Relato: Los famosos de Lily (3)





Relato: Los famosos de Lily (3)

LOS FAMOSOS DE LILY III


Eran otros tiempos. Los hombres siempre han sido muy puteros,
ampar�ndose en que eso est� en su naturaleza humana y no se puede luchar contra
los instintos b�sicos. Las mujeres, que tambi�n han tenido siempre instintos
b�sicos se echaban amantes de tapadillo o acud�an a que les hicieran consquillas
en sitios de absoluta confianza, como era el caso de Lily. Eran mucho m�s
numerosos los puteros que las puteras, por eso la proporci�n de mujeres en el
negocio de mi patrona era muy superior, como de cuatro a uno, a los hombres.
Cuando yo llegu� Pichabrava (un elmento a considerar en estas historias) se
acababa de marchar a USA, Las Vegas, huyendo de un desaguisado; Cary, un
bisexual guapet�n, de maneras demasiado relamidas para mi gusto, estaba pensando
en dar un buen braguetazo, femenino o masculino, no importaba. Al final fue
masculino y se convirti� en el amante en la sombra de un conocido actor
(entonces no se estilaba, ni mucho ni nada, el salir del armario) con el que se
fue a vivir a Par�s-La France. Anto�ito era un gitano reclutado por Lily en el
cante jondo y aunque no pose�a mucha cultura su encanto natural volv�a locas a
muchas de las arist�cratas, clientes habituales de Lily.


Con el tiempo llegu� a conocer a todos mis colegas. Algunos
realmente ex�ticos, como un talentazo, un genio, catedr�tico de sociolog�a,
psic�logo y psiquiatra, fil�sofo, economista a ratos perdidos, muy conocido por
sus art�culos en prensa analizando la evoluci�n sociol�gica del espa�olito de a
pie. Un d�a, de buenas a primeras, dej� la universidad alegando que necesitaba
escribir una novela muy importante que acabar�a pasando a la historia de la
literatura. Era una compulsi�n que no pod�a evitar. En realidad hab�a sido
captado por Lily, quien le hab�a visto en uno de sus videos comportarse como un
tarz�n con una de sus pupilas. Recibi� la propuesta ligeramente escandalizado,
pero tras reflexionar un par de noches y descubrir las posibilidades que se le
abr�an de tirarse a las damas m�s hermosas y aristocr�ticas de este pa�s ( una
irresistible y morbosa necesidad que ya le hab�a tra�do alg�n que otro
quebradero de cabeza) dijo s� a Lily, como un novio enamorado ante el altar que
consagrar�a su felicidad, largo tiempo buscada.


Algunos de los sementales de Lily proced�an de la
prostituci�n pura y dura, de saunas y masajes, de contactos en la prensa, de
cafeter�as... Tras un curso intensivo de reciclaje Lily los adoptaba en su
negocio.. Lo m�s escogido de su cuadra eran modelos o universitarios como
Johnny. En cuanto al g�nero femenino dejamos su enumeraci�n para m�s adelante,
puesto que las andanzas de Zoil�n nos permitir�n ir conociendo a todas las
pupilas de Lily.


A la primera que conoci� Zoil�n fue a Mariloli, quien nada
m�s verle se encerr� con Anabel en un cuarto de ba�o y puso el grito en el
cielo. �Que qui�n se pensaban que era ella para pedirle que se acostara con
semejante monstruito!. Que hasta aqu� hab�amos llegado. Anabel, con mucha mano
izquierda, la calm�. No era una orden indiscutible de Lily, sino un favor que
ella sabr�a agradecer adecuadamente. Adem�s, explic� Ani, entre risas, en
realidad el monstruito se conformar�a con un streap-tease, era m�s un voyeur y
un eyaculador compulsivo, que un matador nato. Bastar�a con que se desnudase
para que Zoil�n quedara satisfecho y ella se lo podr�a llevar el resto de la
noche, puesto que le interesaba mucho enterearse de las historias de famosos, de
que tanto alardeaba Pajarito Cantor.


As� se hizo. Mariloli puso a mal tiempo buena cara y se marc�
un streap-tease que dej� a Zoil�n flotando sobre una nuebe de espermatozoides.
estaba feliz como un ni�o y en la euforia del momento se atrevi� a suplicar go
que cre�a no haberse merecido a�n. Mirando de refil�n a Mariloli, a la que tem�a
-con ese instinto certero de los pervertidos, que saben hasta el grado de
rechazo o aceptaci�n que despiertan a su alrededor- en voz bajita, de pajarito
cantor aterrorizado, manifest� su deseo de ver un numerito l�sbico entre ambas.


Mariloli se le qued� mirando con tal expresi�n que Zoil�n
estuvo a punto de salir corriendo, pero el aburrimiento y el deseo que
despertaba en ella Anabel, una mujer tan atractiva para hombres como para
mujeres, pudo m�s que su repugnancia a ser contemplada por aquel monstruito y
volvi�ndose hacia la mulata ambas se pusieron de acuerdo con un sutil pesta�eo.
El sexo es uno de los actos m�s intimos que puede realizar un ser humano, junto
con el nacimiento (que va dejando de serlo gracias a una mentalidad nueva) y la
muerte (un tab� complicado donde los haya) y nada molesta m�s que te vean
copulando, sobre todo si se trata de extra�os. Los profesionales del sexo
necesitan de un largo y costoso entrenamiento para superar las inhibiciones y
verg�enzas de ese "aqu� te pillo, aqu� te mato" sin comunicaci�n previa, que tan
frecuente es en las relaciones sexuales mercenarias. Convertirse en espect�culo
para mirones resulta a�n mucho m�s costoto, aunque entre los profesionales del
sexo pasar de la prostituci�n al streaptease o al rev�s, del cuarto cerrado al
sal�n abierto, al cabaret porno, es tan sencillo como pasar del cigarrillo al
porro, para los de mi generaci�n.


Tanto Anabel como Mariloli, que hab�a sido reclutada en una
sala de fiestas donde realizaba un numerito triangular, eran avezadas
profesionales del voyeurismo, capaces de aislarse del entorno y disfrutar el
momento todo lo posible. Anabel se desvisti� a su vez y Zoil�n puso los ojos en
blanco. No era capaz de mover un solo m�sculo mientras las damitas se recostaban
en el lecho, comenzando un largo juego de caricias. A�n recuerdo la impresi�n
que me produjo la contemplaci�n de un numerito l�sbico. No fue el menage a trois
en el que particip� con Anabel y Lily, sino bastante antes, en plena etapa
universitaria, cuando mi �xito con las mujeres empezaba a sub�rseme a la cabeza.
Las bromas, novatadas, gamberradas y toda clase de comportamientos de este jaez
estaban a la orden del d�a. No importa estar bajo la f�rula de una dictadura,
espiado por mil ojos que te quieren mal o disfrutando de la libertad democr�tica
que te permite hacer lo que quieras mientras no te metas con los dem�s, los
universitarios siempre ser�n libres, vitales y con muy mala baba, cuando quieren
divertirse a costa de otros. Pero estos episodios de mi vida universitaria ser�n
contados en otro momento y lugar.


Para Zoil�n aquella era la primera ocasi�n en que le era dado
contemplar un n�mero l�sbico (no sol�a frecuentar antros de perdici�n por temor
a sufrir un pasmo del que no pudiera recuperarse). La experiencia fue tan
intensa, tan org�smica, que sufri� un s�ncope. Zoil�n cay� hac�a atr�s, cuan
largo era... y eso le salv� la vida. S�, porque de haber medido unos cent�metros
m�s la ca�da hubiera sido mortal de necesidad puesto que se desplom� a plomo y
su cabecita de pepino rebot� contra el suelo, haciendo un "plof" tan suave que
no distrajo la atenci�n de las dos amantes que segu�an a lo suyo.


Zoil�n qued� all�, boca arriba, los ojos cerrados, mirando en
su interior una escena que lamentar�a haberse perdido durante el resto de su
vida. El rostro cer�leo y el cuerpo m�s r�gido que el de un cad�ver intentando
hacer footing. Las damitas se lo tomaron con calma, aunque no hay calma que no
termine en orgasmo, antes o despu�s. Expertas como eran la experiencia result�
agradable y la excitaci�n clitoridiana alcanz� la intensidad adecuada. Los
gemidos indicaron algo m�s que un deseo inconcluso. Sudorosas se precipitaron
hacia el cuarto de ba�o, buscando en la ducha la limpieza de humores que sobran
cuando uno vuelve a la normalidad. Conozco pocas mujeres para quienes la higiene
no sea ese suave cosquilleo clitoridiano que anuncia el advenimiento del placer
y la est�tica el gran ventanal desde el que contemplar hermos�simos paisajes. La
mayor�a, adem�s, suele tener un olfato tan sobrado de revoluciones que hasta
detectar�an el arcoiris oloroso de un macho a una lengua de distancia.


Pero no fue el olor de Zoil�n lo que detectaron sino su
cuerpo de fetillo, r�gidamente aplastado contra el suelo y con los ojos en
blanco. Anabel, en su loca carrera por llegar antes al cuarto de ba�o que su
compa�era, pis� algo blando y la luz se hizo en su consciencia. �Dios mio!
-pens�- nos hemos olvidado de Zoil�n. Fue un tropez�n oportuno, porque de otra
forma aquel fetillo hubiera permanecido all� hibernado al menos el tiempo que el
oso Yogui tarda en notar la primavera al olor de una buena merienda en el parque
Yellostown. La cuidada planta del pie se hab�a posado castamente sobre la
barriguita de Pajarito Cantor que no se inmut�. Pero s� Anabel que exhal� un
gritito y llam� espantada a Mariloli.


Visto as�, indefenso como un beb�, no es extra�o que Anabel
sufriera un fuerte s�ncope maternal y acabara llamando a gritos a su compa�era
que se hab�a puesto ya bajo la ducha. Regres� la otra y visto el panorama lleg�
a pensar que Zoil�n hab�a palmado de un infarto cerebro-sexual. Ani no pensaba
lo mismo y le pidi� encarecidamente que se hiciera con una doble raci�n de algo
fuerte, lo que fuera. Pero Mariloli ten�a fama de bruta y no sin raz�n.


-Si est� vivo te aseguro que a este lo despierto yo, como me
llamo Mariloli.


Y pini�ndose en cuclillas, desnuda como estaba, abofete� el
rostro del pobre Zoil�n sin compasi�n alguna. Zaca y zaca y rezaca. Un bofet�n
iba y otro ven�a. Pero Zoil�n no despertaba, ni se quejaba, ni mov�a un m�sculo
de su rostro. Anabel se lanz� como una loba sobre la bruta de Mariloli y la
sujet� como pudo, para librar a su beb� de tan infernal castigo. Pudo
convencerla de que el agua de fuego es siempre m�s efectivo que un castigo en el
cuadril�tero y por fin Mariloli entr� en raz�n y sali� disparada en busca de la
�ltima botella de vodka que hab�a visto no sab�a muy bien donde.


Cuando regres� con la botella y un vaso Anabel le estaba
haciendo la respiraci�n artificial a Zoil�n, con gran dedicaci�n. Pero ni por
esas. Ani arrebat� botella y vaso de las manos de su compa�era y sirvi� una
cuantiosa raci�n que hizo beber a Pajarito Cantor, poni�ndole el vaso en los
labios y levant�ndole la cabeza para que no se atragantaria. Buena parte se
derram� pero el resto hizo su efecto. Zoil�n comenz� a revivir y a toser. Anabel
dio un suspiro de alivio y la bruta de Mariloli remat� la faena a bofetada
limpia. El pobre hombre despert� sobresaltado y se cag� en todos los muertos de
Mariloli a quien tuvo que sujetar Anabel de las mu�ecas.


Convencidas las damitas de que el enfermito hab�a vuelto a la
vida, ni cortas ni perezosas volaron hacia la ducha donde estuvieron largo rato
recibiendo favores acu�feros de la diosa Higiene y prodig�ndose caricias
placenteras. Al regresar Zoil�n estaba ya de pie, montado en el burro de la
santa c�lera, y dispuesto a cargarse a Mariloly, aunque fuera lo �ltimo que
pudiera hacer en esta vida miserable. Se arroj� sobre la desnuda jovencita, que
cay� al suelo y Zoil�n encima de ella, montado como un verdadero semental. Puso
sus manitas en el cuello de la acongojada dama y comenz� a oprimir todo lo que
pudo, que era poco, pero a�n as� Mariloli comenz� a ponerse de un color m�s bien
viol�ceo. Entonces intervino Anabel que se arroj� desnuda, como estaba (se le
hab�a ca�do la toalla del susto) sobre ambos, con la intenci�n de salvar la vida
de quien pudiera.


Ambos tres rodaron por el suelo muy unidos y de pronto Zoil�n
dej� de apretar el cuello de Marilloli y se qued� quieto, paralizado,
traspuesto. Su berrinche no pudo con el morbo sensual de la escena que estaba
viviendo, casi sin darse cuenta, y alcanz� un orgasmo repentino, atroz, casi
doloroso. Explot� como una bomba de hidr�geno y el torrente seminal rebot�
contra el pa�al, ba�� su vientre y se qued� all�, pegado como una colonia de
mejillones al acantilado. Las desnudas damistas se levantaron, espantadas,
pensando que esta vez, esta vez s�, Zoil�n hab�a palmado de verdad y sin posible
marcha atr�s. Ten�a los ojos fuera de las �rbitas, enrojecidos, clavados en el
techo como si all� estuviera la mism�sima Venus Afrodita, colgada boca abajo,
con su divino sexo rezumando elixir sobre la boca de Zoil�n, que la ten�a muy
abierta, como esperando ese torrente de l�quido hormonal divino que inundar�a su
paladar y se deslizar�a por la tr�quea, la glotis, bajar�a por la garganta,
pasar�a por el vientre a todo galope y se incrustar�a en el pubis, justo entre
ambas pelotas, en ese lugar por donde comenzar�an a resucitar los muertos
machos, en el juicio final, si hubiera verdadera justicia y no mandaran siempre
los politicamente correctos.


El rostro de Pajarito Cantos superaba con creces el efecto
que produce en un mel�mano el poema del �xtasis de Schiavin, una m�sica que
recomiendo a quienes no hayan oido nunca. Se le ve�a tan feliz, pero tan, tan
feliz, que ambas damas no pudieron evitar que de sus ojitos maternales brotaran
unas l�grimas de reconocimiento a la naturaleza que produc�a semejantes efectos
en sus hijos. Hasta la bruta de Mariloli se sinti� conmovida momentaneamente y
lleg� a pensar (momento cumbre en su vida espiritual) que un hombre que es capaz
de confundir el �xtasis sexual con el m�stico, bien perec�a, por lo menos, por
lo menos una chance.


Continuar�.


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