le provocaba la obtenci�n del orgasmo, clav� fieramente las u�as de sus pulgares en ellos hasta la jovencita se derrumb� desfallecida.
Sabiendo que, a pesar de su denodado esfuerzo por complacerlos, el cuerpo adolescente sufr�a con ese tratamiento, Mar�a la condujo al precario ba�o donde, dejando correr el agua del inodoro, lav� y refresc� las carnes del sexo de su hija y mientras esta continuaba haci�ndolo con los labios internos, ella se dedic� a pasarle por todo el cuerpo una toalla h�meda con la que retir� todo rastro de sudor, salivas y semen de su piel.
Tras hacer lo propio y oliendo a limpio las dos, volvieron al dormitorio para encontrar que el hombre hab�a vuelto a ocupar su lugar contra el respaldo. Haci�ndola subir a la cama, su madre le indic� como acuclillarse ahorcajada sobre su marido para luego ir descendiendo el cuerpo hasta que el sexo tomara contacto con la verga sostenida por su padre.
Esta vez los m�sculos deber�an de estar distendidos por el coito anterior porque, aun sinti�ndolo intensamente, la joven not� que se deslizaba como por un conducto natural y pronto lo sinti� golpeando el fondo de la vagina. Cuando las nalgas se asentaron en la pelvis del hombre y en tanto este la sosten�a erguida tom�ndola por las caderas, sosteni�ndola por las axilas Maria fue ayud�ndola a iniciar un lerdo galope.
A Mercedes, el sentir semejante barra de carne socav�ndola, comprobando que esta ocupaba hasta el m�nimo hueco en su sexo, le resultaba maravillosamente placentero y la forma en que se deslizaba con cada subida y bajada la hac�an olvidar cualquier sufrimiento.
Tomando una actitud activa, ella misma calcul� c�mo deber�a ser esa jineteada al falo y flexionando las piernas para que ese galope tuviera un recorrido exacto e ininterrumpido, apoy� las manos en sus rodillas e inici� una c�pula tan intensa como profunda. Sinceramente y despu�s de haber escuchado por a�os los ayes y gemidos de su madre, cre�a que el coito era realmente doloroso y ahora comprobaba que no s�lo no era as� sino que el placer la compulsaba a inmolarse en tan magn�fico sexo.
La ansiedad la impel�a a arquear el cuello y tirando la cabeza hacia atr�s, dejaba escapar tan broncos ronquidos gozosos que Mar�a, excitada por lo que su hija promet�a, se coloc� detr�s de ella para asir los senos levitantes, estruj�ndolos con tal sapiencia que, a poco, la ni�a le rogaba que no cesara de provocarle tanto goce.
Siguiendo con su plan de adoctrinamiento, Marcial le hizo cambiar la posici�n de las piernas para que, arrodillada, se asiera con las manos a sus hombros e impeliera su cuerpo adelante y atr�s en un movimiento por el que la verga se mov�a dentro en forma aleatoriamente deliciosa. Bendiciendo la creatividad sexual de su padre y en tanto aquel se dedicaba a completar el manoseo a los senos con espl�ndidos retorcimientos a los pezones, colocada al costado, su madre pas� una mano por debajo del vientre para excitar con dos dedos al cl�toris y recorriendo con el dedo mayor de la otra la hendidura entre las nalgas, fue introduci�ndolo suavemente en el ano para acompa�ar el vaiv�n que ella le imprim�a a la c�pula.
Obnubilada por tanto goce junto, y jadeante por el esfuerzo, Mercedes les suplicaba que la hicieran gozar aun m�s. Complaci�ndola, sus padres la hicieron girar sin sacar al falo del sexo y, recost�ndola contra el pecho de Marcial, aquel reinici� el movimiento copulatorio mientras volv�a a rascar y someter a los senos, en tanto su madre se inclinaba para sojuzgar al cl�toris a la agresi�n de sus labios, lengua y dientes.
Aunque inc�moda por la posici�n de las piernas dobladas, el placer le resultaba tan grande, que apoy� las palmas de las manos echadas hacia atr�s en el pecho de Marcial y, naturalmente, arque� el cuerpo para que la fuerza del falo entrando y saliendo fuera m�s intensa. Coronando esa maravillosa c�pula, los dedos del hombre siguieron agrediendo a los senos mientras su madre completaba la acci�n, introduciendo dos dedos junto con la verga y su pulgar estregaba embriagadoramente al cl�toris.
El cansancio y la posici�n debilitaban los movimientos de la chiquilla y cuando les dijo que no lo soportar�a por mucho m�s, su madre la ayud� a tirarse hacia adelante para quedar arrodillada y con los codos apoyados en la cama. Acuclill�ndose detr�s, Marcial tomo al falo todav�a emparado por las mucosas vaginales para, sin violencia alguna, mil�metro a mil�metro y cent�metro a cent�metro, ir introduci�ndolo en el recto.
Nuevamente, el grito reprimido se acumul� en su garganta pero esta vez no era por el sufrimiento sino por las delicias que esa sodom�a llevaba a su cuerpo y mente. Acomod�ndose para quedar con las manos apoyadas firmemente en la cama, se dio envi�n para acompa�ar el ritmo de la penetraci�n al tiempo que expresaba su goce en repetidos asentimientos.
D�ndose cuenta de que la muchacha deber�a de estar por acabar, Mar�a se escurri� debajo de ella en forma invertida para estimular con los dedos de una mano las carnes inflamadas de la vulva e, introduciendo en la dilatada vagina la punta de un consolador de l�tex, fue penetr�ndola lentamente.
Mercedes nunca hubiera imaginado que una doble penetraci�n fuera posible y, a pesar de que la masa conjunta de ambas vergas llevaba sufrimiento a sus carnes, tambi�n experimentaba sensaciones gozosas que la aproximaban al llanto de la felicidad y cuando Mar�a termin� de meter al falo, sintiendo como los dos miembros se estregaban reciamente a trav�s de la delgada membrana de la vagina y la tripa, crey� desmayar de tanta dicha junta.
Es que sent�a como en su interior, aquellos demonios que cosquilleaban en sus entra�as se extend�an a todo el cuerpo, tironeando de m�sculos y tendones como pretendiendo arrancarlos de los huesos para arrastrarlos hacia el caldero hirviente del vientre, anunci�ndole la proximidad del orgasmo.
Proclam�ndolo a voz en cuello y, cuando sus padres incrementaron la c�pula, se inclin� para hundir golosamente la boca en la fant�stica vulva de Mar�a, expresando todo su goce con labios, lengua y dientes, sometiendo a los tejidos a una verdadera carnicer�a en tanto hund�a dos dedos a la vagina materna.
En esa instancia, se hundieron en una vor�gine de placer que culmin� cuando su padre descarg� en la tripa la abundancia del semen y, conjuntamente, ambas mujeres alcanzaban la dicha de acabar.
Sumida en el sopor del orgasmo y amodorrada por el cansancio, se dej� estar en tan desmayada posici�n que sus padres, ignor�ndola y en tanto limpiaban sus cuerpos con toallas humedecidas, comentaron que Mercedes cumplir�a acabadamente con lo que El Turco requer�a y que al otro d�a Marcial la llevar�a con enga�os al prost�bulo, que no distaba m�s de cinco cuadras de la casa.
Espantada no s�lo por el hecho de haber sido violada por sus propios padres, lo que por otra parte la hab�a llenado de dicha suponiendo que se sumar�a a las noches orgi�sticas de la pareja y no estar�a expuesta a manos de cualquier individuo, sino porque todo aquello hab�a sido premeditado para condicionarla f�sica y mentalmente para entregarla a otro hombre que la prostituir�a.
Reprimiendo los sollozos que parec�an querer traicionarla, tuvo el tino de no evidenciarlo y se qued� quieta mientras maquinaba que hacer. Al cabo de media hora, se incorpor� en la cama y dici�ndole al matrimonio que estaba exhausta, se dirigi� a su cama en la que simul� dormir por horas, hasta desechando la hora de la cena.
Pasada la medianoche y con todo estudiado, busc� y extrajo de la caja en que su madre guardaba sus mejores galas, una corta pollera, una escotada blusa y un par de zapatos de tac�n que ella sab�a le calzaban a la perfecci�n. Metiendo todo eso junto a una cartuchera de maquillaje de Mar�a en un bolso, sali� subrepticiamente de la casilla para dirigirse a la estaci�n de tren, a m�s de diez cuadras.
Jam�s hab�a estado en la Capital, pero sab�a por los noticieros que en las proximidades de la estaci�n Constituci�n se perder�a entre las mujeres que all� se ganaban la vida con su cuerpo. En definitiva, eso era lo que sus padres se propon�an y hab�a decidido llevarlo a cabo pero por su cuenta, manejando su propio dinero y, tal vez con eso, conseguir�a salir de esa vida miserable.
Impresionada por la inmensidad del hall, se las arregl� para buscar un ba�o y una vez en �l, encerr�ndose en un retrete, cambi� sus ropas y cuando sali�, temblequeando sobre los tacos altos, se dirigi� al manchado y sucio espejo para encontrase frente a una espl�ndida joven adulta; las ajustadas ropas de su madre le calzaban a la perfecci�n, dejando ver gran parte de sus pechos y destacando la solidez de los gl�teos. Atenta a desfigurar los pocos rasgos adolescentes y voraz lectora de las revistas de Mar�a, pein� el largo cabello rojizo en forma incitantemente suelta y maquill� a ojos, rostro y labios con esa grosera policrom�a que atrae a los hombres.
Al salir y atravesar el hall hacia afuera y a pesar de los pocos transe�ntes que se mov�an en la naciente madrugada, ella sent�a sus miradas como si fueran s�lidos dedos que recorr�an su anatom�a.
La inmensidad de la plaza la desorient� pero, rehaci�ndose y sinti�ndose m�s identificada con ellas, recurri� a una de las varias chicas que limosneaban en la vereda, pregunt�ndoles en qu� zona paraban las putas. Sin burla tangible y evidenciando que la consideraba una de las �viejas�, la chiquilina le se�al� en que calle estaban los hoteles.
Llegada al lugar y sabiendo que no deb�a invadir territorio, se aproxim� a una de las m�s j�venes para decirle c�mo deb�a hacer para tener su lugar. Inspeccion�ndola con curiosa suspicacia, la mujer le pregunt� si era mayor de edad y como ella admitiera no alcanzar los quince, fraternalmente la chica le dijo que tendr�a que aceptar a su cafishio para que este manejara no s�lo la clientela sino le proporcionar�a una documentaci�n falsa y tendr�a protecci�n ante la polic�a.
Sin pensarlo demasiado, ya que no ve�a otra oportunidad para ese desequilibrio que hab�a entre su belleza y su falta de instrucci�n, le dijo que estaba de acuerdo y esta la condujo hacia un hotel a no m�s de veinte metros.
Dej�ndola unos momentos sola en el peque�o vest�bulo, volvi� con un hombre que la evalu� concienzudamente como si fuera mercader�a y dici�ndole que por unos d�as tendr�a que guardarse en una habitaci�n que �l le proporcionar�a, la condujo hacia un cuarto del fondo.
Acostumbrada al disloque que era la casilla en la que viviera durante catorce a�os, el modesto cuartito le pareci� un lujo y tir�ndose en la cama cubierta por una colcha, dej� caer al suelo el peque�o bolso que aun conten�a sus ropas ajadas, apreciando contenta el velador que descansaba sobre una peque�a mesa de luz y un roperito al que dif�cilmente llenar�a alguna vez de ropa.
Sin incomodarla ni tratarla severamente, el hombre se ocup� de que comiera debidamente e hizo que otra de las chicas le trajera distintas prendas de ropa. Finalmente, transcurrida una semana, Juan le dijo que ya estaba todo arreglado y entreg�ndole un DNI con una foto suya que le sacara el segundo d�a, le comunic� que esa noche har�a su debut, para lo cual le indic� las prendas que deber�a vestir.
Despu�s de cenar y vistiendo una falda que dejaba al descubierto m�s de la mitad de sus nalgas y un top que dejaba casi desnudos los pechos, fue conducida por la misma chica que la llevara al hotel, quien le dijo que s�lo se moviera unos cinco metros a cada lado para no invadir terreno de otras y que, cuando levantara a un cliente, lo condujera al hotel donde ya sabr�an que habitaci�n adjudicarle.
No recordaba con gratitud aquellos primeros d�as, ya que el sexo con sus padres, si bien antinatural y violento, la hab�a conducido por caminos insospechados en los que el goce superaba con creces al sufrimiento, en cambio, los cinco clientes m�nimos que le exig�a Juan para dejarla ocupar su habitaci�n, no s�lo le dieron asco y culpa por dejarse someter como si fuera una esclava o un animal, sino que le hicieron conocer el mundo de ruindad y vileza que rodea a la prostituci�n.
Vista en perspectiva, esa semana inaugural le hab�a resultado providencial, ya que uno de los clientes y al cual, inspir�ndole confianza, le contara su verdadera historia en esos breves descansos del post coito, no s�lo se convirti� en cotidiano usuario de sus dones sino que, en un plan audaz, la levant� de la parada para llevarla a vivir con �l.
Gracian no era joven ni viejo; confidencialmente, asum�a sus treinta y ocho a�os pero Mercedes sospechaba que no estar�a por debajo de los cuarenta y cinco. Tampoco era atl�tico pero si alto y fornido y, lo m�s importante, parec�a ser due�o de una fortuna que ella, en su ignorancia, era incapaz de descifrar.
Verdaderamente, el hombre parec�a haberse prendado, no sab�a si de su belleza o de su juventud extrema, pero lo cierto era que la hab�a instalado en su casa con todas las atribuciones de una se�ora.
Las cosas se sucedieron vertiginosamente y despu�s que �l obtuviera un nuevo documento para ella, a los seis meses ya no era solamente su esposa, sino que estaba embarazada. El resultado hab�a sido una parejita de mellizos que contribuyeron a llenar todas sus expectativas de lujo y bienestar.
Transcurrido el puerperio, Gracian debi� estimar que ya estaba bien y poniendo todo el �nfasis de su masculinidad, la llev� a recorrer con paulatina delicadeza, los mismos senderos que sus padres y los m�s de treinta clientes a los cuales hab�a satisfecho como prostituta.
Con diecis�is a�os bien cumplidos, la maternidad y el mamar de los mellizos dieron a su figura una nueva solidez que, sin hacerle perder la gracilidad, acentuaba la fortaleza de senos, gl�teos y piernas y, tratando de desasociar su imagen de aquella prostituta incipiente, pero prostituta al fin, cort� su larga melena rojiza en desordenados mechones que le otorgaban un aire m�s maduro y salvaje
Entusiasmada ella misma por la heterogeneidad dispar de posiciones que conoc�a su marido para hacerla disfrutar por cada hueco de su cuerpo, fuera vagina, ano o boca, no s�lo se prestaba gustosamente a cuando este le propusiera sino que ella misma se inmolaba al sugerirle posturas aun m�s viles e intrincadas.
Transcurrieron casi diez a�os en esa especie de org�a privada permanente, durante los cuales no s�lo no cedieron en su pasional entusiasmo, sino que, imperceptiblemente, comenzaron a transitar caminos de la desviaci�n sexual.
Por curiosidad al principio y luego por la satisfacci�n que obten�a, era ella quien hab�a ido sugiriendo el uso de suced�neos f�licos y con el tiempo, fueron incluyendo otros juguetes cuyo uso rayaba en la aberraci�n. O bien estaba subyacente o �l lo hab�a ocultado, pero su marido mostr� enseguida una entusiasta predisposici�n a esos jugueteos antinaturales, dedic�ndose personalmente a conseguir objetos que escapaban a la racionalidad; collares de grandes esferas plateadas que introduc�a en su sexo y ano, grapas y ganchos con los que aprisionaba a pezones y cl�toris para luego tironear de ellos dolorosamente y consoladores vibradores poseedores de escamas que se abr�an dentro del cuerpo, pasaron a ser condimentos obligados en sus acoples.
Sin darse cuenta y siendo ella quien elucubrara las primeras depravaciones, Mercedes hab�a excedido al sadomasoquismo de su marido y ahora era ella quien lo incitaba para que abofeteara los ahora grandes pechos o azotara sus nalgas con una fusta, convirtiendo al dolor en un c�mplice necesario para consumar los actos sexuales m�s perversos.
Luego de semejantes sesiones nocturnas, la soledad en la mansi�n durante el d�a se le hac�a penosa, momento que aprovechaba para encerrarse en su dormitorio para utilizar la mayor�a de esos artefactos, satisfaci�ndose por sexo y ano y, a veces, simult�neamente.
Ver la inocencia de Marina y Gabriel al volver del colegio la llenaba de culpa por la vileza de su comportamiento, tanto el solitario como el que ten�a con Gracian. La riqueza no hab�a aumentado su instrucci�n y la capacidad de pensar y urdir planes segu�a siendo elemental, por lo que concluy� que era la concupiscencia incontinente de su marido lo que la hab�a contagiado de esas l�bricas bestialidades.
Al coment�rselo a Gracian, este hizo caso omiso de sus prevenciones y, como si quisiera castigarla por su insolencia, a�adi� algunos elementos s�dicos que lo contentaron al verla sufri�ndolos gozosamente.
Lo que fuera por a�os una entusiasta y enfermiza dedicaci�n de Mercedes, fue transform�ndose en un encono sordo hacia su marido, pero no pod�a negarse a sus exigencias porque cuando se rebelaba, este la amenazaba con subir a Internet im�genes suyas en las m�s lujuriosas posiciones que ella realizara con verdadero alborozo en su momento.
Y la suerte, por una vez en su vida, se puso de su lado; viajando hacia una de sus estancias, el coche de Gracian se estrell� contra un cami�n, convirti�ndola en una afortunada viuda.
Pasado el per�odo de los funerales, los tr�mites legales con la lectura in�til de su testamento, ya que su marido carec�a de familia alguna y conocedora de sus l�mites intelectuales para hacerse cargo de tan dispares bienes, urdi� un intrincado plan y lo llev� a cabo; hab�a decidido que sus hijos no deber�an crecer en aquella sociedad desquiciada y poniendo todo en manos de un Estudio Jur�dico para que administrara las actividades comerciales de industrias y campos, estableci� una cita fija mensual para ser informada y, junto a los dos chicos, se recluy� en la estancia m�s chica de las cinco.
Ocupando s�lo un ala de la casa, prescindi� de la cocinera y encarg�ndose ella misma de la alimentaci�n, hizo que una de las mujeres del puesto realizara la limpieza tres veces por semana. Contrat� a una profesora para que les diera lecciones particulares a los chicos e hizo que el mayordomo se hiciera cargo de las compras con una lista provista por ella. En cuanto a ropa, calzado y esas menudencias, Mercedes se encargaba de eso en su visita mensual a Buenos Aires.
Como no se propon�a convertir a los chicos en ermita�os, sino controlar todo aquello que pudiera serles perjudicial, contrat� unos de esos servicios satelitales de TV, provistos de un sistema de bloqueo para las se�ales que no le interesaba que vieran.
Entre la novedad de esa vida que, entre herm�tica y salvaje su madre los obligaba a vivir, las delicias del campo con sus largos paseos a caballo y el hecho de no tener que ir al colegio, los chicos se aclimataron perfectamente y de esa forma transcurrieron cuatro a�os.
La que verdaderamente sufriera el cambio de h�bitos hab�a sido Mercedes, cuyo cuerpo todav�a joven y a causa seguramente de lo que estaba acostumbrado por a�os, le ped�a a gritos ver satisfechas sus necesidades.
Al principio con escr�pulos, se limit� al uso de sus manos en exploraciones que finalmente se convirtieron en furiosas penetraciones de los dedos a lo m�s profunde de la vagina, llegando en su exacerbaci�n a auto penetrarse simult�neamente por sexo y ano, pero luego animada por la calma que aquello llevaba no s�lo al cuerpo sino a su mente, recurri� prudentemente al m�s b�sico de aquellos juguetes de los que no se hab�a desprendido a pesar del odio que ten�a hacia quien los utilizara en ella.
Algo hab�a vuelto a hacer un click en su mente y esta, ama indiscutida de sensaciones corporales, la retrotrajo a sus momentos de m�s ferviente exaltaci�n sexual. El sentir como ese pene elemental separaba sus carnes para darle nuevamente la dicha de la penetraci�n, termin� por sacarla de quicio y, consider�ndose merecedora de disfrutar de esos placeres para no ofender la memoria del padre ante sus hijos teniendo alguna aventura circunstancial, se dedic� con ah�nco a volver a experimentar con esos artefactos que anta�o la satisficieran tanto.
Ya fuera por el aislamiento auto impuesto o por un desv�o mental que en otro tiempo la llevara a ejecutar las m�s bestiales aberraciones, totalmente perturbada y considerando en su pensamiento desquiciado que, como ella hac�a a�os, a los catorce a�os, sus hijos deber�an recibir una educaci�n sexual que los condujera a vivir una existencia sin complejos ni condicionamientos sociales, les comunic� a estos que, aparte de lo que su profesora les ense�ara sobre anatom�a, ella se encargar�a personalmente de instruirlos sobre el funcionamiento de sus �rganos genitales y c�mo y por qu� se realizaban los acoples entre hombres y mujeres, tan naturalmente como los de las hembras y machos de cualquier especie.
Encerrada en su cuarto, trabaj� duramente durante toda la tarde, seleccionando im�genes de los varios canales condicionados que sintonizaba, para luego congelarlas y compaginarlas para utilizarlas con tal fin. A pesar de su insania, se daba cuenta que no deber�a someter a la mente virgen de sus hijos a cosas que pudieran traumatizarlos y por eso, antes de la primera exhibici�n, los reuni� en su dormitorio para explicarles de que se tratar�a el aleccionamiento.
Con Marina ya hab�an tenido un primer acercamiento cuando la chiquita comenzara a menstruar un a�o antes y ella le explicara ciertas intimidades tan femeninas que ni siquiera se las mencionar�a a Gabriel.
Sentados a los pies de la cama, ella en el medio, les defini�, con lo que su mediana educaci�n le permit�a, que la ejercitaci�n sexual no era vergonzante como muchas personas quer�an hacer aparecer basadas en preceptos religiosos o sociales que hab�an deformado el verdadero sentido del sexo y que su pr�ctica hac�a a la verdadera esencia humana y a la trascendencia a trav�s de los hijos pero, no era menos cierto que para una perfecta convivencia matrimonial, era necesario adquirir destrezas y habilidades que s�lo daba la experiencia cotidiana, con la cual se encontraba placeres que ninguna otra cosa otorgaba a los seres humanos.
Dici�ndoles que el cuerpo desnudo no era motivo de verg�enza o inmoralidad, fue despoj�ndose de la bata que la cubr�a, exhibiendo ante los ojos asombrados de sus hijos aquella figura que alucinara a su padre y que el matrimonio ayudara a consolidar. A los treinta a�os, su cuerpo joven manten�a la tersura y lozan�a de anta�o y los senos, convertidos ahora en s�lidas peras, conservaban aquel gelatinoso temblequeo pero no se ve�an ca�dos por la firmeza de las carnes. Lo que hab�a modificado el largo amamantamiento de los mellizos, era la contextura de las aureolas que, pulidas como siempre, hab�an adquirido definitivamente esa c�nica elevaci�n que le otorgara la calentura y los otrora delgados y puntiagudos pezones hab�an engrosado, exhibiendo en su v�rtice el hundimiento casi grosero del agujero mamario.
Con ese desparpajo que otorga la ignorancia y no las malas intenciones, iba describiendo a los chicos de que forma interven�an en una relaci�n sexual, intentando trasmitirles lo inefable del goce que otorgaba la estimulaci�n de la mama por medio de roces, pellizcos, besos, retorcimientos y hasta el infinito placer de u�as o dientes clav�ndose en