Cuidado con lo que deseas
Nunca me caracteric� por mi car�cter afable. Mi trabajo, una
Organizaci�n no Gubernamental, es un lugar donde el temple y la dureza de
palabras son una necesidad. Mi puesto tambi�n lo exig�a y, generalmente, la
depositaria de todas las furias reales e inventadas que diariamente
experimentaba, era Alejandra, una chica de 23 a�os, femenina, sumisa, hermosa
pero pusil�nime. Su cabello casta�o ca�a sobre unos hombros blancos que, a
fuerza de exponerse ostentaban un delicioso tono bronceado. Su cintura era un
magn�fico panorama y, las pocas veces que lleg� con falda, el espect�culo fue
vivificante. Sin embargo, ella no sol�a presumir demasiado de sus atributos; m�s
lo hac�a de su car�cter pac�fico, que de poco serv�a para soportar los embates
del trabajo diario y de mis constantes llamadas de atenci�n.
Creo saber ahora, que en el fondo me gustaba esa situaci�n.
Usar el poder para dominar a una delicada y joven mujer que adem�s despertaba
mis apetitos; era lo m�s cercano a poseerla, cosa que siempre dese�, pero nunca
me atrev� a enunciar. S�plicas, ruegos, favores, hasta llantos eran el sello de
nuestras relaciones laborales, las �nicas que sosten�amos.
Con los dem�s no era as�. En realidad no ten�a necesidad de
serlo, pero mi autoridad era una coraza y una m�scara muy �til. Cada s�bado,
sol�a departir con To�o, un personaje extra�o, lleno de preguntas y siempre sin
respuestas. Sin embargo, su forma de ser, su despreocupaci�n constante, su
cinismo eran un acicate para mis propios vicios. Mujeres, alcohol, drogas,
locuras ya no de adolescentes (ten�amos en ese tiempo yo 31 y �l 33 a�os)
envueltas en noches interminables nos segu�an los fines de semana.
Y finalmente, en una de esos incontenibles noches, algo
sucedi�: una pl�tica torpe, un comentario al aire abrieron la caja de Pandora, y
los demonios se desataron. Una mujer cualquiera, hablando en la barra de una
cantina con To�o, coment� que si �l fuese mujer, ser�a muy sensible y echar�a a
llorar por cualquier cosa. Yo, al lado, tratando de quitar la solemnidad al
momento, me adelant� a su respuesta, agregando que adem�s, ser�a una mujer muy
fea. El me mir� sonriendo y pregunt�:
-�Y t�?
-Yo estar�a bien buena, todos querr�an cogerme y adem�s,
ser�a bieeen puta...
Sin deshacer su sonrisa, me habl� con aliento de borracho, me
mir� con ojos rojos, desgastados por el alcohol, sin fondo, oscuros hasta donde
la noche permit�a y me dijo:
-Cuidado con lo que deseas, nunca sabes a qui�n se lo dices.
Ese comentario no mereci� m�s que una se�a obscena de mi
parte, seguida de un eructo y un trago desganado a una cerveza de consistencia
pastosa, sabor a orines y amarga como ra�z. El sabor me extra��, pero no puse
atenci�n y segu� el mon�logo con el tarro.
La madrugada, ya en casa, fue intranquila. El sue�o mareante
del alcohol no me acompa��, ni las est�pidas fantas�as sexuales que alimentaban
mis pensamientos cuando cerraba los ojos. La noche se alejaba y sab�a que si la
luz del d�a me alcanzaba, ya no iba a dormir. Fui a buscar m�s alcohol y, cosa
curiosa, al encontrar una vieja botella de aguardiente, mir� hacia el espejo
mugroso del ba�o y v� el rostro de Alejandra, bella como siempre, pero cay�ndose
de borracha, despeinada y semiinconsciente. Me agrad� la visi�n, podr�a so�ar
con cog�rmela y el sue�o me atrapar�a con la mano en la verga...
S�, realmente dorm� pl�cidamente, no tuve que masturbarme
siquiera y mi cuerpo estaba en su punto. Despert� en la tarde del domingo,
cansado y crudo, sin ganas de nada. Fui al ba�o, me lav� la cara y volv� a
encontrar a Alejandra, lav�ndose la cara. No lo comprend� al principio, pero
mientras me enjuagaba y no sent�a mi barba, mientras luchaba por retirarme los
largos mechones de cabello de los ojos y sent�a mis manos, entend� que no estaba
imaginando a Alejandra, entend� que mi rostro era el de Alejandra y que, sin
saber c�mo, ahora yo era una mujer.
Lo inveros�mil que esto parece no le quita realidad. Un
p�nico mudo, una desesperaci�n ahogada, recorrieron mi cuerpo y mi mente. Es un
sue�o, pens�, y mientras lo hac�a, mis manos recorrieron morbosamente mi nuevo
cuerpo. Quit�ndome la ropa, que segu�a siendo la m�a, descubr� el monumental
cuerpo de Alejandra, mi monumental cuerpo ahora.
Un par de tetas medianas, coronadas por pezones rosas que
intent� lamer sin mucho �xito, por lo que prefer� sobarlos con mis dedos
mojados. Estaban fr�os y eso provoc� que inmediatamente se irguieran. No s� por
qu�, pero quise ser una puta en ese momento, de tal suerte que fui hacia un
espejo m�s grande y observ� mi propio espect�culo. Mi figura torneada despert�
apetitos desenfrenados, y sentada en la cama, acarici� mi cintura con la mano
izquierda mientras la otra segu�a aprision�ndome los pezones. Llegu� a mi curva
cadera y despu�s a mis piernas, tocando con suavidad mi nueva piel. Cuando
llegu� a mi co�o, que descubr� h�medo y oloroso, me sent�a la puta m�s grande
del mundo y no pod�a pensar en otra cosa que una verga que lamer, una lengua que
me acariciara y el premio de ser penetrada con cualquier cosa.
Sin darme cuenta, me descubr� metiendo el mango de un peine
en mi vagina, que pod�a apretar a placer. Era muy angosto y opt� por buscar un
palo de escoba, muy gruego, que met� a mi co�o. Sin embargo, no desaprovech� el
peine que, lubricado como estaba, entr� con facilidad por mi culo. Sent�a como
rozaban los dos artefactos, el peine sin moverse pues me hab�a sentado en �l y
la escoba movida por mis manos. Chup� mis dedos, toda la mano, imaginando tres
vergas que me penetraban por todos mis orificios. Mi orgasmo fue un �xtasis
monstruoso, que me hizo gritar como desesperada y que incluso me oblig� a mear
en el suelo de mi cuarto. Sin dudarlo, lam� el suelo saboreando mis desechos,
sorbiendo y gritando. Me sent�a como una perra y entonces record� a mi mascota.
Se trataba de un enorme pastor alem�n, al que regularmente no
hac�a mucho caso, y que ahora me esperaba en la puerta de mi terraza. Me
encontraba a�n en cuatro patas, con la cara llena de orines, un sabor amargo en
la lengua e incontenibles deseos de ser penetrada. Caminando a gatas, abr� la
puerta de la terraza y busqu� al can, que se me acerc� extra�ado mientras yo le
ofrec�a mi culo poni�ndolo justo sobre su nariz. Poco interesado, olisque� un
poco y se alej�. Yo ya no pod�a m�s y corriendo, siempre en cuatro patas atr�s
del perro, me acerqu� a su verga, que comenc� a lamer con desesperaci�n. Mis
esfuerzos dieron resultado pronto, y su miembro ya hinchado, crec�a poco a poco
en mi boca. Pronto volv� a ofrecerle mi culo, que olfate� con fruici�n y pronto
se abalanz� sobre m�.
En ese instante, montada como estaba, sent� el tremendo peso
de mi perro como un excitante sometimiento. No pod�a hacer nada, me mord�a el
cuello cada que hac�a un movimiento que le distrajera, y sin aviso, sent� su
verga penetrar no por mi vagina, sino por mi culo. El inmenso dolor me excit�
mucho m�s y comenc� a ladrar, como perra, moviendo el culo de atr�s hacia
delante, con un ritmo animal. Ladraba y gritaba, me sent�a una perra, una bestia
sometida por un macho poderoso. Casi una hora pas� con esa verga en el culo y,
cuando por fin sali�, no dej� mi papel. Me port� como perra durante lo que
restaba de la tarde y fui la hembra de mi mascota. Cagu� junto con el, meaba en
cualquier lugar y me acercaba sin pudor a mi macho, siempre en cuatro patas. Me
cog�o otras tres veces, ahora por la vagina y cada que su miembro hinchado
quer�a salir de m�, me quedaba unida a �l, que me arrastraba a su placer. Cuando
por fin sal�a, yo lo lam�a, saboreando mis propios fluidos y excit�ndome m�s.
A la ma�ana siguiente, despert� junto a mi perro, desnuda y
echada como �l. Ten�a que ir a mi trabajo y entonces el p�nico volvi� a hacerme
su presa. Este incomprensible cambi� no pod�a durar m�s, no pod�a estar pasando.
Yo segu� siendo Alejandra, esa tremenda mujer que, de s�lo verla en el espejo me
excitaba tanto. La curiosidad pudo m�s que mis instintos en esta ocasi�n y,
luego de pensar mucho, me ba�� y vest� con ropa holgada al fin de hombre y me
dirig� a mi trabajo.
Nadie pareci� sorprenderse demasiado con mi llegada. Esperaba
encontrar a Alejandra y hallar en sus ojos la respuesta de la incre�ble
transformaci�n. Pero no estaba. Realmente yo era Alejandra. El d�a me reservaba
una sorpresa a�n mayor, cuando abriendo la puerta de mi oficina, sal� yo, es
decir, el hombre que sol�a ser yo. Ahora sometida, sin explicarme las cosas y
enmudecida, recib� el primer rega�o de mi jefe. El no parec�a haber cambiado un
�pice de lo que yo mismo hac�a, pues, su primera reacci�n fue gritarme,
reclam�ndome lo tarde que llegu� y regres�ndome a mi casa. Estaba confundido, o
confundida, y camin� hacia mi casa. En la entrada To�o me intercept� y me dijo
con tranquilidad:
-Se cumpli� tu deseo �no es cierto?
-�T� sabes algo de esto? �repliqu� extra�ada.
-Te advert� que tuvieras cuidado con tus deseos. Yo te estaba
escuchando.
-�y qui�n diablos eres t�?
-No comprender�as -respondi�-, pero lo �nico que te puedo
revelar es que, el cuerpo que est�s ocupando ahora, es un dep�sito de deseos. La
que conociste como Alejandra, no era sino uno como t�, que dese� ser una mujer
sumisa, femenina, recatada. Quer�a ser mujer. T� pediste lo mismo, y ahora, el
viejo inquilino de Alejandra se encuentra en tu cuerpo y cr�eme que cumplir� tus
deseos... �Quer�as ser muy puta no cierto?
Cuando escuch� lo que me dec�a, cuando me dijo puta, mi
cuerpo volvi� a electrificarse, sent� m�s que nunca la maravilla de ser mujer y
lo bes� sin pudor, y el llev� sus manos a mis nalgas.
-Esta ya no ser� tu casa. Acomp��ame.
Y me entregu� en sus brazos. En el camino lo abrac�, saqu� la
verga y la chup� deseperada. Mientras lam�a, la pasaba por mi nariz, por mis
ojos, mis orejas y todo lo que pude. Amaba con desesperaci�n ese miembro y
quer�a que me penetrara. Llegamos a la casa de Alejandra, mi nueva casa y
entramos. Me orden� vestirme y me puse una blusa pegada de tirantes, la
minifalda m�s corta que pude encontrar, zapatillas abiertas y me maquill� como
una experta. El resultado fue una puta, una mujer excitante y caliente que se
abalanz� sobre el hombre que ten�a enfrente. Ahora no puedo decir con seguridad
si era humano, pero me cogi� con una fuerza b�rbara, perd� la cuenta de las
veces que me penetr�, me golpe�, me lastim� y me record�, en todo momento, lo
puta que era.
Ahora sigo en mi trabajo y cada ma�ana soy el juguete sexual
de mi jefe, el hombre que sol�a ser yo. Por las noches me visto como una puta y
participo, a veces por dinero, y muchas sin necesidad de �l, en las m�s
desconcertantes y depravadas org�as, donde mis orificios son una puerta abierta
para todos los objetos y miembros de cualquier hombre o animal que me dese�. Soy
ahora una hembra insaciable y siento que no quiero dejar de serlo. Si pudiera
pedir un nuevo deseo, ser�a ser mucho m�s puta de lo que soy. �A ti lector, te
gustar�a probar mi culo?