Relato: Sexi en el bus
A pesar de no ser afecta a las actividades al aire libre, el hecho de saber que podr�a vigilar los movimientos de su hija durante el viaje de egresadas y adem�s tomarse unas vacaciones luego del traum�tico a�o transcurrido desde su divorcio, la hab�a hecho postularse para el cargo de chaperona del grupo, escondiendo un viejo revanchismo por no haber podido realizar a su tiempo un viaje semejante.
No era que tuviera envidia de su propia hija, pero a sus treinta y nueve a�os jam�s hab�a salido de Buenos Aires m�s all� de alguna espor�dica escapada al Delta y en un rinc�n oscuro de su mente se propon�a recuperar en Bariloche el tiempo perdido, habida cuenta que no ten�a ya compromiso de fidelidad alguna hacia su ex marido.
Para escapar al vocinglero bochinche de las chicas se hab�a refugiado en el �ltimo asiento, justo detr�s del ba�o y despu�s de cinco horas de la partida, con la noche los �nimos se hab�a aquietado y ella, en ese mirar hacia la nada, entr� en una especie de modorra de la que sali� cuando el coordinador que estaba adelante junto a los conductores, se dej� caer a su lado.
Desentendi�ndose de su presencia, reclin� el asiento para luego de arrellanarse en �l, disponerse a intentar dormir, aunque le costaba hacerlo en un veh�culo en movimiento; sin embargo, fuera a causa de las corridas de ese d�a, la oscuridad o el suave run-run del veh�culo, fue hundi�ndose en un entresue�o que le plac�a.
No supo cuanto tiempo hab�a transcurrido, pero lo cierto fue que sinti� como de manera subrepticia, una mano cautelosa separaba aun m�s la pechera de su campera abierta para deslizarse en curiosa exploraci�n sobre sus pechos; por un instante cruz� por su mente una reacci�n de violente protesta, pero se dio cuenta de que provocar�a un esc�ndalo in�til que s�lo pondr�a en una situaci�n inc�moda a su hija y a ella misma, ya que ser�a su palabra contra la del muchacho y, por otro lado, fiel a ese prop�sito de recuperar el tiempo perdido por a�os, ya que antes de su marido no conociera �ntimamente a hombre alguno y la abstinencia que duraba m�s de a�o y medio hab�a instalado en el fondo de su vientre extra�as cosquillas cada vez que estaba junto a uno m�s o menos interesante, le hicieron preguntarse por qu� no.
En esa cavilaci�n, hab�a permanecido mansamente quieta como si realmente estuviera dormida y sinti� complacida como la mano, sin prepotencia y delicadamente, recorr�a prudente la prominencia de los senos que la enorgullec�an como comprobando sus consistencia y terminada esa inspecci�n, comenzaba a someterlos en suave sobamiento que la hizo no poder disimular m�s y emitir, aun con los ojos cerrados, un mimoso gru�ido de complacencia.
Como para asegurarse su consentimiento, el joven llev� la mano hasta su cintura para asir el borde de la remera y fue levant�ndola hasta exceder los pechos; conseguido eso, los dedos se aventuraron sobre el seno para recorrer el fino reborde de la taza del corpi�o y al comprobar la elasticidad de la transparente tela, se adentraron bajo ella hasta rozar la aureola y sus min�sculos gr�nulos a los que tantearon tenuemente y despu�s establecer contacto con la s�lida erecci�n del pez�n.
La caricia la conmovi� de tal forma que le fue imposible no emitir un susurrado asentimiento y alzar una mano para asir la del hombre al tiempo que abr�a los ojos y buscaba la mirada del coordinador; al que ella consideraba un muchacho, era un joven de unos veintis�is o veintisiete a�os que por su aspecto era m�s un atleta que un estudiante y sintiendo una repentina necesidad sexual o mejor dicho una furiosa calentura, acompa�� su mano contra el seno al tiempo que le murmuraba que hiciera lo que quisiera pero discretamente, sin exponerla ante la chicas.
Tranquiliz�ndola en un tono bajo y educado, el hombre le dijo que ten�a tantas de esas experiencias como viajes y que nunca una madre hab�a terminado perjudicada ni descontenta de sus atenciones, dicho lo cual la ayud� a quitarse la campera y metiendo las manos por detr�s del cuerpo le desprendi� diestramente el corpi�o.
Comprobando el silencio sepulcral del veh�culo y la divisi�n del ba�o que los separaba del resto del pasaje, dispuesta a todo lo que el hombre quisiera hacerle, levant� juntos a corpi�o y remera para quit�rselos por encima de la cabeza, recost�ndose luego con las manos aferradas al cabezal del respaldo en invitadora actitud.
Aquello entusiasm� al hombre quien, en tanto le dec�a que lo llamara Ariel, se reclin� sobre ella y mientras con una mano sobaba y estrujaba prietamente sus senos en forma alternada, la aferr� por la nuca para hundir en su boca entreabierta una lengua perentoria que busc� �vidamente la suya.
Sintiendo como una explosi�n liberadora, abri� vorazmente la boca y su lengua no s�lo acept� el convite de la otra sino que ella misma la acometi� en vibrante lucha mientras los labios se cerraban contra los de �l en feroces succiones.
Luego de los iniciales empellones en los que desfogaron sus ganas en incontables besos y en tanto Ariel segu�a amasando sus pechos, la mano de ella descendi� hasta la cintura del pantal�n y encontr�ndola ya abierta, meti� los dedos hasta encontrar el obst�culo del calzoncillo; trasponiendo la d�bil resistencia del el�stico, transito sobre una peluda mata de vello hasta encontrar la ya tumefacta masa del miembro y encerr�ndola entre los dedos, fue someti�ndola a los apretujones y vaivenes con que sol�a endurecer al de su marido.
Tantos a�os de hacerlo y en irreflexiva comparaci�n, concluy� que la verga tan pronto adquiriera el car�cter de falo, resultar�a considerablemente m�s grande que la de su ex marido, con lo que acrecent� la presi�n y el ir y venir de la mano, provocando que a su vez la mano de �l buscara la cintura del jogging, desliz�ndose h�bil por la piel hasta encontrar la pelusa que indicaba el nacimiento de la vulva e introduci�ndose sin m�s tr�mite en la raja para transitar r�pidamente sobre los mojados tejidos del interior, embocar en la vagina dos dedos que se curvaron para someterla a una deliciosa penetraci�n; meneado instintiva la pelvis en simulado coito, gru�o satisfecha al tiempo que sus dedos se esmeraron en morosa masturbaci�n al miembro que ya adquir�a una notable erecci�n.
Por unos momentos se abandonaron a los besos y esa mutua masturbaci�n hasta que ella no pudo m�s y desasi�ndose del peso de su cuerpo, se escurri� hasta en piso para, arrodillada, bajar prontamente a pantal�n y calzoncillo hasta los tobillos del hombre y abri�ndole las piernas, se abalanz� sobre la entrepierna; obnubilada por el deseo, comprob� el ya desmedido volumen del falo y alojando su boca en el nacimiento del tronco mientas lo sosten�a erguido con la mano, llev� la lengua tremolante a saborear esa mezcla de sudores con los acres olores de los genitales masculinos.
Desde sus inicios en el sexo a la edad de catorce a�os y para satisfacer los grotescos avances de sus amigos y compa�eros del colegio que eran tan inexpertos como ella, satisfaci�ndose, hab�a cursado una especie de maestr�a en aquello de las felaciones, practic�ndolas casi en cualquier sitio y momento, no s�lo esperando que se lo insinuaran sino casi exigi�ndolo a sus ocasionales acompa�antes, cosa que extendi� a circunstanciales parejas de baile cuando comenzara concurrir a fiestas y bailes, en uno de los cuales y ya con diecis�is a�os, se entrego vaginalmente en un autom�vil.
Con los a�os y a pesar de las distintas variantes del sexo, chupar un miembro era casi un rito sagrado sin el cual una relaci�n sexual no estaba completa y, tanto para su solaz como el de su marido y algunos fugaces amantes de los que ni siquiera recordaba sus nombres durante sus aburridas vacaciones en la playa mientras su marido permanec�a trabajando en Buenos Aires, pon�a tanta enjundia que la convert�a en una especialista por su t�cnica y lascivia.
Ahora y despu�s de lo que le pareci� una eternidad, sus papilas se regodeaban con los cl�sicos humores de aquellos lugares y cuidadosamente recorri� los meandros de las arrugas en los test�culos en un juego de lengua y labios que pusieron en su mente como una proyecci�n de viejas pel�culas, el recuerdo de sus mejores relaciones orales; obnubilada por los recuerdos y el perverso conocimiento de que su hija estaba a no m�s de cinco metros de ella, acrecent� el manoseo a la verga que cada vez cobraba mayor volumen y como en un acto reflejo, se esforz� para alcanzar con la lengua el negro haz de esf�nteres del ano para lambetearlo con verdadero frenes�.
El ansia y la posici�n del cuello le imped�an libertad de movimiento y llenaban de saliva su boca pero, ejerciendo el papel dominante de la mujer mayor, coloc� las manos debajo de los muslos para empujar intentando levantar las piernas y el joven, comprendiendo el prop�sito de aquella se�ora que parec�a una consumada prostituta, las alz� por s� mismo al tiempo que se corr�a m�s hacia el borde.
Toda la zona genital se le ofrec�a en lo que ella consider� un verdadero manjar y tras dejar caer abundante saliva en la testa del pene para lubricarlo, inici� una lerda masturbaci�n por la que los dedos recorr�an el tronco en toda su extensi�n y, conforme con aquello, descendi� otra vez a lo que le antojaba un delicioso objetivo para poner en acci�n conjunta a labios y lengua en intensas lamidas y hondos chupeteos por los que sent�a el acre olor de la tripa que a muchas repugna pero que a ella se le antojaba un elixir de los dioses.
A�os de experiencia y el sabio consejo de un bisexual al que se entregara en el frenes� de sus dieciocho a�os, le hab�an ense�ado que los hombres, en un alarde de falso machismo, niegan y rechazan todo cuanto tenga que ver con el ano pero internamente lo gozan aun m�s que las mujeres, adiestr�ndola en s� mismo c�mo sodomizarlos manualmente y hasta hacerlos acabar excitando la pr�stata.
Con la dilataci�n de los esf�nteres del muchacho, hab�a logrado introducir en la tripa la punta de la lengua r�gidamente envarada y, ante sus gru�idos de satisfacci�n, fue acompa��ndola con la punta del �ndice que introduc�a f�cilmente sobre la espesa saliva, esperando cautamente que el instintivo fruncimiento cediera para ir profundizando la sodom�a.
Reforzando la acci�n, alz� la cabeza para encajar su boca abierta de costado sobre el tronco del pene en franca competencia con los dedos que entonces hizo subir para correr el prepucio y ce�ir entre ellos la monda cabeza en un fant�stico movimiento envolvente; labios y lengua se esmeraron a lo largo del tronco en tanto que los dedos alternaban la caricia al glande con prietos roces al interior del surco que protegiera el prepucio.
Lenta, muy lentamente y en armon�a con lo que hac�a sobre el pene, el dedo iba penetrando la tripa al parecer sin ocasionar inconvenientes al muchacho y s� una sensaci�n novedosa, ya que en medio de susurrados asentimientos, la alentaba a no parar al tiempo que le acariciaba la cabeza, hundiendo los fuertes dedos en su corto cabello.
Su voracidad ya le imped�a aguantar m�s y llegando cercana a la cabeza, puso la lengua a recorrer tremolante la hendidura del surco para luego hacer que los labios se entretuvieran macerando la delgada piel del prepucio; el dedo mayor hab�a reemplazado al �ndice en la sodom�a con la penetraci�n total y, curv�ndolo, fue buscando la protuberancia que indicaba la presencia de la gl�ndula.
Hall�ndola ah� donde la practica le indicaba, fue presion�ndola suavemente en lento rozar de la yema y en consonancia, excitada ella misma tanto como Ariel, abri� la boca golosa para envolver la ovalada testa e introduci�ndola entre los labios hasta que estos ci�eron al surco, realiz� un moroso vaiv�n de la cabeza en tanto degustaba el l�quido blancuzco que segrega la pr�stata al ser excitada manualmente.
La consistencia de esa verga juvenil la enajenaba y en tanto daba a la mano un movimiento giratorio de sube y baja, disloc� la mand�bula aparatosamente e introdujo el falo hasta sentirlo rozar la campanilla y reprimiendo una arcada, cerr� los labios sobre el tronco para iniciar una salvaje succi�n al tiempo que la mano completaba la masturbaci�n desliz�ndose sobre la abundante saliva que ella dejaba escapar.
Pocas veces en su vida hab�a mamado tan portentoso ejemplar y sinti�ndose ella misma excitada por el entusiasmo con que se entregaba a la felaci�n, increment� la sodom�a ya no s�lo excitando a la gl�ndula sino ejecutando un verdadero coito en vigoroso ir y venir, hasta que la combinaci�n de manos y boca enardeci� al joven que en sordos bramidos le anunci� la proximidad de su eyaculaci�n.
Feliz por la recompensa que le esperaba, se dedic� con denuedo al acto, agregando el raer incruento de sus finos dientes a la piel y la introducci�n del �ndice junto al mayor en una sodom�a que enloqueci� a ambos hasta que, con la bronca proclamaci�n de su alivio, separ� la boca para recibir sobre la lengua extendida como una alfombra los chorros espasm�dicos de un espeso, c�lido y almendrado semen que fue deglutiendo lentamente con deleitada fruici�n.
Todav�a estremecida por la emoci�n de volver a vivir una felaci�n tan maravillosa, sigui� aplic�ndose en lerdas succiones al pene mientras la mano convert�a la recia masturbaci�n en una amorosa caricia y los dedos sal�an paulatinamente del ano; tras eliminar con la punta de la lengua las �ltimas gotas que rezumaba la uretra, subi� reptante hasta el pecho del hombre y bes�ndolo con angurria, le dijo con perentoria pasi�n que ahora era su turno.
Entendi�ndola claramente, Ariel se levant� del asiento para dejarle ocupar su lugar y cuando lo hizo, con delicada presteza tom� la el�stica cintura del jogging para bajarla hasta lo pies, sac�ndolo diestramente a pesar de las zapatillas; s�lo la m�nima trusa ocupaba su entrepierna y tras abrirle las piernas para apoyarlas encogidas sobre el asiento, acerc� la cabeza a aquel v�rtice que exhalaba las fragancias org�nicas de sexo, mezcla de exudaciones hormonales y los jugos conque se manifestara su calentura.
El estar absolutamente desnuda junto las cuarenta y tantas personas del pasaje pon�a en su mente una oscura sensaci�n de soberbia y desaf�o y asiendo ella misma sus rodillas para separarlas tanto como pod�a, le suplic� susurrante al joven que la hiciera acabar con su mejor minetta; con avariciosa gula, el coordinador que en definitiva no hab�a resultado ser tan joven como ella supusiera, apoy� sus fuertes manos en la m�rbida carnosidad de las nalgas y la lengua se desliz� empalada sobre la tenue tanga, procurando saborear los fluidos que empapaban la tela en un lambeteo similar al de un perro.
Carnosa y fuerte, resbal� a lo largo de la comba, relevando cada cent�metro de la vulva que se adher�a a la tela y la punta afilada, escarb� sobre la rendija en tremolante tr�nsito desde el cl�toris hasta la cegada entrada a la vagina; eso era lo que ella ansiaba pero en su err�nea evaluaci�n sobre la edad del hombre no esperaba esa inicial demostraci�n de habilidad.
Alent�ndolo con susurradas manifestaciones de que eso era lo que quer�a e inst�ndolo a desprenderla de la prenda, vio como �l as�a las delgadas tiras del slip para romperlas de un tir�n y luego elevar su grupa para tener un mejor acceso al hueco e instalar la poderosa lengua estimulando el ano; realmente, como pr�logo aquello era fant�stico, ya que la lengua hurgaba no s�lo en los esf�nteres sino que tambi�n excitaba las carnes que los rodeaban hasta el mismo perineo y los labios se complementaban con ella en fuertes chupeteos, por eso y para facilitarle al hombre cuanto quisiera hacerle, encogi� las piernas y asi�ndolas por los muslos, las llev� hasta rozar sus pechos.
Semejante inicio promet�a conjeturar que su tan ansiado como demorado orgasmo lo conseguir�a en manos de Ariel y cuando aquel, imit�ndola, reemplaz� el accionar de la lengua por la punta de un dedo que no ten�a la finura ovoide de los suyos sino una reciedumbre mocha y fue separando delicadamente los esf�nteres para ir introduci�ndose a la tripa, no pudo menos que asentir repetidamente en un fervoroso pedido por m�s; complaci�ndola, el joven lo adentr� en el recto al tiempo que labios y lengua ascend�an en un periplo remol�n que, desde el perineo, exploraron minuciosos los alrededores de la entrada a la vagina y obedeciendo la invitaci�n de los dedos de la otra mano que separaron ampliamente los labios mayores de la vulva, accedieron a los menores, verdaderos colgajos que exhib�an en su parte baja dos grandes l�bulos carneos y luego se arrepollaban en intrincados frunces de subido color viol�ceo.
Crispada por la angustia de la espera, Daniela vio fascinada como �l rebuscaba con la lengua entre las carnosidades y buscaba recalar en la lisura del �valo; con los dientes apretados dejaba escapar un sordo bisbiseo por el que repet�a un encendido si.
La lengua hurg� sobre la nacarada superficie como verificando el nacimiento de los frunces y deteni�ndose unos instantes sobre los pellejitos que rodeaban al orificio de la uretra, succion� apretadamente en �l para luego trepar adonde se alzaba el cl�toris al que el pulgar despej� del arrugado capuch�n de piel; aunque oculto detr�s del tejido membranoso, el pene femenino evidenciaba su dilatada experiencia en esa pr�ctica por el volumen casi grosero que lo aproximaba al de un me�ique de beb�.
La punta tremolante toc� la blancuzca cabecita prisionera y a ese contacto, fue como si algo indeciblemente glorioso pinchara sus ri�ones y se extendiera a lo largo de la columna estremeci�ndola; tras la lengua, los labios carnosos encerraron la diminuta prominencia f�lica para comenzar a succionarla con tal intensidad al tiempo que el dedo aceleraba la sodom�a, que Daniela solt� las piernas que sigui� manteniendo encogidas, para someter a sus senos a un fuerte estrujamiento al que combin� con tan placenteros como recios retorcimientos a los pezones.
Paulatinamente, mordi�ndose los labios para no dar rienda suelta a sus gemidos de gozosa alegr�a, sinti� como labios y lengua eran reemplazados por �ndice y pulgar para dejar que estos bajaran a lo largo de los fruncidos tejidos; Ariel encerr� los colgajos para succionarlos y hacer que la lengua los presionara contra el paladar y los dientes se ensa�ara mordisque�ndolos con ins�lita suavidad que sin embargo la alienaba por lo que los filos le transmit�an.
Luego de unos momentos de tan fant�stica minetta, la boca baj� hasta la dilatada vagina para introducir en ella la avariciosa punta de la lengua sobre los jugos que brotaban espont�neamente; esa misma abundancia hizo que los labios los sorbieran como una ventosa y ah� fue que en medio de sus reprimidos bramidos, �l fue penetr�ndola con dos dedos a los que encorv� y en un movimiento oscilante de la mu�eca, los hizo recorrer casi toda la superficie del anillado canal vaginal.
El trabajo de manos y boca era soberbio y pronto Daniela sinti� como los afilados colmillos de sus demonio internos rasgaban deliciosamente los nervios y tendones como queriendo incinerarlos en la hoguera del vientre y sabiendo que ese era el pr�logo de un verdadero orgasmo, la manifest� con ronca urgencia y entonces, con la fren�tica actividad de los dedos en el sexo y ano, m�s las imperativas succiones al cl�toris, comenz� a expulsar en espasm�dicas contracciones la pl�tora de sus mucosas uterinas.
Hac�a tanto que no disfrutaba de una acabada tan perfecta que su cuerpo y mente no se satisfac�an con ella sin haber experimentado la sensaci�n de ser penetrada por un falo de los proporciones del de Ariel y sent�ndose en la butaca, inst� al coordinador a pararse, tras lo cual se abalanz� con boca y manos sobre el miembro que, tumefacto, ni fl�ccido ni erecto, pend�a como una apetitosa morcilla; vorazmente, labios, lengua y dedos se afanaron sobre la verga hasta conseguir una pronta erecci�n y entonces, levant�ndose al tiempo que le ped�a ocupara su sitio, se puso de espaldas al hombre y flexionando las piernas, fue descendiendo el cuerpo.
Cuando sinti� al pene rozando la vulva, extendi� una mano hacia �l para asirlo y guiarlo al encuentro con la boca de la vagina empapada por la eyaculaci�n; la punta del ovalado glande resbal� sobre los jugos lubricantes y entonces, despu�s de un movimiento circular para dilatarla aun m�s, la emboc� decididamente al tiempo que hac�a descender morosamente el cuerpo; verdaderamente, era inefable la sensaci�n de aquel tronco que iba penetr�ndola, superando con creces y tal vez en demas�a, la recia consistencia de los dedos.
Finalmente, volv�a a sentir en su interior el vigor de un buen falo y aunque su deslizamiento progresivo no s�lo separaba los m�sculos desacostumbrados sino que raspaban y desollaban la piel del conducto, el sufrimiento la elevaba a un disfrute rayano en el masoquismo y ese tipo de goces la sum�a en una ansiosa angustia por incrementarlos hasta convertirlos en los m�s gloriosos placeres; con una mano apoyada en la pared del ba�o y la otra sobando concienzudamente los senos colgantes, bajo y baj� hasta que la punta del miembro traspas� la barriera del cuello uterino y la pelambre del hombre rasc� su ano.
Entusiasmada y ayudada por las manos de Ariel en sus caderas, inici� un flexionar de las piernas que hizo a la verga completar el destrozo a sus carnes pero a la vez rozar con un terrible dolor-goce la prominencia del punto G y los pellejos producidos por la abrasi�n; con los dientes apretados y el aliento caliente brotando del pecho por sus narinas dilatadas como las de un animal salvaje, imprimi� al galope un ritmo enloquecedor por el que sus nalgas chasqueaban sonoras contra los muslo de �l y entonces fue que Ariel corri� una de sus manos para hacer que el dedo pulgar y ahora sin miramientos, ingresara violentamente al ano en una deliciosa sodom�a.
Daniela deb�a realizar un verdadero esfuerzo de concentraci�n para no estallar en exclamaciones de contento, pero s� consigui� articular un ronco pedido de mayor placer que el joven complaci� a�adiendo el otro pulgar mientras meneaba su pelvis hacia arriba para intensificar la penetraci�n al sexo.
Ciertamente, nunca hab�a disfrutado tanto en una relaci�n tan furtiva como aquella y manteni�ndose apoyada con el antebrazo izquierdo a la pared, arque� m�s el cuerpo y llev� la derecha a estimular al cl�toris; vi�ndola gozar con tal predisposici�n, Ariel retiro la verga del sexo y antes que pudiera articular una protesta, la apoy� contra los esf�nteres anales que hab�a dilatado ampliamente y empuj� de una.
Hac�a a�os que Daniela no disfrutaba de una sodom�a total y sentir semejante falo invadiendo la tripa la llev� a expresar su complacencia con un estent�reo asentimiento que debi� recorrer el �mnibus pero luego y con los p�rpados apretados y la boca expeliendo un hondo jadeo, colabor� con un cansino galope que le hac�a sentir l plenitud del miembro y con su mano yendo a ocupar el lugar dejado por la verga, introdujo tres dedos a la vagina y as� se dej� estar en una magn�fica jineteada.
Ante la proclamaci�n del hombre de su pr�xima eyaculaci�n, sali� de la verga para darse vuelta y cayendo de rodillas entre sus piernas, meterla enteramente en su boca; el gusto de las mucosas intestinales siempre le hab�a provocado un ins�lito placer y ahora, mezcladas con restos del agridulce de las vaginales, la indujeron a ce�ir los labios contra la fabulosa barra de carne e iniciar un r�pido vaiv�n con la cabeza que aliment� el pedido urgente del hombre para que lo hiciera acabar y, combinando la acci�n de amabas manos envolviendo la verga en un acelerado giro inverso, se dedic� al chupeteo de la parte superior hasta que, con el rugido contenido de �l, abri� la boca para recibir en ella los chorros espasm�dicos de un semen tanto o m�s sabroso del que disfrutara media hora antes y deglutiendo ese n�ctar con delectaci�n, se dijo que los pr�ximos quince d�as ser�an la oportunidad para liberar los oscuros demonios de sus m�s perversas fantas�as sexuales.
Por favor vota el relato. Su autor estara encantado de recibir tu voto .
Número de votos: 3
Media de votos: 8.33
Si te gusta la web pulsa me gusta y +1
Relato: Sexi en el bus
Leida: 1763veces
Tiempo de lectura: 12minuto/s
|