Relato: El Esclavo (1)



Relato: El Esclavo (1)

El Esclavo (1)


Esta historia comienza en Roma, en el tercer a�o del
Emperador Tiberio. La joven Claudia acud�a al mercado de esclavos por primera
vez desde la muerte de su padre, el rico senador Quinto Flavio y pasados los
rigurosos seis meses de luto. Hu�rfana de madre desde muy joven, e hija �nica,
Claudia hab�a heredado una gran fortuna. Ten�a veinte a�os reci�n cumplidos y
era muy bella. Delgada y no muy alta, sus facciones eran nobles y
proporcionadas. Pelo rubio y ensortijado, ojos azules, boca y nariz peque�as y
labios carnosos. Su cuerpo no era especialmente escultural, pero s� bastante
atractivo y ligeramente atl�tico, acostumbrado, como estaba, al ejercicio
f�sico. Espalda y brazos delgados y flexibles, pechos tiesos y redondos pero no
muy grandes, vientre plano, piernas fuertes y sin un gramo de grasa y trasero
prieto y peque�o como el de una ni�a.


Teniendo en cuenta todo esto ya podemos imaginarnos que a sus
veinte a�os Claudia hab�a recibido bastantes ofertas de matrimonio, pero ella
las hab�a rechazado todas. Adem�s el f�sico no era el principal atractivo de la
joven. Claudia era una persona muy inteligente y sab�a que la �nica manera de
continuar siendo una mujer libre era permanecer soltera. Eso no ten�a por qu�
obligarla a renunciar al sexo o a la maternidad. De hecho, el sexo era
precisamente la raz�n de haber acudido aquella ma�ana al mercado de esclavos.
Claudia era virgen, pero quer�a dejar de serlo ya y para estrenarse quer�a un
hombre excepcional, un aut�ntico Apolo que la satisficiera a su capricho.


La b�squeda no fue nada sencilla, a pesar de la abundancia de
esclavos en Roma fruto de las continuas conquistas del Imperio. Tras recorrer
casi todos los establecimientos de venta de esclavos y a punto de volver a su
casa Claudia lo vio de improviso. Era �l, el hombre m�s atractivo que hab�a
visto nunca. El comerciante lo expon�a a la clientela mayoritariamente femenina,
semidesnudo y untado de aceite, con s�lo un taparrabos encima y las manos atadas
con grilletes. Claudia no pod�a quitarle la vista de encima. Era un germano alto
y guapo y ten�a un pecho ancho y fuerte. No es que fuera muy musculoso aunque se
notaba que estaba acostumbrado a la lucha y a la vida dura. Adem�s ten�a un culo
redondo y duro como una piedra que daban ganas de ara�arlo y bajo el taparrabos
parec�a adivinarse un enorme paquete. Claudia se excit� a la vista de ese ser
divino y su sexo empez� a mojarse, lo quer�a para ella, pero antes ten�a que
cerciorarse. De este modo, susurr� algo a su esclava negra Micaela. Esta se
acerc� al comerciante y d�ndole unas monedas le dijo. Mi ama quiere ver bien al
esclavo. �Quiere verlo todo?, pregunt� el comerciante. S�, todo, dijo ella. El
comerciante comprendi� con una sonrisa y viendo el negocio se llev� al esclavo
al interior de un edificio indicando a Claudia que le siguiera.


D�ndose cuenta de la calidad de la muchacha, el comerciante
le hizo una reverencia diciendo. Soy vuestro servidor se�ora. �Qu� dese�is?.
Quisiera ver bien la mercanc�a, dijo ella con voz autoritaria. As� se har� y
diciendo esto el comerciante se dispuso a arrebatarle el taparrabos al esclavo.
Un momento, dijo ella. Que lo haga Micaela. La negrita adolescente se acerc� al
esclavo y arrodill�ndose le baj� delicadamente el taparrabos. Ante la atenta
mirada de Claudia apareci� un miembro prometedor, pero era necesario verlo en
toda su plenitud. Por eso Claudia hizo una se�a a su esclava. Micaela afirm�
obediente con la cabeza y tras abrirse su vestido empez� a acariciar el pene con
su piel desnuda. La joven insisti� mucho y lo frot� bien contra sus pezones que
se pusieron muy duros. El germano empez� a suspirar de gusto con los ojos
cerrados y estuvo a punto de correrse cuando Micaela le empez� a chupar la
polla. Claudia no pod�a dar cr�dito a sus ojos ante ese miembro descomunal. Casi
veinte cent�metros de polla gorda y dura como una piedra. Apenas le cab�a en la
boca a la esclava. Basta, dijo Claudia muy alterada y con el coraz�n lati�ndole
con fuerza. �Cu�nto ped�s por �l?. El comerciante abult� el precio a posta al
adivinar el inter�s de la muchacha. Cincuenta monedas de oro. Pagadle, dijo ella
sin dudar. Y uno de los servidores sac� una bolsa llena de monedas de oro. Por
cierto, a�adi� Claudia mientras los servidores se llevaban al esclavo. �C�mo se
llama?. Ayax, lo he bautizado como el h�roe hom�rico. Muy adecuado dijo Claudia
para la que el esclavo resultaba un gigant�n, y ahora, en marcha.


El s�quito de la rica joven inici� r�pidamente la marcha
hacia su villa a las afueras de la ciudad con intenci�n de llegar a ella antes
del anochecer. Claudia ard�a en deseos de hacer el amor con su nuevo esclavo. El
viaje discurri� seg�n lo previsto y Claudia se dirigi� a sus aposentos tras dar
la orden de que las esclavas asearan a Ayax y lo llevaran a su presencia. Tras
una hora, la joven Claudia esperaba a su amante tumbada en el lecho, cenando un
poco de fruta y vino. Se hab�a ba�ado, depilado y perfumado todo el cuerpo y
s�lo llevaba encima una ligera t�nica de seda. Estaba muy excitada ante la
perspectiva de perder la virginidad con semejante animal, pero se mantuvo
tranquila cuando las esclavas lo trajeron a su presencia vestido solamente con
un taparrabos. Salid y dejadme sola, orden�. Una vez a solas, Claudia llen� otra
copa de vino y se la acerc� a Ayax. Toma bebe a mi salud, esta noche ser�s mi
due�o y se�or y poseer�s mi cuerpo. El esclavo mir� a Claudia y se empalm� s�lo
de o�r eso, dando gracias a los dioses porque le hubiera comprado un ama tan
joven y bella. Mientras beb�a, Claudia empez� a acariciarle el torso pas�ndole
sus u�as por los pectorales, y hecho esto empez� a chuparle los pezones. Esto
puso a cien al germano, que, acostumbrado a las mujeres de su tierra tir� su
copa al suelo y cogiendo brutalmente a Claudia, le rasg� la t�nica y se puso a
besarla en la boca con bastante violencia. Claudia lo rechaz� entonces
escurriendose de sus brazos. Guardias, grit� mientras cog�a un pu�al y amenazaba
al germano. R�pidamente y antes de que �l pudiera reaccionar, llegaron unos
soldados que atraparon al esclavo. Claudia proteg�a su torso con el vestido roto
mientras ordenaba furiosa. Maldito malnacido, dadle veinte latigazos por su
osad�a, as� aprender�.


Los soldados se llevaron al esclavo mientras la joven se
dirig�a a sus habitaciones para cambiarse de vestido. Pronto empez� a o�r el
inconfundible sonido del l�tigo contestado a cada golpe por los gritos del
germano. Claudia sonri� entonces enigm�ticamente y se empez� a masturbar
mientras contaba hasta veinte los golpes. Por fin, cuando ces� el castigo,
Claudia se termin� de vestir y fue en busca de su esclavo. De sobra sab�a a
d�nde le hab�an llevado para castigarlo, a la c�mara de tortura de la villa. El
padre de Claudia hab�a dotado a su villa de ese lugar especial que le serv�a
para realizar interrogatorios a delincuentes o enemigos pol�ticos, aunque
frecuentemente lo destinaba a ciertas diversiones poco confesables que
practicaba con esclavas y prostitutas. Claudia hab�a descubierto con quince a�os
que su padre realizaba estas pr�cticas crueles y s�dicas con jovencitas poco
mayores que ella misma, y desde entonces s�lo ten�a una obsesi�n en mente.
Pensando en esto, Claudia entr� en la c�mara de tortura y all� vio a su adorado
esclavo .


Los verdugos lo hab�an atado a dos postes separados entre s�
con los brazos y las piernas abiertos y le hab�an dado los veinte latigazos por
delante y por detr�s, de modo que casi todo el cuerpo del esclavo estaba marcado
de heridas, sin embargo no le hab�an arrancado el taparrabos. Por caridad le
hab�an proporcionado un trozo de madera para que lo mordiera durante el castigo.
El joven estaba desfallecido y hab�a escupido la mordaza. La tenue luz de las
antorchas ba�aba ahora la piel sudorosa del esclavo que pareci� m�s bello que
nunca a los ojos de Claudia. La joven se acerc� al esclavo con una l�mpara de
aceite admirando el trabajo de los verdugos. �Ha perdido el sentido?, pregunt�.
No mi se�ora, es fuerte como un toro. Muy bien. Ahora salid y dejadme con �l.
Pero, se�ora, dijo uno de los verdugos. Haz lo que te digo respondi� ella
secamente.


Los verdugos hicieron una reverencia y se marcharon cerrando
la puerta. Claudia cogi� entonces una tranca y la cerr� por dentro. Hecho esto
cogi� un barre�o de agua y una esponja y se acerc� a Ayax. Delicadamente empez�
por darle agua verti�ndola con la esponja en la boca y seguidamente empez� a
limpiarle la sangre y las heridas. Ayax se quejaba por el escozor. �Duele?,
pregunt� ella. Ha sido necesario hacer esto mi amor. Ayax la mir� sin dar
cr�dito. Pero �qu� demonios quer�a esa mujer endiablada? �Por qu� le hablaba
ahora as�?. Claudia le sigui� limpiando al tiempo que le acariciaba. Mira
cari�o, no lo has entendido. Te he dicho que esta noche ser�as mi amo y se�or,
pero s�lo dentro de estos cuatro muros. Fuera yo ser� el ama, pero aqu� yo ser�
tu esclava, y t� ser�s mi amo.


Y diciendo esto, Claudia se empez� a quitar el vestido hasta
quedar completamente desnuda delante de Ayax. Mientras se desnudaba, Claudia
miraba a su apuesto esclavo con malicia. �Te gusto?, le pregunt�. Pronto ser�
tuya, no te impacientes. La joven empez� a acariciar el torso de Ayax con sus
dedos temblorosos y en un momento dado le ara��, mientras le besaba
repetidamente los pectorales y le chupaba los pezones con su �vida lengua. Tras
esto se colg� con sus brazos de la nuca del esclavo y frotando su suave cuerpo
contra el de �l, le dio una largo beso en la boca del cual los dos j�venes
disfrutaron enormemente. De repente, Claudia sonri� al notar en su entrepierna
ese poderoso instrumento que �l ten�a ah� abajo. As� pues, y mir�ndole con
picard�a se separ� de �l y mir� hacia su entrepierna viendo que la polla de Ayax
pugnaba por escaparse del peque�o taparrabos. Sonriendo, Claudia se agach� y
deshaciendo los nudos de �ste, se lo quit�, de modo que la verga del germano
qued� tiesa y brillante ante el rostro de la joven. A �sta le pareci� que ol�a a
algo raro pero no le pareci� en absoluto desagradable. Todo lo contrario.


Intuitivamente cogi� la enorme polla con la mano y empez�
dulcemente la felaci�n. Claudia nunca hab�a chupado una polla, pero lo hizo como
una aut�ntica profesional, sin prisas y disfrutando de cada sensaci�n, al fin y
al cabo, ese t�o estaba indefenso y ahora no era peligroso. La joven cerr� los
ojos y empez� a pasear su lengua lentamente por el glande hinchado y brillante
de Ayax. Le sorprendi� su sabor y su tacto suave y c�lido le encantaron. A
trav�s de esa suavidad el pene del b�rbaro promet�a ser algo tieso y muy duro.
Claudia ya pod�a sentirlo perforando sus entra�as y no pudo evitar acariciarse
su mojado co�o mientras se la segu�a chupando. Entretanto, Ayax tens� todos los
m�sculos de su cuerpo, cerr� los ojos y se abandon� a la dulce sensaci�n de que
esa jovencita desnuda le estuviera haciendo una mamada tan intensa. Ante las
reacciones y gemidos del esclavo, Claudia mir� hacia arriba satisfecha y vio a
ese hombre estremecerse de placer. Hecho esto, y aunque la polla era muy gruesa,
la muchacha decidi� met�rsela en la boca. Lo hizo lentamente, cerrando los ojos
y gimiendo de gusto por aquello c�lido que le penetraba hasta la garganta. Los
labios de Claudia atrapaban el miembro atr�s y adelante, una y otra vez y
sent�an perfectamente las palpitaciones de la sangre entrando y saliendo a
borbotones de la verga del esclavo.


Repentinamente Claudia sinti� un l�quido salado y pegajoso y
se sac� la polla de improviso, dejando un hilo de semen y baba entre sus labios
y el pene h�medo y tieso de Ayax. No voy a dejar que te corras tan pronto amor,
dijo ella, mientras jugaba lascivamente con las gotas de semen a�n transparente
y muy l�quido. Ayax volvi� a gemir de placer ante el contraste de temperaturas
dentro y fuera de la boca de la joven. El esclavo estaba a punto de estallar y
ella hab�a parado dej�ndole a medias. Pero entonces ocurri� algo que �l no
esperaba. Sonriendo enigm�ticamente, Claudia se quit� la aguja que sujetaba su
pelo y con ella pinch� la punta de la gruesa polla de Ayax, de manera que �l
lanz� un tremendo alarido de dolor. Claudia puso gesto de s�dica y le volvi� a
pinchar con el mismo resultado. El pobre Ayax se retorc�a de dolor gritando con
todas sus fuerzas. Pobrecillo, dijo ella con falsa compasi�n viendo la herida
rojiza en el miembro de �l, �te he hecho da�o?, y diciendo esto volvi� a lamerle
la zona herida con cuidado y dedicaci�n. La lengua de Claudia volvi� a arrancar
otro gemido del hombre aunque esta vez no estaba claro con qu� grado de placer o
de dolor.


Poco a poco Claudia volvi� a reiniciar la felaci�n lo m�s
lentamente posible para que �l terminara corri�ndose dentro de su boca. Ayax se
retorc�a y gem�a ahora de puro placer llegando muy poco a poco al orgasmo. El
golpe de gracia se lo dio ella cuando, introduciendo su dedo �ndice por el
agujero del culo de �l le explor� bien el escroto acarici�ndoselo por dentro
mientras segu�a comi�ndose su polla. Repentinamente Claudia not� que el miembro
de Ayax creci� y creci� y un estallido c�lido y cremoso inund� su boca y le
quem� la garganta. Ayax bram� y tembl� mientras se corr�a dentro de la boca de
ella. Claudia trag� un chorro de esperma caliente, pero reaccion� sac�ndose el
miembro del esclavo de manera que la baba y el semen cayeron mezclados por su
barbilla hacia los pechos y los muslos en grandes goterones blanquecinos y
pastosos.


La joven Claudia ni siquiera se preocup� de su cuerpo mojado
por esa lluvia c�lida, sino que mir� a su nuevo esclavo a�n retorci�ndose de
placer. Ahora su verga parec�a m�s grande que nunca, enrojecida y brillante con
un gran goter�n blanco en su punta. �Te ha gustado?, pregunt� ella a�n
arrodillada. Y sin esperar respuesta volvi� a chuparle la polla para limpiarla
bien de ese l�quido blanco. Claudia re�a de felicidad y con un poco de verg�enza
mientras le quitaba a lametones el semen a esa polla a la que desde ese momento
consideraba s�lo suya. A la joven le sorprend�a esa curiosa textura del esperma,
algo pegajosa e inc�moda de manejar con la lengua. Mientras tanto, en su mente
se imaginaba ya taladrada por su bien dotado esclavo, sin embargo, lo primero
era lo primero.


Claudia se incorpor� del suelo y abraz� a Ayax bes�ndole por
toda la cara repetidamente y fundi�ndose con �l en un beso largo en la boca que
le pring� a �l con su propio esperma. Tras besarse, Claudia le susurr�. Ahora te
voy a desatar y yo ocupar� tu lugar. Estar� toda la noche en tus manos y podr�s
hacer conmigo lo que quieras. S�lo te pido que si vas a tomarme lo hagas como si
yo fuera un muchacho, no quiero quedarme en cinta tan pronto.




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Relato: El Esclavo (1)
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