Relato: La verdad sobre perros y gatas



Relato: La verdad sobre perros y gatas


MAX




La culpa y la verg�enza son invenciones humanas de una
composici�n tan compleja que mi cabeza no da para llevarlas a cabo de manera
efectiva. Supongo que eso me convierte en un sinverg�enza, sea lo que ello
signifique. Cuando lo pienso de esa forma, me pregunto si hay un alto porcentaje
de animalidad en mi persona.



No creo en la zoofilia. Ocasionalmente me he metido a sitios
de Internet en los cuales se difunde material relativo a esta corriente y
siempre termina por causarme risa. El colmo fue una foto en la cual est� una
mujer en cuatro patas, con cara de muy drogada; detr�s de ella, mont�ndola, est�
un perro pastor alem�n muy simp�tico que s�lo de verlo uno puede imaginar lo
juguet�n que es en la vida real, desde luego, para jugar al juego que se observa
en la foto tuvo que haber sido amaestrado, convencido o enga�ado de alguna
forma. Fantaseo una bolsa de croquetas que tuviera esta foto en la car�tula
seguida de la frase publicitaria "Con croquetas Champy!, tu perro har� lo que
tu quieras"
El perro fiel, pobre, con su mirada m�s all� del bien y el mal,
pues observa fijamente a la c�mara como diciendo "No me juzguen, uno se gana el
pan como mejor puede". Detr�s de "Rin Tin Tin" (Nombre que en un arranque de
invenci�n creativa me da por imaginar que tiene) est� un hombre d�ndole al can
por el trasero. Aquella cadena alimenticia no puede dar sino risa,
ya sea por la fingida cara de placer del hombre, la incredulidad de Rinty de que
le est�n metiendo algo por el culo cuando lo acordado era que �l s�lo iba a
montar una humana, y la humana que sabr� Dios si sabe que lo es. No encuentra
uno de cual re�rse m�s.



Los buenos ratos zoof�licos se resumen en eso, en alguna
carcajada. Me queda claro que para quienes realmente lo profesan, el asunto no
tiene nada de c�mico, pues seguro atiende necesidades emocionales que rebasen
los l�mites y excitan por lo excesivo m�s que por la sensaci�n misma; el morbo
es as�, una dama puede no atraernos hasta que sabemos que es esposa de un
ministro, la actriz porno por la que no d�bamos un centavo nos empieza a llamar
la atenci�n cuando nos enteramos que era menor de edad al filmar las cintas; el
video de aer�bicos de Tracy Lords nos da mucho jal�n luego de enterarnos de su
pasado; la cantante Yuri, ahora convertida al cristianismo, nos da morbo ahora
que acepta la mea culpa de haber sido una pecadora adicta al sexo; la maestra
nos deja de excitar luego que termina el curso, y los discos de Gloria Trevi los
compra uno hasta que sabe que su formaci�n art�stica era fruto de la dominaci�n
de su manager.



En fin. Amar a una mascota no es Zoofilia si ese cari�o no te
gratifica sexualmente, eso quiero creer. Yo adoro a Ponchy, que es mi perro. Es
de raza pit bull cruzad�n con collie. Es un perro muy cabr�n, con la dulzura de
Lassie pero con un coraz�n ennegrecido a gracia de bombear tanta sangre
pendenciera. Es blanco con manchitas de color caf�, de estatura media y
complexi�n fuerte. Su inteligencia es la de la raza collie, pero su actitud
chingativa y malhumorada es caracter�stica de los pit bull. Su hocico es fuerte
y m�s alargado de lo normal. No es bonito, definitivamente, pues m�s que un
perro con garbo parece un diablo de Tasmania que se hubiese criado en una
f�brica de esteroides.



Ponchy al verme se deshace moviendo la cola, ech�ndome las
garras sobre el pantal�n. Abre su hocico mostrando unos dientes que vuelven
macabra su sonrisa, porque hay que aclararlo, Ponchy s� sonr�e pese a los poemas
ego�stas y zalameros de la especie humana que se desviven por demostrar que la
sonrisa es un gesto exclusivamente humano.



�Qu� hace re�r a Ponchy?, Lo mismo que a los hombres: la
desgracia ajena. Pero no s�lo eso. Verme tambi�n le hace sonre�r con una emoci�n
di�fana, ajena a cualquier prop�sito. Es como un chiquillo travieso, y mira con
ese encanto que ten�a Linda Blair cuando rod� "El Exorcista", y ya que lo digo,
tiene el mismo car�cter voluble de la mism�sima Linda Blair en el mismo filme.
Cabe aclarar que la desgracia ajena de que hablo no es la del tipo que nos hace
re�r a nosotros, es decir, nosotros no s�lo nos re�mos de la desgracia real,
sino de la posible, mientras que Ponchy s�lo se r�e de la desgracia segura.



Un ejemplo es lo siguiente. Ponchy tiene demasiada energ�a y
por lo tanto hay que sacarlo de paseo. Los parques siempre est�n poblados de
perros. Algunos son silvestres, otros son perros de ficci�n, como los french
poodle mini toy que son casi marmotas m�s que perros, otros son ratas
disfrazadas de perro como los xoloscuintles. Desde luego esto lo ve cada quien
como mejor le acomoda, para muestra hay que contar que una vez vi a un sujeto
que tra�a sujeto con un cordel maricon�simo un perro chihuahua y le llamaba "Ven
Tormenta", y yo no pude m�s que pensar que se trataba de una tormenta muy
jodida.



Pero bueno, nuestro tema era la desgracia ajena real. As�
como hay multitud de razas de perros, estos parecen atender a multitud de razas
de due�os tambi�n. En especial me hab�a tocado ver que en el parque al que llevo
a Ponchy, que es m�s bien una alameda, acostumbraban pasear perros de la
polic�a. La pel�cula de 101 Dalmatas no pudo ser m�s gr�fica al exponer una
realidad: Que los perros se parecen a sus due�os. En este caso, el corpulento
polic�a ve�a retratada su figura voluminosa, que no por ello demasiado fuerte o
musculosa, en su perro rottweiler. El due�o torpe pero imponente, el perro
tambi�n; el due�o un mam�n, el perro tambi�n; pendenciero el due�o, irascible a
cualquier provocaci�n so pretexto de su autoridad, igual su mascota. M�s de una
vez me hab�a tocado ver que el polic�a le quitaba el seguro de la cadena a su
mascota (que seg�n entiendo se llamaba Goliat) para que el pinche perro fuese a
amedrentar a alg�n perro ciudadano, en un acto que no puedo llamar de otra
manera que abuso policial.



Goliat se acercaba haciendo valer su placa, en este caso la
dental. El perro interrogado primero avanza unos cuantos pasos, como si no
hubiese visto al perro polic�a, voltea a todos lados, menos a aquel donde est�
el perro oficial, o oficial perro, como gusten, con ese mirar el perro
transe�nte pretende dar a entender que la polic�a le tiene sin cuidado porque es
un perro decente que no tiene l�os con la Ley. Muy a su pesar, el perro
ciudadano escucha un gru�idito gentil, amable, que en cristiano significar�a
algo as� como "Disculpe caballero, �Le puedo hacer unas preguntas?", pero con
ese acento que s�lo da la gentileza policial. El perro ya voltea y su mirada lo
inculpa. Una de sus patas traseras se comprime como si le hubiese dado un ataque
de beriberi instant�neo, quedando lisiado al momento, como si esa discapacidad
le volviese inocente de lo que fuese. Goliat le cuestiona acerca del origen del
bocado que lleva en su hocico y el perro suda detr�s de las orejas, no sabe qu�
contestar. Goliat sugiere al perro ciudadano que aquella travesura le vuelve un
perro callejero y que su sitio deber�a ser la perrera municipal, aunque deja
entrever que si cede su torta Goliat olvidar�a todo. El perro transe�nte sabe
que ha robado muchas m�s tortas, hamburguesas, huesos y hasta pa�ales de los
basureros, as� que decide que lo mejor ser� darle a Goliat aquel bot�n. Goliat
se muestra comprensivo y a la vez que comienza a devorar la torta reci�n cedida
le lanza un ladrido al perro ciudadano, como diciendo, "Anda ve. P�rtate bien...
No vuelvas a pecar". Eso cuando hab�a bot�n, pues hab�a d�as en que Goliat lo
�nico que quer�a era demostrar su autoridad, su rudeza, su bruta superioridad.



Aquella tarde, hab�a un ingrediente adicional en la
situaci�n: Hab�a una perra en celo en el parque. Lo que sea de cada quien,
Ponchy es �nico para imponerse como el macho dominante que termina pre�ando a
las perras. En esta ocasi�n, mi Ponchy ya ten�a controlada la situaci�n a punta
de gru�idos, ya que los contrincantes eran en su mayor�a perros peque�os o
muertos de hambre, cuando el polic�a decidi� soltar a Goliat para que fuera �ste
quien desplazara a todos y follara a la perra.



El inmenso rottweiler lleg� atropellando a dos peque�os
perrillos que se atravesaron en su ruta. El polic�a ten�a el pecho erguido,
satisfecho del estilo de su perro. El tal Goliat subestimaba el poder de Ponchy
cuando �ste �ltimo estaba hipnotizado por el aroma a celo de alguna perra. Los
estr�genos eran a la nariz de Ponchie como una droga hiperconcentrada,
vivificante, que hac�an que su sangre se convirtiera en adrenalina pura. Yo me
asust� porque el rottweiler era verdaderamente imponente. Por un momento, Ponchy
y Goliat quedaron frente a frente, como si fuesen dos vaqueros en un duelo. Yo
sab�a que nada pod�a hacer por evitar aquel encuentro, y el polic�a se acerc�
corriendo y gritando una palabra que debo entender como una orden secreta de
ataque: "Ushc�telo!".



Ante aquella orden, Goliat se abalanz� salvaje sobre Ponchy,
quien aguard� paciente. El rottweiler alz� las patas delanteras para caer sobre
el pobre Ponchy como una tromba negra y caf�. Ponchy se agach� un poco esperando
que el perro se dejase caer sobre �l, y en ese instante le dej� caer un mordisco
en el pecho al pobre perro rottweiler. Unas mand�bulas peque�as de un pit bull
no abarcar�an tan bien un pecho de rottweiler, mientras que la fuerza de las
mand�bulas de un collie no podr�an trozar los huesos de un t�rax, sin embargo,
la mezcla extra�a de ambas razas daba un hocico grande como para abarcar un
pecho y la fuerza para trozar los huesos.



Fue como si el pobre Goliat se suicidara dej�ndose caer en
una estaca. El impulso derrib� a Ponchy, es cierto, pero al caer al suelo,
Goliat estaba m�s muerto que vivo, y su expresi�n hab�a dejado atr�s toda
ferocidad para convertirse en el rostro de un cachorro. Ponchy solt� lo poco que
quedaba de Goliat. Fue una batalla tan breve que resultaba incre�ble. Los dem�s
perros sonre�an ante la tragedia real de Goliat, pues todos lo odiaban. Ponchy
tambi�n sonre�a, la desgracia era absolutamente real, no mental ni futura,
f�sica y presente.



El guardia quiso desenfundar su arma, pero yo me interpuse
entre Ponchy y el polic�a y le dije:



-Hasta sobra decir que tu perro se lo busc�.


- Ese perro es peligroso.


- No me digas. Mejor lleva a tu perro al veterinario si en
algo te importa. Es pelea de perros y te tienes que aguantar.



El polic�a se tard� un poco. La escena que sigui� era
estridente y por ello hilarante. Ponchy mont�ndose a la perra casi sobre el
cad�ver de Goliat. Yo mir� al guardia como dici�ndole "Te chingaste sin m�s". Se
acerc� para levantar a su Goliat, el jadeo de Ponchy al montar a la perra le ha
de haber carcomido la oreja.



Repito, no soy zoof�lico, pero de alguna manera me gusta ver
a Ponchy mientras folla. No es el morbo de ver la penetraci�n en s�, sino que
siento algo de envidia s�lo de mirarlo. Cuando monta, sus patas est�n tan
afianzadas de la cadera de la perra que hace vana la lucha de �sta por
liberarse. Follarla es adem�s lo m�s justo que existe, pues si no vence a los
dem�s no podr�a hacerlo. Una vez trepado, su mirada apunta al infinito, su
hocico se abre y su lengua cae a un lado; pompea con frenes� y no hay fuerza
c�smica que lo mueva de su sitio. Cuando copula, su �nica misi�n es esa, darle
duro al asunto. En veces s� quisiera ser �l, vencer a los dem�s perros y
adentrarme en el c�lido cuerpo de la perra, sin ataduras morales, sin
pensamiento alguno en la cabeza, dejando que mis caderas funcionasen por s�
solas, con toda la virilidad que da el instinto, cegado de gozo, sin experiencia
que me desprenda de mi oficio, para luego permanecer unido ya que la naturaleza,
y no yo, hubiese hecho todo el trabajo.



Algo es algo. Hoy por hoy no muestro falsa verg�enza al mirar
a mi perro follando, pues lo observo con gusto, con inter�s, es falso si digo
que me abochorna mirarlo. S� lo que pasa, s� porque lo hace, no hay m�stica ah�,
ni sutilezas que sublimen este acto tan animal. Si es bello u obsceno es algo
que yo no voy a resolver, lo que s�, siento que tenemos mucho que aprender de
nuestras mascotas que, al ser conscientes de qu� va eso del sexo, no se dan a la
tarea de complicarlo tanto con millones de versiones de lo mismo. Dir�n que ha
de ser aburrid�simo ser mi novia; craso error, si digo que el sexo debe sucumbir
a las constantes, no quise decir que uno deba hacerlo siempre de la misma
manera, sino conservar aquello que de �l vale la pena, que es, la intensidad, la
uni�n con una misi�n universal, la perdici�n.



Dios sabe que en esto de las relaciones personales he
intentado buscarme novias bien perras, es decir nobles, fieles, con gusto por la
carne; tal vez he obtenido lo que he merecido, novias empalagosas de miradas
tiernas que me siguen a todos lados, que a la hora del sexo se tienden en la
cama en cuatro patas y ponen cara de incr�dulas cuando las follo. Dios sabe que
quiero gozar como Ponchy, aunque a veces creo que con estas novias que he tenido
ello resulta imposible. Sigo buscando mi perrita de vientre c�lido que me lama,
que se recueste a mi lado para que yo le toque el vientre, con su co�ito
alzadito, como un cono inverso o galleta china de la suerte ligeramente coqueta,
que sea brav�a, que me cuide, a la cual cuidar, que me haga jadear y que jadee
encantadoramente.




KITTY




Miro la ventana hacia el tejado para ver si ya ha regresado.
Encuentro que s�lo yacen las tejas del techo del patio cubiertas de hojas
h�medas. Hace fr�o y un mal tiempo en t�rminos generales. Hace m�s de un d�a que
Milla no ha vuelto a casa, ni siquiera para comer.



Aparece de la nada toda despeinada, imposible saber de d�nde
viene, imposible no estar segura de qu� hac�a en ese lugar desconocida. Viene
maltrecha, algo lastimada. Me ha visto, me clava la mirada un segundo
reconoci�ndome claramente, sin embargo, no se dirige conmigo al instante, sino
que va a su rinc�n de patio donde coloco sus "delicias rellenas" y su agua
fresca. Va a su arena Sani-sand y hace sus necesidades. Se acicala un poco y es
entonces que decide ir conmigo lanzando un quejidito que me encanta: Prr�iauu.



Camina con mucha elegancia, como si presumiera un abrigo de
piel �nico en medio de una pasarela en c�mara lenta. No lleva prisa, no sabe lo
que es eso. Yo no me muevo porque s� que si hago gestos de ir tras ella, querr�
hacerse la interesante y escapar� para que yo la atrape. Mejor as�, me quedo
sentada en el sill�n de la sala desde donde he visto su regreso y la dejo
decidir que quiere estar a mi lado. Al llegar, se restriega el lomo en mi pierna
y emite toda clase de ruiditos. Por fin me agacho para tenerla entre mis manos y
sentir la suavidad de su piel gris con vetas pardas que la hacen ver como un
peque�o leopardo. A mi tacto ella lanza un ruidito: Miiiich, y echa su culo
hacia arriba, torciendo la cola hacia uno de sus costados. "Mira que golfa eres.
�No tuviste con lo que te dieron tus amigos los gatos arrabaleros?". No es muy
grande, de ser humana tendr�a mi edad.



Pensar esto me consterna. Tiene mi edad y se monta unas
org�as sin el m�s peque�o de los escr�pulos. Mi gata Milla es la feminista
perfecta. Tiene una dignidad elevad�sima, es muy propia, pero su sexualidad no
le averg�enza de ninguna manera. Tiene mi edad y se sale a vagar cuando su
instinto as� se lo pide, y va al mundo y busca lo que satisfaga su hambre.
Siempre es ella quien controla sus situaciones, ella la que se quiere a s� misma
y ella quien se acerca a aquellos que le quieren. El mundo que no le satisface
es un mundo que no existe para ella, es un mundo del que huye, y se marcha de �l
sin mirar hacia atr�s, trascendi�ndolo al instante. Si no me abandona a m� es
porque le quiero, pero no hay compromiso de quedarse m�s all� que sentirse a
gusto, el d�a que ella lo decida, ese d�a que ella se harte de mi, ese d�a se
ir�, sin avisar. Se escucha cruel lo que he dicho, pero a la vez garantiza una
cosa, que ella est� aqu�, a mi lado, porque es conmigo a lado de quien desea
estar, sin hipocres�as, cada d�a que pasa es un triunfo de nuestro cari�o que se
ha salvado de las vicisitudes del d�a anterior, construyendo un lazo en el que
s�lo impera la certeza de ser feliz. Es due�a de su mundo.



En ocasiones me gustar�a ser ella, estar as�, chiquita, vivir
en un palacio donde me dirigiera a mis anchas. Tener el gusto de comer, el gusto
de cazar, el gusto de jugar con aquello que yo quiera. Tener a seres gigantescos
que adoran tocarme y me hacen ronronear con el suave tacto de sus yemas, que
masajean mi piel porque tocarla da placer y yo sentir placer de ser tocada.
Recostarme sobre los sillones, con las piernas bien abiertas o cerradas, seg�n
lo desee, con un sue�o imperturbable y c�lido, con esa elasticidad que me haga
tenderme l�nguida sobre cualquier lugar, y en d�as como estos, tener el celo
consciente en el triangulito de mi pelvis.



Me es imposible comprender a Milla en este tipo de d�as en
que tiene celo. Nunca en la vida me he sentido tan caliente como imagino ella se
encuentra ahora. Es cierto, he tenido mis ratos, escasos por cierto, en que me
gusta sentir que estoy a lado de un macho que haga todas sus gracias con mi
cuerpo. Supongo que mi sexualidad no ha de ser del todo normal, pues exijo que
mis parejas tengan toda serie de habilidades que me hagan sentir tomada por un
macho perfecto. �Qu� pensar de ello? No estoy dispuesta a entregarme poco ni
dispuesta a que se me entreguen con desgana o con lucro. Soy muy complaciente y
exijo lo mismo, y sobre todo, no dudo en exigir. Es decir, soy como Milla cuando
est� en casa, que exige s�lo lo mejor, s�lo lo que la hace sentir a gusto, s�lo
lo que le da placer, pues de eso estoy convencida, que ella vive para el placer,
que el placer es un alimento m�s, el cari�o. Aunque por ir�nico que parezca, el
rubro en que Milla parece no ser muy exigente es en el terreno sexual, pero ello
no parece ser problema para ella, pues se dejar�a montar por cualquier gato que
pudiese trep�rsele encima luego de una peque�a ri�a ritual. Y si �ste no le
llena dejar�a, sin remordimiento alguno, que la montara otro, y otro, y otro, y
los que fueran necesarios para calmarle su ardor. Eso es m�s dif�cil en el plano
humano, no porque no sea f�cil ser ninf�mana y dejarse follar por quien sea,
sino porque hay convencionalismos sociales, y fuera de ellos, cada hombre que se
acercara se resistir�a a solamente follar, querr�an encontrar alg�n sentido a
sus actos, querr�an significar algo en tu vida, se mueren por ser objetos
sexuales pero luego que se convencen de ello no lo soportan. Total que una nunca
est� conforme con lo que tiene, y menos con los novios. Yo los busco gatunos,
pero he tenido la mala suerte de estar a lado de chicos que s�lo lo hacen para
satisfacerse ellos y tienen un rendimiento pobre, o los que creen que estoy
enferma de sexo. Gatos veniales.



El sentido er�tico va m�s all� en Milla. Ella est� sobre mi
regazo, se mueve de arriba abajo, rascando su cuerpo con las telas de mi ropa,
alza sus garras como si estuviese jugando con una medusa et�rea, y mientras
tanto no deja de hacer toda serie de ruidos. No s� de qu� forma las �nicas
partes de mi cuerpo que le llenan son aquellas con las cuales pueda dirigir mi
voluntad hacia ella. Le susurro con un gritito "Michita. Michita" y ella siente
la voluntad de mis palabras como si fuesen una mano invisible que recorre toda
su espina dorsal, y alza su cadera, exhibiendo su sexo, torciendo su cola, y si
la toco con mi mano o con mi pie, ella se retuerce y alza su culo con mayor
insistencia, como dici�ndome, "Vamos, todos los caminos conducen hacia all�. No
evadas nuestro trato, la �nica parte que me importa que toques es ese conito que
hay entre mis piernas". Me consterna que la voz o el tacto la pongan en ese
estado de lujuria. La toco m�s y alza de nuevo sus caderas, se da la vuelta como
si quisiera aclarar aquello que es tan obvio, que s�lo quiere que la follen, que
hay un instinto que la emputece y que ello lejos de envilecerla la enaltece. Yo
miro hacia todos los rincones de la sala, m�s por costumbre que por otra cosa,
pues s� que mi madre est� en la terraza leyendo un libro de astrolog�a, y al
saberme a solas con Milla siento una intenci�n que s�lo puedo describir como
compasi�n universal, de manera que llevo mi mano hasta su vientre, y sonr�o de
ver que estira sus piernas como si estuviese andando sobre un monociclo
invisible, con sus patitas del frente dobladas y las de atr�s completamente
estiradas. "meeech, meeech" dice ella, convenci�ndome, hasta que dirijo las
yemas de mis dedos a su sexo, y ella se altera completamente, chillando con
fuerza, afil�ndose las u�as de las garras delanteras, sobre la tela de mi falda.
Ah�, siento que dejamos de ser humana y gata y pasamos a ser una especie de
lesbianas amorfas, flamas de un altar de Lesbos, o algo parecido. Poco importa
que la zoofilia siempre me haya parecido una idiotez, pues no puedo articular
pensamiento alguno al respecto porque ni siquiera s� si soy humano y ella
animal. Lo �nico que prevalece es su deseo desmedido, el furor de su pelvis, y
mi mano que lo sana. La toco por un buen rato. Yo no estoy excitada, ni
caliente, pero emocionada s�. Le toco su co�ito con una mano y con la otra la
sujeto de sus om�platos. La boca de Milla se abre y le tiemblan las quijadas.
"Pero que puta eres" le digo, y ella parece entenderme y me mira, como diciendo,
"Somos". Sus garras delanteras, que no han dejado de afilarse en mis piernas, me
hacen sentir un dolor que me gusta, siento los pinchazos y sin pensamiento
alguno se erizan los poros de mis brazos. La idea de que aquello pudiese ser
placer y que este placer fuese sexual, me hizo dejar de tocarle sus partes a
Milla, quien con aparente entendimiento salt� de mi regazo y se fue al patio a
seguirse acicalando.



Yo me par� de aquel sill�n y me fui al ba�o para darme un
retoque en el maquillaje. Si bien me resist� a pensar que aquel intercambio de
furor entre Milla y yo hab�a sido un trance sexual, algo de su celo hab�a pasado
a mi cuerpo, y quer�a acallarlo de alguna manera. Estaba de alguna manera,
excitada de mi excitaci�n, feliz de saberme con un rasgo similar que nunca hab�a
sentido. La lecci�n de Milla hab�a sido muy interesante, pues no deseaba estar
con mi novio espec�ficamente, sino que deseaba estar con quien fuese, estaba
caliente a gracia de mi propio calor, no pensando en el trozo de mi novio, sino
en cualquier verga que pudiese satisfacerme.



Hab�a un problema. Mi novio hab�a ido a un torneo de
baloncesto y no regresaba, seg�n me dijo, hasta el d�a de ma�ana. No quer�a
empezar a ser puta, pero tampoco quer�a masturbarme. Mi mente habr�a de estar
algo desubicada porque pens� de inmediato en mi amiga Adela. Nunca en toda mi
vida hab�a pensado de ella en esa forma, pues repentinamente notaba que me
gustaba como tocaban sus manos al saludarme, recordaba con precisi�n matem�tica
la temperatura de sus pechos cuando inocentemente los pon�a alrededor de mis
brazos, o cuando los pon�a sobre mi espalda, con esa confianza de que yo no la
desear�a, aunque por lo visto tal vez se equivocaba. Toda esa confianza me
tendi� una emboscada y, al segundo, traje a mi memoria c�mo me tocaba cuando me
ayudaba a sacarme las cejas, o alguna espinilla inaccesible, o cuando me
peinaba. Fue nuevo para m� pensar en c�mo besaba ella a su novio y hacerlo con
ese morbo de querer ser �l. Inocente ella de esta amiga suya que estaba
comenzando a desear ser su Milla.



Supongo que iba por la calle echando humo, pues nunca en mi
vida hab�a levantado tantos piropos, detenido el tr�fico como lo hice, o
haciendo a los chicos voltear a verme. Adela viv�a en unos departamentos que
quedaban cerca de mi casa, acaso a unas diez calles. Ella viv�a sola desde hac�a
alg�n tiempo, pues es estudiante for�nea. Por alguna causa yo olvid�, por una
parte, que me hab�a dicho que saldr�a a ver a sus padres el d�a de hoy, y por
otra, record� que ella ten�a en el bur� de su rec�mara una verga de latex que
ten�a una textura deliciosa (cosa que s� porque me la dio a tocar alg�n d�a).
Ambos detalles descansaban en mi mente sin recordarlos realmente, pues ambas
ideas eran avasalladas por otra idea que era m�s fuerte: Que ella estar�a ah�,
que le pedir�a su verga de goma para darme una jodienda yo sola, que ella se
acercar�a por curiosidad y que acabar�amos d�ndonos una consentida como dos
buenas amigas que todo se comparten.



Llegu� a su casa y cruc� la puerta con una copia de mi llave
que ella me regal�. Camin� de puntillas para darle una sorpresa. Las puntillas
se convirtieron en un paso felino y sigiloso. Mi culo se alzaba cielo arriba y
mi rabo invisible se torc�a hacia un lado. Camino a su dormitorio, escuch� los
gemidos de mi amiguita. Al igual que Milla, ese sonido absolutamente animal fue
como una mano invisible que recorr�a con un dedo �ndice y fr�o cada v�rtebra de
mi columna, erizando mis poros, abriendo mis piernas, hinchando mis pechos,
afilando mis pezones. Mi mand�bula comenz� a temblar, de manera que el miedo a
hacer ruido me llev� a apretar los dientes, caus�ndome dolor en los m�sculos de
la quijada.



Imagin� yo a mi amiguita tendida sobre su cama, abierta de
piernas y meti�ndose aquel juguete en la vagina, pues se escuchaba el
"Trrrrrrrrrrrrrr" del motorcillo hist�rico que estaba en su m�xima velocidad,
que seg�n el cat�logo de velocidades obedecer�a a la categor�a "Jodienda
endemoniada y fren�tica", dejando atr�s las velocidades "Nom�s lo que es", "Rico
y sabrosito", "Macho latino" y "Viagrazo 15 grados en la escala de Richter".



Mi respiraci�n estaba agitad�sima. Estaba en celo como Milla.
Pero pese a este estado de calentura, descubr� que segu�a siendo demasiado
humana para meterme con cualquiera y tambi�n para compartir.



Sobre la cama de la traidora de Adelita estaba ella, abierta
de piernas, totalmente empalada por Gerardo, mi novio, quien a su vez estaba
bien clavadito con el aparatito en su velocidad "Jodienda endemoniada y
fren�tica". Se mov�an con un ritmo tan desenfrenado que parec�an un par de gatos
al momento de la c�pula. Tal vez en otras condiciones, vaya, si hubiese sido
otro el que follara a Adela, me hubiera dado mucho morbo ver c�mo se dejaba
encular mi amiga, sus caras de gozo, sus u�as detr�s de la espalda de aquel que
le deja ir hacia adentro toda su tranca, y ya no ver�a nunca m�s con la misma
inocencia la cara de esta amiga, pues su risa me llevar�a a la mueca del placer.
Se supondr�a que mi instinto me har�a un�rmeles y gozar de toda aquella carne,
pero no fue as�. Entr� a la habitaci�n, m�s enfadada con Adela que con Gerardo,
quien yo intu�a que era un cabr�n infiel aunque no estaba segura, pero ella, mi
amiga del alma que pod�a llevarse a la cama a toda la escuela si quisiera, ella
ten�a que llevarse a la verga que me pertenec�a. Mi celo se apag�. Ambos me
miraron. Gerardo con alg�n tipo de culpa se sac� del culo la verga de goma, como
si ello lo dignificara del todo, con la cara de Ad�n cuando es descubierto
desnudo por Dios. Dijo algo pero nadie le prest� atenci�n. La cosa era entre
Adela y yo.




Lo siento amiga. Somos gatos, no podemos evitarlo.-
Dijo Adela.


Tu y yo lo somos. �l no.


�l tambi�n. S� comprensiva y perd�name. Ven con
nosotros, anda, no seas malita. Si quieres d�jalo a �l, pero nuestra
amistad no puede acabar por es... to. � tartamude� porque un embiste de
Gerardo le hab�a dado alg�n golpe en las costillas, pero por dentro.


No sean as�, perd�name a m� tambi�n.


T� c�llate.


Bueno, basta de juegos � Dijo Adela � La culpa tambi�n
es tuya, siempre eliges novios felinos que te son infieles.


Me voy.




Y me fui. Pensando mil cosas y aturdida por ello. Llego a la
casa y corre hacia m� mi gatita Milla. La hago a un lado con el pie. Ella ni se
inmuta, crey� que la acariciaba, se va al patio, segura de que sea lo que sea
que yo traiga, se me pasar�. Y m�s me vale.




MAX




El muy cabr�n de Ponchy no deja en paz a una cosa peluda que
yace debajo de un cami�n de transporte urbano. El cami�n se encuentra aparcado
de una manera muy deficiente, y eso es lo que salva al peque�o animal que est�
debajo, pues el acomodo del coche y la forma de la acera vuelven imposible que
Ponchy se clave debajo y le deje ir los colmillos al animalillo que m�s bien
parece una zarig�eya. Y es que en eso de la cacer�a mi perro s� es brutal. Me da
risa que el autob�s de transporte urbano tenga un error de ortograf�a incre�ble.
En su parabrisas tiene escrito con alguna tinta f�cil de borrar algo que debo
entender como que el cami�n cruza una colonia que se llama "Casa del Ni�o", sin
embargo est� escrito "Caza del Ni�o", lo que me hace pensar en un nuevo deporte
extremo donde haya cazadores que persigan una presa humana. Sentir risa de ello
me deprime al instante, pues siento por momentos que los valores como el respeto
a la vida ya son otros en nuestros tiempos.



Es esta sensaci�n la que me lleva a hacer un acto de
inusitada humanidad: me da por sentir compasi�n de aquel animalillo. Para colmo,
el buen Ponchy ha descifrado el enigma de c�mo llegar a la fr�gil carne de
aquella infortunada cosa peluda.



Justo cuando la va a colocar en su hocico le grito: - Deja
ah� cabr�n. �Vete de aqu�! � Me mira con cara de "No me jodas s�lo sigo mi
instinto" y acerca de nuevo su trompa al animalejo pero lo hace sin romper el
contacto visual con mis ojos, como si su cuerpo le ordenara masticar aquella
bola de pelo pero su moral estuviese atenta a mis indicaciones. "No te hagas
pendejo, deja ah�" le digo, y �l de una u otra forma entiende que siempre que le
llamo pendejo es porque est� haciendo algo malo.



Desiste de su empe�o y yo, ensuciando mi camisa blanca, me
tiendo al suelo para sacar aquella cosa. Es un gato. Bueno, una gata, pues est�
muy gorda, probablemente y hasta est� pre�ada. �C�mo dejarla ah�? Y justo ahora
que me encontraba en mi momento de compasi�n del a�o.



Me la llevo en mis manos, cuidando de no da�arla, aunque una
de las patas parece estar hecha a�icos. La gata me parece muy bella de cara,
cosa que me resulta extraordinaria, no porque est� linda, sino porque me lo
parezca a m� as�. Por lo general detesto los gatos. Sin embargo, esta gata me
mira con algo que, pese a su soberbia felina, interpreto como un agradecimiento
sincero. Considero peligroso estar sintiendo simpat�a por una gata, pues puede
estar ah� el principio de mi perdici�n existencial. Ponchy parece estar de
acuerdo con aquello de que no debo dejarme enga�ar por una gata, as� que me
sigue por un costado, dando saltos de felicidad, suponiendo que tom� la gata en
mis manos para �rsela a fre�r en una sart�n.



Llevo la gata con el veterinario. Hago que le abran un
expediente, doy mis datos. El m�dico me pregunta algo en lo que ni siquiera
hab�a pensado:




�C�mo se llama la gatita?


Mmmmm. Carmela.- Improvis�.


Bien. Nuestra Carmela est� por reventar. Tendr� un
parto muy numeroso, por lo que se ve. �Es su segundo parto?


Este... si.


�C�mo est� tu muchach�n?


Bien. Hambriento y feliz. Por cierto, ya le toca su
desparasitada.


Lo hubieras traido.


Imposible cargar a Carmela y a Ponchy a la vez.


Es cierto. En veces me da la impresi�n de que es
dif�cil cargarlo a �l s�lo. �C�mo ha tomado el hecho de que haya gatos
en casa? No me da la impresi�n de que sea muy tolerante con los mininos.


No lo es, pero sabe que si se mete con esta gata se
las ver� conmigo.


�Te atrap�! Vamos, no le mientas a un veterinario
respecto de tus mascotas. Esta gata la acabas de encontrar, �No es
cierto? Tiene su pata rota. �Est�s seguro de que cambiar�as tus
costumbres m�s b�sicas por otro ser?



Expl�quese.


Si, hombre. Siempre has tenido perros. Tener gatos es
distinto, y encima est� pre�ada.


Si Ponchy ha podido con ello, yo tambi�n. En todo
caso se los puedo traer para regalarlos, �No es as�?


Es muy posible. Si para cuando estos gatitos est�n
destetados tengo espacio, yo los regalo f�cil.




Los gatitos nacieron. Siete en total. Uno negro lo llam�
Zuulda, otro caf� con blanco Macario porque pelea todos los pechos como si
quisiera devorarlos �l solo, una gris, rayada como su madre, la llam� Sara, otra
que est� atigrada se llama Atenea, una que tiene cabello naranja, negro, blanco
y caf�, como si estuviera hecha de retazos de otros gatos, la llam� Decolores,
una pinta la llam� Canaima y la �ltima la nombr� Nahomi, porque es negra y
elegante.



Los gatillos comenzaron a crecer y con ello a apoderarse de
la casa. De rato estaban en todos lados. El veterinario me dijo en medio de una
gran sonrisa que mi peor error era haberles puesto nombre a los gatos, pues ese
era el primer paso para no dejarles ir. Ponchy estaba completamente corrompido
luego de un tiempo, dej�ndose subir gatitos al lomo, dejando que jugaran con la
cola, lami�ndoles sus culillos para limpiarles, supongo, el jocoque caf� claro
que cagaban. Yo me re�a mucho m�s, y Ponchy tambi�n. No cab�a duda, la llegada
de los gatos era una tragedia bastante real.



Sin embargo, aquel d�a tocaron a la puerta. Yo me acababa de
vestir porque ir�a a una fiesta. Hasta eso no vest�a muy elegante. Ponchy
olfateaba debajo de la puerta antes de que se escucharan los azotes. Cuando se
escuch� el toc toc, Ponchy ladr� con esos cojones que le han hecho famoso.
Detr�s de la puerta se escuch� un grito de una chica. No era para menos, el
cabr�n Ponchy hab�a ladrado como si fuese un oso tuberculoso.



Avisado de que lo que hab�a detr�s de mi puerta era una
mujer, le di una instrucci�n a Ponchy, aunque una instrucci�n demasiado fina
para que me la entendiera, siendo que estaba acostumbrado a las majader�as. "A
ver Ponchy. Vete para all� canijo". �Canijo! Esa puta palabra est� en desuso
desde hace mucho, y adem�s Ponchy no me la entend�a ya que segu�a pel�ndole sus
dientes a la puerta. As� que me inclin� y le dije al o�do "Mira puto Ponchy,
l�rgate a chingar a tu perra madre. �rale cabr�n!" Me entendi� y se fue a parar
muy lejos.



Abro la puerta y estaba ah� parada una chica preciosa. Algo
bajita, es cierto, pero con unos pechos tan lindos, seguidos de una cintura tan
exquisita, que el colmo ya era el culazo que se tra�a encima de dos piernones de
ensue�o. Enmudec�. Ni siquiera enmudec� por su cuerpo. Sus ojos me atraparon por
completo, ya que eran diferentes a todos los que hab�a yo visto en mi vida,
agudos, l�nguidos, narcotizados. Su boca era tan peque�a y tan afilada que
supuse que debajo de aquellos labios tan finos albergaba exclusivamente
colmillos, ning�n molar o diente de otra clase.




�En qu� puedo servirte?


Tienes algo que me pertenece.


Salvo mi coraz�n, no s� a qu� te refieras.


Ja. Ja. � dijo cortante.




Mi chiste no le caus� gracia. Por el contrario, me mir� con
tanta violencia que me volv� ni�o en segundos, aunque luego despert� el perro
interior que tengo y me dije que estar tan buena no le daba autoridad para venir
a hablarme as� a domicilio.




No veo qu� cosa tuya pueda tener, por eso bromeo.


Tienes una gata, gris con pardo. Se llama Milla y es
m�a.


Tengo una gata, pero no es Milla. Es decir, si es
Milla, o quiero decir, m�a.


Exijo verla.




No fue preciso que fuera yo por Carmela, ya que la gata
emergi� como en un desfile, seguida de un s�quito de cachorros, y todos se
fueron a recostar bajo las faldas de Ponchy, quien los miraba con sed y con
paternalismo a la vez. Carmela parec�a que hab�a sido amaestrada para hacer el
numerito de "Los gatos aman a los perros", y as�, se rascaba en el cuerpo de
Ponchy, quien se sinti� tan pero tan c�modo, que empez� a dejar que su pene se
saliera del pellejo, dejando a la vista esa cu�a que tiene parecida a un chile
de arbol roj�simo. Todo era abochornante. La gata ofrecida, el perro caliente,
el mal comediante, la tirana desubicada.



Nada bueno podr�a pasar ah�.




KITTY




Luego de perder a mi mejor amiga y a mi novio pas� otra
tragedia. Era bastante malo que perdiera a Adela porque �ramos muy buenas
amigas. Era malo haber perdido a Gerardo porque estaba muy bien dotado, aunque
no tan malo porque era un infiel, aunque s� porque me hab�a nacido en el cuerpo
un nuevo celo que no hallaba como calmar sin volverme una puta de primera.



La siguiente tragedia hab�a sido que se extravi� Milla. Con
los gatos pasa as�, un d�a salen por la noche y no vuelven. Quedan muertos en
alg�n lugar y tu ni te enteras. Buscarlos es tambi�n una cuesti�n muy
estereotipada, ya se sabe, buscar alguna foto de la mascota, pegarla en lugares
p�blicos, en las veterinarias.



Llevaba ya un mes desde que se hab�a perdido Milla. Estaba
encinta, peor aun. La foto no le hac�a justicia alguna. Fue entonces que llegu�
a una veterinaria que se llama "Mondo Cane" cuyo due�o seguramente no sabe que
hay unas pel�culas de realismo sangriento que llevan ese nombre, o tal vez por
ello se llama as� su consultorio.



El m�dico me intent� ligar, como si le costara mucho esfuerzo
dejarme pegar mi volante en su consultorio. Cuando vio la foto de Milla me dijo:




�Hace como cuanto perdiste a tu gata?


Hace un mes. Me preocupa que est� pas�ndola mal, pues
estaba embarazada.


Me parece saber d�nde est�...


D�gamelo pronto.


Si. La trajo un tipo que adora a los perros. No
dudar�a que criara a la gata para darle a su perro los gatitos, de
merienda.


No se haga el chistoso.


Si es un tipo con un perro que se llama Ponchy.


No me interesa. D�game de una buena vez d�nde la
encuentro.


Te lo dir�. Aunque no debiera... tu manera de pedir
es muy altanera.


Con un co�o, d�gamelo.


T� has dado la respuesta. Si quieres que te lo diga
estar�s a favor de hacerme un peque�o detalle, �No es as�?.


�Qu� quiere decir?


Simple. Que me des una mamadita.


�Pero qu� te has cre�do pedazo de imb�cil?.


Pi�nsalo, te costar� m�s trabajo ir perdiendo el
tiempo por ah� por la ciudad, pues el chico del que te hablo no vive
cerca. Adem�s acost�mbrate, posiblemente �l te pida lo mismo si quieres
a tu gatita de vuelta.


Bueno. Ve sac�ndola.




El veterinario, si es que lo era, cerr� su consultorio con
una aldaba y se baj� los pantalones. Le colgaba una verga de buen tama�o. El muy
cabr�n se recost� sobre la mesilla met�lica de operaciones y pareci� no darle
fr�o. Su tranca estaba ah�, erguida y lista para mi boca. Le dije que ten�a
necesidad de pasar a su ba�o antes de ganarme el secreto. �l se puso como muy
confianzudo y me dijo, "cruza esa puerta, por ah� est� el ba�o. Pero no tardes.
Tengo una cita dentro de una hora". En realidad fui al ba�o porque en ellos una
encuentra muchas salidas. Y yo encontr� una.



Ah� detr�s ten�a una especie de guarder�a de perros. Hab�a de
varias razas y tama�os, unos heridos, otros en celo, y as�. De manera que
acomod� una varilla a manera de poder abrir todas las jaulas a la vez. Lo hice.
Los perros dudaron en salirse, pues estaban acostumbrados a luchar sin �xito. Yo
sal� corriendo de ah� y dej� abierta la puerta. Al tronar de �sta, los perros
escaparon y empezaron a pelearse de inmediato. El veterinario tard� en
reaccionar, as� que cuando busc� sus pantalones ya me los hab�a llevado yo del
perchero en donde los hab�a colgado y hab�a agarrado una especie de agenda de
rotafolio donde anotaba �l los datos de sus clientes. Sal� deprisa del
consultorio ri�ndome como una loca s�lo de imaginarme al cabr�n veterinario sin
pantalones, lidiando con la jaur�a de aproximadamente trece perros, unos
mat�ndose, uno foll�ndose a una perra, otro foll�ndole una pierna.



Encontr� al tal Ponchy. Su due�o era un tal Max Ar�valo.
�Max? Hasta nombre de perro ten�a. Llegu� a su departamento y lo primero que
hice fue sobresaltarme por unos ladridos de un perro que imagin� monstruoso. �l
abri� y no estaba del todo mal. Empez� a contar algunos chistes que no me
hicieron gracia, por el contrario, con los buenos antecedentes que de �l me
hab�a dado el veterinario sent�a odiarlo a �l y todas sus caninas costumbres.



Le pregunt� por Milla y �l me dijo que se llamaba Carmela.
�Por Dios! Llamarla Carmela era un crimen. Ella apareci� y me qued� at�nita al
ver que se magreaba con un perro, ella, Milla, refocil�ndose en el vientre de
aquel perro. Y el pinche perro con cara de tortura por no poder com�rsela pero
dejando que se le ponga tieso y roja la verga. El tal Max volte� a ver a su
perro y su cara me dio mucha risa, pues sus ojos claramente dec�an "Pero Ponchy,
ten algo de dignidad, por favor". Tal vez mi intuici�n no hab�a funcionado como
debe y yo me hab�a dejado llevar por mi ira. Decid� recapitular.




Bueno. No he venido aqu� a pelear.


Yo tampoco...


Empecemos de nuevo, pues parece que todo va saliendo
mal hasta ahora. Mi gata se llama ahora Carmela y tu perro no te hace
caso, sobre todo de la cintura para abajo. Sin embargo ella est� viva,
que es lo que me importa.




Luego de que intent� atraer a Milla sin �xito, cosa que me
molest� much�smo le grit�: "Condenada, eres la gata de Judas". Max me mir� como
diciendo "Yo no soy Judas". Luego de esto, Max me comenz� a contar c�mo la hab�a
encontrado, que su pata estaba rota, que la hab�an tenido que enyesar. Para todo
hablaba de su Ponchy. Explicaba que aquello de tener gatos era un proceso para
ambos. Me mostr� los hijos de Milla y yo ca� rendida de saber que era abuela.
Max me pareci� agradable, hasta que tocamos el tema principal.




�Tendr�s una caja?


Claro que s�, �Como para qu�?


Para llevarme a los michitos.


Vas muy r�pido. Ellos no se ir�n de esta casa.


Pero milla es m�a y sus hijos tambi�n.


Nacieron en esta casa, ella hubiera muerto si no la
hubiese salvado yo, adem�s Ponchy los quiere como a sus hermanos...


Seguro.




Llegamos a un acuerdo. Permanecer�a en casa de �l pero yo
podr�a llev�rmela durante una semana del mes. Me sent�a como si fu�semos una
pareja de divorciados que pelean por los hijos. Claro, me las ingeni� para que
ese traslado fuese con todo y cachorros. El asinti� que s�, pero nunca se ir�an
todos a la vez. "�Por qu�?" le pregunt�. "�Por qu� no?", contest� �l.



Era obvio. Si yo me llevaba todos los gatos corr�a peligro de
que no regresara jam�s o que le negara la puerta de mi casa aun para preguntar
por mi. Max es perruno, pero a la vez es un encanto. Mis sentimientos hacia �l
fueron encontrados.



Su casa pas� a ser algo as� como mi casa de estar.




MAX




Sab�a que ese d�a vendr�a Kitty a ver a nuestra hija Carmela,
aunque ella insiste en llamarle Milla. Como detalle, hab�a preparado un
emparedado de carnes fr�as, ya que siento que a ella le vienen muy bien esos
detalles. Siento que cada vez se siente mejor en mi casa, situaci�n que me
emociona en demas�a, pues cada vez descubro que es m�s bella de lo que pensaba.
Me le hubiera lanzado encima si no me preocupara demasiado que me acepte. Eso es
raro. Muy raro. Mi temor.



Iba yo de salida a una cita de trabajo. Me hab�a vestido muy
bien, aunque casi estaba seguro de que no me recibir�an hoy, pues el jefe de la
compa��a regresaba de un viaje muy largo por el extranjero y seguro querr�a
llegar primero a su casa. Hab�a hecho el emparedado para Kitty (vaya nombre), y
le hab�a dejado una nota que le explicaba que ese platillo era suyo y que yo
regresar�a r�pido. Antes de salir me fui a revisar los dientes para ver si
estaban tan limpios como yo quer�a.



En el botiqu�n de mi ba�o estaba una sustancia que no s� si
era formol. Lo hab�a comprado para dormir a Carmela si el dolor no la dejaba
descansar cuando ten�a la pierna rota. Me preguntaba si ese qu�mico me dormir�a
a mi tambi�n, o si ya su poder hab�a menguado, as� que tom� una gasa, la llen�
con el l�quido y me lo puse en la nariz, seguro de que nada ocurrir�a. "No pasa
naaaaaaaaaaaaazzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz".



Me dorm� pregunt�ndome si me dormir�a. Despert�. Escuche la
voz de Kitty haciendo soniditos tipo gato. Me dio risa. Mir� hacia la puerta,
por alguna raz�n Kitty hab�a echado todos los cerrojos de la casa. Camin� de
puntillas para ver qu� provocaba aquel concierto de gemidos y lo que vi me caus�
gran extra�eza, aunque comprend�a.



Sobre uno de mis sillones estaba Kitty casi recostada. Ten�a
la blusa abierta y no llevaba sost�n. Con una de sus manos sosten�a la espina
dorsal de Carmela y con la otra mano le tocaba sus partes. La gata, como estaba
en celo, reaccionaba con toda la pasi�n animal que podr�a esperarse, y le
encajaba las u�as en los pechos, cosa que a Kitty parec�a excitarla mucho. La
cara de Kitty era la de un gato celestial, con su cuello dispuesto a recibir una
daga, con la boca abierta, casi maullando. Sus ojos bien cerrados.



Creo que despu�s de esto no exist�an secretos entre ambos. Me
acerqu� silencioso y ayud� con mi mano izquierda a tocar el sexo de Carmela,
cuidando de rozar los dedos de Kitty, para que supiera de mi presencia. Ella
abri� sus ojazos y me clav� una mirada felina, rechaz�ndome a mi, que era perro.
Pero ella distaba mucho de negarse a lo que fuera. Tom� mi mano izquierda y la
coloc� debajo de su falda. Sent� en mis yemas que no llevaba ropa interior.
Comenc� a provocar a las dos gatas, la una animal, la otra humana. Con mis manos
fui dilatando aquel sexo de Kitty, que emanaba grandes cantidades de jugo. Ella
hac�a toda serie de ruidos que resonaban en las profundidades de mi alma.
Carmela era una especie de motor encendido que med�a con su temblar la cantidad
de orgasmos que Kitty conten�a y guardaba para nadie hasta ahora.



Levant� su falda y comenc� a lamer, a lamer con mi lengua de
perro, c�lida y larga, suave. M�s que lamer, estaba devorando todo aquel jugo y
la t�cnica para hacerlo la hab�a aprendido de Ponchy una vez que le puse a
limpiar una vasija en la cual se me hab�a reventado un huevo. Esa vez �l lami� y
lami� hasta que no qued� ning�n rastro de la clara o de la yema. As�, yo
realizaba un libar mam�fero en que beb�a la miel m�s dulce que hubiese probado.



Pas� de su sexo a besar su boca. Ella comenz� a darme de
mordiscos, saboreando su propio sabor, mientras me desnudaba con sus manos que
de vez en vez me rasgu�aban. Me dej� desnudo mientras sus manos jugaban con mi
cuerpo como si fuese el de un rat�n que devorar� si quiere. Sus rasgu�os me
erotizaban sin l�mite.



Yo ten�a mi pene de perro bien erguido y con la piel
replegada a escasos tres cent�metros de la punta. Ella acerc� su cara y comenz�
a tocar mi glande con la punta de su lengua, que era inusual. Gata al fin, la
textura de su lengua era rasposa, como una lija divina que sana la sensibilidad
de cualquiera. Con esa lengua felina me hizo llegar a terrenos del placer que no
hab�a imaginado, al grado que cuando engull� en sus fauces mi miembro todo en el
universo desapareci�. Sent�a que a trav�s de aquel hoyo negro que era su boca se
consum�a el cosmos como lo conocemos. Cre� ver todo oscuro, s�lo �ramos ella y
yo.



Yo le hablaba, le dec�a que era bella, que era una diosa, y
ella se erizaba a cada palabra, como si �stas la tocaran. Mis palabras la
sujetaron como dos brazos y la pusieron en cuatro patas. Le lam� nuevamente su
sexo y enfil� mi miembro perruno y comenc� a penetrarla con la vehemencia de un
perro. Nada exist�a m�s all� del deseo. Ella con su boca mord�a uno de los
cojines del sill�n y con sus manos ara�aba el respaldo de �ste. Su culo estaba
alzado de una manera deliciosa, as� que la pose� con toda la fuerza que ten�a.
Cuando me pongo tan caliente, mis test�culos se retraen y pasan a formar parte
de mi miembro, as� que le met�a la piel lisa de mi falo y parte de la piel
arrugada de mis test�culos. Ella sent�a orgasmos con mucha frecuencia y yo
estaba sinti�ndome en el borde en que no regarse dentro de la hembra es una
misi�n m�s que imposible. La sujetaba de las caderas y al momento que empujaba
hacia delante mi tranca, jalaba hacia m� su culo, estrell�ndolo. Ella gem�a, yo
inclinando mi espalda como un jorobado ba�aba de sudor la espalda de ella que
estaba empapada de sus propios l�quidos. Mi ser se desvaneci� cuando comenc� a
verter toda mi leche dentro de su cuerpo, vaci�ndome, exhausto, me dol�a
respirar, no quer�a hacerlo, quer�a permanecer en aquel silencio misterioso.
Desde luego, como buen perro no saco mi miembro de su cuerpo luego de terminar
la faena.



Ella, a distinci�n de mis anteriores novias, no rehu�a a
esto, no me ped�a que me saliera de ella, no me apartaba de s� luego de
terminar. Por el contrario, ella tocaba la parte en que estar�an mis test�culos
y la apretaba, como cercior�ndose que no dejara ninguna gota por regar. Trayendo
hacia s� mi cadera, para que no me marchara nunca. Volte� la cara y su cara era
de gata, tan bella como la primera vez que vi los ojos de Carmela, a quien desde
ahora llamar� tambi�n Milla. Me lanza una sonrisa de gata. Por poco y lloro s�lo
de pensar que los gatos son mejor de lo que cre�, y que ojal� esta gata m�a, no
se marche nunca.



La realidad como tal, no existe. Somos justo como los otros.




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Relato: La verdad sobre perros y gatas
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