Relato: Las Coronelas (1)





Relato: Las Coronelas (1)


Las coronelas.




Transcurre el a�o de 1955 en Venezuela. Una dictadura arropa
a todo el pa�s. Asesinatos y torturas est�n en la orden del d�a. Sin embargo en
un rec�ndito pueblito del oriente de Venezuela, las esposas de unos coroneles
planifican la forma de ser infiel a sus esposos, a sabiendas de las andazas de
estos �ltimos.


1955, poco y mucho se puede decir de este a�o. La dictadura
de P�rez Jim�nez ha logrado cambios sustanciales en la republica, sin embargo en
Yaguaraparo estos cambios no han hecho acto de presencia. Yaguaraparo en un
pueblo peque�o situados en las playas del golfo triste. No m�s de 60 casas
rurales lo componen. Gente morena es la que habita en Yaguaraparo, de mirada
triste y piel seca y curt�a como tronco de saman. Deprime ver las casitas
humildes que componen este pueblo oriental, su plaza Bol�var es tan diminuta que
solo consta de dos asientos de hierro forjado donados por una de las amantes del
General G�mez en 1922. Un solo abasto con extra�os productos venidos desde la
capital existe en Yaguaraparo. Un centro de tel�grafos. Ha pero Yaguaraparo es
especial tiene 8 bares y abiertos todos el tiempo.


La poblaci�n de Yaguaraparo se dedica a la siembra del cacao,
de ciertos tub�rculos y a la recolecci�n de la ca�a de az�car. En cada casa se
puede apreciar un espacio dedicado para tostar al sol, las semillas de cacao.
Tambi�n este espacio es utilizado para alojar al alambique que sirve para tratar
la ca�a de az�car.


Sin embargo hay una zona en este lado del golfo triste donde
el tiempo decidi� avanzar r�pidamente. LA dictadura decidi� colocar en este
lejano pero maravilloso paraje, el regimiento 23. El regimiento 23 esta ubicado
a 20 minutos del pueblo de Yaguaraparo por la carretera que da haci el naciente.
A este regimiento, como en ning�n otro lugar del golfo hay electricidad fija,
ba�os limpios, sauna y dem�s comodidades. El regimiento 23 se ha convertido en
el lugar de descanso y retiro de los coroneles mas allegados al General Perez
Jim�nez. He aqu� parte de su historia.


En el sal�n azul, llamado as� por sus eternas cortinas que
intentan simular el cielo oriental, se encuentran cuatro mujeres bellamente
ataviadas. Cuatro mujeres con historias tan distintas entre si, pero con dos
cosas en com�n. La primera, ser esposas de Coroneles de la republica y la
segunda, estar cansadas de los desmanes, atropellos, infamias e infidelidades de
sus esposos.


De pie, al lado de la mesa donde se encuentra tres mujeres
jugando barajas, se encuentra Maria Elena P�rez, mujer de mucho temple,
soberbia pero pendeja y con gran afici�n a la bebida. En la mesa se encuentra,
en una de las tres sillas, Anastasia Figueroa de Castro. Mujer sumisa y
dedicada totalmente a su esposo. Al lado izquierdo de Maria Elena esta sentada
Teresa Arismendi de Arismendi Mujer elegante, con garbo, mirada exquisita
y excelente cuerpo. Por ultimo frente a Maria Elena con tres cartas entre las
manos, se encuentra Ana Maria Sequera de Aristimu�o. Alegre con una
sonrisa eterna en su boca, juguetona, chistosa y ocurrente, su vida es el
triunfo de la alegr�a sobre la adversidad, seg�n ella.


Estas son las cuatro mujeres de esta historia. Cuatro mujeres
diferentes, con vidas distintas pero unidas por la decepci�n y la rutina de
vivir por mas de 6 meses en le regimiento 23. 4 Mujeres anhelando el bullicio de
la ciudad de caracas y odiando hasta la muerte este lugar olvidado por la gracia
de dios. Para ellas el Regimiento 23 es un lugar disfrazado de club militar,
pero que en la realidad es una c�rcel tropical con muchas comodidades.


Al tomar su tercer trago antes de la cena, Maria Elena le
dice al resto de las mujeres � Saben, hoy estoy contenta, tengo en mi cabeza una
idea genial y fant�stica que posiblemente pueda concretar ma�ana. Una idea que
aliviara totalmente nuestro tormento y nuestro encierro en esta est�pida c�rcel.


Las tres mujeres, sin dejar de ver las barajas que tienen en
sus manos, hicieron un sonido de aprobaci�n con la garganta.


A lo que Marie Elena respondi� � esta bien ser� yo la �nica
que tenga sexo en este maldito infierno � Se dio media vuelta y se sent� en uno
de los sillones destinados �nicamente a los coroneles.


Luego de unos 10 minutos de lento juego de cartas, en la
mente de cada mujer se estaba formando una imagen como respuesta a la palabra
casi olvidada que hab�a pronunciado Maria Elena "SEXO".


Teresa, dejo sus cartas en la mesa y dijo al resto de las
jugadoras. � �amigas, escuche mal o de verdad escuche la palabra SEXO?.
Anastasia, dejo caer sus barajas con algo de estupor en su cara y dijo � sexo no
teresita dijo seso, cabeza, mente...- . Por su parte Ana Maria, estaba tratando
de recordar el significado de esa palabra. Luego de unos segundos, las tres
mujeres voltearon su mirada al mismo tiempo hacia el lugar donde est�n ubicados
los sillones destinados solo a los Coroneles y en uno de ellos estaba con una
sonrisa y algo de miedo, Maria Elena.


Maria Elena, con algo de picard�a y afectada ya por los
grados de alcohol de su ya 5to trago, dijo - Se embromaron, ahora no les cuento
nada. Pero cuando me vean con una sonrisa en mi boca, su envidia se las tirare a
los cochinos...-


Teresa, con un tono de voz, que la mujeres lo aprecian como
conciliador y los hombres como seductor, le dijo a Marie Elena - Por dios mi
santa, ven y si�ntate aqu� mi ni�a, en mi propio asiento, que yo buscare otra
silla para mi. Es mas ni�a lev�ntate de esos sillones que si te llega a ver
alg�n edec�n o cualquier soldadito, se va a volver a prender la san pablera .


Luego de sentarse con aires de diva, Maria Elena les dijo a
sus compa�eras de sala. � Bueno ni�as, ustedes est�n claras que nuestros esposos
dos o tres noches a la semana, se re�nen secretamente para analizar estrategias
militares y toda una zarapanda de cosas t�cticas que yo no entiendo. Cierto �no?
-. -Si - dijeron al un�sono las dem�s mujeres.


-Bueno, y las cuatro sabemos que los muerganos de nuestros
esposos se van a fuera del regimiento para realizar dichas reuniones �verdad? �
Esta vez asintieron con la cabeza.


-Pues bueno � prosigui� Maria Elena con su exposici�n � eso
es puro mentira y gamelote p�a burro. Todas aqu� sabemos que nuestros maridos
sinverg�enzas y respaldados por el General Andrade, se han dado la satisfacci�n
de traer a sus amantes a una nuevas casas que construyeron a menos de 45 minutos
de este infierno, Es decir amigas - Marielena tomo el ultimo sorbo de su 6to
trago y aclarando la voz y los pensamientos dijo- que los muerganos co�o de
madres de nuestros maridos no conforme con tenernos apresadas en esta c�rcel con
playa, r�o, posos y palmeras, se traen de Maracay y Caracas a sus amantes de
turno, les montan unas casas y se ven con ellas tres veces a la semana. Esa
viana solo lo hacen los malhechores, los sin madre y los hipos de puta.


-Anastasia de levanto de la mesa y dijo con lo que ella
asumi� que era un grito � no Maria E. Estas equivocada mi Castro es incapaz de
hacer eso, �l es un hombre integro, de familia y con excelentes valores. Valores
que le inculco su difunto abuelo Juli�n Castro. As� que no permito que hables
as� de mi marido.


Teresa, tom� a Anastasia por el antebrazo y de un jal�n la
sent� nuevamente en la silla, dici�ndole � C�llate mujer, que el tuyo es el peor
de los tres, pues le monto tres muchachos a Clotilde Hern�ndez su amante y a ti
ninguno. As� que c�llate y escuchemos a esta borracha -.


- Bueno borracha o no, yo Maria Elena P�rez, tengo la
soluci�n a nuestro encierro- Dijo sirvi�ndose su s�ptimo vaso de Whisky - Por
hoy solo les voy a decir que ma�ana buscare en Yaguaraparo la soluci�n a nuestro
dilema, solo ma�ana les podr� decir si acabara o no nuestra mononomia -


- Mononomia no Maria Elena, es Monoton�a- le repara Anastasia
a la borracha.


A todas esta Ana Maria, no hab�a pronunciado palabra alguna.
La ideas se le mezclaban en la cabeza. Que pod�a ofrecer sexo y solucionar el
martirio de sus vidas? Ser� un hombre asesino que mientras mat� a los coroneles,
les haga el amor. O ser� que Maria E. Por fin concretar�a esa idea loca de
realizar una fiesta para todos los soldados del regimiento donde nosotras nos
vestiremos de negritas y haremos el amor con todos los saldados sin quitarnos
las mascara? Todas esas ideas revoloteaban como periquitos enjaulados en la
cabeza de Ana Maria.




En la ma�ana siguiente, Maria Elena hizo todos los tramites
para conseguir un carro sin identificaci�n, para trasladarse al pueblo de
Yaguaraparo. Ella es la �nica mujer en todo el pa�s capaz de manejar desde una
moto hasta un tanque. Lastima que este poco tiempo sobria para disfrutar de el
placer de manejar. Su intenci�n al salir del regimiento era dirigirse a una
casita vieja y sucia que esta a la vera del camino entre Yaguaraparo e Irapa.
All� buscara el asunto que cambiaria su vida. Luego retornar�a por la misma
carretera de tierra, pasando por el frente del regimiento, para dirigirse unos 8
kil�metros en la v�a hacia el Pilar hasta llegar a al casa Blanca. Un
intinerario largo, para lo cual se llevar�a una botella de Whisky como copiloto.


Al llegar a la casa vieja, se apeo del veh�culo y camin� con
mucha entereza y sensualidad hasta la puerta de la casa vieja u sucia. Su melena
amarilla, fruto de los nuevos productos americanos que su "fiel" esposo le hab�a
tra�do de Norte Am�rica, bailaba al ritmo de su caminar y jugueteaba con el
viento seco de oriente. Estaba tensa de solo pensar la propuesta que le iba a
realizar a la viejita que viv�a en esa casa.


Al pasar al patio Marie Elena se sent�, no con mucho gusto,
en una silla hist�rica de madera que tenia las mismas condiciones que la casa.
Al frente tenia a una adorable viejita que con mucha dificultad de audici�n pero
con toda la lucidez del mundo, le pon�a el m�ximo de atenci�n.


Bueno do�ita � dijo Marie Elena para comenzar a explicarse -.
�Usted me recuerda? Soy la esposa del Coronel Estrada, la que lamentablemente
atropello a su nieto hace mas de 3 semanas... �Me recuerda?. Bueno, vengo a
ofrecerle la oportunidad para que Pedro se recupere en el dispensario del
regimiento y se inicie en la vida militar. Ya he conversado con las autoridades
del Regimiento 23, les expliqu� el caso y recordando que soy la esposa del
Coronel Estrada, aceptaron rapidamente mi propuesta. �Qu� le parece, mi do�ita?.


Mientras Maria Elena hablaba, la viejita la escuchaba y a su
vez con la mano izquierda temblorosas espantaba una mosca que tenia en el labio
superior. En la mente de la viejita se formaron dos ideas mientras escuchaba las
explicaciones de la se�ora de pelo amarillo. La primera es que ser�a una
buena oportunidad para su nieto Pedro pudiera entrar el ejercito y tal vez poder
entrar a trabajar con un coronel que le d� buena vida, dinero y futuro
. Esta
era la idea que menos le preocupaba. La que m�s la preocupaba era la segunda
idea. - �por qu� carrizo una muje de un corone tiene que veni a peldel su
tiempo en esta casucha y con esta vieja, y solo pa�pedi cuidal a mi muchachito
que ni siquiera conoce
?.


Con una mirada fija de desconfianza, pero disimulada bajo un
matiz leve de agradecimiento, la viejita le dijo a Maria Elena. � Mire mi se�o,
yo s� que tu tienes bueno coraz�n y que ese coraz�n te esta guiando p� dame esa
ayudita a mi muchacho y le doy las gracias mi se�o. Pero si mi muchacho le
joroba la via usted �me lo va a trae ? -. Y volvi�ndose a quitar la mosca
de la cara, le dijo suavemente � bueno... en sus manos le dejo a mi muchacho,
cu�dele y eso si, si lo va a convelt� en hombre, pues que sea un hombre de bien,
macho y bregao, pues eso es lo que le ruego a la vilgen de coromoto -.


-Maria Elena se monto nuevamente en el veh�culo, manejo
r�pidamente para alejarse de la casucha. Dejo a la Viejita pensando lo siguiente
� Bueno all� se va mi ni�o, y estoy segura que en ese luga pa� donde va lo van a
conventil en hombre...-.


Maria Elena, manejo nuevamente de regreso a Yaguaraparo y al
regimiento con su cargamento. En el pueblito de �o Carlos, hizo la parada
obligatoria. Estaciono el carro detr�s de una casa grande, con paredes blancas.
Una casa que era demasiado casa para el Pueblo de �o Carlos. Por un port�n Marie
E. Asomo la cabeza y grito un Nombre.




Eulasia, Eulasia!!!-




De la sombras del corredor trasero de la casa sali� una joven
de unos 16 a�os, con falda y camisa de flores, diciendo. �Wue?, y quien busca a
la do�a?. A lo que Maria E. Respondi�, - mire muchachita, no sea salida y busque
a Eulasia, d�gale que la Se�ora esta aqu�, c�rrale pues, c�rrale!-


El Calor era insoportable, ya a las 11:00 de la ma�ana, el
vestido de Maria E. Se un�a a su piel. Largo hab�a sido el camino desde la casa
de la vieja hasta �o Carlos. El Pedro aun estaba en el carro, viendo extra�ado a
la mujer con los cabellos de color extra�o, pegando brincos y gritos en una
casa. Aun le atemorizaba el carro, luego del accidente.


-Si ya voy, ya voy! � Grito Eulasia, desde el corredor de la
casa. Al llegar al patio, donde ya se encontraba Maria Elena ocult�ndose del sol
bajo un Limonero, dijo. � mi Se�ora como esta usted? Encontr� lo que buscaba?.
Tr�igamelo para verlo y nos dejamos de zoquetadas...


Maria Elena, se molesto por el tono mand�n de la voz de
Eulasia. Se aparto del port�n trasero de la casa de Eulasia y con movimientos de
la mano, le se�alo a Pedro que se bajara del carro y se acercara.


�ste es Eulasia, vengo por �l en diez dias y espero que este
tan listo como me lo prometi�, �estamos claro?. Recuerde que si no, no le
entrego los 10 bs. Restante del trato.




Sentadas en el porche de la casa club del regimiento, Teresa,
Ana Maria y Anastasia, esperan impacientes la llegada de Maria Elena. Sentadas
platican, sobre un hecho muy extra�o sucedido la noche anterior en el
regimiento.


-Si Teresa, anoche mi Aristimu�o tuvo que acercarse a la casa
de Estrada, pues Maria Elena no dejaba de tomar y de re�r. �Sabes? otro de sus
ataques. Juan me cont�, al regresar a la casa, que el pobre de Estrada le dijo
que - Maria Elena tomo una botella de wisky, "como siempre" y se puso esta ves a
bailar y dar vueltas en la sala. Mientras giraba, re�a como una burra loca.


Si Teresa, esta parece que no tiro los platos, ni rompi� los
muebles, ni hizo los berrinches de siempre, Solo se limito a cantar, bailar y
reir.


-�De verdad Aristimu�o te cont� eso? � pregunto incr�dula
Anastasia. � Por dios pobrecito Estrada, tener que aguantar los embates y
embestidas de Maria Elena la borracha. ! Pobre hombre �-. Sentencio la esposa
del coronel Castro.


- Por amor al sant�simo sepulcro de mi se�or Jesucristo, t�
si hablas pasjuatada Anastasia. Que Estrada reciba un poco de su propia medicina
no le hace mal. Es mas, Ojala Maria Elena le hubiera dado unas pescozadas a
Estrada para que la cosa quedara en tablas. � Sentencio Teresa, acerc�ndose a la
mesa para tomar de su vaso.


- Bastante que han aguantado t� y Maria Teresa, con los
hombres que dios les ha puesto en su camino. Camino convertido en un trajinar de
castigos, penas y desalientos.


- Pero soy la esposa de Castro, del Coronel Castro. Digno
heredero de la estirpe andina que ha sacado a este pa�s de la miseria que lo
ten�an los...- Dijo con vos �spera Anastasia hasta que fue interrumpida por
Teresa.


� C�llate carajo!!! � Dijo Teresa- C�llate siempre saca a
relucir la cagada de la estirpe de Castro. Recuerda que no estas en esas
reuniones del Club de la Comandancia con las esposas de uno que otro teninetico.
Estas aqu� en el golfo triste, olvidados por todos y en presencia de nosotras
que si sabemos tu historia y adem�s de como te maltrata Castro y como hasta te
quiso compartir en plana borrachera con un simple soldado. Pendeja eso es lo que
tu llamas estirpe, ese no es sino otro cabron mas del grupo.


Anastasia sorprendida, trat� de atacar a Teresa diciendo �
Pero por lo menos Castro amanece en mi cama, en cambio tu Arismendi no sabe
donde lo agarrara la Ma�ana, si en la cama de un Subteniente o en el catre un
cochino soldado!!! -. Ana Maria con su eterna sonrisa trataba de apaciguar la
confrontaci�n proponiendo un juego de damas o intentando de servir mas bebidas a
las dos Pericas.


- Si es cierto Arismendi es marico! Si, y cual es el
problema, ya media fuerza lo sabes, Lo sabes gasta el Mismo Generalisomo P�rez
Jim�nez, pero Arismendi tiene mas cojones que todos los generales juntos y por
eso el General�simo lo tiene descansando aqu�, para luego darle toque final al
proceso. Yo por mi parte no me siento dolida mija por eso, mucho me costo llegar
a donde estoy, mucho me costo casarme con Arismendi, para que por culosuelto y
marico deje yo de gozar todos los beneficios del proceso del General�simo. Yo si
he disfrutado de proceso. He viajado mas de 10 veces a Europa con Arismendi, nos
han alojado en los mejores hoteles de Francia, Alemania, Roma, Venecia etc...
Pero tu, mi peque�a, solo conoces los bailes en el Circulo Militar, de las
reuniones en el Club Tachira y los Toros de Maracay.� Recost�ndose satisfecha
dijo Teresa � � para ti, mi querida, eso es vida? Ya entiendo por que aceptas
las barbaridades de Castro.


�Tu crees que si Castro no me hubiera sacado a viajar a
conocer el mundo, no me hubiera comprados joyas y ropa costosa, yo le hubiera
aceptado las maniconerias? No!!! mi Amor... Claro que no, �l necesita una
esposa, yo necesito un status y ser libre, viajar, tener buena ropa, zapatos,
hombres. Y todo eso me lo da Arismendi y con el gusto del mundo.


- Si pero � Trato de decir Anastasia, cuando irrumpi� en el
sal�n azul Maria Elena. Las mujeres dejaron sus reproches y sus pensamientos
paralizados. Todo el ambiente se despejo Ana Maria sinti� alivio con la llegada
de Maria Elena.


Esta ultima dijo � Bueno ni�as, se acabaron nuestros
problemas con los Hombres, ya no mas castigo, sumisi�n, docilidad, esclavitud,
masoquismo ni sodom�a obligada � T�rminos que le gustaba utilizar para describir
una relaci�n Sexual. � No mas ni�as! en diez d�as, es decir el pr�ximo martes.
Tendremos en el regimiento nuestra soluci�n, nuestro pase a la gloria. Bueno, no
se, por lo menos la tendr� yo jajajajja � termino con una dura sonrisa, mientras
caminaba hacia la mesita del bar.


Teresa, siempre meticulosa, observaba a Maria Elena.
Observaba su caminar, su prestancia. Detecto un nuevo animo, una alegr�a que
Maria Elena no pod�a ocultar. Sin quitarle la vista un segundo le dijo � Maria
Elena, dinos mujer �cual es esa salida que tienes, supuestamente, a nuestros
problemas?. �Cu�l es esa p�cima m�gica que encontrastes en estos montes? Dinos
mujer!!!.


Maria Elena, vaso en mano, se voltea hacia sus anfitrionas y
dice... - no es una p�cima, es un objeto m�gico � y en diez d�as me lo dar�n.
Una amiga de Estrada lo esta puliendo para mi y tal vez para ustedes tambi�n.


- �Si Pero que objeto? -. Pregunto animada Anastasia. � Es un
palo m�gico!!!! Jajajaja � La sonrisa fue fingida para tratar de eliminar la
alegr�a que acompa�aba a Maria Elena. Esto No sucedi�.


- Mi querida socias � Dijo aguantando un poco la respiraci�n
para tratar de sentarse en una de las sillas del sal�n. � �Ustedes recuerdan el
accidente que tuve con el jeep de Garc�a?. Bueno en realidad lo sucedido fue que
atropelle a un muchacho. Dentro de mi borrachera, pude levantar al chico y lo
monte en el asiento del copiloto. Sangre por todos lados, una fractura en la
pierna derecha... � relataba con ansiedad y con la vista perdida, Maria Elena �
y luego...!!! Del pantal�n todo rasgado, sali� aquello... Frene repentinamente,
la frente del muchacho fue a dar al tope de tablero del jeep, fue cuando se
desmayo. Yo pens� que era una culebra, por eso frene, pero no ni�as!!! Era el
pipi m�s grande que yo haya visto en mi vida!!! Bello, grande Musculoso aun
dormido...


Todas las mujeres se vieron a los ojos, Ana Maria con una
sonrisa corto el silencio de la sala. Anastasia, se persigno cuatro veces.
Teresa trataba en su mente de crear la escena en el jeep.


Maria Elena continuo. � Bueno, bueno �no van a decir nada? �
Dijo acerc�ndose el vaso a su boca para tomar un buen trago de licor y as� poder
aclarar la voz y el cuento.


Teresa con su temple dijo � Mujer si eres tu la que esta
hablando, por dios continua, continua.-


Teresa escucho sus palabras y reacciono al meter a dios en
esta conversaci�n. Siguiendo el ejemplo de Anastasia se persigno 3 veces, pues
cuatro le segu�a dando cansancio.


- Si ni�as, me quede viendo eso por mas de 5 min., creo yo.
Luego el chico lentamente recuper� la conciencia. Acelere el jeep a toda
velocidad. No pod�a llegar al regimiento pues meter�a en problemas a Garc�a por
dejarme manejar borracha el Jeep. Me fui entonces hasta El Pilar y le ped� ayuda
a Carmela la esposa del Doctor Hern�ndez. �Sabes? ese doctor que buscan los
adecos para lanzarlo de gobernador del estado. Pues bien, Hern�ndez atendi� al
chico y luego de 5 semanas ya estaba de vuelta en su casa -.


- Recuerdan que a veces me perd�a por todo un d�a de esta
infierno, pues bien me escapaba para ir a la casa de los Hern�ndez para poder
ver a Pedro. Le llevaba comida, ropa y zapatos del regimiento. Varias veces
cuchuche con la esposa del Dr. Hern�ndez sobre el tama�o de aquella cosa. Ella
dijo que era el triple del tama�o comparado con la lombriz de tierra de
Hern�ndez.


- Bueno Maria Elena, los hombres sabios y santos no necesitan
mucho de aquello � Dijo Anastasia interrumpiendo a Maria Elena, quien aprovecha
para llevarse nuevamente el vaso a la boca. El liquido favorecer�a la fluidez
del cuento.


Luego de sentir �l liquido en su estomago, Maria Elena dijo �
�Saben? una vez llegue a la casa de los Hern�ndez y La esposa del Doctor me
recibi� con una expresi�n de sorpresa. Me tomo de la mano y me llevo
sigilosamente al cuarto donde estaba Pedro. Entramos, ella encendi� una linterna
de keros�n que estaba en una mesa al lado izquierdo de la cama Y.. Dios m�o, que
maravilla!!!!-


Teresa dijo para s� - Co�o ya volvieron a meter a dios en
este cuento. Bueno pens�ndolo bien... �quien mando a Dios a ponerle ese pene de
burro tal pedrito.? Bueno me imagino que debe ser un bichote, pues si no para
que tanta bulla y cabuya...


Maria Elena termino de relatar sus visitas a la casa de los
Hern�ndez. Todas quedaron asombradas con las palabras de la mujer quien tomaba
su cuarto whisky. La imaginaci�n estaba encendida en la mente de las cuatro
mujeres que estaban en la sala del club del regimiento. Cuatro Mujeres que sin
soltar palabras, se miraban tratando cada una de decir algo para romper el
silencio. Sus pensamientos estaban calientes.





En el pueblito de �o Carlos, donde Maria Elena hab�a dejado a
Pedro a cuidados de Eulasia Pinzon, todo estaba tranquilo como siempre. Soldados
entraban y sal�an de puerta grande de la Casa blanca, la casa m�s bella de todo
el Golfo Triste. Cuentan las malas lenguas que la Casa la construyo un edec�n
del General�simo P�rez Jim�nez, al verse rechazado por una de las mujeres de
Eulasia. Este Edec�n le demostr� su apego a su amor imposible construyendo esta
enorme vivienda. Al entregarle la casa a Eulasia le dijo que lo hacia para que
Genoveva siguiera practicando el oficio mas viejo del mundo, pero en mejores
condiciones.


La casa Blanca era una casa alegre, despierta y casi nunca
cerraba sus puertas. El jolgorio dentro de la Casa Blanca no daba tiempo a los
hombres ni momento alguno de precisar si era de d�a o de noche. Pod�as entrara a
las 5 de la tarde y salir de ella a despu�s de dos soles y una luna.


En la casa blanca, las mujeres mayores o "Madames", como las
bautizo ves un sargento franc�s que estaba de visita en la zona, estaban como
siempre sentadas tomando Ron y Ca�a Clara con sus j�venes amantes de turno. Ella
los emborrachaban as� dominarlos y en definitiva acelerar el acto sexual. Las
madames sab�an que mientras mas borrachos estuvieran los soldaditos, mas r�pidos
eyacularian gracias a sus secretos de oficio. Por su parte, los soldados
pensaban que rascados ten�an el control del acto, cosa que en definitiva no era
cierto.


En el ala izquierda de la amplia y oscura sala se encontraban
sentados los Sargentos y Tenientes de las diferentes zonas militares del
oriente, acompa�ados por las mas lindas j�venes casi ni�as que Eulasia hab�a
encontrado en sus viajes por todas las apartadas zonas del oriente venezolano.


As� era la casa de Eulasia, as� era la Casa Blanca, Hombres
mayores con j�venes ni�as, mujeres mayores con j�venes solados.


A Pedro durante los primeros dos d�as en la Casa Blanca
realizo trabajos de forzados. Eulasia se encargo de utilizarlo al m�ximo en los
quehaceres de su casa, dada la falta de los soldados que enviaba de vez en
cuando su marido de turno, el Teniente Guzm�n. El muchacho corto madera para la
cocina, elimino todo el monte y la mala hierba que rodeaba a la casa, puli� y
limpiando los dos pasillos, alimentado tanto a los pollos como a los cerdos que
tenia Eulasia. Acomodo las tejas de 3 cuartos y del gallinero.


Pedro era muy callado para ser tomando en cuenta. Ni los
soldados ni los tenientes llegaron a percibir la presencia de Pedro.


Al tercer dia Pedro termino de cortar el monte en la peque�a
loma que estaba en colinda con el patio de la Casa Blanca. Era la ultima tarea
que tenia asignada. Cansado se sent� bajo una lamina de madera que hac�an de
techo, en el lado izquierdo del patio. All� se le acerco Amelia con un plato de
sopa de pollo que Eulasia le hab�a enviado. Tom� con desesperaci�n el liquido y
las verduras. Luego Amelia le dio un trapo medio sucio, como pa�o para que se
secara despu�s del ba�o que deb�a darse.


Al entregarle el trapo, Amelia le dijo - tome mijo y apurese
que do�a lo esta esperando en su cuarto, apurese! apurese! Corra carajo-


Pedro viendo el trapo sucio y sin decir palabra alguna, se
meti� en la casucha del ba�o, tomo la tapara y se ba�o.


A la hora en que Pedro se estaba ba�ando, la mayor�a mujeres
de la casa estaban durmiendo para recuperar as� fuerzas para la noche. Hab�an
dos mujeres en la cocina tomando sopa y agua fresca. Otras tres, mas j�venes,
estaban con dos Tenientes totalmente borrachos en el pozo que estaba ubicado al
final del patio. Las j�venes totalmente sobrias y con las hormonas en plena
efervescencia, trataban de tener sexo pero los desdichados militares ya estaban
totalmente destruidos por el trasnocho, el licor y el baile. Pedro desde una
rendija del ba�o pod�a ver como las muchachas desesperadas tomaban el pene de
los pobres hombres, se lo llevaban a la boca pero sin conseguir ning�n
resultado.


Pedro sali� del ba�o, tomo rumbo puesto al pozo y de dirigi�
a pasillo de la casa un�a el patio con el 2do sal�n. Estaba cansado, aunque su
cuerpo estaba acostumbrado a largas jornadas de trabajo en la Finca de los
Pacheco y en el conuco de su abuela.


Llego a la habitaci�n de Eulasia, toco la puerta sin ganas y
pudo escuchar desde adentro el permiso que le deba la mujer para entrar. No
hab�a visto nunca la habitaci�n de Eulasia, como tampoco hab�a visto los cuartos
de las chicas j�venes, pues le estaba prohibido. Al curto de las madames si
tenia acceso y en tres oportunidades estuvo acompa��ndolas, hablando con ellas y
compartiendo uno que otro trago de aguardiente. En esos peque�os ratos Pedro
pudo ver como la mujeres entraban al cuaro las mujeres profiriendo improperios
contra uno que otro solado lascivo y bellaco. Pedro ya hab�a escuchado de la
Casa Blanca, pero solo se dio cuenta que estaba en ella en esos ratos de
compartir con las Madames


Pedro traspuso la puesta del cuarto de Eulasia, la cerro y
con su cara en alto y tostada por el sol, se detuvo al lado de un espejo enorme,
Mucho m�s grande que el que tenia en la sala de su hacienda la Se�ora Pacheco.


Miro alrededor, pudo observar la cama enorme de la se�ora
Eulasia. Tenia un trapo blanco transparente que guindaba de un palo y que cubr�a
toda la cama y que seg�n para espantar los zancudos y los bichos. Hab�a
adem�s una mesa con flores y peque�o cuarto donde tenia guardada mucha ropa.
Miro hac�a el otro extremo del cuarto y vio una peque�a puerta que conduc�a al
lavado. De all� sal�a Eulasia.


Eulasia es una mujer madura, dicen que tiene 32 a�os, pero
como dice �l teniente Zambrano -parece una carajita con cara de mujer.
Eulasia caminaba en pantaletas y sujetadores. Ya en estos tres d�as Pedro se
hab�a acostumbrado a mirar con detalle a las mujeres de la Casa Blanca en ropa
de dormir e intima. Pero Eulasia era diferente, las piernas estaban bien
torneadas y duras. Sus senos no brincaban y su estomago era c�ncavo. Sus brazos
eran fuertes sin dejar de ser delicados. Dientes blancos en su cara.




- Si�ntate muchacho - le dijo Eulasia a Pedro.




- �ste busco donde hacerlo mirando a todos lados se sent� en
una sillita que estaba en la esquina contraria a la cama. Callado se dispon�a a
escuchar a la Due�a de la Casa Blanca. � Bueno muchacho, Amelia me dijo que has
trabajado mucho estos tres d�as, que no dejates n� para despu�s y eso me pone
contenta de verdad. Hiciste el trabajo de 10 soldados en menor tiempo, que cosa
tan buena caray.... Pero sabes � le dec�a Eulasia pein�ndose con tranquilidad su
largo cabello negro y aun en pantaletas � no estas aqu� para cortar monte,
limpiar ni cosas de esas, estas aqu� por un encargo de la Se�ora Marie Elena-


- Mira muchacho, la se�ora Maria te necesita para que seas su
ayudante personal. Estar�s con ella en el regimiento pa�rriba y pa�bajo, sobre
todo en las noches. Har�s lo que ella te pida, sin decir nunca nada. Para eso te
ense�are unas cuantas cositas que le gustan muchos a las mujeres y cuando ella
te pida que le hagas cositas, tu le har�s todo lo que en estos tres d�as te voy
a ense�ar. Primero, qu�tese la ropa p�ngala doblaita en la silla, v�yase al
lavado y esp�reme all�.


Pedro se quito la ropa, camin� hacia el lavado sin
pensamiento alguno en lu mente. Volteo unos segundo para apreciar a Eulasia y
pudo ver como la mujer ve�a con grandes ojos su pipi. Termino de caminar y
espero a la se�ora al lado de la pila.


Eulasia entr� al cuartito del lavado, pod�a creer lo que sus
ojos ve�an. Con raz�n, pens� ella, Amelia estaba siempre detr�s del muchacho.
Sin apartar la vista del pene de Pedro y con un dejo de indiferencia en el
rostro le dijo con calma al muchacho.


� bueno mijo ac�rquese a la piedra y ponga su pito all�.-
Eulasia sin salir de su asombro tomo entre sus manos el pene. Claro tuvo que
utilizar las dos manos.


Con la gracia de quien por primera vez tiene una gema en sus
manos, poco a poco lo acaricio, Eulasia sent�a como la sangre del muchacho
empezaba a correr por las venas del pene. Sinti� como su miembro se iba inflando
y endureci�ndose. El coraz�n de Eulasia se hab�a acelerado.


Pedro, totalmente est�tico como la estatua de Bol�var de la
plaza mayor de Yaguaraparo, le empez� a gustar las calientes manos de Eulasia.
Sent�a los dulces masajes de los dedos de la Se�ora. Sent�a como ella apretaba
la base de su "pedrito" . Las sensaciones le llegaban a Pedro como r�fagas de
viento a la cara.


Pronto a Pedro le empez� a extra�ar lo rojo en que se
convirti� la cara de la Se�ora. No se pudo explicar el por que se le aceleraba
la respiraci�n a la mujer, con cada movimiento de sus manos. Cerro los ojos y
empez� a sentir como tambi�n su respiraci�n se aceleraba. Le comenz� a agarrar
el gusto a las manos �giles de Eulasia. Sent�a como el cuerpo se le calentaba al
igual que cuando se cog�a a las burras de la finca de los Pacheco. Sin embargo
Pedro sent�a algo diferente.


Al abrir los ojos el muchacho pudor ver todo el cuerpo de la
mujer es su esplendor. El ya tenia la respiraci�n tan acelerada como la mujer.
Bajando la mirada pudo apreciar como Eulasia se quitaba la pantaleta y se tocaba
sus partes, mas r�pido de c�mo le tacaba a Pedrito.


Eulasia con una gran agilidad, aprendi� manipular el pene de
Pedro con una sola mano. Con la diestra y con mucha pasi�n se tocaba su
cl�toris, para luego subir a sus duros senos.


La Mujer se aparto del muchacho y con paso apresurado se
dirigi� a su cama. Pedro no la sigui�, pues la orden que tenia era de estar de
pie en el lavado. Eulasia se acost� en la cama sin darse cuenta que el joven no
la segu�a. Al darse vuelta y esperar el cuerpo del muchacho, se sorprendi� �sta,
al verlo con la verga parada como estatua al lavado.


- �Bueno muchacho mu�vase, venga pa�ca, acu�stese aqu� a mi
lado! que le seguir� ense�ando cosas para la Se�ora Maria Elena. Primero le voy
a ense�ar lo que la se�ora Maria le va a hacer a usted.


Aulasia no tenia ganas de estar ense�ando nada a nadie. Tenia
en mente la �nica idea de introducirse en la boca a "Pedrito" y tratar de ver
hasta donde era capas de dejar una marca de saliva en el pene del muchacho.


Eulasia pens�: "Que mujer exigir�a sexo ante tal ejemplar.
Ninguna, ninguna, ninguna".


La mujer procedi� a la aventurada tarea de saborear al
muchacho. A los tres minutos de intentos fallidos, se percato ella misma que
hab�a perdido condiciones. Se saco el pene de la boca y con la vista busco hasta
donde hab�a dejado la marca de saliva. Gran desilusi�n, solo llego a la mitad
del pene del muchacho.


Pedro mientras tanto, asombrado de las gesticulaciones de
Eulasia. NO entend�a para que Eulasia deb�a meterse de lleno su pene en la boca
si mas a gusto estaba cuando al principio la mujer con sus labios aun carnosos y
rojizos le chupaba la punta de su pene. Eso le daba cosquillitas y le hacia
temblar las piernas


Pedro prefiri� ver el cuerpo de la mujer con mas detalles, la
luz de la tarde aun se lo permit�a. Pudo notar que los senos de la Se�ora
estaban un poco flojos pero mas grandes que el resto de las madames y de algunas
muchachas.


El muchacho no entend�a el desespero de Eulasia. No entend�a
su respiraci�n acelerada, cual burra mani�. No entend�a que luego de delicadas
caricias en el lavado, ahora tratara de mat�rselo con la boca. Pedro penso "Si,
debe ser cosas de las madames, debe ser eso".


- Bueno Pedro � y era primera vez que Eulasia lo llamaba por
su nombre � Ahora venga, agarre fuerte aqu� con cada mano, agarreme bien fuerte
cada teta y dele usted muchos besos, chupelos u dele mordisquitos peque�itos.
�Ande aprietelos! �m�s fuertes carajo! Asi, mas fuertes, as� as�, eso asi.


Le agarro el gusto a los grandes y duros senos de Eulasia.
Con mas �mpetu los tomaba entre sus manos y jugaba con ellos. Con cada beso que
les daba, percib�a la excitaci�n de la se�ora que a su vez incrementaba la suya.


Repentinamente la se�ora lo empujo con las manos puestas en
la cabeza hacia abajo, hasta que la cara del muchacho llego a los vellos del
entrepierna. La cara de Pedro quedo entre las veteranas pero firmes piernas de
Eulasia. El pod�a sentir la humedad y el calor de brotaba del co�o de Eulasia.
El olor era penetrante, un poco amargo sin llegar a ser desagradable. En el
olor, hab�a algo que lo incitaba a chupar y a lamer del co�o de Eulasia. �l no
sabia que era, pero algo lo impulsaba a hacerlo.


Eulasia no tuvo que decirle nada al chico, pues �ste con
mucha rapidez y desespero se estaba comiendo ya su cosa. Ella s dijo a si misma
" muchacha, parece un cochinillo comiendo por primera vez de la teta de su
madre".


No hab�a tiempo para parar el traj�n del muchacho y dar
alguna lecci�n, pues Eulasia ya iba rumbo a su tercer orgasmo. La se�ora penso:
"Que co�o importaba si no lo hacia del todo bien, lo importante en ese momento
era la cantidad mas no la calidad". Adem�s pens�, que viendo bien las cosas
nunca hab�a acabado tantas veces y en tan corto tiempo con un solo hombre.


Eulasia en verdad de Calidad, poco sabia. Todos los hombres
con quien habia estado, desde un punto de vista "profesional" solo se montan
para descargar y no para amar. Por eso para ella, era tan importante el licor
antes de un encuentro amoroso, pues as� �l que venia a descargar, lo hacia
r�pido (2 a 5 min.) doblegandose a las rutinas y las exigencias impuestas por
ella. Eulasia segu�a en sus pensamientos diciendo: " este carajito no es un
torbellino de pasiones. No, no lo es. Dios quisiera que lo fuera, pero no es
as�. Lo veo mas como un peque�o animal hambriento que esta arrasando con el
alimento que tiene al frente luego de un largo per�odo de encierro. Este
muchacho es sin saberlo una mezcla de un brioso corcel joven con un verdadero
semental. Pedro esta bien dotado y es hora ya de que me meta esa bestia, ese
manjar adentro".


As� que tomo a Pedro por los hombros, subi� su cuerpo hasta
tenerlo cara a cara. Pod�a notar los movimientos bruscos de las caderas de Pedro
tratando meterle su gran miembro. As� que para evitar alguna viana del chico,
doblo sus propias rodillas dejando su flor totalmente h�meda al descubierto.
Luego con el chico arriba de ella, sujet� la espalda de Pedro con el brazo
izquierdo y con la mano derecha tomo el gran manjar y poco a poco se lo
introdujo. Un grito de dolor y pasi�n solt� la Se�ora y sabia que lo soltar�a.
No era f�cil recibir ese enorme regalo acompa�ado de duras embestidas de este
joven semental.


A penas Pedro sinti� en su pene el calor majestuoso de
Eulasia, se volvi� como un loco desesperado, como un animal acorralado, que por
descuido de su agresor, logra morder, hasta matar, a su amenaza. La se�ora
trataba de controlar los movimientos agitados y turbados del muchacho,
apret�ndolo con sus piernas, pero la tarea, luego de unos 7 min, la fatigo.


Pedro se agitaba por una pasi�n y una fogosidad desconocida
hasta ese momento para �l. Aunque trataba de hacer los mismos movimientos que
con las burras de la finca de los Pacheco, r�pidamente comprendi� que no era
igual clavarle su verga a una burra, que a una mujer. La experiencia era
diferente, tenia un mejor gusto. Los gritos de la mujer mas all� de
atormentarlo, le fascinaron. Pronto le tom� el ritmo a la cogida. Si quer�a que
la se�ora gritar�, se levantaba en sus rodillas y profundizaba su penetraci�n.
Si deseaba que Eulasia respirara lentamente, solo le dejaba la mitad de su pene
adentro.


Para Pedro resulto una experiencia placentera el estar con
Eulasia. Ella es una mujer con don de mando y una soltura tan especial, que le
agrego un extra a la iniciaci�n de Pedro como Hombre.


En el cuarto de la Se�ora, se olvido quien ense�aba y quien
aprend�a. Eulasia solo de dedicaba a captar de todos sus sentidos cada sensaci�n
que le produc�a el deleitarse a ese novato. Sexo sexo y mas sexo pedia Eulasia.
Su vulva se estiro al tratar de recibir la dureza de Pedro. Los senos le dol�an.
La cadera no tenia fuerza alguna Su vientre un poco hinchado era puro dolor
mezclado con vestigios de placer. Su boca mordida dos veces por Pedro estaba mas
roja de lo normal. El cuerpo de Eulasia habia recorrido un largo camino en una
sola tarde.


Luego de unas horas, El gran espejo estaba empa�ado, el sudor
arrop� la cama de la Se�ora. Eulasia quedo sorprendida que al muchacho se le
parar� tal mounstrosidad en 5 oportunidades, luego de unos pocos minutos de
descanso.


La se�ora rega�o a Pedro en el preciso instante, en que
lav�ndole el pito se le erecto, dici�ndole:


� Bueno muchacho del carrizo ya esta bien!, ya esta bien!
Tengo la bicha ardiendo y no por el deseo ni la pasi�n. � Mientras ella le dec�a
esto, con un tono de sorpresa mas que de rega�o, no dejaba de masajearle el
musculoso miembro debajo del agua que salia del grifo. La experiencia fue
profunda para la Se�ora, realmente fue mucha. Eulasia y Pedro no salieron del
cuarto sino al nacer el cuarto d�a.




Al amanecer Pedro traspaso, hecho un hombre, la puerta del
cuarto de la Se�ora.


Algunas Madames que estaban paradas en el pasillo de la casa,
al verlo salir triunfante del cuarto, le comentaron.


� �o jile Se�o, se�o... recuerde que nosotras tambi�n
queremos de lo bueno, no solo carne buena debe com� La Se�ora, nosotras tambi�n
podemos. Nosotras tambi�n queremos gritar igual que la Do�a!!!.


Pedro sorprendido y avergonzado, respondi� con una simple
mueca en su cansada boca. Se dio media vuelta y avanz� hacia su lugar , es decir
el patio trasero de la Casa Blanca.


El solo hecho de pensar que las madames que d�as atr�s lo
rechazaban, ahora solicitaban sus servicios, le hizo para su andar y su pene
tambi�n. Dio unos pasos en el polvoriento piso del patio y se detuvo. Pens� algo
y regreso al pasillo de donde hab�a salido, se detuvo en la puerta y dijo con
fuerte voz desde la puerta.


- Se�oras cuando ustedes quieran...!


En uno de los cuartos destinados para las Madames, Pedro
estaba ingiriendo grandes cantidades de aguardiente rodeado de 4 mujeres. En ese
momento eran las cinco de la ma�ana, la luz del sol acompa�aba los ya molestos
cantos de los gallos. A empujones lo hab�an metido al cuarto, cuando �l hab�a
acepto el reto de las Madames. Entre besos y toscas caricias, las mujeres poco a
poco desvistieron a Pedro para quedar at�nitas ante semejante esp�cimen. La de
mayor Edad le sali� de la boca un � "Por mi santos benditos!!!" . La otra, la
menos vieja, no encontr� pecaminoso el hecho de persignarse ante un enorme pene.


Las cuatro mujeres se apartaron de Pedro para permitir que la
d�bil luz proveniente de las velas alumbraran aun m�s la maravilla que ten�an
ante sus ojos. De las Cuatro mujeres, dos quedaron arrodilladas frente al
Muchacho luego de desvestirlos, las otras dos aun de pie estaban con las manos
entrelazadas en forma de plegaria. La escena pod�a dar a entender erradamente,
que las cuatro mujeres le estaban rezando al pene del muchacho.


Pasados unos segundos y luego que la sorpresa abandono el
rostro de las Madames, las manos de estas se apoderaron del manjar carnoso..


-� Maria y que hacemos con esto?- pregunto desorientada la
menos vieja de todas �


-� Pues echarle pich�n entre las cuatro, jajajajaja que
mas..!. Es mas creo que si nos acomodamos las cuatro a la ves podemos probar de
este muchachote jajajajaja Eso si la cabeza es mia. - respondi� la veterana
Maria.


Eran ya la tarde del cuarto d�a. Un enorme murmullo recorr�a
los pasillos de la Casa de Eulasia. Las mujeres entre susurros trataban de
explicarse como las cuatro Madames hab�an amanecido con en muchachito Pedro. El
chisme empez� a correr, desde que Inmaculada abri� la puerta del cuartucho para
limpiarlo y sorprendida vio a Pedro entre las cuatro Madames. Mas sorprendi� a
Inmaculada, el tama�o de la cosa que tenia Pedro entre sus piernas, aunque
estaba dormido. Ella hab�a visto penes grandes y conoc�a tambi�n de la leyenda
del "Negro Evandro". Pero ver algo as� en pleno d�a directamente, fue como dos
cachetada en cada mejilla.


Eulasia se levanto al escuchar el alboroto, fue directamente
al cuartucho con un cinto de cuero en las manos, como lo hacia cada vez que una
mujer se guindaba a pelear con otra. Tumbo la corina del cuartucho para descubr�
a Pedro con las Madames. A estas cuatro les dio una cueriza dura y las mando a
ba�arse. Las mujeres adoloridas salieron tap�ndose con la prenda que pudieron
tomar del piso y sin pronunciar palabra o quejido alguno. Luego de sorpresa le
dio una cachetada en la mejilla izquierda a Inmaculada, la cual la desperto del
encantamiento en que hab�a ca�do luego de ver a "pedrito".


La se�ora, monto nuevamente la cortina del cuartucho y camino
hacia Pedro que estaba en una esquina como lobo apresado, temeroso de aquella
mujer: Temeroso de su cara, de su fuerza y de la delgado cinto de cuero que
llevaba en la mano.


-Pedro, Pedro, Pedro � Dijo Eulasia, golpe�ndose con el
cuero, la parte externa del muslo derecho.


� Bueno � continuo diciendo la Se�ora con aires de dominio. �
� As� que se acost� con las putas veteranas esas?. Bueno espero que haya
aprendido algo mas muchacho. Pero ahora parece y p�ngaseme al frente que quiero
probar nuevamente de su cosa enorme.


Pedro se visti� despu�s r�pidamente sali� al patio y trato de
hacerse el desapercibido. Cosa que no logro, gracias a los comentarios de la
Inmaculada.


Del cuarto d�a al noveno d�a al noveno que estuvo Pedro en la
Casa Blanca, comparti� su tiempo entre trabajos y sexo. En la ma�anita bien
temprano limpiaba el patio, los pasillos y el frente de la casa. Luego a media
ma�ana, arreaba las 4 cabras y los 3 cochinos hacia el monte para que se
alimentaran. Aprovechaba, recog�a monte para la burra y limpiaba el corral de
las gallinas. Luego a final de la ma�ana, le tocaba una clase magistral con
Eulasia. En estos d�as, la do�a si se dedico a ense�arle a Pedro las cosas
secretas sobre el sexo.


Luego de salir del cuarto de la se�ora, com�a, dorm�a y se
levantaba a media tarde para tener sexo con cualquiera de la Casa Blanca. A
veces eran las 9 de la noche y aun Pedro estaba con dos o tres mujeres en la
cama. Bueno mejor dicho, las dos o tres mujeres estaban con Pedro en la cama,
pues Pedro se hab�a convertido en una especia de atracci�n circense para las
mujeres de Eulasia.


Todas las Madames apreciaban tener sexo con �l, pues lograban
sentir en su ya estirada y fl�cida vagina, el fuerte roce de la penetraci�n.
Cosa que no suced�a ya con ning�n hombre del Golfo Triste.


Las j�venes, en grupo, jugaban a quien se met�a todo el
pedrito en la vagina. Para ello ten�an un cray�n, el cual mojaban con la punta
de la lengua, para marcar el pene de Pedro, justo hasta donde lograba el m�ximo
de penetraci�n. Una tarde Pedro tenia mas de 12 rayitas de cray�n en su pene. La
mas arriesgada de todas, dejo sin embargo 4 cm de pedrito fuera de su vagina.


Pedro recib�a los mas atrevidos piropos y elegios de todas y
cada una de las mujeres de la Casa Blanca. Desde Eulasia, hasta la se�ora Maria
Antonia, la vieja que cocinaba en la Casa, que llego a probar del manjar de
Pedro a petici�n de la j�venes de la casa.


Pedro no se ba�aba solo en el patio como al principio de su
llegada a la Casa Blanca. Siempre estaba acompa�ado por lo menos de 2 mujeres.




En la noche de 8vo d�a de Pedro en la Casa Blanca, La se�ora
esperaba al General. Ella a pesar de todo amaba a su general. Pero esa noche �l
no lleg� a su encuentro. Eulasia se hab�a puesto el mejor vestido que tenia para
recibir a su amante, pero fue en vano.


Un elegante vestido color crema ce�ido a la cintura por medio
de unos exquisitos pliegues, tenia la se�ora puesto. Este permit�a ver su aun
poca gastada voluptuosidad. El vestido tenia un dise�o atrevido que mostraba
generosamente los hombros. Un corte "cl�sico" en el escote del vestido mostraba
la uni�n de los senos de la Se�ora. La falda a tres cuartos por debajo de la
rodilla, un atrevimiento para esa �poca, tenia una abertura en lateral que no
dejaba a la imaginaci�n nada de las piernas de Eulasia. De verdad que si no
fuera por su tez dura y seca, cualquier pensar�a que Eulasia no superaba los 27
a�os.


Esa noche todas las mujeres estaban preocupadas por el mal
humor de la Se�ora. Sab�an que cuando el general no llegaba a la cita, Eulasia
estaba de truenos y rayos. Pare evitar cualquier desafuero de la Se�ora, Maria
la experimentada Madame se ideo un plan . Para ello llamo a Pedro y converso con
�l por espacio de 15 min. D�ndole una serie de indicaciones capaces de apaciguar
a la Leona herida.


Al finalizar la conversa con Maria la Madame y con una seri
de pensamientos es la cabeza, Pedro se lleg� hasta la sala donde estaba Eulasia
en compa��a de dos subtenientes reci�n llegados a la zona a los cuales le estaba
dando la bienvenida. Con vos pausada pero firme, Pedro le dijo a la Se�ora,
vi�ndole a los ojos y sin tomar en cuenta a los presentes


� Se�ora deseo conversar con usted, cuando se desocupe, la
espero en su cuarto- haciendo hincapi� en esas dos ultimas palabras.


Eulasia no respondi�, solo asinti� con la cabeza. Pedro se
retiro de la sala rumbo al cuarto de la se�ora. Entro en �l, se fue directamente
al lavado y se limpio su pito. Se despojo de toda la ropa, camino hacia la cama
de la Se�ora, no sin antes apagar 3 de las 6 velas que brindaban tenue luz al
cuarto mayor. Se acost� en la cama y pensando en todas las mujeres de la casa,
inicio su masturbaci�n a espera de la Se�ora.


Eulasia, llena de ira por el atrevimiento de muchacho, entro
r�pido al cuarto d�ndole un certero golpe a la puerta. Inmediatamente detuvo la
velocidad de su andar ante la poca luz que reinaba en su cuarto. Volteo a la
cama y aprecio la enorme erecci�n que tenia Pedro en sus manos.


Sin perder postura dijo con un tono que intentaba ser grave �
Mire carajito , le voy a dec� una vaina, yo no soy mujer de estar recibiendo...


Pedro la interrumpi� y le dijo � Mi se�ora acu�stese a mi
lado, ande, qu�tese la ropa y acu�stese a mi lado, hora soy yo quien se lo pide.


Eulasia sin mediar palabras y olvidando el rega�o que ya le
tenia preparado al muchacho, se quito el lindo vestido que llevaba de una forma
muy sensual. Primero retiro las cintas de los hombros, para dejar ver sus
enormes pechos sin sujetador. Luego elimino el gacho de la cintura que daba la
libertad a los pliegues del vestido. Eulasia se sent�a sublime, rica y er�tica
ante el muchacho y su pene. Luego, sin dejar de verlo se quito el resto del
vestido de bello color crema. Aun estaba de pie sobre los encantadores zapatos
de patente color negro que le hab�a regalado su amante General. La imagen era
realmente de seducci�n. Esa noche Eulasia no tenia que envidiarle a ninguna
mujer del mundo de la seducci�n.


Con una postura sumisa, ella sinti� los dulces besos del
muchacho. Sinti� como, sin apuros, le retiro las medias de nylon y la pantaleta.
Estaba asombrada, asombrada de la soltura y desenvolvimiento del Pedro. Se dijo
a s� misma " soy una estupenda maestra del sexo", en desconocimiento de la clase
magistral que le hab�a dado la Madame Maria al muchacho.


Sinti�, como �l le acariciaba los senos con delicadeza y
luego como vigor se los chupo deliciosamente. Sent�a como Pedro se esmeraba en
acariciarla y besarla como un verdadero hombre como un verdadero macho. Sent�a
como su cuerpo era un manojo de sensaciones y nervios a punto de estallar. Ya no
era la Se�ora sino La Cautiva. Le sorprendi� ser , en las manos de Pedro una
esclava, en vez de ser la Due�a y se�ora.


Luego de unos minutos y una lluvia de besos ya a ella, el ser
esclava, no le molestaba en lo mas m�nimo. Eso si, le extra�aba que su "alumno"
demostrara h�bilmente ciertas actitudes sexuales y er�ticas que ella no le hab�a
ense�ado. Pero bueno con tal de disfrutarlas, no hab�a por que indagar nada mas.


Pedro, recordando cada una de las palabras de la Madame
Maria, segu�a explorando cada cent�metro de la piel de Eulasia. Primero con sus
manos, luego con los labios, para terminar con su lengua y sus dientes.


Despacio recorri� desde sus peque�os pies hasta su espalda
sin mancha. Desde sus senos grandes hasta sus enormes muslos. Pedro intentaba,
no sin �xito, cambiarle el animo a la Se�ora.


- Volt�ese y p�ngase boca pa�riba � le dijo Pedro a Eulasia.
Con precisi�n �l se mont� sobre ella y la penetro, a mismo tiempo que la
observaba con una mirada retadora. La mirada de Pedro le exig�a a Eulasia
eliminar cualquier expresi�n de dolor producido por la penetraci�n.


No era necesario que Pedro le enviara esa orden, en la
mirada, a la Se�ora, pues ella ya no sent�a dolor. Todo se hab�a transformado en
placer. Con unos pocos movimientos Eulasia ya terminaba su primer orgasmo a
gritos de lujuria pero no de dolor. Esa noche para Eulasia el dolor se iba
transformado en satisfacci�n. De verdad que no sent�a dolor sino placer, un
placer nuevo y extra�o para ella. Era el placer de ser sumisa y avasallada por
un hombre.


La noche continuo. Afuera, en la sala de la Casa Grande, las
muchachas y las madames ahora estaban un poco mas relajadas con sus clientes
pues sab�an que el encargo que Maria le hab�a dado a Pedro, se estaba cumpliendo
a cabalidad. Todas estaban tranquilas ya que la se�ora hab�a gritado un par de
veces. Veces, que cada una de las mujeres envidio pues eran gritos de pasi�n y
fogosidad sexual. La envidia estaba en el aire de la sala de la Casa Blanca y el
aire estaba pesado.


Luego de largas embestidas, de sudor y de besos apasionados,
Luego de algunos cl�max y orgasmos intensos, Pedro tom� a Eulasia, que aun yac�a
sobre su espalda y le dijo:


-p�ngase as� � indic�ndole la posici�n de perro o cuatro
patas.


El muchacho en ese momento volvi� a recordar a las burras de
la Finca de los Pacheco, pero lo que tenia al frente era mucho mejor y por eso
desech� r�pidamente esos recuerdos.


La se�ora se preocupo pues esa posici�n no se la hab�a
ense�ado ella, mas sin embargo se dejo llevar.


En la posici�n que Pedro tenia a Eulasia, ella pod�a ver su
bello vestido color crema tirado en el piso. Podia ver la macha de su sudor en
la sabana. Pod�a, adem�s, verse a si misma en el espejo enorme del cuarto. Se
fijo como el muchacho la tenia dominada. Observaba como su aprendiz la ve�a con
ojos de deseo, con ardiente pasi�n y apretando duro los labios por la pasi�n.
Ve�a como le acariciaban la espalda. Como con manos, ahora de hombre, el
muchacho le apretaba y le acariciaba los senos.


Ante este escenario, Eulasia bajo la cabeza y se entrego.


El aprendiz tom� su pene con las dos manos, como siempre, y
lentamente se lo introdujo a la Se�ora en su vulva h�meda. Desde esa posici�n �l
pod�a ver f�cilmente como entraba y sal�a su pene envuelto en una suave humedad.
Humedad que reflejaba exiguamente algunos destellos prevenientes de las velas
que estaban por ya por apagarse.


Retuvo un poco la respiraci�n, vio lo bien mojado que estaba
su pene y con un leve esfuerzo le introdujo lentamente en el culo de la se�ora.


Ella reaccion� instintivamente, pero era tarde, ya Pedro la
tenia dominada, no pod�a zafarse de �l. Ella vio como el muchacho la tenia ahora
tomada por la cintura y por el cabello. Sent�a como poco a poco le met�an ese
enorme pene en su culo.


No hab�a dolor, el sobresalto no permiti� que el dolor se
presentara. Ella no pod�a creer que su alumno actuara de esa forma tan b�sica,
animal y deliciosa. Eulasia sabia que no deb�a hacer resistencia alguna, pues
dolorosa se pod�a convertir esa penetraci�n. As� que trato por todos los medios
de relajar su cuerpo para sentir como ese hermoso manjar le entraba y le sal�a.


Con la respiraci�n controlada, subi� su cara buscando
nuevamente el espejo y se observo a si misma. Se vio reflejada en �l, se vio
como una de esas ni�as que ella misma hab�a llevado a su casa para su
iniciaci�n. Se sinti� iniciada en el mundo de la sumisi�n, pues ning�n hombre la
hab�a... hecho sentir as�.


El humor de la Se�ora desde esa noche cambi� para siempre.





Este es mi 2do relato, por favor si te gusto enviame un mensaje a mi correo y
te enviare con gusto la 2da y tercera parte. saludos



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Relato: Las Coronelas (1)
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