Relato: Vacaciones de Semana Santa (2)



Relato: Vacaciones de Semana Santa (2)

Vacaciones de Semana Santa (2)


Viaje al infierno.


Cuatro veh�culos militares esperaban al grupo en la
carretera. Missy y Sharon fueron introducidas a la fuerza en el segundo por
varios soldados, mientras el coronel Rodr�guez entraba en el primero. Las chicas
fueron acomodadas en los bancos laterales de la trasera del veh�culo, y los
soldados les ataron los tobillos a las patas de dicho banco con otro juego de
esposas. Hecho esto cerraron las puertas desde fuera.


Al entrar en el primer veh�culo, el Coronel Rodr�guez salud�
burlonamente a la joven que le esperaba en �l atada y amordazada. Hola, Sara, ya
te dije que no iba a tardar mucho. Sara era una joven prostituta de la ciudad a
la que el Coronel hab�a comprado por una cantidad aceptable a su chulo. La
muchacha de melena oscura y larga manten�a los brazos sobre su cabeza, atados a
una barra de hierro y estaba amordazada. S�lo llevaba unos pantaloncitos
vaqueros muy cortos y una camiseta de tirantes casi transparente que dejaba su
ombligo al aire. La joven mir� horrorizada c�mo el coronel cog�a un cuchillo y
se acercaba a ella. Los veh�culos se pusieron en marcha y el coronel dijo. Ahora
lo pasaremos bien t� y yo, peque�a. Y diciendo esto meti� el cuchillo por dentro
de la camiseta con �nimo de rasgarla.


El viaje dur� seis horas o m�s, las chicas no pudieron
calcularlo bien. Tampoco ve�an por d�nde iban pues el veh�culo en el que iban
encerradas no ten�a ventanas. De todos modos, tras un buen rato de rodar por
carreteras bien asfaltadas entraron en caminos m�s accidentados, llenos de
baches, en los que los coches tuvieron que aminorar la marcha. Era evidente que
se estaban internando en una zona poco poblada y civilizada, quiz� en la selva y
eso alarm� a Sharon. Missy estaba muy nerviosa y miraba preocupada a su
compa�era. �sta, a pesar de su propia inquietud, intent� tranquilizarla. Es una
confusi�n, le dijo, todo se arreglar�. Pero la misma Sharon estaba cada vez m�s
inquieta. �Por qu� se alejaban de la ciudad si estaban detenidas?.


Por fin, tras varias horas los coches pararon su marcha. Se
oy� ruido de puertas al cerrarse y voces de hombres dando �rdenes. Un chirrido
anunciaba que se estaba abriendo una verja o algo as�, y en unos segundos los
veh�culos volvieron a ponerse en marcha. Nuevamente Sharon y Missy se miraron
consternadas. Esta vez apenas anduvieron unos metros antes de volver a pararse,
y repentinamente alguien abri� las puertas con violencia. Fuera gringas, ha
acabado el paseo, dijo brutalmente un soldado, y otros se apresuraron a soltar
las esposas de los tobillos de ellas. Nuevamente tuvieron que bajar a
trompicones pues las dos se resist�an como fieras a que esos cerdos les tocaran
con sus manazas. Finalmente las soltaron y las dos permanecieron muy juntas
protegi�ndose entre s�. Fue entonces cuando se dieron cuenta de d�nde estaban.
Un amplio patio rodeado de una alta alambrada e infestado de soldados. Afuera se
ve�an las copas de los �rboles y se o�an los ruidos t�picos de la selva. Sharon
y Missy se asustaron de su situaci�n, estaban en medio de ninguna parte y esos
individuos les hab�an secuestrado, quiz� ni siquiera fueran polic�as. Aunque a�n
llevaban las braguitas del bikini, estaban casi desnudas y todos aquellos tipos
les miraban como lobos hambrientos. Lo menos que pod�a pasarles es que las
violaran all� mismo.


Adem�s de las alambradas hab�a varios edificios y un b�nker.
Sin embargo lo que m�s les llam� la atenci�n fueron las tres grandes cruces de
madera que se levantaban en medio del patio, y el caballete de madera que hab�a
junto a �stas. Se trataba de un largo travesa�o horizontal sostenido sobre dos
caballetes del que colgaban cadenas y argollas de hierro. A Sharon le empezaron
a entrar sudores fr�os. Lo de las cruces y las cadenas era realmente siniestro,
parec�a un pat�bulo de ejecuci�n.


De repente se abri� la puerta del otro veh�culo y de �l sali�
el coronel Rodr�guez ajust�ndose el cintur�n. En cuanto vio a las muchachas
maniatadas volvi� a sonreir c�nicamente y dijo. Bajad a la puta y llevadla con
las otras. Dos soldados subieron a la camioneta y sacaron a Sara. La joven
estaba despeinada y sucia y ten�a la camiseta hecha jirones. Se notaba que hab�a
llorado. El viaje en compa��a del coronel hab�a sido "movidito", no cab�a duda.
Uno de los soldados le arranc� riendo los restos de su camiseta dejando su torso
desnudo al aire. La joven morena era delgada y ten�a pechos peque�os, sus rasgos
indicaban un origen ind�gena de p�mulos turgentes y ojos rasgados. Su precioso
pelo lacio le ocultaba parcialmente el rostro y ella se afanaba por subirse sus
peque�os pantaloncitos vaqueros que el coronel le hab�a rasgado y que dejaban
ver parte de su trasero y del vello p�bico. A empujones la llevaron hasta donde
estaban las otras.


Entonces el coronel se acerc� a ellas y acariciando los
cabellos rubios de Missy dijo. Esta vez hemos capturado dos ejemplares de
primera, �no os parece?. Los dem�s se rieron sin dejar de apuntar con sus armas
mientras Missy rechazaba la caricia del militar con un brusco movimiento de
cabeza. Sharon se arm� entonces de valor y dijo muy alterada. Esto es un
atropello, somos ciudadanas americanas y tenemos nuestros derechos, no pueden
tratarnos as�, devu�lvanos nuestras ropas inmediatamente. El coronel ni siquiera
se inmut�. La cogi� del brazo y la atrajo hacia s� estrech�ndola por la cintura
contra su propio cuerpo. Ven preciosa y no seas tan arisca. Sharon quiso
protestar, pero se qued� muda mirando el cuchillo que el coronel bland�a delante
de sus ojos. No me haga da�o, por favor, balbuci�. Mi padre pagar� lo que pida
pero no me haga nada. No me interesa tu dinero, gringa, me interesas t�, y
diciendo esto le paseaba la hoja del cuchillo por la piel. Sharon miraba el
cuchillo sin resistirse lo m�s m�nimo y muda de espanto. As� me gusta, preciosa,
que est�s calladita, volvi� a decir el Coronel, y diciendo esto le fue soltando
los nudos de la braguita del bikini. Por favor, musit� Sharon muerta de miedo,
eso no. Pero no se resisti� por temor al cuchillo. Con la braga a medio colgar,
el coronel le introdujo los dedos en la entrepierna mientras ella cerraba los
ojos avergonzada. Los expertos dedos del coronel le acariciaron los labios de la
vagina suavemente y Sharon al notar c�mo le tocaban en su sexo emiti� un gemido
con los ojos cerrados. �Vaya!, dijo el coronel, �menuda puta es esta gringa!
�qu� mojada est�s!, y sacando los dedos h�medos se los llev� a los labios.
�Chupa!, le orden�. Sharon torci� la cabeza, llena de verg�enza y temor, pero �l
le oblig� a volverla. Chupa, te digo o te arrepentir�s. Ella cerr� otra vez los
ojos y se meti� los dedos del coronel bien adentro, saboreando sus propios jugos
vaginales. Rodr�guez le quit� completamente las bragas y mientras le acariciaba
su suave trasero dijo. Llevad a esta zorra a mi habitaci�n y ocupaos de las
otras dos, ya sab�is lo que ten�is que hacer.


Los soldados cogieron a Sharon y la arrastraron hacia el
b�nker subterr�neo. Las tres muchachas gritaron y suplicaron que no las
separaran pero nada pudieron hacer por impedirlo. A Sharon la metieron as� en el
b�nker, recorriendo unos sucios y h�medos corredores a los que se abr�an varias
puertas de metal. La llevaban casi en volandas mientras ella gritaba hist�rica.
Finalmente abrieron una puerta y la introdujeron por la fuerza en la habitaci�n.
Se trataba de un cuarto no muy grande, simple, sin ventanas y con escaso
mobiliario, una silla, una mesa, una cama y un armario, adem�s hab�a una c�mara
de video sobre un tr�pode. Sin darle tiempo a nada, los soldados encapuchados
llevaron a Sharon hasta la silla y le abrieron las esposas, s�lo para atarle los
brazos por detr�s al respaldo y los tobillos a las patas de atr�s. Sharon deb�a
mantener as� las piernas abiertas a ambos lados de la silla y se dio cuenta de
que �sta estaba abierta justo bajo su entrepierna. En cuanto la ataron, los
soldados salieron de la habitaci�n, pero no sin antes acercar a ella un carrito
con una serie de objetos ocultos por una s�bana. Los soldados salieron cerrando
la puerta tras de s� y dejando a la joven sola.


Sharon intent� mover los brazos para liberarse, pero estaba
s�lidamente atada, escapar era imposible. Acto seguido se puso a pedir auxilio a
gritos, pero pronto lo dej�. �Qui�n iba a ayudarla en aquel infierno?. Entonces
se fij� en el carrito. No sab�a lo que hab�a en �l, y lo observ� detenidamente
una y otra vez, con atenci�n. Repentinamente la sangre se le hel� en las venas,
pues crey� ver unos cables rojos y azules. �Dios!, �qu� co�o era eso?. No le
hac�a falta pensarlo mucho. Cualquiera que sepa un poco sobre los m�todos de
interrogatorio que utiliza la polic�a de ciertos pa�ses pod�a hacerse una idea.
Sharon volvi� a sudar involuntariamente. Su mente trabajaba febrilmente,
intentando ordenar sus ideas. De pronto se acord� de las tres cruces y casi se
me� encima de miedo. Record� que en ciertos pa�ses se practica la Semana Santa
de una manera muy peculiar. Ofrecen a los delincuentes la posibilidad de redimir
sus penas si se dejan crucificar el Viernes Santo. Precisamente el Viernes Santo
era el d�a siguiente. No, no..., eso era ir demasiado lejos. Los secuestradores
no pod�an ser unos sic�patas. Pero entonces �Qu� clase de pervertidos las hab�an
secuestrado?, y de repente otra sorpresa. Un espeluznante alarido de mujer le
puso los pelos de punta. Era Missy, no cab�a duda, �qu� le estaban haciendo?.
Sharon intent� desviar su pensamiento acord�ndose de una oraci�n pero fue
incapaz de pasar de las primeras palabras, se las repet�a una y otra vez a s�
misma cuando su amiga volvi� a gritar. Los gritos se o�an a lo lejos, pero con
aquellas paredes y puertas de metal deb�a estar m�s cerca de lo que parec�a.
Sharon volvi� a forzar las ataduras para soltarse, el esfuerzo y el dolor le
hicieron derramar l�grimas, pero no sirvi� para nada.


Volvi� entonces con lo de la oraci�n. La culpa la ten�a ella.
Dios le hab�a castigado por los pensamientos impuros que le asaltaban desde
peque�a. Como le ocurr�a a Missy, Sharon siempre hab�a fantaseado con historias
sadomasoquistas, y normalmente cuando se masturbaba o practicaba el sexo sol�a
imaginarse a s� misma protagonizando escenas en las que era torturada de las
maneras m�s espeluznantes. Eso le excitaba tanto que le ayudaba a llegar al
orgasmo la mayor parte de las veces. Incluso algunas de esas fantas�as las hab�a
puesto por escrito en su diario personal. Las que m�s cachonda le pon�an eran
las referentes a la crucifixi�n. Sharon se excitaba mucho con eso, as� que hab�a
escrito varios relatos, invariablemente ambientados en �poca de los romanos, en
los que ella misma, a veces acompa�ada de su amiga Missy, encarnaba a una
esclava fugitiva, una cristiana o una germana a la que capturaban los
legionarios romanos. Estos la violaban y torturaban de diferentes formas y
siempre terminaban crucific�ndola. Sharon nunca hab�a dejado que nadie leyera
sus relatos, pero ella se complac�a haci�ndolo una y otra vez mientras se
masturbaba. Todo ello le causaba tanto placer como culpabilidad. Ahora Dios le
castigaba por ser tan pervertida blasfema y lo m�s parad�jico era que Sharon
ten�a terror al dolor.


La pobre muchacha estaba desesperada por el terrible destino
que le aguardaba, cuando de repente se abri� otra vez la puerta y apareci�
Rodr�guez. Tra�a consigo una botella y se hab�a quitado el uniforme. Dios m�o,
se dijo para s� Sharon, est� desnudo.


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