Beatriz era una preciosa chiquilla de 18 a�os si bien su
cuerpo aparentaba menos edad y por ello se sent�a un poco acomplejada con
respecto a sus amigas que ya despuntaban como mujercitas de incipientes pechitos
y peque�as curvas, ella en cambio, no, su pecho era raso como una tabla y sus
piernas sin forma, como palillos, en concordancia con su cuerpo bastante
flacucho y para colmo era bajita, muy por debajo de la media, pero de cara era
guap�sima, con aquellos ojos grandes, verdes, casi transparentes, una naricita
peque�a que con su boquita carnosa y roja como una granada, configuraba un
aspecto angelical, que se acentuaba por su melena lisa y suave hasta la cintura.
Era hija �nica y viv�a con sus padres en una casa preciosa
con jard�n en las afueras de la ciudad, rodeada de cuanto se pod�a desear, llena
de mimos y de cualquier cosa material que se le antojara.
Aquel verano, el abuelo Sixto, viudo desde hac�a varios a�os,
hab�a decidido venirse del campo y pasar una temporada en casa de su hija y
yerno para cuidar de Beatriz mientras que estos trabajaban hasta bien entrada la
tarde, mientras le durasen las vacaciones escolares.
Ten�a el hombre un aspecto de s�tiro incre�ble, en realidad,
era un adicto al sexo. Gustaba de hacerse pajas cada d�a mirando alguna revista
porno, g�nero del que era gran consumidor. Con aquel cuerpo redondo y bajo, como
un tap�n con aquella barriga y esa papada, desde luego, no estaba para
encandilar ninguna mujer de las que �l deseaba y se conformaba con mirar como
follaban con apuestos actores desde el papel o la pantalla del televisor.
Pl�cidamente transcurr�a el verano y una noche, los padres de
Beatriz, salieron a una fiesta en casa de unos amigos. Una vez finalizada,
pernoctar�an en la casa de estos, de modo que la ni�a quedar�a al cuidado
absoluto de su abuelo todo el d�a y noche siguientes, cosa que a �l le
encantaba, ya que no desperdiciaba oportunidad de ver las prietas carnes de la
chiquilla cada vez que la ocasi�n se le terciaba y no era extra�o que al verla
ba�arse en la piscina de casa, sin la parte de arriba del bikini (a�n no ten�a
necesidad de usarlo) sintiera como su peque�a y regordeta polla se le pon�a tan
dura que casi se le iba a salir por los pantalones teniendo m�s de una vez que
recurrir a tan socorrida pr�ctica de pajearse mientras pensaba en lo delicioso
que ser�a meter su vieja minga en aquel co�ito virgen y suave y poseerla con la
ferocidad que mov�a su mano para correrse como un cerdo.
Lleg� la noche y antes de cenar, Sixto procedi� a ba�ar a su
nieta tal y como su madre hac�a cada noche. Llen� la ba�era llam� a la chiquilla
para que se metiese, tras poner jab�n dentro del agua. Se sent� en la taza del
W.C. mientras observaba a la muchachita desnudarse r�pidamente y meterse en la
ba�era.
El abuelo tom� jab�n y se embadurn� bien las manos.
Lentamente las pas� por el cuerpecito enjuto de la ni�ita, que, ajena al deseo
perverso de su abuelo, abr�a las piernas para que este la enjabonara bien por su
intimidad. El hombre pase� con descaro los dedos sebosos por la vulvita
chiquitita de ella que ri� sintiendo las cosquillas a la vez que cerraba las
piernas pero el hombre se las abri� frotando a la vez la otra mano en los
pezoncitos planos de la peque�a, mientras, entre su bragueta, la polla no pod�a
m�s, se abri� el pantal�n y mientras enjabonaba el chochito de Beatriz, se
pajeaba sin pudor.
Aquello era demasiado y la ni�a estaba confundida por la
actitud del anciano que tras eyacular entre jadeos, la sac� de la ba�era y la
sec� cuidadosamente. Le puso un camisoncito muy corto y suave, casi
transparente. Ahora que no estaban sus padres, se aprovechar�a y la tendr�a casi
desnuda para �l y a prop�sito se olvid� de ponerle unas bragas, de esta manera
podr�a disfrutar a su antojo de ver el cuerpo joven y fresco, que sin percatarse
consegu�a provocar en el viejo una calentura m�s all� de lo hasta ahora
conocido.
A la hora de dormir, ambos se despidieron de la manera
habitual, d�ndose un beso en la mejilla, momento que aprovech� el hombre para
descuidadamente, besar la comisura de los labios de la nieta, al tiempo que
meti�ndole la mano por dentro del camis�n le asestaba una cari�osa palmetada.
Aquella noche, estall� una tormenta descomunal. Era extra�o
en la �poca que era. Era una tormenta enorme que hac�a un ruido atroz,
provocando en Bea mucho miedo y corri� para la cama de su abuelo que entre
ronquidos bestiales dorm�a vistiendo tan solo unos calzoncillos.
Al sentir el roce suave de la piel de la ni�a, el viejo se
desvel�. Era delicioso tenerla en la cama, semidesnuda apretada contra su
espalda, temblorosa del miedo que la tormenta le produc�a y se volvi� hacia ella
a consolarla y de paso, rozarse m�s con ella.
Se gir� hacia Beatriz para abrazarla. Su camis�n
transparente, se moj� de sudor. El hombre pod�a sentir el plano pecho bajo el
camis�n pegado al cuerpo y rode� con sus piernas las de la ni�ita que
inocentemente a su vez hizo lo propio con las de su abuelo, llegando a sentir
este un placer tan grande que la polla le iba a reventar y se gir� poni�ndose
encima de ella.
La chiquilla, no sab�a muy bien que estaba haciendo su
abuelo, pero se dejaba hacer mientras le abr�a las piernecitas al tiempo que
sub�a su camis�n.
Pas� su lengua viscosa y babosa por los pezoncitos, los lami�
golosamente y arrastr� sus babas por todo el cuerpo juvenil entre jadeos,
volvi�ndose loco, tocando cada mil�metro de tan inocente criatura hasta llegar a
su vulvita jugosa. La abri� cuidadosamente con dos dedos y la lengua viscosa
lami� con pasi�n.
Sixto se estaba volviendo loco. Dej� la vulva y subi� hasta
situar la polla en la boca de la nieta, oblig�ndola a chupar, cosa que ella no
sab�a, naturalmente, pero �l la cogi� de la cabeza y ella obediente chup� sin
rechistar.
Beatriz estaba anonadada y no acertaba a saber que le ocurr�a
al abuelo pero chup� porque de pronto tuvo miedo de �l, aunque sin poner mucho
inter�s. No importaba, aquello era suficiente para el viejo que, cuando not� la
boquita dulce de su ni�a querida, se iba a volver loco.
Sac� la polla de la boquita de la ni�a y la coloc� en la
entrada de su co�ito virgen y tierno. Con el capullo comenz� a frotar el
cl�toris. Mir� para Bea que con la cara a un lado permanec�a seria, huyendo de
lo que el hombre estaba haciendo con ella, pero no le importaba, su polla estaba
frotando aquel co�o tan divino y eso era superior a �l.
Levant� las piernas para que su barriga no fuera un obst�culo
se la calz� enterita.
La chiquilla no dijo nada, solo un gesto de dolor,
transfigur� su cara, pero solo se limit� a cerrar los ojos mientras el hombre
bombeaba como si quisiera hacer un agujero en el colch�n.
Aquello era exquisito para Sixto que dej� caer su cuerpo
viejo y cansado sobre el de tan dulce manjar al que acababa de arrebatar su
virginidad y sigui� bombeando sin miramientos hasta que se le corri� entre
graznidos y jadeos.
Tras esto, se dio media vuelta y sigui� durmiendo. Beatriz,
se gir� para el lado opuesto pero ella no pod�a dormir�