Relato: Los Esposos Aburridos





Relato: Los Esposos Aburridos

Juli�n continuaba inm�vil. Sab�a que cualquier ruido echar�a abajo el plan. Convencer a Mar�a Isabel hab�a sido en extremo dif�cil, y no quer�a perder �sta oportunidad. Luego de diez a�os casados, teniendo relaciones de todas las formas posibles, deb�an intentar nuevos m�todos que devolvieran la excitaci�n inicial. Ten�a treinta minutos esperando que comenzara la acci�n. Nunca pens� que los careos iniciales fuesen a durar tanto. Sin embargo, cuando pudo ver por la rendija que la pareja se aproximaba a la habitaci�n, comprendi� lo ocurrido: todo hab�a empezado en la sala.

Al verlos se encendieron los nervios de su cuerpo. Comenz� a transpirar, sintiendo una erecci�n dura entre las piernas. La mujer frente a s� aparec�a bajo otra luz, y se mostraba en su mejor forma. Al joven nunca lo hab�a visto. Aunque buscaba a su se�ora en la oficina a diario, y conoc�a a la mayor�a de los empleados, a �ste en particular no lo recordaba en absoluto. Era blanco, buena estatura, y figura promedio. Se ve�a alegre y excitado, no cre�a su suerte. Aunque Mar�a era mayor por diez a�os, no aparentaba su edad. Med�a un metro sesenta, piel blanca y cabello te�ido de amarillo. Poseedora de una figura definida, estaba balanceada en todos los flancos.

La pareja comenz� con besos y caricias. Ella era una mujer peque�a, pero en carnes, y con redondos senos de silic�n. Hac�a tiempo que calentaba a su compa�ero. Primero indirectas simples, para luego pasar a la invitaci�n descarada. Si bien al principio se hab�a negado a representar el papel, deb�a reconocer que no se sent�a as� de fogosa en a�os. Saber que su esposo la observaba la calentaba al m�ximo. Hab�a escogido la ropa m�s er�tica. Desde la falda hasta las bragas, pasando por los sujetadores y las medias, todo estaba cuidadosamente estudiado.

Agotada la etapa inicial dieron paso a la segunda parte del plan. Mar�a no quer�a perder la oportunidad, ahora que todo marchaba sobre ruedas. Gui� al joven para que quedara lateral a la rendija desde donde su esposo husmeaba. Quer�a que �ste tuviese un primer plano de lo que estaba a punto de ocurrir. Con manos expertas baj� el cierre de los pantalones, para acto seguido deslizarlos hasta los tobillos. Mir� al joven antes de que los interiores siguieran el mismo camino. Eduardo no pod�a estar m�s excitado y expectante. Sab�a lo que iba a ocurrir a continuaci�n, estaba preparado para ello.

Mar�a los tom� a ambos lados y los desliz� hacia abajo. Primero no ve�a nada, pero de un momento a otro salt� lo que tanto hab�a esperado. El pene era de tama�o promedio a grande. De hecho, era superior al de Juli�n y m�s grueso. Sin demoras se adue�� del miembro tom�ndolo por el medio, y dando sendos leng�etazos a la cabeza. Dos, tres, hasta cinco lamidas de helado, al tiempo que lo pajeaba.

A esas alturas ya Juli�n ten�a el miembro afuera y lo sobaba con calma. Sab�a que el espect�culo reci�n comenzaba. Su mujer se hab�a adue�ado del palo y lo mamaba a lo grande. Eduardo ten�a la cara alzada al aire, con los ojos cerrados, y actitud de imploraci�n. Gozaba, c�mo no, gozaba de lo lindo. Despu�s de unos minutos de intenso bombeo, Mar�a lo invit� a que se acomodara en el lecho y disfrutara del momento. Obediente se acost� en el colch�n, donde se deshizo de sus �ltimas prendas. Mar�a se par� frente a la cama, y desvisti� su cuerpo poco a poco y con sensualidad. Sandalias, medias, falda, franelilla, sostenes y bragas ocuparon su lugar en el piso de la habitaci�n.

Los hombres miraron la hermosa figura. Ambos esperaron �ste d�a, aunque por distintas razones. Eduardo la ve�a por primera vez y Juli�n a diario, aunque nunca en esas circunstancias y ante esa nueva luz. Ten�a piernas bien formadas, sin marcas ni varices; un rabito chiquito y apretadito, y unos hermosos melones de silic�n con pezones grandes y marrones. Hab�a dado a luz en una ocasi�n, pero era imposible notarlo a simple vista. Llevaba todo el cuerpo depilado al ras, inclusive el ano.

Sin mayores pre�mbulos se acomod� junto a Eduardo. Al momento en que el joven la tom� para dejarla con la espalda apoyada en la cama y el sexo expuesto al aire, ella le hizo saber que una lamida, aunque fuese muy buena, no calmar�a la sed de sexo que en ese momento la embargaba. Ten�a que montarla. El calentamiento hab�a pasado, lo que ella necesitaba era acci�n.

Eduardo se sabore� con el bollito lindo y depilado que se le ofrec�a como un manjar. Esa cuquita rica iba a tener lo que se merec�a, y de inmediato. Mar�a era una mujer muy putica que enga�aba a su marido, y eso a �l no le importaba en lo m�s m�nimo. Lo �nico que siempre hab�a querido hacer era hincarle el diente a su compa�era de trabajo. Por eso la tom�, y con cuidado de no desperdiciar la experiencia, pas� un poco la cabeza a lo largo del sexo, como el que quiere pintar algo a brochazos. La respuesta fue inmediata. El sexo estaba mojado y sudoroso. Se pod�a sentir el olor almizclero de la lujuria exudando, al tiempo que se preparaba para recibir el miembro.

Mar�a Isabel abri� las piernas, y sinti� como cent�metro a cent�metro se desplazaba el miembro entre su cavidad. Ten�a todo el hueco lleno de g�evo, y le encantaba. Dej� que entrara hasta la base, y ah� comenz� a mover la pelvis de arriba abajo de modo que masajeaba el sexo. Eduardo se hab�a acomodado sobre su pecho, y lam�a sus pezones sin que el ritmo de su penetraci�n se interrumpiera. Gem�a de placer al igual que lo hac�a su cuquita. Ya empezaba a sentir las cosquillas que preceden al orgasmo, y los muslos se contorneaban bajo peque�os espasmos. Sab�a que a los j�venes se les hac�a m�s dif�cil controlar la eyaculaci�n, y de verdad quer�a que ese momento no fuese a durar tan poco. Pero de igual forma se le hac�a imposible detener el ritmo y las emociones que experimentaba. Hab�a sentido el aumento de la velocidad en cada envi�n, y todas las se�ales le indicaban que deb�a parar, pero sencillamente no pod�a.

A estas alturas Juli�n sudaba a mares en su escondite. Era tanta la excitaci�n, que cre�a haber hecho peque�os ruidos, que por suerte hab�an pasado desapercibidos. No cre�a lo perfecto que estaba saliendo todo. Parec�a una pel�cula pero en la realidad. Su mujer era una puta, pero una muy rica. Apenas saliera ese muchacho de la casa le dar�a una buena parte de lo que se merec�a a la muy gozosa.

Eduardo empuj� y empuj� sabedor de lo que se aproximaba. Al igual que Mar�a Isabel no quer�a parar. No le importaba quedar un poco mal con su pareja si el gozo era tanto. Era una apuesta que estaba dispuesto a perder. Sin saber que ella tambi�n gozaba a lo grande, aument� el empuje de sus caderas. Los gemidos se convirtieron en peque�os gritos de placer, que hac�an coro con los chirridos del colch�n. Todo gem�a en la habitaci�n, incluso Juli�n desde su escondite. El chorro de leche espesa y caliente man� de la cabeza dentro del sexo de Mar�a Isabel que gustosa se abandonaba en un orgasmo largo y espasm�dico. A�n despu�s de que saliera la �ltima gota de semen �l continuo empujando, y ella se sigui� contorneando. Cuando todo hubo acabado, y el pene sali� por su cuenta ya fl�cido, Mar�a lo tom� entre sus manos y lo lami� hasta dejarlo completamente limpio.

Ambos permanecieron acostados un rato sin hablar. Estaban alegres, y se notaba. Eduardo supo que deb�a abandonar la casa al cabo de unos minutos. Al final de cuentas eran amantes, y como tal deb�an manejarse. Sin palabras innecesarias, se puso la ropa, y a trav�s de una �ltima mirada ambos dijeron como se sent�an: s�per bien. Apenas Eduardo sali� de la casa Mar�a Isabel se dio media vuelta, y acostada con las nalgas al aire sinti� como un nuevo miembro caliente y h�medo la penetraba hasta el fondo. Esta vez era el de su marido. Todo hab�a vuelto a empezar�

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