Si pienso en los acontecimientos que voy a relatar a
continuaci�n, podr�a inferir que todo ha sido una locura. Y vaya si lo fue. Pues
nunca en mi vida, hab�a imaginado que una cosa as� fuera a ocurrirme.
Mi nombre es Diego, tengo 29 a�os y un a�o de casado. Mi
esposa Flavia es el ser m�s adorable que conoc� en mi vida, y con ella he sido
muy feliz desde el momento en que nos conocimos hace cinco a�os. Nuestro
flamante matrimonio nos hace ver la vida de una manera gloriosa, pues nos amamos
profundamente. Aunque no todo ha sido f�cil. Hace tres meses que Flavia est� sin
trabajo, y mi nuevo puesto en una importante empresa es nuestro �nico ingreso.
Pero es el comienzo, y no siempre mi sueldo es el suficiente como para
satisfacer todas nuestras necesidades. Recientemente nos mudamos a un
apartamento en el centro de Buenos Aires, por lo que tantos gastos, nos
imposibilitaron pensar en tomarnos vacaciones en alg�n lugar fuera de la ciudad.
Siempre hemos contado con la ayuda de los padres de Flavia.
A�n la adoran como si fuera la ni�ita consentida que hasta hace poco viv�a con
ellos. Y yo he sido aceptado en la familia con no poco cari�o. Especialmente por
parte de mi suegro, Octavio, pues a trav�s de �l, consegu� este nuevo empleo en
donde se me asegura una carrera promisoria. Supongo que el hecho de que soy
hu�rfano de padre y madre, provoc� especialmente en mi suegro, un instinto algo
paternal hacia m�, de manera tal que siempre me sent� muy querido por �l. Surgi�
naturalmente una relaci�n muy buena y sincera entre nosotros, que iba desde esa
sutil complicidad varonil (a veces rayana en lo machista), a la amistosa
protecci�n de un padre que adem�s, solo tuvo hijas mujeres.
Cuando los padres de Flavia supieron que nosotros no
podr�amos salir de vacaciones, inmediatamente Octavio nos invit� a pasar el
verano con ellos. Se encargar�an de los gastos y no nos tendr�amos que preocupar
por nada. A pesar de mis reparos, la mirada de mi esposa me convenci� y
terminamos por aceptar.
Hac�a algunos a�os ya que mis suegros pasaban las vacaciones
en Punta el Este, al norte de la capital uruguaya. S�lo hab�a un inconveniente
porque en realidad, el apartamento era de Nina, la hermana de mi suegra. Ella
era la verdadera anfitriona, claro. Ten�a un bello apartamento, frente al mar,
pero solo con dos dormitorios y cinco camas, dispuestas de manera tal, que era
imposible que los dos matrimonios pudi�ramos dormir cada uno en una habitaci�n,
pues: �d�nde dormir�a Nina?. As� que la condici�n para poder estar todos juntos
en el mismo apartamento, era asignar los dormitorios de forma que en uno
estuvieran mi suegra, Nina y Flavia, y en el otro Octavio y yo. Mujeres en uno,
hombres en otro.
Al principio, esto me pareci� muy inc�modo, pero como la
frase "a caballo regalado no se le miran los dientes" es algo que suelo poner en
pr�ctica bastante seguido; y ante la insistencia de los ojos suplicantes de
Flavia, sonre�, y termin� de convencerme cuando ella me dijo a media voz, que ya
�bamos a encontrar un momento de intimidad para nosotros entre tanta gente,
aprovechando alguna oportunidad en que mis suegros y su t�a Nina, salieran y nos
dejaran solos.
Lleg� enero, y todos viajamos a Punta del Este. Nos recibi�
Nina, una mujer amable y simpatiqu�sima, que enseguida hizo lo posible para que
nos sinti�ramos en nuestra casa. Cuando empezamos a acomodar las cosas, sent�
algo de tristeza cuando Flavia dispon�a todo en una habitaci�n que no ser�a
tambi�n la m�a. Ella lo advirti�, y vino hacia m�. Me dio uno de sus dulces
besos y me abraz� tiernamente. Octavio, que pasaba justo en ese momento, tambi�n
sonri� y me dijo:
-�Eh!, hombre, que no es el fin del mundo, ya vas a ver como
no ser� tan terrible dormir conmigo...y la pasaremos m�s que bien. Adem�s,
seguramente en alg�n momento, nosotros saldremos a hacer las compras y ustedes,
pues...�entiendes? � y me hizo un significativo gui�o.
A partir de ese momento, la relaci�n con mi suegro sostuvo
siempre ese tono. Me llevaba muy bien con �l, y era evidente que �l ten�a por m�
un afecto muy especial. Esa primera noche, cuando despu�s de haber ido a cenar
afuera, finalmente nos retiramos a nuestras habitaciones, Octavio hab�a tomado
algunas copas de m�s. Me desped� de mi mujer con un eterno beso, porque iba a
ser la primera vez en mucho tiempo que dormir�amos separados. Eso era muy
extra�o para los dos. Cuando entr� a la habitaci�n, Octavio entr� detr�s de m� y
cerr� la puerta. Lo que dijo me llam� la atenci�n, aunque lo tom� como un
comentario medio en broma:
-Finalmente descansaremos un poco de las mujeres � dijo, en
tono c�mplice.
Me qued� mir�ndolo algo sorprendido.
-Es que, bueno � continu� � no hace falta que te diga que
Nina, es muy buena mujer, pero �habla mucho!, y a veces es un poco pesada,
�verdad?, y cuando se junta con mi mujer... pues...
Yo me sonre� y asent� no con poca timidez.
-Aqu� vamos a estar tranquilos, entre hombres, y seguramente,
ser� nuestro descanso cotidiano despu�s de tanto cotorreo � me dijo con toda la
picard�a en su mirada.
-Octavio, �le molesta si leo antes de dormirme?
-Hijo, a ver si nos entendemos �cu�ndo vas a dejar de
tratarme de usted? �No te parece que ya es hora de que me tutees?
Yo no atinaba a responder.
-Simplemente te exijo que me tutees. Me hac�s sentir como un
viejo, y, a pesar de estas canas, ya sab�s que todav�a tengo cuerda para rato, o
al menos eso es lo que me dice siempre tu suegra... � me dijo entre risas y
gui�os.
Ten�a raz�n. Octavio era un hombre mayor, pero su estado
f�sico era inmejorable. Era muy alto, calvo con cabello entrecano solo a los
costados de su cabeza. Sus ojos eran verdes, de una intensidad y profundidad
poco com�n, que denotaban una expresi�n inteligente y vivaz. De rasgos fuertes,
su bigote oscuro, resaltaba una boca amplia y de blanqu�simos dientes. Octavio
hab�a sido un gran deportista en su juventud, y su cuerpo, delgado, pero firme,
se encargaba de manifestar su excelente estado f�sico. Eso siempre me hab�a
impactado de �l, y no con cierta envidia admir� sus prominentes pectorales que
se marcaban debajo de la camisa.
-Est� bien, Octavio, a partir de ahora, voy a tutearte.
Aunque, bueno, tal vez me cueste un poco.
-Joder. �Tan viejo te parezco? Solo tengo....
-�52... un anciano total! � le dije riendo sonoramente � es
eso, usted..., perd�n, "vos" sab�s que hace tiempo nos conocemos y siempre te
trat� de usted. Lo que digo es que al principio ser� raro.
-S�, s�, re�te, ya veremos como lleg�s vos a mi edad. M�s de
uno quisiera tener mi estado f�sico � dijo sonri�ndome y haciendo una c�mica
pose de f�sico culturista. Se abri� un poco los primeros botones de la camisa y
respirando hondo, hizo una exagerada mueca que me desternill� de risa. Pero en
verdad el cuerpo de Octavio era magn�fico. Su definido pecho emergi� entre sus
brazos cruzados. Me mir� un poco m�s serio. Y esa mirada fue tan profunda, tan
extra�a para m�, que yo tuve que bajar la m�a.
Los primeros d�as, pasaron alegres y divertidos. Fueron todos
espl�ndidos. �bamos a la playa casi todo el d�a, y regres�bamos a eso de las 6 �
7 de la tarde. Generalmente cen�bamos afuera o �bamos a caminar. Muchas veces
nos escap�bamos con Flavia a alguna playa m�s apartada, donde ella y yo ten�amos
nuestros ratos a solas. Pero en la casa, hab�a sido imposible tener un momento
de intimidad, por lo que esos d�as sin tener sexo, estaban haciendo estragos en
m�. La vida cotidiana era bastante com�n, es decir: las mujeres se encargaban de
mantener ordenado el apartamento, y de preparar alguna que otra comida; y
Octavio y yo, sal�amos con el coche al supermercado, entre otras cosas.
Un d�a, al levantarnos, vimos que el cielo estaba bastante
nublado. Entonces nos quedamos m�s tarde en la casa, y decidimos no ir a la
playa. Las mujeres quer�an ir de compras, nada m�s aburrido para los miembros
masculinos de la familia. Octavio dijo entonces, que quer�a aprovechar para
hacerle una revisi�n al coche en el taller mec�nico por unos ruidos que hab�a
advertido d�as atr�s.
-Muy bien � dijo Flavia � nosotras estaremos en el centro
comercial, tal vez comamos algo o vayamos al cine, as� que no se preocupen por
nosotras, si quieren, nos encontramos por la tarde.
-Ok � dijo Octavio - �Ven�s conmigo, Diego, o prefer�s
"aburrirte" con las damas?
-De ninguna manera � irrumpi� mi suegra � no queremos hombres
mientras gastamos dinero.
Riendo y entre bromas, todos estuvimos de acuerdo en salir
separadamente. Y as� lo hicimos. Cuando las despedimos, Octavio y yo salimos en
el coche rumbo al taller. Pero ni bien estuvimos solos, Octavio me dijo
socarronamente:
-�Al cuerno con el taller! Est� abriendo el cielo, pronto
saldr� el sol, y no vamos a desperdiciar una ma�ana as� yendo al taller, �no?.
�Nada de eso!. Podr�amos ir a... �Ya s�!... te voy a mostrar las caba�as que
vimos el a�o pasado con mi mujer, �te acord�s que te habl� de eso? Quien sabe,
tal vez podamos alquilar una el a�o que viene. �Vamos?
Yo estaba encantado, y a la saz�n, me llevaba cada vez mejor
con mi suegro, as� que asent�.
-Y ya ver�s la playa que hay all�... �Ah, es una maravilla!
-Pero... �No hemos tra�do nuestro traje de ba�o!.
Octavio sonri�, y no me dijo nada al respecto, solo me mir�
de reojo dici�ndome:
-Te encantar� el lugar, Diego. Adem�s, hay un bosque, y un
arroyo que desemboca en el mar. Son playas enormes, casi v�rgenes, y muy poca
gente llega hasta all�.
�l estaba muy entusiasmado, hablaba en alta voz, gesticulando
a cada frase. Yo estaba un poco sorprendido, pero, al fin de cuentas, la
personalidad de Octavio siempre hab�a sido as�, era un hombre que en ciertos
momentos, ten�a el accionar de un adolescente. Salimos de la ciudad hacia el
sur, y despu�s de veinte o treinta minutos, salimos de la autopista para entrar
en un camino de tierra lindado de grandes �rboles.
-Llegamos. Es un gran bosque que se est� loteando
constantemente. �No es hermoso? La verdad es que me gustar�a mucho comprar un
terreno aqu�, y en un futuro poder tener una casa cerca del mar. No estamos
lejos de la costa.
Dimos unas vueltas con el coche, y Octavio me mostr� entonces
las caba�as. Eran un complejo de varias casas tan r�sticas como bellas, en medio
de a�osos �rboles, y a unos pocos metros de los grandes m�danos que nos
separaban de la playa. Cuando ya me hab�a mostrado todo el sitio me mir� con una
chispa en sus ojos.
-�Qu� te dije? Ya est� asomando el sol.
-Es verdad. �Quer�s que volvamos y busquemos a las mujeres
para ir a la playa?
Octavio mir� hacia los m�danos, mir� nuevamente el cielo, y
casi susurrando me contest�:
-No. La verdad que no. �No quer�s ir a la playa ahora?
-�Aqu�?
-�Sab�s donde estamos?
-No tengo idea
-En la playa naturista.
-�Una playa nudista?
-Exactamente. �Vamos?
Dud� un poco. En realidad, me daba un poco de verg�enza toda
la situaci�n. Pero al final, t�midamente asent� con la cabeza. Entonces, Octavio
sonri� satisfecho, como un ni�o al que le compran un dulce, y estacion� el
coche. Sac� unas toallas del ba�l y la sombrilla que llev�bamos todos los d�as a
la playa. Las nubes se iban disipando y poco a poco el d�a empezaba a
resplandecer.
Cuando entramos a la playa, a�n vestidos, hab�a poca gente.
Pero as� y todo, todos, hombres, mujeres y ni�os, iban desnudos, o con trajes
muy breves. Hab�a gente de todas las edades. Yo nuca hab�a estado en una playa
naturista. Era una sensaci�n nueva y rara.
-Ven� � me dijo Octavio � pronto el lugar estar� lleno de
gente, iremos m�s hacia el sur, donde suele estar siempre tranquilo.
�l llevaba la sombrilla bajo el brazo, yo las toallas. Nos
descalzamos y lo segu�. Despu�s de unos minutos, la playa se hizo a�n m�s
solitaria, y a unos cientos de metros, vimos algo de gente tumbada en la arena.
Por fin, despu�s de caminar bastante, mi suegro decidi� detenerse y me pregunt�
si me gustaba ese lugar. Le contest� que s�, en verdad era un sitio paradis�aco.
-Te dije que te iba a gustar. Y ya ves, no necesitaremos
nuestros trajes de ba�o.
Extendimos las toallas en la arena, y Octavio instal� la
sombrilla. Ya el sol hab�a salido para quedarse. Cuando todo estuvo listo, mi
suegro comenz� a quitarse la camisa. �Iba a desnudarse?. Y en todo caso �porqu�
me incomodaba eso?. Hab�amos pasado d�as durmiendo en la misma habitaci�n, lo
hab�a visto semidesnudo varias veces, tambi�n en traje de ba�o, pero claro, en
ese momento, sent�a algo extra�o dentro de m�. Octavio qued� con su velludo
torso al desnudo, y cuando comenz� a desabrocharse el cintur�n, yo baj� la
vista. Mir� hacia el mar, pero por el rabillo del ojo, advert� que Octavio
estaba completamente desnudo ya. Sin saber muy bien que hacer, recuerdo que fui
hasta la orilla, como para darme tiempo a acostumbrarme a la nueva situaci�n.
Octavio se hab�a sentado sobre una de las toallas. Yo regres� y �l me pregunt�
lo que yo tem�a escuchar:
-�Vas a quedarte vestido?
Entonces, algo perplejo, sin mirarlo directamente,
avergonzado, comenc� a quitarme la ropa. Octavio me miraba. Y yo not� que me
miraba con m�s atenci�n que la habitual. Me quit� la remera y el pantal�n.
Cuando qued� en calzoncillos, me dijo:
-Vamos, Diego. Si te traigo aqu�, es para compartir contigo
esta maravillosa sensaci�n de libertad que se vive en este lugar. �Nunca has
estado al natural y en contacto con toda esta naturaleza, verdad? �O es que
ten�s verg�enza?. Estamos pr�cticamente solos, la persona m�s cerca, est� a 500
metros.
No recuerdo qu� le contest�, pero me sent� un tonto y me
convenc� en realidad de que Octavio ten�a toda la raz�n. Me quit� r�pidamente mi
b�xer, y qued� desnudo frente a �l. Me mir� complacido, con una sonrisa muy
calma. Yo me sent� en la otra toalla, a su lado. Me qued� mirando el horizonte y
poco a poco comenc� a sentir el placer de estar echado en la arena, con la brisa
acariciando mi desnudez y el sol calentando mi piel. Sent� curiosidad de ver a
mi suegro, y aprovechando que �l hab�a entrecerrado sus ojos, me volv� hacia �l.
Por primera vez lo ve�a desnudo. No pude evitar mirar sus genitales. No eran muy
grandes, o al menos, no ten�a un pene muy largo. Era bastante ancho y dos
grandes test�culos muy peludos sosten�an su tronco y lo hac�an ver como
levantado, hacia delante. Era tan velludo all�, que apenas asomaba su miembro
entre tanto pelo. Me llam� mucho la atenci�n eso, toda la zona era muy oscura,
en contraste con el centro de su pecho donde ten�a largos pelos blancos que la
brisa marina mov�a y agitaba. Octavio se abri� de piernas y sus pesadas bolas se
desparramaron y parecieron m�s grandes a�n. El sol hac�a impacto en toda su
largura, y en ese momento me mir� a m� mismo, lament�ndome de no tener un cuerpo
tan hermoso. A pesar de haber tomado bastante sol, mi piel estaba casi blanca
todav�a, pues Flavia se hab�a encargado de cuidar mi piel con protector solar en
demas�a. En cambio, el cuerpo de mi suegro luc�a un bronceado parejo acentuado
por la marca perfecta de su traje de ba�o. Su pubis, blanco, resaltaba la
negrura de su abundante y cerrado vello p�bico.
No sab�a muy bien que me estaba pasando, pero fue imposible
para mi apartar la vista de Octavio. Tampoco sab�a si �l lo estaba notando, pero
yo estaba all�, a pocos cent�metros de mi suegro, y no pod�a dejar de mirarlo,
presa de una nueva y extra�a atracci�n. Su pene, fl�cido y recostado sobre sus
pelotas, estaba a medio descapullar. Pod�a ver como asomaba su glande.
Algo me distrajo. Y era que a poco metros de d�nde est�bamos
nosotros, un hombre se hab�a instalado con sus cosas. Era corpulento y de unos
40 a�os. Disimuladamente, vi como se desnudaba completamente y mostraba casi
orgulloso un excelente cuerpo tostado completamente por el sol, inclu�das sus
nalgas. Mir� su pene que se bamboleaba a cada movimiento. Fue cuando me
sorprendi� con su mirada. Y as� permaneci�, con la mirada tan fija, que me
oblig� a voltear. Mir� de nuevo a mi suegro. Segu�a como adormecido. Baj� a su
entrepierna. Su pene estaba algo m�s grande. �o esto era una idea m�a?. No, no,
no lo pens� as�, porque su glande hab�a salido casi por completo. Volv� a mirar
al hombre, a unos metros de nosotros, y �ste me segu�a mirando, ofreci�ndome
toda su desnudez. Me sent� inc�modo, pero tambi�n presa de un estado extra�o y
poco habitual en m�. Entonces me pas� algo inexplicable. Mi miembro comenz� a
latir y not� que en poco tiempo estar�a erecto completamente. Atribu� esto, no a
las visiones de esos cuerpos desnudos, sino a mi largo per�odo de abstinencia
sexual con Flavia. Era claro, porque jam�s en mi vida me hab�a fijado en un
hombre desnudo. Pero, algo alarmado, y no poco avergonzado, para esconder mi
acelerada erecci�n, decid� meterme al mar. R�pidamente me zambull� en sus olas,
sintiendo la vista de nuestro vecino de playa sobre m�.
El agua fr�a hizo su efecto, y consegu� atenuar mi dureza.
Por fortuna. Al cabo de un rato, mir� hacia nuestra sombrilla. Octavio estaba de
pi�, y me hac�a se�as con las manos. Me grit� ahuecando sus manos en su boca:
-�Diego: voy a caminar un rato!, �vienes?
-�No! � le contest�, temiendo que mi verga se pusiera dura
nuevamente - �And� vos, me quedar� un rato m�s en el agua!.
Lo vi alejarse para el lado de los m�danos. Eso me extra��,
pues esperaba que ir�a a caminar siguiendo la orilla. Me qued� un rato nadando y
saltando las olas. La playa, se empez� a poblar poco a poco. Cuando sal� del
agua, hab�a varios hombres desnudos diseminados por la playa, as� como alguna
que otra sombrilla, pero en general, segu�a siendo una vasta y extensa playa con
muy poca gente.
Ya m�s acostumbrado a mostrar mi cuerpo desnudo, me sequ� al
sol. Decid� tambi�n ir a caminar un poco, pensando tal vez que lo mejor era
soltarme del todo con mi desnudez. Me dej� llevar, y al poco tiempo, olvid� que
estaba en un lugar p�blico, que estaba desnudo, que era t�mido, y empec� a
integrarme a esa naturaleza casi salvaje de la costa, el sol y el aire. Cada
tanto me cruzaba con alg�n otro caminante, tambi�n pasaba cerca de gente
asole�ndose. Unos me miraban insistentemente y otros eran indiferentes a mi
persona. Todos, absolutamente todos, eran hombres. No tard� mucho tiempo en
darme cuenta de que era una playa gay, porque adem�s, advert� algunas parejas
que iban tomadas de la mano.
Camin� bastante tiempo bajo los fuertes rayos solares. Cuando
mir� hacia atr�s, para ver cu�nta distancia hab�a recorrido, not� que el hombre
que me hab�a mirado tanto, me estaba siguiendo. Nervioso, y no poco asombrado,
empec� a apurar el paso. Y con la idea de perderlo, me encamin� hacia los
m�danos. Iba mucho m�s deprisa que �l, por lo que pronto lo dej� bien atr�s.
Esa zona, cercana a un peque�o lago que formaba un arroyo
antes de desembocar en el mar, estaba llena de grandes colinas de arena y varios
arbustos. Entre los m�danos, hab�a m�s hombres desnudos. Muchos tomaban sol
pl�cidamente, otros oteaban el horizonte de pi�, y algunos deambulaban sin
direcci�n alguna. Los hab�a j�venes, de f�sico exuberante, como gordos, flacos o
mayores. Algunos se paseaban ostentando miembros magn�ficos, chocando entre sus
muslos en toda su extensi�n. Hab�a perdido de vista a mi perseguidor, pero
sent�a que me hab�a metido en un lugar no menos peligroso. Segu� caminando, y
pude advertir que entre los arbustos pasaban algunas cosas fuera de lo normal.
�Era posible?. S�. No quer�a mirar abiertamente, pero, hab�a notado algunas
parejas en situaciones m�s que �ntimas.
Nuevamente, me encontraba entre una situaci�n de asombro y de
curiosidad irresistible, por ver algo m�s de ese mundo oculto y nuevo para m�.
Quer�a irme de ah�, pero �porqu� no me dirig�a hacia la orilla e iba hacia
nuestra sombrilla?. No pod�a hacerlo. Segu� caminando lentamente, en el silencio
absoluto roto solo por la brisa marina, gozando extra�amente de esa situaci�n,
desnudo, sintiendo mi sexo balance�ndose entre mis piernas, mirando y siendo
mirado, evitando las miradas frontales, pero al mismo tiempo busc�ndolas. �Era
posible que los hombres se encontraran all� para tener sexo?. Y Octavio, �sab�a
a qu� sitio me hab�a tra�do?. Empec� a prestar m�s atenci�n, en cada arbusto, en
cada ondulaci�n del terreno. Una morbosa e incontrolable curiosidad me impel�a a
hacerlo.
Entonces sent� algunos ruidos, parecidos a gemidos,
respiraciones entrecortadas, y largos suspiros. Estaba entre un matorral de
acacias, me detuve y prest� atenci�n para guiarme por el o�do. Avanc� unos
pasos, vir�... y cuando entre unas ramas pude distinguir algo, me qued�
paralizado. Oculto por el ramaje y a pocos metros de donde estaba, vi al hombre
corpulento que me hab�a estado siguiendo. Pero al apartar m�s los arbustos, pude
ver mucho m�s que eso. Arrodillado, otro hombre desnudo como �l, se abocaba a la
fren�tica tarea de chuparle la verga. �Era Octavio!.
�No pod�a creer lo que estaba viendo!. Mi primera reacci�n,
fue huir de ese sitio. �Hab�a visto a mi suegro, a Octavio, al padre de Flavia,
teniendo sexo con un hombre!. Miles de pensamientos, situaciones volv�an a
cobrar un nuevo sentido a partir de esa realidad, pens� en mi esposa, en mi
suegra que seguramente ignoraba la tendencia sexual de su marido. Todo de golpe
y como un duro mazazo golpeando dentro de m�. Y experiment� una mezcla de
emociones. �Deb�a escapar? �Deb�a irrumpir y evitar todo eso que me parec�a
repugnante? �Rescatarlo de su vergonzante acci�n? �Insultarlo?. Pero pasaba el
tiempo, y yo no atinaba a nada. Solo me qued� ah�, petrificado. Tampoco era
due�o de mis actos. No entend�a porqu� yo no pod�a dejar de observar todo eso.
Mi suegro tragaba una y otra vez aquel pene duro y
descomunal. Obviamente, era evidente que mi suegro ten�a una gran experiencia y
su cara reflejaba el gran gusto que sent�a haciendo eso. La verga era larga, por
lo que yo no pod�a entender como esos 25 cent�metros de dureza desaparecieran
dentro de la boca de Octavio tan f�cilmente. Los bigotes de mi suegro chocaban
r�tmicamente con el vello p�bico de aquel hombre, que estaba de pi� y recostado
sobre un tronco. Respiraba agitadamente, y entre gemidos estaba gozando de
manera extraordinaria, eso era evidente. Octavio, chupaba toda la zona
agitadamente, sin descuidar cada pliegue. Vi como su h�bil lengua se deten�a
entre el prepucio y el glande rosado y mojado, y luego lam�a las bolas para
volver a tragarse toda la verga hasta el fondo. Sus manos no permanec�an
inactivas, pues con ellas recorr�a toda la extensi�n del torso del hombre, que
le sosten�a la cabeza desde la nuca.
Cuando volv� de mi sorpresa, pude reparar en m� mismo, y mi
mano, involuntariamente, se dirigi� a mi sexo. �Estaba erecto!. Mi reacci�n fue
mirar hacia todas direcciones con temor de ser visto, pero nadie hab�a all�. A�n
as�, mis manos cubrieron mi pene como pudieron, por temor a que alguien me
viera.
Segu�a oculto, y segu�a mirando cada detalle de lo que pasaba
entre esos arbustos. Mi suegro se levant� y el hombre lo tom� entre sus brazos.
Ante mi asombro, Octavio lo bes� en la boca con infinita dedicaci�n y los
movimientos fueron cada vez m�s intensos. Los dos hombres, frotando su desnudez
entre s�, estuvieron varios minutos abraz�ndose con pasi�n. Cuerpo a cuerpo,
boca con boca, lengua sobre lengua. La gran erecci�n de Octavio, hab�a cambiado
por completo la apariencia de su verga, que ahora luc�a enorme y completamente
descapullada. No hab�a crecido en longitud, pero s�, ten�a un grosor nunca visto
por m� antes. Se levantaba dura, recta y paralela al suelo. El hombre acariciaba
el trasero de mi suegro de una manera cada vez m�s profunda, hasta meter algunos
dedos en su ano. Octavio lanzaba gemidos de placer y estaba como enloquecido.
Jam�s, jam�s lo hab�a visto as�, ni imaginando sus actos de mayor intimidad.
Yo estaba como loco. Con tantas cosas adentro vividas por
primera vez, que ni siquiera intentaba comprender lo que me estaba sucediendo.
Estaba excitado, s�, s�, con mi pene erecto, deseando ser tocado y lamido seg�n
estaba viendo, pero al mismo tiempo, embargado de cierta repulsi�n. Mis pezones
se endurecieron cuando vi que Octavio devoraba los de aquel hombre. Mi piel se
eriz� cuando la lengua de mi suegro recorr�a la piel de ese extra�o, y yo iba
experimentando en carne propia, todo lo que en realidad ese hombre estaba
recibiendo de Octavio. Entonces, el hombre dijo en voz alta:
-�Me parece que tenemos un espectador...!
Mi coraz�n salt� del pecho y las piernas no me alcanzaron
para huir de all�. El hombre se hab�a dado cuenta de mi presencia y yo estaba
aterrado. Corr�. Escap� con el p�nico ante la posibilidad de que Octavio me
reconociera. Afortunadamente, yo hab�a huido tan r�pidamente, que ten�a la
certeza de que �l no me hab�a visto. Con mis manos, segu� cubriendo mi verga,
avergonzado y no par� de correr hasta regresar a nuestra sombrilla. Ah� me qued�
sentado por un rato muy largo, con millones de pensamientos y sentimientos
encontrados. �C�mo iba a volver a mirar a los ojos a Octavio? �Qu� le dir�a? Y
lo peor: �Qu� sent�a Octavio por m�? �Era solo afecto paterno? �Lo atra�a? �Yo
le gustaba?, y... �Mi Dios!... Compart�amos la misma habitaci�n. Despu�s de lo
que hab�a visto, todo, todo, ten�a nueva significaci�n ahora.
Al cabo de media hora, Octavio regres�. No lo pod�a ver a la
cara. Estaba tan locuaz y alegre como siempre.
-�Que tal, Diego! � me dijo sonriente - �Ah! Mir� como estoy.
Todo sudado con el calor que se ha levantado.
Bien sab�a yo que ese sudor no era por el calor del d�a.
Asent� d�bilmente, pero permaneciendo muy perplejo ante mis pensamientos.
-Me voy a meter al agua �ven�s?
-No, no. Ya nad� bastante.
-Como quieras � y corriendo, entr� en el mar, zambull�ndose
r�pidamente entre las olas. Y, que a�n no pod�a digerir lo que hab�a pasado, lo
miraba y me cuestionaba nuevamente todo lo que sent�a por �l. Pero no pude
evaluar nada, ya que estaba totalmente confuso. Mi suegro era homosexual y
seguramente era un secreto que nadie sab�a de �l. Cuando sali� del agua, vino
hasta m� y se detuvo tan cerca, que las gotas de agua salada me salpicaron el
cuerpo. Instintivamente cubr� mi sexo con la toalla. Octavio, empez� a secarse
lentamente con la suya. Su pene estaba nuevamente fl�cido y colgaba entre sus
grandes pelotas. Al verlo, record� como se ve�a cuando su m�xima dureza y con
esa imagen, mi verga tuvo un sacud�n. Confuso, asustado, o no s� qu�, me
apresur� a decir:
-Es un poco tarde ya. Seguramente las mujeres nos esperan
para el t�. �Nos vamos?
-�Tan temprano? A�n no son las cuatro de la tarde.
-Ser� mejor que nos vayamos. Es que no me siento nada bien.
-�De veras? �Qu� te pasa?
-Nada, nada. Solo un malestar.
-Creo que tomaste mucho sol, y en el peor momento del d�a.
Est�s muy colorado, Diego.
-No es nada, pero �podemos regresar?
-S�, claro, lo que digas.
En todo el viaje de regreso permanec� casi en silencio.
Cuando nos encontramos con Flavia, mi suegra y Nina, yo estaba a punto de
llorar. Era demasiado. Flavia me vio y se alarm� cuando vi� el estado de mi
piel. Hab�a estado caminando por la playa sin protecci�n solar alguna, por lo
que estaba rojo como un camar�n. La tarde pas� r�pidamente, fuimos a tomar el
t�, charlamos sobre las caba�as, sobre la playa, pero nunca Octavio dijo que
hab�amos estado en una playa nudista. Yo solo pensaba en la noche que me
esperaba. No quer�a quedarme a solas con mi suegro en la misma habitaci�n. Pens�
en eso durante toda la cena, por lo que cuando fue el momento de regresar a
casa, invent� una excusa para demorarnos e invit� a Flavia a tomar un caf�. Ella
me not� muy extra�o, pero como no entend�a por qu� y como yo no le pod�a decir
mayor cosa, terminamos discutiendo.
Cuando volvimos, esperaba encontrar a mi suegro durmiendo,
pero para mi sorpresa, ellos tambi�n hab�an salido. Flavia estaba muy cansada,
as� que se retir� a su habitaci�n. Yo sent�a que a pesar de tambi�n estar
cansado, no iba a poder conciliar el sue�o esa noche y decid� darme un ba�o.
Cuando sal� y entr� a mi habitaci�n, me encontr� a mi suegro sentado en la cama.
Sin pantalones y con la camisa abierta, dispuesto a irse a dormir. Hab�an
regresado hac�a unos momentos. Yo qued� perplejo y solo dec�a monos�labos.
Solamente vest�a una bata de ba�o, por lo que un miedo incomprensible y un
nerviosismo atroz, invadi� mi cuerpo.
-Hola, Diego. Finalmente, nosotros tambi�n fuimos a tomar
unos tragos. �C�mo te sent�s?
-�Yo? Estoy bien.
-Pero, hombre... est�s muy colorado.
-Pero... estoy bien.
-Nada de eso. Necesit�s ponerte algo. A ver...
Y se acerc� hasta m�. Me llev� a la luz del velador y me mir�
la cara.
-Ah, �c�mo est�s!
Despu�s abri� un poco la bata y comprob� que mi pecho tambi�n
estaba colorado.
-A ver: abrite la bata...
-No, te dije que estoy bien...
-Pamplinas, dejame ver c�mo est�s � y me tom� la bata
abri�ndola m�s a�n. Mi pecho estaba muy rojo - �Te arde?
-No, solo me molesta un poco.
-Pero te va a arder m�s tarde si no te pon�s alguna crema,
quitate la bata...
-No, por favor...
-Diego... pero... �no tendr�s verg�enza de m�? � me pregunt�
riendo � Vaya, no es la primera vez que te ver� desnudo.
Yo no supe llevarle la contra, as� que me qued� inm�vil, sin
oponer resistencia. �l sac� una crema de la mesa de luz y con paternal gesto me
desajust� el cintur�n de la bata. Instintivamente me puse de espaldas a �l, como
cubriendo mi intimidad. Octavio abri� mi bata y la desliz� hasta el piso. Qued�
desnudo ante �l en medio de un silencio total. Sent� la vista de mi suegro sobre
mi espalda y mi trasero. Tom� la crema, la distribuy� en sus manos, y despu�s de
un momento de total expectaci�n, sus manos se apoyaron en mis hombros, pasando
la crema muy suavemente por ellos. Me sobresalt�, sintiendo el fr�o contacto,
pero tambi�n la suavidad de sus roces.
-Que piel suave que ten�s. Siempre imagin� que se sentir�a
as� al tacto.
Sent�a sus manos acariciarme. Recorrieron toda la espalda. Su
cara estaba tan cerca de mi espalda, que pod�a sentir su aliento fresco sobre mi
piel humectada con la crema. Escalofr�os recorr�an todo mi cuerpo y pese a mis
reparos, estaba experimentando un momento de gran placer.
-Alguien puede entrar...
-Tranquilo � me dijo con voz acariciante � nadie va a
hacerlo. A esta hora, ya deben estar dormidas, nadie nos podr� ver ahora.
Esta �ltima frase qued� resonando en mis o�dos. Octavio
estaba llegando a mi trasero. Sus manos ya estaban calientes gracias a la suave
pero intensa fricci�n. Entonces se sent� al borde de la cama para estar m�s
c�modo y sent� sus manos sobre mis nalgas. �Qu� maravillosas manos! Grandes,
firmes, meti�ndose entre mis gl�teos sin pasar el l�mite de lo invasivo. Volte�
un poco para verlo de reojo, y su cara estaba a muy pocos cent�metros de mi culo
que segu�a en poder de sus manos. Con suma atenci�n miraba todo detalle, sobre
todo, cuando me abr�a los gajos de mi trasero dejando mi ano velludo ante su
vista. Con cada movimiento, la intensidad crec�a, y con ese crecimiento, su
respiraci�n se hac�a cada vez m�s densa.
-Tus nalgas est�n muy firmes. �Has practicado nataci�n?
-No... no... solo salgo a correr... a veces...
-Est�s en muy buen estado � dec�a murmurando, mientras sus
manos tardaban en salir de mi culo.
-Aqu� es m�s dif�cil distribuir la crema, porque tienes
muchos pelos.
Yo iba a decir "tomate tu tiempo", pero prefer� callar.
-Ahora tus muslos � dijo - �Ah!, los ten�s muy duros.
Sus manos aprisionaron mi muslo derecho. Lo frotaba
fuertemente, como si fuera una columna. De arriba abajo, ambas manos sobaban y
pasaban una y otra vez por mi piel enrojecida.
-�Te duele?
-No. En absoluto.
Octavio pas� al otro muslo. Adem�s de ponerme esa crema, me
estaba dando un masaje cuidadoso y esmerado. Todo era silencio. La habitaci�n a
media luz. Yo pensaba en todo lo que hab�a pasado a la tarde, y las im�genes me
volv�an una y otra vez a la mente. Octavio segu�a con su trabajo, y cada tanto,
sus manos exploraban en la parte interna de mis muslos, aventur�ndose hacia mi
entrepierna, casi a la altura de mis bolas. Yo hac�a grandes esfuerzos para que
mi polla no se levantara. Pero ya no sab�a como aguantar eso. Estaba entre la
pesada dicotom�a de callar y entregarme, o decirle toda la verdad, decirle que
hab�a estado all�, que hab�a visto todo, que lo hab�a descubierto, pero sus
manos, sus manos, estaban haciendo estragos sobre mi cuerpo cada vez m�s
acalorado. Mi pene empez� a agrandarse, lo sent�a... ya no pod�a resistirme m�s.
Mi suegro, a�n sentado al borde de la cama, balbuce�:
-Date la vuelta, Diego.
Esas palabras me taladraron la mente, como si hubieran sido
gritadas. Me sobresalt�, y qued� inm�vil, entonces, �l, suavemente, me tom� de
la cintura, y me ayud� a girar sobre m� mismo. Qued� frente a �l, con toda mi
desnudez a la luz de la l�mpara, y su rostro, que estaba a la altura misma de mi
pelvis, qued� a pocos cent�metros de mi sexo, que ondulaba pesadamente. Estaba
en la primera etapa de su erecci�n, por lo que al verla, mi suegro retuvo la
respiraci�n con los ojos muy abiertos.
-Ahora te pasar� la crema por la parte delantera de las
piernas.
Empez� a hacerlo, y a cada movimiento, mi verga se pon�a m�s
dura, perdiendo la flexibilidad. Al concentrarse en mis muslos, sus manos,
entraban sutilmente hasta el punto mismo en que hubieran rozado mis bolas, pero,
delicadamente, no llegaba nunca a ese extremo, lo que me provocaba un deseo
incontenible de que las tocara. Cada vez deseaba m�s eso, y mi polla, anhelante,
no dejaba de subir. No aguant� m�s, y entrecortadamente, comenc� a decirle:
-Octavio... esta tarde...
-Shhhh... no hables... lo s�.
-�C�mo? �Qu� es lo que sabes?
-Diego... s� que estabas detr�s de los arbustos esta tarde.
-�Me has visto entre los arbustos?
-No, no te he visto, pero t� me has visto a m�.
-�C�mo lo sabes?
-Porque ese hombre s� te vio, y me lo dijo.
�l segu�a masajeando mis piernas, mis tobillos, sub�a hacia
mi cintura, mis caderas, y yo estaba cada vez m�s empalmado.
-Pero entonces... Octavio, �no dices nada? �No me dar�s una
explicaci�n?
-No, Diego. S�lo tu y yo sabemos esto. Y creo que no hace
falta explicarte nada, �verdad?
-�Eso crees?
-S�, porque... ahora mismo, te est�s muriendo porque yo haga
contigo lo que le hice a aquel extra�o en la playa � me dijo, fijando su vista
en mis ojos profundamente, y con una expresi�n muy seria en su rostro.
Eso me dej� mudo. Hab�a acertado. Su mirada, siempre fija en
m�, y su boca acerc�ndose cada vez m�s a mi verga, ahora totalmente erecta, me
hizo olvidar absolutamente donde nos encontr�bamos, avanc� hacia �l, y su boca
engull� por completo mi miembro.
-�Ahhh!, Octavio, Octavio... no, por favor....
Pero yo, quer�a decir todo lo contrario. Deseaba a ese
hombre, ahora lo sab�a perfectamente. Su boca era ardientemente c�lida, juro que
jam�s hab�a experimentado un placer semejante. Mientras �l segu�a devor�ndome,
yo tom� su camisa, y la deslic� de sus hombros. Lo tom� por los hombros, y pas�
mis manos por su cuello y sus peludos pectorales. Ten�a una piel incre�blemente
deliciosa al tacto. Era suave y caliente. �l me tomaba por mis bolas,
meti�ndoselas tambi�n en la boca cada tanto, haci�ndome tocar el cielo. Despu�s
de un rato de ese gozo extremo, su boca subi� por mi abdomen trepando hasta mis
pezones, que meti� uno a uno en su boca como si fueran manjares deliciosos.
�Ah!, recuerdo el escalofr�o que recorri� toda mi espalda. Me abraz�, poni�ndose
de pi�. Y vi como mi pecho sin vellos, contrastaba con el suyo, totalmente
velludo. Mi verga se frot� contra el bulto duro que aprisionaba su boxer. Su
boca, mordisque� mi cuello, y fue subiendo por mi mejilla hasta que se fundi�
con la m�a. Nuestras lenguas se buscaron, y yo me entregu� por completo a �l.
Hab�a bajado los brazos, y no opon�a la menor resistencia, ni siquiera en mi
mente. No pod�a dar cr�dito a eso. All� estaba yo, si�ndole infiel a mi esposa
con su propio padre, y lo peor era que no quer�a hacer nada por impedir tal
situaci�n.
Tom� el borde de su prenda interior y la baj� hasta sus
tobillos. Al hacerlo, el pene de Octavio volvi� a estar frente a mis ojos. De su
mara�a de pelos ensortijados, surg�a desafiante y dur�simo. Unas gotas de
l�quido transparente ba�aban por completo todo su hinchado glande. Me pregunt�
c�mo ser�a probar esa nueva fruta. Mi rostro qued� frente al sexo de mi suegro,
y mi boca se abri� instintivamente.
-No ten�s que hacerlo, Diego. Nunca, nunca, har�a contigo
algo que no quieras.
Yo, lo mir�. Vi su paternal expresi�n una vez m�s. Me sonri�
con una infinita ternura. Yo, devolvi�ndole esa mirada, le dije a media voz:
-S�, quiero hacerlo.
Y abriendo la boca, apoy� primero los labios sobre su dura
polla. Sent� su gusto. Era una mezcla de salado con dulce. Me relam� los labios,
y puse la punta de la lengua sobre el glande rosado y palpitante. Me gust�. Me
gust� mucho. Entonces abr� m�s la boca y prob� meterme la punta. La acarici� con
mis labios, sintiendo como el miembro daba sacudidas involuntarias ante mis
leves movimientos. Esto me excit� m�s y segu� trag�ndome lentamente el tronco
hasta tenerlo casi todo adentro de mi boca. Era muy grueso, ensanch�ndose m�s
a�n en su base, por lo que ten�a que abrir la boca desmesuradamente. Pero la
sensaci�n era incre�ble. �l me acariciaba la cabeza, del modo que un padre lo
hubiera hecho a un hijo. As� lo sent�. Y lejos de rechazar eso, me excit� m�s, y
sent� una intensa comuni�n con ese hombre. Las pesadas y peludas pelotas de
Octavio, chocaban contra mi barbilla. Los pelos me acariciaban todo mi rostro,
eso era �nico. Mis manos lo aprisionaron por detr�s y �l mismo se abri� las
nalgas para que mis dedos entraran. �Estaba muy caliente ah� adentro...! y mi
dedo mayor lleg� hasta la entrada de su ano. Estuve masaje�ndolo all� sintiendo
como �l deb�a morderse los labios para no gritar de placer. Deb�amos hacer
silencio y no olvidar que detr�s de la puerta, dorm�an nuestras esposas. Mi dedo
exploraba cada pliegue. Ten�a muchos y largos pelos all�, por lo que deb�a
apartarlos suavemente para poder tocarle solo el comienzo del interior de ese
agujero que cada vez se abr�a m�s y m�s. Met� un poco una punta, y su ano me
respondi� aprision�ndola. Enseguida se dilat� m�s... y m�s... y pronto pude
palpar su caliente y h�medo interior. Llev�, con mi otra mano, un poco de saliva
al sitio, y entonces, completamente lubricado, mi dedo entr� sin problemas. No
solo uno, sino dos, y despu�s tres, comprobando que mi suegro ten�a un ano
grande y relajado. Mientras tanto, su verga segu�a en mi boca. Nunca en mi vida
hab�a chupado un pene. Mi asombro era tan grande, como mi sensaci�n de
naturalidad, es decir, como si en mi vida, no hubiera hecho otra cosa que mamar
pijas.
Octavio se dio vuelta y qued� de espaldas a m�. Se recost� en
la cama, y se extendi� en toda su largura frente a m�. Ten�a un cuerpo
extraordinario. A�n sin poder dejar de mover su pelvis, su culo qued� expuesto
escandalosamente ante m� cuando sus propias manos lo abrieron, mostr�ndome el
interior de su rojo ano. Me arrodill� ante �l y empec� a comerle ese culo, como
si se tratara de un platillo de chef. Chup�, lam�, sabore� �vidamente todo el
sector, desde sus bolas hasta la misma superficie de sus nalgas sombreadas
suavemente de pelos. �l me ayudaba a abrir m�s y m�s su culo, y con mi lengua lo
penetraba sin parar. Octavio extendi� su mano hacia la mesa de luz y tomando el
pote de crema me lo entreg� tembloroso. Yo entend� eso como una invitaci�n muy
concreta. Tom� gran cantidad de crema, la unt� sobre su gran agujero
completamente dilatado y lubriqu� bien toda la zona. Entonces me mont� sobre �l,
y apunt� mi verga dura como el acero hacia el ojo de su m�s intima zona
corporal. Apoy� primero la punta de mi glande, apenas ubicada con mi mano, me
asegur� en el borde de la cama, y despu�s de un instante de mirar nuestra
posici�n, avanc� con mi polla dentro de �l. Lo hice muy lentamente, pero al no
sentir ninguna oposici�n, empuj� m�s, sintiendo como mi verga, se met�a sin
dificultad dentro del culo de Octavio. Estaba tan abierto, y tan lubricado con
la crema, que en un limpio y solo movimiento, mi miembro desapareci� hasta el
fondo. Mis bolas chocaron con las suyas, y cuando lo sent� por dentro, ambos
lanzamos un gemido largo y sostenido.
Penetr� a mi suegro con una pasi�n creciente. �l me ayudaba
con movimientos p�lvicos, perfectamente sincronizados con mis embates. Lo abrac�
desde atr�s por los hombros, mientras nuestra respiraci�n se hac�a
insoportablemente agitada. Lo bes�, lo acarici�, lo amas� con mis dedos, al
punto de sentir toda la fuerza que se potencia cuando dos machos hacen el amor.
Entonces me invit� a cambiar de posici�n. Me acost� boca arriba en la cama, y �l
me mont� sent�ndose en mi verga. Fue �l el que tom� el ritmo entonces. As�, como
est�bamos, �l pod�a besarme y acariciar mis tetillas, pellizc�ndolas y
amas�ndolas fuertemente. Esto me proporcionaba un placer incre�ble, y a�n m�s
cuando ante mi vista ten�a a ese hombre bien macho sentado sobre m�. Yo tom� su
gruesa polla y comenc� a bombearlo. Los movimientos se hicieron feroces. La cama
cruj�a, todo se mov�a, y nosotros goz�bamos como nunca. Entonces sent� que los
latidos de su pene estaban anunciando su eyaculaci�n. Sin detenerme,
intensificando el fren�tico bombeo, hice llegar a Octavio a su m�ximo goce.
Salieron tres, cuatro chorros de espeso semen que fueron a parar a mi pecho,
cuello y cara. Sus pesadas gotas, me ardieron como fuego, y le anunci� que
estaba por correrme. Enseguida, Octavio sali� de encima de m�, y tomando mi
verga en sus manos, se la meti� r�pidamente en la boca, masturb�ndome
divinamente con ella. No tard� en explotar y derramarme entre sus labios.
Octavio trag� cada gota de mi caliente esperma, haciendo que mis ojos se
pusieran en blanco y mi cuerpo todo se arqueara en un espasmo de placer casi
intolerable de tan grande que era.
Nos quedamos as�, agitados, llenos de semen, y exhaustos,
durante varios minutos. Hab�a sido el acto sexual m�s excitante de mi vida. Y
nada, nada era semejante a hacer el amor con mi mujer. Aquello era otra cosa,
peor, mejor, no lo sab�a, pero s� era distinto, desde el principio hasta el
final, era fuerte, era denso, era tremendamente enloquecedor.
Perturbado y conmocionado como estaba, no atin� a decir nada.
Esta es la historia. Una historia que hasta yo mismo me
resisto a creer.
Despu�s de aquellas vacaciones, yo hab�a aprendido algo de m�
mismo. Tambi�n hab�a aprendido que Octavio y yo �bamos a transitar por la vida,
teniendo muchas, much�simas cosas en com�n.
Franco
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