Relato: Secuestro y primeras experiencias SECUESTRO Y PRIMERAS EXPERIENCIAS
Relato Ficticio
Poco a poco recobran el sentido. Est�n adormiladas, en el
interior de un cuarto oscuro y peque�o, aisladas, encerradas bajo llave.
Comienzan a recordar lo que les sucedi�. Estando en las afueras del pueblo,
paseando y jugando con otras ni�as, en aquella ma�ana preciosa de verano,
disfrutando de las vacaciones estivales, una furgoneta for�nea, desconocida,
par� junto a ellas. Baj� una se�ora elegante, de la ciudad. Con amplia sonrisa
les ofreci� caramelos, bombones y globos, adem�s de bonitos y curiosos regalos
infantiles. Las confiadas chiquillas se acercaron, y aceptaron encantadas los
presentes. Nunca antes los hab�an visto. La se�ora les hablaba en t�rminos
cari�osos, simp�ticos. De detr�s de la furgoneta aparecieron s�bitamente varios
hombres que se abalanzaron sobre las confiadas peque�as. Sus amigas
lograron escapar, pero ellas tres no. Fueron agarradas con brutalidad, y
violentamente introducidas en la furgoneta, que arranc� a gran velocidad, hacia
rumbo desconocido. Aplastadas contra la colchoneta del suelo por los hombres,
fueron maniatadas de manos y pies con gruesos cordeles. Las amordazaron. Las
narcotizaron colocando sendos pa�uelos sobre sus tiernas caras infantiles.
Perdieron la conciencia enseguida. Durmieron profundamente, por varias
horas.......
De repente tres se�oras entran en la celda oscura. Las llevan
en volandas hasta un gran cuarto de ba�o. All� son desvestidas sin
contemplaciones, de pies a cabeza. A la primera quitan la camiseta veraniega,
los pantaloncitos y las bragas. A la segunda arrancan el corto vestido y
las braguitas. A la tercera despojan de la blusa, la faldita y las bragas. Son
despose�das de sandalias y zapatillas. Son arrojadas a la gran ba�era. Son
limpiadas con la espumosa agua caliente, enjabonadas de pies a cabeza. Sus
cabellos son bien limpiados. Sus u�as son cortadas y pulidas. Sus dientes son
cepillados con arom�tica pasta. Las sacan. Las restriegan con grandes toallas.
Secan bien sus peque�os cuerpos desnudos. Secan, cepillan, peinan sus cabellos
suaves y brillantes. Sujetan blancos lazos infantiles a sus cabellos, sobre sus
cabezas. Echan perfumes infantiles sobre sus cabellos. Pintan sus tiernos labios
con barras de rojo suave. Colorean sus mejillas con polvo rojo suave. Les ponen
encima trasparentes blusas escolares, sin bragas por debajo. Abrochan los
botones traseros de las blusas, de arriba a abajo. Les ponen calcetines de
algod�n, peque�os, cortos, blancos, inmaculados. Anudan sus manos por delante,
quedando bien atadas y amarradas......
Las llevan en volandas a un gran sal�n de estar, iluminado
s�lo con velas y candelabros. Hay varios hombres, quienes las esperan
sonrientes, burl�ndose de ellas de manera grosera. Todos ellos sostienen,
balancean l�tigos y varas. Las asustadas cr�as permanecen de pie, juntas,
apret�ndose entre s�, una contra otra. Est�n espantar, atemorizadas. Lloriquean
sin parar, sollozan con miedo. Tiemblan de pies a cabeza, llenas de gran
angustia. De repente un potente foco de luz es dirigido hacia sus rostros,
humedecidos por las l�grimas. Cierran los ojos. Se los tapan con los brazos,
pero bruscamente se los separan.
Los sujetan firmemente por delante. No pueden taparse
los mojados ojos. Uno de los hombres les pregunta sus nombres y edades. Con
palabras inaudibles, temblorosas, tr�mulas, balbucientes, entrecortadas,
vacilantes, contestan una a una. Se llaman Susana, Sandra y Rosa. Tienen tan
s�lo diez, nueve y siete a�os respectivamente. Rosa es la hermana peque�a de
Susana. Sandra es la mejor amiga de Susana. Es prima carnal de ambas hermanas.
Los hombres estallan en grandes risotadas. Bromean groseramente. Les encanta sus
cortas edades. Son demasiado j�venes, muy tiernas y delicadas. Est�n altamente
excitados y lascivos, como burros en celo, satisfechos y contentos. Se
desabrochan y bajan los calzones. Sus empinados, erectos miembros viriles saltan
con fuerza.
Con gran vigor los zarandean y los sacuden ante las miradas
asustadas de las llorosas cr�as. Los encantados hombres r�en con ganas. Est�n
muy encendidos y excitados. Se tiran sobre ellas. Les desanudan las manos. Las
agarran con fuerza. Desabrochan las blusas escolares por detr�s, hasta el �ltimo
bot�n. Les arrancan las blusas. Las tiran al suelo. Manos gruesas, viriles
recorren sus lampi�os y tiernos cuerpos desnudos. Les hacen da�o. Les hacen
chillar y gritar. Pellizcan y retuercen sus posaderas, sus genitales imberbes e
imp�beres, sus ombligos, sus tetillas, sus diminutos y rosados pezones, sus
peque�os vientres abultados y abombados. No sienten ninguna compasi�n. Laceran y
lastiman a las llorosas cr�as sin contemplaciones. Uno tras otro, agarrando con
fuerza de sus cabellos, tirando de ellos hacia atr�s, las besan brutalmente,
ahog�ndolas, sofoc�ndolas por largo tiempo, empotrando las viriles y gruesas
lenguas en las peque�as bocas infantiles, mordiendo sus peque�as tiernas
lenguas, absorbiendo su dulce saliva, ahog�ndolas con abundante saliva picante.
Otros separan sus peque�os y carnosos gl�teos.
Las fuerzan por el orificio posterior, con los gordos, largos
y gruesos dedos varoniles, sin pena, sin piedad, con salvaje brutalidad. Las
peque�as chillan, gritan, a�llan. Se retuercen convulsivamente, pero las
retienen con firmeza. Las estrujan con ganas. Sienten hiriente, agudo e intenso
dolor en sus angostos, estrechos anos virginales. Sienten lacerante y punzante
dolor dentro de los ce�idos orificios traseros. Otros hombres pellizcan y
estrujan sus apetitosos gl�teos, pechitos, pezoncitos, co�itos. Despu�s los
lamen, chupan, chupetean y muerden sin piedad, con fruici�n. Los hombres r�en a
grandes carcajadas.
Las pobres p�rvulas se retuercen, crispadas por el intenso
dolor. Al fin las sueltan. A las dos mayores arrastran hacia un rinc�n.
Las encadenan a sendas columnas, las amarran con f�rreos grilletes, de mu�ecas y
tobillos. Sin contemplaciones fustigan diez latigazos a cada una, en la espalda,
en las nalgas, en los muslos, de manera espaciada, calculada y concisa, con
suficiente tiempo entre azote y azote. Lloran a mares. Sollozan lastimosamente.
Chillan horrorizadas. Se retuercen desesperadamente. Los hombres r�en a grandes
carcajadas. Los l�tigos laceran y cortan la tierna, imp�ber, lampi�a carne
infantil.
Entonces les sodomizan y enculan, con duros, largos y gordos
pl�tanos, bien engrasados con vaselina, de manera profunda, penetrante y honda.
Lloran y sollozan lastimosamente. A�llan de manera aterradora. Se retuercen y
convulsionan desesperadas, llenas de dolor lacerante, agudo, punzante e intenso.
Los hombres r�en encantados. Est�n excitados y lascivos. Se alternan violarlas,
para contemplar complacidos las empapadas y crispadas caras, recorridas por
copiosas cristalinas l�grimas. Los lacerantes latigazos dejan su profunda huella
en la tierna, blanda, suave carne infantil. Marcas rojas brotan sobre las
tiernas carnes flageladas.
A la m�s peque�a han sentado en las velludas piernas desnudas
de un hombre viejo, gordo, barrigudo y calvo. Es el hombre de las preguntas.
Parece ser el jefe. A pesar de que la cr�a aprieta las rodillas juntas, el viejo
logra colocar la viril mano entre ellas. Manosea, soba y palpa con fruici�n el
tierno, pulposo, jugoso, lampi�o sexo de la ni�a, sin descansar un instante,
suave y despacio, con obstinada insistencia, con enorme deleite. Otro
hombre, cuyo rostro no ve la ni�a, empuja un dedo en el orificio de su lindo y
tierno culito. La peque�a se retuerce de dolor, chilla y suelta algunas
l�grimas. Es bien sujetada entre los brazos de los dos hombres. El viejo lame y
chupetea sus labios, su lengua, sus dientes. La ahoga y sofoca con apretados,
ce�idos y ardientes besos. La tortura con suaves e insistentes mordiscos.
Las dos manos de la peque�a son s�bitamente asidas, por
grandes manos viriles, fuertemente cerradas y apretadas alrededor de los gordos,
erectos y empinados falos. Le cr�a no puede apartar las manos de la carne dura,
compacta, gorda, caliente, convulsa. Siente sofocante calor en los mofletes.
Arden sus enrojecidas mejillas. Profundos escalofr�os recorren su peque�a
espalda empapada de sudor. La ni�a mira, espantada y asustada, las dos enormes
vergas. Los hombres r�en encantados. Le dicen que es la "polla", que esas dos
cosas, gordas y duras, se llaman "polla". Obligan a la chiquilla a repetir
esta palabra, "polla", por varias veces.
Todos r�en, hechizados por la inocencia, pura y c�ndida, por
el lindo candor de la p�rvula. Las manitas de la cr�a son sacudidas y
meneadas, arriba y abajo, por las dos grandes manos varoniles, arrastrando
los pellejos de los b�lanos, frotando los prepucios, arriba y abajo, contra los
enhiestos, duros, empalmados, r�gidos, convulsos, empinados, erectos, compactos
y duros falos. Los hombres comprimen firmemente las peque�as manos. Le duelen
los peque�os brazos a la chiquilla, de tanto subir y bajar. La cr�a siente las
manos muy calientes y ardientes, tersas y sudorosas, empapadas y mojadas de
sudor. S�bitamente eyaculan entre jadeantes gru�idos de placer, entre bramidos
entrecortados. Copioso semen salta hacia arriba en grandes y potentes chorros.
La peque�a siente que el l�quido, semejante a la leche, se derrama y desparrama
sobre sus brazos y manitas. Es muy caliente, muy pegajoso y pringoso. Los dos
hombres chupetean y muerden, llenos de excitaci�n, los ruborizados y sonrojados
mofletes de la ni�a. Est�n contentos y muy cachondos. Le obligan a relamer y
engullir el copioso semen viril, adherido a sus manitas, a sus desnudos brazos.
Es muy caliente, de sabor agridulce, muy pegajoso y viscoso.
Otros dos adultos ocupan los asientos de los primeros. Agarran las
calientes manitas de la chiquilla. Las estrujan y estrechan alrededor de
los abultados y turgentes b�lanos. Repiten con �xito la operaci�n, derram�ndose
mientras resuellan y gimen de placer.
El viejo barrigudo, el que parece ser el jefe, no
pierde el tiempo mientras tanto. Plant�ndose delante de la atareada ni�a, aferra
la cabeza infantil con ambos manos. Sin pens�rselo dos veces, empuja el
enhiesto, pringado pene en la boquita infantil, hundi�ndolo bien hasta el fondo,
sofocando y ahogando a la peque�a. La cr�a intenta zafarse de la asfixiante
enorme verga, pero todo intento es in�til. El hombre va y viene dentro de la
c�lida, deliciosa, peque�a boca, imprimiendo a sus caderas, a la pelvis, un
balanceo r�tmico y obstinado, suave y lento. Apretando la cabecita contra su
bajo vientre, el turgente y henchido glande es empujado y sacudido, una y otra
vez, hasta el fondo, profundamente, provocando continuas arcadas y n�useas a la
peque�a.
Gran cantidad de fluida baba es arrastrada afuera por el
enorme miembro viril. La atragantada y sofocada p�rvula babosea en
abundancia. Sus ruborizados mofletes se inflan y desinflan como fuelles de aire.
Sus tiernos, tersos, empapados y ensalivados labios son obstinadamente frotados,
friccionados por el r�gido y enhiesto falo, al igual que sus peque�os dientes,
semejantes a perlas inmaculadas. Nunca antes hab�a sentido mareo tan grande,
vah�do tan pronunciado. Nunca antes hab�a sentido bochorno tan sofocante en su
angelical rostro. Temblando de pies a cabeza, lanzando delirantes y profundos
gru�idos de placer, el viejo sexagenario se derrama bien dentro, lo m�s adentro
posible.
La cr�a comienza a toser estent�rea y estrepitosamente, con
fogosidad, lanzando a gran distancia, como una desesperada a punto de ahogarse,
gran cantidad de viscoso esperma lechoso. El excitado viejo extrae el empapado y
ensalivado falo, muy turgente e hinchado, bien t�rgido y abultado. Palpita y se
estremece en vigorosas convulsiones. Acaricia a la peque�a p�rvula en el
pelo, en la cabeza, en la cara.
La besa con fogosidad, con ardoroso acaloramiento, forz�ndola
a engullir lo que queda de leche seminal dentro de su peque�a boca, babosa y
espumosa. Otros hombres se arrojan sobre la gimiente cr�a para violar su
boquita, para forzarla a masturbarlos. Pero el viejo sexagenario lo impide
en�rgicamente. Ordena a una de las doncellas trasladar la ni�a a su propio
dormitorio. La cr�a es designada "felatriz imperial". Releva a una novicia de
nueve a�itos. Su �nica labor ser� la de mamar y masturbar, cada d�a, todos
los miembros viriles por una sola vez. R�en todos, divertidos por la afortunada
ocurrencia del jefe....
Las dos mayores son puestas de hinojos sobre el suelo, una
junto a la otra. Lloran, sollozan a mares. Gimotean de lacerante y punzante
dolor. Sus juntos pies son amarrados dentro de sendos grilletes, empotrados en
el suelo. Sus brazos son estirados hacia atr�s, entre sus rodillas apoyadas en
el suelo. Sus mu�ecas son fuertemente ligadas a la gruesa estaca de la que
cuelgan los f�rreos grilletes. Apenas pueden moverse. Est�n realmente clavadas
al suelo, en la posici�n m�s humillante. Atan largas correas alrededor de sus
cuellos.
Tiran de ellas hacia arriba, y as� las tiernas, delicadas,
virginales bocas infantiles permanecen, todo el tiempo, a la altura m�s
conveniente para ser violadas impunemente, de la manera m�s desvergonzada. Los
excitados y lujuriosos hombres se colocan, por turnos, delante y detr�s de las
inocentes presas. Ya dos de ellos se esfuerzan empujando los empinados y
enhiestos falos entre las posaderas infantiles, tratando de clavar sus gruesos
b�lanos dentro de los virginales orificios posteriores. Agarran con ambas manos
las estrechas caderas imp�beres. Pero otros lo impiden con empujones e insultos
groseros. Desisten de ello. Entonces agarran los pl�tanos, bien untados y
tersos, que hincan con ganas entre las prominentes, abultadas nalgas de las
pobres chiquillas. Al instante, las dos v�ctimas a�llan de manera aterradora.
Punzadas por el inesperado dolor se enderezan crispadas, con
los empapados rostros convulsionados de intenso dolor. Al momento dos adultos
hunden sus enhiestas vergas muy adentro de las desencajadas, descoyuntadas bocas
infantiles, entre los tiernos labios, retorcidos y crispados, entre los
inmaculados peque�os dientes, que se clavan con instintiva rabia a la compacta,
maciza carne convulsa.
Oprimiendo con las manos las peque�as cabezas, tirando de las
correas hacia arriba, las inocentes v�ctimas son f�cilmente violadas por
delante, en la postura m�s humillante. Los hombres se alternan delante de las
p�rvulas, de cuyas bocas, espumosas y babosas, gran cantidad de lechoso semen,
viscoso y pegajoso, cae al suelo. Magullan, aporrean y machacan cruelmente los
angostos anos infantiles. Las dos peque�as son violentadas sin piedad, sin
contemplaciones, por todos y cada uno de los presentes, por interminable y
prolongado tiempo, hasta la extenuaci�n y la saciedad, hasta el hartazgo, hasta
bien pasada la larga noche...........
Encerradas bajo llave, en la m�s completa oscuridad, en el
m�s absoluto aislamiento, descansaron durante varios d�as. Se recuperaron de las
heridas, lesiones, laceraciones, magulladuras de la cruel experiencia, de su
primer suplicio. Una cruel vida comienza para las desgraciadas
infantas, una vida de atroz esclavitud carnal......
El barrigudo jefe regresa alborozado a su dormitorio. Sobre
la cama encuentra a Rosa. La cr�a est� sollozando, llorando lastimosamente,
gimoteando, lloriqueando de congoja. Le acompa�a una ni�a de diez a�os y medio,
casi once, quien intenta, sin �xito, consolarla. Se llama Claudia, una chiquilla
que fue raptada hace tres a�os. Desde los ocho a�itos est� siendo violada cada
d�a por su due�o, exclama encantada la peque�a. Al principio le hac�a mucho
da�o, pero ahora lo est� cogiendo bastante gusto.
Le da mucho placer sentir el gordo, duro miembro viril de su
querido amo en el interior del angosto ojete, r�e contenta la chiquilla.
Conforta y tranquiliza a la cr�a con afectuosas palabras de �nimo. Le cuenta que
el amo es un hombre encantador, muy cari�oso y afectuoso. El viejo gordinfl�n se
desnuda. Agita apasionadamente el enhiesto falo que sostiene, erguido y tieso,
entre las manos.
De inmediato la entusiasmada ni�a salta hacia el hombre. En
una santiam�n embucha el gordo falo en su bien abierta boquita. Con fruici�n
ensaliva, engulle, lame, chupa y mama el abultado y dilatado b�lano. El excitado
viejo acaricia con ganas la peque�a cabeza infantil. La aprieta contra su peludo
y barrigudo vientre. Brama y gru�e de placer, y se estremece de intenso gusto.
La peque�a es realmente deliciosa. Se est� mereciendo una estupenda enculada. La
menuda mano de la p�rvula es vigorosamente frotada contra el r�gido, levantado,
empinado, erecto y tieso pr�apo. El hombre jadea fuerte, muy encendido.
Al fin, delicadamente aparta la cabeza infantil. Sonr�e
encantado a la ni�a divertida. Esta ya sabe lo que le aguarda. Diligentemente se
tumba de bruces en el colch�n, con una almohada bajo el vientre. Mantiene
el p�lido, tierno, inmaculado y suave culito bien respingado. Tiembla de pies a
cabeza. Est� un tanto turbada y embarazada por la presencia de la cr�a. El viejo
sexagenario exige "mamada" a la pobre p�rvula. La cr�a obedece
atemorizada, sin rechistar. No sabe chupar ni lamer. Debe aprender. Es a�n
demasiado peque�a. Muerde, dentellea y mordisquea el b�lano sin darse cuenta, de
forma instintiva y natural.
El viejo siente los peque�os dientes de la ni�ita apretarse,
rozarse y friccionarse contra su hinchado, tumefacto glande, clavarse al
turgente b�lano. Es molesto pero muy excitante. Aparta la menuda cabeza. Se
tumba sobre la estremecida chiquilla. La aplasta, revienta y estruja. La peque�a
resuella y resopla de dolor. El hombre perfora y ensarta el lindo culito. Clava
y empala a la tierna infanta por el angosto ano. La encula impetuosamente. La
ni�a gime y solloza de lacerante sufrimiento. Gimotea y solloza
lastimosamente.
Unas cuantas l�grimas cristalinas resbalan sobre sus
ruborizados mofletes. Se queja y lamenta. El hombre comprende al momento. Cambia
de ritmo para complacer a la tierna nena. Ahora empala despacio, ensarta suave,
con miramiento y delicadeza. La ni�a suspira estremecida de gusto. Sonr�e
complacida. Incluso acompa�a, con suaves meneos de nalgas, a las obstinadas
arremetidas del encantado sodomita.
La gorda mano del viejo se ha deslizado por debajo del menudo
cuerpo infantil. A placer, el viejo masturba a la chiquilla. Frota el
prominente, abultado, carnoso y lampi�o sexo infantil, fricciona el endurecido,
erecto, menudo y diminuto cl�toris. La cr�a de diez a�os suspira profundo.
Resuella y resopla con fuerza. Gru�e a placer, con gusto. Levanta el lindo
culito para que pueda ser ensartada, empalada y clavada con mayor desahogo. El
viejo muerde las blandas y peque�as orejas infantiles, lame y ensaliva el
cuello, la nuca, los mofletes y las orejas infantiles. Est� embelesado. Su
macizo pr�apo atraviesa, perfora, horada, taladra, lacera y punza el delicioso
culito infantil.
Obstinadamente el viejo gordo sodomiza a la linda chiquilla
como si fuese el primer bardaje ni�o de su vida. Al fin descarga convulsionado,
atiborrando el tumefacto y ce�ido orificio de abundante lechada viril.
Cuando el hombre se acuesta para descansar, la contenta peque�a salta sobre �l.
Sentada a horcajadas sobre el grueso y peludo bajo vientre, la risue�a ni�a
sofoca con ardorosos besos a su querido amante. La nena empuja el enhiesto y
r�gido pr�apo entre sus nalgas separadas. Con ah�nco lo clava muy adentro, hasta
el fondo. A�lla reventada. Por fortuna tiene el angosto ojete bien lubricado con
semen varonil.
Y as� la apasionada cr�a cabalga a horcajadas sobre el
asombrado adulto. Las gordas y velludas manos del viejo atrapan los carnosos,
blandos, apetitosos gl�teos infantiles. La p�rvula besuquea con ganas. Apenas
deja respirar al hombre. Lo ahoga y asfixia. Momentos despu�s el lindo culito es
nuevamente empapado, inundado y anegado. Es el turno de la desconcertada cr�a.
Debe mamar y chupar el pringado glande. Le da asco. Obedece amedrentada.
Mordisquea sin parar. No sabe. Es muy ni�a a�n, demasiado ni�a�.
Por favor vota el relato. Su autor estara encantado de recibir tu voto .
Número de votos: 2
Media de votos: 8.00
Si te gusta la web pulsa +1 y me gusta
Relato: Secuestro y primeras experiencias
Leida: 1928veces
Tiempo de lectura: 12minuto/s
|