Relato: Claudia





Relato: Claudia

Las azafatas nos saludaban amablemente, uno por uno, a medida
que �bamos ingresando en la atm�sfera cargada del avi�n. Bajo mi nariz dos
trajes azules de rayas id�nticos, coronados por dos brillantes calvas
ejecutivas, tambi�n id�nticas, se detuvieron en primera clase, estanc�ndose
frente a los c�modos asientos de la clase Club C�ndor.


Unos metros m�s adelante, la espalda de una rubia
impresionante se alejaba por el pasillo cabalgando sobre unos fieros tacones de
aguja. El movimiento de sus piernas, el contoneo de sus caderas, su cabello,
hicieron que me atragantase. Era una espalda excesiva, hiperb�lica, colosal, una
espalda, sin duda, de animal sexual. Mis instintos animales se manifestaron bajo
la forma de un j�bilo insolente dentro de mis pantalones


Mientras esperaba que los directivos trajeados tomasen
posesi�n de sus butacas, medit� sobre si esa pulsi�n demente que a veces se
apodera de m� por acabar la noche con la visi�n fugaz de una mujer as�, quiz�,
no tenga nada que ver con las ganas de follar. A lo mejor tiene que ver m�s con
una necesidad infantil de colarme por un momento en la vida de otra persona. De
meterme en sus recuerdos, de protagonizar un cap�tulo supuestamente emocionante
en su vida, de un modo rom�ntico, furtivo, accidental y breve. Bueno, claro que
cuando me hago una paja esa supuesta necesidad se me pasa�


En el breve tiempo que me tom� esta reflexi�n personal,
desapareci� de mi vista la triste perspectiva a la que me hab�a enfrentado: doce
horas de vuelo en clase turista soportando los bocadillos de anteayer, las hojas
de ensalada de puntas ennegrecidas, los pastelillos de goma ar�biga que se
quedan adheridos entre los dientes, el "Minute Maid" laxante de naranja, el
carro del catering arrasando todo lo que sobresale del margen del asiento, el
vecino de detr�s que se quita los zapatos para compartir los efluvios de su
cuerpo con el resto del pasaje, etc. La visi�n fugaz de un arc�ngel en el
pasillo y la fiel respuesta de mis hormonas hab�an borrado todo recuerdo de mis
futuros padecimientos. La seductora espalda, mientras tanto, continuaba
alej�ndose por el pasillo.


Los relucientes cr�neos ejecutivos se sentaron, por fin, y
bajo ellos el resto de sus due�os. Yo pude continuar mi camino, aguijoneado por
el equipaje de mano de otro competitivo directivo de empresa vestido de traje
azul oscuro, que clavaba su malet�n en mis costillas flotantes como si se
tratase de un rej�n.


Los asientos estaban casi todos ocupados y las miradas
vidriosas de mis compa�eros de viaje, que me recordaron a una excursi�n
dominical de zombis, reflejaban el nerviosismo que precede a la batalla.


Me lanc� tras el rastro de la cabellera rubia �el rastro de
su perfume�, clav� mis ojos en sus pantorrillas, en su cabello, flotando con una
desenvoltura impensable en los mortales. Frente a m�, al llegar a la altura de
la �nica fila vac�a, ella se detuvo y se desliz� hasta el asiento m�s pr�ximo a
la ventanilla. Mir� mi billete y el coraz�n me dio un vuelco dentro del pecho,
acababa a tocarme la loter�a, iba tenerla al lado durante doce horas. Me detuve
en el pasillo y rele� una y otra vez el asiento que me correspond�a compar�ndolo
con el que quedaba junto a aquella diosa. Por una vez mi �ngel de la guarda
hab�a hecho sus deberes: �s�, era mi sitio!



� �Hola, me llamo Quim!
�Me present� desde el pasillo� Creo que est�
usted sentada en mi asiento� Pero, por favor, no se levante, si quiere la
ventanilla se la cedo.



� Yo, me llamo Claudia
�respondi� ella con una amplia sonrisa mientras me alargaba su mano�
�Encantada de conocerlo! �Realmente no quiere la
ventanilla? Me sent� porque el asiento estaba libre y me apetec�a mirar fuera
un rato.



� No se preocupe, a m� no
me entusiasma contemplar el paisaje. Yo viajo por negocios, por necesidad

�le contest� con toda la cortes�a
de la que fui capaz para evitar que se sintiese inc�moda.


� A m� tampoco me
entusiasma, tengo un miedo atroz a volar�

�apostill�



Por su acento ella sin duda era argentina, cosa nada
sorprendente en un vuelo Buenos Aires � Madrid. Claudia deb�a tener poco m�s de
treinta a�os y parec�a en plena forma. Comenzamos a charlar. A pesar de que su
escote no era exagerado, yo tardar�a m�s de diez minutos en descubrir de qu�
color ten�a los ojos.


Con una convulsi�n repentina, que interrumpi� nuestra
conversaci�n, el avi�n empez� a despegarse de la plataforma dirigi�ndose por sus
propios medios hacia la cabecera de la pista. Me percat� de que las azafatas
estaban interpretando la ceremonia ritual del chaleco salvavidas en el pasillo,
tratando en vano de mantener el equilibrio, mientras los pasajeros apartaban la
vista misericordiosamente del triste espect�culo.


El rugido sordo de los motores se intensific� cuando la
aeronave empez� a moverse por su propio impulso; luego, carrete� lentamente
hasta colocarse en posici�n de despegue. Las azafatas acabaron apresuradamente
su exorcismo braceando en el aire como simios dementes, guardaron los chalecos
salvavidas y las m�scaras de ox�geno en un compartimiento y se encaminaron
trastabillando a sus asientos.


Tan pronto recibi� autorizaci�n de la torre de control, el
piloto dio plena potencia a los motores, el avi�n brinc� hacia delante y empez�
a ganar velocidad. La pista, las monta�as y los edificios del aeropuerto de
Ezeiza se deslizaron hacia la cola con vertiginosa rapidez. A mi lado, Claudia
estrujaba los reposabrazos del asiento y cerraba con fuerza los ojos mientras la
aceleraci�n nos empujaba contra el respaldo de nuestros asientos. Yo disfrutaba
el espect�culo del despegue e intentaba no perder detalle observando a trav�s
del vidrio salpicado de la ventanilla, por encima de su monumental escote.
Treinta cent�metros por encima de �ste, sus ojos permanec�an cerrados a
cualquier informaci�n que pudiese llegar del mundo exterior.



� Claudia, abre los ojos.
�Mira qu� maravilla! �C�mo nos estamos elevando!

�dije con admiraci�n, refiri�ndome al espect�culo tras la ventanilla, no a su
extraordinario escote, que era la aut�ntica maravilla de elevaci�n


� S�, s�bueno�bueno�
�respondi� ella con voz temblorosa


� No te pierdas esta vista.
�Observa qu� belleza!
�Insist�
insensible, sin percibir el miedo en el timbre de su voz


� Ahorita, dejame que estoy
un poco mareada
�repuso,
d�ndome a entender que era mejor que cerrase la boca durante un rato



El avi�n continu� su ascenso e inici� un giro suave hacia la
derecha. Un par de minutos despu�s el avi�n estabiliz� su curso. La se�al
luminosa que obligaba a tener el cintur�n abrochado se apag� con un pitido y una
de las azafatas se levant� de su asiento dirigi�ndose a un compartimiento junto
a la cabina de pilotaje. Unos minutos m�s tarde, empez� a recorrer el estrecho
pasadizo del avi�n arrastrando un carrito del que sacaba unos bocadillos
infectos y ofrec�a el conocido suced�neo de caf� y bebidas carb�nicas variadas.
Yo intentaba hacer todo lo posible por distraer a Claudia. No obstante ella
permanec�a callada, sin dejar de triturar los brazos del asiento con las manos
crispadas.



� A ver Claudia, �a qu� no
sabes en qu� te pareces a Chita?

�le pregunt�, forzando el segundo chiste m�s viejo del mundo


� Pues claro, en que soy
muy mona y t� eres Tarz�n... Ya lo sab�a

�me cort� con voz hastiada� Solo es la
mil�sima vez que lo escucho� Lo siento, estoy muy nerviosa, �me pod�s pedir
una copa?




Llam� a la azafata:



� Por favor, se�orita,
�podr�a traernos dos copas de champagne?



� En seguida, se�or�
�respondi� con una sonrisa, mir� a Claudia una fracci�n de segundo y se hizo
cargo de la situaci�n.



Apareci� al punto con las dos copas en una bandeja. Una vez
hubo engullido la suya, Claudia pareci� relajarse un poco. S�bitamente el avi�n
entr� en un banco de nubes y las ventanillas quedaron cubiertas por una
esponjosa gasa blanca. La suave trepidaci�n proveniente de los motores era el
�nico signo de actividad.



� �Vas a Madrid?
�pregunt� para tratar de saber algo de ella, aunque era evidente que "todo" el
pasaje se dirig�a, al menos moment�neamente, a Madrid


� No, a Barcelona
�me respondi� Vine a la Argentina �nicamente
a visitar a la familia. �Y vos� vos sos gallego, no?

�Me mir� a los ojos buscando confirmaci�n y despu�s continu�
...Y por el acento, adem�s deb�s ser lo que los
gallegos llaman un polaco.



� S�, soy de Barcelona,
vine a la Argentina por negocios. Soy representante de material deportivo

�le expliqu� sin entrar en demasiados detalles


� Yo trabajo como azafata
de congresos� En realidad soy actriz� Pero es que, uno piensa las cosas de un
modo y luego todo sale distinto. Cuando reci�n llegu� a Barcelona� me acuerdo
y me parto de la risa� Mi iba a llevar el mundo por delante, fijate vos, y ah�
ten�s, azafata de congresos

�respondi� Claudia en un tono amargo.



Despu�s se qued� en silencio con aire meditabundo. Los
segundos se deslizaron con lentitud en un oc�ano de silencio hasta que ella
despert� de su letargo diciendo:



� Quim, �pod�s pedir otra
copa?... Creo que la necesito� Y tambi�n una manta, siempre hace fr�o ah�
arriba.




Le ped� un par de copas m�s y unas mantas a la azafata. �sta
apareci� de nuevo un minuto despu�s con las mantas, una almohada y el champagne.
Claudia, como hab�a hecho con la primera, la ingiri� de un trago. Se cubri� con
la manta y coloc� la almohada entre su cabeza y la pared del avi�n. Permaneci�
en silencio durante unos minutos, con los ojos abiertos, hipnotizada, con la
mirada clavada en el respaldo del asiento delantero, sin pesta�ear ni una sola
vez. En el silencio que nos separaba fui consciente de la vibraci�n del motor y
la letan�a somn�fera que para m� eran las conversaciones murmuradas de los
pasajeros. Finalmente, ella bostez�, se giro hacia m� y dijo:



� �Puedo apoyarme en tu
hombro para dormir? Necesito reposar la cabeza para conciliar el sue�o� y la
pared del avi�n est� helada.



� Por supuesto
�respond� incorpor�ndome en el asiento para situar mi hombro a una altura que
le fuese c�moda.



Levant� el reposabrazos que nos separaba, ella se aproxim�,
cogi� mi brazo y descans� su cabeza con delicadeza. Aspir� la fragancia del
perfume que emanaba de su persona y que ya hab�a percibido con anterioridad; el
insustancial roce de su cabello sobre mi rostro me provoc� unos lascivos
escalofr�os. Trat� de volver la cabeza, y ella me roz� la mejilla con los
labios, levemente, casi con respeto. La caricia de su boca sobre mi cara fue tan
liviana como el recuerdo del sue�o de un beso y, no obstante, qued� c�lidamente
labrada sobre mi p�mulo. Su piel, semejante a la porcelana, era m�s suave que
una pluma.


Sent� su flexible cuerpo oprimido contra el m�o: la s�lida
turgencia de sus pechos debajo de la camisa, imagin� la suavidad de los esbeltos
muslos bajo la falda, so�� con su la lengua lamiendo mis labios. No logr�
contener el deseo que hab�a hecho presa en m�; fui incapaz de detener las
exquisitas sensaciones que se deslizaban sobre mi hombro, mi brazo y entre mis
piernas. Pero, a pesar de la excitaci�n, el murmullo de las conversaciones fue
como una canci�n de cuna. Cerr� los ojos y yo tambi�n me dorm� con mi cabeza
apoyada sobre la suya.


Me despert� un buen rato despu�s, compartiendo la misma
manta. Ella cog�a mi mano con firmeza. Su respiraci�n acompasada y lenta me
indicaba que a�n estaba dormida. Entreabr� los ojos dolorosamente, una pel�cula
iluminaba a llamaradas la penumbra del aparato. Sent� que se me hab�a dormido el
hombro y, de improviso, fui consciente de que ten�a unas ganas tremendas de
orinar y una erecci�n descomunal. Record� haber so�ado con Claudia, un sue�o
h�medo, sin duda. Acarici� con dulzura la tibieza de su mano e intent� moverme,
solo lo justo para que la sangre volviese a circular por mi cuerpo inm�vil, pero
aquel movimiento liviano la sobresalt�. Apart� la cabeza, me mir� con los ojos
entreabiertos, me bes� en la mejilla y se retir� a su asiento sin soltarme la
mano.



� �Cu�nto rato dorm�?
�me pregunt�



Mir� mi reloj, hice un c�lculo aproximado y le respond�:



� Unas dos horas



� �Y t� no te pudiste en
mover en dos horas?
�inquiri�
con curiosidad, acariciando mi mano por debajo de la manta.


� Yo tambi�n he estado
durmiendo
�confes�
Desde el momento en que te has apoyado, he estado
durmiendo como un bendito
.


� Tuve un lindo sue�o�
�susurr�


� Yo tambi�n�
�afirm�, esperando que no preguntase en que consist�a.



Me hubiese gustado prolongar la situaci�n, pero era
imposible, mi ingrata vejiga jugaba en mi contra. Necesitaba imperiosamente ir
al excusado o me mear�a encima. Las palabras salieron de mi boca con excesiva
dureza.



� Debo ir al lavabo,
disculpa
�le dije, oprimiendo
su mano.



La magia se rompi� cuando me separ� de ella. Lo supe en
cuanto me puse en pie y corr� hasta el lavabo del avi�n. Necesit� cinco minutos
de profunda concentraci�n para conseguir que la erecci�n disminuyese y me
permitiese orinar sin duchar el min�sculo retrete. Cuando regres� ella hab�a
retirado la manta y se estaba cepillando el pelo.



� �Hola! �Mejor ahora�?
�me salud� con frescura� Ahora la que tiene
que cambiar el agua a las aceitunas soy yo

�afirm� riendo, mientras se levantaba de su asiento.



"�Cambiar el agua a las aceitunas? �Qu� clase de expresi�n
era aquella? �En Espa�a solo los hombres "cambian el agua a las aceitunas"? �Qu�
aceitunas pod�a tener Claudia?" Medit�, haciendo gala de una perspicacia
ling��stica inusual en m�.


Al cruzarnos en el pasillo sus nalgas, redondas y s�lidas de
bailarina, rozaron mi cintura y el aroma sutil de su perfume me posey�
nuevamente. Dentro de mi slip, mis genitales brincaron alborozados. Me hice el
firme prop�sito de buscar una forma de reconducir la conversaci�n cuando ella
volviese y as� lo hice. Dos horas y algunas copas despu�s, con la charla
encarrilada, consegu� situarme a la distancia �ntima en que el m�s peque�o
impulso provocar�a que saltase la chispa entre mis labios y los de Claudia.


Present�a que el momento que tanto anhelaba estaba ya
pr�ximo. Sent�a un cosquilleo en los labios, la premonici�n de un beso. So�aba
con los suyos, besarlos deb�a ser tan dulce como besar una nube. Y, de repente,
el milagro tuvo lugar. No s� cu�les fueron las palabras, o el tono que emple� al
decirlas, pero sus ojos centellearon, su parpadeo constituy� m�s una sensaci�n
que un espect�culo que yo pudiera contemplar, y ella dibuj� una sonrisa que
hasta entonces no hab�a visto, �nicamente para m�. Su mirada sostuvo la m�a la
d�cima segundo extra que indicaba que aquel el momento exacto en que los astros
se hab�an confabulado para que todo sucediera.


Sucumb� al embrujo irresistible de sus carnosos labios.
Entorn� los ojos, y como un cometa atrapado en la gravedad de un planeta masivo,
aproxim� con extrema lentitud mi boca a la suya y� y� y� �Qu�?... �qu� pasa
ahora�?



� �Puede pasar la bandeja a
la se�ora?
�solicitaba por
encima de mi cabeza la voz melosa de la azafata



Una bandeja plastificada, conteniendo suced�neos sint�ticos
de alimentos en forma de figuras geom�tricas puras, cruz� ante mis ojos. �No,
por Dios, ahora no! El momento ansiado se desmoron� como un castillo de naipes.
Ella retir� sus labios, se aclar� la garganta mientras se retrepaba en el
asiento y me lanz� una mirada descorazonadora ya desde lejos�


Tom� la bandeja que se me ofrec�a a m� tambi�n y proced� a
retirar con precisi�n quir�rgica el as�ptico celof�n que envolv�a nuestra cena.
El contenido prefabricado de la bandeja que hab�a servido para interrumpir aquel
instante divino ten�a �nicamente color, una temperatura glacial y era al mismo
tiempo inodoro e ins�pido; todo un logro combinado de la qu�mica inorg�nica y la
f�sica de las bajas temperaturas. Cerrando los ojos era dif�cil deducir qu� tipo
de s�lido era lo que estaba ingiriendo. Lo peor fue, sin duda, la pesada tarta
de pi�a, un ladrillo gelatinoso, que al deshacerse fue ocupando todas las
oquedades que quedaban entre mis dientes. Afortunadamente, el agua respond�a a
las expectativas que hab�a depositado en ella y era �nicamente agua, as� que
pude enjuagarme la boca y apagar la sed que me hab�a producido la marat�n de
pl�tica.


Una vez hubo terminada la cena, la megafon�a anunci� el
inicio de la proyecci�n de la segunda pel�cula. Unos segundos despu�s disminuy�
la intensidad de la iluminaci�n interior.



� "Troya", ten�a ganas de
verla
�trat� de iniciar una
nueva conversaci�n


� Yo ya la v�, Brad Pitt es
uno de mis actores favoritos, seguro que te gustar�

�respondi�, esta vez mostrando un cierto inter�s. A continuaci�n me gui�� un
ojo, se encasquet� los auriculares y se concentr� en la pel�cula.



En la min�scula pantalla del avi�n las escenas se sucedieron
por espacio de una hora, pero yo no me pod�a concentrar en los desvar�os de
Aquiles y larga sucesi�n de masacres heroicas. Las cuchilladas, muertes,
lanzazos y �picos r�os de sangre de griegos y troyanos me dejaban indiferente.
El delicado perfume de Claudia me consum�a en oleadas impulsado por el aire
acondicionado, y la excitante visi�n de sus largas piernas envueltas en medias
blancas brotando de su minifalda de cuero me parec�a mucho m�s interesante que
la org�a de violencia que se me ofrec�a. Hasta que en un momento ella se
aproxim� a mi o�do y separando el auricular me susurr�:



� �Viste que bien le sienta
la minifalda a Brad Pitt?



� La verdad es que hay que
reconocerlo, s�
�confirm� yo.


� Si le dijesen que son de
una mujer, �le gustar�an sus piernas?

�continu� musitando Claudia


� S�, aunque nunca m�s que
las tuyas
�repuse intentando
mostrarme interesado en ella sin llegar ser descort�s.


� �Le gustan m�s mis
piernas que las de Brad?

�reiter�, abundando en el mismo tema


� No hay comparaci�n
posible�



� �Y si fuesen de un
hombre, a�n le atraer�an?

�pregunt� enigm�ticamente mordi�ndose el labio inferior



�Aquello no pod�a ser cierto! La sangre abandon� lo que
normalmente suele ser mi cerebro de croma��n y se dirigi� como un torrente a mis
partes nobles. Ella no lo sab�a pero se estaba avecinando a una de mis pasiones
ocultas: mi adoraci�n absoluta e incondicional por los transexuales.


Mientras mis sedientas neuronas, faltas de riego sangu�neo,
buscaban desesperadamente una respuesta adecuada a su pregunta, que sin duda
ten�a trampa, me vino a la mente el recuerdo de "Iceman", un estupendo colega de
juergas. �l hab�a tenido una musa transexual que respond�a al nombre de Claudia,
como la chica que ahora esperaba una respuesta mostr�ndome la innegable salud de
su blanqu�sima dentadura tras la ventana de una sonrisa p�cara. Sin que supiese
muy bien porqu�, tuve la corazonada loca que la mujer que estaba frente a m�
pod�a ser ella.



� Ning�n hombre nacido de
mujer puede tener unas piernas como las tuyas

�repuse, tratando de ganar tiempo


� Con eso no respondiste a
mi pregunta
�machac�,
mir�ndome directamente a los ojos


� No� No me importar�a
�respond� con sinceridad� No me importar�a lo
m�s m�nimo
�apostill� con toda
la gravedad de la que fui capaz



Respuesta err�nea, pens�. �sta era la pregunta trucada de la
noche, ahora solo me quedaba esperar que comenzara a carcajearse como una hiena
desquiciada. Sin embargo, al contrario de lo que yo esperaba, ella acerc� sus
exquisitos labios a los m�os y me bes� con dulzura en la oscuridad de la
proyecci�n, mientras H�ctor y Aquiles retozaban en minifalda frente a las
murallas de Troya. Siempre recordar� aquel primer beso porque todo el mundo sabe
besar, pero muy poca gente sabe como Claudia transmitir que toda su vida va en
cada beso.


No pude reprimir mi gozo, hubiese abrazado al mismo Pr�amo,
si hubiese aparecido por all�. �Hab�a acertado! Era la respuesta correcta. En el
tiempo que el bueno de H�ctor sucumb�a en la pantalla y el psic�pata de Aquiles,
transmutado en monosabio en faena de arrastre, ataba su cuerpo inerte al carro,
me abalanc� sobre Claudia. Tras m�s de ocho horas de infernal calentura junto a
aquel cuerpo de campeonato no me pod�a contener.


Sus besos eran como beber agua del mar, cuanto m�s beb�a m�s
sed ten�a. As� que para apagarla continu� besando a Claudia durante un tiempo
infinito. Perdida la verg�enza inicial, nuestras manos empezaron a tentar las
zonas m�s sensibles de nuestros cuerpos. Percib� que la sinuosidad de sus
pechos, esf�ricos, s�lidos y turgentes bajo la blusa era simplemente perfecta.
Su tacto era suave y duro a la vez.


A cubierto de miradas indiscretas, en la tibia clandestinidad
de la manta, deslic� mis manos hasta su cintura. Su curva serpenteante anunciaba
un cuerpo de gimnasta, esbelto y atl�tico. La cadera, como una suave colina de
c�lida piel, dej� paso a sus muslos compactos. Un poco m�s abajo, en la frontera
tropical que separaba el cuero de la falda de la sutil media, ella se separ� de
m� unos cent�metros.



� Este� �Vos est�s seguro
de que no os importar�a si yo fuese un hombre?

�susurr�
Pero� �completamente seguro?




Cegado por la lujuria, le confes� mi pasi�n:



� No, solo no me
importar�a, sino que ser�a un sue�o




Sus pupilas refulgieron c�lidamente a escasos cent�metros de
mis ojos.



� �Gallego, esta noche, vos
sos mi hombre!
�murmur� su
aliento h�medo junto a mi o�do



As� que mi corazonada hab�a resultado ser cierta. Ella separ�
un momento las piernas y yo introduje la mano, palpando por un instante un
f�rreo miembro en erecci�n. Ella lanz� un suspiro de aprobaci�n. Descubierto el
secreto, nos volvimos a besar a�n con m�s apasionamiento que antes.


La pel�cula finaliz� bruscamente, sorprendi�ndonos en
nuestros l�bricos juegos. Las luces volvieron a iluminar la cabina del pasaje.
Las azafatas aparecieron pase�ndose por el pasillo. El comandante nos comunic�
lo que todos est�bamos esperando:



� Se�ores pasajeros, dentro
de diez minutos aterrizaremos en el aeropuerto de Madrid � Barajas. La
temperatura exterior es de veinticinco grados y la humedad del cuarenta por
ciento. El comandante Brunetti y toda su tripulaci�n les agradecen�




Entre Claudia y yo levant� un g�lido muro de silencio. La
aeronave comenz� la aproximaci�n al aer�dromo con un descenso brusco que hizo
que me doliesen los o�dos. No sab�a como pedirle que me diese su tel�fono.
Ahora, de golpe, todo parec�a extraordinariamente precipitado. Por otra parte,
ella tampoco parec�a tener ningunas ganas de hablar: se hab�a abrochado
apresuradamente el cintur�n, cerrado los ojos con fuerza y volv�a a clavar las
u�as sobre las muescas dejadas en el despegue.


Unos minutos y algunos saltos por la pista m�s tarde,
desembarc�bamos en Madrid. Despu�s de arrastrarse unida por los pasillos, la
densa columna de pasajeros somnolientos se disolvi� al salir de la aduana.



� Esto� Bueno, para m� es
muy tarde. Ma�ana continuar� el vuelo hasta Barcelona

�le dije� �T� que piensas hacer? �Te esperar�s
aqu� al primer avi�n del Puente A�reo o te quedas esta noche en Madrid y
volver�s ma�ana?



� Ahorita no se me apetece
quedarme en este aeropuerto �Quer�s que pasemos esta noche juntos?

�me propuso, agarrando mi mano con dulzura.


� Vamos a pillar un taxi
�le dije cogi�ndola por el brazo� Esta noche,
para m� solo existes t�.




Salimos a la noche de Barajas, donde algunas personas que
hab�an viajado con nosotros ya esperaban en una cola ordenada que un taxi
nocturno les recogiesen. Nos situamos en la �ltima posici�n. Delante nuestro,
una maleta a punto de reventar, precedida por una mujer de perfil cet�ceo avanz�
lastimosamente entre bostezos hasta ocupar un Mercedes que al abrir sus puertas
nos mostr� su asientos de cuero reluciente, dejando escapar en la noche el
perfume condensado de todos los cedros del L�bano.


Al llegar nuestro turno, sin embargo, delante nuestro se
detuvo entre estertores un taxi raqu�tico con un tubo de escape tuberculoso.
Mientras Claudia se contorsionaba para entrar a trav�s de la puerta encallada,
yo fui a la parte trasera para dejar nuestro equipaje en el maletero. Al
abrirlo, frente a mis ojos, me salud� una enorme pegatina en la polvorienta luna
trasera que pregonaba: "I love Atleti" En el interior, las hiperproductivas
axilas del taxista hab�an dado un lugar a una atm�sfera incompatible con la
vida.



� Ll�venos al hotel "Miguel
�ngel", por favor
�le orden�
al taxista cuando consegu� fluir hasta el interior del habit�culo, dejando
algunos trozos de piel adherida a la puerta recalcitrante.



El conductor arranc� y en contra de lo que su apariencia
externa hac�a presagiar, el veh�culo acelero r�pidamente hasta aproximarse a la
barrera del sonido.


� �Por d�nde quiere ir, jefe?
�me pregunt� el taxista arrastrando las palabras


Iba a responder, cuando Claudia me interrumpi� con una risa a
destiempo.



� �Qu� carajo dijo ese
pelotudo?
�inquiri� en voz
baja, ya que deb�a ser la primera vez que se enfrentaba a este dialecto
neolatino, que desde sus humildes or�genes en Vallecas se ha expandido y ha
acabado colonizando la capital.


� �Joder con la t�a esta!
�Exclam� con disgusto nuestro chofer� �Qu� no
habl�is espa�ol en tu pa�s? �Qu� por don-de quie-res ir!

�repiti� separando las s�labas ��Co�o, si
hasta el "Chordi" me ha entendido!




Me qued� helado. Lo �ltimo que esperaba era una respuesta
as�. El violento me miraba, haciendo oscilar un palillo entre los labios con
aire desafiante por el retrovisor mientras continuaba acelerando a lo largo de
la carretera de salida del aeropuerto, dirigi�ndose a Madrid, cual Luke
Skywalker rumbo al interior de la Estrella de la Muerte.



� �Vaya noche de mierda,
una sudaca y un polaco!

�murmur� entre sus amarillentos dientes para s� mismo.



No s� si Claudia lo oy�, o al menos entendi� lo que hab�a
dicho, pero por si acaso, le indiqu� con el dedo guardase silencio. Aquella
noche no quer�a empezar una pelea que acabara con una estancia en comisar�a. Me
dirig� al energ�meno que nos hab�a tocado en desgracia y le indiqu� cual era el
camino que deb�a seguir. Afortunadamente, aparte de sus siniestros problemas de
higiene y racismo, conoc�a su oficio y nos llev� hasta el hotel sin un solo
comentario m�s.


Por el camino quise satisfacer mi curiosidad y le pregunt� a
Claudia:



� �No conocer�s por
casualidad a un chico en Barcelona que se hace llamar "Iceman"?



� �Pero, qu� boludo! �Vos
tambi�n conoc�s a "Iceman"?... �El mundo es un pa�uelo!... �Y c�mo sab�s que
yo lo conozco a �l?



� Siempre est� hablando de
Claudia. Ya lo conoces, cuando algo le gusta mucho, no puede callarse.




Claudia ri� con ganas. El resto del trayecto, ignorando a
nuestro deplorable conductor, charlamos animadamente sobre nuestro amigo com�n.


En la recepci�n del Hotel, a una hora tard�a de la madrugada,
a nadie se le ocurri� que tuvi�ramos que haber hecho una reserva. El
recepcionista se qued� nuestra documentaci�n para rellenar los papeles de
registro y un botones nos condujo a la suite que nos hab�an dado sin cruzar
palabra con nosotros.


En la habitaci�n todo estaba, como siempre, perfecto. Despu�s
del viaje, lo que a ambos m�s nos apetec�a era ducharnos.



� Pas� vos primero
�me dijo Claudia� Voy a telefonear a la
familia que me quedo en Madrid, no sea que me telefoneen a casa�




La ducha fue una bendici�n. Una vez que hube acabado, me
tumb� a esperar que ella volviese de donde quiera que hubiese ido a telefonear.


Claudia entr� en la habitaci�n y se fue derecha al cuarto de
ba�o. Desde all� me dijo:



� En un minuto salgo.
Esperame
�se acerc� y me dio
un beso fugaz en los labios.



Casi me hab�a dormido cuando o� el sonido de sus pies a�n
mojados paseando sobre la mullida moqueta de la habitaci�n. Me levant� a
recibirla. Ella, como yo, se hab�a envuelto en una de las esponjosas toallas
blancas del hotel. Su larga cabellera rubia flotaba sobre sus hombros enmarcando
su rostro de �ngel. La bes� con ternura en los labios, pero ella puso su mano
sobre la toalla que me cubr�a la cintura y de un golpe seco me la quit�.



� Ya no pod�a m�s
�me dijo� No ve�a la hora de que llegase este
momento.




Iba a responder, cuando ella se arrodill� frente a m� sobre
la moqueta, agarr� mi miembro que ahora quedaba a la altura de su cara y se lo
llev� a la boca. La sensaci�n de l�quida tibieza de aquel orificio, despu�s de
todo el tiempo que hab�a estado so�ando con �l, se revel� una emoci�n dif�cil de
soportar con estoicismo. Sus labios, su lengua y su garganta formaban una c�lida
maquinaria de succi�n que Claudia utilizaba con una pericia inigualable.


Hice todo lo posible por resistirme: pens� en mi ex suegra,
enumer� mentalmente la serie de los n�meros primos, trat� de recordar el himno
del colegio e incluso traje a mi memoria la t�trica imagen del Caudillo que
hab�a presidido todas las clases de mi infancia y que era para m� el depresor
por excelencia, pero ni siquiera aquel remedio dr�stico sirvi�; cuando ella puso
su dedo en mi ano y lo puls� hacia el interior con suavidad, copiosos chorros de
hirviente esperma cayeron en su boca y yo agonic� de placer, de pie, en el
centro de la habitaci�n, sin un punto de apoyo. Me relaj� un poco para
recuperarme e intent� ponerla en posici�n para poder corresponderle, pero ella
no me dej�.



� Tumbate boca abajo en la
cama
�murmur� con ternura�
Quiero que seas vos el que disfrute� Voy a
darte un masaje que te va a dejar nuevo para que pod�s seguir cogiendo la
noche entera.




Me coloqu� tal y como me hab�a dicho y ella continu�
susurrando:



� Cerr� los ojos y relajate




Pude o�r como la toalla que llevaba enrollada se deslizaba
hasta el suelo. Solo de imaginarlo mi miembro, a�n goteante, empez� a reaccionar
bajo mi vientre. Ella se sent� sobre mi culo y aplic�ndome una crema hidratante
empez� a friccionar mi espalda y brazos en un impalpable masaje circular. Lo
hac�a con la suavidad y pericia de un esp�ritu celeste. Sus r�gidos pezones
acariciaban mi piel cuando se apoyaba sobre m� y yo cada segundo que pasaba
estaba m�s excitado.


Claudia se sent� un poco m�s abajo y empez� a masajear con
dulzura mis nalgas, pasando y acercando cada vez m�s sus dedos por mi ano. Me
vino a la mente la escena de la mantequilla bienhechora en el "�ltimo tango en
Par�s". La mantequilla siempre ha sido mi perdici�n. Cuando era ni�o gozaba
haciendo que el cuchillo avanzara con ligereza sobre la superficie blanca, como
un esquiador sobre la nieve, levantando una estrecha l�mina que se enrollaba
varias veces sobre si misma antes de acabar aplastada contra la rebanada de pan.
En aquel momento el dedo de Claudia era el cuchillo de mi infancia, patinando
sobre la crema, aplastando el tibio gel sobre las paredes de mi ano, en un suave
descenso en "slalom" hacia su interior.


Estaba disfrutando de aquella l�brica sensaci�n, cuando ella
se incorpor�, me pidi�:



� Separa m�s las piernas�




El cosquilleo insustancial de su cabello desliz�ndose primero
por mis muslos y luego sobre mis nalgas precedi� a una explosi�n de sensaciones
cuando su lengua patin� h�medamente alrededor de mi esf�nter en delicados
c�rculos. Aquel era, sin duda, el beso negro m�s extraordinario que jam�s nadie
me hubiera regalado. Separando mis nalgas con las manos, su lengua me penetr�
con exquisita dulzura.


Tumbado sobre la delicada colcha del color del oro viejo con
el anagrama del Hotel bordado, gozando de la bendici�n de Claudia en mi ano, me
acord� del bueno de "Iceman". Cuando volviese a Barcelona, lo primero que iba a
hacer ser�a llamarlo. El muy ladino siempre nos hab�a contado historias sobre
Claudia, pero nunca nos hab�a dicho que se tratase de aquella criatura celestial
que me estaba llevando al Para�so.


Atrapado entre mi cuerpo y la cama, a medida que pasaron los
minutos, mi miembro reaccion� y volvi� a la vida con inusitada firmeza, haciendo
que me olvidase de "Iceman". Yo estaba dej�ndome llevar por aquel oc�ano de
impresiones cuando ella ces� de lamer mi ano. Iba a protestar, pero mi queja se
vio cortada de ra�z cuando un objeto orondo, candente y r�gido presion� contra
mi culo, desliz�ndose con soltura gracias a la saliva de Claudia. El ano no es,
ni m�s ni menos, que un agujero. Y como cualquier agujero, orificio, puerta a
placeres insospechados y ventana a una dimensi�n desconocida del placer, sirve
tanto para entrar como para salir. Es lo que tienen los agujeros, y el m�o
estaba deseando probarlo todo.


Claudia se qued� mir�ndome un momento, esperando una
respuesta que yo le di relaj�ndome y acomod�ndome sobre el lecho para permitir
que su enorme tranco penetrara con facilidad dentro de mis entra�as. Ella agarr�
con firmeza mis caderas y empez� a meter y sacar aquella polla sabia. El precio
de un mal uso del esf�nter pueden ser unas almorranas; pero el precio de un buen
uso del mismo, es entrar en una nueva dimensi�n del placer. Con Claudia, una
maestra del enculamiento, mi ano se transform� en el �rgano m�s sensible de mi
cuerpo, permiti�ndome sensaciones que hasta aquel momento no hubiese cre�do
posibles. Mientras sus p�treos pezones taladraban mi espalda con cada embestida,
sus manos aferraban mis caderas con autoridad y percib�a la h�meda calidez de su
aliento sobre mi nuca, yo me agarraba la polla y me masturbaba como un
endemoniado. Habiendo descargado una primera vez, no me hac�a falta traer a mi
mente la deprimente calva de nuestro ex Caudillo observ�ndome con ojos porcinos
desde la pared. El goce en mi interior era absoluto y pod�a hacerlo durar tanto
como quisiese. Al final, con un alarido de placer, Claudia me hizo saber que era
ella quien se iba a venir. Al punto percib� como mis intestinos se inundaban de
semen, con una corrida tan monstruosa que casi hace que nos cay�ramos de la
cama, ella me dio lo mejor de s� misma.


Yo no me llegu� a correr por segunda vez, pero poco me
import�, ya que la noche no hab�a hecho nada m�s que comenzar.


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Relato: Claudia
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