Relato: Chico malo





Relato: Chico malo


Chico malo




I




El adolescente se hab�a convertido de repente en una
verdadera calamidad para sus padres. En el transcurso de un a�o hab�a sido
expulsado de tres colegios diferentes. Su incontenible rebeld�a y malos modos se
hicieron insoportables para toda su familia: intolerante, grosero hasta la
vulgaridad, vago y holgaz�n, sin m�s afici�n que escuchar, a todo volumen, horas
y horas, viejos discos de rock. En fin, a sus 14 a�os Raulito era toda una
amenaza. La �ltima gracia del chiquillo fue haberle agarrado las nalgas a su
maestra de ingl�s en la escuela, lo expulsaron inmediatamente.


Por fin sus padres, Celia y H�ctor, luego de incontables
noches de insomnio fueron iluminados por una maravillosa idea --bueno al menos
eso creyeron ellos-- mandar�an a Ra�l a vivir un tiempo con sus t�as a
Zacatecas. Religiosas hasta el fanatismo, las mentadas t�as: Ofelia, Julia y
Rosa �hermanas de su madre, solteronas empedernidas, cercanas al medio siglo de
edad, y con una conducta �tica y moral intachable, seg�n la familia� sabr�an
meter al orden al torbellino adolescente en que se hab�a convertido Raulito, que
una noche de septiembre fue puesto, contra su voluntad, en un autob�s de la
l�nea "Fronteras" con rumbo bien definido: Zacatecas.


Los primeros d�as del "malvado" muchacho fueron un tormento
indescriptible: por las ma�anas era llevado casi a fuerzas a oir misa de 6,
luego del almuerzo ten�a que ayudar a sus t�as limpiando y arreglando la tienda
de artesan�as que las tres mujeres atend�an en el centro de la ciudad, a medio
d�a y luego de la comida de nuevo rezos: el rosario de las 4, luego de nueva
cuenta a atender la tienda y a las 9 de la noche y antes de merendar, de nueva
cuenta m�s religi�n: el rosario rezado a viva voz por las tres mujeronas, un d�a
si y otro... tambi�n.


Por supuesto que desde el primer d�a Ra�l estaba tramando
c�mo salir de tan terrible embrollo, escapar de ese lugar era la persistente
idea. Con lo que no contaba era que precisamente esa idea ya era compartida por
sus parientes, las que para evitar cualquier mala experiencia acompa�aban al
muchacho a todas partes y no lo dejaban ir solo a ning�n lado!, vaya, �ni
siquiera cuando se ba�aba!


En uno de aquellos trances, cuando precisamente Raulito
estaba bajo la regadera, sabiendo que tras la cortina de pl�stico estaba su t�a
Ofelia �la menor de las tres� a su cuidado y rumiaba su mala suerte, de repente
tuvo una inusitada idea: asustar a las t�as, �c�mo?, pues con aquello que
precisamente les causara m�s miedo: el sexo, �si!, los ojos se le iluminaron,
era obvio, las tres mujeres maduronas, fan�ticas de la religi�n, apegadas al m�s
estricto c�digo de conducta moral muy pocas experiencias habr�an tenido en
cuestiones sexuales, eso podr�a ser la soluci�n, se dijo. Meterles un susto con
aquello a lo que m�s tem�an, y por qu� no, darse de paso una peque�a
satisfacci�n, no tanto como meterles el miembro �se dijo--, pero si, que
supieran que Raulito ya no era el chiquillo pecoso y maleable de la ni�ez, sino
al menos un hombre en proceso de formaci�n. De esa forma sus t�as se apurar�an a
regresarlo a su hogar en la ciudad de M�xico.


En esas estaba el chiquillo cuando de la voz de su t�a Ofelia
lo sac� de sus meditaciones:


--"�Ya terminaste Raulito?, si es as� ponte la toalla que
tengo que limpiar el ba�o".


--"Si t�a, ya puedes pasar", dijo el chamaco y cuando la t�a
entr�, llevando el trapeador para secar el agua del piso, como no queriendo Ra�l
dej� que la toalla cayera de su cuerpo, descubriendo su desnudez y la incipiente
erecci�n que hizo brincar a su pariente: "ay Raulito!, t�pate por todos los
cielos, mira nada m�s que cosas..., que cosas... tienes", dijo la mujer roja de
verg�enza sin dejar de ver el desnudo cuerpo de su sobrino, pero sobre todo
fijando la vista en aquella carne colgante rodeada de vellos.


Luego de que el adolescente se percat� de la inesperada
impresi�n causada en Ofelia, con movimientos torpes procedi� a cubrirse y
mientras secaba su cuerpo el chiquillo pudo percatarse de redondo culo de si
t�a, que al trapear apuradamente el piso meneaba el trasero de forma singular.


Ya en su cuarto mientras se vest�a Ra�l rememoraba lo
ocurrido hac�a un rato, nunca se hab�a percatado de sus t�as todav�a estaban
buenas y al pensar en Ofelia el chamaco sinti� un ligero e inesperado espasmo en
el miembro. Ra�l jam�s imagin� las consecuencias que tendr�an aquellos juegos.


Su siguiente paso fue meterle un susto a su t�a Julia. Ya
sab�a que Julia antes de meterse a su rec�mara pasaba a la del chiquillo como
para comprobar que el sobrino estaba ya en la cama dispuesto a dormirse y no
hab�a escapado como ten�an las mujeronas.


--"Pero ahora ser� diferente", se dijo el chamaco. Por ello
inici� una lenta masturbaci�n, su intenci�n no era venirse, sino m�s bien poner
a "tono" su pito, as� inici� una lenta masturbada con su mano derecha sobre su
pene, y cuando el miembro estaba a "tres cuartos" escuch� los pasos de su t�a en
el corredor, suspendi� su tarea, escondi� la verga bajo el calz�n y entrecerr�
los ojos.


Cuando Julia entr� al cuarto lo primero que vi� fue el
desnudo cuerpo de Ra�l sobre la cama y exclam�: "v�lgame dios chamaco, t�pate
que te puede dar un resfriado" y poniendo manos a la obra la mujerona procedi� a
cubrir con las s�banas el cuerpo del adolescente, pero al momento se detuvo.
Ra�l abriendo apenas los ojos vi� a la t�a fijar la mirada en el ostentoso bulto
que formaba la truza blanca, quiz� fueron segundos, pero cuando ya la mujer
terminaba de cubrir a Ra�l con la ropa de cama, el chiquillo sinti� sobre su
erecci�n el inesperado apret�n de la mano de Julia y su voz apagada: "c�ndenado
chamaco, mira nada m�s el palote que te cargas, est�s bien bueno chamacote!...",
luego la mujer se dirigi� a la puerta y antes de cerrarla apag� la luz.




II




Ser�a media noche cuando el inesperado ruido de la puerta que
se abr�a sac� a Ra�l del sue�o, el vano de la puerta dej� entrever la figura de
alguien, contuvo la respiraci�n mientras aquella sombra recortada apenas en la
oscuridad cerraba la puerta, la sinti� dirigirse a su cama y sentarse en la
orilla, �qui�n era?, se pregunt� el adolescente, m�s no tuvo tiempo de contestar
su pregunta pues ya una silenciosa mano se met�a baj� las cobijas, contuvo el
aliento cuando la mano lleg� a su entrepierna; era una mano suave, delicada, la
que se pos� sobre el bulto adormecido de su sexo. Momentos despu�s los dedos de
esa mano iniciaron un delicado vaiv�n, al instante Ra�l sinti� su virilidad
despertar, entonces la mano apres� sobre su calz�n la verga erecta, d�ndole
ligeros apretoncitos, unas veces delicados, otras veces m�s fuertes, hasta que
esa mano misteriosa empez� a despojarlo de su truza.


Para entonces Ra�l hab�a descubierto, en la penumbra del
cuarto, de quien se trataba. Era Ofelia, as� lo indicaba su l�cia y larga
cabellera, as� como la suavidad de las facciones de su rostro que se recortaban
por la tenue luz que entraba por la ventana. Los avances de la mujer, que ahora
jugaba con insistencia con su erecto miembro, lo hicieron reaccionar, llev� una
de sus manos hasta las piernas de la mujer e intent� meterla entre aquellos
muslos carnosos, m�s Ofelia contuvo su intento, pero no suspendi� sus caricias,
que ahora hab�an logrado generar una tremenda erecci�n en el miembro
adolescente, ya la verga estaba mojada de l�quido preseminal, y la mano de ella
sub�a y bajaba acompasadamente por el tronco, entreteniendose a veces en
recorrer con los dedos el morado y desnudo glande.


El chiquillo tens� el cuerpo y atent� se dispuso a ser objeto
de los avances sexuales de la t�a, que ahora de manera experta mov�a
delicadamente su mano sobre el erecto miembro, bien parec�a que Ofelia tuviera
bastante experiencia cascando vergas, pues la suave mano rodeaba a la perfecci�n
el tronco, sub�a lentamente hasta el glande, y ah� se deten�a por instantes,
luego la mano volv�a a moverse, ahora hac�a abajo, acariciando de paso la cabeza
mojada del juvenil miembro, repasand� ah� el dedo pulgar, luego presionaba la
mano para hacer que el glande se pelara, deslizaba el anillo formado por sus
dedos lentamente, llev�ndose de paso la piel del prepusio, desnudando la cabeza,
as� una y otra vez, llevando al chamaco a la cima del placer.


Ra�l, con los ojos entrecerrados, sent�a venir la
eyaculaci�n, un involuntario gemido que escap� de sus labios as� se lo anunci� a
Ofelia, la mujer en ese momento detuvo los movimientos de su mano, y ayud�ndose
de la otra tom� la de Ra�l para llevarla hasta sus pechos. El efecto fue
inmediato, el chiquillo se prendi� al momento de una teta, la derecha, carnosa,
suave, redonda, grande; sinti� la delicada suavidad de la bata de dormir, y la
perfecci�n de la chiche de su congenere que en ese momento volvi� a mover la
mano sobre el tronco duro y viril de su sobrino.


Ra�l acariciaba la gorda teta, la apretaba suavemente,
repasaba los dedos sobre el duro pez�n, la t�a suspiraba agitadamente, su pecho
sub�a y bajaba, se estaba calentando, ahora a Ra�l le faltaba mano para darse el
atrac�n, sobando las tetas, ora una, ora otra, apretando con fuerza, sobre todo
en la dura punta, que ahora ya formaba un curioso chup�n, duro y erecto; ya la
mano de Ofelia se agitaba con fuerza sobre la verga erecta y mojada de su
sobrino, hasta que Ra�l no pudo y gimiendo le anunci� a la mujer que la leche le
llegaba, ella apret� m�s la mano en el tronco viril y al momento lleg� el
muchachito al climax del placer y como entre sue�os, y uno y otro chorro de
semen expulsado por su miembro, vio o crey� ver a Ofelia inclinarse sobre su
sexo y colocar su rostro, m�s bien su boca, en la punta de la verga que ahora
escup�a leche a chorros.


Ser�a un sue�o o no, pero Ra�l sinti� la boca de Ofelia
tragarse el miembro que eyaculaba semen, sinti� el anillo de los labios rodear
con fuerza el glande y succionar, chupar, mamar y mamar, trag�ndose la leche que
escapaba sin control.


Ser�an s�lo instantes, pero para Ra�l fue una eternidad, dej�
que su pito dejara de palpitar y disfrut� de los �ltimos chupetones de la
femenina boca sobre su sexo, se dej� hacer, la mujer todav�a leng�ete� la verga
llev�ndose los restos de leche que hubieran quedado, luego delicadamente dej�
libre a Ra�l e incorpor�ndose de la cama se dispuso a irse, m�s cuando estaba
por darle la espalda Ofelia acerc� de nuevo su rostro, pero ahora hasta el oido
del chiquillo y luego de darle un suave beso le dijo: "no le digas a nadie de
esto, hasta ma�ana sobrinito lindo".




III




Al d�a siguiente luego del desayuno la t�a Julia lo llam� con
voz altanera: "oye Raulito quiero que vengas a mi cuarto", de inmediato el
cuerpo del chico se tens�, con paso titubeante entr� a la rec�mara de su t�a,
pensando lo peor. La mujer estaba de espaldas a �l cepill�ndose la cabellera
frente al espejo, se qued� cerca de la puerta, por si las dudas, vino el
di�logo:


--"Oye Raulito, quiero que mientras est�s en nuestra casa te
comportes como debe ser. Ayer cuando te ba�abas, tu t�a Ofelia me dijo que le
mostraste el miembro, �es eso cierto?".


--"�No t�a, se lo juro, lo que pas� fue que se me cay� la
toalla, eso fue lo que pas�!".


--"Quiero creerte Ra�l, quisiera creerte, pero anoche cuando
fui a tu cuarto, estabas casi desnudo sobre la cama..., y se te notaba todo
eso..., yo trat� de cubrirte, pero me di cuenta que ten�as todo eso parado. No
Ra�l, nosotras somos unas mujeres apegadas a nuestras creencias y a nuestra
religi�n. Jam�s, �yelo bien, jam�s nos hemos apartado de nuestros principios y
no por ser unas viejas gru�onas vamos a cambiar, as� que debes de saber que
nosotras te queremos, pero si tenemos que educarte es nuestra obligaci�n hacer
que aprendas el camino del bien y te apartes de la perdici�n, que conduce
inevitablemente a la fornicaci�n y al desenfreno sexual, a la lujuria y a la
perdici�n, �eso no!, te lo digo Ra�l, si quieres ser un hombre de bien debes
seguir nuestros pasos, �entendiste?", dijo Julia casi gritando.


Ra�l casi estuvo a punto de soltar la carcajada: "camino del
bien, perdici�n, fornicaci�n, desenfreno, lujuria... perdici�n", pero se contuvo
estoico y asinti�: "s� tia".


--Bueno pues �repuso la mujerona� y para evitar contratiempos
hoy vas a dormir en mi cama, no es que tenga desconfianza de mis hermanas, pero
la carne es d�bil y es mi obligaci�n apartar de ellas cualquier tentaci�n, por
supuesto que espero que te comportes como debe ser, �entendistes muchachito?".
No hizo falta que el adolescente contestara.


Esa noche con su pijama puesta Ra�l se present� en la
rec�mara de Ofelia, ella ya lo esperaba, pues percibi� su presencia y con un
"anda pasa, que ya me tengo que dormir", el chiquillo entr�, se sent�a nervioso
a�n antes de cerrar la puerta.


--"�Ya hiciste tus oraciones nocturnas muchachito?", --dijo
la mujer, Ra�l asinti�--, "bueno pues, a la cama, ocupa el lado derecho, yo
duermo en el otro lado". Eso hizo el chico que sent�a que algo inesperado estaba
por ocurrir.


Ya bajo las s�banas sinti� a su pariente meterse a la cama
rezando en voz apenas perceptible alguna oraci�n religiosa que �l no alcanzaba a
entender.


Como tratando de poner la mayor distancia entre �l y su t�a,
Ra�l se acost� de lado, cas� en la orilla de la cama, y en esa posici�n estaba
por conciliar el sue�o cuando sinti� el c�lido cuerpo de la mujer repegarse a su
espalda, �l no se movi�, si lo hac�a caer�a al suelo, los brazos femeninos
rodearon su cintura e hicieron que el contacto entre los cuerpos se hiciera m�s
cercano, ahora pod�a sentir el chiquillo las tetas de su t�a repegadas a su
espalda, y sobre todo los amorosos brazos que lo atenazaban y que de manera
lenta lo oprim�an, escuch� su voz:


--"�Ya te dormiste Raulito?


--"No t�a".


--"Voy a colocar mi mano sobre tu pajarito y si como dices ya
hiciste tus oraciones y eres un buen ni�o, no vas a sentir nada ni tampoco se te
va a parar la cosita, �entiendes?".


Ra�l ya no contest�, s�lo sinti� la mano de la mujerona
bajando de su cintura hasta posarse, encima de su calz�n, en la dormida verga.
En su nuca sinti� la caliente respiraci�n de la t�a y sobre su miembro los
suaves movimientos de aquellos dedos que insist�an en despertar aquello, Ra�l
hizo lo imposible por reprimir aquellas sensaciones, pero a su pesar sinti�
endurecer su palo, Julia sinti� lo mismo y le recrimin�:


--"�Ya ves Raulito!, �se est� parando tu p�jaro!, eres un
ni�o sucio y lujurioso, seguro como los chamacos de tu edad, que a la menor
oportunidad se esconden para sobarse el palo hasta escupir esa sucia cosa que se
llama semen, a ver dime, �cada cuando te lo haces?".


--"�Qu� t�a?, qu� hago...".


--"No mientas!, anda confieza, cada cuando te agarras el
pajaro, quiero que me lo digas, para as� llevarte a confesar y hagas penitencia,
confiesa te digo!".


--"Yo no t�a, deveras, casi no...".


--"Entonces, qu� haces, no me digas que ya probaste mujer,
que fuiste capaz de seducir a una jovencita, para hacerla v�ctima de tus bajos
instintos, dime, �ya conociste mujer?".


--"No t�a, se lo juro, yo nunca...".


--"Ah!, entonces nunca lo haz hecho, digo, meterle esta cosa
horrible a una chiquilla, voy a creerte Ra�l, pero seguro te jalas el palo, eso
es seguro, a ver dime, tengo que saberlo...".


--"Bueno..., t�a, a veces, pero no mucho, yo..., digo, ni
siquiera s�..., de eso, no s� c�mo es eso, deveras t�a Julia...".


--"No se si creerte muchachito, los jovencitos a tu edad no
hacen otra cosa que pensar en sexo, en esas horribles cochinadas, y como siento
tu pajarito, no eres ajeno a los tocamientos, seguro que andar�s pensando a
todas horas en mujeres, en esas cosas feas que hacen los adultos lujuriosos y
a�n los j�venes como t�, segurito te entran ganas al pensar en mujeres, y...,
as� como ahorita, mira apenas te toqu� un poco encima de tu truza y ya tienes el
pajarote, el palote duro y parado, seguro estar�s pensando que cuando me
duerna..., podr�s, digo, al menos acercarte a mi cuerpo y..., tocarme..., no
se..., las tetas..., o la cola..., o peor a�n..., ay ni�o de porra de lo que
ser�s capaz...".


--"No t�a, se lo juro..., yo nunca...".


--"Calla!, imprudente, no jures, no jures, seguro tu
calenturienta mente de chamaco te est� dictando que esperes a que me duerma para
hacerme presa de tus pasiones..., hasta intentar�s penetrarme con esta cosa
infame que tienen todos los hombres".


--"No t�a Julia, si quiere me voy a dormir a mi cuarto...".


--"Eso ni pensarlo!, ya est�s aqu�, con esa cosa como de
fierro, me tengo que encomendar a todos los santos del cielo para que no...,
para que el cielo no permita que t�, con tu cosa, con esta cosita tan buena
quieras..., hacerlo..., ponerlo ah� en mi conchita, pero espero que no...,
�verdad que no?".


--"No t�a le aseguro que no..., ya no me toque, por favor,
siento cosas...".


--"Si, seguro, sientes cosas, mira Raulito ya te dejo, ya no
te voy a tocar, voy a darte la espalda, soy casi una santa, si quieres podr�s
repegarte a mi, por atr�s, y ver�s seguro que no voy a sentirte ah� junto a mi,
mi religi�n me impedir� sentir tus avances, puedes repegarte, poner tu palote
ah� atr�s, hasta podr�s agarrarme si quieres, que yo nunca, te aseguro, sentir�
nada, nada, nada, anda ven Raulito, rep�gate a mi, puedes poner tu dura
tranca..., cerquita de mi...".


El chiquillo guard� silencio, apenas escuch� a la mujer darse
la vuelta en la cama, alejarse de �l, sinti� que Julia se remov�a en la cama,
c�mo haciendo algo, pero no imaginaba qu�; se qued� quieto, entre asustado y
expectante, entre excitado y temeroso, entonces oy� la voz:


--"Anda Raulito..., acercate, ponme esa cosa dura atr�s, ya
estoy... lista, no sentir� nada, te juro..., ven chiquito, ven con t�a
Julia...", la mano de ella que lo jalaba lo sac� de trance.


Temblando de emoci�n Ra�l se fue acercando al cuerpo de la
mujer, cas� hasta tocarla, pero no se atrev�a, en eso la voz baja: "qu�tate la
truza Ra�lito, t�a Julia ser� buena contigo, dejar� que hagas tus cosas, eso que
quieres, esas cosas en que seguro piensas, anda chiquillo lindo, no me hagas
esperar".


Con movimientos torpes se despoj� de su calz�n y se repeg� a
la espalda de Julia, entonces descubri� que ella se hab�a desnudado totalmente,
la piel de la espalda, suave, la gorda cintura, los desnudos brazos fofos y
aguados, las caderas redondas y duras, toda, toda estaba ah� suspirando
quedamente y haciendose hac�a atr�s, hasta pegar el nalgatorio en la erecta
protuberancia.


Ra�l apenas se pod�a contener, se iba a coger a Julia, como
hipnotizado con la mano recorri� las nalgas rotundas de la t�a, las baj� hasta
los muslos, su verga erecta estaba entre los cachetes del nalgatorio, presion� y
el pito fue tragado por aquella carne, la mujer recul�, parando m�s las nalgas,
entonces Julia llevando su mano entre sus piernas agarr� el duro m�stil y lo
dirigi� al sitio correcto, su voz: "puedes meterlo chiquillo travieso, pero
procura contenerte, no me eches tu leche, haz lo que quieres, pero si te gana
saca el palo de mi gatita, me puedes pre�ar!", acto seguido Ra�l presion� un
poco y de manera lenta la verga fue penetrando en la vagina de Julia, primero el
glande fue tragado por los gordos labios calientes de la raja, luego sinti� el
chiquillo como poco a poco aquella caliente abertura se tragaba su erecto
miembro, hasta que se qued� pegado al gordo nalgatorio de Julia.


Se qued� quieto, muy quieto, disfrutando de la rica y
apretada, viscosa, tibieza que envolv�a todo su tronco, en eso la t�a se empez�
a mover, apenas, delicadamente diciendo:


--"Ay chiquillo malo, malote!, chamaco del demonio, mira que
tranca te cargas!, que verga tan rica le est�s dando a tu t�a, tu ti�ta rica que
se esta comiendo todo tu palote, anda chiquito lindo, malo y rico, riquito,
mu�vete chiquillo malo".


Eso intent� Ra�l, pero apenas iba en la primera arremetida,
cuando su pariente empez� un furioso moviento a contra punto, reculando, yendo y
viniendo, empal�ndose, una y otra vez, gimiendo ruidosamente: "chiquillo lindo,
que rico!, me sacas las ganas, me viene!, m�s, dame m�s fuerte, toda, la quiero
toda, completa, que me quepa toda, hummm, papito de mi vida, me sacas las ganas,
por todos los cielos que me los sacas, ahhhh, ahhh, hummjummm".


Raulito a duras penas se pod�a mantener dentro de aquella
ardiente gruta, viscosa, pues a cada arremetida, sent�a que la pucha de Julia
perec�a succionar, parec�a que algo interno le jalaba el miembro, apretando,
para a continuaci�n ponerse floja; el entrechocar de los cuerpos produc�a un
curioso chazz, chazz, hasta que Julia con un hondo "ayyyyy", se qued� quieta,
entonces el chamaco aceler� sus metidas, sintiendo su propia venida en la punta
de la verga, hasta que al suspirar por fin y echar el primer chorro, Julia
recul� de tal forma que escupi� la tranca que en esos momentos eyaculaba
chisguetes de semen entre las maduras nalgas de la mujerona.


Luego ambos se quedaron quietos, inm�viles, en la penumbra de
aquel cuarto impregnado de un penetrante olor, as� pasaron varios minutos, hasta
que el chiquillo se percat� de un apagado murmullo, Julia dec�a algo en voz
baja, s�, se dijo, �estaba rezando!, los dos todav�a unidos, Ra�l con la viscosa
verga entre los gordos cachetes de las nalgas de Julia, ella sudorosa, pero era
cierto: la mujerona estaba rezando!, �l disimuladamente se hizo a un lado, hasta
quedarse dormido.


A la ma�ana siguiente cuando Ra�l abri� los ojos, se top� con
la mujer, que de pie junto a la cama lo miraba seria: "ay Ra�l!, �qu� voy a
hacer contigo?, nunca pens� que fueras capaz de eso, yo no quer�a, �lo sabes
verdad?, me hiciste presa de tus bajos instintos!, no s� c�mo fuiste capaz de
una cosa as�, no s� como podr� perdonarte...".


Ra�l no sab�a que contestar, estaba mudo, no entend�a lo que
en el fondo quer�a decir Julia, hasta que ella dijo: "no s� Ra�l, eres un chico
malo, muy malo, un jovencito que no se detiene ante nada para cumplir sus
deseos, sus pecaminosos instintos, mira no voy a decir nada de lo ocurrido a
condici�n de que t� tampoco digas nada a nadie, �entiendes?".


El chamaco apenas balbuce� un: "s� t�a, como t� quieras".


--"Bueno pues, �a callar!, �lo entiendes?, ya veremos qu�
hacer, por lo pronto me voy a mantener vigilante para que no vayas a cometer
esas sucias cosas con mis hermanas, ya ver� como me las arreglo para evitarlo,
soy capaz de sacrificarme por ellas, �entiendes?, cuando te asalten esos
horribles pensamientos me avisas, y nos arreglamos, te dejar� que hagas esas
cochinadas conmigo, s�lo conmigo; yo que soy como una santa!, ser� capaz de
soportar tus pecaminosos actos con tal de mantener la santidad de este hogar",
dijo la mujerona saliendo vociferante del cuarto.


Cuando Julia sali� por fin de la rec�mara, Ra�l no pudo
soportar la sonora carcajada diciendo, "habrase visto, pinche vieja, si fue ella
la que quiso, yo ni siquiera..., ay piche vieja calentoda, y luego toda esa
farsa!, ya ni chinga!, pero, vi�ndolo bien..., si las otras dos se ponen al
tiro...", se dijo el adolescente sonriendo.




IV




Los siguientes dos o tres d�as Ra�l se la pas� meditando: las
cosas no estaban saliendo como �l quer�a, si quer�a escapar de esas viejas
mochas al parecer estaba haciendo mal las cosas, pues Julia y Ofelia �que ya
hab�an probado algo de lo que se cargaba entre las piernas� estaban expectantes,
amorosas, pendientes de los m�s m�nimos requerimientos del chiquillo para
abrirle las piernas �lo que �l trataba de evitar-- y eso no estaba dentro del
plan, se dijo.


Por el contrario, tal y como iban las cosas estaba destinado
a convertirse en el semental de las tres mujeres y eso... ni hablar, ni madres!,
se repiti� el chamaco.


Ser�a un lunes, o martes, no lo recordaba, pero era media
tarde cuando el adolescente estaba limpiando por en�cima vez los estantes con
chucher�as de la tienda cuando espantado descubri� a la t�a Rosa, mir�ndolo
detenidamente, recargada en el marco de la puerta, como repasando su cuerpo con
mirada golosa:


--"�Y bueno Raulito a mi cuando me toca?", la oy� decir.


--"�Perd�n t�a?".


--"No te hagas!, chamaco verga caliente, la Ofelia te sac� la
leche a mamadas, a mi hermana Julia te la cogiste bien y bonito..., �y yo qu�?,
�soy de palo o qu�?", la sinti� decir a su espalda, �l temblaba nervioso
�pensando c�mo habr�a hecho Rosa para enterarse de todo eso-- cuando dijo:


--"No t�a..., la verdad...", no alcanz� a completar la excusa
pues ya la mujer estaba juntito a �l diciendo en voz baja: "no chiquito, eso no
se vale, esas cabronas cogiendo rico y yo nom�s viendo..., no sobrinito,
malote!, como te dice Julia, a mi me cumples igual o te armo un pedo del tama�o
del mundo: a toda la familia le habr� de interesar que t�, un verdadero demonio,
te anduviste cogiendo a un par de viejas beatas, casi unas santas..., a ver
vamos viendo...", escuch� la voz imperativa, mientras miraba como su pariente
tomaba asiento en una silla y abierta de piernas lentamente proced�a a
levantarse las amplias enaguas.


Luego recordar�a el chiquillo c�mo Rosa abierta de piernas
sub�a su holgado vestido hasta la cintura, para descubrir ante sus at�nitos ojos
primero que Rosa no llevaba puestas sus pantaletas e inmediatamente despu�s el
peludo sexo; recordar�a la mirada llena de lujuria de su t�a, su voz insistente:
"anda Chico malo, dale unos besitos a la gatita de t�a Rosa"; recordar�a como
Rosa con ambas manos separaba la tupida pelambrera para dejar al descubierto los
carnosos y renegridos labios externos de una tremenda pepa, gorda, muy grande la
raja.


Tambi�n recordar�a su nerviosismo, su temor en las piernas al
intentar acercarse, la respiraci�n que se le iba, su nerviosa mirada volteando
hac�a la entrada de la tienda, como para comprobar que no entrar�a nadie y por
fin c�mo, arrodillado entre los fofos muslos blancos, el fuerte tufo femenino le
peg� en el rostro �Rosa ol�a fuerte, penetrante� empero aquel olor en lugar de
alejarlo lo atraj� como un invisible hilo, hasta que por fin los largos vellos
del pubis de Rosa le cosquillearon la nariz, no se detuvo, no pudo detenerse,
hasta sumir sus entreabiertos labios en la caverna ahora abierta.


En ese momento Rosa suspir� profundamente abriendo m�s las
piernas para facilitar los avances del adolescente y as� se mantuvo: abierta,
completamente abierta, la carnosa raja sostenida a cada lado por los dedos de
ambas manos de aquella mujerona; primero Ra�l le dio besitos, recorriendo sus
abiertos labios arriba y debajo de la pepa, luego peg� su boca arriba, donde los
pliegues internos iniciaban, encontr� algo duro, sensible, tan sensible que Rosa
adelant� su pelvis a la caricia, ah� se peg� a mamar, chupar y chupar, mientras
la mujer suspiraba ruidosamente y ese algo duro empezaba a crecer, el cl�toris
de la cincuentona emergi� como una diminuta verga erecta; los diestros dedos de
Rosa pelaron el prepucio del botoncito, ofreciendolo a su sobrino: "anda
chiquito chupame el botoncito, dale leng�etazos", eso hizo el chiquillo: su
filosa lengua somet�a en esos momentos a furiosas caricias que inicieron que
Rosa brincara de la silla, arremetiera su cuerpo, buscara incesantemente los
leng�etazos ardientes del chamaco, hasta que, tal vez demasiado r�pido, con un
escandaloso "aaahhhhh me vengo" la mujerona lleg� al climax, un fuerte e
inesperado chorro de jugos salados sobre la boca de su sobrino, que sigui�
mamando el renegrido conejo, el hinchado sexo abierto al m�ximo.


Los estremecimientos de la mujer fueron amainando, poco a
poco, su respiraci�n se hizo poco a poco relajada, sus brazos ahora ca�dos a los
lados; Ra�l separ� poco a poco su cara para ver la panocha abierta, sumamente
abierta, fea, horrorosa, con aquellos labios hacia fuera, m�s negros a�n, los
pelos mojados pegados a la piel de la pucha y sobre todo percibir el feo olor,
penetrante. Entonces se levant� limpiando su cara con un trapo, empero la mujer
no hab�a aplacado su calentura; la vio levantarse de la silla con desgano,
caminar vacilante hac�a la puerta de la tienda y colocar el letrero de
"cerrado", regresar sobre sus pasos y decirle:


--"Ahora sobrinito quiero tu verga, m�tele el palo a t�a
Rosa, lo quiero en la colita, anda papacito ven, lo tengo casi nuevo...", dijo
ella mientras le daba la espalda para apoyarse sobre la silla y ofrecerle el
redondo nalgatorio.


Cuando el chiquillo pudo sacarse la erecta verga del
pantal�n, las manos de la mujer ya hab�an abierto plenamente los gordos gl�teos
mostrandole el negro agujero lleno de pliegues y de pelos, lo urgi�: "anda
chiquito, mi culo es todo tuyo y lo ser� todas la veces que quieras...", y
apenas hab�a colocado la punta del garrote sobre el negro culo, la mujer recul�,
presionando sobre el duro palo, aflojando el cuerpo, manteniendo la presi�n en
el sitio adecuado, para despu�s, casi inmediatamente irse tragando el garrote
erecto.


Los sorprendidos ojos del adolescente miraban como aquello
cerrado lo succionaba, como los pliegues desaparec�an para rodear, dolorosamente
el glande, primero, luego poco a poco, toda la verga, hasta que estuvo
completamente adentro del intestino de Rosa, que ahora suspiraba quedamente:
"hummm, Ra�l de mi vida, que verga tan rica!".


Luego el muchacho se agarr� a los mofletudos cachetes y se
empez� a mover, sacando lentamente casi todo el palo, luego empujando hacia
delante, llenando la cola de su pariente con carne dura, al tercer envite ya la
verga iba y ven�a con facilidad y a su nariz llegaba el olor a excremento. En
una de las sacadas Ra�l extraj� todo el miembro, maravill�ndose de c�mo el culo
de Rosa se manten�a abierto, abiert�simo, sin pliegue alguno, luego como atra�do
por una fuerza extra�a volvi� a sepultar su verga llenando a la mujerona de
gozo, as� estuvieron un rato m�s hasta que el placer se hizo insoportable y los
chorros de semen ba�aron las entra�as de la cincuentona, se qued� pegado al
amainar los estremecimientos del miembro escuchando los apagados gemidos
femeninos, luego extraj� la verga semi desfallecida descubriendo algunos restos
de excremento mezclados con leche. Corri� hasta el ba�o para asearse con
abundante agua y jab�n, todav�a desconcertado: hab�a sido su primera culeada, su
primera venida dentro de un culo.


Cuando regres� encontr� a su t�a recargada sobre el mostrador
de la tienda, mir�ndolo todav�a con deseo:


--"Ay Raulito eres tremendo, me diste una riqu�sima culeada,
eres fant�stico, se lo dir� a Julia para que te pruebe por el culo".


Oir aquello sorprendi� al chiquillo, que entonces comprendi�
que las tres mujeres estaban de acuerdo para cogerselo, para compartir
equitativamente la verga de su pariente, se sinti� traicionado, burlado,
desconcertado, pensando: "�y ahora c�mo har� para escapar".




V




Nunca lo hizo, al menos durante los siguientes diez a�os,
tiempo durante el cual, adem�s de cogerse a las t�as, pudo concluir sus estudios
hasta licenciatura. Empero, en aquel momento, cuando Rosa le hab�a descubierto
el plan de las mujeronas para disfrutar del sexo a costillas de Ra�l, al
chiquillo perec�a que el cielo le hab�a ca�do encima.


Y como a todo se acostumbra uno, menos a no comer, Raulito al
paso del tiempo le fue encontrando gusto en aquello de descargar sus �mpetus
juveniles en las entrepiernas de sus sacrosantas cong�neres. A cambio, las t�as
le dispensaban ciertas facilidades, como dinero para gastar; el pago de sus
colegiaturas; vestirlo y calzarlo, en fin, todo o casi todo para tener contento
al jovencito que una noche si y otra tambi�n hac�a las delicias de la t�a en
turno, pues las mujeronas se lo turnaban, una a la vez, cada noche, aunque
algunos fines de semana y cuando las viejas andaban arrechas, organizaban
tremendas bacanales de sexo.


Asimismo, con el tiempo se fue enterando del apego de
aquellas mujeres maduras por la religi�n, pues si bien en aquella ciudad todos o
casi todos son mochos hasta el copete, sus t�as utilizaban ese medio para dar
rienda suelta a sus ganas de hombre, �c�mo?, en los curas de la cercana
parroquia, que casi tan santos como ellas necesitaban de alguna verija donde
descargar sus naturales instintos.


De esa forma, los retiros espirituales de fin de semana, cada
tres meses; los servicios religiosos en la casa parroquial, siempre por las
noches y las confesiones privadas en la sacrist�a no eran m�s que excusas de sus
t�as para darle las nalgas al padrecito en turno, una a la vez o cuando se
pod�a, y asist�a el se�or obispo, las tres juntas le daban bateria a media
docena de vergas sacerdotales.


�C�mo se enter� Ra�l de todo �sto?, pues primero algunos
rumores en la escuela preparatoria; luego el desgano de alguna de las t�as
cuando regresaba de misa de 7: "hoy no Raulito, vengo cansad�sima con la
penitencia que me impuso el se�or cura"; y por fin el comentario de una de sus
primeras novias: "ay Ra�l, eres tan diferente a tus t�as..., te ves tan
seriecito, tan inocente..., tan buena gente...". Un poco de insistencia y
algunos cari�itos hicieron el resto.


As� se enter� Ra�l de la mala fama que reinaba en torno de
sus casi santas t�as, para todo el vecindario era una verdad conocida que
escond�an aquellas viejas maduronas tras su aparente mocher�a religiosa. Como
sea Ra�l ejercit� plenamente y aprendi� poco a poco, todos los secretos del arte
amatorio entre los brazos, m�s bien las piernas, de sus cari�osas t�as.


Respecto a sus padres, all� en la ciudad de M�xico, ellos
estaban encantados del cambio experimentado en su hijito, que seg�n sab�an era
un modelo de muchacho.


Ya estaba por concluir sus estudios universitarios en
agronom�a, cuando Ra�l ya bien aleccionado en los placeres carnales empez� a
cambiar la carne de sus fofa parientes, por otras m�s juveniles, duras y
consistentes, y cuando por fin terminaba sus estudios, con su primera oferta de
empleo y con novia prometida oficialmente para casorio, le dijo por fin adi�s a
las t�as.


Julia, Ofelia y Rosa, las beatas, casi santas t�as, por
supuesto que lloraron a moco tendido cuando su sobrinito les dijo que como hab�a
desquitado peso por peso la educaci�n que le hab�a procurado, --a base de
miembro, lengua, labios, dedos y dem�s� ya era hora de conocer otros horizontes.
FIN



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Relato: Chico malo
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