- ¡Vamos, no me digas que estos últimos
meses tú no has hecho nada parecido, no
me seas mojigata! -protestaba Cactus.
- ¡Pues no! ¡Lo que tú haces no es normal! -le reprendía
Pétalo- ¡Llevas una
vida descontrolada! Se pueden coger un montón de enfermedades así,
¿sabes?
- ¿Qué sabrás tú de enfermedades? Yo llevo la vida
que me da la gana, ya soy
mayorcita.
- Pero si todavía no tenemos ninguna los dieciocho.
- A ver, ¿me estás diciendo que tú todavía no te
has...?
- Bueno, alguno me he... ¡Eso no es asunto tuyo! ¡Además,
se trata de que llevas
mucho tiempo sin siquiera llamarnos por teléfono! El profesor está
sufriendo
mucho por ti.
- Vale. Supongo que estaría bien volver una temporadita por casa.
- Muy bien, vámonos...
Y Pétalo echó a volar. Pero cuando bajó la vista vio que
Cactus todavía seguía
en tierra.
- ¿Qué pasa ahora? -le dijo.
Cactus masculló algo.
- ¿Qué?
- Que ya no tengo mi suprpdrs...
- ¡¿Qué dices?!
- ¡¡¡Que ya no tengo mis super-poderes!!! -gritó Cactus.
Pétalo quedó paralizada.
- ¿Cómo es eso? -le preguntó.
- Llévame a casa. Allí te lo contaré.
Pétalo llevó volando en sus brazos a Cactus hasta casa. Una vez
allí, Cactus
subió a su habitación, la que ahora sólo compartían
dos de las hermanas.
- ¿Y Burbuja? -preguntó Cactus, paseando por su antigua habitación.
- Está saliendo con un chico -explicó Pétalo- . Veremos
como le va.
- ¿Y el profesor?
- Está jugando al golf.
- Entonces... ¿estamos solas? -dijo Cactus, acariciando con la yema de
un dedo
el viejo teléfono de emergencia.
- Claro, ¿por qué?
- Pétalo: ven, siéntate.
Cactus y Pétalo se sentaron en la cama. Una cama grande y redonda donde
habían
dormido las tres juntitas durante tantas noches.
- ¿Qué es eso de que has perdido tus poderes, Cactus?
Cactus tomó de la mano a su hermana.
- Verás. Como ya has visto, durante todo este tiempo fuera de casa he
llevado
una vida emocionante. Una vida libre, llena de pasión, de sexo, de chicos
entrando y saliendo de mí, dándome...
- ¡Cactus! Por favor, no hables así, me pones colorada. Ve al grano.
Cactus rió divertida. Acarició un mechón pelirrojo de la
cabecita de Pétalo.
- Pues... Con todas estas experiencias he descubierto algo. Algo que las
supernenas desconocíamos, y que nos importa mucho.
- ¿Qué... qué es?
- Pues...
La mano de Cactus iba bajando por la cobriza cabellera hasta rozar levemente
el
suave cuello. A Pétalo, ensimismada, no parecía importarle.
- Tú... -dijo Cactus, sentándose un poco más cerca de su
hermanita.
- ¿Sí...?
- ¿Eres virgen?
Pétalo dio un brinco. La mano de Cactus en su cuello de repente pareció
quemarle.
- ¡¿Cómo?!
- ¡Que si eres virgen! Caray, no es para tanto, nena...
- ¡Oh, Cactus! -lloriqueó Pétalo- ¿Qué te
ha pasado? No te reconozco. Antes
éramos inseparables, eras mi hermanita...
- Oh, cariño, no llores... -los dedos de Cactus comenzaron a enjugar
las lágrimas fraternales - Te lo pregunto por un motivo muy importante. Verás...
Acercó sus labios a los iodos de Pétalo y le susurró el
secreto. El mensaje que
acompañaba a aquel aliento cálido y aromático hizo que
los pelillos de la nuca
de Pétalo se erizaran.
- ¿De veras? -preguntó- ¿Eso es lo que le pasa a una supernena
cuando la
pierde...?
Cactus asintió, sonriente. El hecho de haber sacrificado sus poderes
a cambio de
su himen adolescente no parecía importarle. Era despreciable...
- ¿Cómo puedes estar tan tranquila? -le preguntó Pétalo-
Nunca más serás lo que
eras. Ni rayos en los ojos, ni superfuerza, ni volar...
- Bueno, míralo así: es el precio que paga cualquier chica normal.
- ¡Pero eras una supernena, Cactus!
- No te puedes imaginar las cosas que he experimentado gracias a renunciar a
unos superpoderes. Créeme, Pétalo, es un precio muy pequeño,
comparado con las
cosas que te puedo enseñar...
La boca de Cactus estaba alarmantemente cerca de la suya. Todo aquello no podía
ser cierto. Rozaba la depravación, el vicio, el pecado.
- No te creo... -gimió Pétalo.
Cactus acariciaba la melena roja de su hermana.
- Tú sólo atrévete a hacer la prueba. Yo te enseñaré....
- ¡No!
El beso no se consumó, y eso encendió a Cactus. Agarró
del pelo a Pétalo, que no
podría usar su super-fuerza para dañar a su propia hermana. Cactus
la obligó a
tirones a acompañarla hacia su macuto. Sacó un par de cintas de
goma negra.
- Si no lo quieres hacer por las buenas, tendré que obligarte. Confía
en mí. Te
gustará...
La obligó a tumbarse sobre la cama, le ató las manos a la espalda.
- ¡Ay! ¡Me aprietan!
- ¿A que sí? Y más te apretarán si no me haces caso,
hermanita... ¿Te gustan mis
gomitas? Las compré en un Sex Shop, las uso sólo con chicas, como
ahora.
- ¡¿Has dicho chicas?!
- Calla, cariño. Tú déjame hacer.
Cactus se tomó todo el tiempo del mundo para pervertir a su hermanita
Pétalo.
Lentamente, introdujo sus manos habilidosas bajo su estrecho vestido. Tan
estrecho que a sus braguitas les costó mucho salir. Quedaron echas un
rollito
blanco en las manos de Cactus.
Las besó tiernamente, ante la vista de su hermana, y las arrojó
lejos.
- A partir de ahora, y mientras yo esté en esta casa, ya no necesitarás
llevar
de eso. ¿Está claro?
- ¡No!
- ¡¿Cómo has dicho?!
Cactus dio un palmetazo enérgico en el culito tenso de Pétalo.
- ¡Sí!
- ¿Sí "qué"?
- ¿Sí, señora?
- No está mal...
Las largas y esculturales piernas invitaban a los besos. Eran suaves como la
seda, con apenas un poco de pelusilla... Y parecían no acabar nunca.
Tan sólo
acababan al llegar a un pequeño bosque rizado que comenzaba a humedecerse.Cactus la arrastró hacia atrás, para que su culo quedase bien
dispuesto sobre el
borde de la cama.
Primero quería disfrutar de aquellas preciosas nalgas, carne redondita
y
rosadita que se sostenía por su propio peso. Las besó con toda
la ternura que
una hermana desea para otra hermana. La puntita de su lengua las recorrió
de
arriba a abajo, haciéndola temblar y dudar del sostén de sus propias
piernas.
- No te caigas, hermanita, acabamos de empezar...
- ¡Detente!
Ya saboreadas sus aterciopeladas nalgas, sus besos se hicieron más atrevidos,
pasaron a un objetivo más escondido en la cuevecita de carne. Sus labios
se
internaron entre las dos piernas, alcanzando aquellos otros labios , los
vaginales exteriores. El primer beso provocó el espasmo del cuerpo de
Pétalo.
- Todavía no, todavía no... -le ordenaba Cactus.
Era muy pronto para regalarle un orgasmo. Primero tenía que torturarla
un poco
más. Y al final...
La puntita de su lengua acarició los labios vaginales, recogió
el jugo que
comenzaba a manar del interior del cuerpo caliente de su hermana.
- Mh... Qué mojadita estás... ¿Ves como te gusta?
- No...
- Reconócelo, zorrita... Si no dices que te gusta ahora mismo, lo que
voy a
hacerte sí que va a doler...
- ¡Sí! ¡Sí! ¡Por favor!
- Así me gusta, hermanita.
La lengua de Cactus sabía cómo hacer que una vagina se abriese
ansiosa y húmeda
ante sus caricias y lametones. Intentó llegar profundo, más profundo,
dentro de
la carne palpitante. Detectó el clítoris y lo mordisqueó.
El botoncito pronto no
se estaba quieto entre sus dientes, y tuvo que atraparlo bien fuerte en su boca
para que no se escapara. Sorbió y chupó, haciendo salir y entrar
el bultito de
carne de su boca, tan rápido que la vista no podía contarlo, tan
rápido que
Pétalo alcanzó por fin su primer orgasmo y se corrió gritando
en los labios, en
los dientes, en la lengua maestra de su querida hermana.
Se olvidó por completo de la idea de desatarla. Le dio la vuelta y se
arrojó
sobre su cuerpo. La besó en los labios con lujuria, con ímpetu.
Su primer beso
podía haber sido tierno y amoroso, pero fue un acto de ardor. Pétalo
aprendió a
besar los labios femeninos, a chupetear toda su carne, dejar que las lenguas
se
enroscasen, lamerlo todo, mordisquearlo todo, compartir el aliento y la saliva.
Mientras los besos, Cactus la despojó del vestido rojo, rasgándolo
como una
fiera. Ahora sólo cubría su carne un casto sujetador con un bonito
lacito en el
medio. Con los dientes, retiró los tirantes y bajó el sujetador
hasta su
vientre. Los pechos ya estaban libres para ser amados. Era la primera vez que
los veía. Había visto muchas buenas tetas en su corta vida: tetas
apetitosas,
tetas bonitas y tetas maduras, reventonas. Pero aquellas que tenía delante,
para
ella sola, eran el par de cosas más tiernas, redonditas y bien formadas
que
había conocido. Se revolvían sobre el tórax, con los desesperados
intentos de
contorsionista de liberarse de las gomas negras.
Se dejó de contemplaciones y se lanzó a devorarlos. Pero la boca
de su alumna
pedía más y más besos, y tuvo que repartirlos entre sus
labios amantes y los
blanditos bultos, coronados por sendos pezoncitos que surgían y pedían
caricias.
Pétalo era una serpiente azuzada bajo las caricias de su hermana. Un
dedo pulgar
bajó hasta su clítoris y la hizo chillar, a punto, al borde para
un orgasmo más.
- ¡Sí, chilla! ¡Chilla para mí!
- ¡¡¡Dios!!! ¡¡¡Sí!!!
El grueso dedo distrajo su clítoris, para que el dedo corazón
pudiera comenzar a
introducirse sin permiso en el estrecho agujero. La yema del dedo se encontró
con una fina telita que temblaba al pulsarla.
- ¡Vamos, pídemelo, pídeme que te lo haga!
- ¡No! ¡Tengo miedo!
Las caricias del velo prometían un futuro dolor para Pétalo. Un
dolor y la
pérdida para siempre de sus poderes, de su identidad. Aun así,
también prometían
un mundo de infinito placer.
Cactus se las apañó para quitarse los shorts. Su rajita, hacía
ya rato ansiosa,
se acopló sobre aquellos pechos, cabalgó a gusto sobre ellos.
Asomada entre las piernas de su hermana, en una postura inversa, pellizcó
el
himen con dos dedos, haciendo que aquellos pechos saltaran contra su clítoris.
- ¡Vamos, pídemelo! ¡Pídeme que te desvirgue!
- ¡Aaah! ¡Está bien! ¡Hazme lo que quieras!
- ¡¿Cómo se pide?!
- ¡Por favor! ¡Por favoooooor!
Los dedos de Cactus violaron el himen de su hermana. La presa se rompió,
dejando
escapar el orgasmo, al borde peligroso del cual estaban las dos desde hacía
demasiado rato. Escapó el orgasmo atronador acompañado de un hilillo
de sangre
que manchó las sábanas de alegres colores.
Ambas gritaron desesperadas, se convulsionaron una contra otra.
Los poderes de Pétalo se evaporaron con su virginidad.
(continúa en el capítulo III)
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