Relato: Bajo las sombras (3)





Relato: Bajo las sombras (3)

LA PERLA



Septiembre, 1879


BAJO LAS SOMBRAS, O divirti�ndose CON LAS BOBAS 3



Continuaci�n)



Despu�s de almorzar Paco vino a mi alcoba a fumar un
cigarrillo.



Los sucesos de la ma�ana nos hab�an dejado intranquilos y
excitados.



� �Por Jove, viejo!



� exclam�



� me resulta completamente imposible esperar hasta ma�ana
para gozar de la encantadora Rosa.



Adem�s, cuando estamos tantos juntos cabe en lo posible
chasquearse.



No, no, tiene que ser esta misma noche.



Me muero de deseo.



Su habitaci�n est� ah�, junto a la de mis hermanas.



Trat� de disuadirlo para que no cometiera cualquiera
imprudencia, ya que, aun cuando la hab�amos visto tan excitada y accesible, no
pod�amos en modo alguno tener la seguridad de que estuviera dispuesta a rendir
su virginidad tan f�cilmente.



Argumentaciones y razonamientos fueron, empero, vanos:



� Ve, c�mo s�lo el pensar en ella, inflama mi verga



� exclam� abriendo su bragueta para extraer un hermoso
miembro de cabeza colorada, gloriosamente erecto, henchido y duro como el
m�rmol, cuya ardiente sangre parec�a que iba a reventar las turgentes venas.



El espect�culo era demasiado tentador para poder resistirlo.



Se me cay� el cigarrillo que ten�a en los labios, y
arrodill�ndome frente a �l, bes�, succion� y frot� aquella deliciosa verga hasta
que se vino en mi boca con una exclamaci�n de arrobo, mientras yo beb�a con
avidez hasta la �ltima gota de su copiosa emisi�n.



Una vez que hubimos recobrado un tanto nuestra serenidad,
discutimos cu�l ser�a el mejor plan para la noche, ya que yo estaba dispuesto a
tomar parte en la diversi�n.



Paco se avino gustoso a esta participaci�n m�a, a condici�n
de que �l fuera primero al cuarto de Rosa para convencerla de que accediera a
sus deseos.



Luego, cuando todo estuviera en regla, les sorprender�a yo en
pleno juego y me sumaria a la fiesta er�tica.



Despu�s de la cena nos reunimos todos en la sala de estar,
donde pasamos una noche placentera escuchando m�sica y cantando.



Paco les volteaba las hojas a Rosa y a Mariquita, mientras
�stas cantaban.



"�Qu� dicen las olas embravecidas?"



Anita y Sof�a me murmuraron quedamente que les gustar�a dar
un paseo a la luz de la luna, por lo que abrimos la ventana, y unos cuantos
pasos nos llevaron hasta un muelle c�sped sobre el que pod�amos caminar sin
apenas hacer ruido.



Pap� y mam� estaban en la biblioteca jugando a las cartas, y
como ten�amos la seguridad de que Paco y Rosa no iban a venir tras de nosotros,
nos encaminamos a un sendero protegido por las sombras.



Pas� cada uno de mis brazos en torno a las cinturas de cada
una de ellas y, ya besando a una, ya a otra, llegamos pronto a un punto
adecuado.



El instinto del amor me orient� para llevar a las muchachas a
una glorieta bastante oscura, sin que ellas mostraran la menor renuencia.



� �Qu� aroma tan adorable la de las madreselvas!



� suspir� Sof�a, al tiempo que yo las llevaba a ambas a un
�ngulo, e iniciaba los besos y las caricias en la cerrada oscuridad del lugar.



� No es tan dulce como el de tu querido co�ito



� repuse, mientras hac�a girar mis dedos juguetonamente en
las blanduras que rodeaban la estrecha gruta de amor de la que me hab�a
apoderado.



� �Cuidado, querido Galterio!



� suspir� ella por lo bajo, al tiempo que se aferraba a mi
cuello.



� D�jame que lo bese como hice con el de Sof�a esta ma�ana
chiquitita.


�Te dar� tanto placer!



No hay nada de qu� avergonzarse ahora, puesto que la
oscuridad es completa.



Preg�ntale a tu hermana si no fue delicioso:



anita:


� �Oh! Perm�teselo, querida Sof�a.



Sentir�s las m�s divinas emociones.



As� presionada, Sof�a me permiti� que le levantara las ropas
y la reclinara en el rinc�n sobre sus espaldas.



Pero as� no hubiera sido posible que Anita participara del
juego, y lo cierto es que �sta ard�a de excitaci�n.



No fue dif�cil, pues, convencerla de que se arrodillara
frente a mi cara mientras yo me tend�a sobre la hierba.



Unas manos amorosas soltaron pronto a mi ansiosa verga de la
prisi�n de la bragueta, y, mientras yo me daba a lamer y succionar el co�o de
Sof�a, sent� que la adorable Anita se hab�a apoderado de mi verga en provecho
propio.



� �Oh!



�D�jame besarte, querida Sof�a!



Mete tu lengua en mi boca



� dijo Anita, mont�ndose a horcajadas sobre m�, y llevando mi
m�quina de amor a su anhelante vulva para comenzar un delicioso vaiv�n.



Con una mano sujet� firmemente las nalgas de la m�s joven de
las muchachas, mientras con la derecha frotaba su endurecido cl�toris para
aumentar la excitaci�n provocada por la actividad de mi lengua en su virginal
co�o.




Anita gozaba fren�ticamente; se alzaba y dejaba caer sobre mi
verga, y de vez en cuando se deten�a un momento para entregarse al exquisito
placer de mordisquear con su co�o la punta de mi pene, habilidad que parec�a
dominar precozmente, ya que los pliegues de su co�o se contra�an y palpitaban
sobre mi hinchado pene de la forma m�s deliciosa.



Sof�a estaba tr�mula; se retorc�a presa de la mayor
excitaci�n bajo mi boca, y yo sorb�a sus virginales emisiones a medida que eran
expelidas en forma de crema espesa.



� �Oh! �Oh! �Oh!



� suspiraba abraz�ndose a Anita, y bes�ndola con el m�s
completo abandono �.



�Qu� me sucede, querida?



Me voy a desmayar, Gualterio.



Siento que algo recorre mi cuerpo.



�Es tan delicioso!



�Oh! �Qu� har�?



En este momento, Anita y yo coincidimos en venirnos, y nos
quedamos hundidos en el est�tico letargo del amor, mientras que las dos hermanas
casi se desvanec�an sobre mi postrado cuerpo.



Una vez que nos hubimos recuperado algo, me incorpor� entre
las dos amorosas muchachas.




Sof�a puso sus brazos en tomo a mi cuello, para literalmente
ahogarme con sus ardientes besos, y murmurar despu�s en mi o�do:



� Goc� de veras, querido Gualterio.



�Es �ste uno de los deleites del amor?



�Y qu� hac�a Anita, para estar tan excitada?



� �No lo adivinas, querida?



� repliqu� tomando su mano para colocarla sobre mi verga,
todav�a enhiesta �.



Estaba jugando con esto.



� �Pero c�mo?



� susurr� la inocente muchacha �.



Me estuvo besando y chupando la lengua deliciosamente durante
todo el tiempo, pero daba la impresi�n de que no pod�a estarse tranquila un solo
instante.



� Ten�a este juguete metido en su co�o, querida, y cabalg�
sobre �l hasta que todos nos desvanecimos de placer al mismo tiempo.



La pr�xima vez te voy a dar una verdadera lecci�n de amor.
Anita no se encelar�.



�Verdad que no, querida?



anita: � No, no.



Tenemos que gozar libremente de toda clase de juegos de amor
sin celos.



Me pregunto d�nde andar�n Paco y Rosa en estos momentos.



Tenemos que darnos prisa en volver a casa.



Sof�a ansiaba que se le dieran mayores explicaciones sobre
las artes del amor, pero fueron pospuestas para otra ocasi�n.



Con la mente ya m�s fr�a regresamos al hogar, donde
encontramos a Paco repitiendo el juego de la ma�ana, es decir, chupando el co�o
de Rosa.



Mariquita, por su parte, hab�a salido de la habitaci�n.



La bella pelirroja se ruboriz� vivamente, y dej� caer sus
ropas cuando hicimos nuestra repentina aparici�n, y s�lo recuper� el dominio de
s� misma cuando Anita, alegremente, le hizo saber que nosotros hab�amos estado
disfrutando de la misma manera.



� �Qu� indecentes y groseros somos!



� exclam� Rosa �, pero �qui�n puede resistir los ardientes
toques de un muchacho tan hermoso como vuestro hermano?



Es tan imp�dico, y provoca tales estremecimientos en todo el
cuerpo � a�adi� �.



Luego empez� a cantar:



"Es picaro, pero encantador".



Son� la campana que anunciaba la cena, y despu�s de un
refrigerio ligero nos separamos todos para encaminarnos a nuestras alcobas.



Paco vino a la m�a para fumarse un cigarrillo y apurar una
copa de licor antes de retirarse definitivamente.



� Todo est� listo para esta noche, viejo � me dijo tan pronto
como tomamos asiento para fumar el cigarrillo �.



Le ped� a Rosa que me dejara besar todos los encantos que
posee, en su propia alcoba y sin el estorbo de las ropas.



Opuso algunas objeciones en un principio, pero a fin de
cuentas acept� no cerrar la puerta si, bajo palabra de caballero, le promet�a no
ir m�s all� de los besos.



Estaba demasiado impaciente para permanecer conmigo mucho
tiempo, as� que, despu�s de dar una sola chupada al cigarrillo, se march� hacia
su cuarto.



Me desvest� lo m�s r�pidamente que pude, y me un� a �l para
escoltarlo hasta la rec�mara de su amada, la que, en efecto, estaba abierta, y
en cuyo oscuro interior penetr� sin hacer ruido.



Era evidente que ella estaba despierta y que esperaba su
visita, pues pude o�r sus apasionados besos, y las exclamaciones de deleite
cuando �l acariciaba el lindo cuerpo de la muchacha.



� Amor m�o, es preciso que encienda las luces para que mis
ojos puedan solazarse con tu belleza.



�Por qu� las apagaste?



Ella opuso una d�bil resistencia, pero pronto estuvo la
habitaci�n iluminada por media docena de candelas.



Yo observaba al trav�s del ojo de la cerradura, escuchando
con ansia cada palabra que dec�an.



� Sent�monos uno junto al otro, amorcito, y disfrutemos del
contacto de nuestros cuerpos desnudos antes de dedicarnos a besarlos.



Pude ver c�mo las camisas de noche de �l y de ella estaban
levantadas lo m�s arriba posible, as� como la forma en que palpitaba la verga de
�l apuntando hacia el vientre de ella.



El hizo que Rosa lo asiera, y pasando una de sus piernas por
encima de los muslos de la joven trat� de colocar la cabeza de su verga entre
las piernas de la muchacha.




� �Ah!


�No, no!


�Nunca!


�Me lo prometi� usted por su honor, caballero!


� casi grit� ella alarmada, mientras luchaba por desprenderse
del estrecho abrazo en que �l la ten�a sujeta �.



�No! �No!



�No se lo permitir� nunca!



Sus buenos modales parecieron trocarse en furia desenfrenada.



Pero �l; de repente, la coloc� de espaldas, con las piernas
de �l embutidas entre sus muslos.



� �Honor! �Honor!



� dec�a riendo �.



�C�mo es posible que lo tenga cuando me est�s tentando as�,
Rosa?



Me has puesto al borde de la locura con las libertades que me
permitiste.



Es in�til que te resistas.



Antes morir� que dejar de poseerte ahora, queridita.



Ella luch� desesperadamente, en silencio, durante unos
momentos, pero la desigualdad de fuerzas era patente.



Poco a poco se coloc� �l en posici�n, y luego, r�pida y
despiadadamente, se aprovech� de que estaba exhausta para violarla.



En un principio ella parec�a insensible, y me aprovech� del
corto lapso en que permaneci� inconsciente para entrar en la alcoba y
arrodillarme al pie de la cama, desde donde pude contemplar a gusto c�mo el arma
ensangrentada de mi amigo entraba y sal�a en su despedazada virginidad.




Al cabo de un rato ella pareci�


empezar a gozar con aquellos movimientos, especialmente
despu�s que �l le lubric� la vagina con su primera inyecci�n de jugo de amor.



Sus nalgas avanzaban al encuentro de sus acometidas, y sus
brazos se abrazaban convulsivamente en torno a su cuerpo, aparentemente reacia a
dejarlo ir, hasta que, ambos a una, se vinieron deliciosamente.



Mientras permanec�an exhaustos tras de este asalto sal� de mi
escondite para besar a la muchacha.



Como ella abri� los ojos, puse mi mano sobre su boca para
evitar cualquier grito de sorpresa inconveniente, y la felicit� por haberse
desprendido tan lindamente de su estorbosa virginidad.



Despu�s reclam� mi derecho a participar en la versi�n,
llamando la atenci�n de ella sobre el rampante estado de mi verga, en contraste
con el desmayado pene de Paco.



Pude darme cuenta de que en aquellos momentos ella ansiaba
repetir el placer que acababa de experimentar.



Sus ojos estaban llenos de l�nguido deseo cuando coloqu� su
mano sobre mi verga.



De acuerdo con lo que previamente hab�amos convenido, la
convencimos para que cabalgara sobre m�.



Al efecto, fui insertando mi verga con sumo cuidado en su
todav�a tierno cono para que se preparara lentamente a entrar en acci�n, pero mi
excitaci�n era tan grande, que con una exclamaci�n de deleite descargu� una
corriente de esperma en sus mismas entra�as, lo cual enardeci� a la muchacha,
que comenz� a moverse despacio encima de m�, apresando mi arma con su palpitante
co�o del modo m�s delicioso.



Pronto estuvimos, pues, emprendiendo otra carrera fren�tica.



Esto era demasiado para Paco, cuya verga estaba de nuevo
endurecida como el acero.



Ansioso de colocarlo donde fuera, se arrodill� detr�s de ella
y trat� de insertar su pene en el co�o de Rosa, al lado del m�o, pero tuvo que
abandonar la tentativa por resultar demasiado dif�cil la operaci�n.



Entonces fij� su atenci�n en el rugoso orificio que aparec�a
entre las nalgas, encantadoramente rosado.



Como quiera que la punta de su pene estaba h�meda por el
contacto con nuestras emisiones, no encontr� gran dificultad, por medio de
vigorosas embestidas, para conseguir adentrarse.



En aquel momento yo la estaba jodiendo con �mpetu, y ella
estaba demasiado excitada para oponerse a nada, de manera que s�lo dej� escapar
un grito sofocado cuando sinti� que �l se deslizaba en su interior por un
conducto que ella siempre hab�a cre�do que no ten�a m�s que un solo objeto.



Les ped� que se detuvieran unos instantes para poder gozar la
sensaci�n resultante de las posiciones que hab�amos alcanzado.



Nuestras vergas lat�an una contra otra de manera
verdaderamente deliciosa, �nicamente separadas por la membrana del recto.



Nos vinimos inmediatamente, con gran deleite de parte de
Rosa, que a continuaci�n nos apremi� para que continu�ramos...



Este fue el combate de amor m�s delicioso que jam�s haya
librado.



Ella nos lo hizo repetir una y otra vez, y cuando ca�amos
exhaustos, nos chupaba las vergas para revivirlas.



Dur� hasta que el alba vino a advertirnos que era necesario
tomar precauciones, y entonces nos retiramos a nuestras respectivas alcobas.



(Continuar�).


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