Era una de esas tardes del verano donde el calor agobia, y
por m�s que quer�s dormir la siesta no se puede porque las s�banas se pegan a tu
cuerpo. Y para que mentir, no s�lo era el calor del verano, mi cuerpo estaba
encendido de tanto deseo sin apagar. Cada roce con la s�bana excitaba m�s y m�s
mi cuerpo desnudo, mis manos recorr�an mi piel sudorosa, mis pechos hinchados;
mis dedos penetraban mi sexo h�medo para poder satisfacerlo pero no era
suficiente.
En mi cabeza daba vuelta lo que me dec�an mis amigas cuando
me qued� viuda: "ning�n hombre va a venir a golpearte la puerta, tienes que
salir a buscarlo". Esa tarde me decid� a hacerlo, tambi�n porque tiempo atr�s me
hab�a dado resultado: as� hab�a conocido a mi marido.
Ya eran las 7 de la tarde y me vest� para ir a mirar
vidrieras, esperando encontrar a un hombre que me mirara a mi. Me puse mi
vestido azul bien ajustado y escotado, que enloquec�a a mi marido. Se adher�a a
mis abundantes caderas y muslos, cubiertos por medias de seda al tono. El
generoso escote dejaba vislumbrar mis 110 de busto, y los escond�a levemente con
una chalina de tela transparente. Mis tacones altos, negros, de pulsera, mi
cabello suelto y bien maquillada. Me mir� al espejo y me vi como demasiado
provocativa, pero estaba dispuesta a todo por una tarde de lujuria
Sal� y me tom� un taxi, sin pensar que ah� har�a mi primer
conquista.
Era un moreno fornido, bien puesto que no dejaba de mirarme
por el espejo, y me daba charla, y con sus preguntas me llevaba a terrenos
personales y a mi me daba un poco de verg�enza. Pensaba, si lo que me dice este
hombre me da verg�enza, �c�mo har� si alguno se me acerca en la calle?. Cuando
llegamos a destino me dio la tarjeta del radiotaxi y me escribi� su m�vil
detr�s, dici�ndome un par de piropos hermosos y que no dejara de llamarlo en
caso de necesidad. Le sonre� un poco sonrojada y me baj�.
Mientras caminaba se me acercaron algunos hombres, pero
bastantes lascivos todos, dici�ndome cosas que s�lo aumentaban mi calentura,
pero no ten�a el coraje de contestar.
Cada vez m�s frustrada me met� en un bar y al abrir el bolso
me encontr� con la tarjeta del taxista . �Porqu� no?, me pregunt�. Y al
llamarlo, en 20 minutos lo tuve sentado en mi mesa.
Era un hombre muy respetuoso pero a la vez muy fogozo, me
trataba de usted y me com�a con los ojos. Era reci�n separado y muy solitario,
todav�a a�oraba a su mujer. Se llamaba Pedro. A un cierto punto me dijo si
pod�amos seguir charlando en un lugar m�s �ntimo y acced�
Terminamos en el cuarto de un hotel que estaba muy cerca. En
cuanto cerr� la puerta, empez� a manosearme por todas partes, a besarme
desesperado. Me ten�a abrazada y me levant� la falda para acariciarme el culo,
con toda su mano y yo sent�a su miembro duro y grande apretado en los pantalones
que hac�a fuerza por salir. Me baj� las bragas y jugaba con sus dedos en mi
mojada vajina, y me chupaba los pechos. Yo a ese punto estaba desesperada, me
mor�a porque me penetrara. Le baj� el cierre y saqu� a la luz ese miembro
hermoso, grande, duro y suave, que empec� a pajear con maestria. El hombre
tampoco pod�a m�s, su cara estaba transformada de deseo y lujuria. Me llev�
hasta la cama, conde yo me puse en cuatro, con la falda levantada como la ten�a
y las bragas por las rodillas ofreci�ndole mi concha hinchada y mojada de tantas
ganas que ten�a de su pija. El ni se sac� los pantalones, se los baj� un poco y
me ensart� hasta el fondo haci�ndome ver el cielo. Se prendi� de mis tetas y me
las sac� por encima del escote para amasarlas bien y tironearme los pezones, a
cada embestida mi cuerpo vibraba y se arqueaba. Los dos gem�amos como locos, y
al apretarme fuerte los pezones empec� a acabarlo, con fuertes espasmos,
ba�andolo por completo hasta que no aguant� m�s y me llen� de su leche caliente.
Esa tarde Pedrito me hizo olvidar de mis tristezas, descubr�
un macho dulce y potente, apasionado y viril, incansable. Por mucho tiempo
fuimos amantes, a�n cuando su mujer volvi� a casa.
Pero era tan celoso como apasionado, y a pesar de volver con
su mujer, no quer�a que yo hiciera mi vida con otro hombre, no quer�a
compartirme. Y a decir verdad, yo empezaba a echar de menos los jueguitos que
hac�a con mi marido.
Ya lo hab�a acostumbrado a que cuando me lo montaba me
gustaba chupar el consolador� y una tarde le propuse que invitara a un amigo
suyo que yo conoc�a, y que sab�a que yo le gustaba bastante, porque a decir
verdad, tambi�n lo hab�a provocado cuando Pedro no nos ve�a. Pero se neg�
rotundamente, me hizo una escena de celos y nunca m�s apareci�.
Menos mal que segu� viendo a su amigo que no ten�a tantos
prejuicios��