Relato: Tres generaciones





Relato: Tres generaciones

Considero que soy un tipo extremadamente simple, de una
existencia sencilla, nada complicada. Si bien mi autoestima siempre report�
buena salud, al grado de sentir que yo era una especie de premio �nunca un
primer premio, tal vez- para quienes me trataban, ello no rayaba nunca en la
arrogancia. Fundamentalmente no tengo una tendencia hacia el mal y eso ya es
ganancia.



El caso es que al momento de casarme me ten�a yo tanta estima
que me sent� en derecho de elegir. Suena a mentira pero es la verdad, mucha
gente se casa con lo que hay a la mano y realiza su vida sin mucho tr�mite.
Puede que yo sea uno de esos que se casa as�, pues al unirme en matrimonio la
verdad me puse muy pocos requisitos.



El requisito b�sico fue, seg�n recuerdo, que me habr�a de
casar con una mujer cuyo rostro no terminara por cansarme, es decir, unos ojos
que nunca me aburriera de ver, una sonrisa que fuese imbatible, un gesto
particular que no muriese con los a�os. Batall� un poco para encontrar alguien
as�, pero persever� y alcanc�.



Cuando vi a Anna por primera vez, sent� un pinchazo en la
garganta, como si un anzuelo invisible me sujetara desde ese punto. Como todo
pez quise huir de alguna manera pero era imposible. Llego a la creencia que ella
fue la que dio conmigo y me eligi�, que yo estaba errante e incauto por la vida
hasta que lleg� quien llevaba en el bolsillo un camino a la felicidad suficiente
para dos. O para m�s de dos.



Ser�a incre�ble si les contara que el momento de mayor
erotismo de nuestra relaci�n fue un momento que en apariencia nada tiene que ver
con el sexo. No recuerdo ni c�mo fue que coincidimos ni c�mo fue que de pronto
ya camin�bamos ella y yo por distintas tiendas de ropa y zapatos. Tampoco podr�a
decir como fue que las distancias se fueron acortando y c�mo sin previo acuerdo
nuestras manos se entrelazaron para propiciar un camino com�n, ni c�mo la mano
dio pie al antebrazo y el antebrazo al brazo, ni el brazo al hombro y el hombro
al abrazo. Lo cierto es que de rato ella lloraba porque hab�a perdido a un novio
suyo y yo estaba triste por ella pero feliz por mi.



La confianza se hab�a cultivado en una tarde en la cual yo
hab�a salido al centro de la ciudad sin un plan fijo y al final de esa tarde ya
estaba definida casi la totalidad de mi vida.



El momento m�s fuerte del que hablo fue despu�s del llanto;
ella hab�a moqueado ya bastante sobre mi hombro como para decir que �ramos
simplemente amigos. Por fin se desprendi� de mi hombro y se qued� quieta,
abrazada de mi cuello y con su cara a unos diez cent�metros de mi cara.



En ese instante su cara estaba llena de sudor, con los ojos
hinchados como los de un polluelo que acaba de romper el cascar�n, todo mojado,
acalorado, con el cabello en el rostro como si hubiese sido depositada en la
axila de un gigante; sus mejillas blancas estaban por lo tanto algo manchadas
del maquillaje que no soportaba tanta humedad; su respiraci�n tensa, dif�cil,
caliente y teledirigida a mis fosas nasales y a los sensores que tengo en la
lengua. Est�bamos tan cerca que compart�amos el ox�geno. Su boca exhalaba un
h�lito que me tomaba del rostro como la mano de un basquetbolista y me daba
pistas del sabor de su saliva por conducto de su aroma. Su cara tan cerca,
respirando de mi aire particular e inund�ndome por completo en una cercan�a
mojada, me hizo sentir en los test�culos una red el�ctrica que se cerraba hacia
arriba como una trampa de caza.



Ese fue el instante m�s intenso de mi vida, hasta ese
momento. Tenerla ah� mir�ndome con esas ojeras que rodeaban sus ojos como los de
un mapache me paralizaba dentro de una vibraci�n innata en que cada c�lula
enloquec�a independiente, inhibiendo el movimiento del cuerpo como tal, pero en
carnaval por separado. Su estado era narcotizado, absolutamente vulnerable, se
depositaba ella misma, ella toda, en las palmas de mis manos. Yo sent� su peso a
lo largo de mi cuerpo y, sin tocar, conoc�a exactamente las dimensiones de su
cuerpo, la densidad de sus pechos, el calor de su vientre, la tranquilidad de su
sonido al respirar, la angustia de su pulso, la aprehensi�n de su adi�s.



La primera vez fue c�lida, h�meda, fr�gil. La segunda vez
ella estaba m�s ligera, m�s vol�til. Su andar era como si gravitara en torno de
mi y jugara. Cuando puse la palma de mi mano sobre el mont�culo que proteg�a su
sexo mi cuerpo comenz� a desbaratarse en partes, pues era como si aquella tela
del pantal�n que, en estricto sentido me separaba de ella, me abrazara en un
capullo dentro del cual yo hibernaba resplandeciente.



En realidad fue ese el d�a que nos casamos. Ya desnudos en un
sitio adecuado comenzamos a amarnos con total perdici�n. Entre nosotros todo era
total. Mi sexo era completo y mi erecci�n absoluta. Meterme en su cuerpo dur�
muchos siglos, al menos as� me lo pareci� a mi, pues cuando coloqu� mi pene en
los labios de su vagina, ellos me dedicaron un beso y lentamente comenzaron a
absorberme de manera tan pausada, tan caliente que cada poro de mi miembro pod�a
tomar cuenta de su jugo, de su excitaci�n, y en el c�lido abrazo de sus labios
recib�a yo las se�ales de su pulso que era a su vez como un peque�o beso
habitante de otro beso mayor. Una vez dentro, completamente mojado en un caldo
de gloria, decid� jugar como si fuese un hipop�tamo que juega en una laguna
l�ctea con una perla azul del tama�o de una sand�a. Bien clavado, clavado hasta
el fondo, mis manos apretaban sus pechos sopesando c�mo la piel se estiraba en
las partes no tocadas como esperando un beso que de inmediato regalaba. Sus
pezones eran peque�itos y muy oscuros, como si fuesen un par de lunares que
vibraran en todos los sentidos semejando los ojos inquietos de un camale�n
hambriento. Su cuello el conducto de su vida, el r�o de la m�a. Y su olor, lo
m�s delicioso de todo. Segregaba mucho sudor y su olor no s�lo era agradable,
sino que sab�a y ol�a exquisito. Su piel mojada era para m� el dorso de un
p�talo de una planta carn�vora irresistible. Me mojaba en su sudor, asegur�ndome
de quedar impregnado de ella, dej�ndola secar sobre mi piel que la beb�a
�vidamente. Cada uno de mis vellos se enroscaba como la lengua de resorte de una
mariposa en celo, libando su alma en esa flor desnuda que era ella. Su peso
descansaba en la cintura y mi cintura era sostenida por mi antebrazo como si
fuese un columpio y a cada impulso se encajaba en mi pene enhiesto, clav�ndose
violentamente. Baj� mis manos a sus nalgas y las apret� con fuerza una contra
otra, como si de esta manera amasara la energ�a suficiente para que ella
sintiera una lluvia de orgasmos fugaces, y as�, cuando �stos comenzaron a vibrar
en el firmamento de su alma, mi verga comenz� a regarse dentro de ella en una
aurora boreal blanca que se habr�a paso en su cosmos, completando ya la humedad
que hab�a. Ambos temblamos durante varios minutos en que ambos nos volvimos
anfibios, pues dejamos de precisar del aire y nadamos en nuestra propia agua. Si
su olor era delicioso, la mezcla de su olor con el m�o era enajenante. Reca�
sobre su cuerpo y ella volte� su rostro hacia la nada, dej�ndome justo frente a
la nariz su nuca, el dorso de su oreja, y la fragancia caliente me invadi� de
nuevo. Ella recorr�a mi espalda resbalosa con sus manos y culminaba apret�ndome
las nalgas, abri�ndomelas. El viento fr�o me acarici� el culo e inesperadamente
comenc� a aterrizar de all� de donde andaba. Nos quedamos durante un tiempo m�s
recostados, como si esper�semos que nuestra piel bebiera todos los nutrientes
del otro. Le bes� las axilas hasta que la lengua me dol�a. Estaba embriagado.
Despu�s de aquello no me ba�� en treinta y dos horas.



Cada vez que nos amamos era mejor. Nuestros encuentros eran
la gloria. Despu�s de hacer el amor nos tumb�bamos uno sobre el otro,
abraz�ndonos, oli�ndonos, impregn�ndonos del otro. Despu�s de un tiempo nuestro
olor era id�ntico. Siempre que platic�bamos lo hac�amos de todas las cosas, el
trabajo, la familia, los amigos, nosotros. Yo notaba que siempre que se hablaba
de su familia ella guardaba muchas reservas, situaci�n que no dejaba de
parecerme extra�a, pues las novias que hab�a tenido siempre buscaban de una u
otra manera presentarme con sus familiares, como si aquello fuese garant�a de un
noviazgo duradero, pero ella no. Lo cierto es que yo no era ya su novio, pues,
como he dicho, la alianza matrimonial hab�a sido el aro m�stico que su vulva
hab�a tendido alrededor de mi pene. Yo la quer�a para siempre. Cien a�os me
parec�an pocos para vivir a su lado. Mi elecci�n me hab�a elegido a mi mismo,
nunca me cansar�a de mirar sus ojos de mapache intenso, su mirada enamorada.



Un acontecimiento vino a cambiar un poco las cosas. El padre
de Anna muri�. Desde luego, el mundo pareci� derrib�rsele a mi mujer. A mi no
pod�a pesarme demasiado la muerte de su padre, pues ella casi nunca me contaba
acerca de �l, aunque admito que sent� aquella p�rdida como algo inevitable, pues
dada la tardanza de Anna en present�rmelo no lo conocer�a nunca, es decir, vivo.



El velorio de su padre fue mi presentaci�n oficial ante su
familia, no porque ella quisiera presentarme ante ellos, sino porque ella dec�a
que no podr�a sobrevivir todo aquello si yo no estaba cerca, y por lo tanto
estuve m�s cerca que nunca. Me erig� como una columna poderosa de la cual ella
pod�a sujetarse, la cobij� bajo mi brazo con toda la ternura de que era capaz.
Por alguna raz�n aquel cuerpo que siempre me elevaba la temperatura me pareci�
fr�gil e indefenso esos d�as, a manera que s�lo puede verla como si fuese una
especie de hija para mi.



Me present� a su madre �nicamente, si es que puede decirse
que me la present�. La dama iba cubierta de pies a cabeza con un ropaje negro.
Su cara estaba cubierta con un velo, a la usanza de los pa�ses musulmanes
radicales en que las mujeres no pueden mostrar el rostro ni ninguna otra parte
del cuerpo a ning�n var�n que no sea su marido. La se�ora llevaba, repito, una
especie de mascada sobre la cara. Acaso pude distinguir que detr�s de la sutil e
inusual tela yac�an unos ojos tan verdes como los de Anna, y de una intensidad
similar. Su voz me gust�, aunque estaba demasiado temblorosa para que se
escuchara normal. Por alguna raz�n fue mal visto entre aquella familia que le
diese a la viuda un abrazo de p�same. Para m�, el incidente era de tr�mite en
cierto modo, pero lo que no fue de tr�mite fue la descarga el�ctrica que sent�
al abrazar a la viuda, tal como si dos cuerpos con extrema familiaridad se
reencontraran. Desde luego interpret� aquello de mil maneras, menos como
excitaci�n, pues estaba seguro de querer a Anna por encima de todas las cosas
actuales o futuras. Tuve entonces una visi�n. La familia de Anna ten�a,
trat�ndose de las mujeres, un rostro muy similar, como si dentro de aquella
funeraria se hubiesen congregado varias representantes de un mismo �rbol
geneal�gico, como si hubiesen mandado traer, de tiempos remotos al presente, a
la abuela, bisabuela, tatarabuela y dem�s. Por otro lado los hombres parec�an,
de alguna manera, familiares en la manera de mirar, es decir, ten�an diferencias
f�sicas pero un mismo gesto en la mirada, un gesto que me resultaba conocido,
pero no s� de d�nde. En fin, la memoria me lo recordar�a despu�s.



Un detalle sucedi� con respecto a aquel velorio. Pese a que
no conoc� al viejo m�s sino hasta que estaba �l en el caj�n, interced� por Anna
con todo lo relacionado con los gastos y la organizaci�n del servicio f�nebre.
Considero que no hay nada m�s triste que tener roto el coraz�n por la p�rdida de
un ser querido y encima tener que lidiar con las funerarias que, por sensibles
que sean, transforman una desgracia en un servicio al cliente. Supongo tambi�n
que no tienen alternativa, pues tampoco les queda llorar por gente que no
conoc�an. Lo cierto es que me aventur� a pagar todo lo relacionado con el
servicio f�nebre y lo cargu� a un seguro que ten�a, el cual ten�a cl�usulas en
las que uno pod�a utilizar un servicio f�nebre en familiares o en quien uno
quisiera, con una penalizaci�n m�nima y la p�rdida del derecho de utilizarlo
despu�s. Bueno, afortunadamente no ocupaba el servicio funeral con ning�n
familiar directo, y no me doli� nada usarlo con la persona de mi virtual suegro.



Me hice cargo de todo. Los bocadillos, las flores, la
sepultura, el sacerdote, en fin.



Pasaron algunos meses y Anna y yo segu�amos saliendo como si
se tratara de novios ordinarios. Eso me exasperaba un poco porque yo lo que
quer�a era ya vivir con ella, y disfrutarla, y que me disfrutara. Parec�a
mentira que desde el velorio no hab�a tocado la oportunidad de conocer a su
madre, ni a ning�n otro familiar. Me intrigaba mucho tanto misterio. Cuando
abord�bamos el tema me daba la impresi�n de que Anna se entristec�a de verdad de
tener que discutirlo, como si hubiese una raz�n que no me pod�a contar pero que
era tan decisiva que hab�a que acatarla a pie juntillas. Uno de los pretextos
que me dijo una vez fue que no quer�a que nos despos�ramos porque ello
implicar�a dejar sola a su madre. Yo le aclar� que aquello era lo de menos, que
ella pod�a vivir con nosotros y que recibir�a de m� el mejor trato que yo
pudiera darle. Esa vez ella llor� para luego decir "Cas�monos entonces.
Total, el destino es como es.
"



Aquella noche no pude dormir dado que me hac�a miles de
preguntas. �Realmente quer�a Anna que su madre viviera con nosotros? �Acaso no
le sienta bien la culpa de desear que su madre estuviera bien lejos? �estaba yo
dispuesto a convivir con una se�ora que ciertamente era una desconocida? �Qu�
pasar�a si la se�ora resulta odiosa y yo no puedo disimularlo, ni aun por
consideraci�n a Anna? No sab�a ninguna respuesta, pero lo cierto es que estaba
dispuesto a lo que fuese con tal de casarme con mi mujer. Primero me pareci�
superficial que Anna le hubiese dado tratamiento de destino a nuestra relaci�n,
esa vez la idea me son� rom�ntica, aunque tal vez no lo era tanto.



La iron�a fue que cuando conoc� a la madre de Anna, ya sin
velo, fue tambi�n en una congregaci�n familiar, es decir, en nuestra boda.
Nuestra boda fue la boda m�s extra�a que ha habido. Si no arm� un alboroto fue,
creo yo, porque estaba tan feliz que no pod�a pensar en otra cosa que no fuese
unirme a Anna.



De mi parte no fue ning�n invitado. Era cierto, mi familia
viv�a muy lejos, pero Anna me hab�a mostrado los acuses de los telegramas con
los que se les hab�a invitado. Mis amigos tampoco fueron, cosa extra�a, siendo
que Anna me hab�a confirmado la entrega de las invitaciones. Si me enfadaba ate
tales ausencias, Anna me besaba en la mejilla y disolv�a todo pensamiento
negativo. Fui el novio hu�sped en mi propia boda, dependiendo de la rara familia
de mi novia.



Era una boda supuestamente ordinaria. Me pareci� extra�o que
todos los familiares de Anna fuesen abstemios. No tocaron siquiera las copas de
vino, ni el jugo, ni los refrescos. Su dieta era parecida, por alguna raz�n no
pod�an consumir las az�cares del pastel, ni la carne del platillo principal, ni
las verduras con conservadores. Eso s�, fumaban como chacuacos, pero de comer
nada.



Anna me besaba la mejilla muy seguido, pues a cada instante
ocurr�an cosas ins�litas que me hac�an enfadarme en muchos niveles. Era
sencillamente como si no existiese yo y la fiesta girara, sin embargo, a mi
alrededor. Ninguno de los parientes de Anna me dirigi� la palabra abiertamente.
Hablaban entre ellos, se re�an, se divert�an, pero al margen de m�. Los m�sicos
que amenizaban la fiesta estaban muy a gusto por el buen ambiente que hab�a,
pero se deb�a a que no percib�an las cosas como yo. Ellos eran intrusos y yo el
novio.



Anna me dijo que conociendo a sus parientes hab�a pedido muy
pocos platillos, acaso los necesarios para mis invitados que no hab�an acudido.
Me pidi� que no me enfadara.



El �nico miembro de la familia con quien conviv� fue la madre
de Anna. No fue un encuentro com�n, debo admitir. No lo era por todo lo que
implicaba. Era exactamente como Anna, es cierto, los brazos mostraban un ligero
abultamiento arrugado a la altura de los codos, su cuello mostraba alguna estr�a
fugaz y su piel no brillaba con aquella frescura de Anna. Si bien sus ojos
estaban enmarcados por muchas y min�sculas arruguillas, detr�s de �stas
descansaba aquel par de ojos de los cuales me hab�a enamorado, iguales, con ese
gesto desesperado y profundo, como si pertenecieran a una mujer que devora el
tiempo, una mirada de descanso eterno, de sue�o divino. Era su mismo rostro, la
nariz de Anna, la sonrisa de Anna. Id�ntica. Comprob� aquel motivo por el cual
hab�a quedado prendado de mi mujer, que era, saber que con el paso de los a�os
seguir�a am�ndola igual, que no me cansar�a de verle el rostro. Quedaba
demostrado, pero de una manera tan ir�nica que por primera vez me sent� como una
marioneta de las circunstancias.



Nos fuimos de luna de miel y durante seis d�as no paramos de
hacernos el amor. Pese a que vag�bamos por la playa, antros, plazas, toda
aquella ciudad paradis�aca era en realidad una inmensa habitaci�n en la que nos
hac�amos el amor todo el tiempo. Mi verga me dol�a ya de tanto coger, pero no
pod�a detenerme. Nos bebimos el sudor muchas veces, igual pas� con la saliva y
con los fluidos de nuestros cuerpos que intercambiamos varias veces de nuestra
boca, nos amamos en exceso, superando cada vez m�s lo imaginable. �ramos
absoluta y definitivamente uno mismo.



De regreso la cosa no amain�, el para�so continuaba. A
diferencia de nuestra luna de miel, en casa nos limit�bamos un poco porque la
presencia de mi suegra nos hac�a guardar algo de discreci�n al momento de
entregarnos al acto salvaje pero sublime. Mi suegra me ca�a cada vez mejor,
aunque nunca pod�a apartar de mi mente la idea de que era Anna envejecida. Sin
embargo era una vejez muy digna, a mi parecer.



Viv�a muy tranquilo. Uno puede llegar a pensar que la
tranquilidad s�lo puede perderse con la llegada de situaciones negativas, malas
o desagradables. �C�mo saber si algo es bueno o es malo?



Cuando dentro de un matrimonio ocurre una infidelidad, o lo
que es lo mismo, que uno de los esposos se entrega a gozar con alguien que no es
su pareja, siempre hay mil cosas qu� decir. Hay esposos que de alguna manera
sospechan del enga�o de su mujer y viven un infierno de duda, desconfianza y
odio; hay otros que si bien sospechan de su mujer, de una u otra manera
entienden, o se convencen, que a fin de cuentas la quieren tanto que no la
dejar�an por el simple hecho de que �sta diera rienda suelta a su deseo y se
entregue a gozar como una cerda en manos de otro hombre. Hay sin embargo un
tercer tipo de marido, el que no sospecha en lo absoluto que le est�n poniendo
los cuernos y, por el contrario, est� convencido de que su esposa le ama
profundamente y que le es fiel; este �ltimo caso yo creo que es el peor, esto
es, si se llega a dar cuenta.



Yo en mi caso podr�a incluirme en este selecto tercer grupo
cuando sucedi� un incidente que puso a prueba la relaci�n existente entre Anna y
yo. Como siempre ocurre en estos casos, los ingredientes parecen ser un esposo
enamorado pero atareado, una esposa con tiempo libre y furor entre sus piernas,
el primero con un imprevisto que le impide seguir con su plan, la segunda con la
confianza de que el marido estar� ausente, un amigo de ella con s�lo tres
atributos, puntualidad, excitaci�n y discreci�n, ella abriendo sus piernas, el
amigo penetr�ndola y el esposo llegando inesperadamente.



Sin mayores pre�mbulos, esa tarde llegu� yo a mi casa y me
pareci� extra�a tanta calma, por principio, me result� demasiado raro que mi
suegra, Do�a Anna, no estuviese sentada en la estancia con un libro en la mano
aprovechando la �ltima luz de la tarde, que era lo que acostumbraba hacer. Me
hab�a yo acostumbrado a verla como una gata culta y ex�tica, respetuosa de
nuestra vida y bastante entusiasta. No encontrarla en su sill�n preferido me
pareci� fuera de lo com�n, m�xime que el coche que le hab�a comprado estaba
aparcado frente de la casa, y el de Anna tambi�n.



Entr� de manera silenciosa para sorprenderles, o asustarles
quiz�, ello como uno m�s de nuestros tantos juegos. Sin embargo, entr� a la casa
y de nuestro cuarto emanaba un olor que me atra�a poderosamente y que por
primera vez en la vida me her�a el coraz�n. Era el olor de Anna, ese olor que
ella desped�a cuando yo la ten�a entre mis brazos, penetr�ndola con dureza,
bes�ndole los pezones, mir�ndole a los ojos. Escuchaba encima una multitud de
gemidos, de esos que ella emite cuando est� a punto de abandonarse a un orgasmo.
Mi pantal�n comenz� a ce�irse a una erecci�n que me brotaba fuera de toda raz�n,
pues por excitante que me resultara escuchar el trance animal de mi chica,
hubiese preferido que tal entrega me la dedicara a m� y no a otro. Maldije a la
alcahueta de mi suegra, que no hac�a nada por defender el culo de su hija, ya
que permit�a que se la cojieran en nuestra cama, mientras ella qu�, �Lavaba los
trastes?, �Tend�a la ropa?, �Regaba agua en las macetas?, sabr� Dios.



Cuando un cabr�n se encuentra tan irremediablemente perdido,
es com�n que llore. Yo lo hice, comenc� a llorar como un chiquillo, m�s de
coraje que de tristeza; desolado de saber que, por mucho que la amase y le
perdonase su falta, las cosas no ser�an nunca las mismas. Mi cabeza no daba para
tanta libertad como para compartirla con nadie, nuestra relaci�n me gustaba de
dos, o al menos eso cre�a yo en ese momento. Escuchaba los bufidos del macho y
lo imaginaba moreno, como yo, pero m�s dotado, m�s joven, en pocas palabras
superior de alg�n modo como para mancillar con su encanto el pacto sagrado que
ten�amos Anna y yo. Por alguna raz�n que aun no me explico, esper� a escuchar su
bramido de �xtasis que sobreviene a su gozo m�ximo para entrar, y hasta eso, no
inmediatamente.



Imagin� que al abrir aquella puerta todos mis valores de
pareja comenzar�an a girar como una ruleta y que los resultados de todo aquello
no podr�a conocerlos hasta que ocurrieron, aunque mi imaginaci�n, por lo visto,
era �nfima, pues la realidad la rebas�. Al abrir la puerta tuve que lidiar con
un peque�o truco que hay que hacer para abrirla, ya que se engancha por dentro y
hay que dar un giro que retrasa la entrada unos cuantos segundos. Dej� a un lado
las payasadas de entrar tumbando la puerta cuando la situaci�n ya era de por s�
dram�tica y cr�tica, as� que con calma abr� la puerta.



Al franquear el umbral mi sorpresa fue total. Sobre la cama
estaba mi suegra, con el cabello desarreglado, el cuerpo desnudo, rojo de
excitaci�n como el de Anna cuando hacemos el amor, con los labios hinchados de
tanto dejar mord�rselos, con las piernas vulgar pero bellamente abiertas y su
sexo dilatado y h�medo que pareci� lanzar una bocanada de energ�a hasta mis
narices. La habitaci�n toda ol�a a aquel mismo olor de Anna. Mi suegra me
pareci� tan animal, tan intensa, tan silvestre, que sent� un tir�n salvaje en el
encuarte del pantal�n, mismo que cubr� con mis manos, apenado. Al entrar, vi de
manera muy limitada lo que ser�a la silueta de un hombre blanqu�simo
adentr�ndose en el ba�o, como si se tratase de un amante que se esconde deprisa
en el ba�o, ropero o debajo de la cama.



De ser Anna la que se encontraba sobre la cama, seguir�a al
tipo hasta su �ltimo escondite pero, trat�ndose de su madre, tendr�a acaso
derecho para enfadarme por haber hecho de mi cama una arena del amor, pero no de
ir tras el amante. Es m�s, estaba yo quedando fuera de lugar al no cerrar la
puerta avergonzado, al quedarme ah� parado a la entrada de mi habitaci�n.
Hubiera cerrado la puerta y me hubiera ido a la cocina a prepararme un chocolate
para dar tiempo a que el consuela viudas se marchara sin enterarme siquiera de
su identidad, lo hubiera hecho de no sentir en la espalda el c�lido abrazo de
Anna.



En ese instante Anna era una desconocida para m�. Ella y su
madre eran un misterio. Nunca imaginar�a que mi suegra tuviese un amante, que lo
trajera a la casa y que gozara con tanto frenes�, que se entregara a la
carnalidad con tanta vehemencia y lo hiciera sin complejo alguno. Me resultaba
tambi�n incre�ble que no se hubiese sorprendido al verme, que no se hubiese
cubierto su cuerpo desnudo, que no cerrara sus piernas, que me mirase a los ojos
como ret�ndome, mirando mis ojos, luego su sexo, luego mis ojos otra vez, como
estableciendo un v�nculo entre los dos. Tampoco creer�a que su cara se viese tan
rejuvenecida por una buena jodienda, ni pensar�a tampoco que su olor y su
entrega fueran id�nticas a las de mi Anna.



Si todo ello ya me parec�a sorprendente, aun hab�a m�s.
Tampoco cre�a posible el resto, que Anna me estuviese abrazando por la espalda,
estirando su cuello como el de una jirafa, degustando la tierna hoja que
representaban mis orejas, las cuales lam�a con la dulzura y la ternura que se
siente por el alimento que se entrega a la muerte con toda humildad, la comida
consciente, la que quiere ser engullida. Incre�ble tambi�n la saturaci�n de olor
que hab�a en mi cuarto, que de inmediato se inund� con mi propio olor y el de
las dos Annas. Inadmisible pero cierto que Anna, mi mujer, me estuviese de
pronto tocando el paquete del pantal�n, como si tentara la mercanc�a en un
mercado, como adivinando su bot�n, sin pena alguna de que la otra Anna, su
madre, estuviese como hipnotizada mirando el juego de fuerzas que hab�a entre la
verga y la mano, entre la tela y mi libertad.



Iba a voltearme y ver a mi Anna, pero ella me amag� por la
espalda con un abrazo tan fuerte que era dif�cil de imaginar viniendo de una
chica tan exquisita. Me acerc� hasta la cama donde estaba su madre recostada y
cuidando de abrazarme todav�a m�s fuerte, me fue bajando el cierre del pantal�n.
Mi pene emergi� violento, despidiendo ese olor particular que tiene,
disemin�ndolo por toda la habitaci�n como si se tratase de una vara de �mbar
encendida de inicio a fin, como un incienso carboniz�ndose a todo lo largo. Mi
Anna empu�� mi aparato y lo mostr� a su madre, por no decir que se lo dio a
comer.



La madre de Anna dio una bocanada de aquel perfume y abri�
sus ojos revelando una intoxicaci�n absoluta que la hizo devorar de un solo
bocado toda la longitud de mi miembro, que si bien no es muy aparatoso, era
suficiente para hacer que la m�s experta felatriz de lo metiera a la boca al
menos en un par de pasos y no de un solo tajo. La boca de la Madre de Anna
estaba completamente llena, sus labios estaban pues estirados mientras dentro de
la boca operaba maravillas con su lengua. Ver su cara comi�ndome me excit� aun
m�s, pues la lengua se mov�a tan vigorosamente que en el dorso de sus mejillas
se miraba el paso de la lengua, como si se tratara de una bolsa de piel llena de
anguilas inquietas que , pese a que no se ven por estar dentro, se conoce que
est�n muy hist�ricas.



Un rayo helado me paraliz� un segundo, pues record� que sin
duda el amante estar�a en el ba�o, oculto, y la verdad no quer�a mayores
estridencias, pues con lo que hab�a ya era suficiente. La boca de la madre de
Anna era tan caliente y tan h�meda que me daba la sensaci�n de haber metido la
verga en una papaya reci�n horneada, s�lo que prensil, dentada, hambrienta, como
si la fruta babeara al momento de besar a su devorador, y as�, devorador y
devorado se fundieran en un pacto et�reo similar al coito de dos caracoles.



La madre de Anna dej� de mamar y se recost� frente a m� con
las piernas abiertas en comp�s. Anna me hab�a comenzado ya a desnudar
lentamente, d�ndose la habilidad para hacerlo sin soltarme de aquel abrazo en
que me ten�a, aunque ciertamente yo distaba mucho de querer huir. Por momentos
me recriminaba con culpa mi posici�n poco honesta y justa, pues segundos antes
estaba yo aniquilado por la idea de compartir aunque sea un pedazo de mi Anna, y
sin embargo ahora no me incomodaba lo pat�n que pudiera llegar a ser coji�ndome
a su madre, o a las dos juntas.



Completamente desnudo, Anna me ten�a aprisionado con su brazo
izquierdo y deteni�ndome con su pierna izquierda, la cual pasaba por debajo de
las m�as, sent�ndome en una especie de potro humano, fuerte y en�rgico. Se
agach� un poco y mi Anna meti� tres de sus dedos en el sexo en flor de su madre.
La suavidad con que aquella vulva bes� los dedos de mi mujer me anunciaban del
calor, la suavidad y la tersura de aquel co�o. No s� qu� sent�, pues
t�cnicamente mi mujer estaba metiendo medio pu�o en el sexo dilatado de su
madre, el cual sin duda estaba inundado de semen aun tibio y vibrante.



Me sorprend�a pensar en el sujeto del ba�o, pues si era
amante, ya sea formal u ocasional de Do�a Anna, lo cierto es que a esos momentos
pensaba que las dos Annas eran unas putas de atar, madre e hija compartiendo el
mismo hombre, sedientas del mismo esperma, de la misma carne, del mismo sudor.
Distra�do con esos pensamientos no supe ni c�mo mi Anna me hab�a metido ya su
medio pu�o hasta mi garganta, y yo, que tenso por pensar que estaba bebiendo el
semen de otro hombre quise alejar mi boca, no pude hacerlo, pues la mano de mi
Anna era como la verga de un violador que obliga a lo m�s bajo no con una
amenaza f�sica de ning�n tipo, caso en el cual un le arrancar�a el pene de un
mordisco, sino mediante una amenaza mucho m�s profunda, espiritual, m�gica, de
otro orden. Sin embargo, el disgusto me dur� bien poco porque aquella mano que
yo no pod�a morder por amor, sino s�lo lamerla como un fiel siervo, no ten�a
sabor alguno a otro hombre, sino que destilaba �nicamente miel y n�ctar de flor
humana, y as�, Ana comenz� a jugar sus dedos dentro de mi boca hirviente, y
ahora la anguila era mi lengua y sus dedos mi presa.



Luego de probar aquel sabor, no fue dif�cil que Anna me
condujera a mamar justo del manantial de miel. Y as�, mam� con sed aut�ntica de
aquel venero, cuidando de no dejar escapar la m�s m�nima gota de n�ctar. Aquel
sexo se hinch� de manera sorprendente, mientras que mi mente iba dejando atr�s
todos aquellos pensamientos que explican c�mo deben ser las cosas y a asimilar
las cosas justo como ocurr�an, es decir, me estaba volviendo sabio ah�, de
rodillas, adorando a Dios en la fuente misma en que nace, en un sexo de mujer.
Acaso algunas ideas aparec�an, tales como "Anna, que rica vas a ser de vieja",
pero este tipo de cosas de imaginar a mi mujer en su madre se extinguieron, y
as� aprend�a a querer a mi esposa en ella y a mi suegra en ella misma. Sabio.



Me entregu� a aquel cuerpo maduro, menos firme que el de mi
mujer, pero con todas las bondades de un cuerpo ya mayor. Si no hab�a estrechez
hab�a una generosa y c�lida amplitud; si no hab�a el miedo y el descubrimiento,
estaba el arte y la complacencia; si no hab�a el furor de un tal vez, s� la
disoluci�n de un "s�" profundo y absoluto. El aroma me estaba volviendo loco.
Comenc� a montar a la madre de Anna con una excitaci�n irrefrenable, hasta que
me regu� abundantemente. Mi suegra me abraz� hacia sus pechos suaves, con
pezones enormes y tres pecas, para sentir, creo, mi pulsaci�n, mientras Anna se
agachaba para lamernos a ambos en ese punto en que nuestro gozo comenzaba a
escurrir diluido en una p�cima encantadora. La lengua de Anna hija nos hac�a
temblar a nosotros dos. Fue el momento m�s intenso de mi vida hasta ese momento,
pues seguro estaba de que mucho hab�a por venir.



Anna se recost� encima de m� que yac�a a lado de su mam�. Los
tres sonre�amos como chiquillos.



M�s tarde, intrigado, fui al ba�o para cerciorarme si el
amante segu�a all�, seguramente masturb�ndose, pero no, estaba vac�o. La ventana
estaba abierta y el viento, que no pod�a decepcionarme en ese instante, hizo
ondear la cortina del ba�o, para sugerirme que el tipo hab�a salido por all�.



Los siguientes meses fueron un para�so orgi�stico en el cual
disfrut� de mi Anna y de su madre. Me ten�an complacido en todo momento, me
daban masajes, me ba�aban, me daban de comer, ambas me recib�an al llegar de la
oficina, ambas me desped�an al irme, ambas me ped�an su tentada de culo antes de
irme, el apret�n de tetas al llegar, la cojida en la noche, el cigarro despu�s
de, uno s�lo que orl�bamos de manera solidaria.



Estaba yo anonadado de tanta modernidad en la cama, sobre
todo porque era en mi casa, en un hogar cualquiera. Nuestra alegr�a pareci�
multiplicarse cuando Anna, mi Anna, qued� encinta. Era como si el ni�o fuera
fruto de la penetraci�n m�a y de Do�a Anna. Juntos disfrutamos de los goces que
ofrec�a el cuerpo de Anna en evoluci�n. Como su cadera se iba abriendo en una
orquilla celeste en cuyo nido interior germina la luz, c�mo sus pechos se fueron
embarneciendo satur�ndose de hambre por saciar, volvi�ndose en un par de j�camas
rebosantes de estructura humana. Luego nos dijeron que ser�a ni�a. Esa noticia,
para mi sorpresa, vino a opacar el semblante de mi mujer. Era como si algo se
hubiese secado en su interior. Yo no comprend�a tanto y tan absurdo sexismo,
despu�s de todo, yo era feliz con una linda nena, no me puse insoportable, la
verdad, era feliz. Ella en cambio se puso m�s temerosa no s� de qu�. Cuando le
preguntaba me dec�a que me amaba, que nunca lo olvidara, y yo no ve�a la
relaci�n entre una cosa y otra. No era la ni�a en s�, era algo m�s.



Una situaci�n vino a cambiar las cosas. Me visit� un
encargado de los seguros funerarios que, luego de disculparse por traer a la
memoria recuerdos tristes me pidi� una firma para tramitar un descuento en los
servicios funerarios que hab�an prestado durante la muerte de mi suegro, el
descuento, seg�n dec�a, se deb�a a que durante el sepelio no se hab�a probado un
solo bocadillo, no se hab�a usado vela alguna, ni agua siquiera. Le expliqu�
primeramente que en ello ten�a raz�n, que la familia de mi mujer era muy extra�a
y no acostumbraban probar bocado. El joven se ri�. Yo le pregunt� acerca de esa
risa y �l, apenado, me dijo "No se ofenda, pero el sepelio del se�or fue uno
de los m�s solitarios de los que haya tenido registro la funeraria
", el que
se ri� entonces fui yo, pues me constaba que hab�an ido muchos familiares, e
incluso, cre� haber visto que tomaban caf� y bocadillos, aunque esto �ltimo
puede que s�lo lo imaginara. Iba yo a dar por terminado el tema porque el
descuento ni siquiera me interesaba, pero el chico dijo algo que no pudo hacer
otra cosa que interesarme, "Es cierto lo que le digo, si gusta le muestro la
cinta del circuito cerrado del sepelio, ver� que s�lo hab�an, a lo m�s, tres
personas, y usted era uno de ellos
". Me qued� tan intrigado que acept� ir.



En efecto, la cinta de video mostraba claramente que en la
inmensa capilla s�lo est�bamos Anna, su madre y yo. Se me hel� la sangre de
imaginar una fiesta fantasmal. Empec� a atar cabos y me dio por suponer que
incluso mi boda hab�a sido un montaje de espectros. Me temblaban las piernas
pero m�s el coraz�n, me sent�a defraudado por mi Anna, aunque bien sab�a que le
perdonar�a lo que fuese.



Esa noche llegu� a la casa sin habla. Para colmo de males,
Anna regresaba de alg�n sitio que no me dijo cu�l era. Me maldec�a por mi
curiosidad, por mi credulidad, por mi desconfianza. Nunca hab�amos peleado
seriamente, sin embargo esa vez lo hicimos. Ella se encerr� en nuestra rec�mara
y yo me qued� en la sala.



Ya entrada la noche sent� una mirada incisiva sobre m�. Abr�
los ojos y efectivamente hab�a una figura mir�ndome. Aterrado como estaba por el
detalle del video, sent� que el pulso se me deten�a. No hab�a raz�n para ello,
pues quien estaba delante de m� era mi suegra, en actitud incre�ble, es cierto,
pero era ella. Sentada en el sill�n que quedaba frente a m�, con las piernas
cruzadas en forma de flor de loto, con una bata roja, de seda, de la cual s�lo
brotaban sus pies blanqu�simos, con una curvatura tan parecida a la de Anna que
casi podr�a adivinar el futuro. Me miraba fijamente, como si lo hiciera desde
otra dimensi�n. No me qued� m�s que preguntar con toda la impotencia e
ingenuidad de que era capaz:



- �Si est� Usted viva, cierto?- Pese a lo que hac�amos
juntos segu�amos trat�ndonos de Usted, lo que le daba cierto morbo a todo.


- Por supuesto que estoy viva. �Acaso hay que demostrarlo
de alguna manera?


- No es eso.


- �No es qu�?


-Eso. Usted sabe.


- No, no s�. No intento explicaciones, la verdad. Escuch� que
tu y Anna discutieron. Tenle paciencia, te ama, nunca te har� da�o si tu no la
da�as.


- �Escuch� nuestra discusi�n? � pregunt�, pues estaba
seguro de haber hablado muy bajo.


- Por supuesto. Yo escucho todo lo que tu y mi hijita
hacen dentro de esa habitaci�n. �Se te olvida quien soy y lo que hemos hecho los
tres?


- Claro que no lo olvido.


- �Qu� te ocurre entonces?


- Sabe, luego de muchos a�os he sentido un miedo muy
profundo. Tal vez usted pueda sacarme de dudas.


- �De qu� se trata? � dijo ella como si ya supiera las
respuestas. Le coment� lo ocurrido en la funeraria y ella se mostr�
desconcertada, tal vez descubierta. Lejos de contestarme se levant� del sill�n
en el que estaba y se fue a acurrucar conmigo en mi sill�n, que era de dos
plazas, por lo que para acompa�arme tuvo que poner sobre mis muslos los suyos.
Mi cuerpo comenz� a reaccionar ante su olor. Ella estir� sus manos, metiendo sus
dedos de u�as rojas y puntiagudas entre mi abundante cabello, como si acariciara
a un animal peligroso pero manso ante su tacto, se convirti� mediante aquella
caricia en mi domadora. Con esa cara de Anna mayor, con esa dulzura y ese
misterio, comenz� a decirme:



- Pon mucha atenci�n, si quieres embriagarte con mi olor
all� t�, pues lo que te voy a decir es lo m�s definitivo que hayas escuchado en
tu vida. Nosotras, las de esta familia somos seres especiales, la intensidad es
nuestra compa�era durante toda nuestra vida, nos sometemos a los deseos de
nuestro cuerpo y nuestros impulsos; con la edad nos volvemos m�s putas. S�,
aunque muevas la cabeza es algo que no puedes evitar, tu destino ha sido casarte
con una mujer cuyo sino es emputecer, como dir�an ustedes los hombres. Por eso
no hubo nada de malo en que tu comenzaras a compartir tu cuerpo conmigo. Escuch�
c�mo le reclamabas a Anna el ser tan cerrada, en propiciar que tu y yo nos
am�semos en la carne para luego no soportarlo. Est�s equivocado. Lo que los une
a ustedes verdaderamente es el destino, un destino oscuro, por cierto.


- Expl�quese.


- Por generaciones la historia de nuestra sangre ha sido la
misma. Detalles m�s o detalles menos hay una profec�a que siempre se cumple. La
madre enviuda y la hija se casa casi de inmediato; luego las mujeres de nuestra
sangre terminan compartiendo el macho, al cual gozan hasta matarle de placer;
del juego de amor quedan encinta las hijas, encinta de una nueva de nuestra
especie, la cual crecer� y se pondr� bella, irresistible para hombres como tu.
Una vez que la hija encuentre pareja, la desgracia siempre se cierne. Muere el
yerno, esposo y padre, pero da paso a un nuevo macho, el esposo de la hija que
compartir� tambi�n a tu mujer. Suena tenebroso, �No crees?, Saber que tus d�as
est�n contados hasta que esa ni�a que nazca en el vientre de Anna ser� el
cron�metro de tu muerte y su deseo tu cuenta regresiva. Ya que un chico se
enamore de ella tu destino estar� sellado, morir�s, y el chico la amar�
encarecidamente, y se casar�n y llevar�n a vivir a la suegra a su casa, pero de
rato el nuevo macho fornicar� con las dos.




Sobra decir que estas palabras no ameritaban interpretaci�n
alguna, porque no eran razonables y por tanto se deb�an aceptar tal como eran, o
dudarse por completo. Estaba mudo ante semejante acertijo vital. Preguntar�a
cualquier cosa si mi cabeza no estuviese invadida de un enjambre de ellas. En
vez de concluir lo que fuese me puse a preguntarle a la Anna madre algunas
cosas.




- �Qui�nes eran las del sepelio de mi suegro, los invitados
abstemios de mi boda?.


- Fantasmas. Las mujeres que hemos sido, los hombres que nos
han amado.


- �Y el sujeto de la vez que te sorprend� en mi habitaci�n?


- Mi marido, o lo que quedaba de �l.


- �C�mo creerle?


- Creyendo.


- Es imposible. Es como creer en un Dios que uno no puede
ver. Me invade la duda.


- Con raz�n nunca encontrar�s a Dios, ni realidad aparte. Si
tu duda te impide conocer cosas que escapan a tu imaginaci�n, ya sea Dios, o
esta vida que llevas que de cotidiana no tiene nada, podr�as empezar por usar tu
duda para dudar de tu duda y permitirte creer.


- Bueno. Supongamos que lo creo sin pensar. �C�mo har� para
abolir este ciclo sin fin?


- Por principio tienes que saber si en realidad quieres
abolirlo. No hacerlo te da derecho a gozar de nosotras dos, poseernos como
quieras, disfrutarnos, esto por el tiempo que vivas, o vivamos, trat�ndose de mi
en particular. Juzgando que la ni�a va apenas a nacer, te quedar�n m�nimo unos
diecis�is a�os de gozo, de exceso, de �xtasis. Muchos hombres ni siquiera pueden
asegurar que vivir�n un a�o o una semana m�s, y en este sentido esta "maldici�n"
te garantiza la vida, �Y qu� vida!. En cambio te condena que llegado el momento
en que la chica se enamore tu morir�s, ser� algo que ambos no podr�n evitar.
Significar� que tu mujer va a ser de otro, de el esposo de tu beba, y as�
sucesivamente. Te digo. Pi�nsalo. Muchos se conformar�an con vivir lo que les
toca vivir, y si esto ocurre en un ambiente de placer, cuanto mejor.




Eran demasiadas ideas para un cerebro como el m�o.




- �Y qu� pasar� contigo?


- Yo morir� cuando la ni�a tenga cuatro o cinco a�os,
aproximadamente.


- Tendr�s para ese entonces unos cuarenta y cinco a�os. Muy
joven, �No te parece?.


- El c�ncer es as�. As� ha sido al menos durante las �ltimas
siete generaciones.


- �V�lgame!


- �Ahora entiendes a Anna? Su coraz�n mat� a su padre, al
cual adoraba con toda el alma, y lo hizo por ti tambi�n. Su amor, encarnado en
tu hija, en lo m�s bello que puede sucedernos, vendr� a matarme a m� tambi�n. Y
el coraz�n de la ni�a terminar� por matarte a ti, y a Anna misma. Por
generaciones hemos tenido que aprender a encontrarle el gusto a este ciclo.




Anna madre se march� y me qued� s�lo con el peso de aquel
laberinto. Gran parte de la noche no pude m�s que llorar. Pens� en mil
posibilidades, al grado de suponer cosas que en lo personal no comulgaba, tales
como fomentar en mi hija una inclinaci�n l�sbica, pero hasta eso ser�a amor. La
humanidad parece repetir siempre los mismos ciclos, todo parece repetirse, es
como si existiera un inmenso juego del despertar en el que las cosas ir�n
sucediendo justo como siempre lo han hecho, hasta que alguien abre los ojos y,
m�s que oponerse al curso de las cosas, lo modifica, lo altera, subiendo cada
vez a un escal�n m�s elevado de conciencia.



Despertar, simplemente despertar. El destino me hab�a
colocado en una situaci�n privilegiada en la cual entend�a que no pod�a haber
avance o supervivencia de unos y de otros no, sino que todos corr�amos la misma
suerte, tom� entonces la determinaci�n de c�mo habr�a de modificar todo aquel
ciclo.



Ese mismo d�a habl� muy seriamente con Anna, mi Anna, y con
su madre. Por alguna causa estuvieron de acuerdo. Cuando dijeron que s�, el
viento azot� las ventanas, resbal� un florero y se fue la luz, todo ello s�ntoma
de que el plan era bueno. Hab�a muchos sacrificios en dicho plan, pero espero
que la conclusi�n final les haga ver que como en todo, las cosas que ocurren
siempre son las adecuadas, por estridentes que parezcan.



Durante el tiempo en que Anna estuvo todav�a encinta,
seguimos disfrutando de nuestra relaci�n id�lica. Amamos hasta el cansancio a
Daria, nuestra hija que nunca se llamar�a Anna, como las dem�s. Durante el
primer a�o de vida de Daria vivimos todav�a juntos. Justo lo que tard� en
tramitarse el divorcio. A partir del segundo me fui a vivir con Anna, madre, a
otra casa que compr�, mucho m�s austera que aquella en la que viv�amos. Nos
doli� separarnos de Anna como amante, como esposa. Me cas� con Anna madre, me
convert� en una especie de abuelo de mi propia hija. Seg�n el plan, cuid�bamos
ocasionalmente a Daria mientras Anna, mi ex Anna, sal�a a buscar. A Daria la vi
muy cercanamente todo el tiempo. Anna, la joven Anna, encontr� a un chico que
nos cay� muy bien a Anna madre y a mi. El tipo result� ser todo un caballero que
quiere a Anna con toda el alma, mientras que ella se apeg� al plan de quererme
como lo que era ahora, una especie de padrastro, el amor de su madre, mientras
que su madre era mi nuevo amor, con esa cara que no me cansar�a de ver.



Todo suena incre�ble, es cierto, pero no pueden juzgarse las
cosas que se hacen por amor. Anna, mi nueva Anna, no muri� a los cuarenta y
cinco, por el contrario, comenz� a vivir a esa edad, renovada, feliz,
iridiscente; yo me encuentro a gusto a su lado, la amo de verdad. Carlos ha sido
un buen marido para mi hija Anna y un buen padre para mi nieta Daria. Somos
buenos amigos, un tipo sensacional el tal Carlos. Daria se cas� y su abuelo no
muri�. De hecho est� encinta de un varoncito.



Las cosas son radicalmente distintas de c�mo las pens�. Me
pregunto si no cambi� un juego con otro; si despertaremos alg�n d�a, pero en
serio. Mi Anna me ha dicho que esta ma�ana ha comenzado a iluminarse. Que est�
encinta de s� misma. Y eso no estaba en el plan, pero es magn�fico. Su cuerpo es
una estela del vestido de la novia de Dios, y yo la mano que la toco. Somos
amor.


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Relato: Tres generaciones
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