Yo amo a mi esposo, pero a veces una mujer busca m�s que
amor, como hacen tambi�n los hombres. Ernest, mi marido tambi�n me quiere, me
consta, sino no hubiese tenido un detalle tan hermoso como el que tuvo conmigo
el d�a del d�cimo aniversario de nuestra boda. Para estas cosas soy una
rom�ntica y yo deseaba estar con �l, pero Ernest me explic� que al ser un
mi�rcoles y como d�a laboral que era, �l no podr�a estar pues ten�a la reuni�n
de Consejeros de Empresa mensual. Me enfad� con �l, incluso le grit� e insult�,
por supuesto no delante de nuestro peque�o Albert; Ernest intent� calmarme
amorosamente diciendo que lo celebrar�amos al siguiente fin de semana, pero no
se lo perdonaba, y as� pasaron los d�as, sin dirigirnos la palabra hasta que
lleg� el mi�rcoles de aniversario y �l sali� temprano de casa sin despedirse.
Un rato despu�s pas� el autob�s escolar y recogi� a Albert
para llevarlo al colegio, as� que yo me qued� en casa sola en un d�a que se
supon�a especial para m�. Reflexion� un rato y pens� si no hab�a sido muy dura
con Ernest, cre� que no hab�a sido justa con �l y me dispuse a telefonearle y
pedirle perd�n en el preciso instante en que son� el timbre de la puerta.
Entonces decid� abrir primero para ver de quien se trataba y me encontr� a un
hombre de raza negra frente a mi. Iba con traje y corbata y salud� cort�smente
diciendo llamarse Casius. Era un negro enorme y me pareci� guapo; le pregunt�
que deseaba y me dijo que trabajaba para Intercity Postal y que ven�a a
hacer entrega de un pedido que hab�a realizado el se�or Ernest Gattuso, o sea,
mi marido. Le pregunt� de que se trataba, pero �l dijo no tener ni idea, s�lo
que ten�a que firmarle un impreso para confirmar la entrega y que eso s�, podr�a
tratarse de algo de valor. El objeto en cuesti�n ven�a en una cajetita de
embalaje muy bien envuelta. Como ten�a que firmar ese impreso invit� a pasar al
tal Casius, no sin cierta duda, ya que era un desconocido, pero el que trabajase
para Intercity Postal me daba confianza por ser una de las empresas
l�deres estatales; adem�s todo parec�a encajar: un pedido de mi marido en el d�a
de nuestro aniversario en una caja peque�a, ser�a probablemente un obsequio para
m�, quiz� una joya. Casius sac� el impreso de papel y me lo tendi� sobre la mesa
del recibidor con objeto de que lo firmase; me ofreci� una pluma y me dispuse a
firmar inmediatamente cuando �l me detuvo y me dijo: Es mejor que lea antes de
firmar, cualquiera sabe eso, por si no quiere ser estafada. Yo le dije que casi
no hac�a falta pues confiaba en �l, no obstante le� lo que expongo a
continuaci�n:
Leer aquello me atemoriz� y levant� la mirada aterrorizada
para mirar a Casius, el cual, lejos de prestarme atenci�n miraba entretenido en
su rededor, observando sobre todo los cuadros y adornos de mi hogar. Me sent�a
petrificada y no sab�a si Casius era consciente de lo que conten�a el documento,
dado que parec�a despistado. Dud� tanto que �l se extra�o y me pregunt� si no
firmaba, le ment� y le dije que a�n no hab�a acabado de leer.
- Por favor se�ora �me dijo-, le rogar�a que firmase pronto
pues he de darme prisa esta ma�ana. Tengo m�s entregas.
�Qu� clase de broma macabra era aquella? �l parec�a no saber
nada. Pod�a firmar y quiz� se marchase inmediatamente y en cuanto saliese de mi
hogar echar�a la llave en la puerta. Por otro lado, Casius fue en todo momento
amable y su presencia y aroma me empeque�ec�a. Nunca un negro me hab�a parecido
guapo. Quiz� en otras circunstancias le hubiese invitado a tomar algo, pero bajo
el texto amenazador del documento lo mejor era firmar y esperar a que se fuese,
intentando mantener la calma y que todo pareciese normal. Si no firmaba, no
obstante, me aventuraba a que me violase tarde o temprano. Era un callej�n sin
salida y fueron unos segundos interminables de tensi�n. Si firmo se va y
punto �pens� yo.
Estamp� mi firma y Casius sonri� con normalidad, recogi� el
documento y lo meti� en el malet�n dirigi�ndose a continuaci�n hacia la puerta
de salida. Empec� a respirar aliviada, despidi�ndole, d�ndole la gracias, etc,
pero al llegar a la puerta Casius sonri� maliciosamente y adelant�ndose a m�
cerr� con llave por dentro con intenci�n de quedarse all� y no dejarme escapar.
- �Qu� pretende? �pregunt� alarmada.
- Est� claro �no? � interpel� �l-. Ha firmado y yo voy a
cumplir la parte de contrato que me corresponde.
- No s� de que me habla.
- T� y yo vamos a echar un polvo.
-�Est� loco?
Yo retroced�a caminando de espaldas y �l me segu�a con mirada
hambrienta. Estaba perdida. De repente son� el tel�fono m�vil que Casius llevaba
consigo. Respondi� a la llamada:
-�S�? Desde luego, aqu� estoy con ella (�) Enseguida se la
paso.
Casius me cedi� al tel�fono y yo, dudosa, me puse al habla.
Reconoc� la voz de mi marido, pero al principio la conexi�n entre Casius y �l no
me extra��, por el contrario, cre� que mi marido era mi tabla de salvaci�n.
- Ernest, este hombre quiere abusar de mi �le dije yo.
- No querida, Casius s�lo quiere hacer que goces. No seas
tonta y disfruta del pedazo de polla que ese hombre posee.
La respuesta de mi marido me dej� at�nita e iba a pedirle
ayuda desesperadamente cuando Casius me arranc� el tel�fono de las manos sin
llegar a desconectar la llamada, por lo que Ernest permanec�a escuchando al otro
lado. Aquel energ�meno me agarr� del brazo para conducirme a la zona de los
dormitorios. Grit� pidiendo auxilio, lo que no me sirvi� de mucho porque
inmediatamente tap� mi boca con su mano. Abr�a las puertas a patadas, esperando
encontrar una cama y as� acabamos en el dormitorio de matrimonio. Me arroj� a la
cama y volv� a gritar, s�lo que esta vez me detuvo arre�ndome una bestial
bofetada; ya no me qued� m�s remedio que soltar un par de l�grimas y callar. A
la vez Casius no dejaba de hablar, como queri�ndole relatar a mi marido lo que
iba sucediendo:
- Ernest �dije yo-, �porqu� me haces esto?
No hubo respuesta a mis s�plicas. �Se vengaba de este modo mi
marido de m�? Me lo preguntaba al tiempo que tumbada desde la cama observaba a
Casius c�mo se desnudaba. Lo hizo lentamente, como sabiendo a qu� jugaba. Yo
permanec�a inm�vil como una piedra.
- Ahora ver�s c�mo te voy a hacer disfrutar nena. �Sabes una
cosa?, tu marido es un depravado, me invita a que me folle a su mujer, de lo
cual voy a disfrutar y encima me paga 600 euros.
Casius me desnud� quit�ndome la ropa a tirones entre mis
lamentos casi inaudibles. �l todav�a no se hab�a quitado su b�xer, pero su pene
descomunal se dejaba adivinar bajo la tela. Nunca fui una mujer obsesionada por
el tama�o de los atributos masculinos, pero cuando Casius baj� su b�xer y pude
ver su polla semierecta me qued� muy sorprendida. Cualquier otra mujer hubiese
pensado mec�nicamente si aquel trozo de carne no le har�a da�o entrando en sus
entra�as, pero mi pensamiento autom�tico fue preguntarme a m� misma que
sensaci�n producir�a acariciarlo. Casius pareci� leerme la mente y me pidi�
estando muy seguro de si mismo que le cogiese la verga; digo que estando seguro
de si mismo porque no le hizo falta repetirlo, aunque yo me tom� unos segundos
para hacerme a la idea del juego en el que me met�a. Empec� a tocar su polla con
las yemas de mis dedos, todo esto sin dejar de sollozar de rabia, lo que
evidentemente excitaba a Casius que muy pronto se empalm� r�gidamente y a trav�s
del hilo telef�nico comentaba a Ernest lo deliciosas que le parec�an las
caricias de la zorra de su mujer. El negro empez� a bufar como un toro de puro
gusto y se abandon� al placer. Gir� la cabeza hacia atr�s entornando los ojos y
cuando la volvi� para mirarme de nuevo se encontr� que yo me estaba masturbando
el co�o con mis dedos.
- As� me gusta nena, seguro que tu marido tambi�n se est�
haciendo una paja al otro lado del tel�fono.
- Me da igual lo que haga ese cabr�n �dije yo, al borde del �xtasis.
Casius solt� una carcajada y crey� conveniente cambiar su
polla de mis manos a mi boca. Apenas hubo transici�n. Empec� con la tarea de
mamona no sin gran esfuerzo porque aquellos 26 cent�metros me atragantaban.
Casius empez� a cantar alg�n himno tribal de apoteosis supongo y que mi marido,
como todo lo que estaba sucediendo, grab� desde el otro lado del tel�fono:
"�Sungo�o dalewa, dalewa inza osso lewaaa�!
�Pattsuno pawi wannoma inza uma tetto ewawo!
�Sungo�o dalewa, ertobai ekaeezonda�!"
Me sent�a como una hembra negra de Camer�n haci�ndole los
honores al macho. Aquel canto me excitaba. M�s tarde el propio Casius me aclar�
que no era camerun�s sino nigeriano y que no iba muy descaminada con lo que
significaba aquel canto que ven�a a ser m�s o menos esto:
"�Gracias dioses de la carne por hacerme nacer con este falo,
las bocas de las hembras gozan con �l y le rinden tributo cuan extensi�n de los
dioses benignos en la tierra!
Mi marido nos comunic� al otro lado del tel�fono que ya se
hab�a corrido y que ya era hora de que nosotros hici�semos otro tanto de lo
mismo. Pero Casius y yo ya hab�amos entrado en consonancia y no ten�amos
intenci�n alguna de acabar tan pronto. Dej� salir el pene de mi boca pues me
hab�a saciado de su sabor y me abr� de piernas tumbada boca arriba invitando a
Casius a que me perforase el co�o. El buen negro me dijo que la religi�n de su
tribu imped�a que una mujer mirase a un hombre a la cara mientras realizaban el
coito. Me parec�a est�pido andar con remilgos a esas alturas, pero no hab�a
problema, era cuesti�n de cambiar de postura. Me puso a cuatro patas, postura
que simbolizaba para �l la sumisi�n de la hembra. Ese trato que me daba me pon�a
calent�sima. As� que me dio desde atr�s y yo goc� tremendamente gritando de
placer. Aquella polla me empantanaba. El bombeo era continuo, r�tmico, a la vez
que �l, por supuesto, entonaba nuevos cantos de gloria a sus putos dioses. Mi
marido rug�a de furia al otro lado del tel�fono suplic�ndonos que par�semos y yo
le grite: �No era esto lo que quer�as?
�bamos a llegar al orgasmo y yo le ped� a Casius que
eyaculase en mi interior, necesitaba sentirlo. Entre gemidos m�os y cantos suyos
nos corrimos. Los primeros latigazos de su esperma mojaron mi vagina, pero la
sac� y me tumb� sobre la cama dejando caer el resto de su semen sobre mi abdomen
mientras yo le ayudaba con la mano a que escurriese hasta la �ltima gota. Este
gesto, seg�n me explic�, era el s�mbolo del riego de la tierra para
fertilizarla.
Ese fue el regalo de mi marido. El mejor regalo que me ha
hecho nunca, adem�s del anillo de diamantes que ven�a en la cajita. En cuanto a
Casius se despidi� y nunca m�s lo vi. Cuando Ernest lleg� a casa no dijo nada
pero despu�s de la cena me bes� apasionadamente y nos acostamos para follar.
- �Qu� puta has sido! �me dijo, y nos re�mos los dos. Despu�s
�l cant� alabanzas tribales de nigeria para celebrar el aniversario.
