Relato: Alba de sexo adolescente en los Pirineos





Relato: Alba de sexo adolescente en los Pirineos

Mi agradecimiento a Dani un buen muchacho, vecino, gran
amigo, simp�tico y guapo, nacido en Madrid hace veinte y tantos a�os, profesor
de Educaci�n F�sica de un Centro de Secundaria de Barcelona, que me ha relatado
de manera fiel los hechos muy recientes que han servido de base a este relato.
Yo me lo he pasado muy bien escuch�ndole y escribiendo su historia, a veces de
forma casi literal, espero que a vosotros os guste tambi�n.


Gracias, Dani! Y� "Salut i for�a al canut!" (Salud y
fuerza al� "canuto")



Ya sabes porqu� te lo digo�






ALBA DE SEXO ADOLESCENTE EN LOS PIRINEOS





1.


ESTACI�N INVERNAL DE BAQUEIRA-BERET, VAL D�ARAN, PIRINEOS CATALANES.


FINALES DE ENERO DE 2005




2.


Me hab�a pasado el d�a con el grupo, en las pistas de
principiantes. S�lo me permit� un placer casi clandestino, subir una vez con los
telesillas m�s all� del Pla de Beret y bajar desliz�ndome en la nieve por una de
las pistas negras, hasta que los monitores de la estaci�n me hicieron volver a
una de las pistas autorizadas.



3.


Esther, a sus catorce a�os, estaba en el maravilloso punto de
equilibrio en el que la inocencia infantil se confunde con la malicia juvenil.


Su aspecto se hab�a hecho, d�a a d�a, de adolescente, con sus
tejanos apretados, su cintura y ombligo al aire, su figura estilizada con
algunas redondeces, rotundas en el culo y suaves en otras zonas que la hac�an
m�s apetecible, sus pechos, peque�os todav�a pero rectos, erguidos, en punta, y
su cara, en la que los rasgos de ni�a marcaban el erotismo involuntario de las
adolescentes incipientes, las lolitas en flor, la mirada p�cara, los labios
carnosos, la piel blanca, el pelo oscuro, a veces suelto, a veces recogido en
una cola con una goma.


De car�cter y psicol�gicamente, hab�a ido descubriendo que
aquella jovencita y yo nos parec�amos mucho, hasta el punto de que muchas veces
nos lo dec�amos todo con una mirada, entendi�ndonos de forma casi telep�tica.
Despu�s de todo, no hay mucha diferencia de edad entre los dos.





4.


Cuando, poco a poco, se fueron apagando los �ltimos ruidos y
conversaciones, y el cansancio exig�a que todo el grupo descansase despu�s de la
larga jornada de esqu�, yo me dirig� a dormir a mi habitaci�n de la planta
superior del hotel La Cuca Verde, donde estaban todos los chavales y chavalas,
mientras Valeria y Maria Nieves, las otras profes del grupo, se quedaban en una
m�s lujosa en la planta inferior.


Era la una de la madrugada, y ahora nevaba intensamente en
las monta�as del Pirineo. A �ltima hora de la tarde, cuando ya est�bamos en el
hotel, un viento del norte medio huracanado nos anunci� que hab�a llegado la
anunciada y temida invasi�n de aire helado siberiano. Alguien nos revel�, para
animarnos, que en el exterior del hotel la temperatura hab�a pasado en pocas
horas de dos a doce grados bajo cero. Oh, que placer, la calefacci�n del hotel
funcionaba perfectamente, que calorcito m�s agradable�



5.


Me acababa de poner los pantalones del pijama, qued�ndome en
camiseta la parte superior, cuando o� el leve rechinar que hac�a la puerta de la
habitaci�n al abrirse sigilosamente, como intentando evitar los crujidos que
pudiesen hacer ruido.


As�, al girarme, vi como Esther entraba en el cuarto. Llevaba
un pijama que le quedaba muy estrecho, tanto en la parte superior como en la
inferior, peg�ndosele al cuerpo como una segunda piel. En la mano llevaba un
pote o tubo de medicamento, y entonces record� lo que me hab�a dicho de la
pomada, cuando salimos de Barcelona, tema que se me hab�a ido completamente de
la cabeza. Esther ten�a unos dolores de espalda ocasionados por una peque�a
desviaci�n de unas v�rtebras, y hab�a que hacerle un masaje cada noche con una
pomada analg�sica. Su madre nos hab�a dado una nota con las instrucciones para
hacerlo a los monitores que �bamos con el grupo.


Esther cerr� la puerta de la habitaci�n con el mismo cuidado
con que la hab�a abierto.



6.


- Me tienes que poner la pomada, �lo recuerdas? Es en la
espalda, y yo no llego...
- me dijo Esther.



- Bien, se lo pod�as haber dicho a la Valeria, a lo mejor
ella y la Maria Nieves a�n est�n despiertas
- le contest�, record�ndole a su
tutora.


Esther me mir� fijamente con aquella sonrisa p�cara que hab�a
utilizado aquella ma�ana en la pista de principiantes, cuando habl�bamos ella,
Clara, Loli. y yo. Y dijo:



- S� que lo est�n, las he o�do hablar cuando he pasado
delante de su habitaci�n para llegar a la escalera, pero prefiero que me la
pongas t�, Valeria y Maria Nieves son unas antip�ticas y t� eres m�s guay....



Me la qued� mirando sorprendido, y me encog� de hombros. Si
la echaba de mi cuarto igual se enfadaba y yo pasaba a engrosar tambi�n la lista
de los antip�ticos. Quedaba bien claro que yo no hab�a hecho absolutamente nada
para poner las manos encima de aquella piel tan deseada, sino que ella insist�a
en que yo le pusiese la pomada. La picard�a de su mirada me insinuaba que hab�a
algo m�s detr�s de todo aquello, pero me negu� a dejarme invadir por las
fantas�as que pod�an chocar con la realidad.



- Vale, entonces ven a que te la ponga - le dije
finalmente, mientras ella segu�a sonriendo.






7.


Entonces empez� a suceder lo sorprendente e inesperado.


De pronto, Esther se sac� la camiseta del pijama, y qued� con
el cuerpo desnudo al aire hasta el inicio del pantal�n, en la parte inferior de
la l�nea del ombligo.


Yo me qued� estupefacto, y mis ojos se clavaron en el cuerpo
de la ni�a, con las dos tetitas ya crecidas en forma erecta, como dos puntas o
pinchos en forma de monta�itas en plena pujanza y progresi�n, con la figura
hecha de suaves redondeces que se prolongaban m�s all� del vientre, en los
contornos de las caderas y la pelvis y los muslos cubiertos por el pijama.



8.


Esther sonri� al ver como me la com�a con los ojos
desorbitados y me dijo:



-�Ey, t�o, va, no te pases y no me mires tanto!



- Pero, Esther, �t�pate, nena, no ves que esto es
una provocaci�n
! - le contest� yo, intentando dar a mis palabras un tono
ir�nico.


- Pues si no me saco la camiseta, no se c�mo me pondr�s la
crema en la espalda, �sabes, nene?



Capt� en sus palabras el tono de provocaci�n que era evidente
en su mirada, su sonrisa al ver mi perturbaci�n y la manera en que me llam�
"nene"... Supongo que ese fue el momento en que pas� todas las barreras mentales
y envi� al carajo cualquier prejuicio y prevenci�n largamente adquiridos a lo
largo de meses de reprimir los pensamientos y las miradas cuando estaba con
aquellas jovencitas. Mis ojos se encendieron, y me sorprend� de mis propias
palabras, me escuch� estupefacto dici�ndole:


- Vale, t�a! Pero me parece que despu�s de darte el masaje
con la crema en la espalda, necesitar�s tambi�n un masaje por la parte de
delante, para que el "tratamiento" sea completo
. - Y enfatic� especialmente
la palabra "tratamiento"


Esther dijo que no, sin dejar de sonre�r de aquella manera
p�cara t�pica en ella, pero negando con la boca y con la cara. Yo hice entonces
que s� con la cara, sonriendo, mientras ella continuaba haciendo el gesto de
negaci�n, como si fuese un juego, y la cog� de la mano. Ella me dej� llevarla
hacia mi cama, sin dejar de mirarme, sonre�r y decir que no con un movimiento de
la cara, pero sin la m�s m�nima resistencia f�sica, sino con aspecto de estar
pas�ndoselo muy divertido.



9.


-Aqu� estar�s m�s c�moda que de pie, va, prep�rate, nena�t



Ella pas� hacia la cama, y, junto a mi cara, sintiendo yo la
cercan�a de su piel, me dijo:


- Pero, por delante no, �oyes?, �no, eh!



Yo sonre� y la ayud� a acomodarse boca abajo en la litera,
notando por primera vez su carne bajo la presi�n de mis dedos. Me levant�,
observ� el espect�culo de la ni�a acostada boca abajo desnuda de cintura arriba,
asegur� el cierre de la puerta y comprob� que la persiana cerraba la ventana.


Dej� la luz abierta y me dirig� hacia la chica con el tubo de
pomada en la mano.



10.


Ella se acab� de situar en la litera, mientras yo me sentaba
en el borde de la misma. El espect�culo del cuerpo de la chica, desnudo hasta
las nalgas, me continuaba hipnotizando.


De lado, aplastados contra la s�bana y el colch�n, se
adivinaban los pechos que tanto me hab�an impresionado.


Me acerqu�, abr� el pote y me puse pomada en la mano.


Daba una sensaci�n fresca, que despu�s se hac�a ardiente y
relajante.


Empec� a ponerle la pomada en la nuca y los omoplatos,
esparci�ndola despu�s d�ndole un suave masaje.


Mi excitaci�n se dispar� al disponer ya de la carne de
Esther, pero, al mismo tiempo, not� como ella se estremec�a y emit�a unos casi
imperceptibles gemidos al notar como mis manos recorr�an su cuerpo d�ndole un
masaje, cogiendo trocitos de la carne de su espalda para apretarlos y aplanarlos
como un masajista experto. Parec�a una gatita que, acariciada en el regazo,
empezaba a ronronear y estremecerse. Esa fue la imagen que me vino realmente, la
de una gatita.



11.


As�, fui bajando por la espalda, siguiendo las v�rtebras y
las costillas, volviendo al cuello y los omoplatos, maniobra que parec�a
gustarle especialmente, hasta que llegu� a la cintura.


En un momento dado, olvid� voluntariamente ir poniendo la
pomada, acariciando su piel directamente, y ella tampoco pareci� recordar el
tema de la pomada, o no se dio cuenta de la diferencia, ya que parec�a gustarle
mucho lo que le estaba haciendo.



12.


Y, despu�s de la cintura, con mucha delicadeza, empec� a
tocarle las nalgas, baj�ndole muy poco a poco los estrechos pantalones del
pijama.


Comprob� as�, ya me lo hab�a parecido, que no llevaba
braguitas, y ante mis ojos, como dos lunas, fueron apareciendo las dos partes de
su culo, blancas y redondeadas monta�as que se hund�an suavemente bajo la
presi�n de mis dedos.



13.


Continu� inclin�ndome sobre ella, volviendo al cuello y,
tambi�n poco a poco, muy lentamente, sin que hubiese el m�s m�nimo gesto brusco,
le bes� por primera vez el cuello rozando con mis labios su piel, sintiendo el
deseo de transformarme en el conde Dr�cula y morder, notando que ella se
estremeci� de una manera m�s perceptible, y sigui� emitiendo unos murmullos que
indicaban que aquello continuaba gust�ndole mucho.


Entonces, al tiempo que yo sub�a los labios del cuello hacia
la cara que ella ofrec�a lateralmente, le mordisque� la oreja, lamiendo y
besando su mejilla, acerc�ndome lo m�ximo posible a su boca y consiguiendo
llegar a la comisura de sus labios, para, despu�s, la mano que ten�a en su
hombre volver a bajarla por la espalda recorriendo todos sus huesos hasta las
nalgas, mientras ella se remov�a tambi�n con peque�os espasmos, reaccionando a
las caricias y manejos que yo ensayaba con su cuerpo.



14.


Pas�ndole la mano por el sobaco, consegu� tambi�n contactar
con uno de los pechos de la Esther, que se aplastaba contra el saco de dormir,
tierno como un flan, aprendiendo la consistencia diferenciada del pez�n y
devolviendo lentamente la otra mano a sus gl�teos.


Aprovech� para bajarle entonces muy despacito los pantalones
del pijama de forma definitiva y total, ofreci�ndome la perfecci�n de sus
muslos, atentos tambi�n a las caricias de mi mano, notando una especial calidez
cuando la pas� por la cara interna.


Entonces, me quit� la camiseta.



15.


Y, pens� que pod�a intentar movimientos m�s osados.


As�, le acarici� una vez m�s las nalgas, pero deslic� los
dedos por la hendidura del culo hasta llegar a encontrar la entrada de su sexo.



16.


Mis dedos empezaron a darle un masaje muy lento y suave en el
exterior de su sexo, al tiempo que le mordisqueaba y lam�a la espalda, para
dispersar su atenci�n, y, ella, al notar mis dedos en su sexo, s�per excitada,
gimi� anhelante mientras su cuerpo se mov�a en peque�os saltitos al comp�s del
movimiento de mis manos.


As� comprend� que no me costar�a demasiado llevar a la Esther
a las explosiones finales. La ni�a parec�a estar muy excitada, pas�ndoselo bien,
y extraordinariamente receptiva y sensible a cualquier cosa que yo le hac�a. No
sab�a yo si iba acept�ndolo todo sobre la marcha o ven�a ya con la idea previa
de que esto era m�s o menos lo que quer�a que yo le hiciera.


Lo m�s probable era que la Esther hab�a venido en plan
atrevido y aventurero, llevando su osad�a a ver que era lo que pasaba viniendo a
mi cuarto a pedirme que le pusiera la pomada, y ahora sonre�a mir�ndome con cara
expectante a ver mi reacci�n. De todas maneras, �qu� importa!



17.


Entonces, en el �nico movimiento brusco que yo hab�a hecho
hasta entonces, la agarr� por los hombros y la gir�, quedando ella de cara, con
la espalda impregnada de pomada reposando en la s�bana y ofreci�ndome sin
protestar la visi�n de la parte delantera de su cuerpo completamente desnuda: su
cara, con los ojos expectantes clavados en los m�os, los pechos, los pezones en
punta hacia arriba, el ombligo, la carnosidad de la barriguita, el ombligo, la
pelvis, el sexo con unos pelitos reci�n nacidos, los muslos, los blancos
muslos...



18.


Toqu� las mejillas de la Esther, estaban ardiendo y su piel
blanca estaba sonrosada, m�s bien aquella tonalidad indefinible que se denomina
"colorada". Recorr� con los dedos su cara, mientras not� que su respiraci�n
estaba alterada, ya que ten�a la boca entreabierta, tomando el aire, y el
movimiento del t�rax demostraba que su respiraci�n se hab�a acelerado.


Sus pechos estaban tiesos, en punta, con los pezones erguidos
como cimas de las monta�itas. Era evidente que los manejos de mis dedos en su
cuerpo, especialmente en su sexo, y los mordisquitos que le hab�a ido dando por
la espalda hab�an hecho m�s efecto que el que yo me supon�a. Y eso significaba,
pens�, que s� que hab�a venido preparada para todo, en su osad�a juvenil. Todo
indicaba que la Esther era una aut�ntica bomba en potencia, explotando ahora en
los primeros contactos er�ticos.



19.


Mis manos encontraron sus pechos, apret�ndolos y jugando con
los pezones, mientras ella se mov�a y gem�a como si no pudiese soportar la
tensi�n.


Baj� hasta el ombligo, recorriendo el agujerito y los
colchoncitos de carne que lo rodeaban, y, despu�s, llegu� a las caderas, pasando
la mano por la deliciosa piel de sus muslos, especialmente, de nuevo, por las
calideces de la parte interior, mientras fui pasando el otro brazo por los
hombros de la jovencita, para sujetarla bien y poder acercarme m�s a su cuerpo.


Mi mano lleg� por fin al sexo de la Esther, ahora ya por
delante, y mis dedos acariciaron los labios exteriores de su sexo,
encontr�ndolos sorprendentemente h�medos y calientes.



20.


Esther me miraba fijamente, ahora ya con la respiraci�n
entrecortada y jadeante y comprend� que estaba a punto para el orgasmo.


Mis dedos se introdujeron muy lentamente en el sexo de la
ni�a, que dej� ir unos gemidos al tiempo que la mirada se le perd�a en el
infinito, y al final encontr� el botoncito de carne que buscaba, el cl�toris de
la Esther, cosa que no fue dif�cil pues, posiblemente por la excitaci�n, o tal
vez por su misma constituci�n anat�mica personal, era notoriamente abultado.


Lo apret� un poquito y la ni�a reaccion� instant�neamente
dando un gritito de placer, mientras el pulso se le aceleraba y en su frente
aparec�an unas gotas de sudor.


Su boca se abr�a, para absorber aire, h�meda y sent� deseos
de llegar a su lengua.


Comprend� entonces que no me iba a poder parar en modo
alguno, y que iba a hacer conocer el sexo a la jovencita en toda su extensi�n.


Adem�s, tampoco yo pod�a aguantar mucho m�s. No me limitar�a
a provocarle un orgasmo con los dedos y hacerla dormir, aquello ya no ten�a otro
l�mite que el infinito.



21.


Acarici� los labios de la chica y ella me mordi� un poco el
dedo. Le di un mordisquito vampir�nico en el cuello y ella volvi� a gemir.


Pas� mis labios rozando los suyos y not� como su boca buscaba
la m�a. Ella ol�a a jab�n y a sudor almizclado de sexo adolescente. Tal vez se
hab�a puesto alg�n tipo de colonia. Su piel ard�a. Yo ya no pude m�s.


Me baj� los pantalones del pijama, me los quit�, notando como
liberaba mi pene y adquir�a un tama�o enorme, me inclin� sobre la Esther,
nuestros ojos se miraron, le volv�a a tocar y apretar el cl�toris, y, cuando
ella dio el gritito de excitaci�n, busqu� su boca y apret� con fuerza sus
labios, con una desesperaci�n que ella compart�a y correspond�a, y mi cuerpo fue
descendiendo y tomando contacto con el suyo. Not� como mi pecho aplastaba sus
pezones, clavados en mi piel.


Mi lengua busc� sus dientes y su lengua se uni� a la m�a. Su
boca ten�a un cierto gusto a fresa, a fruta, tal vez al dent�frico que usaba, no
s�


Mi pene descansaba en su vientre y comprend� que en aquella
postura me costar�a aguantar m�s tiempo sin correrme definitivamente.



22.


Entonces, con unos r�pidos movimientos de la mano, le separ�
los muslos y me coloqu� entre ellos, apret�ndome contra su cuerpo.


Al notar el peso, ella me abraz� y me bes� con fuerza, como
si quisiese fundir su cuerpo con el m�o.


Entonces, con la mano, de lado, gui� la punta de mi pene
hacia el sexo de la Esther y lo dej� colocado en la entrada. Ella no pareci�
notar nada, absorta como estaba en besar mi boca, abrazarme, apretarse contra mi
cuerpo y moverse jadeando.


Par� un momento, separ� mi boca de ella, le volv� a morder el
cuello, ahora con m�s pasi�n, cosa que parec�a excitarla especialmente, y,
cesando un poco el movimiento y el contacto, cara con cara, ojos con ojos, boca
junto a boca, apret� un poquito con el pene hasta notar que ya no pod�a seguir
de forma natural sin introducirlo en su vagina, y le dije suavemente a Esther
que hab�a empezado a met�rsela, que si quer�a que siguiese o si prefer�a no
hacerlo.


Ella, ahora ya no sonrosada, sino roja como un tomate,
sonri�, me dijo que s� con la cabeza y a�adi�, hablando muy bajito y
entrecortadamente por tener la respiraci�n muy alterada:



- Ya me hab�a dado cuenta, t�o, piensas que soy tonta o qu�!
- dijo, sin poder continuar hablando y mir�ndome fijamente a los ojos.


Entonces, la Esther se volvi� a apretar contra m�,
abraz�ndome, y aplastando su boca en la m�a. Volv� a notar el contacto con su
lengua. Aquello fue como el sonar de las trompetas del Apocalipsis



23.


Las cartas estaban echadas. En realidad, todo lo hab�a hecho
ella, yo me hab�a dejado llevar por sus iniciativas impl�citas, y ahora iba a
hacer realidad lo que tantas veces imaginaba como fantas�as cuando follaba con
mis amigas y tambi�n lo que ella parec�a buscar de manera m�s o menos consciente
en sus enso�aciones y fantas�as juveniles.


Al sentir su cuerpo ardiendo, sus pechos aplastados por mi
t�rax, su boca, el sabor de su piel, el gusto de su saliva, de su lengua, de su
sudor, al sentirla transformada en brasas de fuego, baj� la mano hasta su culo,
mientras manten�a el abrazo con la otra, la sujet� bien y empuj� mi pelvis hacia
adelante.


Hice avanzar mi pene, muy lentamente, entrando en el sexo de
la adolescente, hasta sentir como una peque�a resistencia. Me detuve un momento
tom� aliento, volv� a empujar hacia adelante suave pero decididamente y sent�
que la resistencia r�pidamente cedi� y desapareci� de golpe. Mi pene acababa de
romper su himen. Not� que el cuerpo de la jovencita se estremec�a y que se
quejaba. Y era que, naturalmente, la Esther not� el momento en que la
desvirgaba, porque dio un gritito que era diferente claramente de los anteriores
de excitaci�n cuando le apretaba el cl�toris, era un gritito que era ya casi un
grito, que revelaba el dolor del pinchazo al desgarrarse el himen y perder su
virginidad, seguido por un gemido que tambi�n revelaba que algo le hac�a da�o.
Sus ojos, muy abiertos, casi desorbitados, oscilaban entre mi cara y el
infinito. Si alguna vez Esther dud� de lo que estaba haciendo, si alguna vez
sinti� p�nico al ver que aquello ya no era un juego, una travesura, fue
entonces.


Entonces no perd� tiempo. Me acab� de colocar bien y la
penetr� profundamente, poco a poco para no hacerle demasiado da�o en caso de ser
estrecha, pero decididamente para evitar cualquier retroceso o conato de
resistencia que pudiese ofrecer al sentir el dolor. De hecho, mientras la iba
penetrando hasta que mi pene no pudo introducirse m�s, Esther fue exhalando un
gemido profundo, con los ojos desorbitados que se fueron cerrando y los labios
se le apretaban en un gesto como de dolor, abri�ndose de forma convulsiva para
dejar ir aquellos apagados "ays" al ir ensanchar mi pene forzadamente su sexo
introduci�ndose decididamente en �l. Su vagina acept� finalmente mi pene, hasta
que not� que se lo hab�a incrustado todo, que la hab�a penetrado completamente,
que estaba dentro de ella hasta el final, que su cuerpo y el m�o eran como una
sola cosa, que Esther y el recuerdo de su cuerpo ya me pertenec�an para siempre.


Ella gem�a profundamente, con la mezcla de tremenda
excitaci�n al sentir como yo le met�a todo el pene en el interior de su cuerpo y
del dolor de la rotura del himen y del ensanchamiento de la vagina para aceptar
todo mi miembro dentro de ella.



24.


Entend� instintivamente que ahora se trataba de recuperar de
forma r�pida el cl�max anterior, de hacer que la adolescente volviese a estar a
punto de llegar al orgasmo.


No me cost� demasiado. La jovencita no hab�a perdido la
excitaci�n. La bes� en los labios con m�s fuerza que nunca, hice que me abrazase
mientras yo aplastaba mi cuerpo al suyo al tiempo que mov�a mi pene dentro de su
sexo, con un ritmo lento al principio pero cada vez m�s r�pidamente, la sujet�
bien con mis brazos contra mi, notando sus pechitos aplastados por mi t�rax, le
mord� el cuello, los hombros, la bes� mil veces, le introduje mi lengua en su
boca, le lam�a toda la cara, mov� su cuerpo con los empujones de mi pelvis,
oyendo sus gemidos, que ya no eran del dolor de la penetraci�n sin� claramente
de placer y excitaci�n, ella cerraba los ojos, los abr�a, me miraba a mi, al
infinito, me abrazaba, su boca buscaba la m�a, not� sus u�as clav�ndose en mi
espalda, sent� sus manos apretando mi culo contra ella. Para ser la primera vez,
la ni�a lo estaba haciendo muy bien.


Esther se mostraba ahora m�s excitada que nunca. Rode� mis
caderas y piernas con sus muslos, jade�, gimi�, grit�, me bes�, me ara��, me
mordi�, era como si se hubiera vuelto loca bajo la presi�n de mi cuerpo, al
tiempo que yo me mov�a r�tmicamente, de forma cada vez m�s r�pida, acompasando
mi cuerpo al suyo, en el baile fren�tico del metisaca de la c�pula.


Not� entonces que ella me clavaba de nuevo las u�as en la
espalda, ahora de manera mucho m�s fuerte, y empezaba a gemir y gritar m�s
intensamente, casi sin respiraci�n, dando muestras evidentes de haber iniciado
su entrada en la explosi�n final, el orgasmo.



25.


Entonces yo aceler�. Cabalgu� sobre ella de forma violenta,
consciente de que aquel trato, que normalmente le habr�a ocasionado dolor y
asfixia, era lo que la hab�a llevado al loco paroxismo de placer en el que la
Esther parec�a haber entrado, ya en pleno paroxismo de deleite sexual.


La bes� en la boca apret�ndosela para evitar que ahora los
aut�nticos gritos y gemidos desesperados que ella dejaba ir acabasen por
despertar a los que ocupaban la habitaci�n m�s cercana, al otro lado del peque�o
rellano de la escalera...


De todas maneras, yo me hab�a liberado tambi�n de toda
contenci�n, buscando que mi explosi�n coincidiera con la de la ni�a.


Fuera ya de todo control, fuera de mi como una bestia
salvaje, me mov� apretando mi pene dentro del sexo de la ni�a, provocando que el
momento culminante llegase tambi�n de forma muy r�pida, explot� con un gemido
profundo y sent� como empezaba a eyacular dentro de la chica, inundando el
cuerpo de la Esther con los borbotones de liquido caliente que se derramaban en
su vagina, provocando con su salida las m�ximas cotas de placer que hab�a podido
imaginar y que culminaban rotundamente con mi orgasmo el desvirgamiento de la
Esther.


Salt� arriba y abajo, la estrujaba violentamente, se me
arqueaba el cuerpo arrastr�ndola a ella, casi se la sacaba y se la clavaba de
nuevo hasta lo m�s profundo, la besaba, la mord�a, la agarraba de cualquier
manera y por todas las partes, me quedaba sin respiraci�n pero me hubiera
ahogado de placer, ve�a su cara extraviarse y mirar desorbitada al infinito
gritando, sent�a como ella me mord�a el cuello, los hombros y volv�a a quedarse
extraviada, me clavaba las manos y las u�as en la espalda, el culo...


No se el tiempo que estuvimos los dos sumidos en aquel
terrible orgasmo compartido, exacerbados nuestros sentidos e instintos por el
aliciente de lo prohibido, de haber transgredido, tanto ello como yo, cualquier
regla de conducta habitual, satisfechos de nuestra audacia, sorprendi�ndome yo
del tiempo inusual que estaba durando la eyaculaci�n...


Solo recuerdo que, perdida ya toda noci�n temporal, me di
cuenta al cabo de un rato que estaba encima de ella, exhausto y casi sin
respiraci�n, cosa que tambi�n le pasaba a ella, con mi peso aplast�ndola, mi
t�rax sobre sus pezones, mi pene dentro de su vagina sintiendo la c�lida humedad
la inundaci�n del semen derramado en su interior, inmersos los dos en un mar de
sudor, jadeando, intentando captar aire con las bocas y recuperar la respiraci�n
y notando un fuego tremendo que parec�a emitir su cuerpo, cosa que supongo que a
la Esther le pasar�a tambi�n con el m�o que reposaba encima del suyo.


Baj� la cara, bes�ndola en la boca ya sin salvajismo y
lamiendo el sudor de su cara, sus ojos, su cuello... Ella, como una buena
disc�pula, aprend�a lo que yo iba haciendo y lo repet�a, as� que sent� su lengua
pasando por mi cuello y mi cara, y sus dientes d�ndome un suave mordisco en el
cuello...



25.


As� fueron pasando unos minutos, tranquiliz�ndonos los dos y
recuperando poco a poco los ritmos normales de respiraci�n, aunque a la Esther
le costaba un poco m�s, al continuar yo descargando todo mi peso sobre su
cuerpo. Ella lo aceptaba y no se quejaba.


Para no aplastarla y para que pudiese respirar mejor, me
coloqu� de lado, atray�ndola hacia mi, saliendo mi pene de su vagina de forma
natural, pues ya hab�a empezado a recuperar su tama�o habitual desinfl�ndose y
qued� yo al final con la espalda contra la s�bana, donde not� algo la
consistencia pegajosa de la pomada que hab�a extendido hac�a una eternidad en la
espalda de la ni�a. Ella manten�a su cuerpo desnudo enganchado al m�o, pero
ahora era ella la que estaba de lado sobre m�, con lo que yo hab�a dejado de
estar sobre ella y su cuerpo era ahora el que reposaba sobre el m�o. Acarici� su
sexo y not� c�mo el semen sal�a de su interior desbord�ndose hacia fuera.


No dej� de acariciarla en ning�n momento, gozando del
contacto de su carne y de su piel, acariciando todo su cuerpo, pechos, culo,
muslos, sexo, labios... A pesar del poco tiempo que hacia del orgasmo, yo
continuaba sin dejar de desear tocar su cuerpo, y la satisfacci�n que sent�a
provocaba que fuese quedando dormido por momentos, luchando por mantenerme
despierto. Por lo menos, no pod�a permitir dormirme mientras ella estuviera
despierta, y no parec�a que ella fuera a dormirse. El sexo de la ni�a descansaba
sobre el m�, su respiraci�n era ya pr�cticamente normal y acarici� su cara que
reposaba sobre mi cuello.



26.


No s� cuantos minutos pasamos de esa manera, sintiendo yo el
c�lido cuerpo de la jovencita que ten�a enganchado al m�o, pasando yo mis manos
por todas sus partes, sin acabar de creerme que todo aquello pudiese ser
posible� Que aquello no era una novela, una ficci�n, que aquellos tiernos
pechitos, que aquel sexo que exploraba con mis dedos eran realidad�


Mientras le acariciaba la cara, me di cuenta de que ten�a los
ojos abiertos y me miraba sonriente.



-�Te ha gustado violarme? - me dijo la Esther con una
vocecita p�cara y susurrante, al tiempo que me miraba y colocaba sus mejillas en
las m�as


Me qued� algo sorprendido al escucharla, y decid�
contraatacar enseguida, no fuese que lo estuviera diciendo en serio.



-Yo dir�a que es al contrario, no, nena? Tu te has
aprovechado de m�, me has llevado a hacer lo que tu quer�as, me parece que has
sido tu quien me ha violado a mi, eh? -
le dije, sonriente, mientras le
cog�a una mano y la conduc�a a depositarla sobre mi pene. Ella lo cogi� y no
solt� el contacto.



- No es verdad, yo s�lo quer�a un masaje con pomada en la
espalda, sabes? Y t� me has desvirgado, t�o!


- Hala, nena, - le contest� � qu� lenguaje utilizas,
eh! A ver si hablas bien!


- Es verdad o no? Me has follado, no? -susurr� la ni�a.



- Bueno, pues vale, supongo que s�! Bien, pero ahora dime que
no te ha gustado, que no te lo has pasado bien, que no ha sido guay, porque
estabas como si te hubieses vuelto loca...
- le dije yo



-Y tu qu�! � me contest� Esther - Si parec�as una
bestia! Pensaba que eras una especie de gorila, y me has dado miedo, has sido un
salvaje, t�o, me has hecho mucho da�o cuando me la has metido toda adentro, eres
un bestia, t�o! Y cuando me mord�as pensaba me ibas a devorar�!



- Pero, te ha gustado o no? -remach� yo



- Bien, bah, bueno, ya lo has visto, no? - murmur� la
chica



- Y tanto que lo he visto, si tu parec�as tambi�n una gatita
salvaje!!


-Vale, t�o, entonces nos lo hemos pasado bien los dos, no?
- acab� ella, con voz insinuante, mientras, para mi sorpresa, me apretaba el
pene con la mano y me mord�a el cuello hasta hacerme da�o, y continu� hablando �
y, mira, yo tambi�n puedo ser una vampira como tu, eh!, que te gusta
mucho morderme, chaval!



Me divirti� o�r que la Esther me trataba de "chaval", como si
fuese uno m�s de su clase.



- Es que, nena, est�s muy buena, y me entran ganas de
devorarte como un le�n!



- Ya lo he notado, ya, no hace falta que me lo jures, t�o!


- Bien, vale, pues�., -continu� yo � ya te has
estrenado como t�a, eh!


- M�s bien di que me has estrenado tu, no?


- No se, pero quien no deja de apretarme el pene eres tu, eh,
nena? Pero ahora tienes que dormir, porque sin�, cuando nos levantemos, no
podr�s hacer nada y te dormir�s en las pistas...


- Pues mira, t�o, dir� que no he podido dormir esta noche
porque tu te estabas entreteniendo viol�ndome y no me dejabas descansar... -

y me volvi� a mirar con aquella sonrisa traviesa y p�cara � Adem�s, no tengo
sue�o, y si quieres, podemos continuar� Sabes, me has dejado muy mojada por
dentro, noto como tengo un l�quido caliente por dentro�. Y con la nieve que est�
cayendo, no creo que podamos esquiar ma�ana�




27.


Me qued� sorprendido al o�rla, primero por sugerirme que
pod�amos continuar, y, despu�s, por decirme que se notaba mojada. Me di cuenta
de la falta de precauciones que, dado lo inesperado de los hechos, lo hab�a
presidido todo. Y, as�, le dije:



-Tu ya debes tener la regla, no? Tiene doce a�os�.


- S�, no hace mucho desde hace unos meses�



Esther se qued� pensando un momento, hasta que dijo:



- �Ostras! �Qu� quieres decir, que puedo quedar pre�ada?


- Nena, ser�a mucha casualidad, pero� Dime, �cu�ndo la has
tenido por �ltima vez?



Me lo dijo, y despu�s de unos c�lculos r�pidos pens� que no
hab�a demasiado peligro. Respir� aliviado, se lo dije, pero a�ad�:



-Pero, por si acaso, tenemos que ser m�s cuidadosos�- le
dije mientras le pellizcaba los pezones y ella no me soltaba el pene.



- Pues lo que quieras, t�o, tu eres el que entiende de esto,
no? -
y continu� otra vez con aquella voz insinuante e incluso ir�nica �
Al fin y al cabo, tu eres el que me ha follado, no? Y yo soy una pobre ni�a
violada� Aunque, bien mirado, mejor que me quede embarazada, as� dir� que has
sido tu y nos tendremos que casar y podremos hacerlo cada d�a� eh que te
gustar�a met�rmela cada noche?



Decid� no dar por escuchadas las cosas que la Esther iba
diciendo, y pens� aquello de que quien con ni�os se acuesta...





28.


Me incorpor�, cost�ndome horrores separar mi cuerpo del de la
chica y me puse el pantal�n y la camiseta, sin dejar de observar, fascinado, el
cuerpo desnudo de la Esther. Cog� la botellita de agua que ten�a para beber, y
le dije:



-Espera un momento que voy al lavabo...


-No me pienso ir de tu cama, no te preocupes, pero no tardes
demasiado� -
continu�, mir�ndome fijamente a los ojos y arregl�ndose el pelo


Vi como Esther me enviaba un beso con la punta de los dedos y
entr� al lavabo





Libro Segundo





29


Esther se hab�a puesto de pie y me esperaba junto a la cama.
Estaba desnuda, y ver su cuerpo de pie sin nada encima me volvi� a enloquecer al
pensar que aquel cuerpo acababa de ser m�o. Era incre�ble verla de aquella
manera, junto a mi, tan tranquila despu�s de haberla desvirgado hacia un rato.



30.


La recib� cuando se me ech� encima, uniendo su cuerpo al m�o
y bes�ndome en la boca.



- Me has dicho que no me dejar�as nunca� Has tardado
demasiado�


-Es que me he refrescado un poco, la calefacci�n est� muy
alta y aqu� hace mucho calor�


-Si quieres salimos afuera, ya has visto, t�o, est� nevando�



S�, solo faltaba eso para acabar de fastidiarla, pens� yo,
salir a caminar desnudos en la nieve�



31.


Su boca la ten�a de nuevo junto a mi, h�meda, jugosa, y su
cuerpo continuaba ardiendo. Me liber� r�pidamente del pantal�n y de la camiseta,
y mi pene volvi� a entrar en contacto con la piel del vientre de la chica.


Lo aplast� contra su pubis al tiempo que la sujetaba contra
mi agarrando con una mano sus nalgas al tiempo que con el otro brazo la apretaba
contra mi, mientras ella pasaba sus brazos por mi cuello, abraz�ndome la cabeza
y uniendo fuertemente sus labios a los m�os, al tiempo que sent�a su lengua
entrar en mi boca.




32.


Esther volv�a a sudar, mientras su cuerpo ard�a, y yo
disfrutaba del contacto con su cuerpo, sus pechos, aplastados por mi t�rax a
causa de la presi�n que ella hac�a apret�ndose contra mi, su vientre, mi pene
aplastado verticalmente en su cuerpo, su culo rotundo...


Esther no estaba gorda, sino muy bien proporcionada, su
cuerpo era enloquecedor, tierno, duro, blando, contradictorio por tanto, sincero
en la entrega, con las carnes bien repartidas en los lugares claves para poder
trastornarme con su simple visi�n, y no digamos ahora, con el contacto y
posesi�n m�s profundos en su entrega a mi.


Nos separamos un momento y Esther me mir�, jadeante, y
observ� como sus pechos sub�an y bajaban siguiendo el ritmo que marcaban sus
pulmones.





33.


Esther dej� sus brazos reposando a los lados de mi cuello,
mientras yo la sujetaba all� donde la estrechez de la cintura empieza a
ensancharse en la rotundidad de la pelvis.


Me mir� sonriente, con los ojos brillantes de picard�a,
consciente del poder que su cuerpo ejerc�a en m�.



-�Quieres que follemos otra vez? -me dijo



-Yo, s�, -le contest� - Y tu? Est�s segura que quieres
volverlo a hacer?



Esther se ri� asinti�ndome con la cabeza:



- S�, quiero que follemos siempre, no quiero que hagamos
ninguna otra cosa, es muy guay, mucho m�s que cuando me tocaba pensando en ti,
t�o!



34.



Esther volvi� a apretar su cuerpo contra el m�o. Su cuerpo
quemaba. Me bes� y yo correspond�. Mi pene continuaba aplastado en su vientre,
los dos est�bamos de pie y abrazados, aunque yo la hab�a ido apoyando contra la
pared.


Lam� el sudor que bajaba por su cuello. Ten�a un gusto dulz�n
y su olor excitaba todos los instintos sexuales que pudiesen existir. La
tentaci�n inmediata e irresistible era levantarla por los sobacos y dejarla caer
sobre mi pene, clav�ndoselo y follarla all� mismo contra la pared.



35


Pero aquel cuerpo merec�a y necesitaba otra cosa m�s lenta.
No pod�a ser ego�sta eyaculando r�pidamente y decepcion�ndola. Entre otros
motivos, porque ella esperaba que siguiese sorprendi�ndola, haci�ndole cosas que
la hicieran disfrutar como la primera vez.


Lam� ahora la saliva que se escurr�a de la comisura de los
labios de la chica- se cae la baba, pens�, divertido-, y, poco a poco,
torpemente, al no poder separar los cuerpos, la llev� hasta la litera y ca�mos
suavemente en la cama, siempre conmigo encima de ella y abrazados los dos.



36



-Sabes, lo m�s divertido es la cara que pon�is las t�as
cuando not�is que os hemos desvirgado�


- Eres un cerdo, �sabes, t�o? - dijo Esther, aprovechando
para jugar a gatita, movi�ndose bajo mi cuerpo y mordi�ndome el cuello.



37.


Yo volv� a recuperar la pasi�n de sus labios perfectos,
aplast�ndose en los m�os y volviendo a explorar con mi lengua el interior de su
boca y, para no ser menos, le mord� su perfecto cuello otra vez, intentando
chupar su piel con la pasi�n que antes hab�a puesto al sentirme el conde
Dr�cula.


Y baj� un poco la cabeza y me dediqu� un rato largo a jugar
con sus pechos, apret�ndolos con la mano como intentando orde�ar las ubres de
una vaca, y chupando y mordiendo sus pezones, como si quisiese absorber las mil
y unas esencias de su olor y sabor a sexo femenino que impregnaba todo su cuerpo
y su sudor.


A ella la estremec�an todas estas caricias, de forma que
gem�a y musitaba de nuevo palabras incomprensibles.



38.


Entonces, instintivamente, decid� llevarla al s�ptimo cielo,
sabiendo que fijar�a con ello su cuerpo y sus sensaciones al m�o para siempre,
m�s all� de los l�mites del tiempo y del espacio.


Y, as�, baj� mi cuerpo, situ� mi cabeza entre sus muslos, los
abrac� haciendo que se cerraran en torno a mi cabeza, para sentir el calor de su
carne y acerqu� mi boca a su sexo.


Lo bes�, lam� el vello que ya le hab�a ido creciendo y pas�
la lengua por los pliegues exteriores del sexo de la Esther. Ella gem�a y se
estremec�a de excitaci�n. No creo que hubiera imaginado que le iba a hacer esto.
Seguro que estaba sorprendida.



39


Penetr� con la lengua m�s all� de los labios del sexo de la
chica, explorando su interior y, al fin, encontr� el peque�o y diminuto trocito
de carne que estaba buscando dentro del cuerpo de la Esther.


Fue como haber tocado un resorte autom�tico, igual que antes.
Cuando mi lengua lami� y presion� su cl�toris, la jovencita salt� como si le
hubiesen clavado las espuelas a un caballo.


Arque� su cuerpo, dio unos grititos, jade� y ardi� cada vez
m�s. Sus pechos se hab�an hinchado, sus pezones parec�an monta�itas erguidas
hacia arriba, que yo mov�a con mis dedos y, d�ndome cuenta de que el orgasmo
pod�a presentarse de forma inminente en la Esther, quise gozar al mismo tiempo
que ella, por lo que me sub� hacia arriba, cubr� de nuevo por completo su
cuerpo, aplast� sus pechos con mi t�rax, mord� su cuello, chup� sus pezones,
apret� sus labios carnosos con los m�os y un� las dos lenguas, al tiempo que con
la mano dirig� el pene hacia la entrada del sexo de la ni�a.



40.


Cuando lo hube colocado, empuj� hacia adentro y, esta vez ya
sin dificultades ni resistencias, la penetr� profundamente, introduciendo todo
el pene en el interior del vientre de la Esther.


Nada m�s sentir que se la met�a, la chica, que estaba s�per
excitada, dio un grito que yo intent� apagar con la mano, e inici� mis
movimientos, de forma bastante violenta, meti�ndosela y casi sac�ndosela
r�tmicamente, acompasados los dos cuerpos, con la mirada de ella clavada en mis
ojos o extraviada, hasta que. Muy r�pidamente, explot� en un orgasmo
violent�simo, mucho m�s que el primero, notando yo como si tuviese una yegua
completamente desbocada y enloquecida saltando y movi�ndose debajo de mi cuerpo.



41.


Yo tambi�n me dej� ir, sin retardar mi explosi�n, para
hacerla coincidir con la suya, de forma que tambi�n salt� en movimientos
terribles, superando los de ella, eyaculando de nuevo mientras me sent�a morir
de los terribles espasmos de placer que , al igual que a Esther, me estaban
llevando a otras galaxias y constelaciones lejanas, desde luego no humanas,
derramando nuevamente en el interior del cuerpo de la chica mi semen viscoso y
caliente que entraba otra vez en el interior de su sexo, mientras los dos
jade�bamos, nos estremec�amos, gem�amos y grit�bamos de placer, apercibi�ndome
de que ella continuaba, que su orgasmo era incre�blemente prolongado y duradero,
y que la Esther continuaba gritando, gimiendo y movi�ndose con los movimientos
r�tmicos del vientre y del cuerpo exasperados y violentamente agitados.



42.


Muy poco a poco se fue calmando, y un rato despu�s me fui
dando cuenta de que los dos hab�amos acabado. Empec� a recobrar la conciencia
humana y continu� estirado encima de ella, aplast�ndola de nuevo con mi cuerpo
pero gust�ndole a la chica esa sensaci�n de tenerme encima suyo, viendo como la
Esther jadeaba e intentaba mover su pecho para intentar recuperar la
respiraci�n, ahogada todav�a despu�s de sentirse morir en aquel tremendo orgasmo
que me lleg� a alarmar al final porque tem� que Esther estuviese padeciendo un
ataque epil�ptico, orgasmo violent�simo que yo le hab�a provocado excit�ndole el
cl�toris con la lengua, ba�ados los dos por mares de sudor como si estuvi�semos
sumergidos en una piscina, y con ella a�n con ganas de aferrar mi cuerpo con sus
brazos, gemir y estremecerse, y buscar mi lengua con la suya...



43.


Despu�s, suavemente, me retir� de lado de encima de su
cuerpo, para que ella pudiese respirar mejor, y mi pene fue abandonando el
interior del sexo de la chica.


Ella, como antes, tambi�n se gir�, y cuando yo qued� con la
espalda en la cama, ella medio se coloc� encima m�o, quedando recostada de lado
en mi cuerpo, con su cabecita en mi pecho, su sexo en mi cadera, y uno de sus
muslos encima de mi sexo.


Ella lam�a el sudor de mi pecho y mordisqueaba el vello de mi
t�rax, mientras yo acariciaba su cabello y su cuerpo, hasta que, poco despu�s,
me di cuenta de que la respiraci�n de la Esther se hab�a ido recuperando y se
hab�a quedado dormida.



44.


Tuve la sensaci�n de que all� donde dos horas antes hab�a
s�lo una ni�a juguetona, traviesa, audaz y atrevida, una aut�ntica ninfa, ahora
hab�a ya una chica, una mujercita, que hab�a disfrutado enormemente estrenando
su cuerpo con el m�o.


Lo que para ella era inicialmente un juego o una fantas�a
m�s, ella misma se hab�a encargado con gran osad�a de llevarlo a cabo y
transformarlo en una realidad. Yo no hab�a hecho nada, en mi estupor, me hab�a
dejado llevar por los sorprendentes juegos de la adolescente.


Y, aunque yo no quer�a hacerlo, dispuesto a disfrutar todos
los minutos posibles de la compa��a del cuerpo de la Esther, sin darme cuenta me
qued� tan dormido como la ni�a...



45.


Afortunadamente hab�a dejado conectada la alarma de mi
radio-despertador, y a las seis menos cinco, como siempre, se puso en marcha,
despert�ndome.


Me parec�a que acababa de dormirme, hab�a perdido toda noci�n
del tiempo haciendo el amor con la Esther, y, si no hubiese sido por la
costumbre de dejar el despertador siempre conectado, abr�a llegado la hora de
levantarse todo el mundo con la chica a mi lado.


Esther continuaba durmiendo profundamente con su cuerpo
pegado al m�o, y, muy suavemente, consegu� despertarla. Le cost� abrir los ojos,
me mir� entrecortadamente y me sonri� al darse cuenta de que estaba conmigo y
apercibirse de que no estaba so�ando.


Separ� mi cuerpo del de la chica, intentando no mirarlo para
no perder la cabeza, me levant� de la cama y me puse el pantal�n del pijama y la
camiseta, mientras ella se pon�a en pie y se pon�a tambi�n su pijama. Mir� por
la ventana. Continuaba nevando, hoy no podr�amos salir del hotel, seguro. Bueno,
mejor, tal vez as� estar�amos mas horas en las habitaciones y�


Cuando estuvo a mi lado, fuimos hacia la puerta. Le hice un
gesto de esperar para ver si se o�a a alguien caminar. Todo parec�a estar
tranquilo. Me gir� hacia la Esther y le dije:



- Parece que no hay nadie. Va, vamos, te acompa�o a tu
habitaci�n para vigilar si hay alguien que te pueda ver�




46.


Ella me ech� entonces los brazos al cuello, uni� su cuerpo al
m�o y me bes� de manera interminable. Sent� otra vez las trompetas del
Apocalipsis, pero pude sobreponerme, ya que tir�rmela ahora otra vez habr�a sido
ya una grav�sima imprudencia de que alguien que madrugase la viese salir de mi
habitaci�n. Tiempo habr�a en las siguientes noches de volver a disfrutar de su
enloquecedor cuerpo. As� que pude separarla suavemente de m� y le dije:



- Ahora no puede ser, nena, tenemos que salir ya, si fuese
por mi nos pasar�amos una semana follando sin parar y sin salir de la cama�


- Ya lo se, tonto - me dijo la Esther � Lo he pasado
muy bien, �sabes? Siempre has sido el mejor y el m�s guay. Quer�a hacerlo
contigo desde que te conoc�


- S�, pero ahora vamos, ya hablaremos� Si quieres, esta noche
lo volvemos a hacer�.



Ella asinti� con la cabeza y su mejor sonrisa p�cara:


-O cuando tengamos hoy algunas horas libres, por la tarde,
despu�s de comer� Y todas las noches�



Abr� la puerta, y las habitaciones de aquel piso estaban
tranquilas. No se o�a ning�n ruido en las dos. Le hice un gesto a Esther, y
cogi�ndola de la mano salimos de mi habitaci�n.



47.


Escuch� atentamente. S�lo silencio. Esther y yo llegamos a la
sala que hay delante del cuarto caminando de puntillas, sin hacer ning�n ruido.
Mir� a Esther y vi que me sonre�a, divertida por mis precauciones.


Abr� lentamente la puerta de aquella ala del edificio, que
rechin� o cruji� levemente al moverse. Volv� a escuchar lentamente. Ning�n
ruido, pasamos a la zona de la planta donde estaban las habitaciones de los
chicos y chicas del grupo. No se ve�a a nadie caminar por all�. Todo el mundo
dorm�a. Por las ventanas se segu�a viendo caer la nieve al exterior del
edificio...


Esther me toc� en el hombro y me se�al� su habitaci�n... Le
solt� la mano. Volvi� a depositar sus labios en los m�os.



- Te quiero... - me dijo muy bajito


Se separ� de m�, y fue hacia su habitaci�n pasando por la
puerta del lavabo, por si alguien sal�a. Enseguida estuvo al otro lado del
patio, y en la puerta de su cuarto, se gir� y me hizo el gesto de adi�s con el
brazo. Abri� lentamente y entr� en su habitaci�n.



48.


Yo volv� a mi cuarto, ahora ya, al ir s�lo, sin precauciones.
Entr� y cerr� la puerta. Eran las seis y veinte. Me dirig� a la cama. La s�bana
estaba arrugada. La cog�. Estaba h�meda de sudor, y ol�a a una mezcla de aquel
sudor que recordaba el cuerpo de la chica y la pomada que yo le hab�a extendido
en la espalda. La dobl� y la dej� en la litera superior.


.





49.


Salimos para ir a desayunar al restaurante buffet del
hotel... Esther estaba con su grupo m�s cercano, la Raquel y la Noem�... Cuando
pas� al lado del grupo de Esther, me gui�� un ojo sonriendo. Yo le hice un gesto
de que disimulara, y ella pas� por mi lado y me dijo:



- Te quiero... - y sigui� caminando


Esther se hab�a puesto el conjunto que la hac�a m�s
atractiva. Aquellos pantalones negros, estrech�simos como una segunda piel que
ella dec�a que no eran nada c�modos, y la camiseta verde fluorescente, tambi�n
estrech�sima. Como hac�a calor dentro del hotel no llevaba la chaquetilla
amarilla del modelito, pero s� el gorrito deportivo. Y llevaba el collarcito de
cuero con las letras met�licas que dec�a Esther y que era lo �nico que la noche
anterior llevaba sobre su cuerpo desnudo cuando la desvirgu�...


En el comedor, desayunando un bocadillo de pan con tomate y
jam�n serrano, no dejaba de mirarme mientras se lo com�a. Yo intent� no mirarla
a ella, porque cada vez que nuestros ojos se cruzaban me gui�aba un ojo, hacia
el gesto de besarme o me sacaba la lengua. Tem� que alguien acabara por darse
cuenta de sus gestos, y simul� estar muy ocupado organizando las cosas que
pod�amos hacer aquel d�a�



51.


Ha acabado la semana en la nieve.


Esther ha pasado todas las noches encamada conmigo en mi
habitaci�n. Me la he follado de todas las maneras posibles. Lo he pasado mejor
que nunca, pero tengo la sensaci�n que Esther lo ha pasado incluso mejor que yo.
Me trata como si yo fuese ya propiedad suya, como si fu�semos de la misma edad,
o, peor, como si yo fuese m�s joven que ella.


Autocar. Viaje de vuelta a Barcelona. Delante de todo van
Maria Nieves y la Valeria, en la primera fila al otro lado del conductor.


Esther no deja de mirarme a los ojos, y hacerme gestos a los
que contesto con otros pidi�ndole discreci�n. A medio camino, veo que tanto ella
como la Raquel parecen haberse dormido. Delante m�o, la verborrea inaguantable y
profesional de la Valeria y la Maria Nieves.


He entrado un rato en una especie de somnolencia, navegando
en enso�aciones al imaginarme de nuevo a la chica que ten�a al lado sentada en
el autocar sin ropa. Pr�cticamente me dorm�, y cuando recuper� la consciencia
plena, Esther estaba escribiendo algo en un papel. Raquel, Clara y Noem� segu�an
dormidas. Esther me pas� el papel que hab�a estado escribiendo. Le�:



"He tenido una idea fant�stica para poder vernos y hacerlo.
Te la explicar� el lunes. Nos lo pasaremos muy bien. Te quiero P.D. La tienes
demasiado grande y me hiciste da�o cuando me desvirgaste. Te aprovechaste de m�,
una pobre ni�a indefensa e inocente�. "



La mir� sonriendo, y ella me miraba divertida, con aquella
expresi�n ir�nica y p�cara que tanto me excitaba. Asent� con la cabeza, hice una
bolita con el papel y me la com�. Ella se puso a re�r.


Por detr�s todo el mundo dorm�a o jugaba. En eso Clara se
despert� y se puso a cantar con Noem�, Esther y Raquel. Maria Nieves y Valeria
se pusieron a hablar conmigo.



52.


Barcelona. Todo el mundo ha bajado del autocar. A Esther la
venido a buscar su hermana y su madre. La veo marcharse, en direcci�n a su casa,
y ya lejos, se gira, y como ve que la miro desde el pie del autocar, me env�a un
beso con los dedos.


Es evidente que esto no ha acabado�





Barcelona


Finales de Enero de 2005


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Relato: Alba de sexo adolescente en los Pirineos
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