Relato: El Harem (5)





Relato: El Harem (5)


V



Ya se hab�a convertido en casi tradici�n que cada nueva
esposa de Abdul pasara con �l las treinta primeras lunas tras la boda.
Transcurrido este tiempo Isabel se hallaba en un estado de melancol�a. Hab�a
perdido su libertad y hab�a ca�do en manos del ser viviente m�s abominable de
cuantos hab�a conocido en su zarandeada experiencia vital. Durante todo este mes
hab�a sido v�ctima de las m�s aberrantes vejaciones que una mujer era capaz de
soportar y lo peor es que se sent�a presa en la telara�a tejida por el sult�n y
era incapaz de deshacerse de sus ataduras. Lleg� a pensar en el suicidio como
�nica puerta de salida de su desgracia, pero no era Isabel mujer de rendirse ni
de soluciones huidizas.


Pero sin duda el traslado de Isabel a la jaima del harem
contribuy� a descartar completamente la idea de la muerte. Isabel conoci� a sus
dos compa�eras Zaira y Amina y tambi�n a Karim� que pr�cticamente se hab�a
convertido ya en una m�s del harem aunque dispusiera de sus propios aposentos.
La solidaridad de las dem�s mujeres de Abdul fue el b�lsamo milagroso, si no
para curar, si al menos para aliviar el dolor que el sult�n le hab�a causado en
su �nima libre.


Lo que no quiso Isabel fue participar en los juegos sexuales
de las otras j�venes. Su inter�s por el sexo hab�a desaparecido complemente tras
el matrimonio con el sult�n. Cuando las tres mujeres iniciaban sus reuniones
s�ficas ella se retiraba discretamente a otras dependencias. Prefer�a aprovechar
esos momentos de soledad para intentar encontrar una salida a su situaci�n.


Los primeros meses fueron, por tanto, de cruda adaptaci�n
para Isabel. Descubri� la rutina de palacio. Abdul sol�a reclamar a lo largo del
d�a a Amina o a Zaira, normalmente para que le practicaran sexo oral aunque en
ocasiones tambi�n las penetrara por alguno de sus orificios. Por las noches las
favoritas sol�an ser ella misma y Karim� aunque ya rara vez pasaban la noche
entera con el sult�n, una vez desfogado les permit�a volver a su jaima. En el
momento en el que regresaba la mujer elegida por Abdul las tres fogosas j�venes
iniciaban sus actos amatorios para aliviarse y consolarse de la grima que les
provocaba el tirano. Isabel aprovechaba las horas de juegos de sus compa�eras
para idear aliados, estrategias o posibles conspiraciones contra Abdul, pero
ninguna le parec�a lo suficientemente bien tramada como para resultar exitosa.
A�n as� no se resignaba y cada noche segu�a pensando como acabar con Abdul y con
su encarcelamiento en aquella jaula palaciega.


Hubo un d�a en que aquella rutina diaria se quebr�. El sult�n
iba pasar la noche fuera de palacio. Se dispon�a a visitar el campamento de
soldados que custodiaban los pasos del desierto. Acud�a acompa�ado de sus
generales con el objetivo de insuflar moral al destacamento. Por tanto, las
cuatro mujeres de Abdul estaban libres aqu�lla noche.


Tras la cena decidieron celebrar aquella jornada sin
vejaciones con un liberador ba�o. El harem dispon�a de una ancha ba�era donde
cab�an las cuatro. Una vez que el agua estaba lista y a la temperatura ideal
despidieron a las criadas y se quedaron solas. Se desnudaron y se introdujeron
en la ba�era, incluyendo tambi�n Isabel, a quien agradaba la idea del limpiarse
y perfumarse sabiendo que Abdul no iba disfrutar de su higiene.


La relajaci�n era casi una arcaica sensaci�n en aquellas
mujeres y esa noche hab�an logrado alcanzar ese estado. El agua y el jab�n
suministrado por las criadas actuaban de alimento para su esp�ritu. El buen
humor de Zaira, sus bromas fueron el complemento ideal para que las cuatro, por
una noche, sintieran algo parecido a la felicidad.


Isabel tambi�n disfrutaba de aquello. Sin embargo era incapaz
de olvidarse de su desgracia y en aquel ambiente �ntimo no pudo evitar preguntar
a sus compa�eras sobre el sult�n.


- Hay algo que me sorprende de esta pesadilla a la que
estamos sometidas. �Por qu� ninguna de nosotras ha quedado todav�a embarazada
del sult�n?


- Est� claro que Al� no quiere Abdul tenga descendencia-
respondi� Zaira ri�ndose.


- Lo que est� claro es que nosotras no somos responsables.
Ser�a muy extra�o que cuatro mujeres j�venes y sanas fu�ramos est�riles. Abdul
es incapaz de procrear- a�adi� Amina.


- Adem�s yo estoy segura de ser f�rtil- a�adi� Isabel
enigm�ticamente.


- �C�mo est�s tan segura?- pregunt� Amina.


- Porque ya he engendrado dos hijos. El primero con mi primer
marido. Cuando asaltaron nuestra caravana en el desierto mataron a los dos.


- Lo siento, debi� de ser terrible. Desconoc�amos esa
historia- dijo Karim� afectada.


- S�, fue terrible, pero supongo que ambos est�n en el
para�so. Ya llegar� el momento en que me re�na con ellos.


- �Y el otro hijo?- Esta vez fue Zaira quien pregunt�.


- El otro fue concebido aqu� en Fayuma. Cuando llegu� a esta
tierra como cristiana tuve que buscar protecci�n para salvar mi vida. Uno de mis
amantes antes de estar con Alzid fue un adinerado comerciante. Me dej�
embarazada as� que me escond� en mi casa durante unos meses. Esgrim� estar
enferma y el comerciante no me molest� temeroso de que le contagiara alg�n mal.
Pero yo sab�a que no podr�a criarlo. Cuando se acerc� el momento del parto tuve
miedo y pens� que no podr�a afrontarlo yo sola, as� que ped� ayuda a una de mis
empleadas en el telar de nombre Zoraida. Es una se�ora mayor, viuda y con la
suficiente experiencia como para que mi hijo salvara la vida al nacer. Y as�
fue, gracias a sus cuidados el ni�o vino al mundo sano. Pero entonces se me
present� el problema de qu� hacer con �l. No podr�a presentarme en Fayuma como
madre soltera, como sab�is est� penado por las leyes sagradas. Fue esta misma
mujer quien me ayud�. Me propuso quedarse ella con el ni�o. Para justificar la
existencia del ni�o Zoraida cont� que unos parientes suyos del extranjero hab�an
fallecido y el ni�o era hu�rfano y como era la �nica familiar se hab�a hecho
cargo de �l. Nadie sospech� nada �C�mo iban a sospechar de una pobre anciana sin
familia? Yo ve�a a mi hijo a diario, pr�cticamente lo he criado yo pero ning�n
habitante de Fayuma sabe que es sangre de mi sangre. Ese es mi gran secreto...
Pero ahora, ya no puedo verle. A la tortura que supone ser esposa de Abdul se
une el de no poder ver a mi ni�o. Adem�s, �qu� ser� de �l cuando Zoraida muera?


Cuando Isabel concluy� su historia. Ninguna de las mujeres
supo que decir. Amina incluso no pudo evitar que las l�grimas mojaran sus ojos.
Finalmente fue Karim� quien rompi� el silencio.


- Debemos hacer algo. No debes seguir aqu�. Tendr�as que
estar con tu hijo.


- �Y qu� se puede hacer? Si huyo Abdul me matar�. He
intentado pensar mil estratagemas para acabar con esto pero ninguna dar�a
resultado.


- �Y si pag�ramos por asesinar a Abdul?- Propuso Amina.


- Si nos descubren nos matar�n. Y si Abdul muere sin heredero
y el ej�rcito se rebela puede que nosotras corramos la misma suerte. Los que
tomen el poder no querr�n que sus esposas y hermanas puedan buscar aliados que
se opongan a sus ambiciones. As� ha sido a lo largo de la historia- record�
Karim�.


- T� tienes sangre real, Karim� �No podr�as sustituir a Abdul
en caso de que �l muera?


- Se nota que eres extranjera, Isabel. Las leyes proh�ben a
las mujeres gobernar.


- Si al menos hubiera un heredero... Podr�amos salvar
nuestras vidas en caso de que Abdul cayera en desgracia. Pero es incapaz de
hacernos un hijo a ninguna de nosotras- dijo Zaira.


- S�, incluso si hubiera un heredero yo s� podr�a gobernar
mientras el ni�o no fuera declarado mayor de edad. Es la �nica excepci�n que
prev�n las leyes de Fayuma. En caso de que un heredero del sult�n quede hu�rfano
su familiar m�s cercano ser� el regente. Incluso si ese familiar es mujer.


Las cuatro se quedaron calladas reflexionado sobre lo que
acababa de decir Karim� pero fue Isabel la que exterioriz� sus pensamientos.


- Esa ley es interesante. Quiz� Abdul sea incapaz de procrear
pero si una de nosotras queda embarazada de otro hombre, nadie tiene por qu�
enterarse.


- Eso es peligros�simo. La ley es tajante. La esposa ad�ltera
ser� lapidada sin piedad, y mucho m�s si es la mujer del sult�n. Ser�a jugarnos
la vida. Y adem�s �en qu� hombre podr�amos confiar?


Amina se mostr� muy esc�ptica con la sugerencia de Isabel
pero �sta continu� cavilando.


- El hombre debe ser alguien que odie a Abdul y eso no ser�
dif�cil de encontrar. En cualquier caso yo podr�a daros un nombre- no lo dijo
pero todas sab�an que se estaba refiriendo a Alzid- En cuanto al adulterio, s�,
tienes raz�n, quiz� sea muy arriesgado pero t�, Karim�, no eres esposa de Abdul,
eres su hermana y no cometer�as ning�n adulterio. Pero, insisto, aun as� nadie
deber�a enterarse de la verdad.


Las cuatro se volvieron a quedar en silencio meditando sobre
la idea de Isabel. Karim�, a quien apuntaba el protagonismo del plan, continu�
la reflexi�n:


- No es un secreto que Abdul tiene relaciones sexuales
conmigo. Si yo me quedara embrazada nadie cuestionar�a su paternidad y por tanto
ese hijo ser�a un heredero m�s que leg�timo, pero �qu� har�amos con Abdul?


- Eso es f�cil. Alzid podr�a encargarse de su asesinato. Nada
de violencia, un veneno para que pareciera una enfermedad. Estoy segura que
Alzid se mostrar�a dispuesto tanto a ser el padre del heredero como a vengarse
de Abdul. A cambio se podr�a pactar con �l y creo que aceptar�a. T� ser�as la
regente del sultanato y �l se encargar�a del d�a a d�a del gobierno tal y como
hace ahora. Cuando vuestro hijo tuviera la edad suficiente, se convertir�a en el
sult�n absoluto de Fayuma. Alzid estar�a encantado de ser el padre del sult�n
aunque s�lo �l y nosotras lo supi�ramos.


- Y nosotras ser�amos libres- dijo de forma entusiasta Zaira.


- Bueno, bueno. Creo que vamos muy aprisa. Esta idea habr�a
que meditarla m�s y no deja de ser muy peligrosa. Por otro lado, me tendr�a que
acostar con Alzid. Tendr�a que estar dispuesta a eso, y no s�lo yo, �l tambi�n
claro. Y a ti �no te importar�a que me acostara con tu amante?


- A mi no me importar�a. Alzid y yo nos queremos pero no
sentimos amor, s�lo simple aprecio el uno por el otro. Y yo estoy dispuesta a
todo con tal de estar con mi hijo, que es mi verdadero amor. En cuanto a �l,
har�a lo posible por vengarse de Abdul y adem�s no creo que rechazara una
belleza como la tuya. Y t�, Karim�, Con Alzid sabr�as lo que es un verdadero
hombre en la cama. No te arrepentir�as en absoluto.


Las cuatro se rieron s�lo de pensar en la posibilidad de
llevar a cabo el plan. En principio s�lo era fruto de su fantas�a y Amina, Zaira
y Karim� as� se lo tomaron, como un sue�o. Pero Isabel no. Ella pensaba que el
plan era factible.


El caso es que la conversaci�n conspiradora hab�a puesto de
muy buen humor a las j�venes. Fruto de esa alegr�a iniciaron juegos en el agua
salpic�ndose unas a otras, simulando pelearse como ni�as. En medio de esos
retozos Zaira se abalanz� sobre Amina y con su boca mordi� su pez�n. Amina le
respondi� pellizcando su nalga. Al final ambas terminaron sus travesuras boca
con boca en un largo beso h�medo.


En ese momento Isabel decidi� que era la hora de dejarlas
solas. Abandon� a sus compa�eras en la ba�era se visti� con una fina t�nica y
sali� al patio donde continu� pensando en ese posible plan para recuperar su
libertad.


La ausencia de Isabel no detuvo a Amina, Zaira y Karim�.
Mojadas como estaban salieron de la ba�era y sin dejar de besarse una a otras
llegaron hasta una de las camas. Zaira besaba los pechos de Karim� mientras
Amina hac�a lo propio con los gl�teos de Zaira. Coloc� su trasero de forma que
pudiera lamer bien su agujerito y a ello se dedic�. Por su parte la hermana del
sult�n se tumb� boca arriba dejando accesible su vulva a las caricias de la
bella mora Zaira.


Las tres j�venes siguieron unos minutos dedicadas a su placer
pero fue Isabel quien las interrumpi�...


- �Deprisa, vestiros, Abdul viene hacia aqu�!


Les dio un vuelco el coraz�n, pero poco pod�an hacer ya.
Abdul hab�a regresado de improvisto y en ese momento entraba en la jaima.


- Vaya, vaya. Veo que mis mujeres, no pierden el tiempo
cuando creen que yo no estoy en palacio, incluyendo a mi hermanita.


Abdul hab�a descubierto sus juegos. Al verlas as� su primera
reacci�n fue la de castigarlas, pero su pene le distrajo esos pensamientos. La
imagen, era impactante. Las tres j�venes m�s bellas de Fayuma desnudas retozando
entre ellas e Isabel, de igual hermosura, ataviada solamente con una leve
t�nica.


- Al parecer no esperabais mi presencia. Pero ten�is que
saber que una tormenta del desierto nos ha obligado a regresar al palacio. En
fin, habr� que aprovechar esta circunstancia. Isabel desn�date t� tambi�n.


Obedeci� de inmediato la orden y se qued� como las otras tres
mujeres del harem. Al tiempo Abdul tambi�n se desnud�.


- Muy bien ahora arrodillaron ante m�. Quiero que me vay�is
lamiendo cada una de vosotras.


Las cuatro siguieron sus �rdenes. La primera que tuvo que
lamer el pene de Abdul fue Karim�. Lo acogi� con la repugnancia de siempre a
pesar del estado de excitaci�n en el que le hab�an dejado sus amigas. A�n as�
intent� hacerlo lo mejor posible. Lo introdujo en su boca, masaje�ndolo muy
despacio, sabedora de que si aumentaba la velocidad, Abdul se correr�a enseguida
y seguramente lo pagar�a peg�ndolas.


No dur� mucho Abdul en la boca de Karim�, enseguida retir� el
pene y se lo llev� hasta Zaira quien segu�a aut�nticamente excitada. La ardorosa
joven acogi� el falo del sult�n con voracidad. Lo chup� desde la base hasta el
glande, se lo meti� en la boca y lo introdujo hasta su garganta sac�ndolo y
meti�ndolo con furia. Abdul tuvo que retirarse para evitar el orgasmo y cambi� a
Isabel.


La aragonesa tambi�n lo lami� con habilidad pero, sin duda,
se notaba su frialdad. En cualquier caso Abdul agradeci� el cambio de ritmo. El
sult�n estuvo unos cuantos minutos en la boca de Isabel, disfrutando de la
parsimonia con la que lam�a su verga. Finalmente se dirigi� hacia Amina.


Mientras �sta llevaba a cabo su turno de lamidas Abdul dio
nuevas �rdenes a las otras mujeres. Exigi� que Isabel se colocara a cuatro patas
en la cama y les dijo a Karim� y Zaira que le lamieran el agujero trasero.
Quer�a que estuviera preparado para su pr�xima penetraci�n.


La imagen de Karim� y Zaira lamiendo con dedicaci�n el ano de
Isabel enerv� la excitaci�n del sult�n hasta cotas poco alcanzadas
anteriormente. Apart� la boca de Amina y se dedic� a contemplar el espect�culo.
Orden� a Zaira que le fuera introduciendo dedos en el culo mientras que Karim�
deb�a lamer a su vez la vagina de Isabel.


La occidental no pudo evitar excitarse con tales pr�cticas.
Nunca hab�a querido participar en los juegos de sus compa�eras y no hab�a gozado
antes del placer con otras mujeres. Pero ahora, a pesar de la presencia de Abdul
se estaba excitando. El masaje h�medo que le proporcionaba la hermana del sult�n
en su vulva junto con las penetraciones de los dedos de Zaira le estaban
proporcionando una buena dosis de placer.


Apenas se dio cuenta de que Abdul se hab�a colocado ya en
posici�n para penetrarla. Fue consciente cuando su pene estaba ya pr�cticamente
dentro del ano. Afortunadamente Zaira hab�a dilatado con habilidad su m�s
estrecho agujero. La pena es que Karim� ya no lam�a su cl�toris.


Las embestidas duraron poco. En apenas tres empujones Abdul
abandon� el culo de Isabel. Llam� a Karim� y le hizo lamer su verga manchada. En
dos movimientos de su boca lleg� al orgasmo salpicando de semen toda la cara y
boca de su hermana.


Se sent� en el borde de la cama, en silencio, mientras sus
mujeres evitaban su mirada. Aplacada ya su excitaci�n sus pensamientos s�dicos
regresaron a su cabeza.


- As� que a esto es a lo que os dedic�is cuando est�is solas-
Ninguna de ellas os� responder- Sois unas aut�nticas infieles, unas sucias
mujeres. Y vais a ser castigadas por ello.


Las cuatro temblaron s�lo de escuchar aquellas palabras. Hizo
que Isabel atara las manos de sus tres compa�eras, coloc�ndolas con el trasero
levantado. Finalmente el propio Abdul anud� a la aragonesa. De nada serv�a que
Isabel no participara en aquellos juegos. Abdul quer�a a castigar a todas y nada
iba a poder evitarlo.


El sult�n hizo traer su fusta, sin importarle que los criados
a los que llam� vieran en semejante postura de humillaci�n a sus esposas y
hermana. Una vez tuvo el l�tigo en sus manos propin� una paliza en las nalgas de
las cuatro que ninguna de ella olvidar�a en mucho tiempo.


Cuando agot� toda sus energ�as en aquella tortura no liber� a
las mujeres. Como ampliaci�n del castigo las oblig� a pasar la noche atadas y de
rodillas. No ser�an desatadas hasta la ma�ana siguiente a pesar de que las
cuatro sangraban abundantemente a causa de las heridas provocadas en su piel. Ni
siquiera se las permiti� refrescarse o beber agua.


Pero aquella nueva tortura de Abdul s�lo sirvi� para una
cosa: Las cuatro mujeres se convencieron definitivamente de la necesidad de
deshacerse de �l. Las dudas que hab�an tenido cuando planeaban sus
conspiraciones desaparecieron. Ahora estaban decididas a llevar a cabo su plan.



CONTINUAR�


NOTA: ESTA SERIE HA SIDO ESCRITA ENTRE SUPERJAIME Y OTRA
AUTORA. YA SE PUBLIC� BAJO SU NOMBRE Y AHORA SE PUBLICA CON EL M�O.


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