Mi nombre es Eva, esta historia
ocurrió hace algunos años, y es mi propia historia. Desde
que he sido muy joven me he dado cuenta que no soy normal. Siempre me he
sentido atraída hacia las maneras de ser, de actuar de los chicos
y me identificado con ellos más que con mis compañeras. Cuando
fui siendo mayor, me di cuenta que los chicos no me llamaban en absoluto
la atención, y no puedo negar que, sobre todo al principio, me pusiera
a salir con alguno, pero era más bien por intentar ser como mis
amigas y para cubrir el expediente.
En cambio, qué decir de las
chicas. Siempre me han gustado. Me metía en el servicio con ellas
para verlas mejor, todo su cuerpo, me empapaba de sus desnudos en los vestuarios.
Siempre me controlé. No quería que nadie supiera de mis inclinaciones.
Así llegué hasta los diecisiete años.
Tengo que decir que la culpa de
todo lo que pasó en esta historia es de mi hermana Paloma. Vivíamos
en Sevilla junto a mis padres. Cuando yo tenía dieciocho años,
ella tenía veinticinco. Os llamará la atención esta
diferencia de edad. Se debe a que fui lo que se llama "un despiste".
De todas formas, no somos mas que nosotras dos. Ella era muy distinta a
mí. No digo físicamente, pero sí en carácter.
Paloma y yo somos de pelo negro
y ojos marrones. Yo soy más alta que ella ahora, pero entonces éramos
casi iguales. Eso sí. Yo con diecisiete años era un palo
de delgada, y ella a sus veinticinco años, no voy a decir que estuviera
gorda, ya que gorda no ha estado nunca, sino que tenía las carnes
muy bien puestas. Yo solía vestir con ropa de deporte, pues me ha
gustado mucho tener fuerza y estar ágil y he hecho siempre deporte.
Ella era en cambio muy coqueta, aunque siempre con elegancia.
Yo siempre he usado una melena que
no me cubra el cuello, mientras ella luce siempre una cabellera que ha
veces lleva suelta y otras veces con coleta, falda por encima de la rodilla,
camisas que desabrocha, zapatos de medio tacón.
La coquetería de Paloma no
está tanto en su forma de vestir como en su carácter. Le
gusta que la mimen, ser el centro de atención, sentirse admirada.
Siempre ha tenido un montón de pretendientes, y siempre ha jugado
con ellos, como pretendía jugar conmigo. Yo en cambio soy seria
de carácter, y aunque soy la menor, tengo que decir que por el carácter
de mi hermana he sentido a menudo que me faltaban los mimos de mi familia.
Como quiera que fuera, como tengo
un carácter tímido, no me atreví, en un principio
a buscar mi media naranja dentro de mi mismo hemisferio. Mi hermana era
muy femenina. Se paseaba frecuentemente en braguitas delante mía.
Sólo en braguitas, o en un camisón que siempre se me antojaba
trasparente. El cuerpo de mi hermana era totalmente distinto a los que
había visto en los vestuarios. Era una mujer hecha y derecha.
Empecé a masturbarme pensando
en los senos que se le veían a través del camisón,
o cuando al salir de la cama, se ponía una camiseta. En las nalgas
contenidas por las siempre inmaculadas y blancas bragas, que temblaban
al pasear mi hermana por el pasillo, en los muslos que le asomaban cuando
se sentaba a mi lado en el sofá.
El verano de 1995 tuve que quedarme
en Sevilla preparando la selectividad, pues me habían cargado en
junio. Le hice la puñeta en parte a mi familia, pues mientras yo
me quedaba en Sevilla estudiando, con mi padre que tenía que trabajar,
mi madre y Paloma se fueron a un apartamento que tenemos en la playa, en
Matalascañas, Huelva. Mi padre y yo íbamos a visitarlas los
fines de semana.
Me cundían los días
estudiando y también le hacía de comer a papá, y le
planchaba y lavaba. Por las tardes me iba a hacer footing, y después
de correr, cuando estaba en la ducha, me masturbaba, pensando en mi hermana.
Me divertía pensar que le provocaba a Paloma el mismo placer que
yo me provocaba a mí misma con el dedo.
Cuando mi padre y yo íbamos
a la playa, yo era una esponja que absorbía todo lo significaba
sexualidad en Paloma. Sus top-less. Sus paseos con una toalla alrededor
del cuerpo, las noches con nuestros amigos comunes. Cada gesto, cada movimiento
me excitaba.
Un fin de semana coincidimos mi
hermana y yo, que iba con mis amigas, en la misma discoteca. Era una discoteca
cercana a la playa. Yo la vi a ella y me disponía a saludarla cuando
me di cuenta que se le acercaba un chico con el que parecía mantener
una relación "especial". Yo lo conocía. Era Mariano,
un amigo suyo de hacía tiempo. Era claro que estaban saliendo.
Mi hermana estaba dando un espectáculo
delante de mis amigas. Se besaban a brazo partido y dejaba que Mariano
la toqueteara por todas partes. Yo estaba roja de vergüenza... y de
celos.
- La muy guarra. Se lo voy a decir
a mi madre nada más llegar.- No paraba de repetirme y de decirles
a mis amigas. Mis amigas la disculpaban. Pero se que esa noche no pararían
de hablar de ello y de reírse de mí, por mi hermana.
En un momento dado salieron de la
discoteca. Yo, los seguí. Les dije a mis amigas que iban a pedirme
una cerveza a la barra, pero lo cierto es que lo que hice fue seguir disimuladamente
a mi hermana y Mariano. Se metieron en el coche de Mariano, pero en lugar
de arrancar, vi que seguían besándose.
No debí hacerlo, pero tras
estar espiándole un rato, comencé a acercarme, primero deprisa,
pero conforme estaba más cerca, me iba parando divisar la cabeza
retrepada de Paloma. La cabeza de Mariano no aparecía por ninguna
parte. Me interesó lo que sucedía, así que di una
pequeña vuelta para acercarme mucho sin que me vieran. Allí
estaba. Paloma tenía la camisa abierta y el sujetador desabrochado.
Sus pechos desnudos aparecían como manchas claras en la penumbra.
Mariano tenía la cabeza entre las piernas. No pude ver si mi hermana
se había quitado las bragas o no, pero sí que mi hermana
tenía el "eso" de Mariano, que asomaba en la bragueta
desabrochada, en la mano.
Esa noche lloré al llegar
a casa. No tenía más motivo para llorar que los celos. Paloma
me lo notó y me quiso sonsacar, pero no le dije nada.
El caso es que desde ese día,
la obsesión por mi hermana fue creciendo. Y en un momento dado de
la semana que transcurrió a continuación me propuse hacerla
mía. No sabía cómo lo haría, pues yo no tenía
experiencia ni nada. Quiso la casualidad que cayera en mis manos unas revistas
porno que mi padre había comprado y que dejó debajo del colchón,
para que yo no las viera, pero claro, al hacerle la cama, las vi.
En las revistas aparecían
fotos muy claras de cómo una chica tiene que tratar a otra, a parte
de algunos relatos que me parecieron algo bestiales. Me empapé de
todo aquello, todas las mañanas me veía las revistas y no
paraba hasta que no me masturbaba. Mamá me encontró más
delgada que de costumbre el fin de semana siguiente. Un buen día,
las revistas desaparecieron. Supongo que las compró papá
en un mal momento.
Comencé a cambiar de actitud
con Paloma. Procuraba quedarme a solas con ella. Un día entré
al cuarto de baño mientras ella se duchaba, y me dediqué
a hablar con ella y a observarla mientras se enjabonaba. Me pidió
que le diera por detrás, y yo la enjaboné. Luego le alargué
la toalla. ¡Qué magnífica mata de pelo negro cubría
su sexo! Y en medio, se distinguía la hendidura que esconde a su
clítoris. Qué lindos pezones, que estaban rugosos por el
agua que le había caído y el frío que pasaba mientras
le entregaba la toalla lentamente.
Comencé a tomar por sistema
la medida de entrar en el baño cuando ella estaba, especialmente
si no estaban Papá, que no lo hubiera visto bien. Un día
escuché el chorrito de pipí a través de la puerta.
Entré. Creía que me echaría una bronca, pero no me
dijo nada. No le pareció mal. Comencé a pintarle las uñas
de las manos, también la convencí para que se pintara las
de los pies. Comencé a ayudarle a depilarse (Yo no me he depilado
en mi vida). Indudablemente, le comencé a echar crema bronceadora
y protectora donde no llegaba su mano.
Primer intento
Un día, la playa estaba vacía,
ya que nos alejamos mucho de la urbanización, por que Paloma quería
hacer top less. Me dijo que le echara cremita por todo el cuerpo. Estaba
tentadora. De espaldas al sol, me ofrecía un trasero redondo y moreno
en parte. Comencé a broncearle las pantorrillas, mientras pensaba
si hacer o no hacer lo que estaba pensando. Sus pantorrillas dieron paso
a sus muslos. Los amasaba intentando inculcar una presión y un ritmo
que le aseguraran a mi hermana que aquello era un reclamo sexual.
Le pedí permiso para darle
crema en el trasero. Aceptó. Le dije que le apartaría el
bañador para extenderla bien. No me contestó. Comencé
a embadurnarle de crema las nalgas y el interior de los muslos. Me sentía
excitada y mi respiración se aceleraba. Estaba segura de que si
hablaba, Paloma lo notaría, así que pasé a extenderle
la crema por la espalda.
Mi mano se escurría por los
laterales, deseaba tocarle los senos. Cada vez mis manos iban más
hacia abajo. Esperaba que de un momento a otro Paloma diera media vuelta,
y me quitara el bote o me cortara el rollo de alguna manera. Pero en lugar
de eso, se dio la vuelta, para que le extendiera la crema por la parte
delantera.
Comencé por la cara, primero
por la frente, luego por la mejilla, la barbilla y alrededor dela boca.
Calculaba mentalmente los efectos que le produciría. Luego le di
crema en el cuello y en los hombros, el ombligo, y finalmente, las tetas.
Mi mano se llenó de crema que extendía sobre todo el pecho
de Paloma sin distinción. Luego comencé a rozar sus pezones
con la palma de mi mano. Paloma me miró con desaprobación.
-Es...la zona...más sensible
- Le dije con la voz entrecortado por la excitación, queriendo explicarle
lo que sólo podía explicarse de otra manera bien distinta.
Si mi hermana hubiera sido de otra manera, me hubiera quitado la crema
y me hubiera mandado a hacer puñetas, pero es una calentona. Le
gusta sentirse admirada y deseada, y aunque no dudo que aquello era nuevo
para ella y le pilló desprevenida, actuó incitándome.
Pasé a extenderle la crema
en las piernas, pero por delante. Evidentemente, ella estaba tumbada con
las piernas entreabiertas. Mis manos le acariciaban la parte interior de
los muslos, cada vez más cerca del conejito, hasta que la rocé
un par de veces con la muñeca. Mis manos incluso se posaron y pude
sentir la calidez de su sexo. Comencé a darle con el dedo en la
ingle, hasta que conseguí mi objetivo: introducir un dedo a través
del bañador. Yo jadeaba de excitación. Ella se levantó
de repente y se dirigió al agua. Me quedé compuesta y sin
novia.
No tardé en seguirla Había
cierto oleaje, y ella se divertía esquivando las olas, a lo cual
me sumé yo. Intentaba acercarme a ella, y cuando estaba cerca, abrazarla,
pero se chafaba siempre. Yo insistía. Conseguí tocarle un
par de veces la suave piel de las nalgas. Hasta que me gritó:
-¡Eva!¡Vale ya! ¡Déjame
tranquila de una puta vez!-
Salió del agua, cogió
sus cosas y se fue. Me fui detrás de ella, pero dejando pasar el
tiempo, quería que si se lo contaba a mis padres, que me recibieran
con toda la violencia que requería la situación. Vamos, quería
saber nada verles la cara a mis padres si se lo había contado a
no.
Mi hermana no le contó nada
a mis padres. ¡Qué alivio! Pero en cambio, hubo un cambio
radical en su actitud. Se cerraba con llave al entrar en el baño,
dejó de darse los paseos que tanto me excitaban. Incluso me hablaba
con frases cortas. Estaba enfadada conmigo.
Me di un tiempo en la persecución
a la que sometí a Paloma. Seguí masturbándome mientras
pensaba en ella, o viceversa. Pero al final del verano, mi mamá
y Paloma volvieron de la playa. Era mitad de agosto. Surgió un problema
en las tierras que tenemos en Córdoba y mi papá se vio obligado
a ir hacia allá dos fines de semana seguidos. Comenzó entonces
el acoso a Paloma de nuevo.
Me ponía a ver revistas porno,
aquellas que tenía escondidas papá, delante de ella. Me paseaba
desnuda para que me viera, e incluso, más de una vez me pilló
masturbándome. Vamos, que me puse a masturbarme delante de ella,
mientras clavaba mi mirada en sus ojos oscuros. Ella se ruborizaba siempre.
Una de las veces coincidió que yo estaba en el baño y ella
entró. Comencé a hacerle posturitas. Ella no quería
mirarme, pero me miraba. Cuando salí de la bañera, ella se
miraba delante del espejo, y al pasar a su lado, le di un achuchón,
y restregué mi cuerpo contra su trasero. Cerró la puerta
tras de mí. Sentí la ducha. Salió en toalla hacia
su cuarto. Si me abalanzaba sobre ella y le quitaba la toalla tras tirarla
al suelo ¿Qué haría?
La seguí por el pasillo,
encantada de observar el rítmico movimiento de sus caderas, hasta
que entró en su cuarto y escuché cerrar el cerrojo. Pensé
en ese momento que Paloma nunca sería mía. Me acerqué
al baño, desesperada y vi sus braguitas en el suelo del baño.
Cogí sus braguitas y las
olí. Olían a sexo... y pude ver una manchita húmeda
en la tela que tapaba su almejita. ¡Paloma se excitaba al verme!
La gran lotería me tocó
al siguiente fin de semana. El jueves, Paloma, tras una larga conversación
telefónica con Mariano, comenzó a llorar. Se encerró
en su habitación. Fui a consolarla. Me la encontré sentada
en la cama. Llorando.
-¿Qué te pasa, Palomita?-
Le decía mientras me sentaba a su lado y le besaba la cabeza, triste
yo también de ver a mi hermana tan desangelada.
-Nada, que todos los chicos son
iguales. Este cabrón nada más irme de la playa se ha liado
con Nuria, y me ha dicho que lo nuestro ha acabado.-
-Pero si estabais tan bien hasta
hace unos días. Eso ha sido la zorra esa que se ha metido por medio-
Paloma comenzó a llorar desaforada.
Algo había detrás que no me quería decir. Le costó
reconocer que no se llevaba bien con Mariano. Había tenido sobre
todo, un problema de relaciones sexuales. Lo habían estado haciendo
durante el verano. Ella no se había corrido ni una vez. Era incapaz
de llegar al orgasmo.
-Pero mujer. ¿A quién
se le ocurre ponerse a hacerlo en un coche a la salida de una discoteca?-
Paloma se quedó sorprendida de que supiera aquello.- Yo estoy segura
de que tú, en condiciones normales te corres como la primera.-
Paloma me miraba desconsolada, pero
ya no gimoteaba al menos.- ¿Crees eso realmente? ¿Cómo
lo voy a saber yo? ¿Qué más me da ya, si Mariano me
ha dejado?-
Yo, esto de los chicos lo he tenido
siempre muy claro. Le dije a Paloma.- Mira, tonta, Si ese te hubiera querido,
te hubiera llevado a un sitio más romántico. Y no te preocupes,
que detrás de ese vendrán más.- Comencé a besarle
las sienes y la beberme las lágrimas que le caían por la
mejilla. Mientras, mi mano se posó en su muslo. La respuesta negativa
no se hizo esperar.
-Déjalo, Eva. Llevas razón,
pero tengo que desahogarme. No me agobies- No la agobié.
Al día siguiente, seguía
en el mismo plan lloroso por más que mamá se empeñaba
en animarla. Mamá no sabía, lógicamente todo el problema.
Yo me hice mi plan. Paloma pasaba por un momento malo y yo me tenía
que aprovechar. Ese fin de semana era vital para mí.
Pero por poco me lo chafa todo papá,
pues al ver la cara de Paloma, se empeñó en que fuéramos
todos a la casa de Córdoba. Yo le eché por achaque que tenía
que estudiar para la selectividad. Al quedarme yo, por fuerza tenía
que quedarse Paloma.
Estuve toda la tarde del viernes
con Paloma. Estuvimos como en los viejos tiempos. La depilé las
piernas y le afeité el sobaco. También le ayudé a
hacerse las tiras. Le ayudé a pintarse las uñas de los pies.
Yo pensaba que me iba a comer a un bomboncito la noche siguiente. Nos quedamos
viendo la tele. Pusimos la película más erótica que
porno de la noche, pero fue suficiente para ver que Paloma se divertía
viendo aquellas escenas y no le daba ninguna repugnancia las escenas de
lesbianas, aunque, eso sí, se ponía colorada.
Me masturbé pensando en las
perrerías que pensaba hacerle a mi hermana la noche siguiente. No
podía apartar de mi mente la imagen de la entrepierna de mi hermana,
cubierta apenas con las bragas mientras le hacía las tiras. Hasta
mi nariz llegaba el aroma de su sexo mezclado con el perfume de la ropa
recién lavada.
Por la mañana me percaté
de que Paloma no cerró la puerta al meterse al baño. Entré
y me ofrecí a enjabonarla. Paloma se dejaba enjabonar todo el cuerpo,
y tan sólo me apartó la mano cuando quería adentrarme
con la esponja entre las piernas. Luego cogí la manguera y comencé
a enchufarle por las zonas donde tenía jabón. Por todas las
zonas. No opuso resistencia, hasta que su excitación fue ostensible
-Déjalo ya, Eva.- No quería
presionarla, por no echarlo todo a perder. Le ofrecí la toalla,
y ella vino a mis brazos a refugiarse de la frescura del ambiente.
Nos preparamos de comer. Nunca he
dado tantos besos en la cara a mi hermana como mientras preparamos aquella
comida. Luego comimos y le propuse a Paloma la idea de preparar una fiesta
para esa noche. Aceptó, así que compramos refrescos y una
botella de ginebra. Paloma se reía de que una deportista como yo
fuera a beber algún combinado.
También compramos pan de
molde para hacernos unos montaditos. La tarde pasó en la cocina.
Nos pusimos a preparar los montaditos. Cada vez que podía, como
de broma, le pegaba a Paloma un achuchón, que ella me devolvía.
Cada vez los achuchones eran más fuertes. Entre achuchón
y achuchón nos fuimos bebiendo los primeros combinados. Yo era la
que los servía, y no los servía iguales.
Paloma pronto tenía más
que un puntillo. Por eso, cuando tras un achuchón que me pegó,
yo la agarré por la espalda, noté que la resistencia que
ponía era más ficticia que real. Le mordí en el hombro,
siempre como de cachondeo, y ella echó el culo para atrás,
pero se encontró con mi pelvis. Sólo le dije una cosa: -Vete
preparando, que esta noche vamos a tener movida.-
No contestó ni sí
ni no, sólo sonrió con malicia. Lo tuve entonces muy claro.
Le puse un par de combinados más. Comimos la una sentada frente
a la otra. Yo llevaba mi típico pantalón de chándal
y una camiseta, debajo de la cual no llevaba nada. Paloma vestía
una falda y una camisa de botones, con unas zapatillas. No me gustaba como
vestía para esa ocasión, por eso, tras tomarnos los montaditos
, le dije que íbamos a bailar, pero que era necesario que cambiara
de aspecto.
La llevé de la mano a su
dormitorio y le saqué del armario una ropa que mi hermana no se
ponía desde hacía diez años. Eran faldas que le quedaban
mucho más cortas y suéter que le quedaban súper ceñidos.
Después, mientras ella comenzaba a cambiarse, fui al cuarto de mamá
y le saqué unos zapatos de verano, de esos que son tres o cuatro
tiras cruzadas, con un tacón muy alto.
Al volver a su cuarto, pude verla
en ropa interior. Le ordené que se quitara el sostén, ya
que no lo necesitaba con el suéter. Luego fui a buscar unas bragas
mías, y le ordené que se las pusiera. No quería violentarla,
así que salí de la habitación, pero sólo al
comprobar que comenzaba a cambiarse las bragas. Yo también me cambié.
Me puse una camisa blanca de papá, que me estaba anchísima
y unos pantalones del traje, que me estaban igual. El conjunto remataba
con unos zapatones. Cuando llegué, Paloma comenzó a reírse
al ver mi aspecto estrafalario. Luego me dijo, de broma. -No le da vergüenza,
hacer esperar a una dama.-
Puse un disco de Carlos Gardel y
nos pusimos a bailar tangos. Imagínense. Ella con esos zapatos de
tacón y la falda cortísima. Yo con aquella ropa anchísima.
Aquello me sirvió para que con el meneo, Paloma estuviera todavía
más mareada, y de paso, para que le perdiera el miedo a mi contacto.
Tras los tangos pusimos un disco
muy romántico, de Roberto Carlos, que sabía que le encantaba.
Comenzamos a bailar agarradas, con los zapatos de mamá, ella estaba
muy alta. Comencé a hablarle.
-Querida mía. Creo que la
adoro. No puedo vivir sin Usted.- Ella se reía. SU risa me exasperaba.
Me ponía nerviosa.
- ¿Qué le ocurre?.
Se ríe de un caballero- Mi cara se acercaba a la suya. De pronto,
una de las manos que caballerosamente conservaba en la cintura la agarró
de la nuca y acercó la boca suya contra la mía.
- Eso ha estado muy mal, muy mal.-
Me dijo tras el primer beso. Pero no opuso ninguna resistencia al segundo
beso. Esta vez fue ella la que llevó la voz cantante, introduciendo
su lengua en mi boca. Yo quise morderla con mis labios pero se escurrió.
Como antes me había comido
los montaditos, ahora empezaba a disfrutar el trabajo del día anterior.
Mis manos comenzaron a subirle la falda y a acariciarle el trasero, En
efecto, mis bragas le estaban minúsculas a Paloma. Sentí
el frío de sus nalgas, que se calentaban rápidamente en mis
manos. Tiré de ellas hacia lados opuestos y sentí como las
bragas se le iban metiendo entre los cachetes. Ella con sus manos se limitaba
a agarrarse por detrás mía.
El suéter señalaba
los pezones de Paloma, ahora mejor que nunca. Nuestras bocas no paraban
de pelear entre sí, intentando conquistar cada una el territorio
de la otra.
La boca de Paloma me sabía
a miel. Era un caramelo que tenía que deshacer en mi propia boca.
Metí una pierna entre las suyas y se la clavé en el sexo.
Sentía la excitación de Paloma en que cada vez se entregaba
más. Ahora era yo la que había triunfado en al lucha por
su boca. Mi lengua se introducía en cada rinconcito.
-Hoy vas a saber lo que es un orgasmo,
putita- Le dije al verla entregada. Ella me escuchaba concentrándose
sólo en mis caricias. Notaba mi propia excitación como un
peso en el vientre. Le di un tirón al suéter que se desgarró.
No nos importó, por lo viejo que era. No conseguí mucho,
así que volví a tirar de él, y ahora si asomó
uno de sus senos. Rápidamente lo agarré con las manos, presionándolo,
y me lo llevé a los labios.
Lamí ese seno varias veces,
alrededor de la aureola. De pronto, me metí el pezón en al
boca y miré a Paloma a la cara, entornado la vista. Paloma me miraba
placenteramente y hasta agradecida. Comencé a sentir crecer la punta
del pezón entre mis labios y apretar estos a la vez. Jugué
con él como si quisiera arrancárselo de un mordisco, moviendo
la cara hacia un lado u otro. Paloma comenzó a susurrar un ronco
gemido. Mi otra mano se adentraba por detrás en la zona trasera
de su sexo.
Me incorporé. Noté
el muslo que había entre las piernas de Paloma un poco húmedo
y me acordé que los pantalones eran de Papá, así que
rápidamente me los quité, sin quitarme los zapatones. Me
costó. Por poco me caigo, pero salieron. Paloma se desabrochó
la falda mientras tanto y calló al suelo. Mis braguitas, por delante
no le cubrían ni la mitad de la barriga. Se le adivinaban los dos
labios del sexo, y pensé que debían de estar acariciándole
el clítoris. Se iba a quitar el suéter, pero se lo impedí.
Me gustaba verla así, con el suéter roto y un seno al aire.
Comenzamos de nuevo a bailar, pero
esta vez más tranquilos. La besaba en el canal del pecho, en los
hombros, en el cuello. Paloma me musitaba susurrando palabras de reprobación,
que no servían sino para ponernos más calientes a las dos.
Le di un beso cuando pasaron unas
cuantas canciones, le dije que fuéramos a su dormitorio. Ella fue
delante. Yo veía media espalda desnuda y un culo con los dos cachetes
desnudos por lo pequeñas de las bragas. Mantenía el equilibrio
como podía con los altos tacones. Me fui desabrochando los botones
de la camisa de papá, y me deshice de ella, dejando al descubierto
mis pechos pequeños y bien puestos. Paloma se quería quitar
los zapatos, pero yo no la dejaba.
Llegamos a su cuarto. Me fui a abrazar
a ella, pero cuando estaba próxima a mí, le di un empujón
que la hizo caer de golpe sobre la cama. Paloma me miró confusa
y sorprendida, pero se podía adivinar su excitación.
-Te voy a hacer una mujer.- le dije,
mientras ella se llevaba las manos al pelo, alisándoselo, esperando
la próxima jugada. Me coloqué de rodillas frente a ella y
tras besarla en la boca y el cuello, volví a disfrutar de la excitación
de su pezón. Mientras, de un tirón terminé de romperle
la costura del otro tirante y comencé a manosear con fuerza el seno
recién descubierto. Paloma me daba besos en la sien mientras repetía
mi nombre -Eva, Eva, Evaaaa-
Puse la mano sobre el sexo de Paloma,
apenas cubierto por las bragas, y lo encontré empapado. Me acordé
entonces de la negativa y la oposición que había encontrado
hacía unas semanas, y decidí vengarme. Agarré las
bragas por la parte trasera del cuerpo de Paloma, y tiré de ella
con fuerza. Sentí como se agitaba su cuerpo y se abrían sus
piernas, buscando seguro un poco de sosiego para su almejita.
Comencé entonces a besarle
entre los muslos, mientras ella acariciaba tiernamente mi cabeza. Tiré
de sus piernas hacia arriba para que se tumbara sobre la cama, y deposité
sus piernas sobre mis hombros. Comencé a bajarle las bragas. Las
bragas se enrollaban sobre sí mismo al discurrir a lo largo de su
muslo.
Se las terminé de bajar,
pero se la dejé enganchadas en las pantorrillas. Paloma sólo
conservaba en su sitio los zapatos de mamá, y yo tenía puestas
mis bragas y los zapatones de papá. Me empeñé en meter
la cabeza entre las piernas, que se me abrían sumisas. Allí
estaba el tesoro con el que había estado soñando. Pude ver
más abajo otro agujero con el que nunca había ni soñado
en poseer y que ahora era mío.
Comencé de nuevo a besarle
los muslos, mientras mi mano se le acercaba lentamente, hasta llegar a
su tesorito. Por otras parte, yo mismo comencé a acariciar mi sexo,
metiendo mi mano por debajo de mis bragas. Separé los labios que
tapaban su clítoris, y acerqué ambos dedos por cada lado
de su botoncito. Cuando estaba así, mi boca se abalanzó sobre
él, lamiéndolo con la lengua violentamente. Paloma se retorcía
de placer y podía sentir en la palma de mi mano como su almejita
soltaba el líquido viscoso con sabor a mar y a miel.
Me recordaba a un osito goloso que
le roba la miel a las abejas. Las convulsiones de Paloma eran cada vez
más violentas. Empezó a soltar unos alaridos casi exagerados.
Tuve miedo de que nos escucharan en toda la casa, pero ya no me podía
detener.
Para terminar de follarme a mi hermana,
así, tal como estaba la mano, con la palma vuelta hacia su sexo,
comencé a introducir lentamente el dedo pulgar. Mi hermana reventó
de placer al sentir el dedo pulgar introducirse en su húmeda almejita.
Yo seguí moviéndolo esperando prolongarle el orgasmo hasta
el fin de sus días, o al menos hasta que me viniera a mí,
como así sucedió al poco tiempo. Entonces perdí los
papeles y me limité a restregar mi cara contra su sexo y su monte
de venus mientras repetía el nombre de mi hermana.
Nos quedamos así un rato,
hasta que decidimos ducharnos. Nos duchamos juntas, por supuesto. Le enjaboné
de nuevo, mientras ella aguantaba la lluvia bajo su cabeza pacientemente.
Había conquistado un agujero de mi hermana, pero aún me quedaba
por conquistar el otro. Metí la esponja entre las nalgas de Paloma,
mientras nos miramos con mirada cómplice. Le di fuerte entre las
nalgas. Mi hermana estaba prácticamente abrazada a mí, y
nos besábamos de vez en cuando. Entonces la cogí de la cintura
para obligarla a ponerse de espaldas a mí. La cogí de los
senos mientras le mordía la oreja, y luego, la puse contra la pared.
Yo me puse de rodillas, frente a sus nalgas y hundí mi cara entre
ellas.
El agua bajaba por su espalda y
lo inundaba todo. Entonces le separé las nalgas para acariciar con
mi lengua su agujero. Mi sorpresa fue observar a la puta de mi hermana
separarse ella misma las nalgas.
Entonces comencé yo misma
a acariciarme de nuevo y a posar la otra mano sobre su sexo. No duramos
mucho tiempo así, porque ella se empeñó en acariciarse
el clítoris, aunque yo le aparté varias veces la mano violentamente.
Así que tuve que quitarme la mano de mi sexo y separarle la nalga
que dejó libre. De nuevo le introduje el dedo, primero el corazón,
pero luego también el índice. Ella los rozaba con los dedos
con que se acariciaba el clítoris. No tardó en ponerse a
chillar, esta vez bajo la lluvia. Dejé de lamerle el ano, para lamerle
la parte trasera de su almejita. Créanme que a Paloma le fallaron
las piernas y fue escurriéndose en mí hasta quedar en cuclillas
entre mis piernas.
Nos secamos, comimos y dormimos
en su cama. Bueno, dormimos a ratos. Nos tumbamos desnudas en la cama y
nos clavamos las piernas en nuestros sexos mientras nos acariciamos. Como
yo no me había corrido, y estaba muy excitada, me tumbé encima
de ella y comencé a moverme entre sus piernas, rozando mi clítoris
contra el suyo, cada vez más rápido hasta que me corrí.
Pero la cosa no acabó ahí, ya que volví a masturbarla
con mis dedos, un rato más tarde.
El fin de semana pasó. El
domingo las dos estábamos avergonzadas. Al pasar la borrachera nos
entró la resaca. Pero la resaca no duró mucho. Un día
me puse a estudiar de noche en la habitación de Paloma. Paloma se
acostó con las bragas ortopédicas de siempre y un camisón
de monjita. Mi papá me dijo que era mejor que fuera a estudiar a
otro sitio donde no molestara a Paloma. Pero Paloma intervino. -Déjalo,
papá, si no me molesta.- No tardaron en dormirse mis papás
cuando yo estaba de rodillas junto a la cama de Paloma, "ordeñándole
la almejita".
Desde aquella noche, mi hermana
era mía, pero lo teníamos que hacer de espaldas a mis papás.
Esperábamos a los fines de semana. Mi hermana se deshizo de los
complejos estúpidos y pronto encontró a otro chico con el
que se comportaba como una verdadera puta en la cama. Yo, por mi parte,
encontré pronto mi media naranja en mi mismo hemisferio.
Paloma se ha casado y tiene un hijo.
Me parece que sus relaciones conyugales empiezan a ser aburridas en el
plano sexual. De vez en cuando nos miramos como con cierta complicidad.
Tal vez sea el momento de visitar a mi hermana un día que no haya
nadie en su casa.
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