A la primera sangre
Apenas era un chaval de 18 a�os cuando descubr� el sexo,
all�, en el barrio de Salamanca, donde viv�a Julia, poseedora de un cuerpazo de
�Aupa! Yo me llamo Mateo, nombre que ella abrevi� cari�osamente, dej�ndolo en un
lac�nico Ma.
Los dos nos am�bamos en serio pero con el defectillo de tener
las hormonas descontroladas. Al menor roce de manos la calentura nos sub�a sin
poder remediarlo, ya que padec�amos la vigilancia enfermiza de su madre,
Asunci�n de Valdepe�as y Tresleches, conocida en el barrio como "Do�a
Angustias", por su perenne gesto de ansiedad.
El asedio de la suegra llegaba a extremos grotescos como
subir al �tico y asomarse desde ah� al sal�n de enfrente donde cada s�bado nos
entrevist�bamos Julia y yo, en espera de pescarnos en el achuch�n y el besuqueo,
cosa que un d�a logr� al pillarnos trabados en un inocente beso. �Pero, qu�
haces, Julia! �escuchamos su grito proveniente de las alturas. Jadeante do�a
Angustias, nos arm� un numerazo con el consabido serm�n de las buenas costumbres
y el abolengo de la familia que ven�a del norte y "a mi hija usted no la
toca, mequetrefe, libidinoso, comunista, visig�tico, panoli, disl�xico, hippie"
y no s� cu�ntas cosas m�s que en aquel momento no entend� bien por el estado de
shock en el que me encontraba. El caso es que me sac� el cart�n rojo
expuls�ndome de la cancha por semanas.
Cumplido el plazo, regres� con la imaginaci�n y el deseo
desatados. S�lo que ahora el besuqueo y las caricias los practic�bamos pegados a
unos gigantescos libreros con los incunables del abuelo �muerto en la Guerra del
36-, y fuera de la vista de la molesta suegra que ten�a las piernas y el culo
m�s hermosos de la creaci�n, dicho sea de paso. En ese rinc�n Julia, hasta
entonces renuente a los toqueteos, poco a poco cedi� terreno.
El primer paso fue meter disimuladamente las manos por debajo
de la blusa hasta tocar la suave piel de su espalda y rozarle apenas el
sujetador, lo que me fue premiado con una sonora bofetada de ella que lo
consideraba una afrenta, oblig�ndome a abandonar cualquier intento de avance.
Pero era in�til. A los dos nos hab�a fascinado ese primer acercamiento. Lo dem�s
se fue dando vertiginosamente porque ambos est�bamos descubriendo lo maravilloso
del sexo entre dos adolescentes que se amaban con africana pasi�n.
Los paseos por sus pechos se hicieron m�s frecuentes y nos
pon�an calent�simos. Eso s�, cada vez que me aventuraba a hacer un nuevo avance
�T�mala! Un tortazo, proveniente de no s� d�nde, me ca�a encima. Era rapid�sima
Julia y claro, como yo andaba distra�do imaginando la manera de conquistar
nuevos territorios, no hab�a manera de esquivarla. As� que las correr�as por sus
pechos duraron un buen tiempo, chup�ndoselos hasta dorm�rseme la lengua. Y eso
era todo, porque sabedor de sus violentas e inesperadas reacciones, procuraba
evitar los casta�azos. Sin embargo, una tarde, las cosas cambiaron.
Est�bamos en lo nuestro y me anim� a decirle �Mira, amor m�o,
c�mo me tienes! -llev�ndole su mano hasta mi entrepierna. Al principio quiso
mostrar resistencia para no pasar por ligera de cascos, pero lejos de quitarla,
la cerr� apret�ndome fren�tica gimiendo �Ay, Ma!
Sin dejar de verla a los ojos baj� mi mano hasta su pubis.
Pude sentir una descarga que la recorr�a entera acentu�ndole la mirada
lujuriosa. Acto seguido decid� emplearme a fondo a riesgo de recibir un sopapo
inesperado. En lugar de eso, Julia tom� mi mano y la apret� con fuerza contra su
entrepierna en espera del siguiente movimiento. Pero los ruidos que nos
anunciaban la presencia de su madre nos obligaban a separarnos r�pidamente y
vuelta a empezar otro d�a.
Aquella rutina dur� poco. Y fue Julia la que se atrevi� a
hacer el siguiente movimiento, dando por terminada la amenaza de los porrazos
imprevistos e iniciando la aventura de explorarnos juntos.
Lo m�s excitante era recorrer sus muslos desnudos hasta
tocarle las bragas. Ah�, mi alto sentido de la investigaci�n me llevaba a
indagar por todos los sitios posibles. Recuerdo perfectamente que a sus 16 a�os
a�n usaba unas braguitas de algod�n estampado, con personajes de los tebeos, lo
que me causaba una enorme curiosidad.
Mi obsesi�n era tocarle aquel culo que me trastornaba -lo
ten�a redondito y bien plantado. Pasarle la mano por ah� era un avance y no
compromet�a tanto como tocarle expl�citamente ah�, en el centro de sus
excitaciones, sin bragas de por medio.
Cuando con mis manos llenas de sus nalgas le dije Julia, tu
culo me vuelve loco, me encantar�a morderlo, como que quiso protestar, pero se
lo pens� mejor y no dijo nada, salvo �Ay, Ma! -suspirando. Al meter la mano por
delante haciendo a un lado las bragas de los tebeos, el impacto que me caus�
palpar su vello p�bico casi me hace desistir por la emoci�n. Sin embargo, lo que
verdaderamente me impresion� y a�n me altera, fue la estructura de aquel rinc�n
de mis sue�os; la forma, la textura, pero muy especialmente su olor.
Toqu� cuidadosa y largamente observando las reacciones de
Julia. Parec�a extasiada. Hurgu� curioso en su refugio. Estaba empapada.
Instintivamente me llev� la mano a la nariz y a la boca. �Dios m�o, qu� aroma y
qu� sabor! �Inusitados! Hoy es el d�a en que no he encontrado nada igual, ni
aqu� en Espa�a, ni en otras tierras a las que he viajado por motivos de trabajo.
Evidentemente me hice un adicto a su entrepierna, lo que se
dice un co�odependiente. A ella le parec�a una exageraci�n, pero desde la
primera vez que le lam� arrobado la hendidura y saboree su peque��n picaporte
del placer, supo lo que yo quer�a decirle haci�ndose desde entonces una
fundamentalista del cunilingus.
Julia por su parte, se dio a la tarea de explorar cada vez
m�s mi anatom�a. Cuando le franquee el paso a su mano bajando yo mismo la
cremallera del pantal�n, m�s tard� yo en hacerlo que ella, fuera de control, en
acariciarme al amiguete y pon�rselo en la boca chupando transformada. Lo hizo
sin necesidad de explicarle nada, con naturalidad; como natural fue para m�
sentirlo de su boca por primera vez.
Para entonces ya hab�amos encontrado la mejor manera de
evadir las miradas inoportunas de do�a Angustias que no contenta con su
vigilancia, puso a toda la familia a espiarnos: los hermanos peque�os, Asun y
Josema, la abuela e inclusive a Colette, la french poodle que no cesaba de
olisquearnos despu�s de aquellos arrebatos sexuales, caus�ndonos preocupaci�n al
principio, y largos ataques de risa, despu�s.
Adquirimos tal pr�ctica en el arte de la simulaci�n y el
escondite que as�, al disimulo, perdimos lo que nos quedaba de inocencia y en la
postura menos pensada. Fue una tarde lluviosa y fr�a de octubre que oblig� a la
familia a quedarse quietita ante la tele. Yo, previendo lo que se podr�a hacer,
me dej� la gabardina pretextando fr�o. Ella, diligente, fingi� ir por un momento
al lavabo, instante que aprovech� para cerciorarse del grado de vigilia del
enemigo y, claro, para despojarse de las braguitas de Mortadelo y Filem�n a fin
de ahorrar tiempo.
De regreso se dirigi� a nuestro rinc�n y al ritmo de
Manzanero, ejecut� una suerte de striptease que no era m�s que subirse y bajarse
la falda, dar unas vueltas y contonearse muy cachondamente, mostr�ndome el
alucinante espect�culo de sus piernas, pubis y culo que me provocaba dolorosas
rigideces.
Me aproxim� para verla mejor y sin pens�rmelo mucho me sent�
en el brazo del sill�n mientras liberaba a mi inseparable. La atraje hacia a m�
gir�ndola para tenerla con el culo frente a mi cara, le sub� la falda y
lentamente la coloqu� en el centro. Todo fue apacible pese a los ruegos nada
convincentes de ella -No, Ma. No, Ma-, contrarios a su abandonada actitud. Yo
estaba excitad�simo con los ojos puestos en ese culo de mis desvelos. Por fin lo
ten�a como yo quer�a: en mis manos y con la propietaria ensartada hasta el
fondo. La abundante lubricaci�n de nuestra calentura impidi� el m�nimo dolor en
ella y en cambio la indujo a moverse fren�tica en un subibaja constante que nos
llev� a explotar en ruidosos espasmos.
Quedamos exhaustos y chorreando. Los muslos le escurr�an. Se
ve�a hermosa, abierta de piernas con una sustancia blanquecina y rojiza bajando
por las rodillas. Me inclin� a limpiarla con el fald�n de mi gabardina; ella
tom� al querub�n entre sus manos y se lo llev� a la boca para limpiarlo
prolijamente, como agradeci�ndole el servicio que acababa de prestarle.
En adelante, ella me recibir�a de entrega inmediata, es
decir, sin bragas, y a disfrutar plenamente, guiados por la imaginaci�n y el
sentido com�n.
Claro, con aquellos encuentros y a nuestra edad, llegamos a
amarnos ciegamente y a querer m�s y m�s sexo. Todo nos complac�a y nada nos
parec�a desagradable y menos a�n pecaminoso como sentenciaban las abuelas y los
curas. El problema fue que al concentrarnos en los nuevos descubrimientos,
descuidamos la log�stica, al contrario de la suegra que se espabil� m�s en la
tarea de custodiar las buenas costumbres y la honra de la heredera mejorando sus
m�todos de espionaje, disponiendo siempre de los hermanos peque�os de Julia,
Asun y Josema, la abuela y, por supuesto, la perra Colette.
No olvidar� jam�s aquella tarde de enero del 68. El fr�o de
Madrid me calaba, inclusive enfundado en la vieja capa heredada de mi padre que
s�lo me quit� al llegar al quinto piso de aquel edificio de Serrano, donde viv�a
Julia. Con la hormona alborotada, inici� la faena, pero un �Hoy no! rotundo, me
detuvo. �Pero, Ma, qu� falta de imaginaci�n la tuya! �No te das cuenta? Que me
han atacado los comunistas, los rojos. S�, tonto, la regla. �Y cu�l es el
problema? �No te apetece? �le pregunt�. No es eso, s�lo que me parece inc�modo
�respondi�. Pues a mi no me importa en lo m�s m�nimo. Eres t� y nada que sea
tuyo me desagrada, al contrario, lo amo. Vamos, Julia, d�jame. Te juro que si no
te gusta desisto y a otra cosa. Su silencio fue luz verde, as� que ah� tambi�n
conoc� lo que era una compresa.
La puse de pie frente a m�, le baj� las bragas. No cab�a
duda, se me estaba desvelando otro misterio m�s de la naturaleza femenina. Me
inclin� para observar cuidadosamente la mancha roja en la compresa y luego mirar
hacia arriba en busca del origen. Aquello me pasmaba. Una vez m�s, guiado por el
instinto, empec� a manipular la zona en busca de respuestas. Lo �nico que logr�
fue excitarnos. Y yo que cre�a que las mujeres en esos d�as nada de nada. Otro
mito se derrumbaba ante mis ojos. Como era de esperarse la excitaci�n era
tremenda. Quer�amos hacer el amor en ese momento, pero lo pensamos seriamente
ante la posibilidad de terminar pringados.
No quedaba m�s remedio que renunciar o aventurarse al acto
supremo que muy pocos eran capaces de llevar a cabo: el cl�sico vampirazo, que
no es otra cosa que pegarse al victorioso arco de la mujer amada en plenos d�as
y chupar como rumano. Cauteloso, acerqu� mi nariz y constat� que lejos de
encontrar un olor desagradable, la austral abertura de mi querida Julia desped�a
un aroma distinto. Algo m�s fuerte que el de costumbre, pero muy sugestivo y
seductor; ajeno a las leyendas que tej�amos los dem�s chicos al hablar de la
menstruaci�n. Era un aroma sutil y agresivo a la vez, algo as� como a solomillo
fresco, es decir, ol�a que alimentaba. Aquella grat�sima sorpresa deton� mi
libido como nunca, oblig�ndome a degustarla en esa condici�n. Julia, al
percatarse de mis draculianas intenciones se retir� un poco escamada
pregunt�ndome �Pero, qu� haces, Ma? �No lo ves? Quiero comerte. Quiero descubrir
de una vez por todas, tu verdadero sabor, Julia. D�jame, por favor. Y me dej�
hacer a mis anchas. Esa fue nuestra perdici�n y el fin de aquel romance.
Me arrodill� y tan c�modo como lo permit�a la situaci�n, me
met� bajo su falda escocesa, le abr� las piernas, encaj� la lengua en la
hendidura y a lamer y paladear se ha dicho, embriagado y absorto en aquella
oscuridad. As� est�bamos cuando Julia se mueve bruscamente d�ndome un empuj�n
que me hace trastabillar y caer de espaldas, para ella arreglarse r�pidamente la
falda intentando eliminar cualquier vestigio de nuestro retozo. De inmediato
comprend� que se trataba de algo grave, como lo fue en ese momento la llegada de
su madre al sal�n, acompa�ada de la maldita perra Colette. Do�a Angustias, al
verme ah� tirado y con mi cara de idiota, me pregunt� inquisitiva �Pero, que
hace usted ah� en el suelo, Mateo? �Lev�ntese inmediatamente! Por suerte,
aquella vez no hab�a bajado la cremallera del pantal�n lo cual me dio arrestos
para articular una explicaci�n entre dientes m�s o menos cre�ble.
Me hallaba tan preocupado en atender a la suegra y en hacer a
un lado a la maldita perra que no paraba de saltar y olisquearme, que no me
percat� de los gestos y manoteos de Julia a espaldas de su madre tratando de
llamar mi atenci�n para indicarme que me limpiara la cara, alrededor de la boca,
donde se apreciaba notablemente una aureola de sangre y saliva. Muy tarde me di
cuenta de lo que me quer�a decir; mucho m�s tarde que su madre, quien curiosa se
acerc� a m� a inspeccionar aquella extra�a mancha. Al percibir el suave aroma
que desped�a la sombra rojiza alrededor de mi boca y caer en cuenta que era nada
menos que sangre de su sangre, do�a Angustias mont� en c�lera s�bitamente.
�San Ata�lfo! -vocifer� descompuesta. �Desgraciado! -me
gritaba apunt�ndome con el �ndice r�gido y los ojos inyectados. �Descastada! �le
dec�a a ella desde lo m�s profundo del alma. Era tal su ira que no atinaba a
decir otra cosa que no fuera desgraciado a m� y descastada a ella, movi�ndose
como aut�mata de un lado a otro, con el dedo agarrotado, y, desde luego, con la
french poodle saltando y ladrando alrededor de los tres, seguramente excitada
por el suave aroma a solomillo que flotaba en el sal�n.
Yo ya me daba por muerto, pero nuevamente la fortuna estuvo
de mi lado. El esc�ndalo era terrible y a la pobre mujer se le sub�a cada vez
m�s la tensi�n hasta abotagarle el rostro. En una de esas embestidas de furia
contra m� -con todo y dedo tieso y a punto de lanzarme otro �desgraciado!-, do�a
Angustias se desplom� con la pupila fija y el �ndice apuntando al piano de cola.
Le hab�a dado el soponcio. Julia, consciente de la gravedad de la situaci�n, me
aconsej� asustada, mientras se sub�a las bragas: es mejor que te marches, Ma.
Vete antes de que despierte.
Yo no me hice de rogar, as� que tom� mi capa y emprend� la
retirada. A saltos baj� las escaleras de los cinco pisos hasta el port�n
principal, donde el fr�o de la calle me golpe� de lleno la cara refresc�ndome el
aroma que acababa de dejar para siempre. Me envolv� en la capa cubri�ndome las
narices para preservar lo m�s posible el perfume de Julia. As�, embozado,
pensativo y desolado, dirig� mis pasos a la estaci�n Goya del metro, a donde
llegu� acompa�ado de tres gatos vagabundos que inexplicablemente se me hab�an
unido en alguna de esas calles del barrio de Salamanca.
Ep�logo
Despu�s de aquella escena Julia fue enviada a estudiar a
Am�rica a un colegio de monjas, en Wisconsin. A su regreso estudi� filosof�a
prerrom�nica -o algo parecido-, se cas� y divorci� tres veces y hoy es una
famosa presentadora de televisi�n con otro nombre.
Sus hermanos se dedican a actividades comerciales. Josema
estudi� derecho y mont� su despacho de investigador privado �a un lado de la
estaci�n Vallecas- en el que vende todo tipo de mercader�as porque la clientela
escasea. S�lo gana unas pelas m�s con su puesto de turr�n en la Plaza Mayor
durante las navidades.
Asun, por su parte, se dedic� un tiempo a modelar. Aspiraba a
ser top model, pero su estatura, m�s bien peque�aja, siempre fue un serio
handicap. Hoy atiende una perfumer�a cercana a la casa materna, en Serrano.
La abuela y la perra Colette murieron; ambas de viejas.
Do�a Angustias a�n vive, pero la fuerte impresi�n de aquella
escena del 68 con su hija de por medio la marc� para siempre. Los vecinos de
Serrano y calles aleda�as la conocen muy bien y aseguran que de vez en cuando y
sin esper�rselo nadie, sale al balc�n de aquel edificio se�orial y grita
�desgraciado! al que pasa.
Yo, por mi parte, recorr� el mundo durante alg�n tiempo.
Nunca me cas� porque el recuerdo de Julia me lo impidi�. Sent� cabeza no hace
mucho y abr� mi restaurante en las inmediaciones del metro Goya. Se llama "El
Ma" y la especialidad de la casa �y el �xito tambi�n- es el solomillo. No podr�a
ser de otra manera
Julia y yo no volvimos a vernos, salvo en una ocasi�n, hace
unos meses en que coincidimos en la feria del libro en el Retiro. Una d�cima de
segundo nos vimos a los ojos, pero ella no me reconoci�... bueno, eso he querido
creer.
Hasta otra.