CALYPSO
Tentaci�n en el Para�so
EPISODIO 1
Cada tarde, durante seis meses, contemplaba sentada en la
playa como el orgulloso Lorenzo, que la martirizaba durante toda la jornada,
acababa escondi�ndose acobardado tras el horizonte, coloreando todo cuanto
acertaba a ver de un intenso rojo anaranjado.
Simone podr�a confundirse desde la lejan�a con una piedra m�s
de la playa desierta. Permanec�a inm�vil, serena, clavando sus ojos azules en el
horizonte, esperando a que pasara otro d�a m�s en aquel para�so natural que
tanto se le asemejaba al mismo infierno.
La blanca arena le enterraba parcialmente los pies, y se le
adher�a all� donde antes hab�a estado mojada. Era tan fina que pod�a confundirse
con harina y salpicaba inevitablemente la morena piel de Simone, enredando su
lacio cabello. En los seis meses largos que llevaba en la isla, la muchacha se
hab�a acostumbrado a encontrar arena en cualquier recoveco, en todas partes. Su
mundo era de arena, mar y palmeras.
El mar rojizo encend�a el bello rostro de Simone, ti�endo de
bermell�n el bronceado caoba de su piel. Apenas si pesta�eaba, el claustrof�bico
paisaje que tanto aborrec�a durante todo el d�a ahora la cautivaba, como el
p�ndulo antes de caer hipnotizada. Las gaviotas se arremolinaban a su lado, y
sus graznidos eran el �nico sonido que compet�a con las olas al estrellarse
contra las rocas erosionadas que emerg�an del mar. Era una estampa
impresionante, casi divina, la que aparec�a cada tarde en aquel rinc�n
paradis�aco.
Una manita se pos� en su hombro desnudo. Sab�a de quien en
era, de la �nica persona en la isla adem�s de ella.
- Hermanita, la comida est� lista �tienes hambre? - Le
pregunt� el peque�ajo mientras se le iluminada la cara con una radiante sonrisa.
Simone reconoci� su semblante orgulloso, seguramente hab�a preparado un
delicioso plato con mucho esmero y dedicaci�n.
- Claro ratita . -As� le llamaba cari�osamente .- �Qu� has
cocinado?
El ni�o s�lo respondi� con un gesto y Simone comprendi� que
era una sorpresa.
La chica se incorpor� y se sacudi� la arena de su firme
trasero, tan duro que casi no se mov�a pese a la cachetadas que le propinaba
para limpiarlo. Ya apenas sent�a la incomodidad de no usar ropa interior, de
sazonar sus recodos m�s �ntimos con aquella fina arenilla. S�lo pudo salvar del
naufragio la ropa que llevaba puesta mientras dorm�a en el barco y algunas
toallas que aparecieron tiempo despu�s en la orilla, as� que aprendi� a rasgar
todas las piezas de que dispon�a para coserse un improvisado conjunto de dos
piezas: una cinta que le apretaba los desarrollados pechos hasta casi
asfixiarlos y una segundo pa�o, muy corto, con el que s�lo consegu�a poco m�s
que cubrirse la entrepierna, aunque en algunos movimientos se hac�a bien
visible. Carlitos, su hermano, vest�a un vistoso taparrabos de hojas que �l
mismo se hab�a dise�ado, si bien gustaba de prescindir de �l en los d�as m�s
calurosos.
Los hermanos llegaron a la gruta cerca de la costa donde se
hab�an refugiado. Aunque el lugar no cubr�a m�s de tres metros de profundidad y
dos y medio de altura, su descubrimiento colm� de alegr�a a la pareja de
n�ufragos cuando gracias a �l pudieron resguardarse de una feroz tormenta
nocturna, bastante repentinas en aquellos parajes tropicales. Carlitos hab�a
dedicado mucho tiempo y energ�a en decorar la habitaci�n hasta convertirla en lo
m�s acogedora que pudo. La verdad es que para los diez a�os con que contaba,
aquel renacuajo hab�a hecho un gran trabajo. Logr� hacerse con algunas
herramientas antes de saltar por la borda del yate, y no se deshizo de ellos
pese a que el bote de goma que los hab�a salvado casi no pod�a aguantar tanto
peso. Finalmente, una vez en tierra y encontrada la gruta, Carlitos comenz� a
construir como pod�a algunos �tiles de madera mientras su hermana recog�a frutos
y pescaba. Con un hacha y cuerdas fue capaz de construir una mesa bastante
resistente as� como algunas estanter�as con m�s o menos fortuna. Ahora, en el
tiempo libre se dedicaba a construir una escalera para acceder con m�s facilidad
a las copas de los �rboles sin tener que trepar por los troncos, ya que, pese a
la agilidad de su hermana, era muy peligroso alcanzar la cima de una palmera con
la �nica ayuda de una cuerda mal trenzada.
Simone qued� perpleja ante la comida que le esperaba en la
mesa.
-Enano ... �has hecho t� todo esto?
Era una pregunta ret�rica, pues los hermanos estaban
completamente solos en aquel islote.
Se concentr� en el suculento manjar que Carlitos le hab�a
regalado. Hab�an tres clases de fruta cortadas en rodajas con la navaja
multiusos del equipo de supervivencia, un hermoso pescado que no lograba
identificar, bien descamado y troceado sin espinas y hermosas flores que
decoraban con gusto en el centro de la mesa y cada plato. Los ojos de Simone se
llenaron de l�grimas, que luchaban por escapar pero sin fuerza suficiente.
- Esto es ... precioso Carlos .- La chica asent�a con la
cabeza .- Muchas gracias
- De nada.- le respondi� satisfecho, acarici�ndole la
mejilla.
Durante todos los d�as que llevaban confinados en la isla
desierta Simone pocas veces se hab�a dejado vencer por la naturaleza. Ya pod�a
estar cayendo una tromba de agua con rayos y rel�mpagos que Simone se manten�a
fuerte como un roble, protegiendo a su asustado hermanito y segura de s� misma.
Pero a veces la armadura se oxida, las juntas se doblan y se agrietan hasta
romperse, y Carlitos sab�a que aquel era uno de esos d�as. Simone evitaba la
conversaci�n durante la cena, incluso jugaba con la comida, una actividad muy
peligrosa cuando no se est� seguro de cuando se volver� a comer.
- �Sabes que hubiera salvado de mi equipaje si hubiera tenido
tiempo, enano? - Pregunt� la joven sin levantar la cabeza del plato, Carlitos
neg� con la cabeza .- La foto de Jeremy.
El ni�o supo que era un d�a realmente nefasto para el �nimo
de su hermana. Se fij� en que, mientras ella a�n estaba por la mitad de la cena,
�l ya ve�a una enorme A en el fondo de su plato de lat�n. Era un fragmento del
casco del yate, la A de Sof�a, el nombre del barco y de su primera madre.
- Le echas de menos mucho �verdad?
- No sabes cuanto enano, cada vez que veo una puesta de sol
me acuerdo de �l y de mi juntos, de cuantas veces la hemos visto abrazados, es
algo ... no se c�mo explic�rtelo.
- Te comprendo perfectamente, a veces me acuerdo de mam�
cuando estoy a punto de quedarme dormido, echando en falta su beso de buenas
noches. - El ni�o parec�a querer lloriquear pero sab�a que ten�a que mantenerse
firme para ayudar realmente a su hermana.
-�Mam� Carlos? .- pregunt� visiblemente enojada Simone .-
Ella no es tu madre, es tu madrastra, no me gusta que le llames mam�.
El ni�o no respondi�. Ya hab�a mantenido muchas veces aquella
misma conversaci�n con Simone y siempre acababa con el moflete al rojo vivo.
- Adem�s, el que estemos aqu� es culpa suya, suya y de pap�.
Carlitos devolvi� su mirada a la cena, buscando los �ltimos
restos de pulpa que a�n quedaban. Su hermana casi hab�a logrado convencerlo de
que ten�a raz�n. La historia hab�a comenzado cuando Linda, la segunda mujer de
su pap�, quiso pasar unas vacaciones en familia en un lujoso hotel situando en
la isla central del archipi�lago de las islas Comoras, al sur de las Filipinas.
Como el lugar donde se encuentra el hotel es muy peque�o para albergar un
aeropuerto, s�lo se puede llegar hasta el cruzando un buen trecho de mar en
yate, tal como intentaron Simone y su hermano. Una inesperada tempestad a medio
camino mand� el barco al fondo del mar, arrastrando a los dos miembros de la
tripulaci�n, todo su equipaje y al menos seis meses de sus vidas. A veces
Carlitos no pod�a dejar de pensar que, en cierta forma, todo era culpa de Linda
tal como defend�a su hermana. De cualquier forma, el peque�o no le guardaba
rencor a nadie, era demasiado joven para comprender tan corrosivo sentimiento.
- Vendr�n a buscarnos, ya lo ver�s.- afirm� Carlitos a la vez
que recog�a la mesa.
Simone resopl� mientras ladeaba la cabeza para fundarla en la
palma de su mano. En todo aquel tiempo no hab�a podido convencer a Carlitos de
que su padre los ignoraba y para su madrastra s�lo significaban dos partes menos
con quien compartir�a la herencia. Hasta comenzaba a sospechar que aquel
accidente hab�a sido planeado por la dulce Linda para quit�rselos de en medio.
Su padre ten�a dinero para poner patas arriba cada islote del Oc�ano �ndico y
sin embargo s�lo hab�an visto pasar una avioneta dos veces, y demasiado lejos
para poder ver sus se�ales.
Al acostarse en los colchones de hierbas que amortiguaban muy
poco la dureza del suelo, Simone se dio cuenta de que hab�a pasado otro d�a m�s
en aquel pedazo de nada situado en ninguna parte. Pens� en Jeremy, en sus besos,
su ternura, su cuerpo, hasta quedarse profundamente dormida.
La ma�ana poco a poco ganaba el pulso a la madrugada, el sol
emerg�a de las aguas y ya iluminaba toda la gruta. Los hermanos dorm�an
pl�cidamente, acostumbrados por completo a sus inc�modos lechos y a la luz
cegadora proveniente del exterior. El silencio de la isla del silencio a�n era
m�s callado.
De pronto un estruendo ensordecedor hizo vibrar toda la isla,
los animales se escond�an asustados, hasta los �rboles parec�an reaccionar
contra algo ajeno, desconocido para la naturaleza virgen. Los hermanos se
despertaron alarmados, se miraron fren�ticos.
Simone lleg� antes a la enorme roca de la costa que
sobresal�a del mar, y encendi� con el fuego de la hoguera de una antorcha el
enorme pebetero de le�a que hab�an construido. Las llamas se alzaron hacia el
cielo incontroladamente, y Simone pudo sentir el peligroso abatida, suplicando
entre mascullos que el piloto de la avioneta mirara hacia atr�s hasta que el
avi�n se convirti� en un punto y luego en un recuerdo.
Carlitos lleg� jadeante a su lado, y cuando recobr� el
aliento se dio cuenta de que su hermana estaba inm�vil con los ojos llenos de
l�grimas. La tom� de la mano y la sac� de los alrededores de la hoguera.
- �Est�s bien?
- S� .... - Simone mir� a su hermano asustada, completamente
destrozada. Luego entorn� los ojos y sus pupilas rebosaban energ�a, valor. -
Claro que s� ratita, �qu� estamos haciendo aqu�? hay que coger fruta para el
almuerzo.
- � As� se habla!.
Y los dos hermanos bajaron con cuidado la roca, mucho m�s
lentamente que cuando subieron, y se dirigieron hacia el campamento. Carlitos
caminaba junto a su hermano dando saltitos, una costumbre que Simone no pod�a
soportar, pero no le recrimin� nada. En seis meses hab�an aprendido a respetarse
y quererse, ninguno sab�a cuanto tiempo m�s les quedar�a juntos.
Con especial sigilo, Carlitos recorr�a el angosto caminito
que se hab�a convertido d�a a d�a en un obligado trayecto. Casi cada tarde,
antes de cenar y de que refrescara la temperatura, el ni�o cubr�a el mismo
sendero religiosamente. Ten�a que cruzar un surco de lodo y sortear un largo
pasaje tupido de vegetaci�n, palmeras y ramas enredadas con la �nica ayuda de la
navaja multiusos del kit de supervivencia y su peque�o tama�o.
Se agach� para no llamar la atenci�n, aunque como nunca lo
hab�an descubierto, nada le hac�a sospechar de que algo pudiera ir mal.
Lentamente apart� las �ltimas matas, dejando un campo de visi�n perfecto del
espect�culo que estaba deseando disfrutar.
Carlitos era una mancha oscura en un mar verde, de espesa
vegetaci�n. Asomaba su cabecita, tumbado sobre una colina desde donde pod�a
admirar con detalle la hermosa cascada que ca�a desde lo alto de una monta�a, en
tres escalones, para renovar constantemente el agua de una respetable laguna que
alcanzaba una enga�osa profundidad. El agua era tan clara que solo se pod�a
diferenciar el suelo terrestre del el fondo marino cuando la brisa hac�a temblar
levemente la superficie de la laguna y las formas sumergidas se deformaban. Se
agach� instintivamente cuando comprob� como su sue�o hab�a abandonado la lejan�a
del mundo de lo intangible para hacerse carne, y qu� carne.
En la orilla, Simone liberaba sus pies de los trapos y vendas
que supl�an el calzado y evitaban quemarse las plantas cuando sub�a a las
palmeras. Se sent� pacientemente en una roca, jugando con sus pies desnudos en
el agua cristalina. Los peces se acercaban para curiosear y luego hu�an
despavoridos, provoc�ndole una preciosa carcajada. Carlitos suspir�, suspendido
en una nube. Era muy peque�o a�n para identificar lo que sent�a pero cualquiera
que observara los ojos de aquel ni�o podr�a adivinar que estaba enamorado.
La muchacha no tard� en soltar el nudo de la tela remendada
que exprim�a sus pechos, saliendo despedida impulsada por la expansi�n de las
comprimidas carnes. El ni�o no hizo caso al gracioso movimiento de los
prominentes senos, ensalzados por una l�nea blanca y gruesa que los destacaba
del bronce del resto de la piel. Solo pens� en c�mo confeccionar una prenda
superior m�s holgada para su querida hermanita. Por fin Simone, deleit�ndose con
un gesto l�nguido y pausado, abri� el pa�o que tanto deb�a esforzarse para
cubrir el secreto mejor guardado de la joven. La faldita improvisada se anudaba
a un lado, como un pareo, as� que la desnudez completa de Simone fue
descubri�ndose poco a poco, como la cortina que se recoge para mostrar un
regalo.
Luchando contra la helada temperatura de la laguna, la joven
se meti� poco a poco en el agua dulce que cada tarde la libraba de la molesta
salitre. Su cuerpo se atenaz� de fr�o y s�lo pudo inspirar unas entrecortadas
bocanadas de aire. Al momento, cuando consigui� reunir la convicci�n mental
suficiente, se sumergi� completamente.
Carlitos agradeci� la nitidez de las aguas. Sin esforzarse,
pudo contemplar como aquella hermosa f�mina nadaba, se retorc�a y chapoteaba
como una sirena. Simone no desentonaba en absoluto en el conjunto del paisaje,
m�s bien parec�a un elemento m�s. La joven en aquel estado no pod�a considerarse
una mujer, no era un ser humano civilizado del siglo veintiuno. Desnuda, con la
piel h�meda y resplandeciente por las �ltimas caricias de un sol menguante, su
vello p�bico denso y enmara�ado, sus cabellos lacios empapados y libres, Simone
era todo un animal. Un animal salvaje hembra de ser humano. Un ex�tico y sensual
habitante del �ltimo rinc�n virgen del planeta. El ni�o que no perd�a detalle
desde lo alto sinti� como si volara suspendido en la por la insoportable belleza
de su hermana.
Simone, agotada de dar brazas, descans� sobre una piedra de
la orilla. El agua s�lo le cubr�a hasta las caderas. Se apoy� en sus codos,
ech�ndose hacia atr�s, para recuperar el aliento. Encontr� una piedra
perfectamente colocada para apoyar su linda cabecita. Poco a poco su acelerada
respiraci�n fue remitiendo, pero adopt� un ritmo que Carlitos nunca hab�a visto
antes: muy profunda y dejando un espacio inusual entre cada inspiraci�n. Con su
mano derecha, coronada por unas u�as mucho m�s largas de lo que Simone
acostumbraba en su vida anterior, se acarici� el cuello, casi sin tocarse. Tras
recrearse unos instantes, decidi� bajar un poco m�s, hasta el comienzo de sus
pechos. Su tacto estimul� los dos pezones, hasta que sus tersas aureolas se
arrugaron y contrajeron, irgui�ndose totalmente, casi le dol�an.
Carlitos nunca hab�a visto algo parecido, se preguntaba qu�
hac�a su venerada hermana. La derecha de la joven baj� lentamente pero con
seguridad hasta perderse bajo el agua, mientras, la traviesa mano izquierda se
esforzaba por satisfacer la atenci�n que los pechos requer�an. Los ojos de
Carlitos se abrieron de par en par como dos mitades de coco cuando contempl�
como su querida hermanita comenzaba a gemir despreocupadamente a la vez que
sacud�a la mano bajo el agua, primero con suavidad para irse convirtiendo en una
batidora.
Las hondas producidas por la agitaci�n imped�an deducir qu�
ocurr�a all� donde se un�an las ligeramente musculadas e interminables piernas
de Simone. El peque�o s�lo acertaba a comprender que aquello enloquec�a a su
hermana, aunque su rostro se tensaba de forma similar a cuando se arrancaba una
astilla de la planta del pi�, lo que le hizo dudar. Sin embargo, su hermana se
erizaba, gem�a, se retorc�a, como nunca antes hab�a hecho ante su mirada. A la
vez que aceleraba el movimiento de su mano bajo el agua, Carlitos pudo percibir
como Simone emit�a unos leves susurros apenas audibles, que asomaban t�midamente
de la mand�bula poderosamente apretada. El ni�o entrecerr� los ojos, le
interesaba descifrar los mensajes que su hermana dejaba aflorar desde lo m�s
profundo de su deseo, pero por mucho que agudiz� el o�do no pudo lograr su
empe�o.
De pronto la muchacha comenz� a gritar, a exhalar grandes
cantidades de aire en sonoros gemidos hasta que por fin dio la oportunidad a su
hermano de entenderla.
-�Jeremyyy! �oh siii! .- Se oy� claramente, las paredes
rocosas que rodeaban la laguna sirvieron de amplificadores y hasta la propia
Simone se sorprendi� del volumen de su exclamaci�n, pero no detuvo ni un
instante su masaje manual. Sus caricias se fueron aminorando hasta desaparecer.
Se qued� tumbada sobre las rocas, recuperando el aliento.
Carlitos qued� contrariado. Pese a los seis meses de
aislamiento, Jeremy estaba a�n muy presente en el coraz�n de su hermana. Se
desanim� y una despiadada bofetada de inseguridad estuvo a punto de hacerlo
llorar. Jeremy y Simone sal�an juntos desde hac�a m�s de dos a�os, cuando ella
ten�a quince y �l veinte, y su relaci�n, pese a pasar meses sin verse, nunca se
hab�a tambaleado. Jeremy era alto, fuerte, guapo, vest�a ropas caras y conduc�a
un cochazo que enloquec�a a su hermana, mientras �l s�lo era un ni�o peque�ajo y
llorica. Pero mir� a las aguas tranquilas de la laguna y encontr� su propio
reflejo en ellas, tambi�n pudo ver a su hermana, que ya se escurr�a su larga
cabellera morena dividida en el medio, saliendo del agua. Sin embargo, no hab�a
nadie m�s. Carlitos se sinti� satisfecho. �l y su hermana estaban all�, Jeremy
no.
Simone volv�a a pelear con el trapo, apret�ndose los pechos
con fuerza hasta aplastarlos, con la esperanza de ganar un poco de tela que le
permitiera hacer un nudo m�s o menos resistente, as� que Carlitos abandon� su
puesto de observaci�n a toda prisa para regresar al refugio antes que su
hermana, y disimular cortando alguna fruta o construyendo la escalera.
Aquella noche, Simone devor� la cena mientras re�a y
conversaba, llena de vida y energ�a. No hab�a que tener m�s de diez a�os para
darse cuenta de que la muchacha deb�a regalarse m�s a menudo un desahogo. Las
carcajadas y la mirada brillante de Simone engatusaban a su hermanito, y cuando
lo trataba como una persona mayor, haci�ndole c�mplice de sus esperanzas y
deseos, el ni�o pod�a sentir como su mundo daba vueltas, record�ndole al hermoso
carrusel en que sol�a montarse todas las vacaciones, cuando su madre verdadera
a�n viv�a. Simone estaba realmente radiante y fue Carlitos, aquella noche, el
que no pas� de la mitad de la cena.
A las puertas de la gruta ya hab�an tres pescados frescos y
bastante gordos colgados en una cuerda sostenida entre dos palmeras. Eran
suficientes para un almuerzo abundante, incluso aseguraban la cena, pero Simone
continuaba pescando sobre una roca, en la vertiente m�s escarpada de la playa.
Gracias a su experiencia forzada hab�a aprendido que los d�as afortunados deb�an
aprovecharse al m�ximo y no dejar�a de pescar, cogiera lo que cogiera, hasta la
hora del almuerzo.
Su roca preferida para pescar, donde ahora se encontraba,
penetraba varios metros en el mar y las olas romp�an a uno de los lados con
violencia, pero el mar, en el otro lado, estaba en perfecta calma.
Simone estaba absorta en su trabajo, concentrado todos sus
sentidos en el dedo que controlaba el sedal, analizando concienzudamente el
menor tironcito. Por eso dio un salto cuando sinti� algo que le aferraba el pi�,
su coraz�n se volc� mientras comprobaba como su hermano emerg�a del mar entre
risotadas.
- �Jajajajaja! �Ca�ste bobona! �Si te hubieras visto la cara!
El rostro angelical de Simone se transform� en el de un
demonio enfurecido.
- �Enano de mierda! �T� te crees que esto es normal! �En una
isla desierta llena de animales peligrosos!
A Simone le exasperaba las malditas bromas de su hermano, a
eso s� que nunca hab�a logrado acostumbrarse. Siempre la asustaba, siempre.
Escondi�ndose en la noche, haciendo ruidos con la boca, el peque�ajo ten�a un
abanico interminable de travesuras. Pero esta vez se las iba a cobrar de una
manera m�s original que un simple coscorr�n. Cogi� el cacharro con v�sceras y
sangre de peces que usaba para atraer a los peque�os tiburones y se lo vir� por
encima, hasta la �ltima gota.
- ��Simone!! �Qu� haces? .- Le pregunt� el peque�o aterrado.
Carlitos nunca hab�a cazado un peque�o tibur�n desde la roca pero si que hab�a
visto a su hermana atraves�ndolos con un largo pincho de metal. Algunos eran
bastante gordos y con un aspecto espeluznante.
El ni�o intent� subir a la roca pero su hermana se lo imped�a
mientras se re�a.
- No te dejar� subir para que aprendas enano, o nadas r�pido
hasta la orilla o me sirves de carnaza ...
Carlitos abri� los ojos de par en par, suspirado, a punto de
empezar a llorar, pero le ten�a tanto miedo a los tiburones que no lo dud� un
instante, se impuls� con la piernas apoy�ndose en la roca y nad� con todas sus
fuerzas hacia la playa.
Simone rompi� en carcajadas mientras su hermano hu�a
despavorido. Estaba muy segura de que por all� no hab�a ning�n tibur�n, de ser
as� no hubiera pescado nada en toda la ma�ana, pero el conocimiento le daba una
ventaja muy preciada respecto a Carlitos a la hora de gastar bromas. Recogi� los
b�rtulos y se dirigi� a la playa.
Su hermano tos�a agotado, sentado en la arena con la cabeza
gacha. La mir� enfurecida en cuanto se hubo tranquilizado un poco, evitando
vomitar.
- �Pero t� est�s loca o qu� te pasa? .- Le pregunt�
encolerizado. Ella se sent� junto a �l.
- Lo que me pasa es que s� aguantar las bromas, y t� no.
�l a�n se enfad� m�s. Simone conoc�a esa mirada.
Carlitos se impuls� con todas su fuerzas para agarrarse del
cuello de Simone, derrib�ndola hacia un lado. El ni�o se aferr� a su objetivo,
casi tap�ndole con sus bracitos la boca y la nariz de la joven, pero no pudo
mantener su presa cuando su hermana le clav� las u�as en un costado. Se alej�
unos cent�metros, llev�ndose las manos a las peque�as heridas, momento que
aprovech� Simone para cruzarle un derechazo a la mand�bula que lo tumb�. Durante
toda una vida juntos, las peleas eran constantes as� que ambos se conoc�an
perfectamente. El ni�o se revolvi� un segundo, tendido en la arena, para
recuperar sus fuerzas pero su hermana se le abalanz�, rodando mientras se
cubr�an de arena. Ella qued� sobre �l, con las rodillas clavadas en la arena, a
los lados de Carlitos, jadeante. Su mirada estaba perdida, como si Simone
hubiera abandonado su cuerpo un instante para viajar a alg�n recoveco de su
memoria. El ni�o la mir� preocupado.
- Se te ha ca�do ... - Dud� en decir Carlitos.
- �Eh?
El ni�o mir� t�midamente el busto de la muchacha. Ella baj�
la vista asustada. Sus pechos, boca abajo, colgaban libres como dos suculentas
frutas en un �rbol.
Simone se incorpor� aceleradamente, tap�ndose avergonzada los
pechos con las manos, encorv�ndose un poco para facilitar su labor. Intentaba
arroparse tan apuradamente que no se percat� de que el pareo se le hab�a subido
hasta la cintura, revelando su espl�ndido culito por completo. Pese a los seis
meses que llevaban vi�ndose cada d�a desde que se levantaban hasta la noche,
Simone hab�a guardado celosamente su anatom�a a su hermano. No le importaba
ce�irse los pechos dolorosamente con tal de evitar que su hermano peque�o de
diez a�os, �nico habitante de la isla, los viera libres.
La muchacha gate� un poco hasta encontrar el pa�o medio
enterrado en la arena. Primero recompuso el pareo hasta dejarlo en su lugar,
luego, sosteni�ndose los pechos con la izquierda, intent� realizar la dif�cil
operaci�n de vestirlos s�lo con una mano. Naturalmente le result� imposible.
- Enano, �l�rgate de aqu�! �No ves que me estoy vistiendo?
Carlitos no le contest�. Se sent� detr�s de ella, para tirar
de las dos puntas del pa�o hasta lograr tela suficiente para hacer un nudo.
- Antes, cuando te quedaste sobre m� �qu� te ocurri�? .- Le
pregunt� Carlitos, apreciando la belleza de la nuca de su hermana cuando ella
coloc� su cabellera a un lado, hacia delante, dejando toda la espalda libre para
facilitar la labor.
- Nada enano.
- Eso no es verdad, �En qu� te quedaste pensando?
- �Enano! �Te he dicho que nada! .- Le grit� mientras se daba
la vuelta irritada. El ni�o la mir� con los ojos llenos de l�grimas, asustado. A
veces se olvidaba de que no era m�s que un chiquillo de diez a�os.
- No me ocurri� nada, es que la situaci�n me record� algo ...
.- Coment� tiernamente, intentando reconciliarse con su hermano sin pedirle
disculpas.
- �A qu� ...? .- Pregunt� el ni�o, sec�ndose las l�grimas con
el brazo.
- Bueno, no se como explic�rtelo .- La chica mir� hacia el
suelo, intentado encontrar las palabras adecuadas.- Es que casi reviv� un d�a,
que jugaba con Jeremy.
El ni�o qued� un instante en silencio. Otra vez Jeremy.
- Te acuerdas mucho de Jeremy �Echas de menos jugar con �l?
La chica se sonroj� como una colegiala, el ni�o no era
consciente de lo privada que era la pregunta. Nunca se hab�a acercado tanto a su
esfera m�s �ntima.
- Pues la verdad es que s� .... echo de menos sus juegos.-
Acert� contestar.
Carlitos baj� la mirada apenado, su hermana estaba
terriblemente enamorada de otro. Ella mir� a otro lado, asimilando la
conversaci�n que hab�a mantenido con su hermano. Ninguno de los dos buscaba al
otro, hasta que el ni�o la llam� de nuevo, toc�ndole el hombro. Ella se volvi�,
pero no logr� mirarle a la cara.
- Yo podr�a jugar contigo a lo mismo que Jeremy, si t�
quieres .- Le ofreci� Carlitos. La chica arque� las cejas incr�dula y no pudo
evitar soltar una carcajada, nuca hab�a podido imaginar que tendr�a esa
conversaci�n con su diminuto hermano. - Si cierras los ojos podr�as imaginar que
soy �l, y as� estar�as m�s feliz.
Aquel comentario s� que molest� a Simone. Se asque� cuando no
pudo evitar recrear mentalmente la escena. Sab�a que el ni�o hablaba con todo su
coraz�n, para ayudarla, pero sin quererlo, le estaba proponiendo algo
repugnante.
- Ni te lo pienses enano, no puede ser y d�jalo ya.- Le
contest� cortante a su hermano.
- �Por qu� no? .- Insisti�.
Ella lo fulmin� con la mirada, decidiendo r�pidamente si
deb�a explicarle su respuesta o ignorarlo. Finalmente, la soluci�n le result�
tan f�cil que no tard� en contestar.
- Porque no y punto .- El ni�o la segu�a mirando, esperando
una respuesta. -A esos juegos no pueden jugar los hermanos.
-�S�lo los hermanos? �Por qu� los hermanos no pueden jugar a
eso?
- Porque est� mal �te acuerdas cuando mam� te dec�a que si
dec�as mentiras te sal�an bichos por la boca? Pues es m�s o menos parecido.
- Pero mam� me estaba enga�ando.
- Ya ... pero
La muchacha se estaba haciendo un l�o. �Por qu� tardaba tanto
en expresar una cosa tan sencilla? Por culpa del l�o que se estaba haciendo su
hermano no consegu�a comprender una cosa evidente.
- Ati�ndeme Carlos .- Le dijo, mientras se daba la vuelta
para explicarle con claridad el asunto. Sin embargo no hab�a bajado ni un
momento el brazo izquierdo que escond�a a duras penas sus pechos con el pa�o sin
anudar. - Las personas pueden divertirse mucho jugando como hac�a yo con Jeremy,
pero esa diversi�n est� prohibida a los hermanos. Jugar a eso entre hermanos es
algo asqueroso, y est� muy mal visto, es algo impensable �Me est�s entendiendo?
- Creo que s�, menos una cosa �Por qu� dices que es
asqueroso? A ti te gusta �no?
Simone pens� la respuesta.
- S�, pero no contigo, sino con Jeremy.
- Pero puedes cerrar los ojos, e imaginarte que soy �l.
- A ver Carlos, la cuesti�n de si jugar�a contigo o no es
secundaria, lo importante es que est� muy mal visto y no podemos hacerlo.
- �Qui�n te podr�a mirar mal en esta isla? �Las palmeras?
�Los peces?
La chica se sorprendi� de la agilidad mental del peque�o,
encontraba respuestas para todo en unos segundos. Por un momento le pas� la idea
por la cabeza de aceptar la ayuda de Carlos pero se neg� avergonzada y enojada
con el ni�o que le hab�a hecho dudar.
- No es no. - Contest� tajante mientras se levantaba para
acabar de una vez con la est�pida conversaci�n.
El ni�o no se preocup�. Ni siquiera movi� del sitio hasta que
comprobar que las perfectas nalgas de su hermana desaparec�an entre la
vegetaci�n en direcci�n a la gruta. Luego se levant� alegre, sabi�ndose libre
para hacer lo que deseaba desde hac�a varios d�as y que a presencia de su
hermana le imped�a. Si ella lo descubriera en un momento tan �ntimo se morir�a
de la verg�enza.
Se sent� en la orilla y comenz� a construir con toda su
ilusi�n un castillo de arena, el m�s grande que jam�s se hubiese visto.
Pasaron varios d�as y todo pareci� seguir igual. Ni siquiera
las nubes parec�an haberse movido. Los hermanos segu�an haciendo lo mismo
siempre, pescar, recolectar y sobrevivir. Como cada tarde, Carlos se apost� en
la roca sobre la laguna para espiar a su hermana. Ella no hab�a faltado a la
cita.
Se hab�a desnudado, nadado, aseado y hasta se sent� en la
orilla a tocarse, era la segunda vez que lo hac�a pero no logr� gozar como la
primera. Ni siquiera termin�, cansada y defraudada dio un pu�etazo de rabia en
el agua y grit� con furia una enf�tica palabrota. Luego se visti� con desgana y
volvi� sobre sus pasos, maldiciendo.
El ni�o se sinti� confuso, espantado. Era la primera vez que
ve�a una mujer insatisfecha.
Por su menuda edad fue incapaz de comprender el significado
de la cantidad de veces que su hermana se rascaba bajo el pa�o inferior, durante
toda la tarde y la cena. En un principio hac�a maravillas para disimular, pero a
medida que se iba acabando el d�a los picores se hac�an m�s evidentes, incluso
se perdi� un segundo entre los matorrales para escarrancharse y refrescar su
entrepierna con agua fresca que calmara su calorcillo. Carlos no comprend�a nada
y hasta se preocup� por si le hubiese salido alg�n salpullido.
Cuando se tumbaron en los inc�modos colchones, Carlos no
tard� en quedar embelesado, a punto de dormirse. Desde su llegada a la isla
ninguno de los dos hab�a tenido problemas para dormir, llegaban tan cansados a
la noche que sus cuerpos se rend�an al momento. Sin embargo, un leve y ahogado
suspiro, apenas perceptible, le sac� de su duermevela. Temi� lo peor, alg�n
animal salvaje se habr�a colado en el refugio.
Lentamente se dio la vuelta, arropado en la oscuridad de la
noche, para descubrir la procedencia del sonido. A escasos cent�metros de su
cama, la imponente hermana jugaba una vez m�s con sus dedos en su cuerpo. Un
tenue rayo lunar iluminaba modestamente la zona inferior de la muchacha, Carlos
tuvo que forzar la vista hasta adaptarse a la oscuridad, lo que pudo vislumbrar
lo dej� perplejo, hipnotizado. El ni�o explor� el �ltimo recodo virgen a sus
miradas esp�as. Fue toda una revelaci�n, casi m�stica.
La "vagina", como la llamaban en la escuela, era la cosa m�s
hermosa que jam�s hab�a visto, m�s que el atardecer de fuego, m�s que la espuma
del mar una vez la ola se ha roto, m�s que la cascada y la laguna, mucho m�s. Le
record� vagamente a los moluscos que el y su hermana recog�an de las piedras,
pero mucho m�s bello y perfecto. Los pliegues carnosos le llamaban poderosamente
la atenci�n, hubiera dado su mano derecha por estar m�s cerca, por pegar su cara
en �l, por tocarlo con curiosidad. Estaba seguro que era la mejor vagina del
mundo, que ni su mam� Linda, ni mucho menos su profesora, la se�orita Vermeider,
pod�an poseer tan espl�ndido tesoro.
Tuvo poco tiempo para fijarse en c�mo se frotaba su hermana,
s�lo aprendi� que con los dedos de una mano abr�a la boca de la vagina y con dos
dedos de la otra se acariciaba en la parte superior del �rgano, dando c�rculos.
Pero no pudo reconocer nada m�s. Simone se detuvo un instante, respir�
profundamente y comenz� a refunfu�ar entre dientes. "mierda, mierda, mierda",
rezaba para s�. Se gir� contra la pared de la gruta, dando la espalda a su
hermano. Carlitos la escuch� llorar.
- Jeremy ... �d�nde est�s?
Poco a poco el llanto fue cesando y Carlos se propuso
descansar. Sin embargo, en el ambiente flotaba un olor completamente nuevo para
el ni�o, un olor intenso pero atrayente, a camino entre el sudor y la fragancia
m�s salvaje. Aquello que le embargaba era la esencia de Simone.
Carlos emergi� del mar cerca de las rocas, y trep� por ellas,
dirigi�ndose a la playa. Estaba exultante, tra�a una red rebosada de erizos y
estrellas de mar, una captura envidiable. El sol quemaba como nunca y su rostro
se arrugaba, hasta convertir sus ojos en dos l�neas muy finas.
Un bulto inm�vil se ve�a a lo lejos, a medida que avanzaba
iba convenci�ndose de que era Simone y no una piedra. Efectivamente as� era,
apoyada en una palmera, justo donde la playa de arena blanca daba paso a la
vegetaci�n tropical.
El ni�o corri� hacia ella riendo.
- �Mira Simone!�Traigo la bolsa llena!
Ella no le sonri�, ni tan siquiera le mir�. Segu�a reposando
su espalda en el tronco de la palmera, ofreciendo el exuberante perfil de sus
pechos, encorsetados sin piedad.
-Escucha enano ...
El ni�o se asust�. La tristeza de su hermana era muy
reveladora, algo malo hab�a pasado.
- Necesito tu ayuda �Puedo contar contigo?
Carlitos asinti�. No se hac�a una idea de qu� pod�a ser tan
grave.
- Claro Simone �Qu� pasa?
Ella trag� saliva, a�n indecisa. Por fin logr� el arrojo
necesario.
- Quiero que me jures que intentar�s olvidar todo cuanto
ocurra en la pr�xima hora �me lo juras?
- S�, Simone.
- Bien, ac�rcate.
Simone se agach� para ponerse a la altura del ni�o. Enred�
uno de sus dedos en la mara�a de pelo que ten�a Carlos por cabellera.
- Nunca te pedir�a esto, amor, nunca me rebajar�a ... -Hizo
una pausa para cambiar el rumbo de la conversaci�n.- si no estuviera
completamente desesperada, cr�eme.
El ni�o asinti�. Su hermana le necesitaba, pero a�n no sab�a
para qu�.
- No s� si esto te har� da�o en un futuro, cuando lo
recuerdes .- la chica no pudo evitar que una l�grima se le escapara.- Pero es
que lo necesito tanto ... S�lo quiero que cuando seas mayor comprendas que no lo
hago con malos sentimientos, sino por una necesidad tan grande como el hambre.
Carlos la mir� extra�ado.
- Vamos a jugar, Carlos.
- �A jugar? �Al juego de Jeremy?
- Casi, s�lo a la primera fase, no merezco robarte tu ni�ez.
El ni�o sonri� alegre, jubiloso, por fin le quer�a tanto como
a Jeremy, y le iba a ense�ar ese juego tan secreto que estaba prohibido entre
hermanos.
La chica se sent� en la arena, con la espalda apoyada en el
tronco de una palmera. Abri� ligeramente las piernas, y mir� una vez m�s a su
hermano, sin decir nada.
Se le ve�a tan inocente, diminuto, un mocoso que apenas
superaba el metro y veinte. En sus ojos sinti� la alegr�a, Carlos no ten�a ni
idea de la trascendencia que aquel momento podr�a tener en su vida. Simone clav�
su mirada a la del ni�o, tal como hac�a con Jeremy, y luego desanud� el pareo y
subi� un poco la tela, revelando una peque�a porci�n del impenetrable vello
p�bico. No ten�a fuerza para destaparse del todo.
El ni�o se sorprendi� cuando los pelos gruesos afloraron de
entre la oscuridad. Su hermana jam�s se habr�a mostrado en cualquier situaci�n
normal, pero como poco a poco iba comprendiendo, aquella no era una situaci�n
normal. Simone estaba hambrienta. Carlos volvi� a mirarla, a�n incr�dulo.
- �No me mires, joder! .- Le grit� mientras se tapaba la
cara. - Ag�chate...
Carlos obedeci�. Simone le cogi� por la mu�eca, se ve�a tan
fr�gil en sus manos, tan delgada como el pincho que usaba para pescar.
La chica cerr� los ojos, y lentamente, sin mucha convicci�n,
se acarici� el pubis con ella, de arriba a abajo, deteni�ndose justo antes de
llegar al comienzo de su sexo. Un suspiro pele� en su interior hasta encontrar
la salida.
Su excitaci�n le liber� parcialmente de sus inhibiciones, y
fue bajando la mano del ni�o hasta rozar con ella sus h�medos labios vaginales.
Gir� la cabeza hacia un lado, escondi�ndose de ninguna mirada, luego escogi� el
dedo �ndice de Carlos y recorri� con el su abertura, desde la base hasta el
cl�toris, aunque sin tocarlo. El dedo de Carlos sinti� el calor y la humedad del
sexo de su hermana mayor.
- E- esos ... - interrumpi� el ni�o.- �Esos son mocos?
Simone ces� al instante y solt� la mano del ni�o, azotada en
un segundo por las culpas de su lascivo y b�rbaro comportamiento. Se levant�
alborotada, sofocada, mientras se colocaba sin ninguna agilidad el pareo.
Carlos qued� at�nito, con la misma cara de tonto que se le
quedaba al fallar un penalty con su equipo de la escuela. Pero no se rindi�, �l
no se rend�a. Si fuese un perdedor no hubiera sobrevivido seis meses y medio de
la naturaleza m�s despiadada. Se levant� y corri� tras su hermana, alcanz�ndola
en pocos segundos pese al caminar apresurado de Simone. �l tambi�n sab�a jugar
al juego de Jeremy, hab�a observado atentamente como lo hac�a ella solita y
quer�a demostrarle que la prohibici�n era otro enga�o de mam� para que se
portaran bien y estudiaran.
Se lanz� a la espalda de la joven, sorprendi�ndola y
haci�ndola caer. El aterriz� sobre el inesperadamente rocoso trasero de la
chica.
Simone se dio la vuelta asustada, pero el chico no le dej�
decir nada. Qued� hipnotizada cuando su hermano de escasos diez a�os se
introdujo los dedos �ndice y anular en la boca, y los extrajo rebosantes de
saliva. La calentura, el ansia de sexo que hab�a llevado a la joven al borde de
entregar su dignidad, volvieron a irradiar sus entra�as. Los pezones se le
irguieron, su vagina se lubric�, su mirada se volvi� brillante y deseosa. Carlos
baj� los dedos empapados pausadamente, hasta el peque�o botoncito que no tard�
en encontrar.
La muchacha gimi� despreocupadamente. Carlos estimul� muy
levemente el cl�toris de la chica, y mantuvo el ritmo al observar como los
pechos apretados de su hermana sub�an y bajaban cada vez m�s deprisa, tensando
hasta el l�mite las costuras remendadas del pa�o. Simone poco a poco abandonaba
sus miedos y se dejaba al placer que le brindaban los diminutos dedos de su
hermanito.
- Esto te gusta �verdad?
Ella no pudo articular palabra. El placer recorr�a su cuerpo,
prendiendo y disponiendo cada rinconcito de su piel.
Pero, pese a que la excitaci�n le atenazaba hasta casi
impedirle moverse, Simone quer�a m�s. Ansiaba el orgasmo como un hombre. S�lo
quer�a explotar en manos del chico, liberarse del calor que la quemaba hasta
consumirla.
Aferr� la mano de su hermano con fuerza y seguridad y movi�
los dos dedos chorreantes de jugo circularmente, apretando ligeramente el
cl�toris con m�s ritmo. Gui� a su hermano durante unos instantes para, una vez
que el ni�o asimil� los gustos de Simone, dejarlo fluir s�lo. �l no le defraud�.
La chica cerraba los pu�os con todas sus fuerzas, llen�ndolos
de arena que se derramaba por los lados. Se mord�a el labio inferior hasta
hacerse da�o. Las caricias de Carlos, las primeras propinadas por un chico tras
m�s de nueve meses, la estaban sacando de s�.
No le resultaba dif�cil olvidarse de que era su hermano
peque�o quien la estaba haciendo gozar. Con su ayuda, era tan bueno o mejor que
su novio Jeremy. No ten�a m�s que cerrar los ojos e imaginar que era su fornida
pareja quien la masturbaba. Tan s�lo le asaltaba la culpa cuando se fijaba en el
tama�o de los deditos que se perd�an entre sus labios, gigantescos en
comparaci�n. Su cuerpo sudado y lleno de sal estaba cubierto de fina arena que
se le colaba en la boca, los o�dos, el cabello. Ella ya ni la notaba.
Tras darle algunas vueltas a la cabeza, Carlos logr�
descubrir a qu� le recordaba el olor corporal de Simone. Era el mismo perfume
que saturaba el aire de la gruta la noche anterior. Aprendi� a relacionar a su
hermana con ese olor tan propio.
- Sigue Jeremy ... m�s r�pido �Oh, m�s r�pido! - Le suplic�
la chica mientras se sent�a azotada por olas de placer.
Carlos aceler� su masaje, concentr�ndose en rozar en cada
pasada con la yema de sus dedos el botoncito de su hermana, hab�a aprendido que
eso era lo que m�s le gustaba. Simone le respond�a con gritos de placer, tan
altos como quer�a. Nadie, adem�s de su hermano, podr�an o�rlos.
De pronto los jadeos se hicieron m�s cortos y repetidos,
Carlos pens� ingenuamente que su hermana se estaba asfixiando, y no se
equivocaba. Su cuerpo se preparaba para la descarga definitiva. Se apret� los
pechos por encima del pa�o con tanta fuerza que Carlos estaba seguro de que en
cualquier otro momento hubiera roto a llorar. Su cuerpo se empez� a sacudir, a
contonearse, estirarse y volverse a encorvar. Carlos sinti� en sus dedos como la
vagina de Simone cada vez estaba m�s h�meda y resbaladiza.
- �Oh, me corroooooo, Jeremyyyyyy! �Oh siiiiii!
El ni�o levant� la vista asustado, lo que contempl� jam�s
podr�a olvidarlo. Su hermana comprim�a todos los m�sculos posibles de su cara y
no pod�a cerrar la boca rebosante de saliva, escap�ndose en un peque�o hilito
por una de sus comisuras. El rostro candoroso de Simone se quebr� un instante,
como si el tiempo se hubiera detenido. El ni�o qued� hipnotizado por la belleza
de una verdadera hembra desbordada por un orgasmo demoledor.
- ��Qu� no me mires , joder!!!-. Le rugi� mientras ced�a al
placer supremo.
El sonrojo que encendi� el rostro de la muchacha se ahog� en
el bronceado y el sofoco del orgasmo. Simone se volvi� hacia un lado, tap�ndose
la cara con ambas manos.
- �Eres un imb�cil! �no deb� confiar en ti!
La chica se levant� de la arena en medio de un ataque de
furia. Su hermano peque�o hab�a pisoteado lo poco que le quedaba de integridad,
disfrutando de su semblante descompuesto por el �xtasis. Se cerr� el pareo con
ira y se march� con paso firme, estampando sus huellas en la arena.
Carlos se qued� sentado, con la boca abierta, confundido, sin
ninguna experiencia sobre c�mo comprender el complejo funcionamiento de las
mujeres.
Sin embargo, la sorpresa y el miedo hacia su magn�fica
hermana dej� paso a la satisfacci�n por haber descubierto el juego prohibido.
Subi� los dos dedos bendecidos por el n�ctar de Simone y los mir� detenidamente,
ya echaban de menos el calor de la muchacha y se hab�an quedado pegajosos. Todo
aquello era fascinante y novedoso para el ni�o aunque una cosa ten�a muy clara.
Quer�a repetir.
� EL PRINCIPITO 2002