Relato: Elena





Relato: Elena

Cuando volaba en el avión que me
llevaba de regreso a casa después mi último año escolar
fuera de México, lugar donde resido, comencé a pensar en todo
lo que había cambiado en mi ausencia, en el crecimiento que se registró
en la población que habita el Distrito Federal, en el cambio de partido
en el poder, en la economía y en cómo se encontraría mi
madre, a la que no había visto en un buen periodo de tiempo.


Mi mamá es una señora en toda la extensión de la palabra,
que enviudó hace ya más de seis años y se quedó
al frente del negocio de mi padre, una editorial a una edad de 34 años.
Desde hace cuatro años, desde los 20, yo radico en Estados Unidos, asisto
a clases en la Escuela de Comunicación y Periodismo de la Universidad
de California en Los Angeles (UCLA), por lo que mis vistas a México y
a mi ciudad eran escasas, por lo que el contacto con mi madre era por medio
de correos electrónicos casi todos los días y vistas esporádicas
en días de asueto.


Durante mi última visita vi a mamá, a sus 40 años, un poco
cansada, sino es que fastidiada de llevar el liderazgo en la editorial y ser
responsable de cinco publicaciones mensuales, por lo que le prometí que
una vez que terminara mis estudios regresaría a radicar definitivamente
al Distrito Federal y ayudarla en el trabajo.


Sabiendo las envidias y enfrentamientos que esto causaría entre el consejo
editorial de la empresa y mi madre no me arrepentí de la promesa.


Al llegar, y después de esperar equipaje, pasar aduana, declarar lo que
traía en las maletas y enfrentar los empujones en la sala, por fin la
pude ver alzando los brazos y brincando de un lado para otro buscándome,
con esa sonrisa y esa ansia que lo hacen a uno sentirse bienvenido y feliz,
simplemente feliz.


Cuando por fin nos vimos corrimos, me abrazó, la abracé; me llenó
de besos, la besé, me inspeccionó de pies a cabeza y yo hice lo
mismo sin dejar de admirarla a ella y su elegancia, esa elegancia que siempre
ha hecho que más de uno voltee a mirarla y que en ese momento lo recordé
al ver voltear las caras para admirarla, sin importar que fuera caminando conmigo
del brazo.


Una vez acomodado el equipaje subimos al auto, el cual ocupé en el asiento
del conductor y ella de copiloto. Dentro, inmediatamente inició el cuestionamiento
de cómo estaba, qué tal el vuelo y todo eso que uno pregunta después
de una larga ausencia.


A todo eso le contesté que lo que necesitaba era un baño, un descanso
y salir del tráfico, que por cierto no extrañe nada, de la ciudad.


Nos dirigíamos por el Circuito Interior a nuestra casa, en la Colonia
Condesa, cuando detenidamente la observaba y me quede plasmado al ver su rostro,
era más joven y fresco que la última vez que estuve con ella.
Interrogada preguntó ¿qué?
Yo sólo atiné a decir que la veía más joven, menos
fastidiada y más bella que en mi anterior visita, ella sonrió
y dijo algo como que de eso ya habían pasado algunos meses, que había
tomado vacaciones y descansado lo suficiente, nada más.


Al llegar a mi calle, a mí veja colonia y a mi casa me sentí de
nuevo en el hogar, me sentí bienvenido y noté que mi alrededor
casi no había cambiado en cuatro años de ausencia, salvo los nuevos
colores de las casas, un nuevo edificio habitacional y uno que otro vecino desconocido
que se había mudado después de mi partida.


Mientras esperábamos que se abriera la puerta eléctrica mire a
mí alrededor y recordé mi infancia y adolescencia. La tienda de
la esquina, los buenos vecinos, el pequeño jardín que servía
para echar novio, mis escapadas con mis amigos, las veces que volví el
estómago en el árbol fuera de mi casa y en todo eso que permanecía
ahí. Inmóvil e inolvidable estaban esperándome.


Al bajar las maletas y abrir la puerta casi me caigo del susto y felicidad de
ver a mis viejos amigos y amigas esperando mi regreso. Mi madre los invitó
y organizaron una fiesta de regreso.


Al verlos no pude evitar la alegría y una que otra lagrima, estaban aguantando
que volviera. Mientras los abrazaba observé el semblante de mamá
e inmediatamente denoté la alegría de tener a su único
hijo de vuelta con ella y a su lado.


Al ser cuestionado sobre cómo me había ido en Estados Unidos,
el número de gabachitas que me había cogido, qué tal la
vida y esas cosas, comencé a platicar sobre mis últimos años
de vida entre trago y trago.


Cuando me di cuenta ya era un poco tarde y sólo quedábamos unos
cuantos amigos y mi madre, quien no dejaba de observarme a mí y la felicidad
que arrojaba de sentirme en el hogar de nueva cuenta.


Para cuando las últimas personas se despidieron mi mamá abrió
una botella de vino, se sentó frente a mí y nos miramos directamente
a los ojos, esos hermosos ojos color miel que acompañados por su piel
apiñonada hacen un bello conjunto, no hicieron falta las palabras para
saber lo que pensábamos, ella feliz de tenerme y yo de lo más
contento de estar en casa.


Brindamos y nos retiramos a dormir. Cuando estuve acostado en mi vieja cama
recordé las sesiones de buen sexo que había tenido sobre ella,
inmediatamente mi pene reaccionó al recuerdo.


Cuando estaba dormitando sonó la puerta. Entró mi madre y preguntó
si ya estaba durmiendo, moví la cabeza negando la pregunta. Se acercó,
se sentó junto a mí en ese bello camisón que denotaba una
bella figura femenina para informarme que saldríamos a la playa el día
siguiente.


Empacando mis cosas de playa miré de reojo al cuarto de mi madre que
estaba abierto, al mirarla con esa falda corta y su blusa de algodón
pegada a su cuerpo inmediatamente comencé a imaginármela de otra
manera, la comencé a ver como una mujer que no había tenido una
pareja en un buen periodo de tiempo debido a su apretada agenda y sus ocupaciones
al frente de la editorial.


Durante el trayecto la miraba de reojo, estaba dormida en el asiento recargada
sobre la puerta, el aire le pegaba en el cabello, éste alborotado, a
través de sus gafas de sol se veían los bellos ojos cerrados,
tranquilos, bajando la mirada me detuve un breve momento en su par de pechos,
que con la ayuda del sostén y de su playera se veían redondos,
no grandes, sólo perfectos, se apreciaban duros y firmes; y más
abajo su falda corta color beige dejaba entrever un bello par de piernas morenas
firmes, sin arrugas.


Tratando de pasar por alto todo esto no pude evitar ver la apertura que se generaba
en medio de su falda, ya que al estar dormida abría un poco sus piernas,
vi, al fondo, unas bragas de encaje blancas, imaginando lo que habría
al fondo, inmediatamente sentí la dureza de mi pene, me detuve en una
estación de servicio a cargar gasolina y a mojarme el rostro, tratando
de olvidar todo lo que había visto e imaginado.


Cuando regresé a la camioneta mi mamá estaba ya despierta, alivio,
y continuamos nuestro curso a la playa platicando de cosas como la escuela y
cómo sería mi trabajo en unos días más.


Al llegar a la casa de playa inmediatamente pasé a mí recamara,
tomé un baño, me puse el bañador y salí a la alberca,
ahí, mamá reposaba de cara al sol. Su pequeño bikini asomaba
unas formas todavía apetecibles, su piel llena de bronceador reflejaba
la madurez, la fuerza y la rigidez.


Inmediatamente me zambullí en el agua tibia y comencé a dar braceadas.
Cuando me detuve observé a mi madre detenidamente, veía como sus
formados pechos querían salir del bikini y como se mostraba su vagina
por debajo del calzón de baño. Esto generó una inmediata
erección.


Cuando la pude contener, salí del agua, me tiré en un camastro
junto a mi madre, quien volteó, me sonrió y preguntó que
cómo estaba el agua. Buena, le dije y comencé a untarme crema
para evitar las quemaduras del sol.


Se levantó y pude apreciar ese par de nalgas que todavía se contonean
a un ritmo cadencioso, saltó al agua y al pasar unos minutos me invitó
a nadar con ella. Comenzamos a movernos dentro del agua que golpeaba nuestros
cuerpos, entre brazada y brazada alcancé a tocar su cuerpo y una que
otra vez sus senos y sus nalgas.


Salí para ir por un par de cervezas, mientras ella se quedaba adentro
observándome detenidamente, sólo disimulé, cogí
los tragos y los coloqué en la mesa junto a nuestros camastros.


Al salir ella del agua, la observé detenidamente y me parecía
más mujer que muchas otras que había visto y que había
conocido, su cuerpo húmedo me atraía demasiado, sin sentir culpa
alguna la miré de manera completa, terminándola de desnudar con
la mirada y la mente.


Sentados de frente y con la cerveza en mano, la cuestioné del porque
había dejado de salir y de tener pareja, una sonrisa forzada y levantando
los hombros en calidad de no sé me pareció una respuesta corta.
Agregó que la falta de tiempo y que los pocos hombres que había
conocido eran más idiotas que tiernos, por lo que espera a que llegue
uno para compartir lo que queda con él.


Sin estar consientes del tiempo y de cuantas cervezas nos tomamos, pasamos a
merendar algo y descansar un rato cada uno a su cuarto. Para aminorar el cansancio
y las cervezas, tomé un pequeño baño, salí con una
toalla enrollada y me acosté pensando en lo que había visto y
en cómo me había sentido.


Al estar imaginando a mi madre como la había visto, decidí pasar
por su cuarto, toqué la puerta y obtuve una nula respuesta. Pasé
y la vi tumbada boca arriba e su cama aún con el bikini puesto.


Me acerqué con el cuerpo tembloroso y me senté a su lado. Inmediatamente
mis ojos se clavaron en sus pechos, para posteriormente dirigirse a su abultada
vagina, esa hacía una pequeña curva por abajo del bikini.


Al ver eso y la erección que tenía decidí tocarla suavemente,
sus pechos estaban duros, sin ninguna dificultad puede hacerlo a un lado y ver
su pezón, con una argolla alrededor pequeña y más morena
que su color de piel, su pezón comenzó a endurecer, un leve movimiento
de ella hizo que saliera del trance y acomodé su seno de nueva cuenta
dentro del bikini.


Regresé a mi habitación con una buena erección, por lo
que en el baño comencé a masturbarme de manera rápida para
aliviar la tensión. Una vez que terminé me acosté y caí
profundamente dormido con sueños donde aquella mujer que me trajo al
mundo fue protagonista.


Cuando desperté eran pasadas las 11 de la noche, inmediatamente corrí
al cuarto de Elena, mi madre, toqué y salió con una bata en el
cuerpo y una toalla rodeado su hermoso y ondulado cabello. La invité
a cenar conmigo y a divertirnos un rato en una de las discotecas de la Costera.


Una vez que terminamos nuestros alimentos y con una botella de vino que nos
acompañó en al cena nos dirigimos al Baby O para bailar un rato
y eliminar tensiones.


Agarrado de su mano me sentía un hombre hecho. Al entrar varios de los
presentes no apartaban su vista de mi madre, de su corto y fresco vestido y
de la figura que se notaba en buena forma debajo de él. Yo, por mi parte,
sólo la veía y sonreía, no podía estar más
feliz.


Bailando al ritmo de la música y con un buen litro de tequila Don Julio
nos sentimos desinhibidos y libres, ella me abrazaba y meneaba su cuerpo a buen
ritmo, mientras que yo me dejaba llevar por ella, sólo el sentir su cuerpo
contra el mío era suficiente para disfrutar la noche.


Cuando salimos, eran alrededor de las 5:30, cansados y bastantes tomados nos
dirigimos a la casa, ella haciendo zigzag al caminar y yo botado de la risa.
Su comentario fue que ya tenía mucho que no tomaba en tal forma, pero
la ocasión lo ameritaba, la abrace por la cintura para que no cayera,
me miró, me dio un beso en la mejilla y seguimos el rumbo.


Al llegar a la casa estaba más ebria que cuando salimos; yo, más
consiente, la cargué y la acosté en su cama, al dejarla pude ver
sus bragas, negras de encaje, la tapé, me despedí, le di un beso
en la mejilla. Ella me sobó la cabeza y los cabellos, me respondió
de igual forma, agregando un te quiero.


En mi cama sólo daba vueltas por una serie de pensamientos que me generaba
el ver y sentir a mi madre. No siendo suficiente me levanté, caminé
por el pasillo y llegué a su cuarto.


Al entrar, a su habitación era iluminada por los primeros rayos del sol,
por lo que la pude observar plenamente. Su vestido hasta la cintura y con un
tirante en el brazo me dio luz verde para seguir admirándola. Su braguitas
marcaban una bella vagina, sin vello saliendo por los lados, lo que demostraba
que se la arreglaba y depilaba constantemente.


Mi mano inmediatamente se acercó de nueva cuenta a sus pechos, los toqué
me acerque y los beses suavemente. Bajé hacia su monte y lo sentía
caliente y en espera de ser usado nuevamente.


Un gemido y un movimiento fueron síntomas de que Elena sentía.
Inmediatamente mi otra mano la posé sobre mi pene, ya erecto, lo sobé
y acaricié. Cuando pude lo dejé libre y por afuera de mi boxer-pijama,
comencé un movimiento más rápido, mientras recorría
su vagina y sus senos.


Eyaculando sobre mi mano esta vez no acomodé nada, lo dejé tal
y como estaba. Pasado el mediodía desperté, me dirigí a
la cocina y preparé un leve desayuno. Como mi madre no estaba supuse
que seguía durmiendo, por lo que decidí llevarle la comida a su
habitación.


Sin tocar decidí entrar, ella seguía ahí acostada con el
vestido hasta arriba y con los tirantes debajo del brazo. Sus senos comenzaban
a asomarse. Me acerqué la moví y la desperté.


Dando las buenas tardes extendí la mesita con su desayuno. Preguntó
la hora. La una, dije, se revisó, con cierto sonrojo se arregló
el vestido y comenzó a comer. Cuando terminó se metió a
la ducha. Salí del cuarto y me dirigí a la alberca.


Cuando llegó conmigo la observé de pies a cabeza. Vestía
un bikini negro y se veía formidable. Me pidió bronceador y fui
yo quien se lo puso. Se volteó y comencé un suave masaje en su
espalada y piernas. Cuando me di cuenta mi madre dormía.


Aprovechando esto comencé a pasar mi mano suavemente por sus nalgas,
se sentían formidable y duras.


Con esto, una nueva erección apareció y desabrochando levemente
la parte superior del bikini y comencé a pasar mis manos por la orilla
de su pecho. Esa leve desnudez era más que suficiente por ahora, por
lo que decidí entrar a la alberca.


Después un buen lapso de tiempo y al ver que mamá no reaccionaba
me acosté a su lado y dormí. Un toque por mi espalda me despertó,
era ella, quien preocupada me embarraba bloqueador para evitar las quemaduras
del sol.


Recuerdo que dijo que en esta vida había que protegerse del todo, del
sol, del sexo, de las malas mujeres, de los malos hombres, en fin de todo. Al
terminar de decir esto y de untar el protector la cargué y nos arrojamos
al agua, tiempo que aproveché para seguir tocándola y sintiendo
sus firmes y suaves carnes, las cuales no aparentaban 40 años.


Dentro de la alberca me sumía y salía cargándola por las
piernas encima de mis hombros, eso me permitió tocar sus muslos y comprobar
su dureza. El sentir sus nalgas en mis hombros y su vagina en mi nuca era simplemente
una sensación divina.


Salimos de la alberca y decidimos comer fuera de casa. Nos bañamos y
cuando estuvimos listos salimos para la Costera y comer en uno de sus tantos
restaurantes. Ella en falda corta y la parte de arriba del bikini, yo en bermuda
y camiseta.


Esta vez decidí sentarme a su lado y admirar de reojo sus piernas, las
cuales se veían hermosas y más todavía con el bronceado
de dos días en la playa. Durante esta comida-cena pedimos una botella
de vino, la cual comenzó a hacer efecto en nuestras personas.


Sin ponernos borrachos decidimos regresar a píe a nuestra casa. Ahí
destapé un par de cervezas, las cuales tomábamos durante una buena
plática, en la cual surgieron diferentes temas que iban de lo trivial
hasta los asuntos de las parejas.


En ese espacio hice una pausa para comentar que la última chica con la
que había salido me había engañado con un compañero
de clase. Ella, con todo el sentimiento maternal me abrazó, me acercó
a su cara, me besó la frente e hizo que me recostara sobre sus piernas.


Para este entonces ya teníamos una buena cantidad de cerveza dentro,
que combinada con el vino comenzó a hacer efecto. Recostado sobre sus
muslos comencé a acariciar sus pantorrillas, ella reaccionaba con risas
y "estate quieto que me dan cosquillas". Poco a poco fui subiendo
hasta comenzar a rozar sus muslos.


Ella, en respuesta, acariciaba mi cabello mientras decía que yo era todo
para ella, era su amor y su razón de seguir al frente de la editorial,
para que yo tuviera todo y nada me hiciera falta.


Me levanté a poner música, inmediatamente ella se levantó
y comenzó a moverse con los ritmos afrocaribeños que emitía
el minicomponente. Al ver esto corrí y la abracé por la cintura
y comenzamos a bailar juntos, a mover las caderas y todo lo demás.


Al final de la canción echamos a reir y seguimos tomando. Elena se levantó
y me pidió bailar con ella, era un ritmo lento, nuestros cuerpos se juntaron
y de inmediato nos abrazamos como dos enamorados.


Con nuestros cuerpos pegados mi erección se comenzó a sentir,
seguro ella también lo sintió. Sólo se quedo viéndome
a los ojos y pegando su mejilla contra la mía, me acariciaba la espalda
y yo respondí igual, en ese momento todo desapareció, fue un momento
romántico que aún conservo en mi interior.


El ritmo de la música marcaba nuestros ritmos y los latidos del corazón
se me hacían cada vez más fuertes, tenía una sensación
de que iba a explotar en cualquier momento. Terminando la canción mi
mamá tomó de un sorbo lo que quedaba de cerveza, se acerco, me
dio un leve pero cálido beso en mis labios y se retiró a dormir.


Le grité, en mi mente sólo quería decirle que se quedara
conmigo, a mi lado como si fuera mi enamorada y seguir besándonos, pero
al momento de que volteó la cara sólo atiné a decirle,
te quiero, ella, sabiendo a lo que me refería, movió la cabeza
de manera negativa y dijo yo igual.


Al siguiente día, y último de estancia en la casa de playa, me
desperté temprano, toque al cuarto de mi madre y no contesto. Al no obtener
respuesta empujé la puerta y entré. La visión de lo que
vi a continuación me dejó pasmado. Mi madre tomando un baño.
En ese momento pude apreciarla toda y completamente.


Intentado retirarme y sin obtener respuesta de mis piernas, permanecí
ahí un breve momento, el suficiente para terminar de imaginarla más
como mujer que como mi madre.


Durante el desayuno permanecí casi en silencio, casi no mencioné
palabra. Ante la extrañeza de mis actos mi mamá preguntó
si estaba bien, si algo ocurría, a lo que atiné a decir que todo
estaba bien, no podía estar mejor. Ella sólo me miró y
emitió una sonrisa burlona.


En la playa observaba a otras mujeres, a fin de olvidarme un rato de Elena,
extrañada porque yo detesto la arena de la playa, se me acercó
y me dijo, "están bien, tienen buen cuerpo, pero son materialistas
con el cerebro vacío".


Ante este comentario la volteé a ver, agregó: están bien
para un rato, pero tú necesitas a una verdadera mujer, inteligente y
que su ambición sea más que el dinero. Alguien como tú,
respondí. Ella miró, se sonrojó y asentó con la
cabeza. Perfecto, dije yo, pero el problema es que no hay nadie como tú,
eres única entre todas las mujeres que he conocido.


Al terminar de decir la última palabra me agarró de la mano y
caminamos por la orilla del mar, así, como si fuéramos el uno
para el otro y como si no existiera nada más.


Nuestro último día la pasamos caminando y en el mar, jugando y
admirando la puesta del sol.


Cuando se hubo metido nos dirigimos a la casa y nadamos en la alberca hasta
que nos dieron cerca de las 10 de la noche. Nos duchamos, vestimos, salimos
a cenar y a divertirnos un rato.


Igual que como la vez anterior nos acompañó una botella de vino
y ya en el bar el tequila. El ritmo de nuestros cuerpos era marcado por la música.
Sin prestar atención me comencé a cercar a mi madre, que con su
mirada fija en mis ojos no decía una palabra, sólo me dejaba ser.


Pegado a su cuerpo mi pene inició su crecimiento, siendo obvio para ella.
Con una risa maliciosa en los labios siguió contoneándose a cada
beat musical. Ya sin ningún miramiento me acerqué a su boca, buscándola
desesperadamente y ella siguiendo el juego de manera inocente. Con el costado
de su rostro me acariciaba el mío.


Sintiéndome en la total euforia traté de besarla, ella esquivó,
siguieron las caricias y un nuevo intento que volvió a evadir. Así
se fueron los últimos momentos de nuestro baile y nuestra unión.


Dentro de la casa me despedí ya totalmente pasado de copas, ella en situación
similar se acercó y me tomó de la mano, rodeó con ella
su cintura y nuestras bocas se hicieron una sola. El sentir su aliento, el saborear
su saliba y el acariciar su espalda provocaron una reacción inmediata
en mi cuerpo, a lo cual ella respondió con un hasta mañana.


La cabeza de daba vueltas, yo sólo pensaba en ella y a lo mejor ella
lo tomó como algo simple, como una muestra más de su cariño
hacia mi persona. Consiente de eso y ya cerca del amanecer decidí levantarme,
todavía mareado camine hacia su habitación sin tocar entré.


Ella estaba ahí, con los ojos cerrados y durmiendo profundamente envuelta
en su camisón blanco y con una cobija. La descubrí, alce su vestimenta
y lo que pude apreciar fue maravilloso.


Sus pequeñas bragas negras de encaje hicieron que me animara a ir por
más. Alzando más el camisón observé sus redondos
y firmes senos. Los toqué, los besé, mientras que mi otra mano
reposaba en su vagina por arriba de los interiores.


Sin medir consecuencias me lancé a soltar un te quiero, te deseo siguiendo
con lo que estaba haciendo. Por fin pude hacer a un lado su braga e inicié
un leve movimiento con mi dedo. Ella sólo emitía leves gemidos
mientras que yo continuaba en lo que estaba, desesperado por tenerla y hacerla
sentir mujer.


Sin saber lo que ocurría mamá jadeaba, mientras el ritmo de mi
dedo iba en acelere. Decidiendo a ir por todo me acosté a su lado e inmediatamente
sentí ese calor que emanaba su cuerpo. Me saqué el pene y comencé
a rozarlo levemente en su cuerpo esperando una reacción de su parte.


Volteé su cara y al comencé a besar desesperadamente, ella al
fin abrió los ojos y se dio cuenta de lo que ocurría, sin poner
mucha resistencia me dejo hacer, yo besándola y acariciándola,
ella me respondía apretando su boca contra la mía y acariciando
mi pene, el cual daba muestras de querer explotar.


Sin importar lo que pudiese ocurrir me ocupé de sus senos y de su vagina,
la cual estaba deseosa de ser penetrada, instalado encima de ella coloqué
mi miembro en la entrada de su vagina, ese momento, la espera y todo lo que
conllevó, es algo que aun tengo fresco.


Sin importar la penetré lentamente, unos gemidos salían de ella.
De esa mujer que me trajo al mundo, que me alimentó, me cuidó,
educó, veló por mí al morir mi padre.


Ese amanecer fui de nueva cuenta el ser, el hombre que nacía dentro de
ella, de Elena, mi madre.


POR CUESTIONES DE PRIVACIDAD ESTE EMAIL FUE REMOVIDO

Enero del 2002.


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