Relato: La enfermera y la doctora



Relato: La enfermera y la doctora

Estoy segura que al leer estas l�neas muchos de mis amigos
sabr�n qui�n es la osada que rompe con los esquemas que nos impone la sociedad a
las mujeres. Durante toda mi vida he sido muy popular, ser� por mi car�cter
cari�oso, amable y alegre o porque, como me dicen, tengo un cuerpo tan
formidable que muchas veces a los chicos se les hace imposible verme sin
dirigirme la palabra.


Me llamo Mar�a y ahora hago mi residencia en un hospital del
que mejor no voy a decir el nombre� Tengo 27 a�os. Algunos ya lo sab�is�


Hoy quiero compartir con vosotros/as una experiencia que me
ocurri� no hace mucho, durante una guardia en el hospital, mientras hac�a mi
internado en Cirug�a. La noche hab�a sido terrible. As� que a la una de la
ma�ana estaba tan cansada que ya no pod�a m�s y casi me ca�a de sue�o. As� que
para espabilarme un poco, sal� de la planta donde estaba y me dirig� a la
cafeter�a del hospital para tomar un caf�. El resto de la noche se ve�a que todo
iba a estar m�s tranquilo. Urgencias estaba casi vac�o, salvo por un par de
heridos que hab�an llegado hac�a poco y ya eran atendidos por algunos
compa�eros.


Llegu� a la cafeter�a, ped� un caf� y me sent� a saborearlo
con toda tranquilidad. Poco despu�s, apareci� por la puerta de la cafeter�a la
doctora Osorio. Inconfundible por su alta estatura y porte elegante y
majestuoso. Era una residente de primer a�o de medicina entonces y creo que ni
se le cruzaba por la mente llegar a ser neum�loga. Entr� a la cafeter�a y pidi�
tambi�n un caf� y fue a sentarse a la misma mesa que yo.


-Hola -dijo- �qu� tal?


-Aqu�, descansando un poco -contest�.


-S�, �verdad? Fue algo pesado el turno.


-Mucho.


Y seguimos tomando caf� sin decir muchas palabras. La Dra.
Osorio era una mujer en verdad soberbia. Era la m�s alta de todas las
residentes, y m�s que su estatura, destacaba en ella una belleza envidiable. Era
de piel blanca, cabello casta�o oscuro y ojos color miel. Ten�a un cuerpo
espl�ndido y esbelto y un rostro de �ngel.


- Oye -dijo sac�ndome de mis reflexiones- �t� te llamas
Mar�a, verdad?


- S�, �por qu�?


- Yo me encontr� un Manual de Terap�utica con tu nombre y...
anduve averiguando de qui�n se trataba para devolv�rselo.


De pronto record� que cuando cursaba la rotaci�n de Medicina
Interna, durante un seminario dej� olvidado el libro en un asiento del auditorio
y que, cuando volv� a buscarlo ya no lo encontr�.


-�En serio?, no sabe c�mo he buscado ese libro. �Gracias a
Dios que lo encontr� usted!


-�Sabes? -dijo- por las se�as que me dieron me imagin� que
eras t�.


-�Qu� se�as?


-Bueno, estatura media, guapa, rubia, cabello lacio, y...


-�S�?


- Bueno, nalgas grandes y... bonitas...


Se ruboriz� al decir aquello, y a decir verdad, yo tambi�n.
Yo sal� con una frase para desenredar el embarazo del momento:


- �Qu� gracioso!, bueno, pero si necesita el libro me lo
devuelve m�s adelante.


- No -dijo- ya compr� uno. As� que hoy mismo te lo puedo
entregar.


- �Lo tiene aqu�?


-S�, en la casa de residentes. Si quieres vamos y te lo doy.


Asent�. En ese momento yo ya hab�a terminado mi caf�, pero
ella a�n ten�a la mitad del suyo. Lo tom� en sus manos y nos dirigimos al ala
destinada a los m�dicos residentes. Llegamos y entramos a un cuartito con lo m�s
indispensable: una cama, una silla, un escritorio y un armario. Ella se quit� la
bata blanca aludiendo demasiado calor y me inst� a hacer lo mismo si quer�a. Yo
le dije que no sent�a calor.


-Veamos -dijo hurgando entre las cosas del armario- por aqu�
tengo tu libro...


Estaba busc�ndolo con una mano, as� que dej� el caf� sobre el
armario y se dedic� a buscarlo con ambas. Revolvi� y revolvi� como loca sin
encontrar el dichoso libro. En un movimiento brusco, el caf� cay� desde donde lo
hab�a colocado, y se desparram� sobre la delgada blusa del traje celeste que
llevaba para los turnos.


-�Mierda! -vocifer� -perm�teme un segundo -me dijo.


E inmediatamente se quit� la blusa, dejando semidesnudo su
cuerpo. El l�quido hab�a traspasado con facilidad la tela de algod�n y hab�a
ensuciado su sujetador de fino encaje.


-�Vaya! -dijo- ahora voy a tener que lavarlo antes que se le
pegue la mancha y sea dif�cil quitarla despu�s...


�Y se lo quit�! Se lo quit� sin m�s ni m�s, como si en la
habitaci�n no hubiese nadie m�s que ella, como si mi presencia no le incomodase
en lo m�s m�nimo. Sus pechos blancos quedaron al descubierto, tr�mulos,
desafiantes, macizos, comandados por dos pezones rosados erguidos generosamente.


En ese momento yo no sent� m�s que admiraci�n porque la
Osorio ten�a unas tetas muy hermosas, tal como me gustar�a que fueran las m�as.
Los senos se le ve�an un poco irritados pues el caf� a�n segu�a muy caliente.
Para aliviar el ardor moment�neo, ech� agua sobre ellos. Al refrescarse, sus
pezones comenzaron a tomar una solidez exagerada, como punta de lanza y sus
carnes se pusieron m�s firmes y tensas. Con delicadeza comenz� a lavar la prenda
en el lavabo, y dijo:


-Esp�rame un momento, Mar�a. Ya te voy a dar el libro...


Al ratito sali� con el sujetador limpio, lo colg� de una
pecha, sac� otra blusa celeste, pero no se la puso, y se sent� a mi lado en la
cama. Siempre he sido una mujer muy liberal pero aquella situaci�n me incomod�
un poco. Ah� la ten�a, con los senos al aire, hembra magn�fica. Se acost� en la
cama, cubriendo su desnudez ech�ndose la blusa encima sin pon�rsela, y dijo:


-�Sabes?, me arde el pecho por lo caliente que estaba el
caf�...


-S�, me imagino.


-�Ay!, si supieras como lo siento... -recalc�.


-Debe doler bastante.


-S�...


Se qued� un buen rato as�. Yo no dec�a nada y ella, al
parecer estaba a punto de ser vencida por el sue�o. Por fin dijo:


-Si quieres qu�tate tu blusa...


Yo sab�a hacia donde nos estaba llevando con su actitud,
�pero qu� pod�a perder? Adem�s, acababa de descubrir que aquello no me
desagradaba en absoluto y eso s�lo significaba una cosa: me estaba gustando. Con
poca prisa me quit� la blusa y el sujetador y me recost� a su lado.


-�Sabes una cosa? -dijo.


-�Qu�?


-Me gustan tus tetas.


-A m� me gustan las suyas tambi�n -dije.


-�Quieres tocarlas? -pregunt�.


-Si me deja...


-Hazlo...


Y tom� mis manos llev�ndolas a posarse sobre sus dos masas
pectorales que se estremecieron bajo mis manos que empezaron a jugar con ellos
con mucha naturalidad y a estimular sus pezones como si esa no fuera la primera
vez que se lo hac�a a otra mujer. Rosario ten�a los pechos m�s suaves y d�ciles
que yo hab�a tocado hasta entonces. Sus carnes se distribu�an exquisitamente
entre mis dedos caus�ndonos a ambas un enorme placer. Rosario gem�a y respiraba
profunda y agitadamente, indicio de que la excitaci�n crec�a cada vez m�s dentro
de su magn�fico cuerpo. Aquello me encendi� sobremanera y entonces puse en juego
mi otra mano tambi�n.


-Vamos, Mar�a -dijo- s�bete encima de m� y ponte esa cofia
tan mona de las enfermeras� que me pone a mil�.


Me puse la cofia, y abriendo mis piernas, me sent� a
horcajadas abrazando con mis muslos su pelvis y continu� el delicioso masaje
pectoral al que la ten�a sometida. Ella comenz� a acariciar mis pechos tambi�n
con sus manos blancas y estilizadas. Fueron pocas fracciones de segundos las que
tard� en poner mis pezones tan duros como los suyos. En verdad soy una mujer que
necesita muy poco para excitarse. Sin embargo, en esa ocasi�n, con aquella
hembra colosal estaba probando una experiencia diferente.


Ella pas� sus manos delicadas detr�s de mi cuello y me atrajo
hacia s� y sus labios se fundieron con los m�os en un beso apasionado y
violento. Casi me ahogaba al deslizar su lengua dentro de mi boca, reconociendo
con ella todos sus rincones. Con una de sus manos revolv�a mis cabellos mientras
con la otra acariciaba mi torso desnudo. Cuando solt� mis labios pude respirar
por fin con un hondo y agitado suspiro. Pero ella no permaneci� quieta ni un
instante, me dio la vuelta y qued� debajo de ella y su boca sedienta sigui�
acosando de besos mi cuello, mis hombros y la parte superior de mi pecho.


- Qu� cachonda me pones con esa cofia de ni�a buena�


La excitaci�n me hab�a hecho presa desde hac�a un buen rato,
pero ahora parec�a incontrolable, pues la doctora me encend�a cada vez m�s y m�s
y una sensaci�n ardiente comenz� a entrar en mi pecho y mi vientre. No era la
primera vez que ten�a sexo con una mujer. Ya entonces hab�a perdido la cuenta de
cuantas chicas hab�an probado junto a m� los deleites del sexo puro y duro. Sin
embargo, Rosario ten�a algo distinto, algo especial. Ella estaba casada y ya
ten�a un hijo, y quiz�s mi excitaci�n consist�a en que nunca lo hab�a hecho con
una mujer comprometida... y madre sobre todo. Los pensamientos se arremolinaban
en mi cerebro en un torbellino desaforado sin orden, abruptos, locos, mucho m�s
r�pido que las sensaciones que experimentaba bajo el influjo y el peso del
cuerpo de la mujer sensual que desparramaba sobre mi ardientes caricias y besos
fren�ticos.


En la locura de estar bajo el influjo de aquella hembra
formidable, no supe de m�, del momento en que ella nos desnud� por completo,
hasta que ya ten�a sus labios pegados a mi chochito, metiendo lenta y
profundamente su lengua dentro de �l. La humedad y el roce me produc�an una
mezcla de cosquillas, escalofr�os y estremecimiento indescriptible. �ramos, como
se dir�a, dos hembras fuera de lo com�n. Ella, como ya la he descrito, alta,
espigada, bien proporcionada; yo de estatura media, con buenas curvas, pero todo
bien distribuido. En tanto su lengua literalmente chupaba todo mi co�o, comenz�
a encajar uno de sus dedos en mi ano. �Fatal! Yo no s� si ella estaba enterada,
pero lo que m�s me enciende es eso: que me manipulen el culo. Es algo que en un
santiam�n me pone a mil. Es el m�ximo placer que puedo sentir de un hombre o de
una mujer. Con eso logr� llevarme al primer orgasmo en un par de minutos� Como
entonces comenc� a gemir alocadamente (como siempre que voy a "terminar"), ella
me tap� la boca metiendo en ella lo primero que cogi� con la mano: la blusa que
se hab�a manchado con el caf�.


Aunque yo ya hab�a alcanzado el orgasmo, Rosario no par� de
lamerme y chuparme por abajo, era una hembra pertinaz, constante en lo que
hac�a. Ya la mezcla de mis jugos y su saliva ba�aban buena parte de sus mejillas
y resbalaban entre mi ingle, empapando las s�banas, pero ella continuaba con la
succi�n. Una, dos, tres, cuatro veces m�s me hizo explotar en oleadas
org�smicas, una tras de otra sin control, estremeciendo por completo mi cuerpo.
Por fin se cans� de las chupaderas y distanci� su boca de mi sexo.


Sin embargo, a�n su dedo segu�a enterrado en mi culo y fue
entonces cuando �ste entr� en verdadera acci�n. Originalmente lo hab�a metido
hasta la mitad, pero fue desliz�ndolo, r�pida pero suavemente hacia adentro,
profundo, por completo, una y otra, y otra vez hasta casi alcanzarme el fondo de
mi pelvis. No era la primera vez, es m�s, hasta perd� la cuenta de docenas de
dedos que me han acometido por mi agujerito posterior. Sin embargo, no s� que
ten�a Rosario que solamente con un dedo me estaba llevando mucho m�s all� del
placer que me hab�an proporcionado antes. Lo atribuyo a la excitaci�n del
momento, quiz�s a la forma en que ella lo dirig�a y que sab�a exactamente qu�
puntos tocar dentro de mi recto para hacer que me desmoronara en un mar de
deleites.


En total me hizo alcanzar el orgasmo 8 veces en un periodo de
diez minutos. �Un nuevo r�cord para m�! Ella sac� el dedo de mi ano,
visiblemente agotada por el esfuerzo y se desplom� en la estrecha cama. Aunque
sab�a que deb�a dejarla descansarse unos minutos, la excitaci�n que ten�a en mis
adentros era tanta que no quer�a desaprovecharla: despu�s no ser�a lo mismo.
Tir� el trapo que tapaba mi boca y sin decirle nada le di la vuelta para que se
pusiera boca abajo, le sub� las caderas dej�ndola a cuatro patas y me apropi� de
su vulva, embisti�ndola por detr�s.


Desde el primer contacto, mis mejillas y mi barbilla quedaron
llenas de sus secreciones, que en ese momento ya eran abundantes; mi lengua
profan� aquella intimidad cavernosa hasta lo m�s profundo. Mi excitaci�n se
multiplic� al mill�n al darme cuenta que, como mujer que ya hab�a tenido hijos,
su vagina era m�s amplia, y me permit�a introducir buena parte de mi rostro por
lo menos hasta la entrada y con mi lengua pod�a explorar mucho m�s adentro que
lo que hab�a hecho con mujer alguna. A todo esto, Rosario era una gran mu�eca
blanca pose�da por demonios de placer que convulsionaban su esplendoroso cuerpo
y lo hac�an estremecerse, gemir, y revolver las caderas como una loca, como
nunca hab�a visto a nadie disfrutar.


Era tanto el placer que su cabeza parec�a un p�ndulo
descoordinado, instantes enterrado en las almohadas e instantes alzado y
revolvi�ndose como neg�ndose a creer la inmensa satisfacci�n que estaba
experimentando.


- Mete tus dedos, mi amor, �m�telos! -dijo en un instante que
sus gemidos se lo permitieron. �


Yo introduje un par de dedos dentro de su vagina, teniendo
que disminuir la presi�n que mi boca ejerc�a dentro de su vulva.


- No, ah� no. -dijo- �en mi culo, m�telos en mi culo!


A diferencia del m�o, su ano era m�s estrecho, m�s firme,
menos "usado". Por eso me cost� un poco hacer que mi dedo �ndice penetrara hasta
el fondo. Pero el est�mulo de algo dentro de su recto fue haciendo que el
esf�nter aflojara poco a poco hasta que pude con menos dificultad, meter otro
simult�neamente. �Para qu� voy a explicar con palabras lo que dec�a o como gem�a
locamente? Solamente imaginaos. Cuantas veces se corri�, no lo s�. Solamente me
di cuenta de que su vagina manaba caudalosamente un jugo que pr�cticamente
ba�aba sus muslos y mi rostro.


Por fin, hasta el cuerpo joven y resistente de Rosario tiene
un l�mite y por fin cay�, impotente de mantenerse a cuatro patas, sudorosa y
exhausta. Yo ten�a un poco m�s de fuerzas, pero con lo que hab�amos tenido
bastaba para estar satisfecha. Ca� recostada sobre aquella diosa blanca, colosal
y ardiente. Mi "m�dico residente" hasta hace unos momentos y ahora, mi amiga, mi
mujer, mi amante. - �Sabes una cosa, Mar�a? -me dijo


- �Qu�? -pregunt�


- Es mi primera vez.


- �En serio? Pues lo hiciste muy bien.


- S�, Hugo y yo vemos pel�culas X con frecuencia y all� he
aprendido lo que te hice.


-�Y desde cuando te gustan las mujeres? -pregunt�.


- Bueno... F�jate que al principio me repugnaban las escenas
de s�lo mujeres, despu�s me eran indiferentes porque ya me hab�a acostumbrado a
verlas, pero luego hasta me gustaron, y la verdad es que nunca hab�a sentido
tanto deseo por una hasta que te conoc�. Ya me hab�an contado muchas cosas de ti
y de lo que te gusta y por eso me atrev�. Las palabras que me dijo me hicieron
reflexionar un poco sobre mi "popularidad", pero sin llegar a la trascendencia
de "debo cambiar mi vida un poco, o tengo que moderarme, bla, bla", porque las
siguientes palabras me sacaron de mis pensamientos.


- Y �sabes? No me arrepiento de haber hecho lo que hice hoy.
He quedado completamente satisfecha, como nunca antes en mi vida, ni siquiera
con mi marido.


Eso era algo que hab�a escuchado infinidad de veces y ni
siquiera hice un comentario. Ella continu�.


- �L�stima que sea la �ltima vez que lo hagamos!


- �Por qu�? -pregunt� sin encontrar alguna causa por lo que
no debi�ramos seguir esa relaci�n.


- Enti�ndeme, soy casada, tengo un hijo. Por el bien de mi
matrimonio no debo seguir con esto.


- Est� bien, como quieras. -hice una pausa-. Debo regresar a
mi servicio. Ya deben extra�arme las enfermeras.


- Vale. Yo tambi�n.


Nos vestimos, tom� mi libro y salimos a nuestros respectivos
lugares. Al volver, me esperaba Diana, la enfermera de Trauma evidentemente
disgustada. - �Por qu� tard� tanto, doctora? -dijo en tono sarc�stico, a pesar
de ser buenas amigas.


- Porque tuve que hacer un "procedimiento de emergencia",
Srta. Alonso- contest� con la misma iron�a. Y me dirig� a seguir mis tareas.
Diana me cogi� por el brazo y me hizo girar el cuerpo hacia ella, mientras me
se�alaba amenazadoramente con un dedo.


- Mira, Mar�a. Te conozco muy bien y s� que algo te traes
entre manos. T� me conoces tambi�n como soy y ten por seguro que si me est�s
enga�ando con un hombre os vais a acordar los dos.


Para aplacarla la empuj� hacia el cuartito de ba�o y dentro
le bes� en los labios unos instantes y le dije en susurro: - No seas tontita. Te
juro que no te estoy enga�ando con ning�n hombre.


- M�s te vale. -dijo un poco furiosa todav�a y se larg�. No
pude menos que sonre�r ante aquel suceso, Ay, no s� porque a veces me gusta
complicarme la vida...




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Relato: La enfermera y la doctora
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