Relato: Vacaciones de Semana Santa (3)



Relato: Vacaciones de Semana Santa (3)

El Coronel Rodr�guez entr� en la habitaci�n en la que
manten�an prisionera a Sharon. Esta mir� al coronel sin poder creer lo que ve�a.
Efectivamente, Rodr�guez estaba en pelotas. Era un t�o fuerte pero con una
barriga prominente, bastante pelo y tatuajes en una parte apreciable de su piel.
Adem�s ol�a a alcohol y sudor desde lejos. A Sharon le dio asco s�lo de verlo y
y tener que permanecer desnuda e indefensa ante �l e hizo lo indecible por
soltarse de sus ataduras agit�ndose hist�rica. Rodr�guez sonri� cruelmente al
verla y cerr� la puerta tras de s�. Hecho esto puso una tranca diciendo. No
quiero que nadie nos moleste preciosa, t� y yo vamos a pasar juntos unas horas
inolvidables. Est� usted loco, grit� ella alarmada, deje que me marche, no hemos
hecho nada. Rodr�guez no le hizo ni caso, sino que se fue hasta el v�deo y
enfoc�ndolo hacia ella dio al bot�n de rec.


Entonces cogi� un cigarrillo y lo encendi� mientras se
acercaba lentamente a ella. Evidentemente la visi�n de Sharon desnuda y
maniatada a la silla le debi� excitar pues su pene empez� a crecer y engrosarse.
Fue entonces cuando ella lo vio en toda su plenitud. Una polla gruesa y venosa
que desafiaba la ley de la gravedad. Una de esas pollas oscuras y llenas de
venas moradas con el glande morado y brillante. Una gota de semen trasl�cido
amenazaba con caerse en cualquier momento de la punta. Involuntariamente Sharon
se moj� ante la perspectiva de que �l la penetrara con semejante instrumento.


Sin embargo, cuando se acerc� lo suficiente, a ella se le
revolvi� el est�mago. �Qu� asco!, dijo la joven torciendo la cara.
Efectivamente, la polla de Rodr�guez ol�a muy fuerte entre otras cosas por la
falta de higiene. Sin embargo, el Coronel no se alej� ni se inmut� y empez� a
acariciar a placer a su indefensa prisionera. Vamos preciosa, �acaso no te
gusto?, le dijo mientras le manoseaba sus suaves pechos, los muslos firmes, su
cuerpo c�lido que temblaba en sus manos. Sharon cerr� los ojos y volvi� el
rostro asqueada de que ese cerdo la manoseara as� D�jeme ir, volvi� a decir ella
cuando el coronel le oblig� a mirarle a la cara. Por toda respuesta �l le
pregunt�. Dime gringa �Te gusta chupar pollas?. Sharon no contest�, abri� mucho
los ojos y apret� los labios negando con la cabeza, por nada se la chupar�a a
ese cabr�n. �No?, no te creo, seguro que eres una chupapollas profesional, le
dijo el Coronel agarr�ndole del pelo y toc�ndole la cara con el pene. Con ese
gesto el coronel le pring� la cara de semen y ella grit� con los ojos crispados
y los labios prietos, intentando apartarse in�tilmente.


Entonces el s�dico Rodr�guez se ri� a carcajadas, le solt�
del pelo y le dio una bofetada. Puta asquerosa, me la vas chupar quieras o no.
Otra vez se oyeron los gritos desesperados de Missy y de otra mujer, seguramente
Sara, la prostituta ind�gena. �Qu�..?, �qu� les est�n haciendo..? �Las
est�n....? pregunt� Sharon con su cuerpo perlado de sudor y el coraz�n
palpitando a mil. Rodr�guez no contest� enseguida. Cont�steme, d�game algo, �qu�
est� pasando?. Te preguntas si est�n torturando a tu amiga, �verdad?, �T� que
crees?, y al decir esto Rodr�guez empez� a levantar la s�bana que cubr�a el
carrito. Quiero que veas lo que tengo aqu� gringa, quiz� te vuelvas m�s
obediente.


Sharon observ� aterrorizada c�mo bajo la s�bana aparec�an lo
que en un primer momento confundi� con instrumentos quir�rgicos. En realidad era
la colecci�n de instrumentos de tortura del coronel. All� hab�a un poco de todo:
un aparato para producir descargar el�ctricas, consoladores con protuberancias,
pinzas de la ropa y pinzas dentadas, velas, una cajita con agujas, un soldador y
otra serie de cosas que Sharon no pudo identificar a la primera. No, por favor,
dijo la joven con los ojos fijos en todo aquello y a punto de echarse a llorar,
ll�vese eso, no me haga da�o. Har� lo que usted quiera, pero no me toque con
esas....cosas. Bueno, eso depende de ti y de lo buena que seas conmigo. Si no
quieres que empiece a utilizar los juguetes ahora mismo tendr�s que cooperar, y
diciendo esto le puso la polla delante de la cara.


Sharon ten�a l�grimas en los ojos y temblaba de puro miedo,
pero quer�a evitar a toda costa que el coronel la torturara, as� que, venciendo
su repulsi�n acerc� poco a poco sus labios al pene de su verdugo. Sharon ten�a
sus ojos cerrados de modo que cuando sus labios rozaron la suave piel del pene
puso un gesto de disgusto. No es que la joven le hiciera ascos a una buena
mamada, ya estaba acostumbrada a eso con los chicos de su instituto, pero es que
aquella polla ol�a muy mal y ese t�o era un cerdo gordo y fascista que s�lo le
inspiraba asco. S�lo el terror al dolor le hizo vencer su repulsi�n y sac� la
lengua para empezar a lamer y chupar el miembro del coronel. S�lo pudo hacerlo
por un segundo. Las nauseas le vencieron y apart� la cara asqueada. No puedo,
por favor, no me obligue, qu� asco.


El rechazo de ella apenas afect� a Rodr�guez quien no perdi�
los nervios en ning�n momento. Eso tambi�n formaba parte del juego. De este
modo, el Coronel dio una calada a su cigarro y con la punta incandescente quem�
a su prisionera en el costado, entre las costillas. Sharon lanz� un grito de
dolor y acto seguido se mir� llorando la peque�a quemadura que le hab�a hecho el
coronel. Est� usted loco, hijoputa, me ha quemado, es usted un cabr�n, Dios. Ya
te advert� que fueras buena, dijo �ste, ahora tendr� que utilizar m�todos m�s
persuasivos para convencerte, y se fue hasta el carrito en busca de algo para
"acariciar" a su prisionera.


Rodr�guez dud� unos momentos y volvi� hacia la silla de
Sharon con unas peque�as pinzas dentadas. Ella segu�a insult�ndole y pidi�ndole
piedad alternativamente, pero �l sigui� a lo suyo. As� se arrodill� ante ella y
le puso delante de sus llorosos ojos una de las peque�as pinzas. El coronel
habr�a y cerraba la pinza burlonamente. �Cu�l prefieres?, le dijo. �El derecho o
el izquierdo?. No, no, por favor, no lo haga, por lo que m�s quiera, no lo haga,
dec�a ella con l�grimas en los ojos apartando in�tilmente el pecho de las
mand�bulas de la pinza. �No te decides?, bueno no importa, elegir� yo por ti. Y
diciendo esto le cogi� un pellizco con los dedos en su pecho derecho, muy cerca
de la aureola del pez�n y le cerr� la pinza dentada que se clav� mordi�ndole la
carne. La joven volvi� a gritar como una loca, agitando todo su cuerpo de dolor
y de rabia. Seguida a la primera, el coronel le puso la segunda en el mismo
pecho desoyendo los gritos desesperados de Sharon. �Verdad que duele?, le
pregunt�, mientras le segu�a poniendo las pinzas en el pecho izquierdo. Quiz�
despu�s de esto te portes mejor conmigo. No, Dios, �qu� da�o!, no siga, no.


Tras adornar los pechos de la joven, Rodr�guez fue al carrito
y volvi� con dos pinzas de la ropa. Y esto es para tus pezoncitos querida. Por
favor, no, contest� Sharon a gritos y agitando sus tetas con la esperanza de que
se soltaran las pinzas. Qu�temelas, por favor, me duele mucho, qu�temelas. No,
no, preciosa, el dolor es muy parecido al placer, ya ver�s c�mo te entran ganas
de hacerme una mamada, y diciendo esto le pellizc� y retorci� los pezones con
los dedos para erizarlos bien y poder atraparlos con las pinzas. Acto seguido se
los aplast� con las pinzas de madera arrancando nuevamente gemidos y lamentos de
la muchacha. �No te gusta esto? Le pregunt� retorciendo y tirando de las pinzas
y disfrutando de las convulsiones de la chica. A muchas chicas les gusta que les
pincen los pezones, les pone muy cachondas. Cuando acabe con ellos los tendr�s
tan sensibles que tendr�s un orgasmo s�lo con el roce de la camisa.


Sharon lloraba y gritaba, las pinzas cada vez dol�an m�s y le
parec�a que le iban a reventar la punta de los pechos. Sin embargo, Rodr�guez
ten�a raz�n, la sensaci�n era muy rara, le dol�a pero en cierto modo le gustaba.
Lo que era insoportable eran las pinzas de cocodrilo que le mord�an la carne de
forma cada vez m�s intensa. De pronto y por sorpresa, la joven not� algo
distinto, y esta vez no fue desagradable. Rodr�guez le hab�a puesto la mano en
el co�o. Ni siquiera la mov�a, pero s�lo el que la pusiera all� le puso muy
caliente, pues sent�a sus cuatro rugosos dedos tocando su sensible piel. �Qu�
hace?, pregunt� ella confusa. �No te gusta que te toque ah�?. F�lleme si quiere,
dijo ella resignada, pero qu�teme las pinzas, por favor, no puedo m�s. No
cari�o, el truco est� en aguantar el dolor mientras te viene el orgasmo, as�
disfrutar�s mucho m�s. Y diciendo esto se puso a acariciarle suave y lentamente,
con sus manos expertas.


Sharon fue cambiando su actitud por momentos, y su gesto
crispado se fue relajando poco a poco. De repente descubri� para su sorpresa que
pod�a soportar el dolor y que �ste iba adquiriendo un significado distinto, m�s
placentero, m�s soportable. El coronel sonri� satisfecho sin dejar de acariciar
a su bella prisionera que cerrando los ojos hab�a echado la cabeza para atr�s y
gem�a con la boca entreabierta. D�jeme, por lo que m�s quiera, volvi� a decir
ella en un suspiro, pero cada vez con menor resistencia y convicci�n a punto de
correrse. Rodr�guez no le dej�, por supuesto, sino que ralentiz� el ritmo de su
mano para alargar un poco m�s el orgasmo. De hecho, apenas le rozaba ya los
h�medos labios de la vagina y el cl�toris, a cambio le volvi� a retorcer uno de
los pezones con las pinzas. El efecto de esto �ltimo fue casi inmediato y Sharon
se empez� a correr con violentas convulsiones y gemidos de dolor y placer. El
coronel introdujo entonces sus dedos en la entrepierna de ella s�lo por el
placer de sentir los m�sculos de su vagina estremeci�ndose.


Tras esto el Coronel se incorpor�. Muy bien preciosa, te has
portado muy bien, esto se merece un premio, y diciendo esto le solt� las pinzas
dentadas de golpe. Sharon lanz� un lastimero alarido mezclado con una palabrota.
Sin embargo mir� con agradecimiento al coronel con l�grimas en los ojos. Las
pinzas hab�an dejado unas marcas blancas que se fueron enrojeciendo e incluso de
uno de los pechos se escapaba un peque�o reguero de sangre que coagul�
enseguida. Las pinzas de la ropa en cambio se quedaron en los pezones por el
momento.


�Me la chupar�s ahora?, le volvi� a decir Rodr�guez
poni�ndole el pene en la cara, pero ella volvi� a apartarla, esta vez con menor
resistencia que antes. Tal es as� que �l s�lo tuvo que volver a torcer su rostro
con un suave movimiento de mano y esta vez ella no se resisti�. En principio
Sharon apret� los labios y cerr� los ojos oliendo y tocando con la cara el pene
del coronel, y manteniendo su gesto de asco, pero finalmente se decidi� y empez�
a lamerlo poco a poco. Rodr�guez sonri� satisfecho al ver que la prisionera
empezaba a ceder y se puso a acariciarle la cabeza. Sharon sigui� y a medida que
lam�a la suave superficie del pene su gesto de asco fue cediendo. Rodr�guez le
iba indicando que fuera a m�s poco a poco con su mano. Ella fue obedeciendo,
lamiendo con la lengua y despu�s con los labios dej�ndose pringar del semen del
coronel. Al fin y al cabo, el olor y textura del esperma no le resultaba
desagradable y le tra�a a la memoria otras felaciones del pasado m�s agradables
y placenteras que �sta. Poco a poco, y sin mostrar la menor resistencia Sharon
se fue metiendo la polla en la boca y empez� a hacer la felaci�n, adelante y
atr�s lenta y suavemente.


Esta vez era el coronel el que suspiraba y gem�a. Ya sab�a yo
que la chupabas bien, sigue as� preciosa, no tengas prisa. Las piernas le
empezaron a temblar pues tambi�n �l estaba a punto de correrse. Entretanto
Sharon hab�a cambiado por completo su actitud y ahora se la chupaba como si
estuviera saboreando un delicioso helado con cierta avidez. Extra�amente ya no
le importaba tanto el mal olor y aunque sus pezones eran aut�ntico fuego
encontraba placentero soportar estoicamente ese dolor intenso pero apagado. Es
como si sus fantas�as se estuvieran haciendo realidad. El pene del coronel en su
boca ya no era un objeto extra�o o desagradable, Sharon cerr� los ojos para
sentir mejor su textura y consistencia, estaba caliente y h�medo y palpitaba por
la sangre que flu�a a borbotones.


De repente y por sorpresa la joven dej� de mamarla y
sac�ndosela de la boca le dijo a Rodr�guez. Me tratar� bien, �verdad?, me
portar� bien, har� lo que me pida, pero no me torture, por favor. Rodr�guez la
mir� divertido, entonces le agarr� del pelo para levantarle la cara y
masturb�ndose unos segundos empez� a eyacular sobre el rostro de la joven. Los
goterones de esperma tibio le cayeron por la cara y el torso y Sharon cerr� los
ojos asqueada y escupiendo semen. L�mpiame la polla, gringa, le dijo Rodr�guez
ofreci�ndole nuevamente su miembro. Sharon un tuvo m�s remedio que hacerlo y
quitarle con la lengua los restos de esperma que a�n le colgaban de la polla.


Mientras su prisionera se la terminaba de limpiar, el s�dico
coronel cogi� la botella y le dio un largo trago. Hecho esto se lo ofreci� a la
joven. Bebe, le dijo, te ayudar� a soportar lo que viene ahora. Sharon le mir�
alarmada. �Qu� quiere decir?, no ir� a...usted me lo prometi�, no puede hacerlo.
Rodr�guez ya hab�a cogido una bola de goma y se acerc� a ella con �nimo de
pon�rsela. Abre la boca, le dijo. No, negaba Sharon desesperada, no me ponga
eso. Te he dicho que abras la boca, obedece. No, no me amordace, no gritar�, se
lo prometo. S� que gritar�s le dijo el coronel retorciendo con sa�a las pinzas
del pecho.


Nuevamente la joven grit� de dolor y el coronel aprovech�
para meterle la bola en la boca por la fuerza. H�bilmente le at� las cintas de
cuero a la nuca y consigui� de este modo que Sharon ya s�lo pudiera emitir
gemidos incomprensibles. As� me gusta, dijo el coronel, calladita como una buena
puta. Y dicho esto se agach� para quitarle las pinzas de los pezones. Primero la
derecha y luego la izquierda. Sharon grit� m�s fuerte que nunca cuando el
coronel le retir� las pinzas, y m�s a�n cuando se puso a masajearle los pezones
con los dedos para ayudar a recuperar la circulaci�n. Sharon gem�a y protestaba
llorando y sacudiendo su pecho. Ped�a por favor que dejara de hacerle eso, pero,
por supuesto, el coronel no entend�a nada de lo que dec�a ni le hac�a caso.


Terminado el masaje le inspeccion� los pezones con
detenimiento. Est�n muy irritados, �pobrecita!,le dijo, y se puso a chuparlos
delicadamente. Esta vez Sharon ech� la cabeza hacia atr�s y gimi� con los ojos
cerrados con m�s placer que dolor. Rodr�guez sigui� lamiendo y curando los
pechos de ella con la lengua un buen rato y empez� a masturbarla otra vez. Esta
vez Sharon pon�a los ojos en blanco gimiendo tras su mordaza y dejando escapar
hilos de baba que no pod�a controlar y que mojaban su cuerpo y la cara del
coronel. Este sigui� con el "tratamiento" hasta que la joven se volvi� a correr.


�Qu� puta eres!, exclam� el coronel cogi�ndole de la cara, y
ella la apart� con fuerza y se ech� a llorar desconsoladamente ocultando su
rostro contra el hombro. No creas que tus l�grimas me van a ablandar, jovencita.
Eres un ser inmoral y perverso y vas a pagarlo.


Dicho esto cogi� un peque�o frasco de cristal y derramando
una pomada transparente en sus dedos se puso a extend�rsela a Sharon por los
pechos. Tras esto el coronel cogi� un pulverizador de agua y empez� a mojar el
torso de la joven. Sharon protest� y apart� la cara al notar el agua fr�a sobre
su piel y de repente se qued� helada. El coronel hab�a ido a la mesita a buscar
el generador el�ctrico y lo llevaba hacia ella. Hasta ahora he sido muy bueno
contigo, pero ahora me voy a poner serio.


Sharon negaba hist�ricamente, un sudor fr�o se apoder� de su
cuerpo y perdi� el control de sus esf�nteres de puro miedo de manera que se le
escap� algo de orina. El coronel procedi� r�pidamente, cogi� uno de los cables
de electrodo y se lo medio enroll� a uno de los pezones fij�ndolo despu�s con
dos trozos de cinta aislante cruzados en x, y lo mismo hizo con el otro pecho.
Hecho esto se alej� de ella y acerc� otra silla para sentarse con el generador
el�ctrico a unos dos metros de su v�ctima. Ahora ten�a el carrito al lado y
cogi� la botella para beber un gran sorbo, asimismo encendi� un cigarro y fum�
tranquilamente mirando con inter�s a la joven.


Sharon hab�a dejado de pedir piedad, pues era completamente
in�til, s�lo miraba a su torturador con l�grimas en los ojos, esperando a que
empezara con el tormento. Respiraba con profundidad y su coraz�n acelerado daba
unos latidos que a ella le sonaban como ca�onazos. �Por qu� no empezaba ya ese
cerdo?, ella no suplicar�a m�s, no le dar�a ese gusto. �Tienes miedo?, pregunt�
Rodr�guez. Ella minti� negando con la cabeza. Muy bien, entonces, procedamos, y
con un movimiento de mu�eca mand� la primera descarga hacia sus pechos.


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