Relato: La mili





Relato: La mili

"�Lo llevas claro chaval! No sabes la mili que te espera."


De todo lo aprendido y de todo olvidado, este es el primer
recuerdo que viene a m� cuando vuelvo a aquellos a�os. Ha llovido desde
entonces, pero su recuerdo sigue sobresalt�ndome con el mismo poder del rayo.
Igual que �ste, aquella recomendaci�n ven�a vestida de amenaza, y era este
vestido el �nico que captaba tu atenci�n y tu miedo.


De la miseria y esperanza de aquellos a�os, aquel tiempo lo
veo como un nuevo parto, como un nacimiento tard�o, pero igual de doloroso, y
que llega cuando uno cree que ya lo sabe todo. Pero para esa alba, ten�a que
llegar antes el olvido de lo que uno hab�a aprendido a lo largo de todos esos
abriles; y tras ese vac�o la violenta luz se colaba a golpe de tambor ara�ando
profundamente tu sentir, para hacer hueco a un universo �ntimo y profundamente
detallado que abarcaba un campo enorme de ritos, valores, c�digos morales, que
delimitaban cada paso, cada segundo de la vida que all� perd�as.


En ese galimat�as, donde los objetos sufr�an las mismas
condenas que las personas, equipar�ndose el tratamiento y la consideraci�n que a
ambos se ten�a entre esas cuatro paredes que la gloria hab�a dejado hu�rfanas,
por mucho oropel de mierda patriotera con que se vistieran, era una c�rcel de
doce meses; ni un d�a menos, aunque puede que unos d�as m�s, pues los calabozos
estaban a la orden del d�a.


Esa gloria soberbia y hueca se expresaba en gritos
terminantes dictados con un nuevo lenguaje, ven�a empapado de una autoridad de
siglos columpi�ndose al abrigo dictatorial que profesaban. Aquellos gritos se
suced�an a una velocidad de v�rtigo, acelerando a su alrededor una vida hecha
para el vac�o, pues eso era la mili: llenar el vac�o. Sin embargo, pronto
aprend�as que �ste no se daba por vencido y poco a poco iba conquistando el
espacio que le era propio dentro de aquella parad�jica organizaci�n. La mili era
un motor a dos tiempos. El primero determinado por la premura de un campamento
donde el tiempo se suced�a a golpe de metralleta, creando la vana ilusi�n de que
se agotar�a con la gran cantidad de cosas que hab�a que hacer; despu�s llegaba
el segundo, aqu� la nada lo llenaba todo y ni el toque de diana era capaz de
desviarte un mil�metro del escaqueo en el que hab�as entrado para reinar. Para
algo eras el veterano, para algo ten�as el mejor hach�s, para algo pronto ser�as
abuelo... y un mont�n de memeces m�s, con las que comenzabas a escudarte de ese
orden, del que contabas los d�as que faltaban para huir y olvidar.


Le� no hace mucho que las gallinas tambi�n gozan de cierta
organizaci�n social. Situadas en sus palos, el gallo caga por encima de todas
ellas, y as� en una implacable y misteriosa disposici�n, cada una defeca sobre
su inferior, hasta que esa procesi�n continua termina encharcando de mierda a
las pobres parias que malviven al ras. Cuando lo le�, no hall� met�fora m�s
perfecta para describir la prepotente jerarqu�a que holgazanea tras los s�lidos
muros cuartelarios, ajenas a cualquier control y empapadas en una legitimidad
que el paso de los a�os a�n cuestiona.


Pero sobre esta mancha negra y espesa, que el recuerdo evita
remover, hay otros colores que me reconcilian con aquellos a�os.


Estoy en pelota, con mi cuerpo de diecinueve a�os. Estoy
musculado, pues en mi estupidez me he estado mamando un mont�n de gimnasio.
Quiero ir cachas a la mili y lo he conseguido. Mi polla esta dura y tengo que
follar una peseta que me espera seca sobre la litera. Intento seguir la co�a y
lo cierto es que estoy erotizado. Algunos de mis compa�eros de quinta est�n en
cueros y verlos me la pone dura. Tambi�n me gusta que no dejen de mirarme, que
miren como el gallego se folla a ese hijo de puta ferrolano. Entre embestida y
embestida observo con detenimiento qu� ojos arden al verme de este modo. Tengo
un rabo guapo, de la misma altura que mi edad y que se yergue sobre unos cojones
achicados y llenos de vello formando en su unidad un mismo cuerpo. Mi pija
comienza a babear d�ndole brillo a mi acampanado capullo. Noto que en sus
miradas no hay pasi�n, s�lo miedo. Sigo follando a la peseta, mientras escucho
las burlas de esos veteranos de mierda; pero hay uno que no s�lo sonr�e.


�l no tiene miedo, en su rostro no hay venganza por toda la
mierda que ha comido, tampoco se distingue ning�n asomo de burla o curiosidad:
�l tiene pasi�n; y su �nico miedo es esconderla. As� que follo para �l. Quiero
que vea mi leche, quiero que vea lo que gana el puto Franco, que me mira desde
la moneda hacia la derecha, para que sepa lo que ese cabo puede perder sino
espabila. El miedo que se alojaba en mis huevos ya no est�. Me la pajeo
fren�ticamente. Los comentarios jocosos enmudecen. Todo est� en silencio. Todo
ese corro de maricones hijos de la gran puta mira para ver hasta d�nde voy a
llegar. Mi mano se desliza por el tronco de mi pene a gatillazos r�pidos, como
los de una metralleta. Me importa un nabo que me miren, quiero que ese cabo vea
mi leche, quiero que la envidie, quiero que me la pida. Distingo, a las puertas
del orgasmo, su paquete. Desde mi ceguera, brilla. Tiene cuerpo, color y calor.


Los huevos se me achican y ese conocido cosquilleo comienza
su danza. Me convulsiono como una puta. No es la primera vez que me pajeo
delante de alguien; pero s� es la primera vez que ese alguien es desconocido y
no terminamos follando como locos. Esa circunstancia y el hecho de desear con
todas mis fuerzas al cabr�n que no deja de mirarme con lascivia, hacen que
galope en uno de los orgasmos m�s bestias que me dio mi juventud. Los trallazos
de leche salpican a ese hijo de puta impasible que me mira desde su c�rcel de
cobre. La carrera contin�a y los siguientes siguientes, cuando ya domino mi
cuerpo, los dirijo a ese grupo de veteranos que protestan y esquivan mi
virilidad; s�lo el cabo est� hipnotizado.


S� que lo voy a follar. Es cuesti�n de tiempo; pero tengo
claro que ese macho me chupar� la pinga, como que me llamo Mat�as Castro.


Han pasado dos semanas. Ya no he follado m�s pesetas, aunque
si me he pajeado abundantemente pensando en ese macho. Ya s� un poco m�s. Es
zamorano, de plena capital. Tiene un nombre que en ese momento se me antoja
precioso: �ngel Salcedo; aunque todos lo conocen por "Chuski", sin que sepa a�n
la raz�n. Dej� de ir a putas por unas ladillas; pero se cuentan historias
asombrosas de su masculinidad. Eso me calienta m�s, pues s� que estoy tratando
con una maricona que es puto macho.


He tratado de entrarle, pero el cabr�n me evita. Con buenas
maneras pero me evita. Es una prueba que para mi lujuria no pasa desapercibida.
As� que por la noche, en la ruidosa litera acompa�o ese coro que producen los
muelles de todo el pabell�n. Aunque hablo de tal o cual t�a; lo cierto es que me
la sudan. S�lo pienso en �l.


Tiene una cara esculpida como a hachazos, de una fortaleza
que amilana. Sin embargo, cuando sonr�e esa dureza se suaviza hasta convertir en
arrebatador su bello rostro. Unos ojos oscuros y rec�nditos desnudan todo lo que
miran hasta que terminas hundido en la profundidad de su mirada. Todo acent�a su
masculinidad. Su metro ochenta reforzado con ese atajo de m�sculos que lo
distingue; su porte marcial que subraya toda la parafernalia de la que nos
rodean en ese tiempo. Todo en �l huele a macho, a un macho brav�o y agreste;
seco como la piedra, duro como el acero, pero tierno como el cielo, pues as� lo
ve mi coraz�n cuando mi pinga no se mete por en medio a calibrar el esp�cimen
que le espera. Toda esta coraza es tan palmaria que pocos se atreven a hacerle
sombra. No inspira temor, inspira resoluci�n. Uno sabe, pues as� lo presiente,
que �l que se cruce en su camino tendr� todas las posibilidades de no contarlo,
pues es un hombre que ataja en los desenlaces hasta lograr hacerlos suyos y
moldearlos a su gusto y forma.


Se aproxima el primer permiso. Estamos como perros antes de
salir de caza: olisqueando ya la libertad del campo sin parar de mover el rabo.
La conversaci�n ha variado; aunque seguimos hablando de lo hijos de la gran puta
que son, ahora intercalamos estas verdades con las infinitas juergas,
borracheras y polvos que nos vamos a largar una vez que crucemos la puerta. Yo
no digo ni que s� ni que no. No paro de comerme el tarro pensando en c�mo lograr
que ese �ngel descanse en mi cielo. Fantaseo todo el rato. No para de
empitonarme salvajemente parti�ndome el culo, de mam�rmela y mam�rsela, de
follarlo hasta que diga "basta", de besarle esa cara y que su lengua se enrede
con la m�a, de comerlo, de que me coma. Creo que me paso el d�a follando con �l,
y as� me paso el d�a con la bandera alzada.


Cuando me quito el calzoncillo una gran mancha de presemen
se�ala la calentura. En ocasiones estoy tan empapado que recojo ese fruto como
si fuera un ovillo de lana, y un hilo el�stico y suave, ins�pido pero sabroso,
se enreda entre mis dedos antes de que mi boca los engulla. Cuando me descapullo
unas secreciones blancas, como avanzadilla guerrillera de mi espesa leche,
adornan las comisuras. De nuevo junto toda esa semilla y a la boca, pensando que
es la suya y no la m�a la que trago. Tiene una leche deliciosa.


Lo veo, la cosa se agrava. La pija se endurece con ese juego
de mira y no mira en el que me enredo con sus profundos ojos. �l sonr�e, no dice
nada, y yo tengo unas ganas de darle de hostias y follarlo all� mismo. Desde que
lo conozco no me conozco. Estoy todo el d�a instalado en esa puta calentura que
me hace ver lo que no s� si existe, que me hace interpretar cada uno de sus
gestos para traducirlos todos al lenguaje de mi carajo y pensar en cada instante
que �l me desea con la misma fuerza que yo.


Ma�ana, a las tres de la tarde, salimos a la calle. Le he
entrado de nuevo con una disculpa pijotera de la que ya ni me acuerdo a estas
alturas; pero s� recuerdo una disculpa peregrina que vuelve a situarme en tierra
de nadie. Faltan horas y no tengo ni puta idea de c�mo hacer. Recuerdo que en mi
delirio pens� en secuestrarle, atarle a la pata de la cama y no parar de
follarlo hasta que se licenciase. Desecho esta idea pues tengo dos z�nganos, uno
de Vitoria y otro de un pueblo perdido de Badajoz, que no se despegan de m� ni a
sol ni a sombra, aparte del corro de gallegos, con los que a�n no he intimado,
pues todos son del sur y a m� me consideran un pijito de La Coru�a. Intento
buscar en ellos lo que encuentro en �l, consolarme con un segundo plato cuando
veo que ni co�as tomo el primero; pero no hay manera. Ni despierto ni so�ando
arranco de estos mercenarios una peque�a luz con la que hacer sombra a mi cabo.
Llevo muchos d�as paje�ndome por �l como para enga�ar a mi polla con una patra�a
tan gilipollas.


Ya tenemos preparado el macuto. A la salida, queremos ir de
civiles, pero estamos tan apijotados que ni cuenta nos damos de la pinta de
militronchos de mierda que tenemos. Ni tres capas de pintura simular�an el
abandono en el que vivimos; pero a los diecinueve a�os sirve lo que piensas, no
lo que ves. He decidido llevar mis mejores galas; si salgo a romper: rompo con
todo. Deseo con toda el alma llevarme el mundo por delante, volver a disfrutar
de un tipo al que no conozco entre tantas ordenes y gritos, y que durante
diecinueve a�os tantas alegr�as me dio.


Como perros de P�vlov, babeamos. Creo que si en aquel momento
nos dicen que no salimos, nos atrincheramos en el cuartel y los pasamos a todos
a tajadas de bayoneta. La cantina est� animada. El bullicio es ensordecedor y
aumenta a cada paso record�ndonos que es el �nico modo de saber que a�n estamos
vivos. Lo veo entrar con su grupito de mierda y buscar sitio a lo largo de la
barra. Va hacia una esquina y all� se queda mientras piden las consumas. Se le
ve feliz, como un gallo con sus gallinas, como si supiera que el resto de su
vida se dirige hacia ese destino de dormir, comer y follar. Me tomo la cerveza
de un trago y pido una copa de co�ac del m�s pele�n, del "Fundador" de toda la
vida. Unos diez minutos despu�s la tengo entre mis manos. En ese tiempo no he
parado de hacer elucubraciones. "Si ahora mira hacia ese lado significa que me
quiere; si el vasco me suelta una pijada es la se�al de que tengo que ir all� y
entrarle; si ahora entra el sargento es se�al de que esta tarde me lo follo..."
Y as� chorrada va y chorrada viene.


Me tomo un trago de la copa y ese co�ac canalla baja
arrasando por la garganta. Con ese ardor me digo que le entro ahora o nunca. As�
que me aproximo con ese arrojo de soldado que no sab�a que ten�a. Serpenteo por
entre la gente sin perderlo de vista. Sabe Dios de qu� estar� hablando, pero las
risas son muchas. No me ve, �el muy hijo puta no me ve!, y estoy esperando su
mirada como si fuera una se�al; pero la muy cabrona no viene. El valor que
llevaba me pesa y se baja a los pies; otro lingotazo y vuelve a subirme a los
cojones, y ocurre una cosa muy curiosa: lo tengo tan centrado que s�lo est� �l.
Mientras me acerco todo ese barullo ensordecedor pasa a segundo plano hasta
desaparecer para m�; lo mismo ocurre con la gente, todos esos guripas de mierda
comienzan a tomar un tono como met�lico en el que pierden toda su textura hasta
deshacerse en sue�os, en chiribitas que se unen en sombras difusas hasta perder
todo su cuerpo, todo su significado.


- -
�Qu� pasa "follapelas"? (De este modo me entero de c�mo me llaman, aunque ni
siquiera me molesto en contestarle a ese burgal�s de ful, pero el nombre me
quedar� para lo que me queda de mili) �Andas perdido? �Buscas cambio para follar
esta tarde?


Estallan las risas, pero me la suda. En ese momento ni
existen. �l tambi�n se r�e, pero al momento corta esa sonrisa tan deliciosa como
si estuviera avergonzado. Ese peque�o gesto que pasa desapercibido para los
dem�s, aunque no para m�, me anima a continuar. He pensado en decirle mil cosas,
las ensaye de todas las maneras posibles, pero le suelto lo primero que se me
viene a la cabeza.


- -
Mi cabo, quer�a hablar con usted �digo acerc�ndome a su oreja. �l asiente y se
aparta hacia la ventana. Los dem�s dejan de prestarnos atenci�n y comienzan a
soltar sus sandeces en una especie de ping-pong compartido.


- -
�Dime! T� dir�s �me responde habl�ndome a la oreja. Escuchar su voz as� me
excita.


- -
Quer�a pedirle un favor mi cabo. Es una tonter�a, pero le estar�a muy
agradecido. Hoy qued� en el centro con mi t�o para pasar inspecci�n. (�l me mira
extra�ado, por su mirada s� que la mentira va por buen camino.) Es para dar el
visto bueno a todas las llamadas que he hecho a casa. Es que antes de venir tuve
bastantes follones con el hach�s y querr� comprobar que ando con buenas
compa��as (me sonr�e) y la �nica que tiene esa pinta es usted, mi cabo (vuelve a
sonre�r, ahora hay un peque�o reflejo de incredulidad). No es peloteo mi cabo,
que me vea con usted le indicar� que ya ando por buen camino. Total s�lo ser� un
momento.


- -
No s� si debo.


- -
El taxi lo pago yo y usted puede quedar despu�s con la basca. No ser� m�s de
cinco minutos. Le aseguro que mi t�o es puntual. Es banquero (Se r�e de nuevo,
esta vez francamente y escucho una risa que espanta a las palomas). �Bueno,
claro! Los banqueros nunca llegan tarde: time is money.


- -
Vale. Nos vemos a la salida. �Te parece dentro de veinte minutos?


- -
Hecho, mi cabo. A sus �rdenes.


Estoy tan feliz que ni siquiera me preocupo porque no exista
ese t�o banquero. Lo que s� es que lo voy a tener conmigo, y que por lo menos
durante quince minutos o media hora lo tendr� para mi solo; despu�s, el tiempo
dir�.


Estuve luchando contra el reloj, pero aunque llego siete
minutos antes, �l ya est� all�. Yo sigo con la felicidad a flor de piel y
rezando para que �sta no la joda con ninguna estupidez, pero a la muy puta se le
dio, mientras estamos esperando el taxi, de salirse por peteneras y comenzar a
comportarse como una est�pida enamorada. No recuerdo las mariconadas que dije,
pero es que para los malos recuerdos tengo el ant�doto de que los sepulto en el
olvido. Por fin llega el taxi y cargados con nuestros macutos nos ponemos atr�s.
De no parar de hablar como una cotorra pas� a una fase contemplativa en la que,
fuera de la direcci�n de la pensi�n, no dije esta boca es m�a. Estaba demasiado
nervioso para decir algo; pero es que �l tampoco hablaba. Cada vez que lo miraba
el estaba mirando el insulso paisaje; en ocasiones cruz�bamos nuestra mirada y
al momento, como si quemaran, volv�amos al muermo de paisaje que nos acompa�aba.


Sin venir a cuento me desabroch� el pantal�n. Ni tan siquiera
lo mir�. No quer�a estropearle la vista que me brindada a ofrecerle.


- -
�No le importa, verdad jefe? As� llego a la pensi�n y ya puedo salir.


- -
Para nada, hijo. Lo que te pida el cuerpo. �Qui�n tuviera vuestros a�os!
�contest� el veterano taxista ya acostumbrado a otros espantos.


Y ah� comenz� a darnos el co�azo durante todo el camino, sin
importarle que no le prest�ramos pu�etera atenci�n, pues los dos est�bamos a lo
que est�bamos: yo a exhibirme y �l a mirar. Me baj� con cuidado y lentamente los
pantalones dej�ndolos en el tobillo y abriendo el tel�n que tapaba la pu�etera
de la camisa. Me coloqu� el paquete para que luciera bonito: con los huevos bien
puestos y la polla en el mismo centro pidiendo espacio. Desabroch� los cordones
de aquellas botas interminables, y como si fuera una starlet barata, que tras el
zapato quitara con sensual movimiento la media, obr� de la misma mantera. Me
desabroch� la camisa y me la quit� tratando de moverme lo menos posible para que
la ropa cayera por su propio peso. Y all� me qued�, con mi camiseta de tirantes
y gayumbos, disimulando sin saber qu� ven�a despu�s del desvestirse. Busqu� una
postura en la que los m�sculos de mi cuerpo mostraran su lenguaje. Me levant�
los brazos palp�ndome los sobacos para recoger el sudor y que me viera con todo
lujo de detalles. Lo mismo hice con mis tetas. M�s que un aseo era un magreo
puro y duro, en la que cada parte de mi cuerpo recog�a su merecido homenaje.


Durante cuatro o cinco minutos s�lo prest� atenci�n a mi
cuerpo. En ese momento lo adoraba, pues era el �nico m�todo que encontr� para no
sucumbir al suyo. Pero pasado ese tiempo, cuando mi falo ya estaba como el
hierro mir� por el rabillo del ojo para ver c�mo estaba la suya. Y lo que vi me
la puso a�n m�s dura, pues reventaba. Hasta que la pudiera tocar no quer�a
mirarlo. As� que comenc� a vestirme con lo que romp�a en ese momento: un vaquero
de pitillo, desechando la camiseta, pues la de tirantes me quedaba de puta
madre. Tuve que volver a hacer una coreograf�a y deslizarse como un loco para
que aquella ajustada prenda marcara lo que ten�a que marcar. Tras este cierre el
taxista volvi� a su estado catat�nico escuchando la COPE y las loas de Encarna
S�nchez a sus admirados taxistas.


- -
As� cuando llegue a la pensi�n bajamos a ver a mi t�o y cuanto antes termine,
antes queda con la basca � dije a modo de disculpa para cerrar el espect�culo
que le hab�a ofrecido.


- -
Tampoco tengo tanta prisa. Adem�s no qued� a ninguna hora. Me ser� f�cil
localizarlos porque la ruta no cambia.


- -
Ya. Pero no s� que me da que por mi culpa a�n tenga que hacer otra misi�n.


- -
�Bueno! La tarde es larga y hay tiempo para todo. Y puedes tratarme de t�, ya no
estamos en el cuartel.


- -
S�, claro.


- -
Lo que nos sobra es tiempo, aunque no lo parezca. Es sencillo pillar una mo�a si
lo que queremos es pill�rnosla. Algunos con cuatro tragos est�n como con
cuarenta.


- -
S�. Yo soy de los que voy r�pido; no siempre. Pero he tenido pedos con cuatro
duros; en cambio, otras veces he privado como un cosaco y ni de co�as agarraba
la torrija.


- -
Yo voy m�s lento. Me gusta saborear las cosas. Tomarme mi tiempo; pero tambi�n
me ocurre lo que t� dices; pero con las cosas caras y guapas me tomo mi tiempo;
s�lo las baratas las tomo r�pidas.


- -
No es un mal m�todo.


- -
Pru�balo y ya me contar�s.


- -
Cuando est� montado se lo comentar�;�perd�n!, te lo comentar�.


- -
No todo se prueba con dinero. Si lo tienes, bien; si no lo tienes, s�lo perder�s
aquello que no puedas comprar.


Poco a poco comenzaba a entender de lo qu� est�bamos
hablando. Era un modo de bordearlo, pero de no perderlo de vista; de no citarlo
a gritos, pero de no parar de susurrarlo. Estaba convencido de que raspando un
poco, saldr�an a relucir nuestras pichas.


- -
�Y quedan bastantes cosas que sean buenas y gratis?


- -
Para los que pueden pagarlas, no; para los dem�s, m�s de las que crees.


- -
Mujeres, por ejemplo.


- -
Esa ser�a una �dijo sonriendo con picard�a-, pero no la �nica.


- -
Sexo, drogas and rock and roll.


- -
Todo depende de lo que quieras. Era como antes. Si lo que quieres es beber, es
f�cil beber.


- -
�Y as� con todo?


- -
Si te lo sabes montar, te puedo decir que con casi todo.


- -
�Interesante...!


- -
Claro que tiene sus riesgos, pero como dice un gallego de la compa��a... �C�mo
es...? Si quieres


- -
Percebes tes que mollar o cu por eles.


- -
�Claro! El que no se moja el culo nunca sabr� el valor de los percebes.


Y as� llegamos al final del viaje y entramos en el principio
del para�so. Era una pensi�n cojonuda, llevada por un ovetense que s�lo ten�a
ojos para su mujer a la que no perd�a de vista, pues ten�a el convencimiento de
que se la pegaba a la m�nima de cambio. Esa obsesi�n hac�a que poco o nada se
preocupara por los visitantes de aquella gruta infecta, pues s�lo el dinero y su
mujer lo mov�an, as� que una vez pagada la habitaci�n, la paz estaba asegurada.


Subimos el desconchado tramo de escaleras para meternos, tras
pasar unas cortinas ro�das y sucias, en un pasillo umbr�o lleno de puertas. Una
de �stas era la nuestra. No pod�a distinguir muy bien su rostro, pero el m�o
ard�a. A esas alturas ten�a el firme convencimiento de que no abandonar�amos esa
habitaci�n sin habernos follado bien. Claro que a�n quedaba un peque�o tramo de
representaci�n para entrar en el meollo del drama que nos un�a, pero la dureza
de nuestras pichas indicaba que aquella figuraci�n durar�a lo que un suspiro.


- -
No tiene duchas, pero te puedes cambiar igual �dije al entrar- La ducha creo que
es una de las puertas del pasillo.


- -
No est� nada mal; esperaba otra cosa �dijo inspeccionando todo con serenidad
mientras se dirig�a hacia la cama y se sentaba como si fuese un trono, y con la
voz de rey continuo dictando- �Ac�rcate, follapelas!


El valor con el que ard�a mi deseo se desvaneci� ante esa
orden cargada de rotundidad. Aunque desde que ten�a uso de raz�n, y pija para
jugar, siempre hab�a estado en el mismo bando, intu�a que lo que hab�a aprendido
de poco iba a servir estando con un hombre escrito en may�sculas. Al acercarme
me tom� entre sus manos, y con la seguridad de un terreno ya conquistado me
sent� en su regazo.


- -
�Era esto lo qu� buscabas?


Yo ni respond� a la pregunta. Estaba turbado. Ahora que lo
ten�a all�, todo me parec�a demasiado grande para m�. �Dios, lo deseaba tanto
que lo tem�a!


- -
�No dices nada?


Mi silencio se arrull� en mi rubor. No sab�a qu� decir pues
en mi cuerpo hab�a como una tormenta que desechaba cualquier hilo de
pensamiento. �l busc� la respuesta en mis labios, y aquella cara esculpida, con
la belleza de las veinte primaveras, se acerc� a mis labios que se abrieron como
una t�mida flor a los suyos. Fue un beso breve, pero intenso. El solo contacto
con sus labios, la ternura que en ellos deposit�, hizo que la pasi�n que sent�a
tomase un rumbo m�s sereno, pues as� obraba �l con las cosas que le gustaban.


- -
Veo que s� era eso lo que buscabas �sentenci� sonriendo con complicidad,
mientras me abrazaba-. Te lo dije en el taxi, hay un mont�n de cosas que se
pueden conseguir si te lo propones. �No dices nada?


- -
No s� qu� decir �respond� murmurando.


- -
No har� falta decir mucho. Creo que sobran las palabras, �no te parece?


- -
�Dios, s�!


�l sonri� ante esta salida que reflejaba el mismo estado de
�nimo que uno puede sentir tras pasar una dura prueba.


- -
Tranquilo. Ya te dije que tenemos toda la tarde, aunque creo que se nos pasar�
como un suspiro �dijo bes�ndome en la mejilla para tranquilizarme.


- -
Creo que en este momento no me llega toda la tarde.


- -
�Co�o para el salido gallego! A�n no empezamos y ya siente morri�a. Sois la
hostia.


- -
�Joder! �asent� avergonzado-. Es que ya la estoy gozando.


- -
�Ya lo veo, cabr�n! �dijo palp�ndome el paquete- Eres muy guapo, �sabes? Eres la
hostia de guapo.


- -
�T� s� que est�s bueno!


- -
Me gusta la gente guapa; pero me gusta m�s la gente guapa que se ama (yo lo mir�
con cara de alucinado). Me refiero a los que se cuidan. Y t� te cuidas �dijo
acariciando mis b�ceps.


- -
Creo que ninguno de los dos nos podemos quejar.


- -
Eso ser� lo que no haremos: quejarnos.


Y ah� volvieron nuestros labios a fundirse en un beso t�rrido
y h�medo que se�alaba los grados de nuestra pasi�n. Su lengua se enroscaba en la
m�a, la persegu�a para atraparla y volverla a abrazar, para despu�s dejar el
turno a nuestros labios que se besaban con gula mordisque�ndose levemente. Las
caricias comenzaron a homenajear nuestros cuerpos que luchaban por abandonarse
al placer. Cambi� la posici�n para situarnos frente a frente y que fuese la
pasi�n de nuestras caricias el amarre de nuestro precario equilibrio.


Nuestras pollas rug�an con su dureza. Sab�an del ardor que se
estaba cocinando, y el aroma del sexo las hizo entrar en un delicioso vaiv�n que
marcaba el ritmo a nuestros besos y magreos. Era delicioso sentir como incluso
oculto tras aquella camisa su cuerpo segu�a marcando su glorioso empaque.
Deslizar la mano por aquella pujanza era darse de bruces con la virilidad
rotunda que aparece en nuestros sue�os m�s h�medos.


Aunque yo hab�a ido al gimnasio y presum�a de cierta
carnosidad, segu�a habiendo en mi una suavidad que evitaba las inserciones
bruscas y marcadas; en �l, el concierto era otro. No era una musculatura
exagerada, de esa que por su desmesura, termina perdiendo la perfecci�n por el
camino. Su estilo hac�a que cada parte de su cuerpo estuviese perfectamente
delimitada, sin que se llegara a confundir con otras vecinas, sumando tan solo
su singular gallard�a a la del conjunto. Esa cualidad hac�a que no fuese
necesario desnudarlo para tener una idea certera del tesoro que se guardaba
entre esos pa�os. Para los ojos avariciosos de un maric�n como yo, �l estaba
siempre en cueros.


Sospecho que era todo lo que llev�bamos. Desde que lo vi, lo
dese�; desde que me vio, me dese�. Esa combinaci�n s�lo puede hacer fuego. Menos
es nada. Y desde ese calor, continu� nuestro encuentro. La sensaci�n que
recuerdo era como la de subir a una monta�a rusa. Primero esperas en la cola,
deseas que la pu�etera avance de una puta vez; una vez que te sientas en el
coche, tu adrenalina comienza a multiplicarse y a viajar por tu cuerpo; y no
tanto por lo que vives, sino por lo que se anuncia en ese horizonte, al que te
aproximas a una velocidad moderada subiendo una inclinada pendiente que te lleva
a un cl�max del que no bajas en todo el viaje. Pues as� fue aquella tarde. En
esos primeros minutos camin�bamos lentamente por la pendiente, despu�s nos
deslizamos ferozmente en una follada en�rgica y sin l�mites que se�al� c�mo
ser�an nuestros encuentros.


Sent�a su verga desliz�ndose bajo mis cojones, pues no dejaba
de cabalgar mientras morre�bamos como posesos hechizados por el olor de nuestro
sexo. Aprisionada sobre aquel dril caqui la pujanza mi encendida amiga supuraba
sus fluidos, y el aroma de su sexo me dec�a que su polla estaba secretando el
mismo sustento. Nuestros labios estaban empapados, babeando por las comisuras,
extendi�ndose por la cara, pues no par�bamos de viajar hacia otras partes tan
apetecibles como la que abandon�bamos moment�neamente. En esos lapsos de tiempo,
nuestras miradas se un�an reconociendo en esa mil�sima de segundo la pasi�n que
nos dominaba. No hac�a falta decir m�s que lo que dec�amos. Las palabras frente
a nuestras mingas y deseos, parec�an como peque�os intrusos indeseables, por lo
que s�lo aparec�an aquellas que atizaban m�s el fuego.


Hubiese deseado tener un co�o. Desenfundar su tranca y sentir
como �sta penetraba en mis ardientes entra�as hasta hacerlas reventar de puto
placer. Aquel meneo lascivo que imprim�a a sus caderas, llegaba a su cirio
alumbrando una intensidad que te cegaba. Sus manos recorr�an con fiereza todo mi
cuerpo, magreando aquellas partes que despertaban su apetito. Sobaba mi culo con
avidez, exaltando toda la lujuria que all� se alojaba. No pod�a dejar de
menearme ante sus ataques, intentando, dentro del descontrol en el que me
hallaba, armonizar nuestros movimientos en choques cada vez m�s violentos.


Una fuerza arcaica, nacida de nuestra entrepierna, ped�a no
s�lo la consolaci�n del deseo, sino la violencia del instinto. �ramos dos
machos, cuerpo a cuerpo, enfrentados en una lucha sin cuartel por poseer el
mando de una calentura que nos calcinaba. Su polla segu�a con esa embestida muda
que me exaltaba, hasta que mi deseo no pudo m�s y me lanc� como una maricona
hacia su rabo.


Despuntaba en el pantal�n como una especie de carpa de circo
apuntando hacia el cielo. All� lance mi boca, y por encima de la tela comenc� a
mordisquear ese apetitoso chorizo. Embadurnaba mi cara en su potente virilidad,
restreg�ndome sin sentido por aquel m�stil que me hab�a llevado a ese estado
febril. Comenz� a jadear y a realizar movimientos guiados por un esp�ritu
refinado, que dilataba cada una de sus embestidas dibujando en el aire sensuales
virguer�as. Yo apretaba con fuerza sus pelotas al tiempo que mordisqueaba con
gula, empapando la tela que ocultaba el tesoro.


A�n oculto, su poder era inmenso. El aroma de su masculinidad
atascaba mis sentidos, embot�ndome para cualquier otra cosa que no fuese su
mango. Ese pijo duro que ara�aba desde su guarida la obscenidad en la que
nadaba. Hizo un leve movimiento tratando de desabrochar el cintur�n, y mis
diestras manos lo adelantaron en la carrera. Dej� de magrear sus bolas y quit�
la hebilla en una sacudida r�pida, a la que sucedi� inmediatamente la apertura
de su bragueta, hundiendo mi cara en el pozo de los deseos.


Una ola de calor acarici� mi piel. El olor de su polla era
ahora m�s concentrado, casi f�sico, apuntando con su acre dulzor la delicia del
manjar que se cubr�a tras el calzoncillo blanco. All� sepulte mi cara movi�ndola
violentamente tratando de tragar todo aquel aroma que se escapaba. �l me tir�
del pelo aumentando los movimientos que la desesperaci�n de mi deseo se hab�a
marcado. Mi lengua lami� con profusi�n el algod�n de su calzoncillo, empap�ndolo
poco a poco, para extraer todo el jugo que su nabo hab�a depositado durante todo
el d�a. Mis jadeos se mezclaban con los suyos, igual que mi saliva con su sudor.
Toque mi polla que ped�a a gritos salir de su c�rcel. De nuevo me tir�
violentamente del pelo hasta subirme a la altura de su cara para besarme con una
efusi�n can�bal que le hizo morder mis labios con la rabia de su calentura.


El dolor era placer. Aquel meteisaca no estaba escrito con la
delicadeza de los sentimientos, sin que estos desaparecieran, pues los hab�a,
sino con el hierro candente de nuestros falos, que ped�an estar a la altura de
nuestra fortaleza. �ramos dos machos cara a cara, despojados del m�s m�nimo
barniz de civilizaci�n, vestidos tan solo con la lujuria y la avidez de nuestros
apetitos.


Me quit� la camiseta de un tir�n y comenz� a lanzarse sobre
mis pezones para encharcarlos y morderlos a placer mientras yo me derret�a entre
sus brazos. El mismo hambre que destaparon mis pezones erectos, lo llevo a mis
axilas y all� restreg� su lengua con furor en una de las caricias m�s deliciosas
que he vivido. Mientras una de mis manos apretaba con fuerza su pija, iniciando
un suave pero violento masaje, pues se la apretaba con sa�a, �l mordisqueaba mis
pelos arrancando algunos que, en su voracidad, no escup�a dejando que estos
cayeran por la comisura de sus labios llevados por la saliva. Volvimos a
besarnos, a calmar la sed de nuestro apetito, a enredar nuestras lenguas y
mordiscos en un lenguaje que s�lo aparece cuando el sexo hierve.


Segu�a meneando su nabo y tras finalizar el beso me lanc� a
mam�rsela. Segu�a all�, cubierta por su blanco e impoluto calzoncillo, que a
estas alturas hab�a tomado una leve transparencia que permit�a entrever su
magnifico rabo. Met� el glande en mi boca guiado por sus jadeos hasta sentir la
carnosidad y el sabor de su pujanza. Baj� los pantalones hasta la rodilla y me
asombr� de la hermosura que concentraba aquella parte de su cuerpo precisada por
una marcada dureza. Con mis dientes mord� la goma de su calzoncillo y el glande
apareci� repentinamente, como si surgiera de una caja sorpresa. Estirando la
goma al m�ximo, la solt� batiendo la goma con su acorazado capullo. De nuevo
repet� la jugada, como unas cuatro o cinco veces, hasta que hipnotizado por su
poder de seducci�n, baje violentamente los calzoncillos con mis dientes y mi
codicia.


Segu�a deslumbrado por su visi�n. Permanec� est�tico durante
unos segundos, como quien contempla un espect�culo que la naturaleza tardar�
milenios en repetir. He gozado de muchas pollas, grandes y torpes, chicas y
virtuosas, y viceversa; pero ninguna se aproxima a la que portaba este �ngel.
Ahora, analizando esto desde el recuerdo, creo que era la �nica polla que pod�a
casar con un macho de sus caracter�sticas.


Estaba marcada por el mismo sino que su musculatura. La
definici�n de sus partes era palmaria, pudiendo trazar un croquis de semejante
ejemplar. Med�a como unos dieciocho cent�metros, aunque esta medida era enga�osa
pues era un arma preparada para enga�ar a la vista. Su tronco se fund�a con los
cojones haciendo un todo recio que se ve�a surcado por infinidad de venas que
ba�aban aquel regalo. De un grosor medio, que no variaba en todo su recorrido
hasta acercarse al glande donde mermaba ligeramente, de un modo casi
imperceptible; apuntaba una rectitud que resultaba arrogante, sino fuera por lo
apetecible que se mostraba. Despu�s ven�a la nota m�s curiosa de ese
instrumental. Un b�lano acampanado y desproporcionado culminaba aquella obra de
ingenier�a. Parec�a que aquel glande hab�a sido colocado all� tras un
transplante, pues la diferencia de su per�metro, te llevaba a pensar que aquello
no se correspond�a con el tronco que la sosten�a ya que, en ning�n momento, la
uni�n de su glande se mostraba a la luz p�blica. La piel era tersa y oscura,
igual que sus pelotas cubiertas de un vello ensortijado; pero aquella negritud
saltaba de alegr�a en su capullo regado por un color rosado y carnal que suger�a
la salud de la pieza.


Su punta supur� un chorro manso de presemen que cay�
suavemente por la fuerza del v�rtigo. La punta de mi lengua se acerc� a ese
manjar y con un movimiento compulsivo tomo los primeros sabores de aquel
portento. Como todo lo bueno, una vez probado, uno siempre quiere mas. Cogiendo
la pinga por su base, cerr� mis labios en torno aquel d�cil surtidor que
empapaba con su brillo la fortaleza del b�lano. Sorb� aquel jugo de su virilidad
y mis labios sucumbieron abri�ndose a la pieza, engull�ndola en una c�lida
mamada. Tuve que tocarme la picha que comenz� a babear del mismo modo al
enfrentarme al vigor de su hombr�a. Mis labios abrazaron codiciosos aquel
sabroso glande llegando hasta el borde mismo de ese barranco que continuaba con
la tranca que ahora le meneaba.


Todas las pollas saben a macho, no pueden saber de otra
manera, saben a lo que son; pero ese baluarte desplegaba una artiller�a pesada
que terminaba embriag�ndote pues no dabas consumido su sabor. Parec�a que la
energ�a su interior renovaba constantemente ese fuerte sabor que enaltec�a tu
voracidad. Mis labios subieron y bajaron por ese glande empapado mientras la
punta de mi lengua masajeaba el orificio de su capullo. �l me tom� por la cabeza
para acariciarla. Sus dedos surcaron mi pelo en movimientos descoordinados que
me hablaban de su goce y de mi maestr�a. Mi estriada lengua repasaba ahora los
bordes de su apetecible glande intentando buscar un resquicio inexistente, pero
sorprendi�ndose de la rugosidad que encontraba. Cada uno de los movimientos de
salida terminaba en un beso; para despu�s dirigir una mirada al rostro que
sucumb�a, y volver, tras otro h�medo beso, a iniciar aquel celestial viaje. Mi
mano segu�a masajeando su tranca, de arriba abajo; de ah�, a sus cojones para
estrujarlos con pasi�n y hurgar t�midamente por la v�a hacia el ano; para volver
de nuevo a asentarme en la robustez de su mango que me permit�a un poder
temporal sobre este macho. El sonido de la saliva acompa�aba a sus jadeos,
teniendo como l�nea de coro el magreo que le estaba pegando a mi minga por
encima del pantal�n, que armonizaba su ritmo con la mamada que le estaba
realizando. Comenz� a revolverse como una puta, y aquellos dedos, que momentos
antes acariciaban mi pelo, presionaron para que me tragase aquel cipote. Su
capullo se aloj� en mi campanilla, y mi nariz repos� en el mullido colch�n de su
vello respirando el seductor aroma de su sexo. Fueron unas penetraciones
deliciosas, guiadas por el m�s puro instinto que rejuvenec�a con cada embestida,
como si para su movimiento necesitase alimentarse del sabor y aroma de su f�rrea
virilidad. Mi lengua puli� cada pulgada de su miembro, trabaj�ndolo con el
primor que me inspiraba. �l follaba mi boca, y en un par de ocasiones su pija
tropez� con mis dientes, sin que ese dolor moment�neo supusiera alguna quiebra
en su ardor, m�s bien al contrario. Retir� la picha de mi boca y lam� toda la
superficie de aquel pasmoso engendro y me dirig� hacia sus cojones.


Levant� un poco la pelvis y tragu� aquellos huevos peludos de
narcotizante aroma y sabor. Eran ovalados y peque�os, si los comparamos con su
vecino; de hecho, se pod�a pensar que era la envidia la que transfigur� a estos
cojones que alargaban la extensi�n de la verga hasta confundirse uno y otros.
Restregu� mi cara por su anegada pija, aumentando la brusquedad de mis
movimientos como si hubiera entrado en un trance infinito.


Me cogi� por los hombros y me tumb� sobre �l para comenzar a
magrearme sin l�mites. Sus expertas manos recorrieron todo mi cuerpo, hurgando
aquellas partes que a�n estaban encerradas. Era un intercambio intenso, pues lo
mismo que �l persegu�a lo buscaba yo. Nos revolcamos por la cama, sumando
nuestros delirios con una ferocidad can�bal. �ramos dos bestias en celo, dos
apetitos insaciables que buscaban en cada cent�metro de nuestro cuerpo la llave
que saciara nuestra obscena lascivia.


Todos sus acciones eran bruscas, viriles; aunque a la vez
dejaban un poso que continuaba afilando tu placer aunque el due�o atacase con su
hombr�a por otro flanco. Pocas veces goc� de una sensaci�n as�, de sentir que �l
estaba en todas las partes. Ese cuerpo que imanaba todo lo que tocaba, comenz� a
desvestirme con rudeza, como si en vez de un polvo consentido, fuese una
violaci�n. Aquel �mpetu resultaba exquisito, haci�ndote comprender que la pasi�n
del momento no era s�lo la suma del deseo, sino la violencia con la que se
manifestaba este. Sin dolor, no hab�a placer.


Marcaba mi cuerpo como si fuera una res, dejando los rastros
de su paso. Si en un principio, mi juego fue el mismo, pronto sucumb� al placer
de su fortaleza. Ya no respond�a con la misma hostilidad que �l, sino que me
corr�a de gusto ante ese ardor que me enrojec�a y violentaba, porque era yo, y
s�lo yo, quien se lo estaba provocando. �ngel not� ese peque�o cambio y se
emple� con m�s sa�a en el camino que hab�a tomado su polla. Me quit�
violentamente el pantal�n, mientras yo, en mi placer, fing�a resistirme para que
incrementase m�s su pasi�n. Comenc� a darle patadas, que �l devolv�a con mayor
discordia, variando el men� con cachetes y sopapos que se repart�an por todo mi
cuerpo. Era delicioso y hab�a que premiarlo. As� que buscaba el perd�n en sus
besos, acarici�ndole primero sus labios con ardor para despu�s com�rselos con
rabia. Se tumb� encima de m�, aprision�ndome con su cuerpo y me dio uno de los
morreos mas salvajes de mi vida. Eran como dos movimientos contrarios, como dos
coches que se dirigen a toda velocidad el uno contra el otro. Yo trataba de
zafarme de su excitante intimidaci�n, �l de apresarme. Nuestros cuerpos ard�an y
mord� sus anchos hombros en un intento por tragar a mi amante. Aquello despert�
a�n m�s su gula y con el encarnizamiento que alumbraba comenz� tambi�n a
morderme con encono despertando un placer inaudito hasta ese momento. Jade�bamos
como locos, pues aquella violencia, por su intensidad, no se manifestaba en
gritos, sino que, como en las cloacas, viajaba m�s soterradamente, como si
temi�ramos que el grito vampirizara la energ�a de nuestros combates.


- -
�Te costar� follarme, cabr�n! �Antes te mato que dejar que esa pinga de mierda
me toque!


- -
�C�llate maricona de mierda! Te voy a follar a gusto. Lo quieras o no. Pero
mucho me temo que tu nabo �susurr� esto apret�ndomelo fuertemente- quiere que lo
folle.


- -
Mi nabo quiere una mierda.


- -
Tu nabo, mi amor �dijo baj�ndome los calzoncillos y cogiendo de la punta del
capullo una muestra de mis fluidos para llev�rsela a la boca-, est� pidiendo a
gritos que se lo coman.


- -
�Cu�nto m�s me deseas, m�s te odio!


- -
As� me gusta.


- -
�Te odio, hijo de puta!


- -
Y yo creo que no he odiado a nadie tanto en mi vida como a ti.


De nuevo nuestros labios se mordieron para expresar el odio
que sent�amos. Y tras esto un delicioso sesenta y nueve abri� el segundo acto de
la funci�n.


Mamaba que daba gusto. Su lengua recorr�a mi picha con
extrema ansiedad despertando en ella rugidos hasta ahora nunca alcanzados.
Comenc� a follarle la boca hasta atragantarlo; pero cuanto m�s le jod�a, m�s le
gustaba. Me tom� por las nalgas y en un mismo impulso las magreo con sa�a
d�ndoles de hostias y empuj�ndolas hacia �l para pasar toda mi polla de un
trago. Eran movimientos tan violentos que en ocasiones no era su rugosa lengua o
sus succionadores labios los que llevaban el mando, sino sus afilados dientes
los que tomaban el castigo. Aquel dolor intenso, como un latigazo restallante,
afinaba a�n m�s el sendero de mi placer, que estaba entre la polla que ten�a en
la boca y la fiereza que la dominaba. Cuando no la embuchaba hasta la
empu�adura, su lengua recorr�a alocada con su excitante rugosidad toda mi polla.
Era incre�ble la velocidad de este instrumento. Creo que mamo muy bien las
pollas. Es uno de mis platos preferidos y llevo bastantes a�os cocin�ndolo como
para no hacerlo bien; sin embargo, ni en mi mejor d�a me acerco a las
revoluciones con las que era capaz de actuar su lengua, desde una frecuencia
viv�sima y sincopada, a una lamida larga y mansa que esclavizaba tu sensibilidad
encumbr�ndola cada vez m�s alto, cada vez m�s lejos, presintiendo siempre un
cl�max que volv�a a alejarse pues a�n llevaba m�s elementos de los conocidos
hasta entonces.


Sus manos separaron mis nalgas y con su nariz comenz� a
hurgar en el jebe. Hac�a aspiraciones profundas, tratando de sorber todo su
aroma, de llenarse de m�. Restreg� su cara por mi culo y comenz� a com�rmelo.
�Lo hac�a de puta madre!, pues serpente� como la mayor de las putas. Cada lamida
era realizada con mayor frenes�, como si buscara un empacharse. Yo por mi parte
presionaba con fuerza mi culo para que su rostro quedara marcado en el,
cogi�ndolo entre mis piernas para privarlo de cualquier movimiento.


- -
�C�meme el culo, maric�n! �orden� despoj�ndolo de aquel abrazo y levant�ndome
para quitarme el pantal�n- �C�meme el puto culo, comemierdas!


Tras eso me situ� de pie a la altura de su rostro, dejando
que por un momento contemplar� mi polla tiesa, que babeara por ella como un
perro hambriento. �l miraba con los ojos abiertos de par en par y su lengua
sali� de su escondite para pedir su raci�n, lamiendo fren�ticamente el aire que
lo separaba de su objetivo. Yo me toqu� los huevos, levant�ndomelos con lujuria
para despu�s continuar un breve tramo hasta que mis dedos entraron en el pantano
de mi culo. Ten�a los dedos empapados con sus babas y los ba�e con las m�as.
Despu�s, en un viaje lento y caprichoso, aquellos transe�ntes encharcados
recorrieron mis pezones, mi capullo, mis cojones, y siguieron hacia mi culo. No
lo dejaba de mirar mientras ejecutaba esto que me sal�a de lo m�s profundo de mi
nabo, me costar� olvidar su cara cuando abr� un poco mis nalgas para sepultar el
dedo �ndice en la gruta que �l tanto anhelaba y all� hacer un breve meteisaca.
Sab�a que, en ese momento, deseaba con todas sus fuerzas que mi dedo fuese su
polla; pero no era �l �nico, yo tambi�n lo deseaba.


Movi�ndome como una maricona ces� repentinamente la
penetraci�n y ca� con toda la fuerza sobre su rostro.


- -
�C�meme el culo, maric�n! �mand� arrastrando mi culo por toda su cara


Mis huevos quedaron a la altura de su boca y en un momento
�sta actu� tratando de trag�rselos, casi comi�ndolos literalmente, avanzando a
mordiscos hacia ese culo. Mis manos le ayudaron. Abr� las nalgas para mostrar en
toda su amplitud la gruta en la que sucumbir�a su hombr�a. Sobre ella lanz� su
avaricia. La humedad de mis jadeos se mezcl� con el goteo de sus chupadas. Su
lengua circul� por todo el per�metro en una carrera vertiginosa por llegar
primero a meta. Yo dilataba y contra�a mi ojete para permitir que su rugosa y
magistral lengua cavara m�s hondo, hasta mis entra�as.


- -
�Te gusta, maric�n! La estas gozando como una perra en celo. �Lo est�s haciendo
de puta madre! Mi culo ya chorrea. Sigue as�, calentando mi puto culo hasta que
arda. Quiero que arda, para que despu�s tu polla, tu leche de polla, se cargue
este incendio que est�s provocando. �Sigue, maric�n, sigue!


- -
�Sabe a Dios! �Y c�mo traga!


- -
�Claro que sabe de puta madre! Este culo es tu premio. Es aqu� d�nde vas a gozar
como una maricona, pues te va agarrar la pija de puta madre. Nadie te va a
apretar la picha como yo, con toda la fuerza de mi deseo, con toda la maestr�a
de mi culo, con todo el calor de mi polla.


Y yo segu�a cimbre�ndome como una puta pues su lascivia me
estaba quemando el culo. Notaba como su lengua encharcaba todo mi ojete, como
sus dientes me mord�an las nalgas, en una sucesi�n fren�tica y descontrolada. Mi
pijo chorreante chocaba con su frente, marc�ndosela con mis fluidos, yo
arrastraba mi culo, tratando de controlar tanto placer, por toda su cara hasta
sepultarlo entre mis nalgas, para volver despu�s a bajar y encontrarme con
aquella lengua maravillosa que lam�a con su rugosidad esa gruta que deseaba ser
horadada. Era un placer intenso e ins�lito. Me hab�an comido el culo un mont�n
de veces, era una pr�ctica que me encantaba, pues ese cosquilleo tomaba caminos
imprevistos hasta situarse en mi polla y desde all� irradiar a otras partes.
Pero pocas veces me comieron el culo como en aquella ocasi�n. Sus mordiscos y la
astucia de aquella puta lengua, subieron varios grados la temperatura de aquella
jugada, hasta que not� que, de seguir as�, me correr�a. No es que me desagradara
la idea, pero aquella leche que hormigueaba en mis cojones llevaba mucho tiempo
macer�ndose y quer�a finalizar sus d�as en las entra�as de aquel macho
devorador. As� que, con fuerza, sepult� mi culo en su cara hasta ahogarlo y fui
arrastr�ndome poco a poco, venciendo sus protestas, hasta quedar mis nalgas en
su nariz y, ah�, tomar su huida.


- -
�F�llame! �F�llame, joder! �implor� a un macho m�s que dispuesto- No. Pero as�
no. ��tame! ��tame bien fuerte!


Merece la pena describir su mirada. Era ardiente, como de
fuego, pero, sin embargo, tras este ruego, subi� unos grados m�s, mostrando la
ardorosa condici�n que guardaba mi hombre. Mordi� su labio empapado y una
sonrisa maliciosa se cruzo por d�cimas de segundo en su rostro, hasta jurar�a
que su verga tambi�n se ri�, pues le dio un meneo con fuerza, como dici�ndole:
"�Prep�rate, amiga! Esto era lo que estabas esperando desde que creciste". Su
recia musculatura se lanz� como un perro de presa a la b�squeda de un cintur�n.
Yo, mientras tanto, "reposaba" en la cama, tr�mulo como un junco, sabiendo que a
partir de ese punto, nada ser�a igual a lo que hab�a gozado, presintiendo, en
una palabra, que iba a tener lugar EL POLVO, y que pocos se acercar�an ni
remotamente a lo all� alcanzado.


- -
Esto servir�. �No crees? �dijo mientras su descomunal polla portaba el cintur�n
del uniforme.


- -
P�game. �P�game por qu� te odio!


Primero toc� su polla con arrogancia; despu�s cogi�
suavemente la hebilla del cintur�n y dej� que �ste se deslizar� con elegancia
por su miembro. El cintur�n cay� pesado, sin vida, pero amenazador. Su color
negro y su anchura mostraron en su mano la diab�lica cara que ocultaban.


- -
�Qu� haces, joder? �P�game, por qu� te odio, hijo de puta! �Me cago en tu madre!


El cintur�n segu�a inerte. El sudor regaba aquel cuerpo
vigoroso hecho a hachazos. �l estaba petrificado, concentrando toda su energ�a
en esa quietud amenazadora que deambulaba por sus formados m�sculos. El rostro
estaba serio, lac�nico, s�lo sus ojos mostraban el mismo odio que nos ten�amos,
entendiendo en ese instante todo el amor que se reun�a en la humillaci�n. Pues
era la humillaci�n el amor m�s desenfrenado que se pod�a entregar.


Como un rayo el cintur�n restall� violentamente sobre mi
piel, dejando su rastro sobre mis piernas.


- -
�Tienes que quererme, hijo de puta, tienes que quererme como yo te quiero!


Ni tiempo me dio a contestar, una segunda firma se depositaba
sobre mi sorprendido abdomen. �l avanz� hacia m�, se subi� a la cama y
abri�ndose de piernas me encerr� en la c�rcel de su belleza. Yo me abrac�
extasiado de placer, tratando de protegerme de lo que m�s ansiaba, y dispuesto a
recibirlo, pues nada deseaba m�s. Las l�grimas anunciaron con su urgencia todo
lo que estaba disfrutando.


- -
�Me oyes? �Escuchas lo que te digo?


- -
Te odiar�. �Te odiar� con toda mi alma! �contest� sollozando entre jadeos-.
�Eres el hijo de puta que escog� para odiar!


Y aquella mole empez� a azotarme con violencia. El canto de
mi cuerpo se fund�a con el silbante viaje del cintur�n, trazando una melod�a
casi continua. Su maldad tom� el mando, llev�ndome a un placer salvaje, pues de
improviso, mis huevos comenzaron a cosquillear, iniciando ese viejo llamado que
anunciaba una corrida deliciosa. Yo lo miraba agradecido, cegado por su entrega,
sumido por su infinita masculinidad, y �l me correspond�a con una malicia
astuta, pues muchos de sus latigazos no ca�an sobre mi cuerpo sino en la ro�osa
colcha, consiguiendo un efecto similar al que conseguir�an si estallasen sobre
mi piel. Tengo que explicar que el placer de esto estaba repartido en todo el
conjunto. Se iniciaba cuando su poderoso b�ceps ergu�a su vuelo restallando el
cintur�n que silbaba el aire al cruzarlo, all� suspendido, daba tiempo para que
tu cuerpo asimilase el placer que ven�a a continuaci�n, y que se precipitaba en
d�cimas de segundo hasta explotar, en un viaje adrenal�tico, marcando tu piel y
mostrar otra naturaleza cuando �sta escoc�a e irradiaba por todo el cuerpo el
ardor de la violencia. Me di cuenta que la leche de mi polla, se abr�a paso, era
un orgasmo distinto a todos los que de all� hab�an salido, y necesite
compartirlo con mi macho.


- -
�Ven, ven, r�pido! �implor� ahogando mis palabras- �Abr�zame r�pido, cabr�n!


�l me mir� con extra�eza, pero entendi� al instante por d�nde
cabalgaba yo en ese momento y se lanz� sobre mi cuerpo, y comenz� a besarme
apasionadamente. Mi rabo qued� sepultado por el suyo, pero una fuerza diab�lica
y descontrolada lo hac�a ascender como un cohete, y comenc� a cabalgar, a saltar
alteradamente, tratando de dirigir aquella poderosa corrida a alg�n sitio
dif�cil de localizar, pues el orgasmo se expand�a por todo mi cuerpo. �l mord�a
mis labios, su lengua hurgaba mi boca, todo con una voracidad creciente, parec�a
un animal feroz, pose�do por la misma sa�a que a mi me transportaba a una muerte
s�bdita. Nos abrazamos fuertemente y mi polla comenz� a eyacular copiosamente
sobre su abdomen, al tiempo que no paraba de saltar y gemir en un orgasmo sin
fin. No s� el tiempo que estuve as�; s� puedo decir que nunca tuve otro orgasmo
igual, tan dilatado, tan explosivo; los dem�s, ya fueron conocidos, este era
totalmente nuevo.


Mi leche un�a nuestros ardorosos cuerpos, y segu�a manando
sin fin, mientras yo continuaba con movimientos taquic�rdicos que elevaban el
cuerpo de �ngel hasta el cielo donde yo me encontraba. Le clav� las u�as en su
espalda, le mord� su hombro, as� hasta que desfallec� y qued� resoplando como
una mula cansada despu�s de un duro d�a de trabajo. Mis ojos estaban cerrados y
el segu�a bes�ndome, lamiendo toda mi cara, mordisqueando como un perro todo lo
que estaba a su alcance. Era delicioso estar con �l, disfrutar de una entrega
que no tuvo igual, estar al cobijo de su hombr�a, desfigurado por su placer que
a�n en esos estertores te situaba en cotas muy altas. Tantas que ese deseo que
ahora embadurnaba nuestros cuerpos ni tan siquiera se vio alterado. Mi pijo
segu�a duro, como hipnotizado por la potencia de su verga que marcaba a fuego mi
cuerpo. Su amor trazaba su escritura por mi ser, rindiendo lo que ya estaba
entregado, pues desde que lo vi me hab�a enamorado como un colegial, aunque
pusiera mil disculpas que s�lo pod�a discurrir mi nabo.


- -
�F�llame! ��tame y f�llame! �Quiero tenerte, mi vida! Sino te tengo, muero.


- -
�Te odio!


- -
�Yo tambi�n te odio! Te odio desde el primer momento que te vi, y creo que nunca
te dejar� de odiar.


Al momento, sin salir de mi regazo y desliz�ndose ayudado por
mi leche, hizo un nudo con el cintur�n en mi mu�eca y at� la otra extremidad al
barrote de la cama; despu�s salt� a por mi pantal�n y le sac� el cintur�n,
repitiendo la misma jugada y at�ndome fuertemente al barrote de la cama. Y all�
qued�, atado de manos a la cama, y de cuerpo a mi amado. �l se subi� a la cama y
se puso de rodillas frente a m�. Despu�s pas� su mano por mi abdomen, que
respondi� a su caricia, y sustrajo avariciosamente la leche que all� hab�a hasta
embadurnarse la pija. Con la que �l ten�a hizo lo mismo, s�lo que la escondi� en
su boca, deleit�ndose de su sabor y sacando su lengua para hurgar entre sus
dedos en busca de las peque�as migajas que guardaban. Mientras aquella polla
extra�a y descomunal mostraba su apetitosa cara, haciendo que me corriera de
gusto s�lo con verla. Estaba h�meda, encharcada, vibrante, viril, recia, tersa,
dura, potente, arrogante, feroz, avariciosa... Eran tantas las palabras que me
ven�an a la mente que no paraba de adorar aquel sensible ejemplar que tanto me
odiaba, y que se hallaba situado a las puertas de mi acogedora gruta.


Cogi� mis piernas y las levant�, poni�ndome el culo a la
altura de su gran ca

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Relato: La mili
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