CAPITULO II: Marcada a Fuego
Al igual que la tortura anterior sus piernas fueron bien separadas para dejar
expuesta al m�ximo su vagina, pero esta vez acomodaron las pierna mas elevadas
para que se pudiera ver bien todo lo que suceder�a.
Enrique comenz� a introducirle sin muy despacio para que no sintiera dolor, un
fierro de unos 5 cent�metros de ancho y el largo era de casi dos metros, claro
no lo introdujo todo solo hasta que sinti� que ya hacia tope en el interior del
cuerpo, ella a�n no sent�a ning�n dolor solo la sensaci�n de la penetraci�n fr�a
del ca�o, pero el temor era peor porque no sabia con que se iban a salir, solo
sabia que iba a ser muy dram�tico.
Los soldados obedeciendo una orden previa de el pr�ncipe acercaron hacia la
victima una especie de mini caldera donde ya adentro hab�a una temperatura
considerable, en el se destacaba un agujero a la altura de los genitales de la
victima, donde encajaba a la perfecci�n el ca�o que sal�a de la vajina de la
victima. La desesperaci�n de la esclava comenz� a ser cada vez mayor, sus quejas
e insultas se convirtieron r�pidamente en suplicas, pero ya era tarde nada iba a
detener lo que suceder�a.
Enrique acomodo personalmente el extremo del fierro dentro de la caldera, que
cada vez ganaba mas temperatura, lo introdujo medio metro lo suficiente para que
comience a calentarse a temperaturas alt�simas, dejando visible un metro mas en
el exterior e introduci�ndose unos 30 o mas cent�metros dentro de la victima.
Todas las esclavas ve�an en silencio sepulcral todo lo que suced�a, pero no
sent�an y ni quer�an sentirlo en carne propia.
Las suplicas aumentaban junto a la temperatura, la esclava rebelde sent�a
dentro de su vientre como el ca�o que hace un rato era fri� tomaba r�pidamente
temperatura, su cuerpo era invadido por un peque�o calor excitante, por un
momento pudo cerrar los ojos y olvidarse de lo que suced�a y pensar en que solo
estaba teniendo sexo con un gran macho, eso la tranquilizo un poco y la �xito
mas , ella sabia que de esta talvez no saldr�a con vida y quer�a disfrutarlo por
ultima vez. El principe observaba asombrado como su victima en vez de seguir
suplicando estaba excit�ndose, los gritos se convert�an poco a poco en gemidos,
esto le causo bronca, pero solo pod�a observar, el bien sabia que el tiempo
dar�a otro resultado.
El fierro dentro de la caldera comenzaba a ponerse al rojo vivo y muy de a
poco ese rojo intenso avanzaba como si fuese lava de un volc�n hacia la vagina
de la esclava, la temperatura al otro extremo de la barra estaba comenzando a
ser considerable, pero la esclava rebelde segu�a concentrada y cada vez mas
convencida de que estaba en otro lugar. So�aba que estaba en el campo, tirada en
el fardo de un establo teniendo sexo con un campesino robusto y con un pen�
descomunal y caliente, se imaginaba que este se mov�a sin parar provocando
dentro de ella una fricci�n terrible que le provocaba mucha temperatura,
realmente pod�a sentirlo as�, sent�a que cada vez mas caliente tenia el pen� su
macho y ella quer�a acabar, quer�a apagar con sus jugos ese calor insoportable.
Enrique observaba con asombro a su victima como se contorsionaba y gritaba de
placer, mientras el fierro estaba al rojo a cent�metros de su vajina. El no
pod�a entender como semejante temperatura podr�a darle placer a alguien. De
repente la esclava dio un gran grito de placer provocado por un inmenso orgasmo,
y luego unos pocos segundos de silencio ya que ella volvi� en si r�pidamente y
despert� de sus fantas�as sintiendo el olor de su propia carne quem�ndose muy de
a poco por el gran fierro. Ya el rojo vivo golpeaba las puertas de sus labios
vaginales y estos eran achicharrados por el calor infernal.
Los gritos desgarradores de la Etelvina se pod�an escuchar en todo el
castillo, y el olor a carne quemada era insoportable, el fierro que se ve�a
salir de la caldera ya estaba todo amarillo y as� se perd�a dentro del cuerpo
blanco, que comenzaba a transparentar una l�nea morada reflejando el lugar donde
se alojaba el hierro. Este estaba derritiendo todo r�pidamente a su paso, y para
darle un punto final a espantosa situaci�n, Enrique con una pinza especial para
manipular hierros de fundici�n comenz� a deslizarlo mas para adentro del cuerpo
de la esclava. El fierro avanzaba sin poner ning�n tipo de resistencia y a cada
paso que daba menor eran los gritos de la victima, era tan espantoso el dolor
que ni lo sent�a. El rostro de la esclava estaba rojo de tanto gritar y llorar,
en un momento de ternura Enrique dejo de penetrarla y se acerc� a acariciar sus
cabellos y su rostro, secando las lagrimas que brotaban de la esclava.
Ubic�ndose detr�s de ella y tomando su cabeza con mucha delicadeza comenz� a
inclinarla hacia atr�s dejando al descubierto toda la garganta de la esclava, en
esa posici�n ella lo miraba a el directamente a los ojos y el le dijo con una
voz muy tierna � No te preocupes que ya todo termina - , y con solo una mirada a
los soldados ordeno que siguieran con lo que el hab�a dejado.
El fierro avanzaba lentamente pero constante dentro de ella, atravesando con
su calor cualquier obst�culo que se le atraviese.
Etelbina sent�a como el calor invad�a todo su cuerpo y pod�a sentir los
m�sculos y �rganos quem�ndose en su interior, era una sensaci�n de un calor muy
intenso, que a la vez se contrastaba con un fri� mortal que la hacia
desvanecerse.
Enrique la manten�a despierta y con la posici�n de la cabeza inclinada, para
que ella sintiera todo ese calor hasta el ultimo segundo de vida que le quedara.
Pronto ya no pod�a respirar mas porque el hierro estaba penetrando su traquea
y comenzaba a invadir su garganta. En el delicado cuerpo blanco de Etelbina se
observaba la l�nea morada que iba desde sus genitales hasta su garganta y esta
mostraba impresionantemente el bulto del hierro que la estaba recorriendo y ya
comenzaba a salir por la boca de la esclava moribunda.
El fierro hab�a atravesado todo el cuerpo de Etelvina y esta yac�a muerta en
la mesa de tortura, Enrique se mostraba muy satisfecho porque sabia que su
victima hab�a sentido antes de morir como el fierro sal�a de boca.
Las esclavas miraban con espanto pero en silencio, conteniendo los llantos
por miedo a ser castigadas brutalmente.
Los soldados tomaron cada punta del fierro y as� trasladaron el cuerpo a un
rinc�n apoyando cada punta del fierro en una especie de poste dejando el cuerpo
atravesado y colgando por el fierro.
Continua...
By: ALEXXX
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