MARISA 5
NO ME SIRVI� DE NADA ADELANTAR quince d�as mi regreso a
Santiago para estar con Marisa. Quiz� fue mala suerte o una concatenaci�n de
imponderables que nos impidieron disfrutarnos con la frecuencia que
dese�bamos.
Primero fue el accidente de su hermano Enrique que la
mantuvo tres d�as y tres noches ocupada en el Hospital Universitario durante
los cuales mi amada Marisa no pudo pegar un ojo. Al regresar a casa estaba
cansada, molida y tan falta de sue�o que se pas� casi veinticuatro horas
durmiendo.
Cuando finalmente se levant� y me las promet�a muy
felices, le aparece la menstruaci�n y ni pensar en hacer el amor. No me lo
permiti� porque, seg�n ella, hacerlo durante esos d�as era una guarrada que
no estaba dispuesta a consentir. Le asegur� que a mi, su sangre, cualquier
clase de sangre que saliera de ella, me resultar�a tan sabrosa como la misma
ambros�a� si las miradas mataran me hubiera muerto en aquel momento. Total
que, excepto el primer d�a que ya dejo narrado, me pas� el resto de los
quince d�as sin poder catar a mi dulce Marisa.
Empez� el curso y las oportunidades de hacer el amor
tranquilamente desaparecieron por completo. Estaba tan cabreado que hasta me
pareci� que me tomaba el pelo, quiz� porque cre� observar que, de repente,
su religiosidad aumentaba notablemente. Confesaba y comulgaba casi cada d�a,
y aunque siempre se hab�a mostrado una ferviente cat�lica, ahora se pasaba
de la raya. Pod�an ser alucinaciones m�as debido a mi estado de excitaci�n,
porque, la verdad, ella me demostraba el mismo amor de siempre, pero en lo
tocante a realizar el acto amoroso se mostraba renuente y temerosa,
demostrando un terror p�nico a que nos descubrieran. � No, deja, ahora no,
puede vemos Purita � � Pero, mujer, si falta una hora�� No, amor mio, puede
presentarse de improviso y sorprendemos� �D�jame, d�jame, Tom, por favor �
Tanto si me gustaba como si no, tuve que conformarme con
los besos robados, las caricias a hurtadillas y, cuando me propasaba en
�stas: �No, deja, ahora no, ya vendr� la Navidad y las vacaciones, cari�o,
no seas impaciente � fue su letan�a durante tres meses, y con esa esperanza
tuve que conformarme.
Hubiera podido consolarme de mi abstinencia forzosa con
Mabel o con Purita, pero, quiz� por culpa de la sublimaci�n del deseo que
sent�a por Marisa seg�n cre�a, no eran ellas plato que deseara cocinar,
posiblemente debido a que cuanto m�s reacia se mostraba mi amada, m�s
aumentaba mi deseo de ella, y �ste deseo exclu�a a todas las dem�s mujeres.
No me apetec�a Mabel porque era una f�brica de perfumes ambulante a la que
toda la Universidad se pasaba por la piedra y siempre he tenido horror a las
enfermedades ven�reas; la segunda, Purita, porque hacer el amor con ella era
como hacerlo con un tocadiscos.
Por otra parte, esta obsesi�n por Marisa no me permit�a
concentrarme en mis estudios y estos se resintieron hasta el punto de que
por primera vez en mi vida de estudiante suspend� dos asignaturas en los
ex�menes trimestrales de Navidad: Qu�mica e ingl�s. Afortunadamente, los
ex�menes eran parciales; nada hab�a ocurrido que no pudiera reparar m�s
adelante, pero ello dar� una idea de hasta que punto mi obsesi�n me imped�a
concentrarme �Hab�a logrado, por fin, olvidarme de Sharon? Desgraciadamente,
tuve que reconocer que no. Por m�s que me forzaba a creer que Marisa era la
mujer de mi vida, siempre me quedaba un trasfondo que no quer�a analizar.
Por si esto no fuera bastante, cuando m�s felices me las
promet�a al empezar las vacaciones de Navidad llega la noticia de que el
padre de Marisa hab�a sufrido un infarto de pron�stico reservado y hab�an
tenido que internarlo en la Residencia de la Seguridad Social de Carballo.
De nuevo desaparece mi amada y esta vez sin saber fecha
de regreso. Era mala suerte la m�a, llegu� a pensar que alguien nos hab�a
echado mal de ojo, que nos hab�an gafado �qu� otra explicaci�n ten�a tanta
desgracia junta? Si hubiera sido supersticioso, me lo hubiera cre�do.
Comenc� a tener sue�os er�ticos, y a tal extremo real,
que acababa con la ropa interior acartonada. Era una verg�enza, no pod�a
consentir que Purita, o quien se encargara de la limpieza de mi ropa
interior, imaginara que yo era un adicto al onanismo. Y para mayor INRI, en
todos mis sue�os er�ticos, la partenaire no era mi amada Marisa sino... �
Sharon! Me desazonaba tener sue�os er�ticos, pero a�n me molestaba m�s que
fuera Sharon el motivo de mis sue�os. �Por qu� Sharon, y no Marisa? �Que
neurona de mi cerebelo ten�a registrada tal anomal�a? �Y por qu�? La
respuesta no me gustaba.
Tambi�n ten�a por seguro que los descarados ofrecimientos
de Purita ten�an como base la creencia de que las manchas de mi ropa
interior eran debidas a mi timidez en solicitar sus favores. �De qu� otra
manera pod�an explicarse sino la persecuci�n a que me somet�a? La joven
aldeana me asediaba con tal asiduidad que, finalmente, acab� por claudicar.
Ocurri� una tarde de vacaciones a mi regreso de Vigo,
porque hab�a prometido a los abuelos pasar las Nochebuena y La Navidad con
ellos. Llegu� a Santiago a media tarde del d�a de San Esteban y cerr� el
coche en el garaje.
De no haber sido por Sharon me habr�a quedado en Vigo.
Pero, al verla, m�s mujer, m�s hermosa que nunca y m�s apetecible despu�s de
mi larga abstinencia, me dije, mejor ser�
que te vayas, si quieres acabar de una vez con el
prolongado incesto que has mantenido con tu hermana. No me hab�a resultado
f�cil resistirme a sus encantos, pero me hab�a propuesto acabar
definitivamente con nuestra antinatural relaci�n. Escap�, hu� de su
demon�aca belleza, de su cuerpo de �nfora romana y, sobre todo, hu� de mi
propia debilidad, porque me di cuenta que, ni mi amor ni mi deseo de Marisa,
hubieran sido suficientes a contenerme. Sab�a que aquel nuevo desprecio
hab�a ofendido a Sharon m�s que si le hubiera soltado un escupitajo en la
cara, pero... ten�a que acabar con aquellas relaciones incestuosas. Yo no
deb�a pensar m�s en mi hermana. Aquella pasi�n nuestra era denigrante,
execrable e infamante para los dos. Si no por ti, hazlo por ella, y me fui,
con todo el dolor de mi coraz�n, pero me fui. Tuve que conducir un buen rato
viendo la carretera a trav�s de mi congoja y parpadeando y apretando los
dientes, pero me fui
Aquella tarde de mi regreso, creyendo estar solo en casa,
me desnud� meti�ndome en la ducha. El piso estaba silencioso e imagin� que
me encontraba solo. Me dio un susto de muerte o�r abrirse la mampara de
cristal esmerilado.
Estaba completamente desnuda, con sus caprinas tetas
apunt�ndome descaradamente, desafiantes y tentadoras.
-- Se�orito, �puedo ducharme yo tambi�n? - pregunt� con
toda desfachatez.
La mir�, me encog� de hombros y alargu� una mano que tom�
diligentemente. Se peg� como una lapa a mi fl�cida herramienta. Los negros
rizos de su pubis cosquillearon sobre mi verga, y �sta, medio tiesa ya,
acab� de erguirse como palo de mesana hasta el ombligo.
--�Caray, qu� rapidez! - exclam� ech�ndome los brazos al
cuello y ofreci�ndome su boca.
Esta vez no ol�a a ajos. Hasta se hab�a perfumado toda
ella en mi honor, o eso imagin�. La levant� en vilo sosteni�ndola por las
prietas y rotundas nalgas, m�s duras que el granito. Separ� los muslos
abarc�ndome por la cintura. La dej� caer despacio, sosteniendo la erecci�n
de forma que se introdujera en su h�meda vaina.
-- Uuuuy... - exclam� cuando comenc� a perforarla - �Qu�
grande la tiene el se�orito! Parece la de un burro... que gusto, se�orito �a
usted tambi�n le da tanto gusto?
-- Claro, mujer - respond� pacientemente - pero hazme el
favor de callarte.
-- Pues a mi novio le gusta que hable mientras follamos.
-- Me parece bien que le hables a tu novio todo lo que
quieras, pero yo no soy tu novio, joder, y a m� me gusta el silencio
�comprendes?
-- �Qu� pena! - exclamo acercando incitadora su boca a la
m�a - Si no hablo no se enterar� de lo mucho que me gusta. Ahora mismo estoy
a punto de correrme... uuuuy... que bueno... aaayyy cuanto me gusta...
uuuuy... me corro �no lo nota?
-- Si, lo noto, joder, pero c�llate, c�rrete en silencio.
-- �Es que est� tan bueno!
-- Ya s� que est� bueno, le�e - exclam�, eyaculando como
una fuente.
-- Uuuuuuuuy... �vaya salivazo que me ha soltado...
aaaay... que bueno sentirla... me est� haciendo un ni�o con tanta leche...
aaay... uuuuuy... no se ha puesto el cond�n, se�orito... pero as� da m�s
gusto... �qu� guuuusto daaaa�as� me corro m�s... aaaaaay qu� buenooooo.. .
Me vaci� dentro de ella oyendo sus exclamaciones de
placer. Era imposible mantenerla callada y, si he de ser sincero, o�rle
explicar como se corr�a y el gusto que le daba correrse una y otra vez, no
era en absoluto desagradable. Ella era una chica sincera que demostraba que
follar le gustaba m�s que el primer premio de la loter�a.
-- Oye, Purita - le dije pensando la forma de mantenerle
la boca cerrada - por qu� no me la chupas un ratito �quieres bonita?
-- Ay, se�orito, a m� me gusta m�s... uuuy... aaay...
correrme con ella dentro... si se la chupo tendr� que sac�rmela... uuuuuy...
otra vez me corro... aaaay que guuusto...
-- Bueno, est� bien, lo haremos mejor en la cama. Me
duelen los brazos.
-- Si, se�orito, peso mucho.
-- Pero antes tendr�s que dejarme que te lave �te parece?
Me asegur� que ella tambi�n se lo lavaba todos los d�as,
y la cre�. La met� en la ba�era, la enjabon� de arriba abajo magreando m�s
que limpiando su macizo cuerpo de campesina. Le abr� la vulva con dos dedos
enjabonando su carne �ntima hasta que desapareci� bajo la espuma. Volvi� a
correrse con mis toqueteos y me agarr� la verga con las dos manos como si
temiera que se la robaran.
Me puse sobre ella y se la met� hasta la cepa. Se corri�
tres o cuatro veces antes de que yo acabara de inundarla de semen por
segunda vez. Luego volv� a lav�rselo y le pregunt�:
--�Te han lo han chupado alguna vez?
Abri� los ojos y sonri� antes de preguntarme:
--�A usted tambi�n le gusta hacer eso?
-- Cuando est� limpio, s�. No hay nada malo en ello. �A
ti no te gusta chup�rselo a tu novio?
-- No mucho, le huele raro �no sabe? Pero la suya,
lav�ndose tanto como se lava...
-- Anda, vamos a probarlo en la cama. Practicaremos sexo
oral.
Salimos del agua chorreando, y la sequ� con la toalla de
arriba abajo, deteni�ndome entre sus muslos para meterle la mano en la
vagina, hundi�ndosela casi hasta los nudillos. Sent� que se corr�a sobre mis
dedos y la viscosa emisi�n fue tan abundante que me pareci� imposible que se
hubiera corrido ya tres o cuatro veces.
Capiculados en la cama, con mi cabeza entre sus muslos y
mi verga en su boca hasta casi atragantarse, le chup� el cl�toris,
sorbi�ndolo y titil�ndolo con la lengua. Suerte que no pod�a hablar pero a�n
as� sus gru�idos de placer eran tan fuertes que m�s parec�a la matanza del
gorrino que una sesi�n del sesenta y nueve. Su boca y su lengua me estaban
llevando al orgasmo tan deprisa que, cuando el primer borbot�n salt� potente
dentro de su boca tuvo una arcada, pero luego trag� sin muestras de disgusto
los cinco o seis chorros siguientes y casi me dio la impresi�n de que lo
hac�a con la misma fruici�n con que tragar�a un helado derretido.
Aquella tarde estuvimos haciendo el amor durante horas.
Descargu� tres o cuatro veces dentro de su co�o y le gustaba tanto sentir
los algodonosos golpes que no volvi� a acordarse del cond�n en toda la
tarde. Si de aquellas corridas quedaban consecuencias, ella sabr�a sacar
partido a las sesiones que manten�a con su novio. Le gustaba follar sin
descanso. Hubiera sido capaz de agotar a todos los soldados de un
regimiento, incluidos los oficiales con su coronel al frente. Era
inacabable. Pero lo que le gustaba hasta el delirio es que mi "tranca " (as�
llamaba siempre a mi pene) le abriera el co�o una y otra vez. Lo sosten�a
con dos dedos por la ra�z, se las arreglaba de tal manera que me la sacaba
entera para notar como el capullo le abr�a la vagina a cada embestida. De
aquella manera era capaz de tener un orgasmo cada minuto
Me la hubiera podido trajinar ma�ana y tarde si no
hubieran estado en la casa Mabel y Merche que, sin que supiera la causa, no
hab�an ido a ver a su abuelo ni una sola vez pese a lo grave de su
enfermedad. Luego me enter� que su madre les hab�a telefoneado desde
Carballo asegur�ndoles que el abuelo se hab�a recuperado y que pronto
regresar�a a casa.
Se acababan las vacaciones de Navidad, lleg� Fin de A�o y
me encontraba m�s solo que la una y no porque Mabel no me hubiera invitado a
pasar otra noche de muerte con la pandilla de amigos que ya conoc�a, incluso
pod�a quedarme a dormir en la misma casa de su amiga Pilar Maneiro, en donde
tambi�n se quedaba ella, e incluso, coment� gui��ndome un ojo, con un poco
de suerte hasta podr�amos dormir juntos hasta despu�s de Reyes en que
regresar�amos al finalizar las vacaciones. Declin� la invitaci�n alegando
que ya ten�a un compromiso previo, evit�ndome as� la posibilidad de morir
asfixiado alguna noche en su olorosa y pult�cea lonja de pescado.
Sab�a que me amigo Lalo estaba en Vigo. �l mismo me lo
hab�a indicado antes de marcharse. Para Fin de A�o, hab�a quedado con una
chavala de Vigo para ir a bailar, bonito eufemismo, a Bayona, si no recuerdo
mal al Parador Nacional donde estaba invitado.
Mireya C�rdenas y su hermano Toni, compa�eros de curso,
andaluces, ella muy guapa y simp�tica, hija de un oficial del Cuerpo General
de la Armada con destino en el departamento mar�timo del Ferrol con la que
hab�a salido en alguna ocasi�n, tuvo la amabilidad de invitarme a su casa.
Estuve tentado a tomarles la palabra porque me gustaba la muchacha, pero,
pens�ndolo detenidamente, declin� tambi�n la invitaci�n pues ning�n otro
compa�ero de curso hab�a sido invitado e imagin� que me encontrar�a
desplazado entre tanta gente desconocida. Por otra parte, estaba demasiado
deprimido y de mala leche como para ser un buen compa�ero de fiesta. Declin�
la invitaci�n con la misma excusa que le puse a Mabel. Nos dimos un par de
castos besos en las mejillas y nos deseamos Feliz A�o Nuevo al separamos.
Aquel Fin de A�o cen� en casa con Merche, la ontodoncica.
Pensaba irme a dormir como cualquier otra noche, porque no ten�a humor para
nada, ni siquiera para coger el coche e irme a la ventura esperando lo que
la noche me deparara. No estaba de humor y adem�s me pareci� absurdo haber
declinado las invitaciones de los amigos para luego salir sin rumbo fijo en
una noche en que todo el mundo se re�ne a celebrar la �ltima fiesta del a�o.